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El aprendiz de historiador y el maestro-brujo Pore eet eco M ees EG entice ke Ul air WA Eells Amorrortu editores De Piera Aulagnier en esta biblioteca La violencia de Ja interpretacién El aprendiz de historiador y el maestro-brujo Del discurso identificante § aldiscurso delirante ~ Piera Aulagnier ¢ Amorrortu editores $} Buenos Aires - Madrid © Biblioteca de psicologia y psicoandlisis i weg, ae Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky A todos los que me han demandadbo y permitido oir Lapprenti-historien et le mattre-sorcier, Du diacours identifiant au discours su historia. délirant, Piera Aulagnier © Presses Universitaires de France, 1984 - Primera edicién en castellano, 1986; primera reimpresién, 1992; segunda % reimpresién, 1997; tercera reimpresién, 2003 j ‘Traduccién, José Luis Etcheverry La reproduccién total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecénico, electrénico o informatico, incluyendo foto- & copia, grabacién, digitalizacién o cualquier sistema de almacenamiento y re- euperacién de informacién, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. : © Todos los derechos de la edicién en castellano reservados por Amorrortu editores S. A., Paraguay 1225, Prise (1057) Buenos Aires www.amorrortueditores.com : Amorrortu editores Espafia SL CVelazquez, 117 - 6° izqda, - 28006 Madrid - Espafia Queda hecho el depésito que previene Ja ley n° 11.723 Industria argentina. Made in Argentina ISBN 950-518-481-6 . . ISBN 2-13-038600-8, Paris, edicién original ~ 150.195 —Aulagnier, Piera AUL El aprendiz de historiador y el maestro-brojo.- 1" ed. 3* reimp. ~ Buenos Aires ; Amorrortu, 2003. 272 p, ; 23x14 cm.~ (Biblioteca de psicologia y psicoandlisis) Traduccién de: José Luis Etcheverry ISBN 950-518-481-6 I. Titulo, - 1, Psicoandlisis Impreso en los Talleres Graficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en octubre de 2003, ‘Tirada de esta edici6n: 1.500 ejemplares, Indice general 1 1B 51 bl 56 95 107 186 149 149 67 168 168 178 187 189 194 196 205 Agradecimientos Introduccion Primera parte. Historias llenas de silencio y de furor 1. Philippe o una infancia sin historia A. El marco de los primeros encuentros B. Las cuatro versiones de la historia de Philippe C. A la escucha de Philippe D. Hacia una nueva version E. Una respuesta provisional 2. Odette y su memoria A. La demanda de Odette ' B. La historia de la infancia 3. Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura A. Las entrevistas preliminares B. La apertura de ta partida en la psicosis Segunda parte. Una historia llena de interrogantes 1. Historiadores en busca de pruebas Dos notas de pie de pagina 2. Un discurso en el lugar del «infans» (Ty) — T;) 8. El concepto de potencialidad y el efecto de encuentro 225 227 244 Conclusion. Cuando la fiecién anticipa a. la. teoria 1. Un precursor del double-bind: Orwell y el mecanismo del pensamiento doble 2. El peor de los mundos Agradecimientos } En el curso de los meses que dediqué a escribir este libro, tuve muy presentes algunas lecturas, recientes y no tanto. Sobre todo, el ultimo libro de Joyce McDougall, Théatres du Je (Gallimard, 1982), y los cambios de ideas tan amistosos que hemos tenido; el libro de Eugéne Enriquez, De la horde a [Etat (Gallimard, 1983), y su andlisis del espacio social; los tra- bajos de Maurice Dayan, que aleanzaron expresién en su tesis de doctorado Inconscient et réalité (de préxima publicacién); la obra de Serge Viderman, confirmacién anticipada del andlisis como construccion de una historia nueva (La construction de Pespace analytique, Denoél, 1970; Le céleste et le sublunaire, PUF, 1977). : Quiero agregar por ultimo, para los participantes del grupo de investigacion de los lunes por la noche, cuan vivificantes me resultan sus aportes, y ello desde hace ya muchos afios. Desde luego que la lista es incompleta, pero es lo propio de toda enumeracion de este tipo. 11 Introduccion " Los aprendices de historiador y el maestro-brujo Mas pasa el tiempo, y m4s me-convenzo de que las cuestio- nes que privilegiamos por veces en nuestro itinerario teérico, si de buena fe creemos que nos vienen determinadas por la importancia que ha cobrado cierto fenémeno clinico, cierta lec- tura nueva, en realidad con ellas no hacemos mas que retomar, en otras formas, lo que yo lamaria las «cuestiones furidamen- tales» propias de cada analista. Puede que ellas designen el punto conjugado de resistencia y de fascinacién que singulariza la relacion de ese analista con la teoria analitica. No menos convencida estoy de la importancia de las lecciones que la clini- ca nos dicta, muchas veces en forma de fracaso, asi como de la necesidad de mantenernos receptivos a lo que otros descubren y ofrecen a nuestro pensamiento. Sin embargo, cada analista —lo prueban los eseritos— privilegiar4 en sus aportes teéricos y en su experiencia clinica los elementos que puedan permitirle profundizar en sus «cuestiones fundamentales». El propio Freud, a quien empero se debe el descubrimiento de la totali- dad de nuestros conceptos, no es una excepcién a esto. Una lectura de sus escritos clinicos no deja duda alguna sobre el papel privilegiado que otorga a la cuestién del padre y a la problematica de la angustia de castracién. La insistencia repe- titiva de las mismas interrogaciones no vuelve al analista, al nienos asi lo espero, sordo y ciego a la complejidad del campo teérico y clinico, pero si explica por qué la problematica del narcisismo, del duelo, dela relacién con el cuerpo, del complejo de Edipo, de Ja relaci6n oral, perseguidora... habra de ocupar un puesto de predileccién en la reflexién teérica de los autores y sobre todo en su escucha e interpretacién del hecho clinico. De ali la exigencia de estudiar solicitamente la obra de los demas a fin de protegernos en parte de un interés selectivo que pudiera amputar el capital teérico de que dispusiéramos, y en esa misma medida menoscabar la pertinencia de nuestro itinerario clinico. 