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PREFACIO A LA SEGUNDA EDICION Institute of Latin American Studies, University of London Capitulo 1 LOS ORIGENES DE LA NACIONALIDAD HISPANOAMERICANA 1, EL NUEVO IMPERIALISMO Las revoluciones por la independencia en Hispanoamérica fueron re- entinas, violentas y universales. Cuando en 1808 Espafia se derrumbé ante la embestida de Napoledn, su imperio se extendia desde California hasta el cabo de Hornos, desde la desembocedura del Orinoco hasta las orillas del Pacifico, el mbito de cuatro virreinatos, el hogar de diecisie~ te millones de personas. Quince afios més tarde Espafia solamente man- tenia en su poder Cuba y Puerto Rico, y ya proliferaban las nuevas na- ciones.\Con todo, Ia independencia, aunque precipitada por un choque externo, fue la culminacién de un largo proceso de enajenacion en el 1al Hispanoamérica se dio cuenta de su propia identidad, tomé con- ciencia de su cultura, se hizo celosa de sus recursos. Esta creciente con. ciencia de si movié a Alexander von Humboldt a observar: «Los criollos refieren que se les lame americanos; y desde Ia Paz de Versalles, y especialmente desde 1789, se les oye decir muchas veces con orgullo “Yo no soy espafiol; soy americano”, palabres que descubren los sin- tomas de un antiguo resentimiento.»! También revelaban, aunque toda. via confusamente, la existencia de lealtades divididas, porque gin negar ‘a soberania de la corona, o incluso los vinculos con Espafa, los ameri. canos empezaban a poner en duda las base de su fidelidad. La propia Espafia alimentaba sus dudas, porque en el crepiisculo de su imperio no atenuaba sino que aumentaba su imperialism, Hispanoamérica estaba sujeta 1 finales del siglo xvi a un nuevo imperialismo; su administracién habia sido reformada, su defensa reor. ganizada, su comercio reavivado. La nueva politica era esencialmente ‘una aplicacién del control, que intentaba incrementar la situacién colo- nial de América y hacer mds pesada su dependencia. Sin embargo, la reforma imperial planté las semillas de su propia destruccién: su refor- ‘mismo despert6 apetitos que no posta satisfacer, mientras que su impe- 10 Jom LYNCH rialismo lanzaba un atague directo contra os intereses locales y pertur- babe el frigil equiibrio del poder dentro de la sociedad colonial. Pero si Eat intentae ahow. crear un segundo impero,équé habia pasido con el primero? ‘A finales del siglo xvi Hispanoamérica se habia emancipado de su dependencia inicial de Espafia.? El primitivo imperialismo del siglo XV1 no podia durar. La riqueza mineral era un activo consumible © invaria- blemente engendraba otras actividades. Las sociedades americanas ad- uitieron gradualmente identidad, desarrollando mis fuentes de rique- 2a, reinvirtiendo en Ia produccién, mejorando su economia de subsis- tencia de alimentos, vinos, textiles y otros articulos de consumo. Cuando la injusticia, las escaseces y los elevados precios del sistema de mono- polio espafiol se hicieron més flagrantes, las colonias ampliaron las rela- ciones econémicas entre si, y el comercio intercolonial se desarrollé vi- gorosamente, independientemente de la red transatkintica. EI crecimien- to econémico fue acompaiiado de cambio social, formindose una élite criolla de terratenientes y otros, cuyos intereses no siempre coincidian con los de la metr6poli, sobre todo por sus urgentes exigencias de pro- Piedades y mano de obra, El criollo era el espafiol nacido en América. Y aunque Ja aristocracia colonial nunca adquirié poder politico formal, cera una fuerza que los burécratas no podian pasar por allo, y el gobierno colonial espatiol se conwirtid realmente en un compromiso entre Ia s0- berania imperial y los intereses de los colonos. El nuevo equilibrio del poder se refleé primeramente en la notable disminucién del tesoro enviado a Espafie. Esto fue una consecuencia no solamente de la recesién de la industria minera sino también de la redis- tribucién de la riqueza dentro del mundo hispénico. Signiicaba que ahora Jas colonias se quedaban con una mayor parte su propio producto, y empleaban su capital en administracidn, defensa y economia. Al vivir mas para si misma, América daba menos a Espatia. El giro del poder podia también observarse fuera del sector minero, en el desarrotio de tas, economias de plantaciéa en el Caribe y en el norte de Sudamérica, que ‘endian sus productos directamente a los extranjeros 0 a otras colonias. La expansion de la actividad econdmica en las colonias denota una pauta de inversi6n —capital americano en economia americana— que, aunque ‘modesto en sus proporciones, estaba fuera del sector transatkinico. Amé- rica ere6 su propia industria de asilleros en Cuba, Cartagena y Guaya- dquil,y adquirié una autosuficiencia global en defensa. Las defensas naval y militar de México y Perd eran financiadas por les tesorerias locales, y esto no sélo actvé los astlleros, fundiciones de cobre y tallres de armas, sino también actividades secundarias que servian a esas industras. Por 10 tanto, el declive de la mineria no fue necesariamente un signo de rece- sin econémica: puede indicar un mayor desarrollo econémico, una tran- sicién desde una economia de base estrecha a otra de mayor varieda LAS REVOLUCIONES HISPANDAMERICANAS nN Cuando el primer ciclo minero de México se cerr6, a mediados del siglo xVM, Ia colonia reorient6 su economia hacia la agricultura y la ga- nnaderia y empezé a cubrir mayor ntimero de sus necesidades de pro- ‘ductos manufacturados. La hacienda, la gran propiedad territorial, se hizo tun microcosmos de la autosuficiencia econémica de México y de su treciente independencia. Pero la hacienda podia generar més actividad, porque necesitaba importar algunos bienes de consumo y proporciona- ba materias primas para la propia produccién colonial. Al mismo tiem- po una creciente proporcién del ingreso gubernamental en México per- manecia en la colonia o sus dependenciss para la administracién, de- fensa y obtas publicas, lo que significaba que la riqueza de México sostenia més a éste que a Espaiia. Se supone con demasiada ligereza {ue cuando una colonia no funciona como tal esti en declive, que por- que no exporta excedentes publicos y privados a la metr6poli, no parti- ipa en el comercio transatlintico, no consume grandes cantidades de importaciones monopolistcas, se la debe considerar deprimida. Pero és0s pueden ser signos de crecimiento, no de depresién. Pera siempre fue mas «colonial», menos «desarroliado» que México, y su capacidad mi- hera duré més tiempo! Pero para abastecer a los campamentos mineros Ia colonia creé una ecditomia agricola que se desarroll6 présperamente por si misma, Peri nunca fue tan autosuficiente en manufacturas como fn agricultura} Para numerosos talleres, los famosos obras, que em- pleaban mano de obra forzada y eran propiedad del estado o de empre- Sas privadas, producian para el mercado de las clases bajas © para nece Sidades particulares, Por lo demés, Perd no dependia necesariamente de las importaciones de Espafa: tenia capital sobrante y una marina mer- cante, y podia satisfacer muchas de sus necesidades dé consumo dentro de América, particularmente con lo proczdente de México, y de Asia Y las remesas a Espafia disminuyeron espectacularmente. Entre 1651 y 1739, e1 30 por ciento del ingreso del tesoro en Lima era invertido en la defense del virreinato y sus dependencias; otro 49,4 era gastado en la ‘administracién virreinal, salarios, pensiones, subvenciones, y,en compras de abastecimientos para la industria minera; y s6lo el 20,6 efa enviado a Espafia. Asi pues, la mayor parte de la renta peruaiia éa gastada en Peri. Hasta cierto punto la colonia se habia convertido en su propia metrépoli En historiografia se esté familiarizado con el concepto de un impe- rio informal, de control exterior de la economia, tal como se aplica @ ‘América Latina en el periodo nacional, (Pero no éstaba Hispanoamérica én un estado de emancipacién informal en el periodo colonial, o mas precisamente a finales del siglo Xxvit y principios del xvi? Es cierto {que el poder imperial continuaba ejerciendo su control buroeritico; es también verdad que las colonias no declararon su independencia duran- te la guerra de Sucesién espafiola, cuando la metrépoli era impotente. 2 JOHN LYNCH Dejando aparte el hecho de que el ambiente politico e ideolégico de Principios del siglo XVIII no era propicio para un movimiento de liber cién nacional, los hispanoamericanos tenian poca necesidad de declarar Ja independencia formal, porque gozaban de un considerable grado de independencia de facto, ¥ la presi6n sobre ellos no era grande. Un siglo iS tarde la situacién era diferente. El-peso del imperialismo era en- tonces mucho mayor, precisamente comé resullado de la renovacién del control imperial después de 1765. La provocacién tiene lugar no cuan- do la metrdpoli esta inerte, sino cuando actiia. La autosuficiencia de las colonias americanas fue percibida por los contemporineos, especialmente por las autoridades espafiolas. Era éste un tema recurrente de la literatura desarrollista del siglo XVIII, que in- tentaba encontrar una manera de vincular la economia americana més estrechamente a Espafia. Y ésta era la obsesién de muchos virreyes y otros funcionarios, como s¢ puede observar en sus frenéticos consejos de que la dependencia econémica debia aumentarse como condicién ba- de Ja unién politica. Estas opiniones las reflejé en 1790-1791 Gil de Taboada, Virrey del Peni, que se congratulaba del incremento del comercio y de la baja de Ios precios que produjeron los cambios co- merciales decretados por Carlos II, en especial el notable ascenso de las importaciones en la colonia y el consiguiente dafio para las indus- trias pervanas. «La seguridad de las Américas —decfa~ se ha de medit Por la dependencia en que se hallan de la metrépoli, y esta dependen- cia estd fundada en los consumos. El dia que contengan en si todo lo necesario, su dependencia seria voluntaria.»’ Detener la primera emancipacién de Hispanoamériea, éste era el objetivo del nuevo imperialismo de Carlos III. La politica conllevaba al- gunos riesgos: conturbar el equilibrio de fuerzas en las colonias podia ‘minar Ja estructura del imperio. Pero hasta el punto en que se podian calibrar, los riesgos eran considerados aceptables. Porque la reforma co- Jonial era una parte de un plan més amplio para crear una Espafia mas grande, una visién que compartian Carlos III y sus ilustrados ministros, nacida de un movimiento dz reforma que intentaba rescatar a Espafia del peso del pasado y restaurar su poder y prestigio. La reforma tomé. fuerza’ como consecuencia de Ia desastrosa derrota a manos de los gleses en la guerra de Siete Afios, y desde 1763 Espafia hizo un esfuer- zo supremo pot enmendar el equilibrio en Europa y en las Américas. ‘Se emprendié una nueva evaluaci6n nacional. La élite dirigente —un se! lecto grupo de intelectuales, economistas, prelados y burdcratas— discu- ‘tid varias medidas: imposicién equitativa, industrializacién, expansién del comercio ultramarinno, mejora de las comunicaciones, un programa de, colonizacién interna, proyectos de desvincular los latifundios y las pro-| Piedades de la Iglesia, liquidacién de los privilegios de pastos de los po- derosos criadores de ovejas en favor de los cultivos, y muchas otras pro- ' pachrico 4 Beltiee. ATLANTICO AMERICA DEL SUR. 1800-1830 4 JOHN LYNCH uestas de desarrollo econémico. Las semioficales sociedades econé- micas fueron un importante centro de reformas, mas dedicadas a las soluciones pragméticas que a la especulacién abstracta y apuntando esen~ ialmente a la prosperidad del pais mediante la ciencia aplicada, No todos estos planes se realizaron, pero en el curso de su reinado (1759-1788) Carlos II ditigié Espafia en un renacer politico, econdmico Y cultural, y dej6 a la nacion més poderosa de lo que li habla encontra. do, El gobierno fue centralizado, la administracién reformada; la agri. cultura aumenté'su rendimiento y la industria su produccién: se pro: moyi6 y protegié el comercio ultramarino. E \/2Qué significd esa reforma para Hispanoamérica? Las élites criollas se encontraban ya bien establecidas en toda América, con intereses crea. dos en la tierra, Ia mineria y el comercio, lazos duraderos de parentesco y alianza con la burocracia colonial, y un fuerte sentido de identidad regional. La debilidad del gobierno real y su necesidad de obtener ren- {as habian permitido a estos grupos oponer una eficaz resistencia a la Iejana metrépoli. Se compraban cargos, se hacian tratos fiscales y no se Drestaba atencién a las restrcciones comerciales. La burocracia tradicio nal reflejaba este estado ce cosas, doblegindose ante las presiones evitando los conflictos, y, de hecho, en vez de ser agente de la cen tralizacién imperial, hacia las veces de mediadora entre la corona espa. fila y sus subditos americanos. Los Borbones tenian un concepto diferente del imperio. Su gobiemo era absolutista; sus impuestos, no egociables; su sistema econémico, estrictamente imperial 2. RESPUESTAS AMERICANS La segunda conquista de América fue ante todo una conquista bu- rocritica.* Después de un siglo de inercia, Espafia volvié a tomar a Amé rica en sus manos. Creéronse nuevos virreinatos y otras unidades admi nistrativas. Nombrironse nuzvos funcionarios, los intendentes, Se inten. ‘aron nuevos métodos de gobierno. No se trataba de simples recursos ‘administrativos y fiscales: suponian también una supervisién mis estre~ cha de Ja poblacién americana. Los intendentes eran instrumentos de control social, enviados por el gobierno imperial para recuperar Améri. ca.* Durante la época de inercia ta colonizacién habia significado distin- {as cosas para distintos intereses. La corona queria gobernar Améri sin gastos. Los burdcratas querian un trabajo bien pagado. Los comer. ciantes querian producir para exportar. Los campesinos indios querian Que los dejaran en paz. Muchos de esos intereses eran irreconcilables; ero el problema se resolvié con asombrosa sencillez. En un momento dado de principios det siglo xvi, en un petiodo de fran crisis econdmica, la corona virtualmente dejé de pagar el salario a LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS. 15 sus principales funcionarios en América, los alcaldes mayores y corregi- dores, los funcionarios de distrito en el imperio espatiol. En lugar de pagaries les permitié conseguir unos ingresos vulnerando la ley, convir- tiéndose, de hecho, en puros mercaderes, que comerciaban con los in- dios que estaban bajo su jurisdiccién, adelantando capital y créditos, pro- porcionando bienes y equipos, y ejerciendo un monopolio econémico fen sus distros.’ Muy pocos funcionarios poscian capital inicial para es- timular cualquier actividad econdmica. Asi, en camino hacia sus pues- tos, firmaban contraios con mercaderes capitalistas en Ciudad de Méi 0, por ejemplo— y entraban en asociacién comercial con tos llamados aviadores.* Los mercaderes garantizaban salarios y gastos a los funciona- fios que llegaban, quienes luego obligaban a los indios a aceptar adelan- tos de dinero y equipos para extraer productos agricolas destinados a la exportacién o simplemente a consumir excedentes de mercancias. Este cra el infamante repartimiento, un ardid que forzaba a los indios a la dependencia financiera y al peonaje por deudas. De este modo se sat facian los intereses-de-ios.diferentes grupos. Los indios eran obligados 4 producir y consumir; los funcionarios reales recibian un ingreso; los mercaderes conseguian productos agricolas para exportar; y la corona se ahorraba el dinero de os salarios| Pero en otros aspectos el precio era elevado, Disminuia ef control imperial sobre la politica y los intere- ses locales; el imperio estaba administrado por hombres que dependian, 1no de Tos salarios del gobierno, sino del comercio y de los financiadores de éste. Y reducia a los indios a una forma de servidumbre de la cual ‘no podian escapar. El sistema estaba muy extendido en México, Oaxa- ca, Zacatecas y Yucatén; y en Peri, donde era practicado con particular violencia, fue una de las causis de la rebelién india de Tupac Amari en 1780, z BI sistema tenia sus defensores. Seguin el autor de EI Lazarillo de ciegos caminantes, «... me attevo a afirmar que si absolutamente se pro- hibiera fiar a Jos indios el vestido, la mula y el hierro para los instru mentos de fa labranza, se arruinarian dentro de diez atios y se dejarian comer de los piojos, por su genio desidioso ¢ inclinado sblamente a |a embriaguez»? Pero escandalizé a los reformadores espaiioles del si- glo xvi. En interés de una administracién kumana y racional abolieron el sistema entero por real decreto. La Ordenaaza de Intendentes (4 de di- ciembre de 1786), un instrumento bésico de la reconquista, terminé con los repartimientos y substituyé a los corregidores y alcaldes mayores por intendentes, asistidos por subdelegados en los pueblos de indios. Esto se hizo en México. En Peri también fueron abolidos los repartimientos € impuesto el sistema de intendencia (1784)° La nueva legislacién i {trodujo funcionarios pagados, y garantizé a jos indios el derecho a co- ‘merciar fibremente con quienes quisieran. Ahora podian negarse a tra- bajar en las haciendas o en cualquier tierra que no fuera la suya y a 16 JOHN LYNCH Pasay -acudas que no bubieran sido libremente contratadas. Sobre todo, Geratenientes y financieros veian restringida su utilizacién de la mong & obra; la corona interponia su soberania entre Ia empresa privada ol sector indio."! faboteada dentro de las propias colonias; y en México una lie local Goa el tempo tomaria e: poder politico para impedir, entre otras cose, Un tema esencil de la politica borbénica era la oposicién a las cor- porasiones que gozaban de una situacién y privilegios especiales: Pl Trayor ejemplo de privilegio era ta Iglesia, cuya misidn religiosa en Ame Tica era sostenida por dos fundamentos poderosos, sus fueros'y on ‘queza. Sus fueros le daban inmunidad clerical de la jurisdicion civil y LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS. ” Ridad clericaL'* Luego, con las defensas de la Iglesia asi disminuidas, esperaban lanzar un gran ataque contra sus propiedades. La Iglesia reac, gions enérgicamente. Aunque el clero na se enfrent6 con el regalismo ti los Borbones, se resintié profundamente de fa violacién de sus priv, {egios ¢ inmunidades personales. De modo que resisté a la politics boy “para siempre, y de sus filas salieron muchos de los oficiales insurgentes ¥,de los dirigentes guerrlleros. Como el gran sacerdote revolucienane Morelos proclamé ante el obispo de Puebla: «Somos mas religiosos que los curopeos.»"" Otro centro de poder y privilegio era eliejército} pero aqui la metré- poll tuvo que proceder con més cuidado. Espatia no tenia ni dinero og hombres para mantener grandes guarnic América, y dependia principalmente de las lo que se concedieron a los criollos, legios de que gozaban los militares es nal a depender més de las milcias locales, al aumentar la ameriearns iinperial, EI papel de la milicia fue reducido y en su lugar se poten el del ejrcito regular. En ambas fuerzas los oficiales de alla graduecee Eran ahora invariablemente espafioles; y se restringié el fuses militar, Aabre todo entre los efectivos que no eran e raza blanca, Tambien a 18 JOHN LYNCH también se preocupaba por reafirmar un control econsmico més estre- cho. El objetivo no era ian s6lo erosionar la posicién de los extranjeros, sino también destruir la autosuficiencia de los criollos, hacer que la eco. ‘nomia colonial trabajara directamente para Espaiia, extracr el excedente de produecién que antes habia sido retenido en América. Desde la dé- cada de 1750 se hicieron grandes esfuerzos por incrementar el ingreso imperial. En especial se utiizaron dos mecanismos: la ampliacién del monopolio estatal del tebaco