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E rere kau mai te awa nui nei
Ko au te awa
Ko te awa ko au.
El río corre
Yo soy el río
(traducción libre)
1863
1
‒¿Falta mucho?
‒Pensaba...
Karl rio.
Ida asintió.
Su marido sonrió.
O'Toole suspiró.
Ambos asintieron.
‒Bueno y pacífico, exactamente ‒
tradujo O'Toole‒. Así llaman a su
movimiento religioso. O también
hauhau.
El archidiácono sonrió.
1863
1
‒Ya verás, Carol, ¡esta vez ganaremos
nosotros el premio! El año pasado, con
Jeffrey, solo se trataba de ir remando.
¡Joe me enseña una técnica totalmente
nueva! Al fin y al cabo, él viene de
Oxford. Su ocho ganó la Boat Race, ya
sabéis, esa regata tan famosa del
Támesis...
Cat sonrió.
Cat asintió.
Ida le sonrió.
Ella asintió.
Ida suspiró.
‒Sí, en efecto, hemos comprado una
casa. Pero todavía tenemos que hablar
tranquilamente con Cat y Chris sobre
dónde te vas a quedar tú ‒respondió con
firmeza.
Cat se enderezó.
Karl sonrió.
Ida asintió.
‒¡Claro! ‒contestó‒. ¡Por nada del
mundo nos la perderíamos! Y lo dicho,
tenemos espacio suficiente. Para ti, para
Linda, para Mara. Por lo visto, a partir
de ahora tenéis otro hogar. Siempre
seréis bienvenidas en Korora Manor.
Karl suspiró.
Chris asintió.
Mara rio.
Eru la interrumpió.
‒No critiques a tus padres,
comparados con los míos son
inofensivos. ¿Qué haces aquí, Mara? ¿A
medianoche? ¿Cuánto hace que habéis
vuelto?
‒¡Ahora mismo!
Eru asintió.
Mara rio.
Eru resopló.
Mara asintió.
‒Solo he estado...
Chris sonrió.
Chris suspiró.
Cat asintió.
Mara sonrió.
Linda rio.
Eru asintió.
Jane suspiró.
‒Que tiene quince años, Ida, y ya no
es virgen. ¡Eso lo dice todo! Erices el
hijo de un jefe tribal...
El hombre sonrió.
El tendero asintió.
El hombre asintió.
La joven sonrió.
‒Oh...
Karl suspiró.
Karl asintió.
Karl sonrió.
‒¡Bieeeen!
‒¡Pero si tú no remas!
Karl rio.
Franz carraspeó.
‒¿Cuándo? ‒preguntó.
Linda asintió.
Fitz asintió.
Franz asintió.
‒¿Y dónde os encuentro mañana? ‒
preguntó.
Eru gimió.
El muchacho asintió.
Él la besó de nuevo.
‒Eres una poetisa ‒le susurró‒. Y me
hace bien volver a oír mi lengua. Aquí
está prohibido hablar maorí, ¿sabes?
Mara se horrorizó.
Eru asintió.
Eru suspiró.
‒¿Pan y juego?
Se sorprendió de la estrechez de
miras de los misioneros. ¿Cómo habían
podido creer que iban a hacer callar al
joven enviándolo a la Isla Sur?
Naturalmente, ahí había encontrado
nuevos adeptos para su Profeta. Después
de que Te Ua Haumene hablase con los
ngati hine, Mara no había perdido ni un
minuto pensando en el predicador. Sus
palabras y comportamiento le habían
parecido propios de un loco. Su padre,
por el contrario, lo consideraba
peligroso.
Eru suspiró.
Él se las cogió.
‒Nunca te abandonaría ‒afirmó‒.
Pero...
‒Nunca lo harán.
Él asintió ceremoniosamente.
Ida asintió.
Fitz sonrió.
‒Espere... No puede...
Fitz sonrió.
Fitz rio.
Linda se ruborizó.
El hombre asintió.
1863-1865
1
‒¡Por supuesto que vienes con
nosotros, no hay ni que planteárselo! ‒
Cat se dirigió enérgicamente a Carol,
quien por tercera vez iba a ponerse a
discutir si tanto ella como Oliver
sobrevivirían a una separación de tres
semanas, dos meses antes de la boda‒.
Carol, digas lo que digas, no vamos a
dejarte aquí sola en la granja, de ninguna
manera. Además, no te perjudicará
conocer algo de mundo. Hasta ahora, ni
Linda ni tú habéis salido apenas de Rata
Station.