13 Por lo que a mi toca, tengo la impresién de que, desde mis § primeros escritos a esté texto, dos cuestiones aparecen siempre % en filigrana: . a. La-funcién del yo LJe]* como constructor que jamas des- cansa, e inventor, si es necesario, de una historia libidinal dela que extrae las causas que le hacen parecer razonables y acep- 3 tables las exigencias de las duras realidades con las que le es. preciso cohabitar: el mundo exterior y ese mundo psiquico que, # en buena parte, permanece ignoto para él. ‘ b. La relacién entre esta funcién de historiador, propia del yo, su pesquisa causal (0 ese «afan de causalidad», para reto-. 3 mar una expresién de Cassirer que cito con frecuencia) y una teoria y un método, los nuestros, que privilegian-la busca y el ¥ develamiento de un nuevo tipo de causalidad y los «beneficios # primarios» que de esto puede esperar el yo. 4 Mi esperanza de hallar respuestas puede que tenga alguna @ relacién con la de imponer limites a mi tendencia «natural» are- lativizar todo discurso que pretenda decirme en qué consisten Ja realidad y la verdad, tendencia que explica mi entusiasmo ju- venil y persistente por Pirandello, La formula A cada cual su verdad es hermosisimo titulo para una pieza teatral igualmen- 4 te bella. Pero desde mi posicién de analista no podria conver- tirla en mi divisa sin tener la sensacién de incurrir en un abuso de poder, que no puedo ni quiero aceptar, sobre el pensamien- § to de los demas. Pero si este deseo de aleanzar certidumbres trabaja en todo «pensante», si puede llevar al sujeto a ese ase- sinato de su pensamiento perpetrado por su alienacién a un 4 dogma inmutable e intocable, elsujeto puede obteneresemismo § fin escogiendo una via en apariencia antinémica: afirmar que la verdad no es otra cosa que un error todavia no reconocido co- mo tal, al que habra de remplazar un error nuevo, y esto en una repeticién sin término. Aceptado ello, los conceptos de teoria, de {4bula, de mito, de ilusién, de verdad se vuelven equi- j valentes. Tratese del andlisis o de cualquier otra disciplina, no hay verdad definitiva,.como tampoco puede existir una histo- ria del conocimiento que permitiera predecir hacia qué descu- brimientos, benéficos.o catastréficos, nos lleva ese movimien- ¥ to. Pero a la inversa, existen construcciones teéricas que los autores han aceptado someter a la prueba de la «durarealidad» * [Con mimiscula en todo este libro; en cambio, con maytiscula el Yo ins- tancia en el sentido de Ja segunda tépica freudiana (Moi). (N. del T.)} 14 , de los hechos, y otras que se parecen mucho a esos fragiles decorados de teatro. que se cambian segtin la escena represen- tada y, todavia mas, segun las presunciones acerca de los gus- tos de los espectadores de quienes depende el éxito de la pieza. Me inclinaria a comparar nuestra teoria con una historia de Ja ontogénesis del deseo, y a relacién analitiea, con un encuen- tro entre un analista historiador, que posee su versién de esa ” ontogénesis, e historiadores profanos que defienden cada uno Ja suya: estos se consideran duefios de una versién exhaustiva merced a su creencia en una identidad espacial y temporal en- tre el yo y la totalidad de la psique. En biologia, la ontogéne- sis trata del desarrollo del individuo desde la fecundacién del huevo hasta el estadio final de su desarrollo. En andlisis, la ontogénesis trata de los deseos‘(de las causas) por los que un huevo pudo ser fecundado, y de las consecuencias que traen en el entero devenir de ese en él mismo Ja accién de sus afectos, de «pensar» lo que lo trabaja. Su defensa consistira en este caso en «analizar» (dos veces entre comillas habria que poner el término) las razones de su vivenciar, de sus pensa- mientos, de sus afectos, para lo cual apelara a causalidades, a 5 Estos permite afirmar que to- 7 Digo concepeién, no teoria, En efecto, este segundo término, aun —y di- via: sobre todo— cuando uno se refiere a las teorias sexuales infantiles, slo tiene derecho de ciudadania porque Jos tedricos acuerdan valor universal a los postulados sustentados. 29 das las francesas se representen como Policias en su inconeien- te. Cuando Jo oido nos enfrenta alo excepcional, a lo no-todavia- encontrado, tenemos que bendecir nuestra suerte, pero tam- bién refrenar nuestras tendencias a crear nuevas entidades no- 4 sograficas o nuevos conceptos de valor universal. Bendecir # nuestra suerte porque, justamente, relacionar lo excepcional # con Jo cotidiano de nuestra practica es lo que puede permitir- Nos enriquecer conocimientos ya «familiares»; y refrenar una 4 ambicién tedrica que se anticipara a una correcta toma de co-. 4 nocimiento del fenémeno encontrado. Por eso en el andlisis que propongo del papel que desempefian esas «concepciones secre- tas» he privilegiado aquellas cuya ‘frecuencia y similitud més me han impresionado: las concepciones que se refieren al cuer- po, a menudo de manera privilegiada al funcionamiento sexual q y a la reproduccién (lo que puede desembocar en una convic- 4 ‘eién igualmente particular atinente a veces a Ja filiacién en el a sentido amplio del término, a veces a la razén de tal o cual § parecido y a la significacién que habria que atribuirle). 4 EQué se puede decir de Jas fuentes y de la funcién de esas 4 certidumbres «extrafias»? . 