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EL RESURGIR DE UNA NACIÓN

LA REBELIÓN DE LOS MACABEOS


Primera Parte

Por Jaime Bel Ventura

HATIKVA (LA ESPERANZA)


(Himno Nacional de Israel)

Mientras en lo profundo del corazón


palpite un alma judía,
y dirigiéndose hacia el Oriente
un ojo aviste a Sión,
no se habrá perdido nuestra
esperanza;
la esperanza de dos mil años,
de ser un pueblo libre en nuestra
tierra:
la tierra de Sión y Jerusalén.(*)

(*)Kol od baleivav p'nima


Nefesh yehudi homiah
Ulfa'atei mizraj kadima
Á'in letzion tzofi'a
Od lo avda tikvateinu
Hatikva bat shnot alpaa'im
Lihi'ot am jofshi beartzeinu
Eretz Tzion v'Yerushala'im
CAPÍTULO I
Matatías, el sacerdote de Modín

Matatías, moribundo, estaba postrado en su lecho. Shaddai*, el Todopoderoso, le reclamaba al


lado de los justos y en esa paz que da el momento del tránsito a la otra vida, la eterna, sentía
en lo más profundo de su agotado corazón, que había cumplido sobradamente con su fe y con
su pueblo.
En absoluto se sentía un héroe, pero sabía que su nombre iba a sobrevivirle al igual que lo
hiciera con el de otros grandes hombres.
En esos momentos pensaba en Abraham, en José, en Moisés, en Josué, en Gedeón, en Caleb,
en David, en Salomón, en Elías, en Daniel, y en tantos otros caudillos que habían conducido a
su pueblo hacia un camino de victoria y libertad. Hacia la independencia de su nación.
También pensaba en sus cinco hijos, sumidos en la encarnizada y desigual lucha que él había
iniciado unos años antes contra los enemigos que ocupaban su tierra. Esa tierra nacida del
mismo Génesis. Esa tierra nacida en los orígenes de la historia. Esa tierra capaz de amar y de
odiar como solo ella sabe hacerlo. Esa tierra llamada Eretz Yisrael, la Tierra de Israeli.
Su mente, sumida en una confusa nebulosa de recuerdos, se remontaba a tiempos pretéritos.
Se sentía transportado, sin él quererlo, a Modín 1, la aldea donde él y sus hijos, y sus hermanos,
habían luchado tenazmente para conseguir que se cumpliera la Sagrada Ley. Para conseguir
qué, con el esfuerzo de todos ellos, se estableciera de nuevo el reino. Ese reino que jamás
habría de sucumbir por ser un mandato divino. Ese reino que tenían que heredar sus propios
hijos, y los hijos de sus hijos, y así, generación tras generación, hasta cumplirse la voluntad del
Creador, convirtiéndoles, a él y a todos sus hermanos, en el pueblo elegido hasta el fin de los
tiempos.
Esa Sagrada Ley que, en forma de tablas de piedra, el Todopoderoso había entregado a
Moisés, por segunda vez, en la cumbre del monte Horeb, en la península del Sinaí, durante el
éxodo que le había llevado de Egipto a la Tierra Prometida. A Canaán. La tierra de sus
antepasados. A esa tierra que desde donde le alcanzaba su memoria, siempre había sido un
nido de conflictos. Tierra de luchas constantes desde tiempos anteriores a Samuel, a Saúl, a
David. Recordaba él, por lo que Juan, su padre, le había contado que, solamente Salomón, el
gran Salomón, había sido un magnifico rey para su pueblo. Su sabiduría y su templanza,
habían dado a la tierra de Israel una gran época de estabilidad y de paz. Mandó construir el
Templo dedicado a Yahvé, al Altísimo. Un Templo que su padre, el rey David, había visto en
sueños. Cultivó profundamente los saberes de sus antepasados, los visibles y los ocultos.
Gobernó con tal equidad y justicia que fue modelo en el mundo conocido hasta entonces. Fue
el espejo donde todos los judíos de bien hubiesen querido verse reflejados. Y su sello ii, de
todos los judíos, emblema fue.
Sin embargo, todo eso era el pasado. Los tiempos habían cambiado y, ahora, como antes
contra los amórreos, los moabitas, los amonitas, los jebuseos, los filisteos, y otros pueblos,
Israel, la Tierra Prometida, estaba una vez más, en pie de guerra.
Una guerra larga, sanguinaria y cruel, como todas las guerras, que les enfrentaba a sus
vecinos macedonios de Siria y a la corriente política que de ellos se derivaba.
Una guerra contra la dinastía seléucida de los sirios macedónios. Falsa dinastía ya que vino
impuesta, tras la muerte del gran Alejandro Magnoiii, por los sucesores de éste, los cuales se
repartieron su Imperioiv, y otra contra los traidores a su propio pueblo y a la Sagrada Alianza de
sus antepasados con el Todopoderoso, los helenistas saduceos.
Eso lo sabía Matatías y, de hecho, lo sabían todos sus contemporáneos ya que habían sido
instruidos por sus antepasados. Sus padres, y antes de estos sus abuelos, les habían contado
que tras la repentina muerte del macedonio Alejandro, hijo de Filipo, sus generales, entre ellos
Ptolomeo, Lisarco, Casandro y Seléuco se repartieron el Imperio dando comienzo a una serie
de guerras fraticidas entre ellos motivadas por el afán de poder.
Como si de un botín de guerra se tratara., Ptolomeo I Soter, hijo de Lagos, fue el primero en
adueñarse de la Tierra de Israel.
Muchos años mas tarde, Seléuco IV, conquistó esa tierra e hizo retroceder a las tropas
ptolemaicas hasta sus dominios en Egipto.

1
Pequeña aldea situada al noroeste de Jerusalén.
Fue él, Seléuco, quien dio comienzo a esa triste dinastía, la seléucida. Dinastía que dio seres
aborrecibles y despreciables, sin que nadie supiera, en esos tiempos, los sufrimientos que le
esperaban al, de por sí, vapuleado pueblo de Israel.
Matatías, sacerdote de la familia de Yoraib, recordaba en esos momentos de transito hacia la
otra vida (él era de la corriente de los hasidim2, de los asídeos, y por lo tanto creía, entre otras
cosas, en la resurrección de la carne), las historias que le contaba Juan, su padre, cuando era
niño.
“Hijo mío, le decía, no son los ideales los que matan a los hombres… ¡ni la religión!...
“Es la sed de poder, de dominio, de riqueza por lo que los hombres que gobiernan
hacen que se enfrenten los pueblos… y por esas causas intentan destruir y aniquilar a
sus semejantes…
“No cuentan los seres humanos. Cuenta la ambición… el deseo de poder… La codicia
sin límites”

***

En esos momentos vino a su memoria la fatídica mañana en la que vino a verle, enviado por el
Gran Sanedrín3 de Jerusalén, su viejo amigo y pariente, el anciano Eleazar.
- “Has de estar preparado por que hoy vendrá a hacerte una visita Heliodoro, el visir, el
ministro de Seléuco, el rey sirio.
- “Preparado ¿para qué? –contestó Matatías.
- “Habrás de ofrecer un sacrificio en honor del rey.
- “¿Un sacrificio, dices?...
- “Sí. –repuso Eleazar.
- “Yo nada más ofrezco sacrificios al Omnipotente. –dijo al punto Matatías.
- “Pero ya conoces las órdenes del rey sobre las ofrendas. No te atreverás a contravenirlas
¿verdad? Piensa que me envía el Sanedrín, y, más aún, Jasón, el Kohen Gadol, Sumo
Sacerdote4
- “Mira, Eleazar, eres el marido de mi hermana, mi cuñado, y no quisiera importunarte pero
has de saber que no reconozco la autoridad de ese traidor que se llama Jesús y que ahora,
siguiendo las costumbres griegas, se hace llamar Jasón Antioqueno y que además, se
hace pasar por sumo sacerdote después de haberle arrebatado el sagrado cargo a su
hermano, el gran Onías III5, hijo de Simón, volviéndole vilmente la espalda a todo su

2
Traducido: los creyentes.
3
El Sanedrín (‫ )סנהדרין‬era, en el Antiguo Israel, una asamblea o consejo de sabios estructurado en 23 jueces en cada
ciudad judía. A su vez, el Gran Sanedrín era la asamblea o corte suprema de 71 miembros del pueblo de Israel. El
Sanedrín funcionaba como un cuerpo judicial cuya jurisdicción no se limitaba solamente a asuntos religiosos sino que
también actuaba en el ámbito civil. Funcionó durante la época de la dominación romana de Israel, desde la etapa final
del Segundo templo de Jerusalén hasta el s. V. Estaba dirigida por un sumo sacerdote. Tenía competencias sobre la
doctrina religiosa judía, establecer el calendario de fiestas y regular la vida religiosa del país. Como gobierno político,
elaborar y aprobar las leyes, verificar el cumplimiento del marco legal y juzgar los delitos. Estos poderes estaban
limitados por las autoridades romanas. Así por ejemplo, si el Sanedrín condenaba a muerte a una persona, no podía
aplicarse la sentencia sin la autorización del gobernador o procurador romano. Se sabe que en el Gran Sanedrín
existían tres partidos: los saduceos, los fariseos y los zelotes.

4
Sumo Sacerdote de Israel (del hebreo ‫ )כהן גדול‬nombre dado al más alto puesto religioso del antiguo pueblo de Israel.
El sumo sacerdote coordinaba el culto y los sacrificios, primero en el tabernáculo, luego en el Templo de Jerusalén. De
acuerdo con la tradición bíblica, apenas los descendientes de Aarón, hermano de Moisés, podían ser elevados al
cargo, aún cuando esta norma fuera abolida posteriormente a causa de eventos políticos.
5
Onías III, Sumo Sacerdote de Jerusalén 177-174 a EC Hijo y sucesor de Simón II, ensalzado por el libro de Daniel
como “Príncipe Mesías” (Dn 9, 25) y “Príncipe de una Alianza” (Dn 11, 22), se apareció a Judas Macabeo antes de la
Batalla de Adasá (2M 15, 11-16). En 177 a EC, el sirio Heliodoro, tesorero de Seleuco IV, intentó expoliar el tesoro del
Templo de Jerusalén, lo que sólo pudo ser evitado mediante la intervención divina. Onías fue desposeído de su cargo
en 174 a EC, merced a las intrigas de su hermano Jesús, que cambió su nombre por el griego Jasón, y le suplantó
como Sumo Sacerdote con el beneplácito de Antíoco IV. Tras edificar un gimnasio y una efebía en Jerusalén, Jasón
fue destituido hacia el 172 a EC por Antíoco, que nombró en su lugar Menelao, hijo del administrador del Templo,
Simón Bilgá, que no pertenecía al linaje de los sumos sacerdotes, descendientes de Aarón y Sadoc. Tuvo que
refugiarse en Dafne, cerca de Antioquía, pero finalmente fue asesinado por orden de Menelao.
pueblo. Comprenderás, querido hermano, que no voy ni siquiera a recibir a ese impostor ni
al tal Heliodoro por muy visir que sea de ese desequilibrado rey de los sirios.
- “También es tu rey. –dijo Eleazar alzando la voz.
- “¿Mi rey has dicho? –contestó de inmediato Matatías alzando aún más la voz y con la cara
enrojecida por la ira-, yo no obedezco a ningún rey terrenal y solo me debo al
Todopoderoso, único rey de Israel. Tampoco me debo al usurpador del sumo sacerdocio;
solamente me debo a los sacerdotes ungidos de la casta de Aarón tal y como lo dispuso
Salomón, el rey Sabio. Y por último al Mesías al que todos los judíos de bien esperamos.
Esa es mi ultima palabra”.
Dicho esto, dio media vuelta y dio por terminada la conversación.

***

En su delirio agónico, Matatías, recordaba lo feliz que había sido su infancia rodeado de sus
padres, hermanos y abuelos.
Simón ben Yoraib, su abuelo materno, era sadúceo, descendiente de la estirpe de Sadoq y, por
lo tanto, al igual que los aaronitas, tenía pleno derecho dinástico al sumo pontificado. Era de
talante conservador y no entendía las corrientes aperturistas de su nieto mayor y le decía:
- “No debes seguir las tendencias licenciosas de esos iluminados que se hacen llamar
asídeos y tratan de fundar los zugotv
- “¿Por qué, abuelo? Porque no piensan como tú, ¿quizás? –Le repuso Matatías.
- “No hijo. Porque la tradición tiene que perdurar de generación en generación y esos a los
que tú sigues pretenden reformar lo que hemos defendido durante tantos años. La tradición
y la Ley solamente pueden ser transmitidas oralmente de padres a hijos y no de manera
escrita como pretendéis vosotros.
- “Pero la palabra puede ser olvidada, sin embargo lo escrito, escrito está. –repuso el
muchacho-. Además, nosotros no pretendemos modificar la tradición, solamente las leyes
pues estas, para ser verdaderamente justas, han de estar acorde a los tiempos en que se
viven.
- “Verdaderamente la insolencia es una virtud de los jóvenes. ¿Crees tú que tus padres, y los
padres de tus padres y así hasta setenta generaciones hemos sido injustos? –le contestó el
abuelo. Nosotros, como pueblo, hemos estado perseguidos y nos han querido aniquilar
desde el principio de los tiempos. Piensa en el éxodo de Egipto, en el exilio en Babilonia,
en la vuelta a nuestra casa, en las bárbaras invasiones de los persas, de los partos, de los
griegos, de los sirios… ¿Qué habría sido de nosotros sin nuestra tradición y sin nuestras
leyes? No olvides que fueron Esdrás y Nehemías los que reconstruyeron la sociedad judía
y ellos eran hombres temerosos de Elohim, el Altísimo y, por lo tanto, seguidores de la
Alianza, de la tradición y de la Ley de Moisés.
- “Pero nosotros no pretendemos cambiar la tradición que es nuestro signo diferenciador del
resto de las naciones, solamente defendemos que las leyes puedan ser actualizadas
conforme la necesidad del momento…
- “¡Calla insensato!... –contestó el abuelo rojo de ira y a punto de rasgarse la túnica-… Las
leyes están escritas por Adonai, el Todopoderoso, y entregadas a Moisés en el Sinaí, y no
hay hombre en este mundo que pueda contradecir la Ley del Omnipotente. Además, que
son esas tonterías de creer en los Ángeles, en la resurrección de los muertos y otras
herejías. ¿Cuándo ha dicho Él nada de eso?... Y a ti que te gusta lo escrito y ni siquiera
sabes escribir ¿dónde está eso escrito de puño y letra del Señor?... ¿dónde están esas
tablas?... Seguro que en el Arca de la Alianza, aunque la tengan los filisteosvi, no.”…
El abuelo, el gran Simón ben Yoraib, sacerdote y presidente del Consejo de Ancianos, el Gran
Sanedrín, por ser el de mayor edad, sabía que la conversación no quedaba ahí. Conocía bien a
su nieto y sabía que lucharía por defender sus ideas allá donde fuese necesario, sin embargo,
también sabía que la conciencia judía de su nieto estaba por encima de las entelequias de las
sinagogas. Su nieto, ante todo, era judío de fe y de tradición. Era fervoroso creyente y
abnegado nacionalista. ¡Quería a su nieto!
***

