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sordo genial, como Beethoven, nos record que la belleza del ajedrez no
slo se encuentra en los sacrificios romnticos. Muchas partidas de Tigran
Petrosian impresionan porque un hilo meldico une los movimientos hasta el
desenlace, casi siempre elegante. Aunque el armenio sola escuchar a
Chaikovski antes de sus duelos, otro campen del mundo, Mijail Tal,
compar su arte con el de Liszt, tal vez por la gran complejidad que les une:
las sonatas para piano del hngaro son tan difciles de interpretar como las
sutiles maniobras de Petrosian. Amagos por la izquierda para lanzarse por la
derecha, entregas de material a largo plazo y profilaxis previas incluso al
pensamiento del rival definen a un genio, injustamente etiquetado por sus
empates sin lucha. Algo similar ocurre con su sucesor, Boris Spasski, a quien
podemos comparar con Mozart por el inmenso talento de ambos, si bien el
austriaco era hiperactivo y el exsovitico, hoy francs, un as de la vagancia.
Sin embargo, y a pesar de que casi siempre hablamos de l como un actor
secundario de la gran pelcula de Bobby Fischer, Spasski es uno de los
grandes de la historia, el dcimo campen del mundo, con todo el mrito.
Su obra y la de Petrosian pueden escucharse en este libro bajo la
maravillosa batuta de Gary Kasparov, quien adems hace justicia con cuatro
que no fueron campeones pero s virtuosos: Gligoric, Polugaievski, Portisch y
Stein, los teloneros de lujo de un concierto magistral.