3 En ciertos casos remiten a algo ya-oido en el discurso man- tenido por los padres. Uno tiene la sensacién de la existencia 4 de una «concepcidn familiar» sobre el funcionamiento psicoso- 4 ‘matico, propia de los miembros que componen esta familia y ‘ aun de sus ascendientes directos. El nifio ha hecho suyos, sinla 7 menor critica, ciertos enuneiados del discurso mantenido sobre a las condiciones necesarias para la vida del cuerpo. Se comprue- ba también que esos enunciados privilegian a menudo expre- : siones metaféricas (tener el corazon lento, comerse el higado, @ quebrarse la cabeza...), y que la dimensién metaforica desa- 4 parece cuando el nifio hace suyo el enuneiado, aunque tal vez 4 ya estaba ausente del discurso parental. Daré un primer ejem- % plo. Habia quedado yo mas que sorprendida oyendoaunode mis 3 pacientes, médico de reputacién internacional yquenopresen- ¥ taba el menor trastorno psicético, explicarme la relacion que | _ existia entre su sistema digestivo, su sistema circulatorio, su § sexualidad y la presencia o la ausencia de su capacidad de fe- cundacién. Asombro que habia reforzado una hipotesis presen- 3 teen mi espiritu desde hacia cierto tiempo. Cada vez que un contratiempo profesional, sexual, relacional surgia en su vida, 4 este sefior ine lo comunicaba recurriendo infaltablemente a la formula: «No soportaré el golpe si sigo haciéndome tanta mala 30 sangre» [sang d’encre; palabra por palabra: sangre de tinta], «Ellos quieren que. yo me haga mala sangre, esto se vuelve-— intolerable», «Si esto contimia, les haré hacer una mala sangre * “de la que no se olvidaran». Ante la repeticién de esa frase, yo me habia formulado esta hipotesis: un primer y olvidado «me haces hacer mala sangre» habia debido de ser pronunciado por la madre® a raiz de una vivencia particularmente cargada de afecto para este nifio, Lo que en el-discurgo materno acaso sélo era una metafora, pudo * ger oido por el nifio como una acusacién tan definida cuanto realizada: por causa de él, la sangre de su madre se habia tras- formado en un liquido negro y mortifero. La comunicacién de esta hipétesis a mi paciente no aporté verificacién alguna: su madre habia muerto cuando él tenia unos doce afios, y no con- servaba recuerdo alguno preciso del contenido de los repro- ches que ella pudo hacerle. Pero, ala inversa, su eficacia inter- pretativa fue indudable: inauguré un discurso sobre su relacién con el cuerpo y con la «sangre mala» (en el sentido no metafé- - rico) que le habia legado su padre; y el hecho de poder hablar de esa «sangre mala» heredada, lazo de vida y de muerte entre él y el padre, sefialé un giro decisivo en su andlisis. Los dos ejemplos clinicos con que remataré esta introduc- cion ilustraran otras consecuencias del mecanismo de interpe- netraci6n entre un fantasma inconciente y un enunciddo identi- ficante, consecuencias que rebasan la simple preservacién de uma «eoncepcién» extrafia que, por su parte, puede coexistir ' . eon una actividad psiquica y una economia libidinal no mas difi- cultadas que las observables en cualquier neurosis, y aun qui- zag en todo sujeto. Mi paciente no cree, cultura obliga, que los contratiempos trasformen la sangre en tinta, pero en cambio sabe que todo contratiempo tiene una repercusi6n sobre el exceso o la ausen- cia de apetito: comer demasiado o demasiado poco determinara una mala digestién, la mala digestin tiene un efecto peligroso sobre la cireulacién cerebral y periférica; la consecuencia sera ‘un desequilibrio de su hematopoyesis, una «sangre mala» que amenaza volverlo estéril-y, a plazo mas largo, poner en peligro su vida. El trabajo analitico le permitiré comprender qué *san- gre mala» amenazaba prohibirle la funcién paterna, a qué pa-- dre temia haberla robado. 8 A causa de la guerra habia vivido solo con su madre sus primeros avios. 81 A partir del andlisis de algunos fenémenos aparentemente § afines al que acabo de referir, aunque menos anodinos en sus 4 efectos, he llegado a entenderlos como la consecuencia de un acontecimiento psiquico particular: un efecto de interpenetra- | eién entre un enunciado de valor identificante, pronunciado ? por una voz particularmente investida, y la vivencia emocional “4 del nifio en el momento en que lo oye; en el momento en que, yo 3 diria, «queda impresionado». E fantasma inconciente,, soporte y causa del exceso de emocién que experimenta el nifio, puede formar parte de algo ya-reprimido que retorna, o de un fan- tasma que acaso fue reprimido secundariamente. Creo como Freud que el mecanismo de la represién se termina con la «de- clinacién» de la vida infantil, pero antes de esa declinacién el 4 retorno de una representacién reprimida no implica que el yo § no pueda reexcluirla de su espacio. En nuestro ultimo capitulo se vera que la organizaci6n de un espacio de loreprimido, como ‘#f Ja organizacién de un espacio de pensamiento separado, son el resultado de una larga négociacion entre la instancia represora q j y las aspiraciones pulsionales, entre lo reprimido, lo que de ahi : periédicamente retorna, su reexclusién... En los fenémenos que aqui analizamos nos enfrentamos ala 4 accion de algo particularmente no-reprimible. La representa- 4 cién fantasmatica ha encontrado, en un enunciado que devela al yo una posicién identificatoria acorde a la ocupada por el 4 deseante en el fantasma, un identificado* sobre el cual se des- plaza, sin resto, sin modificacién, el afecto que acompaiia a la representacién fantasmatica. El enunciado identificatorio hace reflexién en la representacién fantasmatica y vuelve inoperan- 3 te el trabajo de modificacién, de relativizacién, inherente al @ paso del afecto, que es propio del fantasma, al sentimiento, g que es resultado de ese trabajo de dacién de sentido, de «pues- ta en sentido», operado por el yo. Desde ese momento el enun- ; ciado como soporte del afecto preserva a este su intensidad y su cualidad. Ademas la representacién ideica hace suya la le- yenda «corporal» del fantasma; dentro de esta