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LECTORES Y LEEDORES, por Pedro Salinas

La galería de leedores es copiosa. El estudiante que se desoja en víspera de examen sobre


el libro de texto; el profesor que trasnocha entre tratados, acopiando datos para su lección; la
matrona que, parada junto al fogón, recita en voz alta las instrucciones coquinarias que
conducen al suculento plato; el funcionario en retiro que demanda a las páginas del libro la mejor
5 manera de invertir sus ahorros; o la dama, muy cursada ya en la treintena, que se retira al secreto
de su tocador y corre renglón tras renglón en procura de experimentados avisos que la devuelvan
sus gracias fugitivas; todos ellos -y mil más- no pasan de leedores.

Leedor, también, el que emplea su tiempo en los diarios. Coinciden en eso el escandinavo y
el chino. El uno, Georg Brandes, asevera que de cien personas que saben leer, noventa no
10 suelen leer más que diarios, lo cual exige escaso esfuerzo. Y el otro, americanizado de la China,
Lin Yu Tang, dice: "Yo no llamo lectura, en absoluto, a la enorme cantidad de tiempo que se gasta
en leer periódicos."

En la escala de los que recorren con los ojos un papel impreso, el personaje inferior es uno,
regalo de nuestros días a la infinita variedad de lo humano, el leedor, o "el vista", de muñequitos.
15 Inmerso, complacido hasta el arrobo, en las delicias de recorrer cuadro por cuadro, escena por
escena, sin perderse una, los trabajos de Maggie o las hazañas del Superhombre, sus ojos
avanzan por un medio mixto, parte imágenes mal trazadas, pintarrajeadas de colores groseros,
parte palabras; éstas, no muchas, van encerradas en unos globitos que les salen a los
personajes de la boca, y por su vacuidad sirven de adecuado sustituto al aire vano que contienen
20 los globos de veras. El veedor o el leedor de semejante cosa recuerda al anfibio, que entra y sale
de lo leído, insignificante, a lo visto, vulgarísimo, sin saber nunca a derechas por dónde se anda.

Atrevido sería decir de estos ciudadanos, doblados, regocijados, sobre el papel, que están
leyendo. Ni siquiera rozan por lo bajo los cielos y lecturas a donde se transporta el lector de
verdad, ya que las actividades superiores del alma no asisten, están de sobra en esta jenízara
25 operación visual. Comparo al aficionado a los muñequitos al denodado masticante de chicle, por
cuantos ambos no ahorran esfuerzo ni tiempo en sendas operaciones que parecen las dos
dirigidas al noble menester de la nutrición, ya corporal, ya del espíritu; cuando en realidad nada
de provecho pasa al estómago del uno ni a la cabeza del otro, y los dos se hermanan en su
posible comparanza con el desdichado animal que voltea y voltea la noria, sin que le importe que
30 el pozo esté seco.

Frente a estas legiones, en escasa minoría, los lectores. Se define el lector


simplicísimamente: el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por
ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada; por recreo de
pasarse las tardes sintiendo correr, acompasados, los versos del libro, y las ondas del río en cuya
35 margen se recuesta. Ningún ánimo, en él, de sacar de lo que está leyendo ganancia material,
ascensos, dineros, noticias concretas que le aúpen en la social escala, nada que esté más allá
del libro mismo y de su mundo.

