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USWA DEL SABER Le José Antonio Maraval SELECTA DE REVISTA DE OGGIDENTE JOSE ANTONIO MARAVALL TEORIA DEL SABER HISTORICO TERCERA EDICIGN AMPLIADA BIBLIOTECA DR. ERNESTO DE LA TORRE VILLAR Selecta © do Revista de Occidente Barbara de Braganza, 12 MADRID 1967 eee Ae PRIMERA EDICION: 1958 TERCERA EDICION: 1967 HUTOR TITULO CLASIFICAGION ___———— apquisicion 4235-3 FONDO Qorvoaw © Copyright by Joss Antonio Maravall - 1958 Editorial Revista de Occidente, S. A. Madrid (Espafia) - 1967 Depésito legal: M. 6478-1967 Impreso en Espaia por falleres Graficos de Ep. CasTitia, S. A.- Maestro Alonso, 23- MADRID ww BIBLIOTECA DR. ERNESTO DELA TORRE VILLAR INDICE Pags. Prélogo a la tercera edicidn ... ... 9 un Intropucci6N ... PARTE PRIMERA Carfruro prmtero: La situacién actual de la ciencia y la cien- cia de la Historia... ... ee ene Al L—La crisis del esquema clisico de la ciencia y Ia reno- vacién del pensamiento en nuestros dias, Proceso de historizacin so. ee ese sie eae ven nee he 42 Unidad y pluralidad en las formas del saber cientifico. 50 El problema de a Historia como ciencia. La crisis de Ia légica y el principio de complementariedad ... ... CarfroLo secunpo: Le nocién de hecho bistérico ... .... I—EI hecho histérico y su individualidad ... Il—Los «conjuntos histéricos» como objeto de miento TIL. —Abstracci Capiruto TexceRo: El método de observacién cientifica Servaci6n ws. eee see on ns sieges Soe ena T1—Objetividad c intervencidn del observador. El papel In interpretacién .., 3 os L—Teoria y construccién histérica =... 7 Pivouo cuanto: Ley, ease y estructura en ol campo de Ia Historia. soe woe vee cee tee ete nee [Ia ttansformaciéa de, los conceptos de causa y Tey en el pensamiento actual ... ... TT—La discusién sobre las ieyes histéricas .. TIT—Los conceptos de «series», Pero esta conclusién tiene otra cara: que si no es men: surable todo lo real, ademés no todo lo mensurable es” real, Es decir, podemos tomar toda una serie de mediciones que no respondan a nada. Podemos tomar, en cualquier "La logica della fisica moderna (versién italiana), Turin, 1952. ampo, medidas que interesen y medidas absolutamente rrelevantes. Podemos obtener medidas que no hacen tefe. encia a nada objetivo, que carecen de contenido, que son rreales. Y esto es el resultado que se consigue en muchas seasiones con las aparentes relaciones numéricas que ma. nejan algunos investigadores sociales. Cohen ironizaba ste respecto sobre aquella medicién platonica que estimaba 2 un principe justo 729 veces més feliz que a un princi riranico. Y no es esta una mera ingenuidad de ios anti- guos. A diario la prensa nos proporciona series numéricas sobre muy variados fenémenos, pretendidas referencias es. tadisticas que no tienen ninguna realidad, porque no tras- cienden a un mundo sobre el que operemos proyectiva- mente. Propiamente, realidad no es lo que se mide, sino aquello sobre lo que puede operar el hombre —y el operar humano posee siempre un cardcter proyectivo, Cada vez las técnicas métricas aproximanse més en sus campos de aplicacién al terreno de la Historia. Le propor- cionan materiales, y més atin, le permiten construir puntos de vista y modelos de interpretacién que de otra manera serian imposibles. Ello ha transformado lo que venia sien- do la labor historiografica. Pueden medirse series de pre- cios, de salarios, de transacciones comerciales; movimien- tos de capitales; volumen de actividad en los puertos, en las lineas de transporte, etc.; pueden medirse indices de conflictos sociales, movimientos de huelgas, relaciones elec- torales, fenémenos de opinién, factores de estratificacién social, etc., etc. Todo ello ha dado tal vez a la Historia eco- némica y social Ia primera linea en el desarrollo historio- grafico; pero, en tanto que Historia, sus construcciones 16- vicas, interpretativas, de una realidad, capaces de captarla “ognoscitivamente, empiezan donde Ja lectura de tan varia- las cantidades termina. Ta situacién actual de Ia ciencia, en Ja crisis de sus prin- ipios, refuerza la posible posicién del investigador social 56 del historiador; pero a su vez, esto no aminora la ne- tesidad de indagar el esquema racional de las disciplinas humanas, sino que la intensifica. {Hemos de suponer que hoy, al renunciarse a aquel es- quema clisico de Ja ciencia de la Naturaleza, se reducen Jas posibilidades del pensar racional? Es decir, la invalida- cién del esquema objetividad-legalidad-determinismo de la fisica newtoniana, zquiere decir que en aquellas zonas de Ja misma realidad exterior y en otras esferas de la realidad, tal como Ia realidad hist6rica, no cabe un saber de tipo cientifico? Al contrario. “No al pensar racional —nos ad- vierte el mismo Heisenberg, en su citado articulo sobre la transformacién de los principios de la ciencia—, sino tan solo a ciertas formas de pensar es a las que se adjudica un 4mbito de aplicacién més limitado.” En cambio, del saber cientifico en general, se amplfa su alcance, se multiplican sus posibilidades. Esa limitacién “nos puede preservar de Ja falta, antes no siempre evitada, de querer meter a la fuerza campos nuevos de Ja experiencia en un andamiaje de nociones, viejo ¢ inadecuado. Y viceversa, sera también més facil incluir modos de pensar que han nacido en con- traposicién al ideal de conocimiento de Jas ciencias natura- les exactas en una nocién amplia y, sin embargo, unitaria y Iégicamente elaborada, de ciencia”. Parece como si el egregio investigador que escribié estas palabras, al hacerlo, mirase esperanzado hacia el campo de la Historia. Esta situacién de la ciencia en nuestros dias tiene que ser recogida con amplitud y claridad por el historiador y por el investigador de ciencias humanes y sociales, si quie- ren plantearse con rigor el problema del sentido y valor de su conocimiento de los hechos humanos. Ahora bien, esta situacién de Ja ciencia, contra lo que todavia suponen cnantos siguen hoy confrontando la Historia con Ja forma newtoniana del saber, entrafia: : 1° La reduccién’ del .esquema de Ja ciencia natural 57 clésica a solo un orden parcial y cerrado de hechos (Jog de la fisica macroscépica). La fisica clasica no contiene ¢ esquema universal y omnivalente del saber cientifico. Hace unos afios, exponiendo Ia peripecia de Ja fisica nueva, don Blas Cabrera reconocia, respecto al sistema newtoniano de la ciencia natural que “su rango ha descendido a la con. dicién de primera aproximacién al conocimiento, aunque suficiente para interpretar una gran extensién del mundo de nuestras percepciones, dentro del grado de precisién alcanzado por los métodos de observacién de que la cien- cia dispone” ® Una gran extensién del mundo no es, en cualquier caso, todo el mundo; hay partes de él que que- dan a extramuros del recinto de Ja ciencia, no por imperfec- cién de aquél, ni tampoco de ésta, sino por la constitucién misma de todo conocimiento empirico, que lo’ es siempre de una parte, de un grupo o clase de fendmenos, nunca de todos. 