hipétesis que sugerimos, la formula de la mala sangre, «sangre de tinta>, no : habria sido oida por el yo como una metafora, sino comio la } descripcién de algo visto. Un cuerpo pasa a ser el continente de un liquido negro, mortifero, un yo se identifica en el tiempo de } Ja enunciacién con un deseante responsable de esa metamorfo- j sis, experiencias puntuales ciertamente muy frecuentes. * [Sustantivado a semejanza, por ej., de «significado». (NV. del T.)] * Bn ciertos casos la particularidad de una problematica psi- quica sera responsable de los efectos diraderos, aun de bola de nieve, de esa interpenetracion entre un fantasma y um enun- dado identificatorio; en otros, lo sera.sobre todo Ja particulari- . dad de Ja experiencia vivida por el nifio en el momento del encuentro fantasma-enunciado. En ciertos sujetos, los efectos sistentes y nefastos de estos fendmenos dependen del ya- ahi-de heridas mal cicatrizadas, de trabas en el funcionamiento del pensamiento, presentes antes que apareciera este fenéme- no de colusién, y cuya accién se asemeja entonces a la del aprés- coup [posterioridad]. En otros casos todavia, este fenémenono obedece a otra razén que al exceso de afecto presente en el momento del encuentro entre el vivenciar del nifio y la formu- lacién del enunciado, Exceso que ataiie por igual a la reaccién del nifio frente a un acontecimiento y al exceso de violencia, de ira, de amenaza que ha oido (aun proyectado) en la voz. que comenta au rol o sureaccién ante el acontecimiento® Cualquie- ra que sea la causa responsable de este fendmeno, las conse- 9 En el registro de la psicosis, yo habia insistido en Ja funcidn psicotizante de un inedio familiar que impone al nifio trabajos psiquicos de manera muy precoz o en condiciones que exceden de sus capacidades de respuesta y de defensa. Habia discernido en esas experiencia «trauméaticas» las condiciones necesarias, pero rio suficientes, para la instalacién de una potenclalidad psicd- tica o el estallido de una psicosis infantil. Mi posterior reflexion me ha hecho mas prudente: es indudable que ciertos acontecimientas tienen un poder facili- tador y obran como inductores de esos dos-destinos del funcionamiento pai- quico, pero ya no diria hoy que su presencia es necegaria. Esti en el poder de la psique infantil interpretar ciertos acontecimientos de manera de dotarlos de una accién psicotizante que «en si» no tenian, y religar otros acontecimientos a interpretaciones causales que le permiten desactivar el poder psicotizante que poseian.'Posicién esta que, a mi parecer, no relega el interés que es preciso conceder a la realidad historica y a las consecuencias que trae para la organi- zacién de nuestra economia psiquiea, Araiz del proceso originario y de sus representaciones pictograficas, que signan el nacimiento de la vida psiquica, yo habfa insistido en el préstamo que se toma del modelo somitico (del modelo sensorial) en la figuracién del abjeto- zona complementario. Habida cuenta de las indispensables modificaciones, uno puede extrapolar Ja presencia y las consecuencias de este préstamo al conjunto de la actividad de representacién (pictografica, fantasmiatica e ideica), y sos; tener que es de la realidad de los acontecimientos encontrados, siémpre que se revelan fuente y causa de afectos, de donde la psique toma prestados los mate- riales que se supone dan razén de la historia que ella vive y que el yo escribe. La tarea det escritor lo obligaré a hacetse capaz de reflezionar sobre el buen fundamento o el error del préstamo, de reconsiderar la ligazén que él esta- blece entre el acontecimiento y su vivenciar paiquico, de reservarse, en la eleccién de sus causalidades, cierta movilidad, la posibilidad de dudar, de re- formular el juicio. Sélo con esa condicién podré modificar la causa a que 33 euencias que produce no son idénticas. En la mayoria de los’ sujetos, la posicion identificatoria que han pasado a ocupar en _ el tiempo de la enunciacién persistiré en estado de «quistexg entre el conjunto de identificados a disposicién del yo, de laf historia que el yo construye desu pasado, de Ja que imagina’™ para su futuro. Salvo momentos o situaciones excepcionales, el yo podra dejar fuera de campo la posicién identificatoria e1 que el enunciado lo habia estampado, apoyarse en un conjunt de otros indicadores para llevar a buen término su proces: identificatorio y la «gestién» de su capital libidinal. Muy diferentes son las cosas para el sujeto y para su itinera- rio analitico cuando esa interpenetracién se produce entre uni enunciado, un acontecimiento y una representacién fantasms-’ tica que ocupa una funcién particular. j El exceso de afecto que inunda al sujeto nos remite en caso a los poderes de imantacién hacia el exterior, ejercida’ por un acontecimiento sobre una representacién para la cual’ me inclinaria a emplear el término de «cristalizacién Santas-4 * mdtica». Habria podido apelar a la expresién de fantasma fun damental, que conocié su hora de gloria en la teoria de Lacan, quien en su posible ser traido a la luz discernia el final (logr: do) del analisis. Si me valiera de esta expresién, la emplearia! en plural para definir estas representaciones que nos procur: una figuracién cristalizada, conclusiva de la problemitica lib dinal propia de Jas diferentes fases libidinales y relacionales,4 Estas representaciones concluyen una fase libidinal y fij: en un fantasma, al que también podriamos calificar de «conclu: sivo», la relacion que en el curso de esa fase religé al deseant imputaba el encuentro de un fenémeno fuente de afecto, y por eso mismo modi ficar su respuesta afectiva a ese encuentro. Y es aqui donde Ja realidad tiene su papel: mas el acontecimiento es abje tivamente responsable de la intensidad y de la cualidad del