Tenemos ante nosotros un texto (aceptaremos a priori, por comodidad, que lo es, aunque lo iremos
confirmando según avanza el comentario) de Pedro Salinas, escritor de la Generación del 27 al que
conocemos más por sus brillantes poemas, entre los que destacan algunos de temática futurista, que por sus
artículos o ensayos.
Sin embargo, aquí tenemos un artículo titulado “Lectores y leedores”, título que nos llama la atención
por el adjetivo / sustantivo leedor, que en el DRAE aparece como un término en desuso, pero como
sinónimo de lector. Desde el principio tenemos una oposición entre dos términos que creíamos iguales;
parece lógico pensar que Salinas en el texto tratará de explicarnos esto.
En primer lugar, vamos a analizar los campos semántico-referenciales presentes en el texto, para
determinar los temas y subtemas que aparecen. Como el texto es algo extenso, podemos hacerlo por
párrafos. El primer párrafo comienza con la frase La galería de leedores es copiosa; a continuación vemos
un campo referido a diferentes tipos de personas: estudiante (línea 1), profesor (2), matrona (3),
funcionario (4) y dama (5). Cada uno está relacionado con la actividad de la lectura (libro de texto,
tratados, recetas de cocina, libros de economía, revistas de belleza). De todos ellos se nos dice que “no
pasan de leedores” (7).
El siguiente párrafo nos habla de otro tipo de leedor, el que lee los periódicos. Así, tenemos las
palabras diarios (8 y 10) y periódicos (12) formando un pequeño campo semántico-referencial.
En el tercer párrafo Salinas nos habla del último escalón de leedores, el leedor…de muñequitos. Aquí
se abre otro campo con palabras como muñequitos (14), cuadro (15), los trabajos de Maggie (16), las
hazañas del Superhombre (16), un medio mixto (17), imágenes y colores (17), globitos (18), personajes
(19). Todos estos términos se refieren a los cómics o a los tebeos.
En el cuarto párrafo continúa: operación visual (25), muñequitos (26)…
Asociado al cómic, vemos un campo de características negativas y despectivas: inferior (13), mal
trazadas (17), pintarrajeadas (17), groseros (17), vacuidad (19), vano (19), anfibio (20), insignificante
(21), vulgarísimo (21), sin saber nunca a derechas (21), jenízara (24), masticante de chicle (25), nada de
provecho (27), desdichado (29), seco (30). Es evidente que el género del cómic no le gusta nada a Pedro
Salinas…
Finalmente, en el último párrafo, el autor introduce el término lector (avanzado en el párrafo anterior,
al decir cielos y lecturas adonde se transporta el lector de verdad, 23), y observamos un grupo de palabras
relacionadas con sentimientos positivos: gusto (32), amor invencible (32), ganas de estarse con él (33),
amada (33), recreo (33).
En resumen, vemos un tema dominante en el texto: la lectura. Palabras como leer, lector, leedor o
libro aparecen por todo el texto. Después observamos subtemas como el del periódico o el cómic, y
asociaciones positivas respecto a los lectores, y negativas respecto a los leedores.
Es fácil reconocer una estructura en el texto: una parte, dedicada a explicar el concepto de leedor; otra
dedicada a explicar el concepto de lector. La parte referida a los leedores va de la línea 1 a la 30. La parte
referida a los lectores, de la línea 30 a la 37. Así, por un lado tenemos a leedores, que tienen en común que
acuden al libro o a la revista para buscar algún tipo de provecho, interesadamente, incluso aquellos que lo
hacen para conocer noticias (párrafo 2) o para divertirse de una manera infantil (párrafos 3 y 4). Podríamos,
si quisiéramos, hablar de 3 subpartes dentro de la primera: 1a, leedores en general; 2a, leedores de
periódicos; 3a, leedores de cómics.
¿Por qué hay este desequilibrio, treinta líneas frente a siete? Porque el término leedor es el que
necesita más explicación, y porque Salinas trata de desmontar el tópico de que un lector de periódicos,
revistas de belleza, cómics… sea un verdadero y genuino lector.
La idea principal del texto podría formularse entonces de la siguiente manera: “El verdadero lector es
aquel que lee por placer, con amor, frente a los leedores, que leen de manera interesada, porque buscan sacar
algún partido (aunque sea la información de un periódico) o una vana diversión que atonta el espíritu (el
cómic).
El texto es coherente, pues se aprecia en él una estructura y puede reducirse sencillamente a una idea