Chris rio.
Él se encogió de hombros.
‒Pa‒dijo Cat.
Paxton asintió.
Paxton sonrió.
Paxton rio.
Cat sonrió.
‒Mientras que por la noche pueda
dormir en esta cama con dosel, todo me
va bien ‒dijo‒. Y ahora ven, ya nos
hemos amado muchas veces a la luz de
las estrellas, pero no junto a un ojo de
buey y oyendo el chapoteo del agua. Me
sentiré como esa muchacha de la balada
de las islas Oreadas. Ya sabes... la
mortal que se enamora de un silkie.
Chris la besó.
‒Mientras no me pidas que me
convierta en una foca. O que cante...
2
Cat y Chris pasaron unos días
maravillosos en el General Lee. A
veces, ella se sentía como si realmente
estuvieran en su viaje de luna de miel.
El tiempo era espléndido y las costas, a
veces amables pero con frecuencia
escarpadas, con acantilados y paredes
de piedra, eran arrebatadoras. Además,
Bill Paxton no había exagerado respecto
a las artes culinarias de su primo.
Tommy Paxton hacía las delicias de sus
comensales con unos suculentos menús.
Por las noches, una orquesta
interpretaba música de baile.
Linda y Carol disfrutaron de la
travesía mucho más de lo que habían
pensado al principio. A fin de cuentas,
Linda todavía se ponía triste al pensar
en Joe Fitzpatrick. ¿Quién sabía lo que
podría haber resultado de esos primeros
escarceos si él no hubiera tenido que
marcharse tan repentinamente de
Christchurch? Y Carol se había
separado muy a pesar suyo de Oliver.
Pero ahora ambas se alegraban de las
atenciones de Bill Paxton y, cuando se
terciaba, también los acompañaba
George Wallis. El segundo oficial del
General Lee se reveló como un
destacado bailarín. Era mucho más ágil
que Oliver Butler, a quien Carol tenía
que rogarle tres veces que la sacara a la
pista en los escasos bailes de la Unión
de Criadores de Ovejas. Carol, ella
misma una entusiasta bailarina, se
dejaba llevar por George. Reía cuando
había un poco de oleaje y parecía que el
barco intentaba hacerles perder el
compás. Bill Paxton era quien sacaba a
bailar a Linda, pero mostraba que en el
fondo era a Carol a quien prefería. Al
principio de la velada, siempre se
reservaba con ella el último baile de la
noche y Carol no lo rechazaba. Se sentía
halagada por sus deferencias, al menos
siempre que Linda no se sintiera molesta
por ello.
Chris sonrió.
Linda asintió.
Carol rio.
Él le sonrió.
‒¡Nos hundimos!
Chris rio.
Él le cogió la mano.
Chris asintió.
A sus espaldas, al igual que en la
cubierta, se oyeron gritos. Cat suspiró
aliviada cuando se percató de que
estaban manipulando las escotillas
desde fuera.
‒¡Pero Mamaca...!
‒¡Ahí está Chris! ‒Linda había
descubierto a su padre adoptivo y
agitaba los brazos emocionada‒. ¡Y
Mamaca! ¡Estamos aquí! ‒gritó contra la
tormenta, como si esperase que hubiera
una mínima posibilidad de que sus
padres la oyeran.
No la inquietaba la incertidumbre
acerca del paradero de su familia.
Estaba plenamente convencida de que
Cat todavía vivía.
Linda asintió.
El viejo reflexionó.
Él la miró resplandeciente.
Linda se ruborizó.
Él rio.
Fitz resplandeció.
Carol asintió.
Linda se ruborizó.
Carol asintió.
El abogado sonrió.
Carol carraspeó.
Linda suspiró.
‒¿Sin tierras?
Carol la felicitó.
Linda asintió.
Paxton rio.
Carol asintió.
1865
1
Cuanto más se aproximaba a Rata
Station, más enfurecido estaba. Georgie,
que lo llevaba por el Waimakariri,
confirmó lo que Mara le había contado.
‒¡Eru!
Jane rio.
Te Ropata asintió.
Eru asintió.
El maestro asintió.
‒Estás en una encrucijada. La primera
vez que vi tu cara, distinguí unas líneas
que se cruzaban en tu frente. Ahora se
han convertido en un koru para mí. ‒La
hoja de helecho simbolizaba esperanza y
renovación.
El maestro sonrió.
Eru asintió.
Te Haitara la miró.
En un principio, Te Rauparaha y su
tribu habían vivido en la Isla Sur.