afecto que él prov ca, mas la representacién ideica que el yo se crea de él se mantendra proxima su representacién pietogréfica y fantasmatica, y mas dificil le resultard al y establecer un distanciamiento entre sus causalidades respectivas. =, En la vida cotidiana deseubrimos la prueba de ello en el goce y en él dueld por eso Freud describe el trabajo del duelo no sdlo como un mecanismo not designa como wna de las causas del goce la confirmacién efimera que éstej aporta a Ja realizacién de un deseo primero de reunificacién total con el objeta; En la clinica, la frecuencia de acontecimientos objetivamente dramaticos en lig infancia de los que se volearan a la psicosis nos proporciona una prueba igual: mente indiscutible de esto. Cf, Piera Castoriadis-Aulagnier, op. cit., pag. 23 y sig. (De la mencionada version castellana, véase la pig. 206 y sig. con un objeto que ha sido por veces, y por excelencia, el desea- doy el odiado. Precisamente porque el duelo de este objeto se insintia en el horizonte de la psique, esta se vera levada a ope- rar el cambio de objeto y de forma relacional que signa su acce- so a otra fase libidinal. El tiempo de concluir la fase oral’ se aunaré.a la instalacién de un fantasma de fusién-incorporacién- destruccién entre el lactante y el pecho,!” cuya leyenda se apli- cara a la totalidad de las experiencias vividas por el nifio en el curso de esa fase. La «conclusiéns de la dialéctica anal se auna- ya a la representacién fantasmatica de una relacién de domi- nacién-posesién-desposesién entre el nifio, su cuerpo propio y el cuerpo de ese otro, reconocido, separado y diferente de él. También aqui esa misma leyenda se aplicard a la totalidad de los trabajos ya pasados en el curso de esa fase. Si ahora consi- deramos la dialéctica edipiea y la relacién del nifio con el proge- nitor objeto de su deseo incestuoso y con el progenitor que le _prohibe realizarlo, el tiempo de coneluir se aunaré a la instala- cién de un fantasma en que goce'y castracién designaran, al- ternadamente, lo que esta en juego en la relacién presente en- tre tres deseos o tres deseantes escenificados en ese fantasma. Y¥ otra vez tendremos aqui la retroyeccién de la leyenda a la totalidad del vivenciar de esta fase. Pero en lo que toca a esta retroyeccion, es preciso destacar un rasgo particular del fan- tasma edipico: la proximidad entre su leyenda y lo que el nifio ha deseado y formulado concientemente en sus demandas de amor dirigidas al progenitor antes que la represién hiciera su obra. Por esto, a partir de cierto momento, el nifio no sélo oye Ja amenaza, sino que la cree realizable, porque esta creencia es el corolario de lo que ha devenido capaz de conocer acerea de Ja relacién de la pareja parental, acerca de la posicién identifica- toria y de los placeres pulsionales que se tiene que prohibir si quiere conservar el amor de ellos. Desde ese momento extrapolaré la prohibicién masturbato- ria a otros placeres pulsionales. Pero esta interiorizacién del interdieto esta precedida por la funcién «explicativa» que el nifio Je asigna: la prohibicién del incesto, puesto que de eso se trata ciertamente, pasa a conferir sentido a Ja totalidad de los trabajos, de los duelos, de las experiencias que ha hecho en su pasado. Lo que desde luego no empece que, enfrentado el nifio 1 Como el lactante se convierte en el representante del conjunto de las Zonas erégenas que participan en la relacién oral, serd el representante del conjunto de los objetos auto-engendrads durante esa misma fase relacional. 8B ' i aciertas situaciones y a la irrupcion de una representacién fan. tasmatica y de un afecto hasta entonces reprimidos, podam asistir a un fenémeno inverso: una leyenda fantasmatica ante. rior re-ocupa el primer plano de la escena psiquica, re-imponeg al yo su interpretacién de las causas del conflicto y de sus ries: gos. Dos ejemplos clinicos Dos breves ejemplos clinicos ilustraran el mecanismo quel intento apresar con el término de interpenetraci6n: la funcié: que en los dos casos toma un «acontecimiento real» anticipard _ lo que he de proponer, en las historias de Philippe y de Odette; acerca del papel de su realidad infantil. Llamaré Elisabeth y Serge a los protagonistas de estas do historias de las que me reduciré a narrar los elementos que dan razon de las consecuencias identificatorias que pueden resultat: de una interpenetracién entre un fantasma «fundamental» (en# el sentido que acabo de definir), un acontecimiento y un enun: ciado. Elisabeth y Serge me formulan una misma demanda, en uno¥ y otro caso bien precisa: si los puedo ayudar a liberarse de ung sentimiento que los invade mds y mas. No importa lo que ha-# gan; cualesquiera que sean Jos éxitos alcanzados en su vidd; profesional, que por otra parte ellos desvalorizan; a despechd de lo positivo que pudieron experimentar en su vida afectiva, tienen la certidumbre de que libran una lucha inttil, de qu cualquier esfuerzo, cualquier proyecto no puede tener otrdiy desenlace que’ un fracaso futuro. Los dos desde el comienzo me confiesan que si el anilisis le: parece un ultimo recurso, estan casi seguros de que fracasar: también. Y los dos dan testimonio de una misma certidumbre acercé de la causa de esa vivencia: la actitud negativa de su padre e el curso de su infancia. Serge presenta a su padre como un hombre deprimido, silen: cioso, distante;.dice que tuvo siempre una marcada preferencid: por su hermana, dieciocho meses mayor; ademas se arreglal para que toda la atencién de su mujer se conceritrard en él Nunca se interes6 por lo que Serge hacia; lo desvalorizé siem# pre, y la madre tenia que aprovechar sus ausencias para a] 36 dar a Serge en sus tareas escolares o a superar sus inhibicio- nes. El discurso de Elisabeth no es muy diferente por lo que toca - al padre: también ella le reprocha haber mostrado siempre des- pués de la muerte de su madre una neta preferencia por.sus hermanas (ella es la menor de tres hijas), no haberla compren: dido nunca, haber desvalorizado siempre sus éxitos escolares y criticado todo cuanto hacia, pero sobre todo no haber deseado a esta tercera hija y no haber soportado que no muriera con —jen lugar de?