Su mente bullía en imágenes desordenadas que saltaban de un recuerdo a otro con tal frenesí
que daba la impresión de que quería hacer un repaso rápido a esa larga vida que Dios le había
concedido. Recordaba momentos de felicidad y de amargura. Grandes gotas de sudor perlaban
sus blancas sienes y empapaban su larga barba blanca. No estaba solo. A su lado junto a la
cabecera del lecho se encontraban Abigail y Esther, las dos ancianas esposas que le iban a
sobrevivir. Maríanne, su primera mujer y madre de Simón, su primogénito, había fallecido años
antes y a Raquel la habían enterrado hacía solamente unas semanas ya que no había podido
soportar la duras exigencias que la vida en clandestinidad y las circunstancias de la guerra les
imponían.
Después de vagar jornadas enteras por el desierto de Judea montando y desmontando el
campamento a diario y cambiando el rumbo con la misma frecuencia, por fin habían dado con
un refugio natural, casi inaccesible, que les permitía estar al resguardo de las partidas
mercenarias que el rey sirio les enviaba desde el norte. Habían encontrado unas cuantas
grutas en lo alto de una colina a orillas del Mar Muerto. Se encontraban en Qunram. Los
hombres habían picado la piedra y construido nuevas cuevas donde resguardarse. Las mujeres
las habían preparado de tal forma que la vida allí fuese lo menos dura posible. Sin embargo, la
inclemencia del clima y la presencia de animales salvajes habían hecho estragos entre sus
seguidores. Además de los peligros propios del desierto: víboras, culebras, alacranes, hienas,
zorras… había que contar que durante la noche la temperatura bajaba más allá de donde el
agua se convierte en hielo, y durante el día el calor se hacía tan insoportable que las hojas de
sus cuchillos calentadas al sol, les servían como cauterizantes de las picaduras de insectos y
reptiles.
No obstante no cundía el desánimo entre sus seguidores, la mayoría asídeos como él. Una
sola idea ocupaba sus cabezas: la recuperación del reino que Dios les había entregado y la de
su identidad como pueblo. Israel luchaba por su independencia. ¡Los traidores debían pagar
con su sangre la afrenta que habían hecho a su orgullo nacional!

***

- ¿Dónde están mis hijos?. –dijo Matatías con una voz casi apagada.
- José y Azarías han ido a darles aviso. Pronto estarán aquí ayer partieron hacia Siquem, en
Samaria, donde están buscando nuevos seguidores. –le contestó, casi al oído, Abigail que
era quien más cerca de él se hallaba-.
- Pocos seguidores encontrarán en Samaria, dijo el anciano.
- Ya han recorrido las tierras al este del Jordán. En Galaad se les han unido todos los judíos
mayores de catorce años. Son ya más de diez mil.
- Pocos seguidores encontrarán en Samaria, repitió Matatías.
- Pero en Samaria también hay judíos, intervino Esther que era samaritana.
- Pocos… Muy pocos… musitó Matatías volviendo a caer en un estado de sopor agónico.

***

En su ensoñación Matatías recordaba en esos momentos la visita que le había anunciado su


cuñado Eleazar, pero no era el ministro quien venía a Modín si no un enviado especial del
nuevo rey de Siria, Antíoco IV, Epífanes, sucesor de su hermano Seléuco que había muerto
asesinado por su ministro de Hacienda: el visir Heliodoro, que a su vez fue muerto poco
después por orden del nuevo rey, su cómplice. Ahora el esbirro del rey y asesino del ministro
estaba frente a él:
- “Tú eres sacerdote ilustre y grande en esta ciudad, apoyado por muchos hijos y parientes;
acércate, pues, el primero y haz conforme al decreto del rey, como hacen todas las
naciones, los hombres de Judá y los que quedaron en Jerusalén. Y seréis tú y tu casa de
los amigos del rey, y seréis enriquecidos, tú y tus hijos, de plata y oro y muchas mercedes”.
A lo que contestó Matatías diciendo en alta voz:
- “Aunque todas las naciones que formen el imperio abandonen el culto de sus padres y se
sometan a vuestros mandatos, yo y mis hijos y mis hermanos viviremos en la Alianza de
nuestros padres. Líbrenos Dios de abandonar la Ley y sus preceptos. No escucharemos
las órdenes del rey para salirnos de nuestro culto, ni a la derecha ni a la izquierda”6
El enviado del rey echó mano de su espada y desenvainándola se dirigió amenazadoramente
hacia el altar a la vez que ordenaba a su tropa que rodeara al obstinado anciano y a sus hijos.
Justo en ese instante, Fines, el representante de Jasón, el sumo sacerdote usurpador, se
interpuso entre la espada de Arcadio, así se llamaba el enviado real, y de Matatías, el anciano
sacerdote de Modín.
- “¡Alto!, no derrames sangre en este altar sagrado… yo haré el sacrificio y quemaré incienso
en honor de nuestro querido rey Antíoco…
Matatías rojo de ira se rasgó las vestiduras y, como él, repitieron el gesto todos sus hijos, y sus
hermanos y el pueblo entero que junto a ellos estaba, incluido Eleazar, su cuñado, el
presidente del Consejo de Ancianos, el Sanedrín.
- “Has equivocado tu papel, Fines. –gritó-. Hace años otro Fines que nada tiene que ver
contigo, pues deshonras hasta el nombre que llevas, dio muerte a Zambrí, hijo de Salom,
por pretender profanar nuestro culto. Eres un traidor a Dios y a tu pueblo y eso solamente
se desagravia con sangre”.
Dicho esto se dirigió ágilmente hacia el altar de los holocaustos y cogiendo el cuchillo curvo
preparado para el sacrificio degolló a Fines, acto seguido se abalanzó sobre Arcadio que,
inmóvil ante la sorpresa de ver a aquel anciano con los ojos enrojecidos por la ira, no supo
parar el golpe y recibió una mortal cuchillada en el corazón.
Al ver esto, sus hijos, con Judas a la cabeza, se lanzaron contra la tropa que escoltaba al
enviado real y con piedras y con sus propias manos, pues carecían de armas, mataron a todo
aquel que opuso resistencia.
Todo ocurrió muy rápidamente. Eleazar, que estaba completamente asustado por los
momentos que acababa de vivir, dijo con voz temblorosa a su cuñado:
- “Has hecho lo que tenías que hacer, pero ya sabes que a partir de ahora la furia y la cólera
de ese rey impío caerá sobre Israel y que por ti morirán muchos hombres, ancianos y
jóvenes, también mujeres, y niños.
- “Por mí no, Eleazar, por mí no… –contestó Matatías que estaba empapado con la sangre
de sus enemigos y con el semblante serio debido a la situación- …¿cuantos judíos han
muerto ya por no acatar el culto de los goyim7, los extranjeros?, ¿cuántas mujeres por
circuncidar a sus hijos?, ¿a cuántos recién nacidos han asesinado para que disminuyese
la población judía?... Ya ves Eleazar, ninguno de ellos han muerto por mí. Han muerto por
ellos… Por los que nos oprimen… ¡no por mí!...

Seguidamente, dirigiéndose a la gente de su pueblo allí presente les dijo:


- “¡Todo el que sienta celo por la Ley y sostenga la alianza, sígame!”8.
Había dado comienzo la rebelión de los judíos contra los sirios ocupantes. Comenzaba así la
lucha hacia su independencia. ¡Ya no había vuelta atrás!
- “¡Enterrad este cuchillo, esta infectado con la sangre inmunda de estos paganos! –ordenó
arrojándolo al suelo con furia. Y tú, Eleazar ¿que vas a hacer ahora? –preguntó Matatías
dirigiéndose a su cuñado.
- “Volveré a Jerusalén, al Templo, a presidir el Consejo de Ancianos, desde ese lugar
también puedo luchar a favor de nuestra fe, de nuestra Ley y de nuestro pueblo. –
contestó-.

6
I Mac 2, 17-22.
7
El primer uso registrado de goy –en plural goyim– aparece en el Tanaj o Pentateuco en (Bereshit / Génesis 10:5) en
referencia a naciones ajenas a Israel, donde se promete a Abraham que sus descendientes formarán un goy gadol o
una gran nación. Esta palabra o sus derivados se usa en 550 ocasiones en el Tanaj (Antiguo Testamento).

8
I Mac 2, 27
Él no lo podía saber, pero unos meses después del inicio de la rebelión llegó al campamento de
Matatías la noticia de su atroz muerte. Había sido ejecutado, por medio de crueles azotes, al
negarse a comer carne de cerdo. Matatías y sus hijos rasgaron sus vestiduras, se pusieron
ropas de saco y ungieron sus cabezas con ceniza guardándole un profundo shiv’ah 9, el duelo a
aquel venerable anciano que tampoco se dejó doblegar por los abominables decretos de un rey
loco que gobernaba a sangre y fuego sobre la ciudad de David. Por primera vez Matatías y sus
seguidores rezaron públicamente una nueva oración, el kadish10.

El shiv'ah es un práctica judía de luto en la que la gente modifica su comportamiento como expresión de su dolor. En
Occidente, típicamente, se cubren los espejos y se hace un pequeño desgarro en una prenda de vestir que simboliza el
dolor emocional, practica que se solía hacer en los tiempos del templo de Jerusalén, al recibir la noticia de la muerte de
un familiar el dolor llevaba a la persona a desgarrarse las ropas. En la Shiv’ah por lo general no se afeitan, ni se bañan,
ni se cuidan estéticamente hasta el entierro de ese ser querido. La shivá post-entierro consta de rezos todos los días
en la sinagoga por el difunto y no participar de fiestas con motivos de alegría. La shivá post-entierro dura 11 meses
para los hijos del difunto, y un mes para el esposo/a, hermanos y padres del difunto/a. Luego de que termina en su
totalidad la shivá, ya sean 11 meses o un mes, se hace un rezo todos los años en la fecha del cumpleaños del
fallecido, y en la fecha en la que se conmemora su fallecimiento.
10

El Kadish (del arameo, ‫ש‬ ׁ ‫ַקִּדי‬, cercano al hebreo kadosh, ambos con el significado de "santificado") es uno de los rezos
principales de la religión judía, cuyo texto está escrito casi por completo en arameo. El kadish es un panegírico a Dios,
al que se le pide acelere la redención y la venida del Mesías. Es una plegaria que se reza sólo en público, por lo cual
es necesario un minián de diez varones como mínimo, según el judaísmo ortodoxo, los reformistas y conservadores
(masorti) también cuentan a las mujeres, para elevar la oración.
CAPITULO II
Los Macabeos, casta de héroes

Cinco hijos había tenido Matatías con tres de sus cuatro mujeres (Raquel no le había dado
descendencia). El primogénito, aunque por pocos días, era Simón al que llamaban Tasí, era
reflexivo y serio de talante. Tres días después, pues era hijo de la segunda esposa de su
padre, venía Judas al que llamaban Macabeo11, fuerte, robusto, hombre de acción, inteligente y
con gran capacidad de liderazgo. Le seguía Juan, llamado Caddis, resuelto y de gran atractivo
para el sexo opuesto. Mas tarde llegaría Eleazar, llamado Avarán, de gran arrojo y de sobrado
valor, lugarteniente de su hermano Judas. Y, por último, el pequeño, Jonatan, de sobrenombre
Apfús, quien, a pesar de su juventud, era fuerte de carácter, astuto y carente de escrúpulos y,
al igual que su hermano Judas, tenía gran influencia sobre sus subordinados.
Todos ellos adoraban a su padre del que pretendían heredar su recto proceder y su gran amor
a su pueblo y a los suyos. Su padre también los adoraba. Los había educado con rectitud no
exenta de dulzura. Les había transmitido a lo largo de sus años el profundo amor que sentía
por la Gran Tierra de Israel y por sus tradiciones. Les había inculcado un profundo amor a Dios
y un celoso respeto hacia las Leyes de sus antepasados.
Eran asídeos al igual que su padre. Y como su padre comprendían que las leyes no son
inmutables y que deben de progresar en razón a los tiempos en que se viven. Como en aquella
ocasión que una tropa siria destacada en Jerusalén persiguió a un grupo de seguidores de
Matatías hacia el desierto y dando alcance al campamento en shabbat12, conminaron a los
rebeldes a que salieran de sus tiendas y acataran el decreto del rey profanando así el día
sábado. A lo que ellos se negaron siendo pasados por las armas sin oponer ningún tipo de
resistencia. Llegado esto a oídos de Matatías reunió a sus seguidores y les dijo:
- “Si todos hacemos como nuestros hermanos han hecho, no combatiendo contra los
gentiles por nuestras vidas y por nuestras leyes, pronto nos exterminarán de la tierra”.13
Desde ese día tomaron la determinación de combatir fuera el día que fuese, incluido el sábado.
Ese había sido el consejo de su Jefe el cual terminaba con una orden tajante: realizar
sacrificios y expiar sus pecados por matar a los gentiles y profanar el shabbat. ¡Así era
Matatías!