y la administracién directa de la alcabala, antes cedida a contratsias privados. La alcabala era un impuesto espa fol clisico, un robusto trasplante de la peninsula. Ahora habia aumen- tado —en algunos casos desde el 4 al 6 por ciento y su cobro se exigia ‘és rigurosamente. Mientras que las colonias se veian obligadas a pagar luna mayor cuota de inipuestos, no se les consultaba ni sobre os gastos ni sobre los ingresos publicos. En el pasado no habia habido mayores objeciones a recaudar fondos piiblicos para gastarlos dentro de Améri ca, en obras piiblicas, aminos, servicios sociales y defensa. Pero ahora 4a intencion era desviarlos en interés de la metrépoli, en particular para hacer que Jos contribuyentes americanos pagaran las guerras de Espaiia en Europa. A partir de 1765 la resistencia a la tributacin fue constante ¥ en algunos casos.violenta” Y cuando, desde 1779, Espaita empez6 a Dresionar con més fuerze para financiar su guerra con Gran Bretafia, 1a oposicién se hizo més desafiante; en el Pert: de 1780 los motines’ de los eriollos s6lo fueron superados por la rebelién india; y en 1781 en Nueva Granada los contribuyentes mestizos —los comuneros~ sorpren- dieron a las autoridades por la violencia de su protesta, Menos especta- cular pero més implacable fue la oposicién de los cabildos, las Unicas instituciones donde estatan represeniados los intereses de ios criollos, Aqui también se impuso el control borbénico cuando los intendentes espertaron a las municipatidades de su antigua inercia. Las finanzas de los cabildos se mejoraron y sus energias fueron dirigidas a las obras pi- blicas y a los servicios. Pero el precio pagado por esas ganancias era alto; como os agentes reales sometian a los cabildos a una supervision cada vez mas estrecha, cesde la década de 1790 provocaron en ellos luna inesperada oposicin, y los concejales empezaron a exigir el dere cho, no séio de cobrar impuestos, sino también de controlar los gastos Los planificadores intentaron aplicar la nueva presién fiscal a tina economia expansiva y controlada. Entre 1765 y 1776 desmantelaron el sistema testritivo del comercio colonial y abandonaron reglas secula- res, Bajaron las tarifas,abolieron el monopolio de Cadiz y de Sevilla, abrieron libres comunicaciones entre los puertos de la peninsula y los {el Caribe y del continents, y autorizaron el comercio intercolonial! Y en 1778 se amplié, «un comerco libre y protegidon entre Espafia y Amé- fica para dar cabida en éla Buenos Aires, Chile y Peri, a los que en 1789 se afadieron Veneztela y México. Todo esto, unido a la amplia- LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS 19 cidn de la libre trata de esclavos a partir de 1789, al permiso para co- merciar con colonias extranjeras a partir de 1795, y en navios neutra- les a partir de 1797, aument6 en gran medida el comercio y la navega- cidn en el Atlético espafiol. Pero, chasta qué punto beneficié a Espatia? El valor anual medio de las exportaciones espafiolas a Hispanoamérica fen los afios 1782-1796 superé en un 400 por ciento al de 1788, y poca duda cabe de que la metrépoli se benefici6 de Ia recepcién de mayores excedentes de las colonias, asi piblicos como privados, y de las mejores oportunidades de exportar articulos espafioles.” Sin embargo, a pesar de que los extranjeros se encontraban excluidos oficialmente del comer- cio imperial, Espafia seguia dependiendo de las economias mas avanza- das de la Europa occidental en lo que se refiere a mercancias y na- vios, € incluso al permiso”pafa mantener abiertas las rutas. Gran parte del comercio de Cédiz eon América consista en la reexportacién de ar- ticulos extranjeros. En 1778 los productos extranjeros representaron el 62 por ciento de las exportaciones registradas a América, y también mar- chaban en delantera en 1784, 1785 y 1787. En lo sucesivo, la proporcién ‘de mercanefas nacionales mejoré, alcanzando una media del 52 por cien- to en el periodo 1782-1796. Pero entre ellas predominaban los produc- tos agricolas. La industria nacional no respondié al mercado colonial y Espafa no se convitid en una metr6poli desarrollada, ‘Hispanoamérica experiment6 periodos de recuperacién y periodos de recesién bajo el libre comercio. Durante os afios 1782-1796 el valor ‘medio de las exportaciones americanas a Espafa fue mas de diez veces ‘mayor que el de 1778. E1 36 por ciento de ellas correspondian a Méxi- co, seguidas del Caribe (23 por ciento), Peni (14 por ciento), el Rio de'la Plata (12 por ciento) y Venezuela (10 por ciento). Las exportacio- nes de metales preciosos, que se cifraban en un 56 por ciento, conti- ‘nuaron dominando el comercio, y alrededor de una cuarta parte de ellas eran rentas de la corona. Pero las exportaciones agrcolas, tabaco, cacao, azticar, cochinilla, indigo y pellejos, representaban el 44 por ciento. Esto indica que regiones marginales —el Rio de la Plata y Venezuekt~ y pro- ductos que antes eran descuidados los agropecuatios— se afiadieron ahora a la corriente principal de la economic de exportacién. Pero tos americanos también se dieron cuenta de que todavia estaban sujetos a ‘un monopotio, todavia se vefan privados de mercados opcionales, toda- via dependian de las importaciones controladas por fos espafioles comercio libre tenia ademés un defecto basico. La economia ame- ricana no podia responder con suficiente rapidez a los estimulos exter- ros. Permanecié esencialmente subdesarrollada y falta de inversiones, abierta a las importaciones pero con pocas exportaciones. El resultado era predecible —una salida de metales preciosos, uno de los pocos pro- ductos americanos dé Tos cuales habia una demanda constante en el ‘mercado mundial. Sélo en un afto, 1786, Peri fue inundado con veinti- 20 JOHN LYNCH '-AS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS a pendencia evonémica —Ia eherencia colonia» de Hisparenen ics tuvo Sus tigenes, no en la época de inercia, sino en el nucvo imperialismo, ‘ Las manufacturas y productos americanos ue duplicaban las impor. fdas 2 SOMerio sobre que suspin nye eo Sobre la fidelidad de estos vasallos.»™ En 1781, ja Compatiia de ‘Caracasel prin- nec Hone del monopolio, perdi as contig (a age co 'u Produccién de plata au- mercio libre se extendié a Venezuela. Pero la nueva casta de mercade- de pesos en 1762 hasta un Gel comer tang eSPAROLeS 0 cron esptotons se Dede 1800 México prowuin sone eto tanslintico He permit cee say completo Hispanoamérica contabais sobre peconOmt venezolane, pagando por debi io exportaciones y dial México era shores i pede a Potatoes! Los teatenionts yo ree stio- a, enviando un excedente nt dere conn Comercio on los extanjere desing merea- Fat of Bld le produecién text! de Queréiaroy Puebla meinen flore- Gente-en el silo XVI, se encontraba en reeesin a causa de aioe n JOHN LYNCH © BI Rio de ta Plata, como Venezuela, experimenté su primer desarro- lio econsmico en el siglo xvii, cuando surgié un incipiente interés ga- nadero, dispuesto a amgliar la exportacién de cueros ¥ otros productos animales a los mercados del mundo. Desde 1778 las casas mereantiles de Cidiz con capital y contactos se aseguraron un firme control de! co- mercio de Buenos Aires y se interpusieron entre el Rio de la Plata y Europa. Pero en la déccda de 1790 fueron desafiados por mercaderes Portefios independientes, que buscaban concesiones de trata de escla. vos y a la vez permisos para exportar cueros. Empleaban sus propios barcos y capitales, y oftecian mejores precios por los cueros que los caderes de Cédiz, liberando a los estancieros del dogal del monopolio.™ Los estancieros formaban un tercer grupo.de_presin, hasta entonces Pequefio y poco brillante, pero aliado de los mercaderes criollos contra Jos monopolistas espafioies. Esos intereses portefios tenian portavoces como Manuel Belgrano, Hipdlito Vieytes y Manuel José de Lavardén, Belgrano era secretario del consulado, que él conviriié en un foco del Pensamiento econémico liberal. Lavardén, hijo de un funcionario colo- nial, hombre de letras, estanciero prospero, cuya esencial moderacion ddaba mayor fuerza a sus opiniones, redujo ‘el programa econdmico de 4os reformadores portefios a cuatro peticiones bisicas: comerciar direc. tamente con todos los paises, obteniendo asi importaciones de las fuen tes mds baratas; poseer una'marina mercante propia e independiente: exportar los productos de! pais sin restricciones; expansionar la agricul. tura y la ganaderia mediante la distribucién de la tierra a condicién de Gue el que la recibiera trabajase la concesién. La coherencia de este Programa puede ser engafosa. Los intereses econémicos en América no eran homogéneos: habia conflictos entre las distin colonias y en el seno de las mismas. Y la emancipacién no era simplemente un mo- Vimiento por la libertad do comercio. Pero si habia una idea universal, era el deseo de un gobie-no que cuidara de los intereses americanos Pero que al mismo tiempo se limitara a protoger la libertad y la pro- Piedad. Los americanos enm cada vez mis escépticos sobre i posibil- dad de que Espafa se lo pudiera proporcionar. La segunda conquista de América se vio reforzada por las continuas oleadas de inmigracién procedentes de la peninsula, cuando burdcratas ¥ comerciantes llegaron et tropel elbusca de un nuevo mundo, digno de los espaiioles, donde centinuaban siendo preferidos en la alts admi- nistracién, y donde el comercio libre favorecia a los monopolistas pe. ninsulares. El decreto de 1778 fue la sefial de una inmigracién renovada ¥ de un nuevo proceso de control. Las firmas de Cadiz y sus subsi Tias entraron en el comerco del Atlintico Sur, y a Buenos Aires Hepa. ron los Anchorena, Santa Coloma, Alzaga, Ezcurra, Martinez de Hoz, agentes de la conquista comercial y precursores de la oligarquia argent na.’ En México, generacién tras generacién de peninsulares renovaban LAS REVOLLUCIONES HISPANOAMERICANAS B Ja presencia espafiola. Durante el periodo de 1780-1790 el nivel de in- migracién desde Espafia a América fue cinco veces mis alto que en 1710-1730.” Los hispanoamericanos tenian una impresién clara, aunque exagerada, de que sus paises eran invadidos por gran niimero de gach, pines y chapetones, que eran los despectivas nombres que daban a los Peninsulares. Y la reconquista trajo no sdlo més inmigrantes sino un ‘nuevo tipo de inmigrantes. Mientras que en los siglos Xvt y XVII la ‘mayor parte de los espafioles que llegaban a América procedian del cen- ‘to y del sur de Espafia, los nuevos conquistadores venian del norte, de la Espafia Cantébrica, erani duros, despitdados y avaros, verdaderos Productos de su patri."* El estadista e historiador mexicano Lucas Ala. mén describié a esos inmigrantes tal coma los recordaba. La mayoria eran jévenes de humilde origen que iban a whacer la América» y eran confiados a un pariente 0 a un amigo ya establecido, bajo el cual ser- vian como aprendices en el negocio. Era un servicio dificil y pesado: las Jormadas de trabajo eran largas, la supervisién del patrono exigente, y la vida frugal, porque las ganancias del aprendiz se le retenian para él, po- siblemente se casaba dentro de la firma o con el tiempo le entregaban los salarios més los intereses para poner en marcha su propio negocio. Los productos de este sistema formaron una seria y prospera clase cm. Presarial, activa en el comercio y la mineria, y reforzada constantemen. te desde la peninsula, porque los hijos eriollos habitualmente no seguian la vocacién paterna, prefiriendo la vida del terrateniente aristocrata. ‘Alamén describe la culminacién de su carrera de éxitos: «Con la fort, na y el parentesco con las familias respetables de cada lugar, venia la consideracién, Jos empleos municipales y Ia influencia, que algunas veces degeneraba en preponderancia absoluta.»” Desde este punto de vista la revolucién por la independencia puede interpretarse como tna reaccién americana contra una nueva colonizacién, un mecanismo de defensa puesto en movimiento por la nueva invasién espafiola del eomercio y los cargos oficiales Espatia no se fiaba de tos americanos para los cargos de responsabi- lidad politica; 1os espaiioles peninsulares continuaban siendo preferidos para los altos cargos oficiales, al igual que pan el comercio transatlant 0. Algunos criollos posefan’ grandes fortunas, basadas prineipalmente en Ia propidad de la tierra y, en algunos casos, en las minas. Pero la ‘mayor parte tenian s6lo una renta moderada; eran hacendados empren. dedores, administradores de grandes fincas 0 de minas, negociantes lo- cales; 0 se ganaban malamente la vida en profesiones liberales, como la saturada abogacia, La primera generacién de criollos senta la mayor pre- sion, porque sufrsret reto'inmediato de la nueva oleada de inmigrantes, Por esta razén, un cargo era para el criollo una necesidad y no un lujo. Durante la primera mitad del siglo xvut a los eriollos se les permitié comprar cargos, y en la década de 1760 la mayoria de los jueces de las a JOHN LYNCH audiencias de Lima, Santiago y México eran criollos, vinculados a la élite local por el parentesco o los intereses."® Se produjo entonces una reac- cin espafiola: la metrépoli empez6 a reafirmar su autoridad, a reducit {a participacién criolla en el gobierno y a romper los vinculos entre los burécratas y las familias locales. Los nombramientos para cargos supe- riores en la Iglesia, la administracién y el ejército volvieron a ser para los europeos en un esfuerzo por desamericanizar el gobierno de Améri- ca. En el periodo 1751-1898, de los 266 nombramientos que se hicieron en las audiencias s6lo el 62 por ciento fue para criollos, mientras que 200 fueron para peninsulares. En 1808, de los 99 funcionarios de los ttibunales coloniales s6lo seis criollos recibieron nombramientos en sus ropias regiones, y diecinueve en otros lugares.*' La corona adquirié un ‘nuevo gobierno imperial, pero la frustracién entre los americanos fue en aumento. En Peri, Nueva Granada y México los criollos pidieron explicitamente nombramientos: querian una parte de los cargos, o la ma- yoria de ellos, 0 el monopolio absoluto de los mismos, y los querian en su tierra natal. De esta manera el tradicional antagonismo de los dos grupos se agravé con la nueva colonizacién. Como dijo Humboldt, «El curopeo mas miserable, sin educacién y sin cultivo intelectual, se cree superior a los blancos nacdos en el nuevo continente».® En el Rio de la Plata, Félix de Azara ajirmé que Ia aversion mutua era tan grande que @ veces se daba entre padre e hijo, marido y mujer. En México, Alamén estaba convencido de que este antagonismo era la causa de la revolucién por la indepencencia, Si a esta preference en los emplcos roc y benefciosecesist os, qua so el motivo principal dela ian ere abas cscs ‘reg el que, come hemos visto, los curopos posean grandes ngveias ‘ue aunque fuesen el jo premio de trabajo y i industri, eels nvidia de los americans y eran consideradas por esos como ott tan tas usurpciones que les ablan hecho, que aqutles con el pass fiquera eran a veets més favorecidor por el belo Seo, proporcondin smi ventjons ens, ae por toon ests motos un, bah Obtenido una prepotenca teidda sobre Ios nas ent pls no oa fe expiea ls els yrivalidad que ene unos y ors fueron crests to,» que terminaron per un odo enemistad morales Las esperanzas americanas, nutridas durante la época de inercia, fue- ron sofocadas por el nuevo imperialismo. El revés fue grande, pero re- sult6 inreal, dada la superioridad demogrifica de los criollos. Habia una diferencia obvia entre la primera conquista y la segunda. La primera fue la conquista de los indios; la segunda, un intento de controlar a los crio. llos, Era una batalla perdida, porque fos criollos aumentaban constante. mente su ntimero, En el siglo Xv1, alrededor de 1570, habia de 115.000 120,000 blancos en Hispanoamérica, de los cuales un poco mas de la {LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS 25 mitad habian nacido en Espafia. A principios del siglo xix, de una po- blacién total de 16,9 millones habia 3,2 millones de blancos, y de éstos sélo 30.000 0 40.000 eran peninsulares. Esta minoria no podia esperar mantener indefinidamente el poder politico. A pesar del aumento de la jnmigracién, los factores demograficos estaben en contra suya: los erio- tlos dominaban ahora a los peninsulares en alrededor del 99 por ciento. En tales términos la independencia tenia una inevitabilidad demogréfica y simplemente fue la derrota de 1a minoria por lt mayoria, Pero habi algo mis que mimeros. La hostilidad social de los americanos hacia los ‘nuevos inmigrantes tenia matices raciales. Los peninsulares eran blan- cos puros, con un sentido de Ja superioridad nacido de su color. Los americanos eran més 0 menos blancos; de hecho muchos de ellos eran morenos, de labios gruesos y piel aspera, cesi como describe al propio Bolivar su edecén irlandés, el general O'Leary: Odiaban a los super- blancos espafioles y también ellos querian ardientemente ser considera- dos blancos. Humboldt observé esa concientia de raza: «J en Amét- ca, la piel, més 0 menos blanca, decide de la clase que ocupa el hom- bre en la sociedad.» Esto explica la obsesién por la minuciosa definicién de la gradacién racial -zambo prieto era siete octavos negro y un octa- vo blanco— y la ansiedad de las familias sospechosas en probar su blan- cura acudiendo incluso al litigio y teniendo que quedar satisfechas a veces con la declaracidn del tribunal de «que se tenga por blanco». Las sociedades coloniales estaban compuestas, en variadas propor ciones, de una gran masa de indios, un nimero menor de mestizos tuna minoria de blancos. La base india de ests vasta pirimide era amplia en Peri, México y Guatemala, menor en Rip de la Plata y Chile. Pero cn casi todas partes los indios eran un puetlo conquistado, obligado a vivir en una situacién social inferior, sujeto ¢ tributos asi como a servi cios pliblicos y personales. En toda Hispanoamérica, pero sobre todo en el norte de Sudamérica y en el Peri costero, los esclavos negros eran tun elemento superpuesto, del cual descendien negros libres y mulatos, veces llamados pardos 0 castas. La situacién social de los pardos era incluso peor que la del otro grupo mezclado, el de los mestizos, pro- ductos de ta unién hispanoindia. El pardo era despreciado por su ori- gen esclavo y por su color; una legislacién discriminatoria le probibia acceder a los simbolos de la situacién social de los blancos, incluida Ia educacién; estaba confinado en los oficios baos y serviles en las ciuda- des y en los trabajos de peonaje en el campo; y su origen en la unién de blanco y negro era considerado tan monsiruoso que se le compara- ba a la naturaleza del mulo, de donde viene el nombre de mulato. Un espatiol podia casarse Gon una mestiza, pero raramente lo hacia con una ‘miulata; los mulatos y los indios eran considerados seres inferiores con Jos que ni siquiera sus iguales sociales come los blancos pobres y los ‘mestizos querian matrimonio.” Las distinciones raciales formaban una 26 JOHN LYNCH parte, aunque no exclusiva, de las definiciones de clase. «Las estratifi- caciones sociales coloniales estaban basadas en una graduada serie de posiciones abiertamente llamadas castas por los funcionarios coloniales, Que estaban determinadas por diferencias raciales, econdmicas y socia, les»® Fuere cual fuere el grado de factores culturales y raciales en Ia determinacién de la estructura social, la sociedad colonial estaba marca da por una rigida estratificacién; era una sociedad de castas, aunque sin saricin religiosa y al menos con posibilidad de moviidad. Era este po- sibilidad 1o que alarmaba a los blancos, Los eriollos eran muy-conscientes de la presién social que venia de abajo, y se esforzaban en mantener a Ja gente de color a distancia. Los Drejuicios de raza crearon en Amé ambivalente actitud hacia Es- ‘pana En partes de Hispanoamérca la revels de los eslavos era una osibilidad tan obsesionante que los criollos no estaban dispuestos a abandonar a la ligera la proteccién del gobierno imperial. Fue ésta la Principal razén por la cual Cuba permanecié al margen de la causa de la independencia, Por otro lado, Ia politica borbénica introdujo un ele- ‘mento de movilidad social. Se permitié a los pardos ingresar en la mili- cia, lo que les dio acceso a fueros, prestigio y riqueza en una medida de a que muchos blancos no gozaban. También podian comprar la blan- cura legal mediante la adquisicién de cédulas de gracias al sacar. Por tuna ley del 10 de febrero de 1795 se ofrecié dispensa de la condicidn social de pardo previo pago de la suma de 1.500 reales de vellén, que en 1801 fue rebajada a 700 reales.