— su madre. . Con respecto a la madre las cosas son diferentes. Serge, en su discurso manifiesto, se refiere a ella én términos muy elo- giosos y muy «respetuosos»; sdlo ella supo comprenderlo, tuvo ja voluntad de ayudarlo, no hacia diferencias entre los dos hi- jos, ocultaba al padre sus malas notas escolares... Pero todas estas evocaciones de la imagen de la madre se acompafian de muy eseaso afecto. Uno tiene la impresién de que Serge se cuenta una historia sin preguntarse mucho si verdaderamente cree en ella. " : No ocurre lo mismo con Elisabeth, quien evoca siempre con enorme emocién los recuerdos que conserva de su madre, re- cuerdos a veces felices, con frecuencia muy tristes. Los lazos presentes entre las versiones de su infancia y la problematica edipica parecian y eran, agregaria yo, evidentes. No obstante, en uno y otro caso un hecho me impresioné desde la primera entrevista: de manera totalmente explicita el padre no era presentado como un rival que te prohibiera el acceso ala madre, o como alguien a quien seducir con tu feminidad nacien- te, sino como un prohibidor de todo deseo. Sélo la muerte (la de él o la tuya) te podria liberar de semejante yugo. La conse- cuencia es que tanto Elisabeth como Serge reconocen, sin nin- guna. culpabilidad conciente, el odio justificado que guardan a su padre. No es la primera vez que quedo asombrada por el destino diferente que pueden experimentar estos dos compo- nentes del deseo incestuoso que son el amor hacia uno de los Progenitores y el deseo de muerte hacia el otro. Me sittio en el plano de lo conciente, de los sentimientos: vividos por el yo: cuando es en verdad muy raro que uno tenga conocimiento de Bu deseo incestuoso hacia la madre o el padre olo revivencie, el sentimiento de odio, en estos casos que expongo, est4 presen- te, es confesado y justificado. Sin convertirlo yo, por nada del mundo, en una regla general, muy a menudo he verificado en estos sujetos una relacién muy particular con el cuerpo y sus 37 sufrimientos: la menor enfermedad, el menor disfuncionamieng to trasformaba el cuerpo en una suerte de enemigo «odiado» {2H quien uno habria querido destruir si no supiera que haciéndol el «destructor» encontraria su propia muerte. Pero volvamo Elisabeth y a Serge y al giro que aparece en el mismo momen: to de su historia infantil, eon consecuencias identificatori: muy afines, no obstante todo lo que separa a sus dos problem: ticas psiquicas. : | : . La catastrofe corporal . De la época anterior a ‘sus cinco afios, Serge no tiene nin ni menos recuerdos que cualquiera de nosotros: un Arbol dé’ Navidad; la primera vez, teniendo él tres afios, que lo dejaror: en el jardin de infantes; el recuerdo muy vago de que su hi mana lo hacia rabiar a menudo pero que les gustaba much: jugar juntos al trencito eléctrico; la primera bicicleta que padre le regal, el primer pantalén largo que le presentd si madre, una primita que venia a-visitarlos y cuyas trenzas rt. bias lo fascinaban... Ni mas ni menos recuerdos que cualqui Ya, pero la manera en que trata el retorno de esos recuerdos el curso de su analisis:es particular: sélo los evoca y sélo interesa en ellos si consigue interpretarlos como una pruel anticipada, las mas de las veces, y asaz alambicada, de un 5 timiento negativo del padre hacia él, que desde ese moment habria estado ya presente y que él, Serge sélo habria descti! bierto a los cinco afios. En efecto, cinco afios tenia cuando s0 brevino un accidente automovilistico: viajaba solo con su padréyt este salié ileso, pero Serge fue proyectado a la calzada y sufri fracturas multiples. En los tres afios que siguieron, a raiz una primera operacién mal hecha, sufrira toda una serie intervenciones muy dolorosas. El primer recuerdo que conset va de este accidente se sittia en un momento inmediatament posterior a la primera intervencién: por primera vez oye.a madre hacer una escena a su padre y acusarlo de ser respo! ble de lo sucedido a Serge. Le reproché haber manejado sie pre muy rapido y haber dejado que Serge viajara a su Jado, lugar de hacerlo sentar.en el‘ asiento trasero. ,Ocurrié esti escena eh el momento de despertar de Ja anestesia? ;Pasadig algiin. tiempo? {Ya de regreso en su casa? Serge no lo sabei Tiene certeza, por el contrario, de lo que oye en las palabr: maternas: el padre es designado como el asesino potencial 38 hijo. Ahora bien, la imagen que el discurso de Serge envia so- bre la pareja de sus padres da Ja impresién de haber sido ellos muy unidos, de haberse entendido relativamente bien (hasta dirla, mejor que el término medio). Que en un momento, de ansiedad por su hijo la madre pudiera reprochar al padré ma- nejar con excesiva velocidad, haber sido imprudente, no pare- ce dudoso, pero no.estoy tan segura de que la madre haya for- mulado ese reproche.con el tono de odio que Serge dice haber percibido. Y aun si asi hubiera sido, uno se puede preguntar por qué ese reproche tinico basté para anular todo'lo positive que Serge pudo oir en el discurso de la madre sobre el padre. En este sentido, los elementos que me aporta sobre su vida anterior a los cinco afios, comunican toda la impresién de que Serge, nifio pequefio, habia logrado encontrar soluciones a los conflictos de Ja fase oral y dela fase anal. Aunque no se puede indicar fecha fija, Ja edad de cinco afios coincide generalmente con una suerte de acmé del