2° EJ ensanchamiento del concepto general de cien- cia para dar entrada a esquemas légicos aplicables én otros Srdenes de la experiencia. De los sistemas que hoy po- seemos, nos dice Heisenberg, no podemos esperar sean més adelante aptos para aplicatse a nuevos sectores del mundo empirico, diferentes de aquellos en relacién a los cuales s¢ han construido, “De ahi precisamente resulta que es impo- sible fundamentar exclusivamente en el conocimiento cien- tifico las opiniones o creencias que determinan la actitud general ante la vida. Tal fundamentacién, en efecto, 20 podria en ningdn caso remitir més que al cuerpo de cono- cimiento cientifico fijado, y este no es aplicable mas que @ sectores acotados de la experiencia.” Por ello, dejando apat- te en este momento las creencias que determinan la actitud ante la vida, se impone actualmente, respecto a aquel saber \% Evolucién de los conceptos fisicos y Lenguaje, discurso de 1 cepeién en la Real Academia Espanola, Madrid, 1936. 58 de experiencias que de algin modo alcanzamos sobre el hombre y Ja sociedad, una tltima conclusién : 3° La necesidad de construir sistemas de principios di- ferentes € inasimilables para ciencias particulares que traten de captat cognoscitivamente tipos distintos de realidad ”, Puede parecer, sin embargo, excesivo nuestro empefio en considerar como una esfera de saber cientifico Ia de la his- toria, En ello puede verse un extravasamiento de los limites propios del panorama que hemos trazado y de los cuales hemos querido en todo momento precisar su més escueto perfil. Pero lo cierto es que hoy contamos, por de pronto, con Ja revelacién de que las condiciones que todo saber debe llenar para conseguir la forma del conocimiento cientifico no son necesariamente las que parecian inferirse del esque- ma clasico de Ja fisica; antes bien, hemos de partir del su- puesto de que pueden ser diferentes y aun de que, forzosa- mente, en alguna medida al menos, han de ser diferentes, puesto que una diferencia asi empieza por darse en el paso de los principios de la fisica de lo grande a la fisica de lo pequeiio. It No teniendo en cuenta lo que acabamos de afirmar, a pesar de que ello constituye Ia posicién a la que llegé la teoria de Ia ciencia hace unas décadas, y ante la circunsten- cia de que el conocimiento histérico no se adapta a los re- quisitos 16gicos de lo que por antonomasia se consi como una ciencia segin el patron clésico, Huizinga, al resu- mir su concepcién de la Historia en una serie de tesis fun- ” Heisenberg afirma un proceso de unificacién de le imagen cien- tifea del mundo, por debajo de ln especilizaci6n de principios y métodos, precisamente porque Jas nuevas formas del pensamiento - son més flexibles y restringidas en su campo de aplicac 59 nentales, advertia que “Ia primera de esas tesis es que | Historia debe Ilamarse Ja ciencia eminentemente inexacta Nos hemos referido ya y volveremos a referitnos a la posi, cid de Huizinga —cuya obra de historiador hay que re. conocer como excelente en tantos aspectos—, porque sy concepcién historiolégica, ligada a los supuestos clisicos de la ciencia, representa en cierta forma el reverso de la nues. tra. Huizinga, descorazonado por Ja inadaptacién de la His. coria a las leyes de la fisica, pretendidamente universales en su esquema formal, reduce aquella, como ya vimos, a un “fenémeno cultural”. En fin de cuentas, para Huizinga, el no ser estrictamente exacta equivale a no ser ciencia® Nosotros partimos de Ja situacién actual, que ya hemos enunciado, de relativizacién y limitacién a ‘una esfera ce- rrada de hechos de aquellas leyes naturales, para compren- der que sobre otras esferas de la experiencia caben otras formas de conocimiento, las cuales pueden ser también en un sentido nuevo cientificas. Una de ellas podria ser la que correspondiera a la Historia. No estar de més recordar que ante la contradiccién a que conducian ciertos postula- dos, que hoy se imponen, con no pocos teoremas de la cien- cia clésica, don Blas Cabrera reconocia —y declaraciones andlogas son frecuentes— que esta iltima “habia perdido el prestigio de la exactitud que se le atribuyé durante més de dos siglos”. Naturalmente, Ja diferencia sera siempre in- salvable, Los grados de diferencia en exactitud que van de la Fisica a la Historia seran siempre tantos que més que como una diferencia de grados habré que considerarla en todo momento como una diferencia de clase. Eso es cierto; pefo no menos cierto es también que la exactitud no es criterio suficiente para reconocer el nivel de la ciencia. Frente a la resis de Huizinga y otras similares, la nuestra sera esta: a "Sobre el estado actual de la ciencia bistérice, Madrid, 1934, ¥ at concepto de la Historia y otros ensayos, Méjico,, 1946. 60 Historia es una ciencia que tiene, como cualquier otra, sus principios propios, y segiin ellos, se nos muestra cierta den. tro de un sistema determinado de relaciones, vilida en una esfera de hechos de la experiencia humana.” _ Hay historiadores, hay grandes historiadores que renun- cian a mantener el cardcter cientifico de su trabajo por falta de claridad acerca de los fundamentos epistemolégicos so. bre los que operan. ¥ lo cierto es que con Ia misma segu ridad con que podemos saber que la sal es soluble en el agua, conocemos un niimero inmenso, un niimero prctica- mente ilimitado de hechos histéricos, ;Por qué esa seguri- dad no es suficiente para fundar Ia Historia como un rigu- roso saber cientifico? Nos atrevemos a Janzar, en respuesta a la anterior in- terrogaci6n, esta respuesta: Ese déficit no viene propiamente de Ia Historia, sino que deriva precisamente de la Iégica. Es decir, de haber sido utilizada la I6gica de una manera tal vez impropia o inadecuada, para organizar sisteméticamente el saber histérico. Hace cincuenta afios, aproximadamente, cuando fueron esctitas las grandes obras de metodolog{a histérica que atin me hoy son clasicas y constituyen el nivel del que en tantos as ectos hemos de partir, a nadie se le podia ocurrir datle la vuelta a Ja cuestién en Ja forma en que se ha podido tar més tarde. ¢Acaso, se pensaba entonces, la I6gica, caya aplicacién tan buenos resultados ha dado al cientifico, no es inica y universal en sus formas? zY esas formas las del pensamiento cientifico natural? Por tanto, la cnacién a esos esquemas formales, bien probados en un cat Po de conocimiento, arguye insuficiencia de aquella clase de saber incapaz de plegarse a sus cuadros. De un modo que pudiéramos decir programati como formulacién expresa de una actitud historiogréfica, la aplicacién a la Historia de ese sistema clésico de la légica —basado en los principios de identidad, no contradiccién 61 » tercero excluido—, fue enunciada claramente, como principio insoslayable y absoluto, por A. W. Schlegel, “Todo examen histérico entrafia la sencilla pregunta de g 10 ha acaecido realmente 0 no; de si ha sucedido tal como se relata o de otro modo, y Io contratio no puede se. nunca, a un tiempo, verdadero. Desde luego, hay zonas extensisimas del