® A Ios solictantes afortunados se les autorizaba a recibir educacién, casarse con personas de raza blanca, ocu- Par cargos puilicos y ordenarse sacerdote. El gobierno imperial tenia sus Dropias razones para fomentar esta movilidad. Las razones no eran total: mente fiscales, ya que la formula no presentaba un gran potencial en lo referente a rentas; tampoco eran puramente humanitarias. La nueva po- litica constituia basicamente el reconocimiento de cambios habidos en la sociedad. Los pardos erecian en niimero, pero sufrian enormes injus- ticias; era necesario cfrecerles espacio y aliviar las tensiones. Quiz la Politica reflejaba también el pensamiento econdmico de la metrépoli y su actitud ante el poder aristocritico y Ia independencia. Incrementar la movilidad social equivaldria a reforzar la lite blanca por medio de una clase econdmicamente motivada y ambiciosa, lo cual socavatia los idea- les tradicionales de honor y categoria social y al mismo tiempo realzaria los valores empresariaes. Cualquiera que fuese el motivo, el resultado fue difuminar las lineas que separaban a los blancos de las castas y per- mitir que muchas personas que no eran claramente indias o negras fue. sen consideradas como espafiolas desde los puntos de vista social y cul. tural) Lo irénico fue que este ataque liberal contra los valores sefioria. Jes terminé robusteciendo a los mismos, con-el resultado de que fueron legados a los estados independientes bajo formas todavia mis extremas. LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS Py \% Porque los blancos reaccionaron dsperamente contra estas concesio- nes, Su preocupacién se notaba en su creciente exclusivismo y en su sensibilidad més delicada en cuestiones de raza. En el Rio de Ia Plata, segtin Concolorcorvo, las principales familias de Cérdoba «son muy te: races en conservar las costumbres de sus antepasados. No permiten « fos esclavos, y aun a los libres que tengan mezcla de negros, usen otra ropa que Ia que se trabaja en el pais, que es bastantemente grosera>, En las iglesias parroquiales, blancos y cestas figuraban en registros sepa- rados de nacimientos, matrimonios y muertes, lo que hizo de la Iglesia una de las guardianas de la pureza racial; desde Iuego era préctica de Jos blancos bautizar a sus hijos en casa, en la creencia de que «bautizar en la iglesia era cosa de indios y mubatos».** En Nueva Granada los criollos consideraban los términos mestizo, mulato y zambo como in- sultantes, y se aferraban a sus privilegios como importantes distinciones de clase en un momento en que la corona aumentaba sus crticas con- tra los fueros y queria reducirlos. Los tribunales se veian inundados de peticiones de declaraciones de blancure, con solictantes que rechaza- bban afirmaciones como «no es mas que un pobre mulato», y que bus- caban certficados de «no pertenecer a la clase de mestizos ni tener otto defecto».* Igualmente los mestizos trataban de ser declarados mestizos, no indios, y por ello libres de tributary mejor situados para aprove- charse de la movilidad social y de la posibilidad de pasar por blancos. Pero fue Venezuela, con su economia de plantaciones, mano de obra esclava y numerosos pardos —juntos formaban el 61 por ciento de la poblacién—, quien inicié el rechazo de la politica social del segund perio y gstablecié el clima de la revolucién venidera La aristocracia venezolana, un grup¢ relativamente pequefio de te- rratenientes y comerciantes blancos, resist ferozmente el avance de la gente de color, rechaz6 la nueva ley de esclavos, protesté contra las cé- ddulas de gracias al sacar, y se opuso a la educacién popular, Seguin el ‘abildo de Caracas, las leyes de Indias «no quieren que flos pardos} vivan sin amos, aun siendo libres».** La situacién legé a una crisis,en 1796, cuando s¢ concedié un nivel social mejor a un pardo, ef doctor Diego Meiias Bejarano; fue dispensado de «la calidad de su color Pardo», y a sus hijos se les permitié vestir como blancos, casarse con blancas, obtener ‘argos publicos y entrar en el sacerdocio. EI cabildo de Caracas protest6 contra lo que llamaba «esa amalgama de blancos y pardos» y conclu La abundancia de Pardos que hay en esta Provincia, su genio orgullo- so y altanero, el empeiio que se nota en ellos por igualarse con los blan- 0s, exige por méxima de politica, que Vuestra Majestad los mantenga siempre en cierta dependencia y subordinacién a los blancos, como hasta aqui: de otra suerte se harin insufrbles por su altaneria y a poco tiempo uerrin dominar a los que en su principio han sido sus Sefiores.* 28 JOHN LYNCH La politica conduciria, insistian, a «la subversién del orden social, el sistema de anarquia, y se asoma el origen de la ruina y pérdida de los Estados de América donde por necesidad han de permanecer sus veci- nos y suftir y sertir las consecuencias fuunestas de este antecedente». La corona repudié esos argumentos y ordend a sus funcionarios juridicos aplicar la cédula. Pero cuando, en 1803, Mejias intent que su hijo en- trara en ta Universidad de Caracas, ésta se resistié, pretextando que «se arruind eternamente nuestra Universidad [..] los hijos legitimos de V. M. serian sumergidos en el hondo abismo de la barbarie y de la confisién mientras la posteridad africana, una vergonzosa deseendencia, de esclavos |...) ocuparian nuestro lugar». En México también la situacién social era explosiva y los blancos fueron siempre conscientes del resentimiento de indios y castas. Ala min describe a los indios mexicanos como «una nacién enteramente separada; ellos consideraban como extranjeros a todo lo que no era ellos ‘mismos, y como no obstante sus privilegios eran vejados por todas las demiis clases sociales, a todas las miraban con igual odio y desconfian- za». En 1799 Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Michoacan, ana- lizaba la profunda divisién en la sociedad mexicana: Indios y esas se ccupan en Jos servicios doméstcos, én los trabajos de tagcat y en los miisterosordinarios del comertoy de as ehce 3 ofc, Es decir, que son eras, srviontes o jomalers dle pea Ghse. Por consguente rsa entre ells y la primer cae equa apo Sin de interses y de afectos qus es regular ene los que nada tonea ys. ae J tienen od, ete os dependency fs scr La envi €l robo, el mal servicio de pate de los unos; el despre, usu Aurea de parte de los aos. Estas reals son comanes hast to punto todo el mundo, Pero en América suben ny alo patos Pontes no hay araduacioneso medians; son todos cos 0 misraes nobis ot, fumes La eélera reprimida de las masas mexicanas estallé en 1810 en una violenta revolucién social, que demostré a Ios criollos lo que sospecha- ‘ban desde hacia mucho tiempo: que en ultimo término eran ellos los ‘guardianes del orden social y de la herencia colonial, Por esta razén, los criollos perdieron confianza en el gobiemo bor- bénico y empezaron a dudar de que Espatia quisiera defenderios. Su dilema era real. Estaban atrapados entre el gobierno imperial y las masas Populares. El gobiemo les consentia privilegios pero no el poder de de~ {enderse; las masas que se resentian ante los privilegios podian intentar destruirlos. En esas citcunstancias, cuando la monarquia eayd en. 1808, los criollos no podian permitir que se protongara el vacio politico; ac” tuaron répidamente para anticiparse a la rebelion popular. Entonces ta Veron que aprovectar la oportunidad de obtener la independencia, no [LAS REVOLUCIONES HSPANOAMERICANAS 2» ‘solo para arrebatarle el poder a Espafia, sino, sobre todo, para impedir ‘que los pardos se hicieran con él. Bolivar estaba aterrado por el dilema, consciente de que sobreviviria « la independencia: «Un inmenso volcén esti a nuestros pies. CQuién contendra las clases oprimidas? La esclavi- tud romperi el fuego: cada color querré el dominio.»* Mientras tanto, el avance del estado borbénico, el freno a la parti pacidn criolla y el incremento de los impuestos no dejaron de encon- trar oposicién. La resistencia a las innovaciones y al abuso del poder por parte del gobierno encontré expresién en protestas y rebeliones que culminaron con las revueltas de 1780-1781 en Peri, Nueva Granada y Venezuela” Mis que movimientos populares, fueron coaliciones tem- porales de grupos sociales que los criollos encabezaron primero y luego, alarmados por la presién desde abajo, abandonaron. No fueron «antece- dentes» de la independencia. Los rebeldes abogaban mis bien por una utopia de tiempos pasados en los que la centralizacién burocratica y la opresién fiscal eran desconocidas. Si bien no preveian la independen- cia, no por ello dejaron de socavar [a lealtad al gobierno borbénico. De- rmostraron que la tradicional formula de la protesta: «Viva el rey y muera el mal gobierno», estaba desfasada y desacreditada, en no poca medida por culpa de los propios Borbones, cuya politica centralizadora invalidé Ja antigua distincidn entre el rey y el gobierno e hizo a la corona res- ponsable directa de Ia actuacién de quienes la servian. Segiin los rebel- des, las autoridades espafiolas eran extranjeras, mientras que los ameri- canos no hacian mas que reclamar sus propios paises. En este sentido fueron una etapa més avanzada de la evolucién de la conciencia colo- nial, una defensa de los intereses americanos contra los de Espaiia. 