conflicto edipico, de la angustia de. castracién, en el momento en.que se insintia en el horizonte el tiempo en que sera preciso coricluir esta fase relacional. Cuan- do sobreviene el accidente, se puede pensar que Serge estaba enfrentado, desde su despertar de la anestesia, con la realiza- cion de una amenaza (pero jcnal?), que se manifestaba en muti- laciones de Ja totalidad de su cuerpo, sobre todo porque era bastante grande para comprender el pronéstico muy grave, y felizmente erréneo, que le habian hecho. Durante mucho tiem- po se temié primero por su vida, después por una recuperacién ‘correcta de sus funciones renales. Este riesgo de muerte for- mulado por quienes lo rodeaban pudo reforzar la proyeccién sobre el padre de Ja imagen no del agente de una posible cas- tracién, sino de la imagen mucho mis arcaica de uno que «ame- naza de muerte». Fue el padre, médico él mismo, quien, des- oyendo el consejo del médico de familia, eligié al primer ciru-, Jano que cometio un grave error. El padre entonces, en el espi- ritu del hijo, era el responsable de los sufrimientos de un cuer- po entregado periédicamente a manos de los cirujanos, del re- torno de esa angustia de muerte que experimentaba cada vez que lo dormian, de Jas dolorosisimas manipulaciones que debid sufrir en el curso de su reeducacién. El recuerdo que Serge conserva de su padre, desde sus cinco afios hasta el dia de hoy, eg el de un hombre silencioso, austero, a menudo deprimido. Para el nifio, ese silencio, esa ausencia de toda sonrisa, era la Prueba de que su padre no lo amaba, de que ese hijo siempre enfermo heria su orgullo, de que habia renunciado a todo pro- 39 yecto en que él participara. Si uno comprende bien que est interpretaci6n armonizaba mucho con lo que vivia el nifio, com: prende menos que, superada la infancia y emprendido el ana-% lisis, Serge nunca se hubiera preguntado si la tristeza y el si lencio del padre acaso no se relacionaban con los trabajos p los que pasaba su hijo, con la gravedad del pronéstico y hast con su culpabilidad. Uno tiene la sensacién de que la realidad 3 del sufrimiento vivido por el cuerpo, el deseo de muerte del¥ ‘hijo hacia el padre, movilizado por ese padecer, han trasfor. mado algo «oido» (la acusacién de la madre) en la leyenda ini conforme al-trabajo psiquico que acompafié a los trabajos pa- sados por este nifio. Haciendo suyo un enunciado identificato- rio que designaba al padre como asesino, Serge queda prendi- do en la posicién de un hijo que no podria satisfacer el deseo d un padre fuertemente investido, como no fuera muriendo. Y co. mo este hijo vive, sdlo puede vivir contra el padre y atrapandc se en el lazo de una paradoja de la que no ha salido: o bien ace ta la muerte, con lo que satisface el deseo del padre, o bien3gy acepta la vida, pero entonces tiene que librar una lutha sin fin y con armas desiguales contra la omnipotencia que imputa deseo paterno. Aqui ya no se trata de una posicién identifica- toria «enquistada» entre otras posiciones disponibles para Ser-; ge; 0 por mejor decir, sus otras posiciones sélo le son asequi-’ bles si no queda envuelto en una relacién con otro —se trate de una relacion afectiva o de una relacién profesional—, fuerte mente investida y que por esto restituye efectivamente a sui partenaire un poder de placer y de sufrimiento sobre él. Desde luego, nadie puede decir qué habria sido de la vida psiquica de¥ netracion no se se puede excluir lo que correspon a efectos de reactivacién de una relacién mucho mds arcaica con los dos progenitores. Be la «conelusién» de un primer tiempo de la infancia, he insisti-} do en la funcién de aquel «eso era, entonces» que dota, con’ posterioridad, de una significacién nueva a esas pruebas que#l fueron el destete y la superacién de la problematica anal. En el 3 momento ‘en que sobrevienen los fenémenos de interpenetra- cién aqui considerados, se asiste también a una retroyeccién dea un «eso era, entonces» sobre la totalidad de los trabajos vivi- dos. Pero en este caso el «eso era, entonces» no remite ya a: to : una amenaza de castracion que se pudiera evitar renunciando a ciertas satisfacciones pulsionales, .autoprohibiéndose ciertos deseos, sino al develamiento de una amenaza ya actualizada. Esta actudlizacién trae el riesgo permanente de sustituir el. ‘fantasma de castraci6n por un fantasma mas areaico: el que pone en escena un anhelo de muerte. El sujeto entonces puede creer que encuentra la prueba de Ja realizacién de la amenaza, o del anhelo, en un hecho objetivo. (el accidente para Serge, la muerte de la madre, como vere- mos para Elisabeth; y en otro caso que tengo en mente, la deportacién del padre) o aun en el mero enunciado de un iden- tificado que cobra para él] valor de veredicto indeleble. Desde ese Momento, cada vez que el sujeto se enfrenta con el'deseo, el suyo y el del otro, se realinea con el identificado a que estA prendido, fijado, y descubre también que en el registro del deseo no dispone mas que de un solo modo relacional. Esta fijacién en Serge ha aislado una de las interpretaciones po- . sibles del deseo y de los sentimientos del padre hacia el hijo y del hijo hacia el padre; ha hecho coincidir una representacién fantasmatica del padre con el padre real, le ha hecho excluir™ cualquier otra informacion que la actitud de este hubiera podi- do enviarle, y dejar fuera de su memoria (lo que no quiere decir que estén reprimidos) otros comportamientos paternos. que lo habrian obligado o, para mejor decir, lo habrian autori- zado a abandonar su causalidad monolitica acerca de su sufri- miento. Pero esta sombra del padre asesino no sélo recubre a otras representaciones del padre que acaso existian antes del accidente: se proyecta sobre la totalidad de las relaciones afec- tivas vividas