saber, desde las ciencias eidéticas hasta la teologfa, en que lo contradicto, tio no puede ser nunca ni en modo alguno verdadero, Son las ciencias en las que la categoria de Ia verdad tiene aplicacién, Ello constituye eminentemente el campo de la légica de 1o inmutable. Pero en el saber de las cosas mo- vedizas y mudables, el principio de no contradiccién puede tener un sentido no tan absoluto e incondicionado. No quie- re decir esto que ese principio pierda su validez, sino que hay que aplicarlo dentro de un sistema de referencias ¥. Hace escasas décadas, la observacién del 4tomo depaté — una grave sorpresa a los légicos estrictamente clasicos. Los electrones se manifestaban unas veces como ondas y otras como corpisculos. En virtud de ello, atendiendo al uno 0 al oto aspecto, se formularon dos interpretaciones mecAnicas de Ja materia, la fisica corpuscular de Schrédinger y [2 mecénica ondulatoria de Heisenberg, que parecfa que debe rian excluirse, en virtud del principio de no contradiccién. Pero he aqui que, lejos de excluirse, sucedié que los inves- tigadores que concomitantemente se pusieron a trabajar s0- bre la base de cada una de esas dos interpretaciones teéricas ” Al hacer esta afirmacién no pretendemos dar a 1a notién de certeza lo que corresponde a la de verdad, ni negar los valores | en nombre de los hechos, ni menos atin derogar el Derecho natural remplazindolo por la Historia. (Ver. sobre estos problemas, Straus, Natural Right and History, Chicago, 1953.) Pensamos ta solo que el conocimiento humano se sirve de categorias y formes diferentes, segtin los objetos a que se aplica y que en el mundo o lo empirico el conocimiento «cientffico» no tiene un cardcter ni abs luto ni valorativo, Un | de los nuevos hechos, Iegaron a conclusiones vilidas, Por ello pudo imaginar De Broglie un atrevido patron que uniese Jas dos imagenes, considerando al electrén como un corpiisculo-onda, Y Ja consecuencia que inmediatamente se sacé, quiz con demasiada prontitud, fue esta: la ldgica de los tres principios aristotélicos no puede aplicarse, univo- ca y universalmente, a un mundo en el que la identidad de las particulas no puede afirmarse. Los. principios enunciados por algunos tedricos en este punto han Iegado a ser extremos. Frente a la tesis de los antiguos, que consideraban los étomos como individuos iden- tificables y que permanecen iguales a si mismos, sostiene Schrédinger en su ya-mencionada conferencia, que “los componentes iiltimos de la materia carecen por completo de identidad”, de modo que se impone creer que “no es un problema que dependa de nuestra capacidad para compro- bar la identidad en algunos casos y nuestra incapacidad para hacerlo en otros. Es indudable que el problema de la iden- tidad carece real y verdaderamente de sentido” Esto ha Ievado a postular una Iégica relacional, que no elimina tampoco, como en el caso de la ciencia vimos antes, a la l6gica clasica, sino que pone limites y condiciones a su. validez y la considera como una légica plenamente aplica- ble en el plano de lo absoluto o en el supuesto de un mun- do estatico. De aqui que no solamente en el campo en que esa nueva exigencia se presenté inexorablemente, sino “ aU bién en otras ciencias, inclusive en las sociales, Samos uuna revisién I6gico-conceptual de modo que, alcancemos una més adecuada aprehensién de Ia realidad”™. De este modo Ia revolucién cientifica de nuestro tiempo — ha acabado convirtiéndose en una verdadera revolucién de la légica y de Ia epistemologia, y ambas se han apoyado ” M, Lins, A evolugao légico-conceitual da ciencia, Rio de Ja neiro, 1954. 63 reciprocamente, acentuando sus consecuencias. La necesidad de construir interpretativamente los resultados de observa. jones que no se ajustaban al marco tradicional de los prin. cipios Iégicos obligé a ensanchar estos, y, una vez supe. rados sus limites, la nueva revisién de la légica planted preguntas que provocaron nuevas observaciones, Los hechos que durante algunos siglos fueron captados en Ia esfera real de Jo sensible por los instrumentos de ob. servacién de que durante todo ese tiempo se sirvié el hom. bre, encajaban tan cumplidamente en el marco de la légica clasica que se llegé a identificar esta con Ja razén y a una y otra con Ia realidad: los principios de la légica se pen- saba que eran tan firmes porque respondian exactamente a Ja estructura de la razén y que &ta era tan exacta porque reflejaba Ia naturaleza misma de Ja realidad. En consecuen- cia, los principios de Ja légica eran Ja ley de la Naturaleza, Sin embargo, a pesar de esas firmes creencias, es cierto que, en el campo de Ia Historia, Dilthey por una parte, Windelband y Rickert por otra, el mismo Xénopol, adver- tian la necesidad de Ievar a cabo una reforma del sistema l6gico tradicional. El momento de liberacién vino cuando esa misma necesidad se experimenté en el campo de la ciencia fisica, al observarse que en la Naturaleza habia tam- biga fenémenos que no se avenian a sujetarse a aquellas leyes. Planteando, con aguda ironia, la aparente paradoja que esta en la base de la revolucién intelectual desencadenada por tan inquistante personaje como ha sido el electr6n, don Julio Palacios comentaba que “en fisica hay que admitic que las cosas son, a la vez, lo que revelan cuantos experi- mentos hagamos sucesivamente con ellas, de donde se in- fiere que los corpiisculos son ondas y son cuerpos, y 80 de modo alternativo, unas veces ondas y otros cuerpos, sino complementario. Como tal dualismo és contrario a la 1a z6n, podemos decir que los corpisculos no son razonables 64 Resulta entonces que “los cuerpos macroscépicos, someti- dos a las leyes de Ja mecénica clasica, que son leyes razona- bles, estén constituidos por corpiisculos que no son razona- bles”. Y ante tal aporia, Palacios advierte que “quien pre- tenda estudiar la fisica moderna ha de librarse de prejuicios racionalistas y convencerse de que nuestro conocimiento de Ja realidad ha de basarse en postulados que tienen més de dogmas que de entes de razén” *. Este testimonio que acabamos de ver es una prueba de que, dada la situacién de Ja ciencia en el tltimo siglo, era necesario apelar a una revisién de los esquemas Iégicos en que aquella se fundaba. Era necesario, y no sélo para la Historia, una reforma de la légica, mas atin, una reforma del pensar. Pocos han vivido esta tremenda experiencia intelectual con Ja profundidad y el rigor de Ortega. Desde muy pron- to, y ya con toda plenitud por lo menos desde que esctibié El tema de nuestro tiempo, Ortega cae en la cuenta de que iba a abrirse en nuestros dias el proceso de Ja raz6n. Su honda y temprana penetracién en el alcance filosdfico de Jas teorias de Einstein le hizo concebir la necesidad de revisar el papel de la razén y, més atin, el cuadro de lo que hasta ese momento se consideraba como modelo del operar racio- nal. En 1926 publica su Reforma de la inteligencia, en donde sefiala Ja wltima rafz de Ja cuestién: la instauraci6n de la raz6n en el sistema de la vida. No podemos ahora entrar en esto ni ponernos a analizar en Las Athéntidas y en otros escritos de Ortega las fases de su gran descubri- miento de la razén histérica”. Lo que s{ nos interesa es vet que, justamente desde el campo de la Historia, siente 7 i Ja fisica a la biologta, bia oar Ki = Como ‘una aproximacién a ese titimo concepto en el pensa- miento de Ortega, ver Garagorti, Ortega: une reforma de la Fioso- Tia, Madrid, 1958. Y también Rodriguez Huescar, Perspectiva y ver- dad: el problema de la verdad en Ortega, Madrid, 1966. 