***

Los centinelas vieron como se acercaba a su refugio-fortaleza de Qunram un caballo a galope


tendido. Sin duda debía de ser un mensajero de Judas, el Macabeo, que había hecho
adelantarse para dar aviso a su padre de la llegada de sus tropas. Uno de ellos fue a dar aviso
a la guardia que había al pie de la colina y ordenó a uno de ellos que fuera a darle la noticia a
Abigail para que se la transmitiera a Matatías.
El jinete al llegar ante las rocas escarpadas que había al pie del refugio, se apeó de su caballo
y pidió por ver a Matatías desconociendo el estado en que se hallaba el anciano.
- El gran sacerdote está muy grave ¿qué noticias traes de Judas?
- Vengo con importantes novedades de la ciudad de David, aun no he visto a Judas ni a sus
hermanos. –indicó el mensajero.
- Sube, pero no se si Matatías te recibirá, está muy enfermo. –dijo el centinela.
Trepo ágilmente por las rocas tan deprisa que ni siquiera se dolía por los arañazos que le
producían los salientes afilados de las mismas. Al llegar a la cueva que servía de morada del
gran sacerdote pidió verle para entregarle el mensaje que traía. Salió inmediatamente Abigail.
- Matatías esta muy enfermo, no creemos que pase de esta noche. ¿Qué novedades traes
de Jerusalén que tanto urgen en molestar a mi anciano marido?
11
Martillo sería la traducción más aproximada de la palabra hebrea Maqqabi (Macabeo).
12
Shabbat (en hebreo: ‫ שבת‬shabbāt - "descanso"), el séptimo día de la semana judía, debe según las prescripciones
de la Torá ser celebrado en primer lugar mediante la abstención de cualquier clase de trabajo. El Shabat comienza el
viernes con la puesta del sol y termina después del anochecer el sábado. El Shabat es en el ethos judío una señal de
la relación entre Dios y el pueblo judío. La celebración del Shabat está prescrita entre los Diez Mandamientos recibidos
por Moisés.
13
I Mac 2, 40
- Dicen que Jasón, caído en desgracia, ha sido destituido por Antioco y ha huido fuera de
Jerusalén junto a sus sirvientes pero parece ser que aún anda por Israel. –contestó casi sin
resuello el mensajero ante la mirada atónita de Abigail.
- ¡Por fin!..., ¡Dios ha escuchado nuestras plegarias! ¡Ha huido el impostor!... ¡Alabado sea el
Señor de los Cielos!... Voy a ver si Matatías está consciente.
Dicho esto entro en un hueco que había en la pared, tapado por una jarapa de burda lana que
ella misma había tejido, donde reposaba Matatías.
- Ya lo he oído todo, Abigail, aunque me cuesta creerlo… ¿Dónde están mis hijos?... Hay
que partir de inmediato hacia Jerusalén… ¿Quién es el nuevo sumo sacerdote?... ¿Han
purificado ya el Templo?... ¿Dónde está mi manto?... ¿Y mi espada?... Que ensillen mi
caballo y que dispongan una escolta de inmediato. He de ir a Jerus…
En ese momento y dejando la frase a medio acabar, Matatías volvió a desmayarse de nuevo.
- Está muy mal, ¿verdad? –preguntó el mensajero.
- Si, muy mal. –dijo con suma tristeza Abigail que llevaba más de cuarenta años a su lado y
ahora veía como la vida se le escapaba en el poco aliento que le quedaba.
- El nuevo sumo sacerdote es Menahem, de la estirpe de los Tobíadas, hermano de Simón
el preboste del templo que denunció a Onías. Lo primero que ha hecho es cambiarse el
nombre por Menelao y nombrar a su otro hermano, Lisímaco, como nuevo preboste y
entregar trescientos talentos de plata para las arcas del rey. –dijo el mensajero.
- ¿Estás seguro de que Jasón ha huido? –preguntó Abigail.
- Eso se dice en la ciudad.
- Y, ¿a qué se debe ese rumor? –dijo la mujer que, con buen sentido, sospechaba que tales
noticias no eran ciertas.
- No lo sé, pero todos los grandes han sido llamados a Antioquia. Hasta Apolonio, el
gobernador de Fenicia y Celesiria, que se encontraba en Samaria ha sido llamado a
Palacio.
- ¿Se encontraba en Samaria has dicho?
- Sí.
- Entonces cuando venga Judas nos informará con detalle de lo sucedido. Viene de Siquem
en estos momentos y seguro que sus espías se habrán enterado de lo sucedido. –repuso
ella-. Ve a los comedores y di que te den algo de beber y de comer después, si quieres,
podrás descansar hasta que llegue el momento de tu partida a Jerusalén.
- Me quedo con lo primero, señora, lo segundo no puedo pues debo de partir a uña de
caballo. Si tus sospechas son ciertas debo de avisar a mis compañeros de la ciudad para
que estén prestos a la acción. Siento mucha tristeza en mi corazón por el estado en que he
visto a Matatías. –y se rasgó la túnica que llevaba para protegerse del polvo del camino.
- No digas nada en Jerusalén de lo que has visto. No sería prudente que el pueblo se
desalentara al saber de la gravedad del estado de su jefe.
- Así lo haré, señora. Así lo haré… –y se retiró sollozando.

***

Los hijos de Matatías y su ejército se encontraban acampados en la ladera del monte Ebal a
poca distancia de Siquem y a cubierto de los posibles ataques de los sirios y de las tropas
mercenarias de Apolonio, el cruel gobernador de Fenicia y Celesiria.
Era Siquem la ciudad por donde Abraham entró en Canaán. En ella Jacob y Josué alzaron
sendos altares de piedra labrada que jamás habían tenido contacto con el hierro. Cientos de
años antes, en Siquem, Josué, selló con gran ceremonia la Sagrada Alianza entre las doce
tribus, hecho que puede considerarse como el inicio de una gran nación: Israel14.
A media tarde habían llegado al campamento de los macabeos, José y Azarías, hombres de la
absoluta confianza de los hijos de Matatías, trayendo la mala noticia sobre el estado de salud
de su padre.

14
Josué 8, 30-35.
- Vuestro padre quiere veros pues él sabe que va a ser esa la última vez que lo haga. –dijo
Azarías.
- ¿Cómo está él? –preguntó Simón Tasí.
- Muy mal. Verdaderamente muy mal. –contestó José.
- Bien, partiremos Juan, Jonatan y yo, -dijo Simón- en avanzadilla con la mitad de nuestro
ejercito. Después junto a Judas y Eleazar partiréis el resto del ejército cuando el
campamento esté despejado. En una jornada, si no perdemos tiempo, podemos estar junto
a él.
- De acuerdo, -repuso Judas-, vosotros, -dirigiéndose a José y a Azarías-, reponed fuerzas,
comed y bebed algo, saldremos al despuntar el alba. Que desmonten el campamento de
inmediato; recoger todos los pertrechos; volvemos Qunram. –ordenó a sus lugartenientes y
las órdenes empezaron a distribuirse por todo el campamento que obedeció rápida y
disciplinadamente.
Tan pronto los caballos y la escolta estuvieron dispuestos, Simón y sus otros hermanos,
excepto Judas y Eleazar, salieron hacia el desierto de Judea. Empezaba a oscurecer.
¡Cabalgarían toda la noche!

***

Jasón y Menelao se odiaban mutuamente. Ambos eran grandes conspiradores y su crueldad


era manifiesta. Su única pretensión en la vida estaba dominada por la codicia y el afán de
poder. Eran manipuladores y la conjura y la confabulación corrían fluidamente por sus venas.
Jasón, fanático seguidor del helenismo, había usurpado, con engaños y sucias estratagemas,
el sumo sacerdocio a su propio hermano, Onías; sin embargo, era de la estirpe de las
veinticuatro familias de la casta sacerdotal con derecho al pontificado. Para destituir a su
hermano se hizo servir de la gran necesidad de dinero que Seléuco, el rey los sirios, tenía que
pagar por sus estrepitosas y atribuladas campañas de conquista y expansión. Para ello utilizó
al preboste del templo, el insidioso Simón, curiosamente hermano de su gran enemigo
Menelao.
Aunque, en esos momentos, Seléuco había sido asesinado, Antíoco, su hermano y sucesor,
optó por mantenerlo en el cargo, a pesar de la costumbre existente de que los nuevos reyes
pusieran en ese cargo a personas de su entera confianza.
Jasón supo ganarse su favor con la entrega de miles de talentos de plata y oro con lo que el
Tesoro del Templo, el gazofilacio, había quedado completamente exhausto. También ordenó
consagrarlo en honor a Zeus Olímpico, así como que se construyesen un gimnasio y una
efebía en las dependencias aledañas al mismo. Pero la peor de sus felonías, la que el pueblo
no le perdonaba, había sido la de ser el inspirador de la destitución de su hermano Onías que
tuvo que exiliarse primero en las tierras de Ptolomeo, en Egipto y, después, en Dafne, junto a
Antioquia de Orontes, la capital del reino sirio donde construyó un templo a semejanza del de la
Ciudad Sagrada de David.
Menelao pertenecía a la casta de los Tobíadas, que si bien eran extremadamente ricos, su
estirpe no les daba derecho a optar al sumo sacerdocio. Pertenecían a la tribu de Benjamín.
Eran laicos cuya máxima aspiración terminaba con el cargo de preboste, guardián y
administrador del gazofilacio, el Tesoro.
Su enfrentamiento personal y el odio que se profesaban habían logrado provocar una grave
división entre los habitantes de Jerusalén.
Por un lado estaban los judíos que, abjurando de su tradición y de Dios, se habían convertido
en colaboracionistas de los siriomacedónios y que, en su mayoría aristócratas y ricos
terratenientes, habían formado un partido de tendencia helenista, griega, cuyo jefe espiritual y
político era el fanático Jasón. De otra parte estaban los judíos que no renegaban de Dios ni de
la tradición pero se mostraban condescendientes con los ocupantes de su pueblo siempre y
cuando, éstos, respetaran sus propiedades y sobre todo sus privilegios, siendo su jefe político
Menelao. Todos ellos formaban el partido saduceo. Por último, estaban los creyentes, los
asídeos, gente del pueblo llano que siguiendo la tradición de sus antepasados y su fe en
Elhoim, el Altísimo, se habían agrupado en un partido de carácter nacionalista e
independentista que se hacia llamar: farisim15, los fariseos y cuyo jefe natural y por derecho era
Matatías, el sacerdote ahora moribundo.
Menelao era consciente de que si bien Jasón ocupaba el sillón del sumo pontificado, no tenía
muchos seguidores entre las facciones enfrentadas en Jerusalén. Era odiado por los dos
bandos opuestos: el saduceo y el fariseo, y esperaba el momento oportuno para deshacerse de
él.
Jasón tampoco ignoraba que tenía pocos partidarios y que su cargo y hasta su propia vida
corrían grave peligro así que, junto a su corte de aduladores y de algunos levitas seguidores
de su política, había hecho propagar el rumor según el cual Menelao iba anunciando por toda la
ciudad que Antíoco, el rey, había muerto asesinado por su sobrino Demetrio; que él mismo
había sido destituido y que había tenido que huir, y qué, junto a su hermano Lisímaco, habían
ocupado los dos cargos mas importantes de Jerusalén: el sumo sacerdocio y el control del
Tesoro.
Con esta calumnia esperaba del rey una fulminante y furiosa reacción que acabara por fin con
la vida de su enemigo, a sabiendas de lo supersticioso que era Antíoco con respecto al anuncio
de su muerte y el odio que sentía por Demetrio, el hijo de su hermano.
Efectivamente, el bulo llegó hasta la corte siria, sin embargo, Antíoco, el loco rey sirio,
aconsejado por Andrónico, su chambelán, que le puso al corriente sobre las inmensas riquezas
de Menelao y de su hermano Lisímaco, se limitó a convocar a los implicados a su palacio real
en Antioquia. A su vez, el rey, había dispuesto que Apolonio, a la sazón gobernador de Fenicia
y Celesiria, acompañara a la comitiva, de forma discreta pero sin descuidar su vigilancia,
durante el trayecto de sus honorables invitados.
Jasón, así lo creía él, quedaba libre de toda sospecha. ¡El complot contra Menelao y Lisímaco
había funcionado! ¡Iban a ser ajusticiados en presencia de su rey! Que poco sabía Jasón sobre
la astucia de Antíoco IV, Epífanes, el rey de los sirios… ¡Que poco le conocía!

***

Al amanecer ya se vislumbraban allá en el horizonte las solitarias y escarpadas colinas de


Qunram. Únicamente les quedaba atravesar el desierto de Judea, la zona más dura del
trayecto pues no había sitio donde resguardarse, salvo las dunas.
Simón, Juan y Jonatan iban a la cabeza de los cinco mil hombres que formaban la mitad del
poderoso ejército que seguía fervorosamente las órdenes de su anciano padre, ahora
agonizante.
Simón era consciente de la desmoralización provocada en sus tropas tras la noticia sobre la
salud de Matatías, su padre. Necesitaban un nuevo Jefe. ¿Quién de ellos podía ser? –decía
para sí mismo-. Su hermano Juan era valiente pero estaba más interesado en satisfacer los
placeres mundanos que en dirigir una lucha que se preveía larga, era un hedonista. Eleazar la
persona mas fiel que jamás había conocido, capaz de entregar su vida por la justa causa que
les había llevado a la guerra, sin embargo era incapaz de dar órdenes, simplemente se limitaba
a ponerse a la cabeza de sus tropas y que estas le siguieran. Tal era su arrojo, pero no era un
jefe nato. Jonatan, el más joven, era ambicioso pero le faltaba madurar. Su vigor e ímpetu,
propios de su edad, no eran suficientes para ponerle al mando de más de diez mil hombres. Su
valentía se tornaba imprudencia las más de las veces; definitivamente no era el adecuado, de
momento, para dirigir a sus hombres, ponerlo al mando sería como cometer un suicidio
colectivo.
Solamente quedaban Judas y él. Los dos estaban suficientemente capacitados para suceder a
su padre. Él, por ser el mayor, era serio en su actitud y sereno en sus decisiones. Su carácter
era templado y racional, por lo general prefería el dialogo a la acción pero no rehuía de ésta
cuando las circunstancias así lo aconsejaban, no obstante no sabía anticiparse a los hechos,
era excesivamente confiado lo que a lo largo de su vida le había provocado y le iba a provocar
infinidad de situaciones embarazosas, en conclusión: no era un buen estratega. Judas hablaba
poco pero cuando lo hacían los demás escuchaban con atención y respeto. Valiente en sus
acciones había demostrado desde el inicio de la rebelión su gran capacidad de mando y su
gran sentido de la anticipación ante el enemigo. Su sistema de ataque tenía desorientados a

15
Equivalente a: los separados.
los sirios. Golpear16 y retirarse velozmente, esa era su manera de guerrear, preferiblemente al
anochecer. El gran conocimiento que tenía sobre el terreno de operaciones dejaba a sus
enemigos en clara desventaja. Su norma: el factor sorpresa y la emboscada. Su eficacia:
demostrada. Sin duda era el más capacitado para suceder a su padre. Así lo pensaba Simón y
así pensaba proponérselo a su padre aunque sabía que la última decisión la tomaría Matatías
guiado por la sabiduría que le otorgaba su experiencia. “Evidentemente elegiría lo mejor para
su pueblo”. –se dijo a sí mismo.

