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COMUNICACIÓN EN LA
FAMILIA PASTORAL
Escuché abrirse la puerta del garaje, Estaba en casa, por fin. Esperé hasta oír la puerta del
automóvil cerrarse; en cualquier momento mi marido estaría aquí para hacerse cargo. Cuando
entró, en nada se parecía a la persona que había estado esperando todo el día. Se encontraba
agotado, exhausto, como si hubiera tenido uno de esos problemas-dolores de cabeza” otra vez.
Cuando un pastor o consejero entra en su casa, muta, cambia. Dejando de lado el rol de
“oyente”, “sanador” o “fuente de esperanza”, se conviene en un miembro de la familia. Nosotras,
aquellas que estamos casadas con un consejero, muchas veces no somos quienes mejor
escuchamos en el hogar.
La comunicación es difícil en cualquier relación, pero en la familia hay una “maldición” difícil
de vencer: la familiaridad. Podremos actuar para el mundo usar distintos ropajes o máscaras, pero
en casa no somos ni más ni menos que nosotras mismas. La familiaridad disminuye nuestra
energía, consume nuestra fuerza y ninguna nuestra compasión; precisamente, los elementos
esenciales para escuchar.
Nuestros hogares y su intimidad nos sirven de refugio ante las tormentas de la vida. Allí
todos nuestros autocontroles descansan y gracias a Dios por ese lugar de reposo. Pero cuando
esto se excede, la familiaridad, que debía ser una ayuda, se vuelve una fuente de dolor. Cuando
dejo de prestar atención porque “solamente es una conversación de familia”, debo recordar lo que
es escuchar atentamente.
En su libro “El arte de escuchar con amor”, Abraham Schmitt escribe: “Cada persona es un
individuo único y por lo tanto experimenta cada situación en forma diferente. “Debemos tratar de
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escuchar a las personas, oír su experiencia. Cada individuo es único, aunque mucho de su
mensaje nos suene familiar.
Escucha importa en la familia. Al aprender a oír lo que dicen sus miembros podemos quebrar
la parte nefasta de la familiaridad. Tres analogías me han ayudado a ser una mejor oyente:
Generalmente solemos responder a lo primero que dice la otra persona. Si nuestro marido
comienza a hablar negativamente sobre la iglesia, la ciudad, o el cuerpo pastoral, inmediatamente
pensamos que nos mudaremos a otra congregación. Como recién nos adaptamos al lugar nuevo y
estamos comenzando a hacernos amigos un poco menos superficiales, nos sobreviene el pánico y
nos ponemos a la defensiva. El simple hecho de que nuestro marido esté expresando sus
pensamientos despierta nuestros incomprensibles sentimientos relacionados con el comenzar otra
vez. Entonces comenzamos a discutir sobre la mudanza y sus contratiempos, cuando lo único que
él está haciendo es expresar sus frustraciones.
Hacemos la misma cosa cuando nuestra hija adolescente comienza a investigar si es bueno
o malo el sexo prematrimonial y sentimos la necesidad de “encaminarla”. Entonces, igual que un
abogado defensor que debe recalcar su posición, analizamos cada una de sus palabras, esperando
una pausa donde podamos interrumpirla con las nuestras. Debo admitir, sin embargo, que esta
forma de escuchar va en contra de mi deseo natural de “arreglarlo todo”.
Escuchar desde el asiento trasero provee una reciprocidad de “oasis”, donde los miembros
de la familia pueden ser ellos mismos y sentirse aceptados, y no buscar eso sólo para mí. En
nuestro mundo, donde hay tanta aceptación condicionada y tanta competencia (donde la búsqueda
y preeminencia de los resultados dominan las actitudes) tal ambiente es crucial. Si no nos podemos
escuchar bien en casa, ¿dónde irán los miembros de nuestra familia a que se los escuche?
Hay otra forma de escuchar “desde el asiento del acompañante”, compartiendo la charla, no
meramente recibiéndola
Hace un tiempo habíamos asistido con mi marido a una reunión social en casa de amigos. A
la vuelta, como él se sentía algo cansado, me pidió que manejara yo el automóvil. Mientras
andábamos -ese camino de regreso a casa, él hizo un comentario sobre la forma en que yo había
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conversado con las otras personas esa noche. Y tenía razón; yo había ido de persona en persona
toda la noche, preguntándoles cómo estaban, cómo se sentían, etcétera, pero no más que eso.