65 rtega la gravedad del problema de las formas racionales “| pensar y se plantea la reforma de la légica, en buscado 2ralelismo con la actitud de los hombres de ciencia, que into le preocups siempre, Es en su ensayo de Historiologia 1 corno a Hegel en el que sostiene que “no hay un pensar smal, no hay una Idgica con abstraccién de un objeto ererminado en que se piensa... Hay tantas Iégicas como sgiones objetivas. Segiin esto, es la materia o tema del ensamiento quien, a la par, se constituye en su norma o rincipio. En suma, pensamos con las cosas” *. Y algunos aos después, en 1941, en uno de sus més importantes ¢s- ritos filoséficos, sus Apuntes sobre el pensamiento, Ortega qunciaba, en sus términos més radicales y decisivos, el roblema que desde su misma base se planteaba al pensar: El fisico, el matematico, el Iégico advierten que —por mera vez en ia historia de estas ciencias— en los prin- ipios fundamentales de su construccién tedrica se abren ibitamente simas insondables de problematismo. Esos prin- ipios eran Ja tnica tierra firme en que su operacién inte- ectual se apoyaba, y es precisamente en ellos en los que areca ms inconmovible, no en tal o cual miembro pat- icular de sus organismos tedricos, donde el abismo se anun- .” Ese problema que el pensar encuentra actualmente inte ai, es suscitado por la revelacidn, aparecida en el cam- 0 mismo de la ciencia, de que la Idgica clasica no es exacta ; omnivalente en términos universales. “Cuando se ha que- ‘ido en serio, dice Ortega, construir Iégicamente 1a légica —en la logistica, la légica simbélica y la Iégica matemé- ica— se ha visto que era imposible, se ha descubierto, con spanto, que no hay concepto iiltimo y rigurosamente idén- ico, que no hay juicio del que se pueda asegurar que n0 mplica contradiccién, que hay juicios los cuales no son. ni rerdaderos ni falsos, que hay verdades de las cuales se pue- Obras completas, IV, 538. 66 de demostrar que son indemostrables; por tanto, que hay yerdades ildgicas” *. De este dramatico planteamiento del tema que hace Or- tega nos interesa ahora destacar su consecuencia en el campo epistemol6gico que nos ocupa: la forma légica del pensar que aplica la ciencia natural clasica es una forma condicio- nada histéricamente, basada en un sistema de creencias de- tetminado. Por tanto, no porque no coincida con ella se puede lamar “ilégica” a otra forma del pensar. Y ello nos lleva a concluir que puede haber formas del pensar dife- rentes y tigurosamente légicas, aptas para construir, no menos “racionalmente” nuestro saber de otros objetos —y especificamente de los objetos que nuestra observacién reco- ge de la realidad hist6rica*. En la renovacin actual de la légica hay un nuevo prin- cipio con que opera Ja fisica de los corpasculos y que se llama principio de complementariedad, el cual oftece par- ticular interés al historiador. Enunciado inicialmente por Bohr, podemos formularlo como aquel principio en virtud del cual la realidad no es una cosa que en algunos casos se comporte como si fuera otra, o una tercera cosa que toma uno u otro aspecto, sino que se nos muestra siempre en funcién de un sistema o conjunto; el electrén es par- ticula al atravesar el espacio y onda al atravesar la ma- teria, No entrafia ese principio de complementariedad una de- * Obras completas, V, 520-528. _ Mi colega y amigo’ el profesor R. Lapesa me hablaba en una geasién de una reunién, de. lingtistas y antropélogos en Ja que, s¢ discutié sobre el tema de-que las categorias de la Iogica de Aristé- teles hubieran sido otras si en lugar ‘acl gtiego hubiera sido el chino © el quechua la lengua de: su autor. Hasta tal punto las formas Tégicas dependen de un condicionamiento histérico. at Collingwood, Idea de la naturaleza, p. 177 y ss. Sobre Ia sig- “ién del principio de complementariedad puede verse un intere- Sante capitulo en Ia obra de Oppenheimer ya citada. 67 rogacién del principio de no contradiccién, ni aun siquiera de los otros dos principios de la légica clésica; pero lo que si representa es una matizaci6n y, si se quiere, condiciona- miento de la validez de esos principios, que se aplican en los limites de un sistema. Dentro del globo cerrado ‘de un sis- tema de referencias, aquellos tres principios conservan su vigencia, y con esto es suficiente para que los resultados del conocimiento histérico se plieguen a ellos en el margen de flexibilidad que hay que reconocerles. Se comprenden facilmente las consecuencias que esta nueva forma légica del pensamiento puede tener para la Historia, Mediante ella pueden resolverse, con pleno sen- tido, problemas que segéin una légica clésica parecerfan Ja negacién misma de la ciencia, problemas del tipo de que el feudalismo pueda aparecer como un proceso de descom- posicién o lo veamos como un medio de mantenimiento de ja unidad, o de que la guerra de las Comunidades fuera un movimiento de retroceso o Ilevara en si el germen de la idea moderna del Estado; o de que Rousseau se estime ori- gen del totalitarismo, habiendo inspirado, en cambio, una revolucién liberal. Fijemos nuestra atenciéa en un ejemplo concreto. Pensador de muy aguda visién politica, contem- poraneo de la Revolucién francesa, el inglés Burke inter- pret6 ésta, entre otros aspectos, como un movimiento dis- gregador que amenazaba con la fragmentacién del Estado francés. Es sabido que, sin embargo, la democracia repu- blicana francesa engendré Ia forma més cerrada y compacta de unidad politica conocida hasta entonces: Ja nacién mo- derna. Pues bien, no hay que ver en esto ni propiamente un error de Burke ni una contradicci6n. En casos como est€ no se trata de contradicciones histéricas, sino de comple- mentariedades, las cuales, a su vez, no se presentan sucesi- vamente, sino a un tiempo. De este modo, en el ejemplo que consideramos no podemos resolver Ja dificultad dicien: do que 1a democracia revolucionaria francesa fuera prime: ro disgregadora y més tarde corrigiera esa tendencia, Ile- gendo a significar un puesto nacionalismo centralista y unitario. Desde el primer momento, esa tendencia integra- dora actué con muy especial fuerza, dando lugar, entre otras cosas, a los éxitos de las tropas revolucionarias, Pero también cabe ver que los factores de desunién que introdu- jo no s6lo se manifestaron en amenazas de desmembracién durante los primeros tiempos, segin Burke registrd, sino que en fases avanzadas del moderno nacionalismo agudiz6 ja insolidaridad y la agresividad en Ja politica exterior, y desaté en el interior