***

El paso de la comitiva que llevaba a Menelao y Lisímaco hacia Antioquia fue observado de
lejos por Judas Macabeo y su tropa aunque dadas las circunstancias decidió no intervenir. Eso
sí envió observadores para que le detallaran el motivo de tan especial viaje así como de la
nutrida escolta capitaneada por su eterno enemigo, el gobernador Apolonio.
La columna del Macabeo siguió cabalgando al galope en dirección sudeste hasta enfilar el
desierto de Judea. A la cabeza de la misma iban Eleazar y él. Un poco mas atrasado iba José.
Azarías dirigía el grupo de informadores que debían de traerles noticias de la caravana y de la
escolta.
Judas iba pensando sobre la delicada salud de su padre y el efecto desmoralizante que tal
suceso ejercía sobre la totalidad del ejército y de los hombres y mujeres que, junto a su
ganado, seguían la estela de su padre. Aunque le dolía, tal era el amor que sentía por su
progenitor, sabía que tenían que llamar a Consejo y nombrar a un nuevo Jefe. La lucha por la
independencia no podía detenerse por la muerte de ese gran hombre. Israel estaba por encima
de todos ellos. Y por encima de Israel estaba Shaddai, el Omnipotente.
Pensaba, mientras cabalgaba, cual de sus hermanos podía ser el más adecuado para suceder
al anciano Matatías. Juan no era práctico. Era un gran idealista y un soñador pero a los pueblos
no se les rescata del oprobio con grandes ideas y sueños ilusorios. No era el más adecuado; su
forma de ver la vida no le capacitaba para acometer la gran tarea de devolver a Israel su
independencia y a su pueblo el orgullo de ser los elegidos de Dios. Eleazar era un gran
hombre, bondadoso, leal y valeroso en el combate, pero tímido en sus relaciones con los
demás. Ni sabía ni le gustaba dar órdenes sobre todo si éstas ponían en grave peligro a
quienes las recibían. Prefería hacer las cosas él y que los suyos le siguieran. Carecía de dotes
de mando y se exponía demasiado en el combate. De ser él el elegido pronto tendrían que
reunir de nuevo al Consejo para buscarle sucesor. Además, a un pueblo se le dirige con rigor y
con firmeza. Eso es lo que el pueblo espera de su jefe y Eleazar tampoco era el adecuado para
ocupar el puesto que su padre pronto iba a dejar vacante. Jonatan, su hermano pequeño, era
aún muy joven para hacerse cargo de la dirección de la rebelión. Aunque sabía de su gran
capacidad e intuición todavía no estaba lo suficientemente preparado para asumir tan grave
responsabilidad. No le cabía duda que pasados unos años, no demasiados, sería un gran jefe;
dotes, no le faltaban… y ambición, tampoco. Él, con la ayuda de su hermano mayor, Simón, se
encargarían de instruirlo adecuadamente; lo primero por donde deberían empezar, sin duda,
sería en enderezar su carácter estaba demasiado mimado por Esther, su madre.
Ya solo quedaban Simón y él. Simón había sido como un segundo padre para todos ellos. Era
cordial, reflexivo, prudente, equitativo, amigo de todos ellos. Le tenían un gran respeto y seguro
que el pueblo y el ejercito verían con buenos ojos que el fuese el elegido para suceder a su
padre.
Él, Judas, se descartaba para asumir el papel de sucesor, no se veía con las condiciones
suficientes como para ser el heredero de la empresa que su padre había iniciado. Dejaba la
elección al anciano sabio que yacía moribundo esperando la llegada de todos ellos.
Indudablemente, su padre, Matatías, sabría elegir lo mejor para Israel y para su pueblo. –se
dijo a sí mismo.

***

Debido al inmenso calor que hacía en el desierto, Simón decidió dar un respiro a sus tropas y
ordenó a sus hombres que se pararan a descansar y que instalaran tiendas para protegerse
16
Golpear como un martillo haciendo honor a su apellido.
del sol mientras esperaban la llegada del resto del ejercito conducido por Judas. A su vez dio
las órdenes oportunas para que un destacamento se adelantara para avisar a los de Qunram
de su próxima llegada y una patrulla para que se acercase a los manantiales del río Jordán,
algo más al norte de donde se encontraban, con el fin de llenar los odres de agua fresca de sus
fuentes.
- Sobre todo no os acerquéis a Jericó, aún no sabemos cuantos seguidores tenemos en esa
ciudad. –ordenó Simón a la patrulla.
- Así lo haremos, Simón. –contesto Ezequiel, el jefe de la misma.
- ¡Suerte hermanos!
A Jonatan las órdenes no le gustaron y, por primera vez, discutió con su hermano mayor sobre
las mismas.
- No debemos pararnos ahora, solamente estamos a ciento cincuenta o doscientos
estadios17 de Qunram y cuanto antes lleguemos antes veremos a padre, dijo.
- La tropa está exhausta, estamos cabalgando desde ayer al anochecer y se merecen un
descanso; entre tanto, esperaremos la llegada de Judas y de Eleazar con el resto del
ejercito. –repuso Simón.
- Pero a Judas no le va a gustar que estemos expuestos en medio del desierto.
- Judas lo entenderá, además en medio del desierto no se libran batallas.
- Sus órdenes eran que nos adelantáramos.
- Y mis órdenes son que le esperemos. ¡Y basta! –dijo Simón dando por terminada la
insubordinación de su hermano pequeño.
La rabia se notaba en los ojos de Jonatan que se retiro de inmediato diciendo en voz baja
mientras se iba: “Judas se enfadará y tú me las pagarás”… Ese era otro de los defectos
juveniles de Jonatan: el rencor.
Pasadas unas horas vieron a lo lejos como, desde el noroeste, se acercaba un nutrido grupo
de hombres a pie con varios jinetes a la cabeza.
- Pronto, a las armas. –ordenó Simón.
- ¿Cuántos pueden ser? –le pregunto Juan que estaba a su lado.
- Parece que son más de mil hombres. –contestó.
- ¡Nos atacan! –dijo Jonatan, que venía corriendo con la espada en la mano.
- Aún no nos ha atacado nadie y si lo piensan hacer no creo que salgan bien parados. –dijo
Juan a su hermano pequeño.
- Juan, ordena a los lanceros y arqueros que se dispongan en posición de combate. –le dijo
Simón.
La posición de combate era en tres filas. En la primera y en posición de rodillas se ponían los
lanceros provistos de largas azagayas, lanzas, de más de seis codos18 que apuntaban al frente
con el objeto de parar un posible ataque frontal de la caballería enemiga. Detrás de ellos y
también de rodillas un primer grupo de arqueros y un segundo grupo tras los mismos pero en
posición de pie. Cuando el enemigo estaba lo suficientemente cerca, se retiraban los arqueros
dando paso a la infantería.
- Jonatan di a Nicomedes que disponga dos escuadrones de caballería para cubrir los
flancos de los arqueros. La infantería que esté dispuesta para repeler el ataque enemigo.-
ordenó Simón
- Si hubieras hecho caso a Judas ahora no estaríamos en este aprieto. –espetó Jonatan.
- ¡Obedece a tu hermano! –grito Simón.
Jonatan se asustó ante semejante grito y salió corriendo en busca de Nicomedes, el jefe de la
caballería.
- Juan, ¿crees que ha sido una imprudencia detenernos?
- Por supuesto que no, Simón. De haber continuado muchos hombres habrían caído por el
esfuerzo. Judas habría obrado igual. ¿De qué sirve un ejército extenuado?

17
Medida griega que consta de 600 pies y cuyo valor no es igual dependiendo de la región. En este caso se trata del
estadio vulgar que equivale a 198 metros.
18
Medida de longitud que consta de dos palmos o veinticuatro dedos. El codo vulgar equivale a 0,450 m., y el codo
regio a 0,525, también llamado codo mayor.
Un jinete se adelantó al grupo de hombres que caminaban pausadamente pero sin pararse. Se
trataba de Ezequiel, el jefe de la patrulla macabea.
- Haz que se retiren los arqueros, los lanceros y la infantería. –ordenó de nuevo Simón. Juan
cumplió la orden de inmediato.
- Jonatan, di a Nicomedes que se adelante con un grupo de jinetes y que ayude a Ezequiel.
- ¡Puedo ir yo también? -preguntó.
- No. Tú te quedas a mi lado.
Jonatan le devolvió, de nuevo, una mirada furiosa. Era la segunda vez en poco rato.
Cuando llegaron Nicomedes y Ezequiel informaron a Simón, a Juan y a Jonatan:
- Estábamos acercándonos a los manantiales del río Jordán, cuando vimos a lo lejos un
numeroso grupo de hombres y mujeres que se dirigían en dirección nuestra. –dijo Ezequiel.
- ¿De donde vienen? –preguntó Simón.
- De todas partes. De Gerasa, de Pela, de Masfá, de Bosor, de Jericó. –contestó Ezequiel.
- ¿Qué quieren?
- Vienen a unirse a nosotros. Son más de mil entre todos.
- ¿Son judíos? –pregunto Jonatan.
- Que iban a ser si no. –repuso Nicomedes.
- ¿Están circuncidados? –insistió Jonatan ante la sorpresa de los presentes.
- Si son judíos claro que estarán circuncidados.
- ¿Cómo lo sabéis? ¿Lo habéis comprobado? –seguía insistiendo Jonatan.
- ¿Cómo quieres que lo comprobemos, Jonatan? –dijo Ezequiel.
- Me parece que es muy fácil saber si un hombre está circuncidado. Solamente tienes que
examinar cierta parte de su cuerpo. –contestó Jonatan.
Todos lanzaron una sonora carcajada, a excepción de Ezequiel que enrojeció de pudor.

***

Apolonio, montado en su caballo blanco guarnecido con arneses de oro y plata, se acercó a la
carroza que transportaba a los dos hermanos y dirigiéndose a Menelao le preguntó:
- ¿Deseas hacer un alto en el camino?
- No. –contestó. Quisiera llegar cuanto antes a Antioquia, estoy ardiendo en deseos de
postrarme ante el Magnifico y presentarle todos mis respetos y los de mi familia.
- ¿Sabéis a que se debe tan nutrida escolta, gobernador? No somos personas tan
importantes como para ser protegidos por tan valerosos caballeros. –dijo Lisímaco al que
se le notaban claramente sus tendencias homosexuales.
- Lo ignoro, Lisímaco, pero son órdenes del rey y debo cumplirlas sin más.
- Pero estos muchachos van pertrechados como para una guerra y no hemos visto a nadie
hostil por el camino. –insistió Lisímaco atusándose las cejas con el dedo corazón de su
mano derecha mojado previamente en saliva.
- Sí, más bien parece que estemos prisioneros del rey. –dejó caer Menelao.
- Nada más lejos de la voluntad real que os sintáis como rehenes. La escolta es para vuestra
seguridad y protección. –contestó Apolonio.
- Y… ¿por eso estáis vos al mando, gobernador? –seguía insistiendo Lisímaco.
- Mi presencia se debe a que he sido citado por su Majestad para tratar asuntos de Estado. –
dijo el gobernador. El comandante de la guardia que os escolta es Sóstrates.
- Guapo… muy guapo es el joven general Sóstrates. Salúdale de mi parte, gobernador. –dijo
Lisímaco haciendo un gesto obsceno con la lengua.
- Así lo haré.
- Bien pensado, repuso Menelao, podríamos descansar en Bet San, o ¿debería decir
Escitópolis, gobernador?
Apolonio lo miró fijamente con semblante despectivo y dijo: “Escitópolis”. Dicho esto giro grupas
y se alejó para ordenar que se detuvieran en la siguiente ciudad. Mientras se alejaba, pensaba:
“Perros judíos, pronto vais a saber para que habéis sido llamados a la Corte”.

***

¡Ya llegan!... ¡Ya llegan!... –gritó Jonatan fuera de si señalando hacía el noroeste donde se
distinguía claramente la polvareda que levantaba un ejercito en las ardientes arenas del
desierto.
Inmediatamente montó en su cabalgadura y salió corriendo al encuentro de sus hermanos
Judas, el Macabeo y Eleazar Avarán.
- Este muchacho es demasiado impulsivo. –musitó Simón mientras el caballo del pequeño
de los hermanos galopaba en dirección al grupo que se les acercaba.
- Es propio de su edad, solamente tiene dieciséis años. –dijo Nicomedes, que le había oído.
- Como siga así no cumplirá los cuarenta. –sentenció con gesto preocupado Simón.
- Creo que pocos de nosotros cumpliremos esa edad. –repuso Nicomedes.
- Yo también lo creo, -contestó Simón. que entonces contaba con treinta y cuatro años, y
cambiando de tema le preguntó: ¿Sabes si Ezequiel ha terminado de separar a los
hombres recién llegados?
Aunque la reflexión de Jonatan sobre la circuncisión de los varones les había sorprendido,
llegaron a la conclusión que entre ellos podían ocultarse espías de los sirios por lo que Simón
había ordenado a Ezequiel que hiciera tres grupos con los varones. Los que tenían familia con
antecedentes judíos avalados por sus convecinos; los que teniendo familia eran extraños al
grupo en el que habían llegado, y aquellos que eran solteros o que viajando solos, o
acompañados, eran completamente desconocidos por los demás.
- Ya está terminando de realizar la separación de los varones.-dijo Nicomedes.
- Ve con él y ayúdale. Quiero que a la llegada de Judas la selección ya esté realizada. –
ordenó Simón.
- A tus órdenes, Simón. Y se alejó hacia donde Ezequiel estaba llevando a cabo la tarea.