Después del conflicto de Wairau el jefe
había escapado a la Isla Norte.
‒Alrededor de la ciudad de
Whanganui hay muchas colonias ‒
informó Mara‒. Mi padre midió la tierra
hace un par de años y siempre tenía que
volver para solventar pleitos. Había
fuertes desavenencias acerca de la
propiedad de la tierra. Una vez
dormimos con los ngati hauiti. Estaban
muy enfadados con la New Zealand
Company. Mi padre compartía su
opinión. Fue muy agradable estar con
ellos.
Carol asintió.
‒Kaiwhakamaori‒tradujo Mara.
Carol intervino.
El oficial suspiró.
Carol suspiró.
Mara insistió.
Eru rio.
‒Hau hau!
7
El pa de Wereroa era un recinto
enorme. La fortaleza se hallaba en una
colina por encima del río y albergaba
más de dos mil hombres. Estaba rodeada
de gruesas empalizadas de madera,
profundamente clavadas en el suelo y
ligadas entre sí con cuerdas de lino.
Detrás había casas similares a las de un
marae. Todas estaban unidas por zanjas
en las cuales los guerreros podían
moverse sin ser vistos desde el exterior
y protegidos de los disparos de fusiles y
cañones, incluso si las balas
atravesaban la empalizada. A primera
vista, el recinto parecía inhabitado, casi
fantasmagórico. Los guerreros hauhau se
entrenaban para moverse sin hacer
ruido, a no ser que entonasen himnos y
gritos de guerra. Los campos de
maniobras ocupaban mucho espacio, con
un gigantesco niu en el centro. Los
guerreros lo rodeaban cantando y
rezando, antes y después de cada
ejercicio. La instrucción espiritual
parecía ahí tan importante como la
física.
‒Piedad, piedad.
‒Kira! ‒¡Matad!
Te Ua gimió.
‒¿Sabes leer?
Eru asintió.
Eru asintió.
Su marido rio.
El anciano rio.
El comportamiento de Te Ua
Haumene, por el contrario, le recordaba
al de los misioneros de Tuahiwi.
También ellos reaccionaban con
aspereza cuando él les planteaba alguna
pregunta embarazosa y también ponían
por delante la fe al conocimiento. No
obstante, el Profeta fue indulgente con
Kereopa Te Rau. Tal vez consideraba al
viejo guerrero más como una persona de
su mismo rango que como un alumno.
Te Ua le clavó su mirada.
El Profeta asintió.
Ireen suspiró.
‒Recemos juntos.
Lange asintió.
Völkner rio.
Franz lo apartó.
‒¡Matad!
Eru se molestó.
‒¿Ahora?‒preguntó desconcertado.
La anciana ni se inmutó.
1865
1
‒¿Dónde está su marido, señora
Fitzpatrick?
El herrero resopló.
‒¡Entonces no estaría buscándolo! ‒
ladró‒. El hecho es que ayer no apareció
porque se suponía que su caballo
cojeaba. No puede ir a pie, no vaya a
ser que se le caigan los anillos. Y hoy
tampoco ha venido. ¡Hay que acabar el
establo antes de que nieve, señora
Fitzpatrick! ¡No puedo seguir
construyéndolo solo cuando al señor
Fitzpatrick le dé la gana ponerse a
trabajar!
Linda resopló.
Él no perdió la calma.
Linda gimió.
Carol resplandeció.
Él resplandeció.
Mara suspiró.
‒Aquí hay árboles y niebla por todas
partes. El fuego, si es que
consiguiéramos encenderlo, solo se
vería a un par de metros de distancia.
Además, ¡no creerás en serio que a los
maoríes se les ha pasado por alto que
treinta personas han montado aquí un
campamento! Como intenten liberar a
los presos, las cosas se pondrán feas.
Inmediatamente se colocaron
alrededor de él unos guerreros
sonrientes. Carol estaba rodeada. La
tiraron al suelo y la sujetaron. Otros
tiraron de Mara.
‒¡Matad, matad!
‒Pokukohua!
‒¡Es mía!
4
‒¿Dónde estamos?
‒A lo mejor sí...
‒¡Debemos averiguarlo!
Cabalgaremos hasta allí...
El veterano lo miró con el ceño
fruncido.
‒Claro. Pero...
‒Podemos acercarnos un poco al
fuerte ‒terció un soldado más Joven.
Carol lo miró.
Él sonrió.
Tohu suspiró.
Carol asintió.
Tohu asintió.
Deans rio.
Bill asintió.