de los Estados movimientos separatis- tas, al calor de una proclamacién roméntica del principio democratico de las nacionalidades. Por tanto, ni es contra- dictorio ni sucesivo ese aspecto bifronte, integrador-desinte- grador, de Ia forma politica de la nacién moderna; ese doble caracter solo puede interpretarse en virtud del prin- cipio hist6rico de complementariedad. Frente a esto, la indeferenciada, estética y absoluta apli- cacién del principio de no contradiccién a la Historia, ha dado lugar a una dificultad que ha catacterizado hasta re- Gientemente Ja labor historiogrifica y ha contribuido a su descalificacién en cuanto ciencia: me refiero al problema que plantean los ejemplos que acabo de poner, no €s.otro que el del sucesivo fracaso. de los. intentos de llevar a cabo definiciones en el) campo: Historia. Este fracaso empieza por el dela estricta cién de los hechos y se continda con el-no menor pretendidas definiciones de movimientos, formas, ys en general, de toda clase de conceptos prop téricos. Todos sabemos hoy que es. imposible serio una definicién del feudalismo, del. burgu del maquiavelismo, de Ja libertad de imprenta,, ge lismo doctrinario. Para conseguir sobre alguno de estos” fenémenos lo que se pretenderia vanamente lograr con una definicién, no hay més camino que escribir todo un. libro,” 60 por ejemplo, Diez del Corral nog ismo doctrinatio. Ahora bien, seis. ‘ore el liberalismo doctrinario no son. una < movimiento; son Ia explanacién de la plicada a darnos a conocer ese objeto. que todavia hoy mantienen algunos de do de definicién en Historia es insostenible, profunda transformacién epistemoldgica su. s ailtimas décadas por las ciencias. La definicién posible ea las ciencias ideales, pero no en las empiricas y menos en la que por antonomasia puede ser Iamada ciencia de la realidad. A Rodriguez Bachiller le he ofdo decir alguna vez que el matemitico no es alguien que se ocupa en resolver teoremas, sino un imaginativo dedicado a inventar axiomas. Por eso él puede definir. Lo que tiene una consistencia plenamente ideal puede ser definido, mas no lo real. Puede ser definido un triéngulo, mas no Ja Revolucién francesa. En todo caso habrfa que ejecutar tan enérgica operacién de reduccidn, de abstraccién de lo real, para llegar a una férmula de definicién, que serfa uri mero cascarén vacio lo que obtuviéramos al final, inservible para darnos un conocimiento del objeto. Entre algunos americanos se ha reanimado esa vieja ilusién del método de definicién en las ciencias humanas, con el propésito de repetir o imitar en estas los intentos de unificacién terminol6gica universal de algunos naturalistas. Partiendo de que “las discriminaciones sobre el Mamado verdadero sentido de las palabras pueden servir para aclarat la tradicién lingiifstica, pero no arrojan ninguna luz sobre los fenémenos que describen” (Wootton), se sostiene que la definicién conceptual de los términos podria ser objeto de un acuerdo convencional en una conferencia internacio- nal, reclamando la aceptacién por todos. Para ello, y puesto que llegar por otras vias a una cfectiva unanimidad en el acuerdo no parece facil, se propugna el empleo de simbo- 1 liberal: del mé 7 Jos numéricos o algebraicos, al estilo de los que se usan en la clasificacién bibliografica decimal. Pero tan estupenda fautologia, zpuede proporcionarnos un instrumento para llegar a conocer algo? Puede siquiera capacitarnos para ser- virnos de conceptos que han de estar Ilenos de un con- tenido real? FI trabajo historico no puede consistir en definir y cla- sificar de una vez para siempre, estiticamente, en términos absolutos, los hechos histéricos, sino en establecer el sistema de relaciones de un hecho dentro de un campo o de una estructura histérica, Tomemos un ejemplo: en textos me- Gievales encontramos esta conocida formula: “Quod omnes tangit ab omnibus adprobari debet” ; por otra parte, en el Contrato social de Rousseau (III, XV) hallamos esta maxima: “Toute loi que le peuple en personne n'a pas ratifige est nulle.” Segiin una Idgica atributiva o absoluta vendrfan a tener ambas frases, poco més o menos, la mis- ma significacién. Y, sin embargo, es bien sabido que una gran diferencia separa el sentido de una del de la otra. Conocer un hecho histérico no es atribuirle ser una u otra cosa y nada més, sino construitlo en un conjunto de relacio- nes. Esto lleva a consecuencias interesantes respecto al con- cepto histérico fundamental, en torno al cual se articulan todos los demis, el concepto de “hecho histérico”. Qué es un “hecho histérico”? 71 Il La nocién de hecho histérico © necesitamos entretenernos en sostener que la His- toria es una ciencia de hechos y que, por tanto, los problemas referentes a su concepto y método entran de leno en la esfera de los que corresponden al grupo de las ciencias empiricas. “En la Historia los hechos tienen la palabra”, decfa Bauer, y afirmaciones de este tipo se encuen- tran en cuantos se han ocupado de fundamentar nuestra dis- ciplina, positivistas y no positivistas, por cuanto ello cons- tituye el nivel dado del que hay que arrancar. “Su tarea principal, afiade Bauer, la forma el conocimiento de los he- chos. La obtencién de lo real, y solamente esto debe cons- tituir su finalidad” !. : Pero una vez reconocido asi, preguntémonos: ¢Qué es un hecho y especialmente un hecho histérico? Qué es, para la Historia, lo real y-cémo tios es accesible esa instancia de lo real? ¢Qué sentido dar a esa programatica reduccién a “solamente lo real?” Vamos a tratar de penetrar en esta se- tie de cuestiones. . Introduccién al estudio de la Historia (trad. de Garcia de Val- deavellano), pp. 70 y 136. 73 I Pensemos un acontecimiento : Carlos el Calvo estuvo en Quiercy, y declaré alli here. ditarios los beneficios vasalliticos. ¢Cuél es el hecho y qué lo real? Pudo haber estado el emperador franco en Chalong en Autun, y disponer la misma cosa, con lo que esa reali, dad histérica que Mamamos feudalismo se hubieta desen. vuelto quizé de igual manera. En cambio, otros reyes pue. den haber pasado por Quiercy y el hecho no ha tenido consecuencias, es decir, no ha sido un hecho histérico. Recordemos, junto a lo que acabamos de decir, un fa- moso testimonio: “Carlyle ha escrito en alguna parte algo como esto: Solo importa el hecho: Juan sin Tierra pasd por aqui; he aqui Jo que es admirable; he aqui una realidad por Ja cual yo darfa todas las teorfas del mundo.” Y colo- cado en los ant{podas del mundo intelectual, el investigador de la ciencia natural, segan H. Poincaré, comentaria: “Juan sin Tierra ha pasado por aqui; esto me es indiferente, dado que no volveré a pasar mis” * Pues bien, sospechamos que ni en usio ni en otro esti lo que buscamos. Carlyle ‘no’ advierte que eso que é] cree un hecho singular no existe como tal, sino en una compleja red téorica, Es decir, no podria siquiera legar a fijar ese hecho sin la ayuda previa de teorfas, por ejemplo, la de Ja identidad de la persona humana; pero, es mds, una vez establecido el hecho, no tendria valor ninguno si no pudiera engarzarse €2 una interpretacién que, en cuanto tal, es teoria. Indiscutible- mente, no cabe afirmar que el ideal de-la Historia sea 0? cuasi infinito desarrollo de la bibliograffa’ sobre itinerarios, aunque estos sean reales. El paso de Juan sin Tierra 0 4 * La ciencia y la hipétesis, p. 140. 