3, EL NACIONALISMO INCIPIENTE Poder politico, orden social: éstas eran las exigencias bisicas de los, ctioffos. Pero, auingué Espafia hubiera quérido y podido responder a sus necesidades, los criollos no hubieran estado satisfechos much tiempo. Las peticiones de cargos piiblicos y de seguridad expresaben una con- ciencia més profunda, un desarroliado sentido de Ia identidad, una con- viocién de que los americanos no eran espafioles. Este presentimiento de nacionalidad s6lo podia encontrar satisfaccién en la independencia. AAI mismo tiempo que los americanos empezaban a negar la. nacional dad espafiola se sentian conscientes de las diferencias entre si mismos, porque incluso en su estado prenacional las distintas colonias rivaliza- ban entre si por sus recursos y sus pretensiones. América era un conti- rnente demasiado vasto y un concepto demasiado vago como para atraet la Iealtad individual. Sus hombres eran primeramente mexicanos, vene- zolanos, peruanos, chilenos, y era en su propio pais, no en América, 30 JOHN LYNCH donde encontraban su patria. Este sentido de la identidad, desde luego, se limitaba a los criollos, ¢ incluso éstos eran conscientes de una amt stiedad en su posicién. Como Bolivar recordé: [..] mo somes europeos, no somos indios, sino una especie riedia entre los aborigenes y los espafoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conficto de disputar los naturales los titulos de posesién y de mantenemos en el pais que nos vio nacer, contra la oposicidn de los invasores [espaiioles}; as, nuestro caso es el mas ex- traordinario y complicado.” Hasta donde habia una nacién era una nacién criolla, porque fas case {as tenian sélo un oscuro sentido de la nacionalidad, y los indios y ne. gros ninguno en absoluto. Las condiciones en el periodo colonial favorecian la formacién de uunidades regionales distintas unas de otras. Las divisiones administrati ‘yas espaiiolas prozorcionaron la estructura politica de la nacionalidad. El imperio estaba dividido en unidades administrativas —virreinatos, ca. pitanias generales, audiencias—, cada una de las cuales tenia una maqui. aria burocrética y un jefe ejecutivo. Estas divisiones, basadas en las regiones preespafiolas, promovian mis el regionalismo y un sentido de arraigo local. Y después de 1810 fueron adaptadas como armazén terri. torial de los nuevos estados, bajo el principio de uti possidetis, o, como exponia Bolivar: «ht base del derecho puiblico que tenemos reconocido en América, Esta base es que los gobiemos republicanos se fundan entre los limites de los antiguos virreinatos, capitanias generates, 0 presiden- La naturaleza reforz6 las divisiones impuestas por ef hombre, Amé- rica era un conglomerado de paises. No habia una gran diferencia en. ‘rere las pampas del Rio de la Plata y el altiplano del Alto Peri, entre el campo chileno y las plantacionnes de la costa de Venezuela, entre la economia agricola de Nueva Granada y las zonas mineras de Méxteo y Peri, entre el gaucio, el llanero, el cholo y el inquilino? La dificultad de las comunicaciones separaba mas cada colonia de la otra. Los Bor- bones mejoraron los caminos, los servicios postales y las comunicacio. ‘nes maritimas del imperio, pero los obsticulos naturales, los formida. bles rios, Uanuras y desiertos, las impenetrables selvas y montaias de América eran demasiado grandes para vencerlas. Los viajes eran largos y lentos. Se tardaba cuatro meses por mar entre Buenos Aires y Aca. pulco, y el regreso era todavia mas lento. Fl viaje por tierra de Buenos Aires a Santiago, crtzando pampas y cordilleras, costaba dos agotadores ‘meses. Si alguien era fo bastante temerario para viajar desde Buenos Aires 4 Cartagena por tierma se enfrentaba con un viaje a caballo, mula carros Y transportes fluviales via Lima, Quito y Bogoti, que le tomabs nueve Ana tie. LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS 31 meses. El aislamiento regional ayud6 a sofocar la unidad americana y a jover el particularismo. Me reponaomo se rforb debido as dvsionesecontmicas. A ‘gunas colonias disponian de excedentes agricolas y mineros para expor- {ar a otras y quebrantaron las barreras legales puestas al comercio inter- colonial. Cuando esas barreras fueron oficialmente levantadas, a partir de 1765, el gobierno imperial estimulé el comercio interamericano, pero ‘no pudo realizar la integracién econémica. Chile se resentia de su de- pendencia del Peri, virtualmente el tinico mercado para su trigo. Bue- nos Aires competia con Lima por el mercado del Alto Peri? Peri se dolia amargamente por la pérdida del Potosi, en beneficio dei Rio de la Plata en 1776, y se oponia a la obligacién de proporcionar indios de ta rita para continuar los trabajos en las minas. Buenos Aires a su vez se convirtié en una especie de metrépoli, que controlaba las comunica- ciones fluviales, canalizando todo el comercio hacia si misma y desper- tando la hostilided de sus satéites, la Banda Oriental y el Paraguay. Estas rivalidades econémicas tenfan un doble significado, En primer lugar, los eyes y ottos funcionarios, espafioies o criollos, asumieron la posi- ‘in regionalista de su colonia y la apoyaron contra sus rivales. En se gundo lugar, aunque pudiera parecer que el nacionalismo colonial se definia menos contra Espafia que contra otras colonias, en realidad los americanos habian aprendido la leccién de que sus intereses econémi. cos tenian pocas posibilidades de encontrar una audiencia imparcial en el gobierno imperial, que las ivalidades interregionales eran consecuen- cia inevitable del dominio colonial, y que necesitaban un control inde- pendiente sobre su propio destino. Y después de 1810 cada pais busca- ria su solucién individual e intentarfa resolver sus problemas econd- micos estableciendo relaciones con Europa o los Estados Unidos sin preocuparse de sus vecinos. El nacjonalismo incipiente también alcanz6 cierto grado de expresién politica. Este era el significado de la irreprimible exigencia americana de cargos pubiicos, una exigencia que probablemente tenia még que ver con razones de patrocinio que con la politica. Pero era una prueba mis de una presuncién cada vez mayor: que los americanos eran diferentes de los espaiioles. En 1771, el cabildo de Ia ciudad de México proclams ‘que los mexicanos deberian tener derecho exclusivo a ocupar cargos blicos en su pais. Los americanos, decin, estaban educados y cualifica- dos para ocupar cargos piblicos, y tenian un derecho de prioridad sobre los espafioles, que eran extranjeros en México. Verdaderamente, espaiio- les y mexicanos eran suibditos del mismo soberano y como tales ‘bros del mismo cuerpo politico, pero, argiian, «en cuanto a prov oficios honorificos se han de contemplar en estas partes extranjeros los espafioles europeos, pues obran contra ellos las mismas razones por que todas las gentes han defendido siempre el acomodo de los extraiios». 32 JOHN LYNCH iCuiles eran las fuentes intelectuales del nuevo americanismo? Las ideas de los philosophes franceses, su critica de las instituciones socia- les, politicas y religiosas contemporineas, eran conocidas por los ameri- canos aunque no fueran aceptadas indiscriminadamente. La fiteratura de Ja Tlustraci6n circulaba en Hispanoamérica con relativa libertad, En Mé- xico tenfan un publico Newton, Locke, Adam Smith, Descartes, Mon- tesquieu, Voltaire, Diderot, Rousseau, Condillac y D'Alembert. Entre los lectores se podian encontrar virreyes y otros funcionarios, miembros de las clases profesional y de negocios, personal universitario y eclesiés- tico, La inundacién aleanzé su apogeo en la década de 1790, y a partir de entonces la Inquisicién mexicana empez6 a actuar, menos alarmada por fa heterodoxis religiosa que por el contenido poiitico de la nueva filosofia, que era considerada sediciosa, «contraria a la quietud de los Estados y Reynos, llena de «principios generales sobre la igualdad y Ii bertad de todos lcs hombres», y en algunos casos vehiculo de las not cias de sla espantosa revolucién de Francia que tantos datos ha causa- do». Pero el nuevo movimiento intelectual no era un asunto que'divi diera a los criollos de los espaiioles, ni era un ingrediente esencial de la independencia. Poseer un libro no significaba necesariamente aceptar sus ideas. A los lectores americanos a menudo los movia s6lo la eurio- sidad intelectual; querian saber Io que pasaba en el mundo entero; se resentian por los -ntentos oficiales de mantenerlos en la ignorancia; y daban ta bienvenida a las ideas contempordneas como instrumento de reforma, no de destruccién. Es cierto que algunos criollos cultos eran algo més que reformadores; eran revolucionarios. En el norte de Suda- mérica, Francisco de Mirarda, Pedro Fermin de Vargas, Antonio Na- rifio y el joven Simén Bolivar eran todos discipulos de la nueva filoso- fia, ardientes buscadores de Ia libertad y felicidad humanas. En el Rio de'la Plata el virey Avilés observé «algunas sefales de espirtu de inde- pendenci»,, que airibuia precisamente al excesivo contacto con los ex- tranjeros. Manuel Belgrano conocia muy bien el pensamiento de la llus- tracién. Mariano Moreno era un admirador entusiasta de Rousseau, cuyo Contrato social edité en 1810 «para instruccién de los jévenes americanos», Bstos hombres eran auténticos precursores de la indepen- dencia; pero eran una pequefia élite e indudablemente avanzada con respecto a la opinién criolla, La gran masa de los ameticanos tenfan ‘muchas objeciones contra el régimen colonial, pero éstas eran mds prag- miaticas que ideolézicas; en titimo término, la mayor amenaza contra el imperio espaviol procedia de los intereses ‘americanos mis que de las ideas europeas. Suponer que el pensamiento de la Ilustracién hizo re- volucionarios a los hispanoamericanos es confundi causa y efecto. Al- gunos eran ya disidentes; por esa razén buscaban en la nueva filosofia ‘més inspiracion para sus’ideales y una justficacién intelectual para la revolucién venidera, Asi pues, aunque la Hlustracién tuvo un impor- LAS REVOLLICIONES HISPANOAMERICANAS. 