***

Bet San es una bella ciudad a orillas del río Jordán a unos seiscientos estadios19 al norte de
Jerusalén. Al estar por debajo del nivel del mar el aire se vuelve más cálido y seco. Está
rodeada de montañas rocosas de color ocre oscuro y sus tierras son fértiles donde las haya. El
valle que se abre hacia el sur siguiendo el curso del río es frondoso, con una vegetación
exuberante de un color verde esmeralda. Tierra rica en trigo y algodón, el paisaje está rodeado
de árboles frutales donde abundan las palmeras de dátiles y plátanos, los limoneros, los
granados, las cepas de vid, los sicomoros y otros que le proporcionan una belleza y un aroma
especial.
Los griegos, primero, y los sirios después, se habían fijado en lo agradable que era la
naturaleza del lugar y la bonanza de su clima por lo que se decidieron a reconstruir la ciudad y
dotarla de edificios y plazas de gran esplendor. También la repoblaron con gentes aliadas de
ellos venidas de Escitia, una fría región situada a orillas del Mar Negro, en el Cáucaso. Los
escítas eran altos, rubios, con ojos azules y la piel muy blanca. Nada que ver con la raza
semita que hasta entonces había poblado la ciudad. Eran gentiles y cambiaron el nombre de
Bet San por el de Escitópolis, ciudad de los escitas. Odiaban a los judíos, auténticos
propietarios de aquellos vergeles y los tenían recluidos en los sucios arrabales de la ciudad
viviendo como verdaderos animales. Les habían despojado de sus tierras y arrebatado su
tradición pero no habían podido quebrantar su voluntad y su férrea fe en el Creador. Seguían
practicando, clandestinamente, los preceptos de la Torah, la ley de Moisés. Por ello
constantemente había ejecuciones públicas en tan bello paraje.

19
Aproximadamente unos 118 Km.
- Por fin podré quitarme el polvo del camino, -dijo Lisímaco ordenando a su criado que le
preparara un baño templado, ni muy frío ni muy caliente, los afeites y los perfumes.
- No creo que estemos para fiestas esta noche. –repuso Menelao que también ordenó que le
preparasen otro baño para él.
- Pues Apolonio, que ha sido muy cortés al prestarnos este alojamiento, ha dicho que esta
noche quería invitarnos a una frugal cena y una fiesta muy especial, dada nuestra
categoría y que por nada del mundo permitiría que nos la perdiésemos. –le contestó su
hermano.
- No me fío de Apolonio. No me gusta su mirada. Hay algo en ese hombre que me asusta…
–dijo Menelao quedándose pensativo.
- Estupideces, hermano. Tú siempre con tus manías persecutorias, es de Jasón de quién te
debes de cuidar, no del gobernador además, me ha prometido que me sentaré al lado de
Sóstrates durante la cena que ofrecerá en nuestro honor. ¿No te parece maravilloso,
hermano?... Sentado al lado de Sóstrates, con lo apuesto y viril que es… ¡Sin duda será
una magnífica noche!...
Y diciendo esto se alejo dando ligeros saltitos mientras giraba sobre sí mismo y cantaba y reía
a la vez repitiendo: Sóstrates… Sóstrates… ¡que feliz me vas a hacer esta noche, amor mío!...

***

Jasón llamó a Gedalías, el levita que era jefe de su guardia personal y a Aristos, su
chambelán.
- En esta lista que te entrego están los nombres de mis enemigos, vuelve a Jerusalén
detenlos y hazlos ejecutar de inmediato. –dijo mientras le tendía la nota a Aristos. Éste la
leyó minuciosamente y dijo…
- Pero Jasón, aquí hay nombres de personas muy importantes… muy influyentes… Yo…
- ¿Tienes algún problema, Aristos? –le cortó el sumo sacerdote.
- ¿No deberías esperar a que Menelao estuviera muerto?... –preguntó.
- ¡Menelao!... ¡Menelao!... –dijo abriendo los brazos y haciendo grandes gesticulaciones.
¡Odio hasta ese nombre!... –dijo gritando al cielo-. Ya repuesto y mirando fijamente a los
ojos de Aristos le espetó entre dientes: Menelao, si no está muerto, pronto lo estará…
- Pero, Jasón… Yo no puedo… –balbuceó tembloroso.
- No puedes ¿qué? –preguntó Jasón, cada vez más histérico.
- Jasón, no puedo… –repitió sollozando.
- ¿Qué? –preguntó completamente fuera de sí y con los ojos casi salidos de sus orbitas.
- A mis padres… a mis hermanos… –dijo en un puro llanto.
- ¡Son mis enemigos!... –dijo gritando mientras daba vueltas alrededor de Aristos pero sin
perderle la cara.
- A ellos no les puedo hacer ejecutar, Jasón… ¡Entiéndelo!... –dijo entre gemidos.
- ¡Llora!... ¡llora!... –respondió meneando la cabeza de arriba abajo.
Gedalías, asombrado por la escena, observaba sin intervenir esperando que Jasón le diera
alguna orden. Aristos se había postrado de rodillas en posición suplicante.
- ¡Son mi familia, Jasón!... ¡Perdónales!... ¡Hazlo por mí!... –suplicaba Aristos con los dedos
de las manos entrelazados como si estuviera implorando.
- ¿Tu familia?... –dijo entre dientes mientras encorvaba el torso para poder mirarlo fijamente
a los ojos-. ¡Tu familia, si!... También está la mía… ¿no has visto los nombres de mis cinco
sobrinos, hijos de Onías?... ¿y el de dos de mis esposas?... –sus palabras salían como
escupidas de su boca.
- Ellos tampoco…. ellos tampoco deben morir, Jasón. –contestó mientras se abrazaba
fuertemente a las rodillas del sumo sacerdote.
- Gedalías, ¡la espada, pronto! –gritó con terror Jasón.
Gedalías desenvainó de inmediato su espada y con el mismo ímpetu descargó un golpe en la
espalda de Aristos que se soltó de inmediato del sumo sacerdote y cayó de bruces malherido.
- ¡Remátalo! –ordenó Jasón.
- A ellos no… a ellos no… a ellos no… –susurraba gemebundo Aristos
Gedalías agarro del pelo a Aristos y con un rápido movimiento lo degolló. La sangre empezó a
brotar a borbotones desde la yugular seccionada. A cada latido del corazón la sangre
bombeada salía a chorro fuera del cuerpo. El corazón dejó de latir, la sangre de manar. Aristos
estaba exangüe. Muerto. Gedalías soltó la cabeza que, al caer, rebotó sobre el suelo del atrio
del Templo. Se agachó y recogió la nota con la lista de nombres que ya estaba manchada de
sangre. Mirando fijamente a Jasón le hizo un gesto inquisitivo con los hombros.
- Ya sabes lo que tienes que hacer. –le dijo Jasón cuyo efod20 de un blanco impoluto ahora
aparecía salpicado con grandes manchas de roja sangre. Sangre de Aristos, su
chambelán… su amante…

***

Judas sonrió al ver la llegada de su hermano Jonatan. ¿No podías esperar a que llegáramos? –
le dijo.
- No, tenía que verte cuanto antes. Simón ha ordenado esta mañana que las tropas
acamparan y tú ordenaste…
- Yo, ¿qué ordené, Jonatan?...
- Pues tú ordenaste que nos adelantáramos y que…
- Y os habéis adelantado. Además la idea partió de Simón, pues no era conveniente que
viajara todo el ejercito al completo, de esta manera si uno de nosotros era atacado el otro
podía llegar junto a nuestro padre.
- Pero acampando quedamos expuestos a un ataque. Tú dijiste que la táctica era golpear sin
ser vistos y escapar rápidamente.
- Y ¿quién es tan iluso de pensar que un ejército acampado en mitad de un desierto que
llega desde los confines del valle del Jordán hasta los oasis de Ein Guedi puede verse
sorprendido? ¿Tú?...
- Bueno, yo… pensaba… como dijiste… –balbuceó Jonatan.
- Bien, hermanito, deja la guerra para los hombres. Tú todavía tienes que madurar mucho. –
dijo Judas al momento que pretendía dar una palmada en el hombro de su hermano, pero
éste, de un brusco movimiento impidió la caricia.
- Eleazar, ¿no te parece que las tropas de Simón han aumentado?... –preguntó Judas.
- Sí, yo diría que se han doblado. –contestó Eleazar.
- Han venido de los pueblos del norte. –dijo Jonatan que aún tenía el ceño fruncido.
- Espero que no haya espías infiltrados entre ellos. –dijo Judas.
- Yo dije que miraran si estaban circuncidados, pero, como siempre, se rieron de mí. –dijo
con rabia contenida Jonatan manteniendo la cabeza baja.
- Buena idea, hermano. Buena idea. –contestó satisfecho Judas mientras Eleazar asentía
con la cabeza.
“Por fin había acertado en algo” –pensó Jonatan. “Judas es el único que me entiende”, se dijo a
sí mismo. Y esbozó una sonrisa pícara e infantil.

***

Apolonio, como buen anfitrión, había preparado un magnifico banquete que ofreció cortésmente
a sus invitados. Esto excedía las órdenes del rey pero Apolonio, conocedor (a través de las
confidencias que su amigo Andrónico le había hecho saber por medio del sobrino de éste, el
general Sóstrates), de las grandes riquezas y del inmenso poder que tenía la familia de los
Tobíadas, pensaba que si el rey ordenaba su ejecución podía convertirlos en rehenes y pedir
un suculento rescate por ellos, o, si bien, el rey les concedía su favor y sustituía a Jasón por
ellos, él gozaría de la amistad de los nuevos jerarcas judíos. De una forma o de otra, Apolonio,
20
Túnica de lino blanco que los sumos sacerdotes vestían debajo del pectoral.
estaba decidido a sacar partido, a pesar del odio que sentía hacia todos los judíos,
granjeándose la confianza de sus invitados.
La mesa estaba dispuesta al estilo griego. Un gran tablero frente al cual se recostaban los
invitados principales y, a cada extremo de éste dos tableros más, uno a cada lado con lo que la
mesa dejaba en el centro un amplio espacio donde iban a tener lugar las actuaciones de
acróbatas y bailarinas. En el fondo, tras las columnas, un grupo de músicos que, con sus
cítaras y arpas, amenizaría la cena.
Las tablas estaban cubiertas de elegantes manteles de lino de un color blanco impoluto.
Delante de cada invitado estaba dispuesto un ritón21 de oro puro en forma de asta de toro; en la
parte anterior al ritón había un plato de plata y, junto a este, un pequeño aguamanil, lleno de
agua perfumada con pétalos de rosa, donde los comensales podían limpiar sus dedos. Los
cuchillos para cortar la carne habían sido suprimidos por motivos de seguridad. Los tridentes
para pincharla, también. Todos debían comer con los dedos.
Menelao se sentía halagado por el boato que Apolonio había desplegado en su honor, todo lo
contrario que Lisímaco contrariado al ver que no le habían sentado junto a Sóstrates si no junto
a un joven efebo con más afeites y perfumes que él y con unas facciones claramente
afeminadas, sin embargo, junto al resto de varones de la mesa se habían recostado vistosas
meretrices, exageradamente maquilladas, llenas en carnes, con grandes pechos desnudos y
anchas caderas.
Cuando salieron los criados con las cráteras22 de vino de Corinto sirvieron primero al anfitrión y,
después, a los invitados por orden de preferencia. Menelao estaba sentado a la derecha de
Apolonio lo que significaba el honor que éste le dispensaba.
Una vez servido el vino nadie lo probó hasta que un esclavo negro, que estaba detrás del
gobernador, cogiendo el ritón de éste, sorbió un trago. Al ver que nada le ocurría todos los
comensales se dispusieron a beber tranquilamente. Esta operación se iba a repetir cada vez
que se escanciaban de nuevo los ritones de vino.
Inmediatamente salieron los criados con las bandejas de lo que iba a ser esta frugal cena:
perdices rellenas de semillas de granada, ojos asados de cordero lechal, huevos de codorniz
crudos, pavo relleno de castañas con salsa agridulce, ensalada de higos y hojas de lechuga,
falafel envuelto en pan de pita con salsa de sésamo y otras viandas que iban a servir de
entrante.
Los músicos habían empezado a amenizar la cena tañendo sus instrumentos de forma delicada
de manera que la música no entorpeciera las conversaciones entre los comensales.
- Eres generoso, Apolonio, creía que nos ibas a ofrecer una frugal cena y has hecho
preparar un banquete en toda su formalidad. Te estoy sumamente agradecido por este
detalle. Es un verdadero honor para mí. –dijo Menelao acercándose a la oreja del
gobernador haciendo un gesto como de taparse la boca.
- Nada de eso, mi querido Menelao, solamente cumplo con los deseos de Su Majestad, el
rey, para que os sintáis, tú y tu hermano, en la hospitalidad que os merecéis. –mintió
descaradamente Apolonio.
- Me temo que nuestro bien amado rey Antíoco no nos hace ir a la corte con sanas
intenciones… ¿verdad, gobernador? –repuso Menelao.
- ¿Qué te hace pensar de esa manera?... Tus asuntos con Jasón, ¿quizás?
- Algo de eso creo yo que ha de ser. Jasón es despreciable, manipulador y mezquino, a
saber que intriga habrá urdido para que Su Majestad me llame con tanta premura. No creo
que se trate de la simple entrega de dinero como me ha hecho creer Jasón, más bien
pienso que esa es una simple excusa para convencerme de que no pasa nada. Tampoco
creo que Antíoco tenga preferencias especiales para que seamos mi hermano y yo quienes
hagamos entrega de dicho capital. –dijo Menelao.
- Tú no debes cuestionar los deseos del Rey de los Reyes. ¡Eso es una grave ofensa!
Muchas naciones se han postrado a sus pies y muchos son los hombres que han dado y
darán la vida por él. Has de saber que sus deseos son Ley. –repuso airadamente Antíoco
alzando la voz por encima de la música de fondo.