74 cualquier otro personaje por un lugar, si no va ligado al curso del acontecer y lo construimos en su sentido, catece de valor, como no sea para la llamada Historia local, y eso no es Historia, El error de Carlyle no es dificil de enten- der. Pero ¢y el cientifico de que nos habla Poincaré? Con- tra todo lo que parece poderse afirmar segiin el esquema de Ia ciencia clésica, sabemos hoy que estarfa no. menos equi- vocado en su pretensiéa, Y para comprenderlo asi, tenga- mos en cuenta el fatal error que cometeria un ingeniero que, al calcular Ja resistencia de los materiales, no tuviera en cuenta las posibles torsiones que hayan podido sufrir las varillas de hierro de que ha de servirse: A su manera, también una varilla de hierro, no menos que Carlos V, es heredera de su pasado. En cualquier caso, este doble testimonio que hemos re- cogido plantea ante nosotros, insoslayablemente, una cono- cida contraposicién: singularidad ¢ irrepetibilidad, como categorfas a que se atienen los hechos histéricos; generali- dad y repeticiéa, como categorfas de los hechos naturales. ?, cn Revue de Synthese historique, t. XII, 1926, p. 53 y ss. Fb tsa observacién, por tinicos y singulares. La separacién, 4 por lo menos la distincién entre una y otra clase de hechos Ja ponemos nosotros, en virtud del enfoque formal a que lo, sometemos, por tanto, desde el punto de vista de una ac titud interpretativa, tedrica. Si vemos que una piedra cae, podemos enfocar el hecho como algo que puede repetirse Aormalmente —que otras piedras caigan—. Podemos pro. vocar, medir y aun ditigir otras caidas, convirtiendo el he cho en mera base empitica para formular las condiciones de la caida de los graves, con lo que nos mantenemos en el campo de Ia ciencia natural. Pero podemos enfocarlo como el hecho de la caida de una piedra en la cabeza de Enrique I, golpe que le privé de la vida y a Castilla de un rey. En el primer caso, hemos abstraido muchas de las cir- cunstancias concretas en que el hecho se produce, circuns- tancias que, en cambio, se conservan en su mayor parte en el segundo enfoque. En medio quedan otros tipos de coi sideraciones, que eliminan o guardan los detalles en grado y forma diferentes. Siempre hay, ante un hecho, la elimina- cién de unos elementos y la utilizacién de otros. Ciertamen- te, en unos casos el grado de abstraccién es mayor que en otros. Pero ¢dénde esté el limite? ¢Cuando cambia for- malmente nuestra actitud y, en dependencia de ella, cudndo podemos decir de un hecho que lo tomamos como histérico © como natural? En el campo de Ia biologia, por ejemplo, podemos pre~ guntarnos si las caracteristicas comunes o generales, se en- cuentran en lo que propiamente se llama género, o en el grupo, o en Ja especie. Se encuentran ciertamente en uno de esos escalones. En cada escalén hay un.grado de Be neralidad, Pero gqué es eso de especie, por ejemplo? {Qué grado de generalidad es el suyo? Tomando un caso de los botinicos, las amadas bayas silvestres son o una especie 0 un grupo de unas mil quinientas especies diferentes, seaiia el punto de vista que se tome, Esto quiere decir que lo ge- 76 neral esté en ese punto de vista; es a saber, en el grado de abstraccidn que en cada caso operamos. Y un grado de abs- traccién admitimos siempre, porque lo exige la estructura misma del lenguaje. Cuando lamamos rey a Carlos III y también a Carlos IV hemos Uevado a cabo una abstracciéa y hemos alcanzado un gtado de generalidad, y lo mismo cuando decimos Revolucién francesa o simplemente Esta. do espafiol. Se diré que lo que de comin con ottos hechos designan en esos casos las palabras Revolucién o Estado ene reducido a caso particular al afiadirles los adjetivos “francesa” 0 “espafiol”. Pero gacaso estos iiltimos concep- tos designan individualidades, o no son, més bien, conceptos de masa que s6lo mediante un elevado grado de generaliza, ci6n alcanzamos? Leemos en un relato de la guerra de la Independencia la expresi6n “batalla de Bailén” y estamos dispuestos a en- tenderla como mencién de un hecho altamente individual. Sin embargo, la batalla de Bailén esta constituida por los miles de actos de todos los combatientes que en ella parti- ciparon. ¢Es esa multiplicidad de actos lo que hay que co- nocer o Io que aquella expresién nos da? Evidentemente, no. Y nadie se lanzaria a sostener que si n0 se llega al co. nocimiento de cada una de las acciones que forman la “ba- talla de Bailén” no es por una razdn légica, sino por una imperfeccién de la Historia que hoy poseemos. Al contra- rio, entendemos que en su propia estructura Iégica, en tan- f0 que conocimiento, esté la necesidad de renunciar cons- titutivamente a ese grado, que considerariamos absurdo, de éstimacién individualizada, de pormenor inttil ¢ infecundo. Ea cambio, si necesitamos prescindir de esos pormenores, Recesitamos, eso sf, atender a otros hechos que se produje- fon antes o después o al mismo tiempo, pata acabar de en- fender qué fue eso de la batalla que ganara el general Cas- ‘afios. Los hechos naturales los vemos relacionados con aquellos que responden a un pattén comin; los datos his- 77 téricos los vemos relacionados con aquellos otros, diferentes entre si, con Jos que se nos muestran en conexién, El hecho mismo de esa batalla, aislado, cortado de toda otra refeten. cia, no nos diria nada, puesto que necesitamos contemplarlo en la cadena de hechos que lamamos Guerra de la Inde. pendencia. ¢Dénde esté, en el ejemplo anterior, lo individual? ;En Ja cadena “Guerra de Ja Independencia”, en el conjunto “batalla de Bailén” o en las acciones singulares de cada com- batiente? ;Dénde se encuentra esa realidad que admira- ba sobre cualquiera otra Carlyle? Por de pronto, en los hechos histéricos cabe una forma diferente, segin los casos, de individualidad. Se ha dicho que esta se da unas veces en la unidad aislada y otras veces en un grupo de hechos. Bajo la inspiracién del positivismo se ha ido a fijar Ja atencién en estos hechos constituidos por una multiplicidad, por la razén de que dandose en ellos un cierto grado de abstraccién y, al parecer, de genera- lidad, parecian aproximarse més al ideal de la ciencia po- sitiva y, sin embargo, conservaban atin cierto caracter if- dividual. Son los lamados hechos colectivos. Beuer plantea este problema en torno a Ja presencia, en el acontecer, del individuo humano, de la personalidad, cayo papel exalta. Segin ello, en la Historia habria he- chos de masas, hechos realizados por un amplio grupo de participantes y hechos cuyo sujeto es el individuo. Pero esos conceptos de individuo y masa, como términos perfec- tamente aislables y definibles, no se pueden hoy mantenet en el campo de la experiencia. Los hechos de un