3 tante papel en Hispanoamérica, este pasel no fue una «causa» origina ria de la independencia. Mas bien fue un movimiento de ideas proce- dente de la Tlustracién a través del movimiento revolucionario en las nuevas repiblicas, donde aquéllas se convirtieron en un ingrediente esen- ial del liberalismo latinoamericano.* Y a fin de cuentas los americanos recibieron de la Ilustracién no tanto nuevas informaciones e ideas como tuna nueva yisidn del conocimiento, una preferencia por la razén y la experimentacidn como opuestas a Ia autoridad y a la tradicion. Este fue tun potente aunque intangible desafio al dominio espafol La lIlustraci6n se destacé més a la Iuz de las revoluciones en Nor- teamérica y en Francia, De estos dos grandes movimientos liberadores, el modelo francés fue el que menos atrao a los hispanoamericanos. Esta reaccién no se basaba en la ignorancia, sino en el interés. El gobierno espaiiol, es verdad, intentaba impedir que las noticias y la propaganda francesas llegaran a sus sibditos, pero las barreras fueron vulneradas por una invasidn de literatura revolucionaria en Espaia y en América. ‘Algunos leian el nuevo material por curiosidad. Otros reconocian ins- tintivamente su hogar espiritual, abrazando los principios de libertad y aplaudiendo los derechos del hombre. La igualdad era otra cosa. Situa- dos entre los espafioles y las masas, los criollos querian mis igualdad para si mismos y menos igualdad para sus inferiores. En 1791 la colonia francesa de la isla de Santo Domingo fue escenario de una feroz revuel- ta de esclavos, y en 1804 generales negros y mulatos proclamaron un nuevo estado independiente, Haiti. Como la violencia se extendié desde Haiti hasta las masas de esclavos de Venezuela, los propietarios blancos rechazaron con horror las doctrinas revolucionarias que podian inflamar a sus servidores. A medida que la Revolucion francesa se fue radicali- zando y fue mejor conocida, menos atraia a Ia aristocracia criolla. Se les presenté como un arquetipo de democracia extrema y de anarquia so- ial; € incluso liberales como el mexicano José Luis Mora Hlegaron a pensar que Hispanoamérica no tenia nada que aprender de Ia Revolu- cidn francesa, que habia atacado, no promovido, la libertad individual y los derechos civiles. En cuanto a Napoleén, el instigador de latcrisis en €1 mundo hispdnico en 1808, para los americanos no representaba a nin- ain interés nacional, sino ai imperialism francés. La influencia de Estados Unidos fue mas benéfica y més duradera. En Jos afios antes y después de 1810 la propia existencia de los Estados Unidos excité la imaginacién de los hispanoamericanos, y su encarna- cién de libertad y republicanismo colocé un poderoso ejemplo ante sus ojos. Las obras de Tom Paine y de Franklin, los discursos de John ‘Adams, Jefferson y Washington circulaban en Hispanoamérica. Muchos dde los precursores y lideres de la independencia visitaron los Estados Unidos y conocian sus libres instituciones de primera mano; Bolivar res- petaba a Washington y admiraba, aunque nunca ciegamente, a los Esta- dos, y muchos de los nuevos lideres Profundamente influidos por el federalismo norteamericano, La inluencia de los Estados Unidos, como la de Euroa, es diffi erm, Aunque desempefara un papel secundatio en eaves due se compares sulla criolos expulsados de su tierra natal en 1767, aloes omuitieron en el exlio en los precursoresliterarios del nace nalismo americano, flssta cierto punto era ésa una literatura de la nostalgia El iesuita chyene Manuel Lacunza se imaginaba a si mismo comiedot ag plato falene fivorto, mientras que Juan Ignacio Molina estab cece its conteleantes azuas de la cordilera. El mexicano Jorg hae Maneiro ‘mploraba al rey de Espaia que le permitiera mort en el epacie suelo»: Quisiéramos morir bajo aquel cielo que influyd tanto a nuestro ser humano.® Pero el patriotismo de los jesuitas americanos iba mis alld de los senti- mientos personales. Escribian para desvanecer la ignorancia europea de fu pales, yen particular para destruir e mito deta iors gate [LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS generaciOn de hombres, animales y vegetales en el Nuevo Mundo, u mito propagado por diversas obras antiamericanas de mediados det alo xvi. Buffon sostenia que la inmadurez americana se observaba on el puma, que era més cobarde que 21 ledn; De Pauw alegaba que loc in dios mexicanos s6lo podian contar hasta tres; Raynal se referia a la de ezepitud americana e incluso censuré a América por la cexcesive alia de las montafias del Perd>.” Para replicarles, los exiliados describieren 4a naturaleza y la historia de sus paises, sus riquezas y cualidades sie duciendo para ello tanto obras de erudicién como de literature: Jp Ignacio Molina, el jesuita chileno, escribié un gran estudio de la tem arafiay la historia de Chile, de sus riquezas minerales, vegetales ¥ sos males; cuyo espirtu cientiico llamé la atencién en Europa Molina tenia una clara inclinacin pro-ciolia y defendia a sus compatriotas amecen, nos por los progresos que habian hecho a pesar de su falta de oportuni, dades y de educacién, También fue indiansta en sus simpati, Deplnc rando la universal ignorancia sobre Chile, sefial6: «la indole, las tone {umbres y el armonioso lenguaje de sus antiguos habitantes yacen toy Pestudio de México, especialmente de su prehistoria, y sobre la man, ha refutar a De Pauw. Era eviollo, nacido en Veracru en 1731. y de sean aprendid los idiomas indios. Su Historia anuigua de México, publi, cada primeramente en 1780-1781, fue una historia del antiguo Mero seeat® gon espititu cientfico por un cualificado mexicano para, song: ficia, chacerse itil a su patria, Resalta fs diferencias enire Meee, » Espaiia, especialmente las diferencias éinicas, Sostiene que unt anne nafidad mexicana més homogénea se podria formar por medio de ig 36 JOHN LYNCH s0 de algunos afics, de ambas se hubiera formado una sola nacién."s a literatura de los jesuita exiliados pertenecia mas a la cultura his- panoamericana qu: a la espafiola. Y, si no era atin una cultura «nacio- nal», contenia un ingrediente esencial del nacionalismo, la. conciencia del pasado histérico de la patria. Pero la significacion de lis obras de Jos jesuitas reside menos en su influencia directa que en la forma en que refleja cl pensamiento de otros americanos menos perspicuos. Los Jesuitas eran simplemente los intérpretes de sentimientos regionalistas que ya habian arraigado en el espiritu criollo, Y cuando los propios crio- llos expresaben su patriotismo habitualmente 1o hacian de forma mis ‘optimista que los exiliados. El periodo de preindependencia vio la apa- ricién de una literatura hiperbdlica, en la cual los americanos glorfia- ban a sus paises, ensalzaban sus riquezas y elogiaban a sus gentes. Sin duda habia algo de pretencioso en esas obras: su patriotismo era exage- rado y su conocimiento de otras partes del mundo no era muy notable Pero era una reacc;én natural contra los prejuicios europeos y una im- portante etapa en el desarrollo cultural americano.”” En Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil describia al Rio de la Plata ‘como «el pais més rico del mundo». Manuel de Salas describia Chile como «sin contradicién el mas fértil de América, y el mas adecuado hhumana felicidad», resumiendo el pensamiento de toda una ge- neracién de criollos como José Antonio de Rojas y Juan Egaiia, que jeron lirico tributo a su pais y afirmaron su patriotism en literatura, Y en 1810 la palabra paria empezé a significar Chile mis que el mundo hispinico en su conjunto.” En Nueva Granada, el botinico y patriota Francisco José de Caldas —que fue fusilado por los espafioles en 1816— logis ef medio ambiente, los recursos mineraes, la fauna de su pais y conelufa que «nada hay mejor situado en el viejo ni en el nuevo Mundo que Ia Nueva Grancdap.” Las sociedades econdmicas, que en Ia década de 1780 se extendieron desde Espatia a América, fueron otro vehiculo de americanismo. Su funcién era estimular la agricultura, el comercio y la industria mediante el estudio y la experimentacién, y, aunque eran més reformistas que revolucionarias, buscaban soluciones americanas para problemas americanos. Una nota patritica y antiespafiola daban las Pr- ‘micias de la Cultura de Quito de la Sociedad de Quito, editada por Fran- cisco Javier Espejo, que consumié ais rebatiendo los prejuicios euro- eos sobre América y hablaba de una «naciém» que era «americana». En Pert las obris de los doctores José Manuel Divalos ¢ Hipdlito Unénue entraron en controversia contra De Pauw y aclamaron las ven- tajas natuales del pzis."" Hicieron todo Jo posible para ello. El médico ‘mulato Dévalos afirmé que «hay en el Peri un lugar llamado Piura, en donde la sifilis desaparece sélo con la influencia salubre del clima>, y ‘que las brisas balsimicas de Miraflores curaban automaticamente las fermedades del pecho. La Sociedad Académica de Lima fue fundada LAS REVOLLUCIONES HIS?ANOAMERICANAS 37 para estudiar y promover los intereses del Peri, y en particular para Editar un nuevo periddico, el Mercuric Peruano.® Este era franco en su patriotismo: «La amamos fa Peri] por principio de Justicia, por natural Propension y por consecuencia del valer que la distingue.» Una precon- icion del patriotismo es el conocimiento, de manera que el Mercurio Se ocupaba casi exclusivamente del Peri: «EI amor a la patria nos hace detestar aquel vicio de preferir més los defectos extrafios que los pro- pios y nos facilita seguir el orden que dicta la razén natural, prefiriendo £1 bien propio al ajeno».