MaraJensch
Carol Brandman
Esclavas
¡Socorro!
Cameron la leyó circunspecto.
El obispo rio.
Franz le sonrió.
‒A mí no me afecta ‒respondió el
hombre de piel oscura y recia osamenta
que al parecer quería entrar‒. No soy
maorí de verdad. Puede que me corra
alguna gota de sangre maorí por parte de
mi madre, pero...
Franz se lo dijo.
‒No bebo.
Kahotu sonrió.
‒Linda.
1865‒1866
1
A Linda siempre le había gustado
Christchurch, pero ahora empezaba a
conocer el lado oscuro de la ciudad. Fitz
no tenía dinero ni para una mísera
pensión, así que seguían durmiendo en el
carro. La joven se moría de frío. En
invierno, incluso en las Llanuras hacía
demasiado frío para buscar cobijo en un
lugar tan precario. Además, nadie quería
tener a los Fitzpatrick al lado de su
granja o de su casa. Ofrecían un aspecto
andrajoso y deplorable después de pasar
varias semanas viajando. A nadie le
gustaban los nómadas. Linda se quedó
horrorizada la primera vez que los
llamaron peyorativamente «gitanos»,
aunque había que reconocer que eso
había sido después de que pillaran a Fitz
robando una gallina. Este había
conseguido a duras penas escapar del
furibundo granjero.
El capitán rio.
‒¡Dilo!
Linda se irguió contra él.
‒Fitz, si averigua...
Linda se sonrojó.
El comandante resopló.
‒No da igual ‒contestó‒. Instalándose
aquí, su marido ha obtenido ventajas
ilícitamente. Es lo mismo que ha
intentado hacer conmigo. Su experiencia
militar, ¡no me haga reír! Si ni siquiera
sabe desmontar un fusil. ¡Conocimientos
de la lengua maorí!... ¡Ja! «Buenos
días», sabe decir, y basta.
Él esbozó su sonrisa.
‒No ‒dijo.
Linda se sintió desconcertada. Y más
porque antes le había causado otra
impresión. Fitz había reaccionado
alegremente al enterarse del estado de
Linda. Otra prueba de que no tenía
intención de sustituir a su esposa por
Vera.
‒No.
Se encogió de hombros.
Linda rio.
La anciana rio.
Fitz replicó.
‒Yo...
‒¿Tu esclava?
El capitán asintió.
‒¡Déjala en paz!
Pania asintió.
‒Pero no es...
‒Tranquilo.
Vera sonrió.
Omaka no se inmutó.
Linda bostezó.
Omaka asintió.
Pero él rio.
‒¡Lindie, cariño, solo es una
chiquilla!
Omaka asintió.
‒¿Soldado Fitzpatrick?
‒¿Fitz?
‒¿Señora Fitzpatrick?
Linda lo negó.
Omaka suspiró.
‒Vete, mokopuna‒dijo.
La anciana asintió.
1866
1
Bill solía ser el primero en saltar a
tierra al llegar a una nueva isla. Tras
pasar casi un año en el Hampshire, sus
expectativas deberían haber disminuido.
Sin embargo, Bill despertaba cada día
con esperanza renovada y su corazón
latía más deprisa a la vista de cada
nueva isla en que desembarcaba.
El capitán asintió.
El capitán sonrió.
Rawley asintió.
‒¡Cúbranme! ‒susurró.
Gus se percató.
Cat sonrió.
Bill entendió.
Cat asintió.
‒¡Tampoco se lo ha impedido! ‒
exclamó furioso Chris‒. Y no me diga
que no podía o que ella tiene demasiado
mana o lo que sea. Ese hombre se llama
a sí mismo guerrero. ¡A ver si no puede
ajustarle las cuentas a su malvada mujer!
Chris la miró.
Bill asintió.
‒Y el Tratado de Waitangi se lo
prohíbe también a las tribus de la Isla
Norte ‒añadió Chris‒. Pero los hauhau
seguro que no se sienten vinculados a
eso.
Cat suspiró.
La población de Campbelltown
también agasajó con entusiasmo a la
tripulación del Hampshire, de modo que
hasta esa misma mañana los hombres no
habían podido recoger el correo. Bill
había recibido un montón de cartas de su
familia. Al abrir una de ellas cayó otro
sobre.
Cat sonrió.
Bill asintió.
Bill se enderezó.
Chris asintió.
Chris carraspeó.
Chris asintió.
Chris sonrió.
‒Entonces yo...
El joven asintió.
Linda asintió.