principal. Del mismo modo, el texto está perfectamente cohesionado. Los párrafos se corresponden
perfectamente con unidades temáticas (aunque se dediquen dos párrafos para hablar de los cómics; lo
contrario sería demasiado largo). Las oraciones están ligadas entre sí con normalidad, y hay suficientes
repeticiones, sinonimias… Y entre las dos partes que veíamos antes, aparece un conector textual, el más
importante: Frente a (31), que recalca la relación de oposición entre los dos términos expresados ya en el
título. También en la línea 22 (estos ciudadanos) el demostrativo tiene carácter cohesionador, pues de
alguna manera nos hace volver la vista a lo inmediatamente anterior. Lo mismo podemos decir del
indefinido en todos ellos (al final del primer párrafo) que recoge todo lo visto con anterioridad.
Es curioso, por otra parte, la omisión de la palabra cómic, que en ningún momento aparece explícita a
pesar de que el autor le dedica una docena de líneas. Es una prueba más del desprecio del autor a este género,
al que considera “infralectura”, y por lo tanto, indigna de recibir siquiera su nombre.
Por último, el texto está también clausurado: ha quedado perfectamente clara la intención del autor, es
perfectamente autónomo y no es necesario añadir nada más. Ahora estamos en condiciones de decir que se
trata de un texto (con todas las de la ley).
Estudiamos ahora sus características como texto. La apariencia puede ser explicativa: leedor significa
esto, lector aquello, pero claramente vemos que se trata de un texto argumentativo, porque desde el
principio al final hay subjetividad (aunque la primera persona no aparezca). Ejemplo de esta subjetividad es
la cantidad de expresiones valorativas, positivas y negativas, y las expresiones de carácter poético que
aparecen al final del texto (las ondas del río en cuya margen se recuesta, 34).
Es interesante la presencia de argumentos de autoridad de dos intelectuales de culturas totalmente
diferentes, para dar peso a su razonamiento (8-12). Además, es curioso que aparezcan justamente cuando
habla de la lectura de periódicos. Ello se explica porque es más difícil argumentar que la lectura de los
diarios sea negativa.
El texto, desde el punto de vista diatópico, no aparece marcado con dialectalismos: se trata de un
castellano estándar. Desde el punto de vista diacrónico, el texto presenta algún término extraño a la lengua
actual que sentimos casi como arcaísmo: matrona en el sentido de 'ama de casa' e instrucciones
coquinarias en lugar de 'recetas de cocina' (3), menester en lugar de 'ocupación' o 'actividad' (27),
comparanza en lugar de 'comparación' (29), recreo en lugar de 'ocio' (33)… Las alusiones a personajes de
cómic como Maggi o Superhombre también nos resultan alejadas en el tiempo. Sabemos que Salinas
vivió durante la primera mitad del siglo XX, pero el léxico usado en este artículo nos lo confirma.
Desde el punto de vista diastrático, el texto es claramente culto, como muestra el uso de palabras
poco conocidas para el hablante medio del castellano: arrobo 'éxtasis' (15), vacuidad 'superficialidad'
(19), jenízara ‘mezclada por dos clases de cosas’ (24), el adverbio -correcto- formado a partir del
superlativo simplicísimo simplicísimamente (32)…
Desde el punto de vista diafásico, el texto presenta un registro formal, pues se escribió con la
intención de que fuese publicado y leído por muchas personas. El estilo es a veces un poco libresco,
alambicado, poco natural para lo que estamos acostumbrados, con expresiones como en procura de
experimentados avisos que le devuelvan sus gracias fugitivas, las actividades superiores del alma no
asisten o el hipérbaton social escala. Por todo ello, el texto presenta cierta dificultad, aunque ninguna que
realmente obstaculice la comprensión del texto.
Como conclusión, nos parece muy original la diferencia que hace Salinas entre el concepto de lector
y de leedor, pero al mismo tiempo sus opiniones nos parecen un tanto exageradas: la lectura del cómic no
tiene por qué ser algo bobo e infantil, sino un buen ejercicio para la fantasía y la imaginación, y los
periódicos hoy día pueden ser fuente no sólo de información cotidiana, sino también de cultura y
conocimiento. Es verdad, con todo, que no hay nada como una buena novela para olvidarnos de nuestras
rutinas, y sumergirnos en mundos diferentes e historias apasionantes.

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