® Pero el peruanismo contenia diversos elemen- tos, conservadores al igual que radicales, y conflictivas nociones de pa- ttia: algunos lo consideraban compatible con la unidad imperial; otros creian que solo podria realizarse en una nacionalidad independiente. "EI nacionalismo mexicano era menos ambiguo. En la segunda mitad dl siglo xvi un grupo de mexicanos emprendié deliberadamente un ‘andlisis de las condiciones y perspectivas de su pais. Algunos, como Cla- vijero, escrbieron principalmente para un piblico extranjero. Otros, como José Antonio Alzate Ramirez y Juan Ignacio Bartolache, estaban inspi- rados por el deseo de ensefiar a sus compatriotas, y fo hicieron en una serie de periddicos, entre ellos la Gaceta de Literatura de México y el Mercurio Volante Estos describian lcs recursos, fauna y flora, clima, agricultura, minas y comercio de México, para instruir a los mexicanos sobre sus posibilidades y su cultura y demostrarles que eran tan rac rales como los europeos. Su americanismo no suftia inhibicién alguna y empleaban términos como «la naciém, «la patria», «nuestra nacién», ‘nuestra América», «nosotros los Americanos». La Gaceta de Literatura utili la frase «nuestra Nacién Hisparo Americana» ya en 1788, Aun- ‘que era éste un nacionalismo mds cultural que politico, y no buscaba de modo inmediato destruir la unidad del mundo hispénico, preparaba ya las mentes para la independencia, mostrando que México poseia re- cursos independientes. La riqueza mexicana, sus talentos humanos, el poder militar, eran las cualidades resaliadas por los escritores jesuitas ¥ criollos y aceptadas por su piblico.'* También las elogiaron muchos ob- servadores extranjeros, especialmente Alexander von Humboldt, cuyas obras cientificas y politicas dieron a los mexicanos una renovada con- fianza en su pais y posiblemente una idea exagerada de su potencia ‘Como Lucas Alamén sefialé posteriormente, «los extractos que publicé cestando en el pais, y después su Ensayo Politico sobre la Nueva Espafia [1 hicieron conocer esta importantisima posesin a la Espafia misma [..} 4 todas las naciones cuya atencidn despert6; y a los mejicanos, quienes formaron un concepto exageradamente extremado de la riqueza de su patria, y se figuraron, que ésta siendo independiente vendria a ser Ja nacidn més poderosa del mundo».® Se planteaba una irresistible con- Clusién: si México tenia grandes posibildades, necesitaba de la indepen- dencia para cumplirlas. 38 JOHN LYNCH Para que el lealsmo disminuyera y creciera el americanismo se_ne- cesitaba un factor mis, el factor de la oportunidad. Esta lleg6 en 1808, ‘uando Ia crisis del gobierno en Espafia dejé a las colonias sin metré- poli. El final fue répido, aunque la agonia precedente, prolongada. Antes de Ia catdstrofe finel, Espafia suftié dos décadas de humillacién nacio- nal, cuando el programa de reforma y renacimiento de Carlos III cedié ante un renovado declive y una nueva dependencia. Sorprendida por la Revolucién francesa, impotente ante el poder de Francia, Espaiia fue cayendo de crisis en crisis. Cuando la direecién politica decayé desde los modelos de Caros IIT y sus ilustrados ministros a los de Carlos IV ¥ Su favorito, Manuel Godoy, el gobierno sobrevivié s6lo por improvi- ‘A partir de 1796 Espafia se vio arrastrada por Francia en sus guerras contra Inglaterra y 2articip6 en ellas en calidad de satélite, obligada a subvencionar a su vecina imperial y a sacrificar sus propios intereses. El comercio colonial fue la primera victima. La marina briténica puso sitio a Cadiz y corié la ruta transallintica, Con el fin de abastecer a os mer- cados coloniales y asegurar para sf algunos beneficios, Espafia permitio que los neutrales comerciaran con América al amparo de un decreto del 18 de noviembre de 1797. El decreto fue revocado al cabo de die- ciocho meses, pero nadie hizo caso de la revocacién y los navios neu- {rales continuaron entrando en Veracruz, Cartagena y Buenos Aires en lunos momentos en que los navios espafoies sencillamente no podian hacer Ia travesia. El monopolio comercial espafiol terminé de hecho en el periodo, 1797-1801 y ello acereé inexorablemente la independentia eco- némica de las colonias. Tras un breve respiro durante la paz de Amiens (1802-1804), la reanudacién de la guerra con Inglaterra acelerd la deca- dencia del comercio imperial. Una serie de reveses navales, cuya culmi nacidn fue la batalla de Trafalgar, privé a Espaiia de una flota atféntica y aument6 su aislamiento de lag Américas. Disminuyeron acentuada- ‘mente las importaciones de productos coloniales y metales preciosos y en 1805 las exportaciones desde Cidiz suftieron un descenso del 85 Por ciento comparadas con las de 1804, El ocaso del comercio america- nno de Espaiia coincidié con un intento desesperado de los ingleses de compensar la pérdida de los mercados europeos a causa del bloqueo continental decretado por Napoleén, lo que dio nuevo impetu a las ac- tividades de los contrabandistas britinicos, La politica espafiola se vela sometida a las presiones de varios grupos: del gobierno central, que de- pendia de las rentas coloniales; de los exportadores agricolas © indus- triales de las regiones comerciantes, que exigian el monopolio del mer- cado; y de las coloniss, que ansiaban mantener el comercio y el abaste- ‘imiento. Con el fin de satisfacer a tantos intereses como le fuera posible, el gobierno espaol volvié a autorizar el comercio con los neultales y, a partir de 1805, los navios de esta procedencia dominaron el Atlintico LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS. 39 iol, representandd el 60 por ciento del total de las importaciones gene reenter sie el es nares Jes la plata constituia el 80 por ciento, El futuro de Espaiia como poten- cia imperial se encontraba ahora en balanza. El monopolio econémico Se habia perdido de modo irrecuperable. Lo nico que quedaba era el control politico, v también éste se veia sometido a presiones erecientes. ‘Cuando en 1807-1808 Napoledn decdié destruir los gitimos jirones de la independencia espaiiola e invadié la peninsula, el gobierno bor- bénico se encontruba dividido y el pais no pudo defenderse del ata- ‘que, En marzo de 1808 una revoluci6n en palacio obligé a Carlos IV a destituir a Godoy y a abdicar en favor de su hijo, Femando. Entonces los franceses ocuparon Madrid y Napoleén indujo a Carlos y a Fernan- do a it a Bayona para tener unas convetsaciones. Alli, el S de mayo de 1808, forz6 a ambos a abdicar y al mes siguiente proclamé a José Bona- parte rey de Espaia'y de las Indias. ; > En Espafa el pueblo empez6 a comtatir por su independencia y los liberales a preparar una constitucién. Las juntas provinciales organiza- ron la resistencia a Francia, y en septiembre de 1808 se formé una junta, ‘ental, que invocd el nombre del rey y, desde Sevilla en enero de 1809, promulgé un decreto diciendo que los dominios espafioles en América ho eran colonias, sino parte integrante de la monarquia espafiola con derechos de representacién. Pero cuando las fuerzas francesas penetra- ron en Andalucia Ia junta fue arrinconaca y en enero de 1810 se diso- vid, dejando en su lugar a una regencia de cinco personas con man- Gato para convocar unas corte donde extuveran representa tanto Ex paiia como América. Los liberales espafioles no eran menos imperialstas que los conservadores. Las Cortes de Cédiz promulgaron la. constitu: sf cidn de 1812, que declaraba @ Espafia y América una Sola nacidn. Pero, aunque_a_los americanos se les garantizaba una renesentacin sles negaba una represeniaciGn igual, y aunque se les prom: reformas s@-les negaba Ja libertad de_comercio. ; ‘Qué signficaron es0s acontecimientos para Hispanoamérica? Los dos afios después de 1808 fueron decisivos. La conquista francesa de Espa- fia, Ia caida de los Borbones espafiles, el implacable imperialismo de los liberales espafioles, todo produjo un profuundo e irreparable daiio a las relaciones entre Espafia y América. Los americanos se encontraron ante una crisis de legtimidad politica. No podian tener a los Borbones; no querian a Napoledn; no se fiaban de los liberales. Entonces, 4a quién debian obedecer? ZY cémo debia distrbuirse el poder entre los funcio- iperiales y las élites locales? Una vez se hubieron tomado deci siiones auténomas sobre estos asuntos, k independencia cobrd impul- 0, rdpidamente, Recorrié el subcontinente en dos grandes movimien- tos. La revolucién del sur fue més répida, avanzando desde el Rio de la Plata, a través de los Andes, hasta el Pacifico. La revolucién del norte, i 40 JOHN LYNCH hostigada més de cerca por Espafia, se desvié de Venezuela a Nueva Granada y volvié a su lugar de origen. Ambas convergieron en Peri, la fortaleza de Espafia en América. Y en el norte, la insurreccién mexica- na siguid su curso propio —revolucién social abortada, prolongada con- ‘rarrevolucién y victoriosa revolucién conservadora— demostrando en mi crocosmos el cardcier esencial de la independencia hispanoamericana, Notas 1, Alexander von Hambolt, Ensayo polit sobre el reno de la Nueva Espa, 4 vol, México, 1941, I, p. 118; hay una ediion mis recente, al culdado de Juan A. Ortega y Medina, Mexico, 1966 2. ohn Lynch, Span under the Habsburs, 2 vols, Oxford, 1981 pp. 212-248 (Hay icin castellana: Expo bao los Auras, 2 vols, Ediciones Peninsula Barcelona, vo 11970; vol.2, 1972) tosh tle BO" Hie Eszaguis, erie y rata dela emancpactn clen, Santiago, 7, 6 4 John Leddy Phelan, The people and the king. The Comunerosrewiution in Colom ‘ia, 1781, Madison, 1978, pp. 7-1, 3. 5, _D. A. Braing, Miers and merchants in Bourbon Mexico 1763-1810, Cambridge, 1971, bp. 29.30, concluye que ls Horbones ereconquistaron American. (Hay taducid caste: Mana: Mneosy comerciantes ene! México borinico, 1763-1810, Matid, 1975) 6. John Lynch, Spanish colonial administration, 1781-1610, The intendant stem inthe viceryaly of the Rio de 'a Plate, Londres, 198; Luis Navarro Gatcl, Intondencias en Indias, Sevilla, 1959; Jacques A. Barbie, Reform and potes in Bourbon Chile, 1755 1796, Otawa, 1980; J. R. Fisher, Goverment and society in colonial Pec. 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