Franz se ruborizó.
Linda sonrió.
Linda suspiró.
Kahotu sonrió.
Linda asintió.
Franz resplandeció.
‒¿Te quedarías un poco? ‒preguntó
esperanzado‒. Pensaba que querías ir a
ver a tu madre.
Linda suspiró.
‒Miss Jane...
‒Chris...
Chris resopló.
Él rio.
La joven suspiró.
‒¿Y nadie pregunta si yo sufro? ‒
inquino‒. ¡Desearía encontrar a un
hombre que no estuviese pendiente solo
de sí mismo!
7
‒Hay un hombre en la puerta que
pregunta si puede dormir aquí.
Ella retrocedió.
‒¿Dónde está Vera? ‒preguntó
inmisericorde.
Él rio.
Ella se apartó.
Fitz rio.
Linda jadeó.
Fitz rio.
Fitz sonrió.
Fitz asintió.
Franz sonrió.
Linda sonrió.
‒Creo que hace un año todo esto
también te habría parecido bastante
impío. Has cambiado. Para bien, creo. Y
ahora debes decirme si Fitz tenía razón.
Cuando ha dicho que tú... que tú ya
estabas enamorado de mí en Rata
Station.
Franz enrojeció.
Franz resplandeció.
‒Nunca he besado a una mujer ‒
confesó con timidez.
Ella le sonrió.
El capitán asintió.
Eru sonrió.
El capitán asintió.
Eru asintió.
Herbert suspiró.
Eru lo miró.
‒Carol Brandman y Mara Jensch
viven ‒anunció lacónico‒. Y el hombre
al que está buscando se llama Te Ori.
McDonnell reflexionó.
El jefe asintió.
El capitán asintió.
Eru asintió.
‒Pero sigo convencido de que estaban
aquí. Te Ori debe de haber huido con
ellas. Ya lo ha hecho dos veces. Estoy
seguro de que ahora mismo está
escapando.
Eru asintió.
‒¡Traidor!
‒¡Violador de mujeres!
‒¡Es mi esclava!
‒¡Mara!
1866
1
‒Dentro de poco ya no sabré qué
hacer ‒dijo Ida‒. Mara está y no está.
Parece otra. A veces parece indefensa
como una niña, llora y por la noche se
acurruca junto a Carol en la cama. Y
luego te mira con los ojos fríos como el
hielo y busca su cuchillo. No va a
ninguna parte sin ese cuchillo y sin esa
funda grasienta y manchada de sangre...
Antes siempre llevaba la flauta con ella,
pero ahora es el cuchillo. A veces me
resulta una desconocida, Cat... Y ese
pobre chico...
‒Bueno, yo no me preocuparía
demasiado por él.
‒¿Y Eru?
Ida suspiró.
Ida la miró.
Carol asintió.
Chris asintió.
Ella se sonrojó.
El abogado suspiró.
‒¿Lo conseguirá?
‒¿Qué?
‒Todavía no lo ha afirmado
oficialmente. ‒Ida fue cobrando valor‒.
También podría negarlo. Entonces sería
su palabra contra la de los hauhau. Si
además alguien dice que por entonces
Eru estaba en otro sitio...
Linda asintió.
ERU
El otro rio.
Mara se ruborizó.
‒¿La creerán?
Te Haitara suspiró.
El jefe asintió.
Chris asintió.
‒Tal vez eso ayude. Aunque no ha
sido el apellido Fenroy lo que ha hecho
de ella lo que es. Más bien debe
provenir de su padre John Nicholas
Beit. Tiene que dejar de empeñarse en
demostrarle que ella es la mejor mujer
de negocios del mundo. Él la casó en su
día porque ella sabía demasiado sobre
sus estafas a los maoríes. Sobre las
compras de tierras a precios de risa que
llevaron a Te Rauparaha a rebelarse
contra los pakeha. Había trazado un
plan que habría podido evitar el
conflicto de Wairau. Muchas cosas
habrían sido distintas si se le hubiese
hecho caso. Pero su padre le buscó un
marido que la apartara de su camino.
Que se la llevara lo más lejos posible.
Eso la hirió mucho. Me lo contó una vez,
cuando estaba conmigo.
Te Haitara suspiró.
‒Ya lo deberíamos haber hecho en
aquel entonces ‒dijo‒. Los papeles son
importantes para Jane. Yo tendría que
haberlo sabido.
Bill no sonrió.
Él la besó.
‒Sí.
Te Haitara sonrió.
Ida rio.
Cat rio.