21
Recipiente a modo de vaso con el que ingerir líquidos.
22
Anforas con las que servir las bebidas
- Nada más lejos de mi intención ofender a nuestro amado rey y a ti, mi generoso anfitrión,
pero convendrás conmigo que la situación, cuando menos, resulta harto sospechosa. –
contestó delicadamente Menelao.
- Si las intenciones del rey hubiesen sido acabar con tu vida debido a la vil traición que has
cometido, da por seguro que te habrías ahorrado este viaje. Estarías más muerto que la
pechuga de perdiz que me acabo de comer.
Apolonio, al ver los ojos desorbitados de su invitado, se dio cuenta que había ido demasiado
lejos en la conversación y que estaba rozando un terreno peligroso pues se estaba
interponiendo, seguramente, en los planes que Antíoco tenía reservados a los hermanos
Tobíadas.
- Pero no hagas caso de esas supercherías, el Rey sabe que es Jasón quien ha promovido
el rumor de tu deslealtad hacia él. –dijo intentando rectificar.
Vil traición… Deslealtad al rey… La cara de Menelao se iba desencajando por momentos. Su
tono cetrino se estaba convirtiendo en grisáceo. Parecía que estaba al borde de un colapso.
Jasón, con sus falsedades, había llegado muy lejos esta vez. Tenia que reaccionar. Tenía que
pensar, cuando estuviera ante el rey, cual iban a ser sus descargos… pero descargos ¿de
qué?... él no había hecho ni dicho nada que pudiera ofender o molestar al rey… ¡todo lo
contrario!... el esperaba grandes mercedes del rey. No había más remedio: tenía que acabar
con Jasón al coste que fuera o éste lo haría con él.
- ¿Te encuentras bien, Menelao? –le pregunto cínicamente el gobernador.
- No, disculpa… quisiera retirarme… –le contestó con voz débil.
- ¡No puedes! –repuso el gobernador airadamente. Perdona, -rectificó-, quiero decir que
sería un agravio al resto de comensales si tu, mi invitado principal, te retiraras de la mesa…
Si quieres llamaré a mi médico personal para que te haga un reconocimiento… –dijo en
tono suave.
- No, no te preocupes… ya se me está pasando… seguramente ha sido este vino de Corinto
sin rebajar. –trató de excusarse Menelao.
- Eneas, que cambien el vino y que lo traigan mezclado con agua y especias esta vez. –
ordenó el gobernador a su criado.
- Y tú, Lisímaco, -dijo cambiando el rumbo de la conversación, parece que no te está
gustando la comida, apenas has probado bocado.
- Estoy muy agotado por el viaje y apenas tengo hambre. –contestó secamente Lisímaco.
- Parece que tampoco te ha gustado la compañía que te he buscado. Horacio, -dijo
dirigiéndose al efebo que estaba recostado junto a Lisímaco, no estas agasajando a mi
invitado como se merece. ¿quieres poner más empeño?
- ¡Oh!, no es necesario mi querido gobernador, -dijo Lisímaco -, tampoco tengo ganas de
intimar esta noche.
“¡Maldito embustero!”, -pensó Lisímaco. “Me prometió sentarme junto a Sóstrates y me pone a
este afeminado a mi lado. ¡Si va mas perfumado que yo!... ¡A mí lo que me gustan son los
hombres viriles no las gacelas salvajes de las efebías, esas se las dejo a Jasón y a mi
hermano!.... A mí o muy hombres o muy niños… ¡Eso es lo que me gusta!... “ -se decía a sí
mismo.
Los criados volvieron a entrar con cráteras de nuevo vino, esta vez era de la tierra, de Jericó y,
seguramente, sería de mayor agrado a los invitados judíos. Estaba rebajado en agua de azahar
y mezclado con clavo y lo sirvieron en las copas de cristal de Fenicia que acababan de
depositar junto a los ritones. Como la vez anterior nadie bebió hasta que el esclavo negro probó
el vino y nada le pasó.
Detrás de los criados que habían traído el vino entraron otros con nuevas viandas, esta vez se
trataba de faisán acompañado de manzanas hervidas al vino, cabritillos al sarmiento con salsa
de almendras, cochinillo asado, pescados frescos del lago Genesaret, en Galilea, adobados en
vinagre con ajos y cilantro, sicomoros, dátiles con miel y otras exquisiteces.
- Prueba los pescados, Lisímaco –dijo el gobernador-, el ajo junto con el cilantro y el vinagre
son afrodisíacos y hacen hervir la sangre dando más apetencia a su carne. –continuó con
sorna y en clara referencia a sus gustos sexuales.
- Ya he comido bastante por hoy, querido. –contestó sin más formalismo y con clara actitud
de enojo.
- Horacio, levántate y ocupa el sitio de Sóstrates y que él ocupe el tuyo. Dile que yo lo
ordeno. –dijo Apolonio.
Al momento Sóstrates estaba sentado junto a Lisímaco. Los ojos de éste empezaron a brillar
de una forma tan exagerada que parecía que en unos instantes le iban a brotar grandes
lágrimas. Ardía en deseos inconfesables. Su entrepierna empezaba a notar el efecto que la
presencia que aquel hermoso, viril y valeroso guerrero ejercía sobre su miembro. Estaba
empezando a tener una erección.
- ¿Qué has dicho del pescado, queridísimo gobernador? –dijo sensualmente, casi
relamiéndose los labios. ¿Afrodisíaco, tal vez?...
- No creo que te haga falta ningún afrodisíaco esta noche. –le contestó pícaramente el
gobernador.

***

Los dos ejércitos ya se habían encontrado. Judas, Eleazar y Jonatan se apearon de sus
cabalgaduras y se dirigieron hacia donde se encontraban Simón y Juan y se saludaron.
- Shalom, hermanos.
- Shalom. –contestaron ambos.
- Judas, -empezó a hablar Simón, esta mañana he hecho acampar al ejercito con el fin de
que repusiera fuerzas y he enviado un destacamento a Qunram para anunciar nuestra
llegada. También he mandado una patrulla por agua de los manantiales del Jordán y en el
camino, Ezequiel, se ha encontrado con este numeroso grupo de hombres, mujeres y
ganado que quieren unirse a nosotros. –dijo señalando hacia donde se encontraban.
- Sí, ya lo sé. Me lo ha comentado Jonatan nada más llegar a mi encuentro. ¿son todos
judíos? –preguntó Judas a su hermano.
- Como verás hay tres grupos, el más grande son judíos y están avalados por familia y
amigos, el segundo grupo no dispone de parientes conocidos pero los varones están
circuncidados, a los seis del último grupo no los conoce nadie pero cuatro están
circuncidados y dos no. –le contestó Simón mientras Juan, Ezequiel y Nicomedes asentían
con la cabeza pues ellos habían comprobado sus prepucios.
- Que me traigan a esos dos que no están circuncidados. –ordenó Judas.
Judas se introdujo en una de las tiendas para protegerse del inmenso calor que hacía a pesar
de que el sol empezaba a declinar. Se sentó en el sitial que utilizado para actos solemnes y
aguardó la llegada ante su presencia de aquellos hombres.
- ¿Quiénes sois? –les preguntó al tenerlos ante él.
- Somos judíos de Gamala, en la Galilea, y enterados de que ese gran hombre llamado
Matatías conduce a nuestro pueblo hacia la libertad, decidimos seguir al grupo con el que
hemos llegado para unirnos a sus tropas. –dijo uno de ellos.
- ¿Cómo os llaman? –les preguntó Judas.
- Me llaman Bartolomé, hijo de Mateo, -dijo el primero de ellos mientras el otro permanecía
en silencio y con la mirada hacia el suelo.
- Y tú, ¿por qué no hablas? –interrogó de nuevo Judas.
- A mi me llaman Simeón y también soy hijo de Mateo, somos hermanos. –dijo el segundo
con voz trémula y sin levantar la mirada del suelo.
- ¿Qué edad tenéis? –preguntó de nuevo.
- Yo tengo 19 años, -dijo el primero-, y él 17. –mientras señalaba con el dedo a su hermano.
- ¿Por qué no estáis circuncidados? –siguió Judas interrogando.
- Verás, señor, cuando nacimos un edicto del rey de los sirios impidió a nuestros padres
cumplir con la Sagrada Ley de la Alianza.
- ¿Para quién trabajáis? –continuó interrogando.
- Somos pastores. –contestó el mayor.
- ¿Pastores de qué?...
- De ovejas, señor. –seguía contestando el mayor de los hermanos.
- ¿Y dónde están vuestros rebaños? ¡Contesta tú! –dijo señalando al menor de ellos.
- Los dejamos en nuestra hacienda, señor. –respondió de nuevo con la cabeza agachada.
- Y, ¿quién cuidará de ellos? –continuó interrogando Judas.
- Bueno, señor, en Gamala hay más pastores… Ellos podrán hacerse cargo de nuestros
rebaños mientras dure nuestra ausencia… –dijo el pequeño de los hermanos con la mirada
fija en un hipotético punto del horizonte.
- ¿Por qué no miras a la cara cuando hablas? –siguió inquiriendo Judas.
- Por respeto, señor.
- ¿Por respeto o por miedo? Que los ejecuten inmediatamente y que echen sus despojos a
las hienas. –ordenó tajante Judas
- ¡Pero Judas!... –exclamó Ezequiel.
- ¡Que los ejecuten! Son espías. –resolvió.
- ¿Cómo lo sabes tan categóricamente? –preguntó Nicomedes.
- Porque el decreto que prohibía la circuncisión lo firmó Seléuco hace 11 años, además ¿a
cuantos pastores conoces que abandonen sus rebaños? –le contestó Judas mirando la
cara de aprobación que ponían sus hermanos a excepción de Jonatan que no comprendía
muy bien lo que pasaba con dos jóvenes que eran más o menos de su edad.

***

A Menelao no se le iban de la cabeza las palabras que le había dicho el gobernador: “vil traidor
y desleal al rey”… Sin duda Antíoco quería recibirlos en Palacio para ordenar personalmente su
ejecución. Esta vez Jasón había llegado demasiado lejos, pero por nada del mundo iba a
permitirle que se saliera con la suya. Convencería al rey de que todo lo que había llegado a sus
oídos era una injusta maquinación de Jasón y los suyos. ¡Claro que sí, lo iba a convencer!
Pero, convencerlo ¿cómo?... y, ¿de qué?... Su cabeza no paraba de dar vueltas. “Es el rey y
puede conseguir lo que quiera”, se decía a sí mismo. Estaba nervioso, muy nervioso. ¿Qué es
lo que más quiere el rey?, pensaba… ¡Dinero!, eso es, dinero… Pero Jasón ya le ha dado casi
todo el oro y la plata que estaban depositados en el Templo… Su cerebro estaba a punto de
estallar… Reuniré a mi familia… Eso es, reuniré a mi familia… Ellos me prestarán dinero…
Naturalmente que me prestarán dinero, ¡mucho dinero!... ¿Cómo no lo había pensado antes?,
se preguntaba… ¡Sí, dinero, eso es!... pero ¿cuánto?... que más da, nuestras vidas valen todo
el oro y la plata del mundo… doscientos… o cuatrocientos… no, no… Mil, mil talentos de plata
y seiscientos de oro es lo que le voy a ofrecer por nuestras vidas… seguro que aceptará…
¡nuestras vidas a cambio de ese dinero que tanta falta le hace!... ¡ah, y la vida de Jasón!....
¡Quiero la vida de Jasón!...
- ¿No comes más? –preguntó Apolonio. El cochinillo está sabrosísimo. ¡Ah!, disculpa,
olvidaba que vosotros, los judíos, no podéis comer carne de cerdo. Haré que lo retiren de
la…
Antes de que acabara la frase, Menelao, ensimismado y absorto como estaba en sus
pensamientos había cogido un trozo de cochinillo, se lo había puesto en su boca y había
comenzado a masticar.

***

Ha sido muy cruel ejecutar a esos muchachos, apenas eran unos adolescentes… –le decía
Simón a su hermano Judas.
- Eran enemigos de Israel y, además, espías de los sirios.- le contestó el Macabeo.
- Los podías haber dejado marchar, no habrían salido con vida del desierto. Las alimañas se
hubieran encargado de ellos. –insistió.
- Las hienas no tardaran en darse un buen festín. Aunque dudo que les apetezca la carne
siria por muy carroñeras que sean. –sentenció Judas.
Ambos estaban sentados a solas en un lugar algo apartado del campamento. Miraban al
horizonte. Empezaba a oscurecer. Una tarde plomiza. Sus pensamientos estaban con su
padre.
- Necesitaremos un nuevo Jefe. –apuntó Simón.
- Padre sabrá lo que hacer. –contestó Judas.
- Voy a proponerle que seas tú. –dijo Simón.
- Yo voy a proponerte a ti como Jefe, eres el más adecuado.
- Pero el ejército te quiere a ti.
- Y a ti te quiere el pueblo. Cuando esto se acabe y los enemigos de Israel hayan
desaparecido, el ejército se trasladará a las fronteras para evitar nuevas invasiones, pero el
pueblo continuará aquí. El pueblo no necesita jefes militares si no jefes espirituales que les
guíen en el culto de nuestros padres y en la Sagrada Alianza con Dios Nuestro Señor. –le
dijo Judas.
- Lo más sensato es que elija padre, el sabrá que hacer. –repuso Simón.
- Amén, así sea. –sentenció Judas.
Levantándose dio una cariñosa palmada en el hombro de su hermano mayor y se dirigió hacia
el interior del campamento llamó a sus lugartenientes y comenzó a impartir órdenes:
- Eleazar, que se preparen los hombres que han venido con Juan y Simón, partimos
inmediatamente, los que han venido con nosotros junto a los que se han agregado de
Galilea, que descansen unas horas más y que partan al alba.
En aquellos momentos, en la lejanía, se divisaba un grupo de jinetes que venían a galope
dejando tras de sí una larga estela de polvo. Era Azarías y su patrulla. Decidieron esperarlos,
antes de partir.