Faltaba contenido en mi diálogo, lo que es aceptable en una anfitriona que debe darse a
todos por igual, pero no es necesario que un invitado caiga en esa superficialidad. Mientras
volvíamos a casa, mi marido me escuchaba mientras le contaba acerca de todas las personas con
quienes había estado. Cuándo paré para tomar aliento, me preguntó, “estabas buscando mientras
conversabas?”
Frené de golpe el automóvil. No me había dado cuenta de que buscaba algo en las
conversaciones; sólo pensé que estaba siendo amigable. Pero la pregunta de mi marido me motivó
a reflexionar sobre mis pláticas con más atención. Me di cuenta de que había habido momentos
cuando, en vez de estar realmente interesada en alguien, me había estado preocupando por “lo
que estarían pensando de mí”, como si estuviera compitiendo por popularidad. Mi esposo me había
escuchado, pero había participado desde el asiento de al lado, haciéndome “escuchar mis propias
palabras”.
Veo muchos paralelos entre esta forma de escuchar y lo que sucede cuando estoy en el
asiento de al lado de mi esposo mientras él conduce. Cuando estamos paseando, muchas veces
veo cosas que él no percibe, debido a que está ocupado manejando. Le muestro lugares
interesantes, personas diferentes, y carteles descriptivos. Mientras que el solamente ve el camino
que tiene delante yo le puedo mostrar un mundo nuevo, el que está al lado del camino. Escuchar
desde el asiento del pasajero es muy parecido; es explorador. Busca ofrecer nuevos puntos de
vista, proveer alternativa y ampliar la perspectiva del otro. Es ser un oyente que provee una
repuesta útil.
Pero hay que tener cuidado. Esta forma de escuchar rio debe ser una oportunidad para
destruir a la persona querida con la verdad crudamente expresada. Su propósito es simplemente
ayudarle al otro a ver más claramente lo que de otra forma no hubiera percibido. Le deja a la otra
persona la responsabilidad de cambiar.
Probablemente escuchar es más difícil que nunca cuando estoy a cargo de la situación. Al
conductor que cree saber hacia dónde va y cómo es el camino le cuesta que los demás opinen
dónde y cuando cambiar de dirección, acelerar o frenar. Es más fácil y llevadero el dar órdenes y no
recibir sugerencias u opiniones; hay momentos en que la democracia se torna tediosa y la dictadura
aparece como la más sabia y dulce de las soluciones, pero ¿es lo que debo hacer si voy a oír lo
que me dice? Es especialmente difícil si a quien debo escuchar son mis hijos.
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El hecho de escuchar y admitir su error probablemente será recordado más tiempo que el
haber mentido. Escuchar desde el asiento del conductor implica estar dispuesto a recibir
información. Requiere estar abierta a los mensajes que recibo de otros miembros de la familia. Un
matrimonio que conozco separa una noche de cada mes para “salir solos”.
Generalmente planean algo divertido y entretenido para esas noches. Sin planearlo, sin
embargo, han visto que muchas veces hablan de su relación, entrando a veces en asuntos sobre
los que tienen diferencias en asuntos porque esta noche ha sido separada para fortalecer su
relación, se sienten seguros cuando dan mensajes difíciles de oír. El ambiente es de confianza.
Algunos de nosotros escuchamos mejor de una forma que de otras. Para mí es fácil
escuchar desde el asiento trasero por mi experiencia en el seguimiento. Es mucho más difícil
escuchar desde el asiento del conductor, porque me gusta sentirme que estoy en control. Pero me
he dado cuenta de que, si pretendo que mi comunicación sea sana, debo aprender a escuchar de
las tres maneras. De una sola me puede hacer sentir segura pero no me permitirá ayudar mucho a
mis seres queridos.
La familia es terreno conocido. Si quiere sobrevivir esta época donde las familias son
destruidas casi tan rápido como son insumidas, debemos aprender a luchar contra la tentación de
no escuchar en casa. El abrir nuestros oídos y escuchar las voces de los nuestros enriquecerá
nuestro hogar y a quienes lo habitan. Aunque la buena comunicación por sí sola no puede curar un
mal matrimonio, sí puede establecer una diferencia. Paúl Tillich dijo una vez: “El primer acto de
amor es escuchar”. Y si vamos a amar bien a quienes amamos más, aprendamos a escuchar.
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