por Serge en sus priméros afios. El «eso era, en- tonces, sin que el sujeto lo sepa, marcar4 su interpretacién del conjunto de los trabajos de las decepciones, que jalonan la relacién del nifio pequeiio con su madre.” Retroyeccién tanto nas facil cuanto que todo nifio se ha formado a su tiempo una representacién del pecho que lo convertia en un pecho rehu- sado, una representacién de una madre ausente que la conver- tia en una madre rechazadora, una representacién de una es- cena primitiva que haefa de ti el exeluido. {Podemos suponer que en Serge, asi como en otros, habria que conceder un papel predominante a lo que pudo volver particularmente dramatico u Tanto Serge como Elisabeth trataran de proteger la imagen materna ne eata interpretacién «maléfica»; lo contrario les produciria una gran culpa- idad. 41. - su cuerpo y enfrentado su psique a una angustia de muerte y -mismo sentido, su madre le pedia que.hiciera el papel de und ese pasado lejano, a fin de comprender las consecuencias p: quicas de los trabajos pasados a los cinco afios? Dejaria abierta la cuesti6n. Tras dos afios de andlisis, nada ha cambiado en la versi6y que Serge se crea del papel del padre 0, por mejor decir, d deseo del padre, en el aecidente y sus consecuencias. Cada vez ? que crei poder sugerirle, a raiz de un suefio, de un movimiento. trasferencial, de un recuerdo que retornaba, que su convicei deseansaba en una interpretacién fantasmatica que merecia. ser interrogada, tropecé con la misma negativa. O Serge me acusaba abiertamente de ensayar, como lo habia hecho su pa- dre, culpabilizarlo, criticar y desvalorizar el trabajo de su pen: samiento, o de lo contrario callaba y, cualquiera que hubiera sido el movimiento trasferencial presente en el momento en j que yo formulaba mi interpretacién, la sombra del perseguidor. se proyectaba inmediatamente sobre mi. A veces la tonalidad : positiva de la trasfereneia se preservaba y Serge evocaba tal o eual episodio de su calvario infantil para convencerme del error de mi interpretacién y hacerme compartir su conviccién. Durante estos dos afios, mi tarea ha consistido en hacerle to- mar conciencia de que continuaba viviendo todo obstaculo, to- do conflicto relacional, el menor fracaso amoroso o profesional, ! como equivalentes de aquel accidente que habia quebrantado una realidad perseguidora contra la cual era preciso luchar de continuo. Sélo la continuacién del andlisis diré si Serge conse- § guira considerar el accidente como un trabajo, una desgracia : que se puede abatir sobre cualquier viviente, y no como la rea- lizacion de Ja malevolencia del padre. «Padre malo» que empe- ro permite a Serge, aun si el precio pagado es de envergadura, ? seguir reprimiendo la imagen de una madre que ha sabido evi- tar al hijo semejante prueba; esta imagen comienza, sin em. bargo, a esbozarse en el horizonte de su discurso. Es sobre todo merced al relato de Serge sobre su relaci6n in- fantil con su hermana como ha ido saliendo a la luz, poco a i poco, la cara escondida de su relacién con la imagen materna. Su hermana, mayor en dieciocho meses, habia nacido prematu- ra y la gente tomaba a Serge por el hermano mayor; en este # hermano Protector: papel que, narra él, lo halagaba y que po-'' nia en practica a conciencia y con gusto. Todo cambié. después 4 del accidente: no sélo su hermana lo alcanzé y sobrepas6 en® estatura y escolaridad, sino que enseguida de la primera hospi--% talizacion de Serge aparecieron bruscamente en ella fendme- nos alérgicos que removilizaron en su favor el interés de la” madre, no obstante el estado mucho mas grave de Serge. Este asegura que comprendié siempre, aun de nifio, el comporta- miento de su madre, y que no tiene nada que reprocharle:*En ° eambio, se refiere a esta hermana con un desprecio y una rabia jntensas y que iran acentuandose en el curso de su anilisis. La acusa de haber hecho siempre comedia, de estar interesada solo por el dinero de su padre, de haber deseado siempre ser un hombre y. de haberse arreglado para manejar al padre y tomar cada vez mas poder dentro del medio familiar. . . A la hermana anterior al accidente, imagen fragil a quien uno protege y que a uno lo narcisiza, sigue la imagen de aque- Ua que «finge»: finge estar en peligro para beneficiarse con la atencién de los demas, finge amar al padre cuando sélo su di- nero le interesa, finge aceptar su condicién de mujer cuando quisiera ser un hombre y ejercer el poder. Otro elemento muestra con evidencia el papel encubridor y, conjuntamente, de sustituto que esta hermana cumplia respec- to de una imagen materna que, por eso mismo, no se podria dejar fuera del cuadro: en su aspecto fisico es enormemente parecida a la madre y, al decir de Serge, el parecido se ha ido acentuando con la edad. Ahora bien, él es el primer sorprendi- do por los sentimientos de molestia y de irritacién fortisima que experimenta cada vez que en las visitas, muy raras, que hace a sus padres, un gesto, una actitud de su hermana realzan ese parecido hasta el punto, dice, que «por momentos tengo la extrafia sensacién de estar frente a mi madre y no a mi her- mana», Durante mucho tiempo Serge rechazé toda interpretacién que amenazara traer a la luz la proyeccién materna de que su hermana era el soporte: a raiz de un suefio, enterarente escla- recedor, 6] mismo pudo empezar a llevar adelante un trabajo - de aproximacin entre esas dos imagenes y esas dos relaciones de su vida infantil. Duelo y persecucion Paso ahora a Elisabeth y a las consecuencias identificatorias que siguieron a la muerte de su madre, ocurrida cuando ella tenia entre cinco y seis afios. Si también en este caso un acon- tecimiento cumple Ja misma funcién causal monolitica, muy di- 43

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