***

Los acróbatas habían dado paso a las bailarinas que ejecutaban una sensual y hermosa danza.
Los criados habían traído ya los postres y los comensales empezaban a notar los efectos de la
cantidad de vino ingerido. La mayoría de ellos, hombres y mujeres, estaban completamente
borrachos. Los platos sucios con restos de comida y gran parte de las copas y ritones caídos
sobre lo que antes habían sido finos manteles de un color blanco resplandeciente. Menelao
seguía pensativo mientras que Lisímaco, ajeno a todo lo que le rodeaba a excepción de su
apuesto general, era tan feliz que no paraba de emitir estridentes risitas mientras susurraba
obscenidades al oído de su acompañante, haciéndole caricias con una mano mientras se
masturbaba con la otra.
Lo que antes pretendía ser una cena frugal se había convertido ahora en una verdadera orgía
dionisíaca.
Había mujeres que sin ningún tipo de recato copulaban con el comensal de su derecha
mientras le hacían una felación al de su izquierda. Efebos sodomizando y siendo sodomizados
a su vez. Un comensal eructó sonoramente, ¡la cena le había sentado de maravilla! Otros,
hombres y mujeres, le imitaron.
- “¡Esta es la sociedad que nos espera!” –pensó Menelao. “¡Mas parece una piara de cerdos
que no seres civilizados!” –exclamó para sus adentros. Entonces recordó el último bocado
que se había echado a la boca lo que le provocó grandes náuseas.
Apolonio, el gobernador, no era menos en el desenfreno. Tenía a dos meretrices junto a él.
Mientras a una de ellas la estaba sodomizando con un ritón a la otra le estaba realizando un
cunilingus hasta que la mujer, en pleno paroxismo orgásmico, se orinó en su cara. ¡Eso es!...
¡Sáciame la sed!..., decía, mientras la orina gorgojeaba dentro de su boca y salía a borbotones
por la comisura de sus labios mojando su rubia barba y su larga cabellera rizada. De repente
dio un brinco apartando a ambas mujerzuelas y palmeó dos veces sus manos.
- ¡Basta ya!... –grito.
- ¡He dicho que basta ya!... insistió, pero a nadie parecían importarle sus palabras.
- ¡Que paréis, os ordeno!... –dijo mientras daba un fortísimo puñetazo sobre la mesa que
hizo saltar los pocos utensilios que en ella quedaban en pie, fue tan sonoro el ruido que
sacó a Menelao de su sopor y a Lisímaco de su tarea, escapándosele un agudo chillido
mientras soltaba el miembro de Sóstrates
Un silencio total se hizo en la sala. Los músicos habían dejado de tañer y las bailarinas de
danzar. Los comensales, atónitos y sorprendidos, no sabían que hacer. Se miraban unos a los
otros con gesto de extrañeza. Apolonio, con los pelos y la barba mojados, estaba rojo de ira y
de vino. Respiró profundamente y dijo con voz pastosa:
- Tengo un maravilloso fin de fiesta para todos vosotros que seguro os agradará. Vamos a
celebrar un juicio. ¡Venga, levantaos!... Venga, venga, ¡salid fuera!...
Casi todos se levantaron de la forma en que pudieron. Iban tambaleándose de un lado para
otro. Unos casi se arrastraban. Otros empezaban a vomitar en unas escudillas, o fuera de ellas,
preparadas para la ocasión. Algunos hombres mostraban sus miembros aún erectos. Las
mujeres, las que iban medio vestidas, sus pechos. La mayoría iban completamente desnudos.
¡La cena estaba siendo un éxito!
- Vosotros también, -dijo el gobernador dirigiéndose a Menelao y a su hermano Lisímaco, el
fin de fiesta es en honor vuestro… No os decepcionará…

***

Azarías y su patrulla habían llegado cansados, empapados en sudor y jadeantes. Estaban al


borde de la extenuación. Los cinco hermanos, con Judas y Simón a la cabeza, estaban
expectantes. Querían saber que noticias les traían de la extraña caravana que iba escoltada
por el propio gobernador de Fenicia y Celesiria. Esperaron a que bebieran agua y que se
recobrasen del esfuerzo. Azarías fue el primero en hablar.
- La caravana que se dirige al palacio real en Antioquia ahora está detenida en Bet San, de
donde venimos. Antíoco ha emplazado a Menelao y a Lisímaco con urgencia y les ha
hecho acompañar de una fuerte escolta armada comandada por el gobernador Apolonio en
persona. –dijo respirando entrecortadamente.
- ¿A los hermanos Tobíadas?... ¿Qué puede querer ese maldito rey de esos traidores? –
preguntó Simón.
- Parece ser que han sido denunciados por Jasón. –contestó Azarías ya algo más repuesto.
- Denunciados ¿Por qué? –interrogó Judas.
- Por haber dicho que Antíoco había muerto asesinado por Demetrio, su sobrino, y que
Jasón había sido sustituido por Menelao y Simón, el preboste, por Lisímaco. –contestó.
- ¿Y que le importa a ese miserable quién ocupe el sumo pontificado mientras le den todo el
oro y plata que roban del Templo? –continuó interrogando Judas.
- Eso no le ha importado, lo que sí lo ha hecho es que quisieran verle muerto, es muy
supersticioso. –respondió Azarías repuesto ya del cansancio.
- Muerto es como queremos verle todos. –dijo Eleazar mientras soltaba una estrepitosa
carcajada y los demás imitaban su acción.
- El caso es que todo es un rumor que, sobre ambos hermanos, han lanzado Jasón y su
grupo de acólitos. –comentó Azarías.
- Un rumor que nos puede llevar a una guerra civil entre saduceos moderados y fanáticos
helenístas si no se ataja a tiempo. –intervino Simón.
- Tienes razón, Simón. Hemos de cortar esto como sea. No nos hace falta una guerra dentro
de otra. –dijo Judas. ¿De qué más te has enterado? –le preguntó a Azarías.
- Jasón convenció del viaje a los Tobíadas diciéndoles que tenían que entregar
personalmente, trescientos talentos de plata al rey. –contestó.
- Cuando termine esta guerra tendremos que recuperar todo el dinero que los sirios y los
fenicios le han robado al pueblo de Israel. –dijo Jonatan que hasta entonces había estado
callado y escuchando atentamente.
- Así es, hermanito, pero creo que de esa tarea te deberás encargar tú. Esta guerra va a ser
muy larga y quizás nosotros no estemos para ver como termina. Tú si. –le contestó Judas
mientras le daba un cariñoso golpecito en el hombro. Bien, -continuó diciendo- Azarías
tendrás que volver a Bet San en cuanto hayas cogido fuerzas de nuevo y ver que más te
cuentan nuestros hombres en la ciudad. Nosotros hemos de partir ya. Simón ¿lo tienes
todo dispuesto?
- Si, hermano.
- Pues a las monturas y en marcha. –ordenó.

***

- Menelao, -dijo el gobernador-. Parece que no has disfrutado de la cena, ahora si que lo
harás.
Estaban al pie de la acrópolis. Habían sido dispuestas unas tarimas a modo de gradas para
que Apolonio y sus invitados pudieran ver sentados lo que en pocos instantes iba a dar
comienzo. Algunos de los invitados habían mudado sus ropas por otras limpias, otros iban
vestidos con las mismas ropas sucias, sudorosas y malolientes con las que habían salido de la
orgía. Sóstrates se sentó detrás de Lisímaco. Vestía armadura e iba armado. Detrás de la
tribuna una cohorte de soldados montaban guardia en posición de prevengan.
Frente a la tribuna unos criados iban amontonando pilones de paja y maderas alrededor de
unos postes clavados verticalmente en el suelo. Otros sacaban instrumentos de hierro que
parecían tenazas, punzones y martillos. Mas adelante un grupo de seis criados sacaron una
gran olla en la que presumiblemente había algo caliente, o muy caliente, casi hirviendo: era
aceite. Para finalizar unas mulas trajeron una especie de parrilla de hierro de enormes
dimensiones. Sin duda todo aquello eran objetos para el tormento.
Cuando todo estuvo a punto Apolonio dio órdenes al jefe de la guardia para que trajera a los
prisioneros que iban a ser juzgados.
Al poco fueron apareciendo seres desarrapados y sucios. Iban mezclados hombres, mujeres,
ancianos y niños. Sin ningún tipo de orden. Venían encadenados, de dos en dos, por sendos
grilletes en sus cuellos. Estaban famélicos, casi en los huesos. Los ojos, sin ninguna expresión,
hundidos en sus cuencas. Los pómulos les sobresalían. Las bocas desdentadas tenían una
especie de rictus de sorpresa. La piel, macilenta, era de un color indeterminado y llena de
úlceras. La mayoría de ellos tenían grandes calvas en el cuero cabelludo, los que conservaban
el cuero cabelludo, claro está. Olían a sus propios orines y excrementos. Todos iban
encorvados, los mayores y los más jóvenes.
Alrededor de la tribuna y en la ladera de la acrópolis se habían instalado, de pie, los habitantes
de Escitópolis. Este era un espectáculo que por nada en el mundo querían perderse.
- ¿No hubiera sido mejor hacer este juicio en el anfiteatro?, preguntó Lisímaco cuya
sensibilidad se estaba viendo herida no tanto por los seres que tenía delante si no por su
aspecto.
- El anfiteatro es para juegos, para atletas, gimnastas, luchadores. Estos son perros y a los
perros se les juzga en la calle. –contestó el gobernador.
- Y estos perros ¿de qué raza son?, preguntó de nuevo riéndose su propia gracia.
- ¡Son perros judíos! –sentenció Apolonio- y están acusados de grave traición al Rey quien
ha ordenado su ejecución después de que sean sometidos a grandes tormentos, su muerte
ha de ser lenta y muy dolorosa. Ordenes del Rey,
Menelao desfalleció al oir esas palabras y Lisímaco se estremeció de placer al notar como la
punta de la espada de Sóstrates, sentado tras él, le acariciaba la parte más sensual de su
cuerpo: sus nalgas.
Los médicos personales de Apolonio tuvieron que hacerse cargo de Menelao, las torturas y la
pública ejecución no llegó a verlas. Lisímaco disfrutó sádicamente del horrendo espectáculo.
Sin duda, ambos hermanos, eran totalmente diferentes dentro de su maldad.

***

Matatías, despierta, ya han llegado tus hijos, le dijo Abigail a su marido que se había quedado
adormilado.
- Ya están aquí… ¿Dónde?...No los veo. Ya casi no veo nada. –dijo con la voz muy apagada
el patriarca de la familia.
- Aquí estamos… –le contestó Simón mientras todos ellos se acercaban a la cabecera de su
litera.
- ¿Estáis todos?... –dijo con esfuerzo.
- Si, padre, todos… –respondió de nuevo Simón, por ser, él, el mayor de ellos.
- Jonatan, ¿estás ahí? –preguntó.
- ¿Y tú, Judas?
- Si, también estoy aquí.
- Eleazar, Juan ¿también estáis? No os veo.
- Estamos todos, padre. –dijo Eleazar mientras se enjuagaba unas enormes lagrimas que se
le desprendían de los ojos.
- ¡Oídme! –dijo incorporándose trabajosamente de la cama. Tengo algo que deciros.
Todos se irguieron y pusieron toda su atención para oír bien las palabras que su padre les iba a
dirigir:
“Al presente triunfa la soberbia y el castigo, es tiempo de ruina y de furiosa cólera. Hijos
míos, mostraos celadores de la Ley y dad la vida por la alianza de nuestros mayores.
Acordaos de las hazañas de vuestros padres en sus días y alcanzaréis gran gloria y
nombre eterno. ¿No fue Abraham hallado fiel en la tentación y le fue imputado a
justicia?
“En el tiempo de la tribulación, José guardó la Ley, y vino a ser señor de Egipto. Fines,
nuestro padre, por su gran celo recibió la promesa del sacerdocio eterno. Josué, por la
observancia de la Ley, llegó a ser juez de Israel. Caleb, por su testimonio ante el
pueblo recibió la heredad de la tierra. David, por su misericordia, heredó el trono real
por los siglos de los siglos. Elías, por su gran celo de la Ley, fue arrebatado al cielo.
Ananías, Azarías y Misael, por su fe, fueron librados del fuego. Daniel, en su inocencia,
fue libertado de la boca de los leones. Recorred de este modo todas las generaciones,
y veréis cómo ninguno que confía en Dios es confundido.
“No temáis las amenazas de ese malvado, porque su gloria se volverá en estiércol y en
gusanos. Hoy se engríe pero mañana no será hallado, porque se habrá vuelto al polvo
y se habrán disipado sus planes. Vosotros, hijos míos, cobrad ánimo, combatid
varonilmente por la Ley, que con esto vendréis a ser gloriosos.
“Yo sé que Simón, vuestro hermano, es hombre de consejo; oídle siempre y sea él
vuestro padre. Judas el Macabeo es fuerte y vigoroso desde su mocedad; que sea el
capitán del ejército y dirija la guerra contra las naciones.
“Atraed a vosotros a todos los cumplidores de la Ley y tomad severa venganza de los
ultrajes a vuestro pueblo. Dad a los gentiles su merecido y atended a la observancia de
los preceptos de la Ley.”23
- Yo os bendigo, hijos míos. Acercad vuestras cabezas. –pidió el anciano padre.
Todos obedecieron y Matatías impuso sus manos sobre la cabeza de cada uno de ellos.
- Antes de morir quiero saber una cosa… Antíoco ¿me ha precedido?
- No, padre. –contestaron casi al unísono.
- ¿Y, Jesús, ese usurpador que se hace llamar Jasón?
- Tampoco. –dijeron.
- Estad vigilantes con el usurpador y con ese otro… el jefe de los saduceos… ¿Cómo se
llama?... –su voz se iba haciendo cada vez más cadenciosa.
- Menelao, padre. Se llama Menelao. –contestó Simón.
- No es bueno para Israel que de comienzo una guerra entre los traidores helenístas
seguidores del abominable sirio y los saduceos que, aunque equivocados, son tan judíos
como nosotros. –dijo con una voz tan floja que ya casi no se le oía.
- No deberías agotarte. –intervino Abigail.

23
I Mac 2, 50-70
Matatías cerró los ojos para no volverlos a abrir más. Adonai, el Altísimo, lo llevaba al seno de
los justos. Corría el año 359424, de los judíos. Así daba comienzo el germen de una nueva
dinastía, los Asmóneos.