individuo no son aislables, porque él mismo, como sujeto, no lo €s: sus actos son respuestas a un contorno, eliminado el cual aquellos nos serian incomprensibles. A su vez, el hecho de tun grupo, en el encadenamiento del acontecer humano, ‘se individualiza, se especifica en una significacién singular. Sobre Ia base de esa distincién, impropia para el enfo- | que historico, de hechos calectivos e individuales, Baues Hegaba a sostener que en determinadas épocas —eminente. mente, en la Historia moderna— predominaban los segun. dos, mientras que habia etapas de la Historia, sin nombres, como Ja Historia primitiva del hombre, e incluso ramas de Ja Historia, sin ellos, como la historia de Ia economia © Ia del lenguaje, Observemos, frente a esto, que en el caso de la Historia primitiva se trata de una imperfecci6n, de una ignorancia: el pintor de Altamira no tiene nombre porque no lo conocemos. En el caso de la historia del lenguaje o de la economia baste con recordar los nombres de Cervantes o de Marx. Fijémonos en que Bauer se basa en una confusién: en Ja Historia una accién de masas pue- de ser plenamente individual; por ejemplo, toma de la Bastilla. En cambio, la accién de una personalidad, si la abstraemos suficientemente como para salinos del campo de Ja Historia, puede tomar un cardcter general o por lo menos tipico: as{ el amor de Nelson por lady Hamilton. Es mis, el hecho exclusivamente realizado por una per- sonalidad no es Historia; es una pura abstraccién. El hecho individual, absolutamente entendido, como hecho que em-_ pieza y acaba en el gesto de un actor, ni es un hecho real ni se puede dar en la Historia. Y porque no es Historia; la Historia no lo puede entender. Coincidiendo con este nues- to punto de vista, en un libro reciente ha escrito’ E. Kah- ler: “La Historia, de acuerdo con esto, empieza en la esfera de lo supraindividual 0, mejor, lo supraprivado; en el nie vel de los grupos, de las instituciones, de los pueblos.” ? Esto iiltimo, es decir, que el hecho aislado de un indivi: : duo no es comprensible para la Historia, es algo que el Propio Bauer vio en parte; pero, claro esté, sin caer en la cuenta de lo’ que tenia ante los ojos, y por eso le fue bus- — “bis The meaning of History, New York, 1964; hay traduccién “Spafiola, México, 1966 (ver cita en sup. 22). ado una razén muy diferente de la que tiene. Segtin Bauer ‘alta que los fendmenos colectivos son extraordinariamen. més accesibles a la explicacién causal que los hechos dividuales, Esta estupenda observacién de Bauer, sin que te se diera cuenta, colocaba a la Historia en una situacién ray desairada, Porque de todo ello resulta que la Historia, sr una parte, es eminentemente el saber de los hechos dividuales; pero resulta también que aquello de lo que dia darnos raz6n eran justamente los hechos colectivos, 0 €s, os hechos que no son tan propios de ella, Dice Bauer, en relaci6n con Jo anterior, que es més fa- | hallar explicaci6n a la decadencia de Roma que no al echo de que Antonio se quedara en Egipto y no regresara » seguida a Roma tras la muerte de César. Segin él, ello » debe a que en el primer caso tenemos el resultado de na accién de masas; en el segundo, de una psicologia in- ividual. Pero esto no es solo ast: en el primer caso, la ecadencia de Roma es un encadenamiento de hechos po- ticos y econdmicos que no se puede, sin més, decir que ean obra de una masa anénima, hechos que tienen por ac- ores nombres conocidos o que pueden conocerse (no es sible, por ejemplo, tratar de la decadencia del Imperio in referirse a las reformas de Diocleciano); en el segundo aso, puede tratarse de factores psicolégicos andlogos a los ue mueven las pasiones de millones de hombres. Y se nos curre pensar que probablemente para un psicélogo la di- cultad seria inversa a la que confesaba el historiador auer: para aquel seria més accesible la raz6n de Ja per- nanencia en Egipto de Antonio que no el proceso de la ecadencia del Imperio romano. Pienso, en consecuencia, que Ja razén de esa embarazosa bservacién de Bauer esté en que lo propio de la Historia, > que Ja Historia puede darnos a conocer desde su punto e vista, no son hechos de individuos aislados, ni hechos bsolutamente individuales, sueltos, sino encadenamientos, an conjuntos de hechos, es decir estructuras configuradas de un modo o de otto’, Y en cierta medida, esos hechos colec- tivos —y, sobre todo, cuando se conciben estos con tal amplitud que se puede llamar un hecho colectivo a un en- cadenamiento tan complejo como la decadencia de Roma— esos hechos colectivos, digo, nos ofrecen ya, con mayor 0 menor totalidad, verdaderas conexiones de hechos. De las posibles diferencias en los hechos humanos —co- Jectivos o personales— tendrin que dar cuenta la psicolo- gfa 0 Ia sociologia, o tal vez otras ramas de la investigacién para la Historia, si bien tiene que tomar en consideracién Jas conclusiones a que aquellas Ileguen, en definitiva vienen a tener el mismo sentido. Bien sea una accién unipersonal © bien sea una accibn colectiva, ante la Historia importan en cuanto datos para un conocimiento individual —béstenos, por el momento, Ilamarlo asi, “individual”—. No son, en absoluto, conceptos equivalentes, “hecho individual” y “he- cho de un individuo”, ni tampoco “hecho colectivo”, y “serie de hechos”, 0 mejor hechos de un grupo 0 grupo de hechos de caracteres conexos. Y el criterio para dife- renciarlos, lejos de lo que parece desprenderse de algunos autores, no esta en que sean obra de uno solo o de mu- chos, sino en que los tomemos, abstrayendo otros aspec- tos, en aquello en que se semejan a otros hechos, 0 los tomemos en aquello en que, siendo diferentes, se conec: tan con otros hechos distintos, configurando una peculiar estructura histérica, cuyo sentido de conjunto es singular, individual, oe La Historia, se ha dicho una y otra veZ ¢ la ciencia de lo individual —si es que puede aceptarse una ciencia de i i ia ni yulu- «Nien Ia permanencia de lo que no cambia ni en Ie mera P decid ie ia eee palaces, se encuentra la, materia histéric, ob serve tambien ‘Kahler, sino en los encadenamientos de, heche®, i aparecen dotados de continuidad y coherencia (ver Ob. cits P- 19): 81 ello—. Lo general corresponderfa, en los actos humanos, a la psicologia social, a ciertas ditecciones de Ia sociolo. gia. Y como el caso es que, conservindose bajo el peso de la tradicién que sujeta al pensamiento europeo desde Aris. toteles, segén la cual no hay ciencia mas que de lo gene. ral, se seguia estimando que de lo que de individual hay en los hechos no cabe conocimiento cientifico, no habla mds remedio que concluir reduciendo la Historia a un in. definible arte sintetizador 0 a una mera “técnica de la documentacién”, en virtud de Ia cual aquella solo puede dedicarse a reunir el material de observacién para la sin- tesis socioldgica, la ley psicolégica, 0, en ciertos autores, la interpretacién filoséfica*™®. Con ello, la Historia no es mds que o mera aarracién literaria o el conjunto de una serie de técnicas —Paleografia, Numismatica, Epigrafia, Axchivistica, etc, etc— de cuya servidumbre apenas si puede librarse. En rigor, esto derivaba de una equivoca- cidn acerca de lo que quiere decir “ciencia de hechos”, no cayendo en la cuenta de lo que en cualquier ciencia em- pitica hay de interpretacién tedrica, puesta por el cienti- fico; més particularmente, derivaba de un error acerca de lo que puede querer decir “ciencia ‘de hechos individuales”, y, en diltimo término, de lo que significa el cardcter indi- vidual que se postula de los hechos histéricos. Ranke, el autor que formulé como programa de la histo- Fiografia el maximo respeto a los hechos, esctibié ciezta- mente, al empezar su estudio sobre la Monarquia espafiola, “en lo primero en que se posa la mirada del hombre con afanosa curiosidad es en el detalle, en lo particular” 5; pero “is | Philippe, «L’histoize dans ses rapports avec Ja Sociologie et la Philosophie», en el vol. L’homme et Vbistoire, Actes du VI Congrés des, Societés ‘de Philosophie de langue frangaisen, 1952, . 