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A Propósito del Decreto 128 del 2010.

He tenido conocimiento por la publicación del diario El Tiempo y luego por la lectura directa del
Decreto 128 del 2010 por el cual se regulan las “prestaciones excepcionales de salud”, de la
abyección de unos pocos contra las clases más necesitadas del país.

Créanme me he quedado no asombrado, ni sorprendido por la decisión tomada por el gobierno


del Señor Uribe, porque las cosas se reciben de quien vienen y, lo que es más triste, con la
intención con que las otorgan. No entiendo, aun, como los colombianos le siguen creyendo a
estos sátrapas. La actitud de quienes firman el decreto es de absoluto desprecio por los
ciudadanos, por los colombianos en general y por la vida humana por mucho que intenten
disfrazar, con buenas palabras, sus torcidas intenciones orientadas a favorecer espurios
intereses privados.
.
Nada justifica que se recorte en salud pública cuando los gastos militares ascienden a unos 21
billones de pesos, o sea un 3% del PIB, mientras que el presupuesto de inversión del “Ministerio
de Protección Social” para el año 2009 fue de $ 1.795.373.703.842, un billón setecientos
noventa y cinco mil trescientos setenta y tres millones setecientos tres mil ochocientos cuarenta
y dos pesos pesos colombianos, de los cuales se destinan 20.000.000.000 a enfermedades de
alto costo. La salud es un asunto del estado, no de los particulares como lo ha querido desde
siempre el Señor Uribe.

A los grandes malvados hay que observarlos de cerca para conocerlos. A estos individuos les
atribuimos una grandeza que no poseen, solo están interesados en el ejercicio del poder, en la
dominación de sus congéneres y en la crueldad. Decía Borges que detrás de la mirada de estos
monstruos no hay nada, no hay nadie. Lo verdaderamente lamentable es que estas gentes
inteligentes dediquen su vida al ejercicio del cálculo y de la perversidad. Un país donde no hay
justicia social, donde hasta la justicia esta corrupta y son venales desde el presidente hasta el
más humilde de los funcionarios no existe, no puede existir la democracia.

Detrás de todo esto, al leer con cabeza fría y observar a los actores del infundio, del lamentable
decreto, descubrimos que nos queda una amarga sensación de fraude y mediocridad, que al
hombre que teníamos por un prodigio es solamente un verdugo que utiliza , para su
supervivencia, la fuerza y el engaño revelando su identidad de impostor, al que poco le importa
mostrar sus vergüenzas si con ello puede seguir manteniéndose en el poder.

Carlos Herrera Rozo.

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