24
Año 167 a EC, antes de la Era Común.
El calendario judío comienza con la Génesis del mundo, que aconteció, según la tradición judía, el día domingo 7 de
octubre del año 3761 a. C.; fecha equivalente al 1 del mes de Tishrei del año 1. De esta manera, el año gregoriano de
2009 equivale al año hebreo de 5769 (que comenzó al atardecer del 29 de septiembre del 2008). Para convertir un año
del calendario gregoriano a su correspondiente hebreo, basta con sumar o restar la cifra de 3761 (2009 + 3761 =
5769).
*
Datos obtenidos de la Sagrada Biblia de Nácar-Colunga.

YAHVE: usado en 6.823 ocasiones es el que más se repite, también puede verse en su tetragrama YHWH (Ex 3,14).
ADONAI: plural mayestático de la palabra hebrea "Adon", El Señor, que, siempre a causa del respeto a su nombre, sustituyó a Yahvé
en la lectura de la Biblia desde el s. III a EC. Los escribas solían transcribir las vocales de Adonai (E,O,A en hebreo) debajo de las
palabras del tetragrama YHWH, los lectores occidentales, sin caer en la cuenta de esta fórmula, solían leer juntas las consonantes
YHWH y las vocales EOA con lo que venía a ser YEHOWAH o Jehová, que es, como se ve, un puro barbarismo.
ELOHIM: aparece 2.550 veces. Plural mayestático de la palabra Eloah (en árabe Llah, de donde proviene Al-llah y que a dado lugar a
Allah), proveniente de la palabra El que para todos los pueblos semitas designaba a la divinidad. Se puede decir que con este nombre
(El), convertido en Elohim o simplemente acompañado de los adjetivos Altísimo o Todopoderoso, los patriarcas conocieron el
verdadero nombre de Dios. Entre los orientales, El, seguirá siendo el padre de los dioses o el Dios Supremo.
EL-ELYON: significa, el Altísimo (nombre propio de un dios fenicio) usado en Gén 14, 18 y 22.
SHADDAI: aparece 301 veces, se interpreta como "el Todopoderoso". En alguna ocasión puede verse trascrito como El-Shaddai.

Notas extraídas de Wikipedia y de Internet


i
La Tierra de Israel (en hebreo: ‫ ארץ ישראל‬Eretz Yisrael) es un término histórico empleado en las tradiciones judía y cristiana para
referirse a los antiguos reinos de Judá e Israel, es decir, al territorio de los antiguos israelitas. La Tierra de Yisrael recibe también el
nombre de la Tierra Prometida por los judíos. Los cristianos usan a menudo la denominación Tierra Santa. La Tierra de Yisrael ha sido
conocida como Palestina (a veces incluyendo zonas de Jordania, Siria y Egipto) desde la época romana hasta el presente. Hoy día los
movimientos sionistas siguen utilizando el concepto asociándolo al moderno Estado de Israel.

ii
La Estrella de David (en hebreo ‫מגן דוד‬, Magen David o Mogen Dovid en Hebreo Ashkenazi), también llamada escudo de David o sello
de Salomón, es uno de los símbolos del judaísmo. Aunque tradicionalmente el distintivo religioso del culto judío fue la menorá, el
candelabro ritual de siete brazos, el emblema —compuesto por dos triángulos equiláteros superpuestos, formando una estrella de seis
puntas— se empleó frecuentemente para distinguir las comunidades y distritos reservados para los judíos a partir de la Edad Media.
Con el establecimiento del Estado de Israel, la estrella de David sobre la bandera azul y blanca se convirtió en el símbolo del estado tal
y como hubiese querido el fundador del sionismo Teodoro Herzl.
iii
El 13 de junio del 323 a EC, Alejandro murió en el palacio de Nabucodonosor II de Babilonia. Le faltaba poco más de un mes para
cumplir los 33. Existen varias teorías sobre la causa de su muerte, que incluyen envenenamiento por parte de los hijos de Antípatro
(Casandro y Yolas, siendo éste último copero de Alejandro) u otros, enfermedad (se sugiere que pudo ser la fiebre del Nilo), o una
recaída de la malaria que contrajo en el 336 a EC Se sabe que el 2 de junio Alejandro participó en un banquete organizado por su
amigo Medio de Larisa. Tras beber copiosamente, inmediatamente antes o después de su baño, le metieron en la cama por
encontrarse gravemente enfermo. Los rumores de su enfermedad circulaban entre las tropas, que se pusieron cada vez más nerviosas.
El 12 de junio, los generales decidieron dejar pasar a los soldados para que vieran a su rey vivo por última vez, de uno en uno. Ya que
el rey estaba demasiado enfermo como para hablar, les hacía gestos de reconocimiento con la mirada y las manos. El día después,
Alejandro ya estaba muerto. La teoría del envenenamiento deriva de la historia que sostenían en la antigüedad Justino y Curcio. Según
ellos, Casandro, hijo de Antípatro, regente de Grecia, transportó el veneno a Babilonia con una mula, y el copero real de Alejandro,
Yolas, hermano de Casandro y amante de Medio de Larisa, se lo administró. Muchos tenían razones de peso para deshacerse de
Alejandro. Las sustancias mortales que podrían haber matado a Alejandro en una o más dosis incluyen el heléboro y la estricnina.
Según la opinión de Robin Lane Fox, el argumento más fuerte contra la teoría del envenenamiento es el hecho de que pasaron doce
días entre el comienzo de la enfermedad y su muerte y en el mundo antiguo no había, con casi toda probabilidad, venenos que tuvieran
efectos de tan larga duración. La cultura guerrera de Macedonia favorecía la espada antes que la estricnina, y muchos historiadores
antiguos, como Plutarco y Arriano, mantuvieron que Alejandro no fue envenenado sino que murió por causas naturales, como la
malaria o la fiebre tifoidea, dos enfermedades comunes en Babilonia. En 1998 un artículo del New England Journal of Medicine
atribuyó su muerte a la fiebre tifoidea complicada por una perforación gastrointestinal y parálisis ascendiente. Otras enfermedades
podrían haberlo agravado, como la pancreatitis aguda o la fiebre del Nilo. Recientemente, otros han propuesto que Alejandro pudo
haber muerto víctima de un mal tratamiento de sus síntomas. Se le pudo haber administrado heléboro, que en aquella época se usaba
mucho en medicina pero que era letal en dosis altas, de forma irresponsable para acelerar la recuperación del impaciente rey, con
resultados catastróficos. Hipótesis parecidas a estas citan a menudo que la salud de Alejandro había caído a niveles bajísimos tras
años de beber copiosamente y también a consecuencia de sus muchas y graves heridas (especialmente la del pulmón, en la India, que
casi le quita la vida), y que por tanto era cuestión de tiempo que una enfermedad u otra le matara definitivamente. Ninguna hipótesis
puede considerarse como irrefutable, ya que la muerte de Alejandro se ha reinterpretado varias veces a lo largo de la historia. Lo que sí
tenemos como cierto es que Alejandro murió tras sufrir fiebres altas el 13 de junio del 323 a EC En su lecho de muerte, sus generales
le preguntaron a quién legaría su reino. Ya que Alejandro no tenía ningún heredero legítimo y obvio (su hijo Alejandro IV nacería tras su
muerte, y su otro hijo era de una concubina, no de una esposa), era una cuestión de vital importancia. Se debate mucho lo que
Alejandro respondió: algunos creen que dijo Krat'eroi (‘al más fuerte’) y otros que dijo Krater'oi (‘a Crátero’). Esto es posible porque la
pronunciación griega de ‘el más fuerte’ y ‘Crátero’ difieren sólo por la posición de la sílaba acentuada. La mayoría de los historiadores
creen que si Alejandro hubiera tenido la intención de elegir a uno de sus generales obviamente hubiera elegido a Crátero porque era el
comandante de la parte más grande del ejército, la infantería, porque había demostrado ser un excelente estratega, y porque tenía las
cualidades del macedonio ideal. Pero Crátero no estaba presente, y los otros pudieron haber elegido oír Krat'eroi, ‘el más fuerte’. Fuera
cual fuese su respuesta, Crátero no parecía ansiar el cargo. Entonces, el imperio se dividió entre sus sucesores, los diádocos.

iv
Cuando Alejandro Magno murió el 13 de junio del 323 a EC, algunos de los generales del soberano Alejandro no pensaban en
dividirse el imperio entre ellos. En primer lugar, porque su lealtad hacia el rey fallecido, hacia sus herederos y hacia la familia real era
muy fuerte, si no lo era entre todos sus generales, por lo menos lo era entre la inmensa mayoría de sus soldados. La idea de un único
imperio perduró durante 20 años desde que las fuerzas resistieron el ataque de Antígono I Monóftalmos pero todos los demás
generales estuvieron en su contra y le presentaron batalla en Ipso, en el año 301 a EC, en Frigia, en el centro de Asia Menor. Murió en
la contienda. Su hijo fue Demetrio Poliorcetes, que llegó a ser rey de Macedonia. Padre e hijo fueron los mayores instigadores y en
parte responsables de todas las intrigas y peleas que hubo entre los generales a la muerte de Alejandro.

Algunos, entre ellos Pérdicas, prefirieron la opción de fortalecer el gobierno central y la organización de forma drástica. Ptolomeo, y
otros generales preferían la constitución de una asamblea con líderes que gobernaran con una sola forma de gobierno justa y
disciplinada, cubierta con una estructura la cual diera una autonomía ejemplar y fuerte a las provincias y que temieran con únicamente
mencionar el nombre de Macedonia. En ambos casos, se decidió esperar el nacimiento del niño de Roxana, la viuda de Alejandro. Si
se trataba de un varón sería rey. Pérdicas y Leonato, serían los tutores temporales principales del bebé que Roxana tuviera. Eumenes,
medio hermano de Alejandro es proclamado rey bajo el nombre de "Filipo III Arrideo", pero los derechos del niño por nacer se
conservaron, y el niño al nacer iba a ser proclamado rey con el nombre de Alejandro IV de Macedonia.

Pérdicas gobernador del reino. Crátero (el funcionario al que, sin duda, Alejandro le tuvo mayor confianza después de Hefestión), se
convirtió en tutor de Filipo III, por su epilepsia y su retraso mental. Crátero Antipatro de Macedonia conservó la regencia de Macedonia
y Grecia, mientras que su hijo Casandro, que llegó a Babilonia, poco antes de la muerte de su padre, se colocó a la cabeza del batallón
que cubría el flanco derecho de las falanges. Seleuco recibió el derecho al mando de la caballería.

Para marcar su nueva autoridad, Pérdicas hizo ejecutar rápidamente a Méléagre entre una treintena de insurgentes de la falange.

Por decisión de la Junta de Gobierno de Babilonia, el Imperio se dividió en satrapías. Ptolomeo recibió Egipto (la satrapía más rica y
más poblada) y planeó grandes ambiciones para el futuro. Lisímaco recibió Tracia, a donde acudió rápidamente para hacer frente a las
revueltas. Leonato recibió Frigia. Peithon recibió Media. Peceustas recibió Persis. Filotas recibió Cilicia. Archon recibió Babilonia.
Asandro recibió Caria. Atropates, uno de los pocos gobernantes asiáticos que permanecía en su puesto, conservó Atropatene.
Eumenes de Cardia recibió Capadocia y Paflagonia con la condición de que las conquistase, ya que ninguno de estos dos territorios
fueron tomados por Alejandro.

v
En hebreo, el termino "zugot" indica el plural de dos objetos idénticos, (como en castellano par de medias o par de guantes). Este
nombre fue dado a las sucesivos "pares" de rabinos que fueron guías en la interpretación de la Ley en su generación. De acuerdo a la
tradición, uno era el presidente (Nasí) del Sanedrín, y el otro el vicepresidente o "Padre de la corte" (av beit din). Específicamente se
refiere a cinco pares de sabios que dirigieron el gran Sanedrín (Beit Din HaGadol) desde aprox. -150 EC cuando el segundo estado de
Judea fue establecido como estado independiente hasta el fin del mandato como Nasí de Hillel (el anciano)( aprox. año 0 EC).1 Luego
los cargos de Presidente y Vicepresidente se mantuvieron, pero no fueron Zugot. Con el ascenso de estado judío independiente bajo la
dinastía de los Hasmoneos, se fortaleció el rol de los tribunales, desplazando las figuras de los sacerdotes hacia los maestros en la ley,
los rabinos. El Sumo Sacerdote (Koen Gadol) pasó de ser la máxima autoridad legal y espiritual a una figura que encabezaba los
servicios del templo pero que estaba subordinada al gran Sanedrín. Este cesó de existir luego de la destrucción del segundo templo en
el 70 EC.

El título de av beit din existía antes del período de los Zugot. Su propósito era supervisar el Sanedrín. El cargo de Nasí (presidente) fue
una nueva institución que se inició durante este período. Durante la primera generación de Zugot, los judíos que apoyaban al sector
griego en Israel tomaron control sobre la institución del Koen Gadol, y nombraron sus simpatizantes en este cargo. Esto llevó a los
líderes religiosos a elegir un Nasí, para proveer una alternativa a la creciente corrupción de la casta sacerdotal. Esta fue la base del
posterior enfrentamiento entre Saduceos y Fariseos.

vi
Los filisteos (en hebreo: ‫תים‬ ִּ ‫ש‬ ְ , pəlištīm lit. 'invasores', árabe : ‫ بليستوسين‬bilīstūsiyyīn) fueron un pueblo de la Antigüedad, del cual
ְׁ ‫פִל‬
existen testimonios en diferentes fuentes textuales (asirias, hebreas, egipcias) o arqueológicas. Los filisteos aparecen en las fuentes
egipcias del siglo XII a EC, donde son presentados como los enemigos de Egipto venidos del norte, mezclados con otras poblaciones
hostiles conocidas colectivamente por los antiguos egipcios bajo el nombre de Pueblos del Mar. Tras su enfrentamiento con los
egipcios, los filisteos se establecieron en la costa suroeste de Canaán, es decir, en la región central de la actual Franja de Gaza. En
contextos posteriores, este territorio sería denominado Filistea. Sus ciudades dominaron la región hasta la conquista asiria de
Tiglatpileser III en el año 732 a EC. Seguidamente, fueron sometidos a los imperios regionales y parecen haber sido asimilados
progresivamente. Las últimas menciones a los filisteos datan del siglo II a EC, en la Biblia.

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