5 textos citados pertencccn a diferentes escritos reunides cn cl vol. Pueblos y estados en la Historia moderna; ver pp. 276, 69 y 518, respectivamente. también sostuvo, en su importante estudio sobre las grandes potencias, que “lo particular envuelve siempre algo gene- ral..., no debe desecharse jamés la aspiracién de remontarse a una mirada de conjunto situandose en un punto de vista libre desde el que pueda abarcarse Ia totalidad del panora- ma”. Aun involuntariamente, esa vision de conjunto se impone sobre las observaciones aisladas. Y en unos papeles pdéstumos sobre el problema de la relacién de Ja Historia con la Filosoffa —ya la comprobacién de que Ranke se viera necesitado de plantearse este problema es reveladora— confiesa: “hay que decir también que yerran los historia- dores que s6lo ven en Ja Historia una inmensa amalgama de hechos retenidos en la memoria... A mi me parece que Ia Historia, en el sentido perfecto de la palabra, puede y debe remontarse por caminos propios de la investigacién y el examen de lo concreto hasta una concepcién general de lo acaecido, hasta el conocimiento de su trabaz6n ob- jetiva”. Concepcién general de lo acaecido, trabazén obje- tiva: es una visién que queda muy por encima de le mera pululaciéa de los hechos. : No deja de tener especial interés descubrir en Meyer una _ conclusién semejante. Para este, Ja realidad, como manan- tial de hechos histéricos, es inagotable y no tiene sentido: pretender abarcarla por entero. El historiador ha de ponerse limites a su labor de captar hechos individuales. Debe te ner en cuenta que “de Jo que se trata es de captar ducir Ja imagen de la marcha de las cosas em sie comin las pinceladas de detalle solo interesan en cuanto ayudan @ trazar Ja imagen total”. Tal vez sorprendido de haberse dejado arrastrar por la razén de la Historia, hasta — como objeto de fa misma, una tan manifiesta “generalidad” © “totalidad” como es esa “marcha de Jas cosas en su con- junto”, Meyer vuelve sobre su concesion y, conxradiciéadoes afirma que lo general en Historia es secundario y, lo a S més absurdo, “negativo” 0 “restrictivo”, de manera qi solo Jo individual es contenido propio y ocupacién de aque- Hla, Pero ahi queda el reconocimiento de que Ia imagen total de la marcha de las cosas ¢s lo que tiene que darnos el co- nocimiento histérico § IL De una manera absoluta no hay ciencia que Jo sea solo de lo general, ni solo de lo estrictamente individual, La Historia conserva més de lo individual que la ciencia fisica y aun que otras intermedias, Pero gen qué consiste ese imas y como se nos da en la Historia? Por de pronto se nos da relativamente. No podemos pensar en Francisco de Vi- roria sin verlo como “ua escolistico”, “del siglo xvi", “espaiiol”, conceptos todos estos que poseea un cierto gra- do y aun un grado muy elevado de generalidad. Si queremos entrar a explicar su pensamiento lo haremos sirviéndonos no menos de conceptos de individualidad relativa —“dere- cho divino”, “poder”, “sepiblica”, “guerra justa”, “in- dios”, etc—. Aron ha sefialado agudamente lo que hay de individual relative en los conceptos que nos da el conoci- miento histérico, cuando definimos, por ejemplo, el “cam- pesino aleman del siglo xv"’. En cierta forma, estamos ante generalizaciones relativas —llamémoslas asi provisio- * Estas referencias a E. Meyer y las que aparezcan mis adelante il mismo autor remiten a su estudio «Sobre la teoria y la metodo- jogia de la Historia», publicado en el vol. del autor El bistoriador y ta Historia antigua, Méjico, 1955. Sobre lo dicho en el texto ad- virtamos que para Meyer ni lo caracteristico ni personal por si tienen sportancia para la Historia, sino en cuanto aleanzan un necesatio lieve, y por eso, finalmente, pata Meyer, postulador de la Historia mo un conocimiento més o menos artisticamente desenvuelto iquello que acontece en el dominio del azar, del libre albedrfo y je Ja individualidad, resulta que Ja biografia no es historia. Introduction a la philosophie de VHistoire. Essai sur les limi- es de Vobjectivite historique, Paris, 1948, p. 124. 84 nalmente— que son necesarias en el trabajo del historiador y sobre las que Monod, un valioso historiador francés de la Zpoca del positivismo, hacia una interesante observacién : “por muy paraddjica que esta afirmacién parezca al pronto, Jas generalizaciones en Historia ofrecen con frecuencia mas verdad y certidumbre que los detalles mismos que les sit- yen de base” *, Es sumamente curioso observar esto: Monod, desde el positivismo, sostiene que las generalizaciones en Historia ofrecen con frecuencia més verdad; recordemos que antes Yimos afirmar a Bauer que Jos hechos colectivos, es decir, hechos enunciados segiin una cierta generalizaci6n, son més accesibles a la explicaci6n histérica. Extrafia antinomia esta que agarrota el desarrollo de la Historia y que hace de la misma un saber capaz tan solo de saber mejor aquello que justamente no es su més privativo objeto: es decir, las llamadas generalizaciones y no los datos individuales —y menos los pormenores personales—. Lo que dificilmente podemos comprender hoy, desde el nivel actual de la Teo- ria de la ciencia, es que esa comprobacién, tan claramente formulada por Monod, por Bauer, por tantos otros, no tu- viera fuerza suficiente para hacer ver que lo que sucede es que lo propio de la Historia no es el detalle, sino esas mal Ilamadas generalizaciones. Y digo mal llamadas generali- zaciones porque no se trata de enunciados de base inductiva, sobre series de fenémenos semejantes, cuyos aspectos comu- nes se enuncien en conceptos generales, sino de articulacio- nes entre una multiplicidad de datos, algunos quiz seme- jantes y los mas diferentes, que forman un encadenamiento, un: conjunto. Y es en esos conjuntos que engloban un gran niimeto de datos donde, lejos de descubrir una generaliza- cién, hallamos lo individual que caracteriza el objeto de la Es interesante ver su art.

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