es
ESPACIOS DEL SABER
aria reciente es objeto de las més diversas demandas y exigencias
por parte de la sociedad. A quien investiga el pasado cercano, en general
ligado a experiencias colectivas trauméticas, se le suele exigir que sea, a
la ver, tes ; que su labor sitva como guia para la praxis;
‘que brinde las claves para evitar repeticiones y errores. Se espera que ayit
e tanto para reconciier como para inculpar, tanto para normalizar como
ar excepcionalidades, que sirva para establecer continuidades,
as; que sea objetivo y, al mismo tiempo, que deje una ense
Frente a tantas exigencias: ze6mo articular un trabajo serio,
0 y civco inelucible que toca al in-
vestigador de estos
Este libro reine las estigadores mas
icluye plan-
s, engarzados con
al y mundial, Se
los que ~cuak
Historia reciente
Marina Franco / Florencia Levin (comps.
as
Marina Franco
Florencia Levin
compiladoras
Historia
reciente
Perspectivas y desafios
para un campo en construccionLovin, Florencia
Historia reciente :perspectivas y desatios para un campo en construccion /
loveneia Lovin y Marina Franco - 1a e6, - Buonos Aires: Paidés, 2007.
85 p. 21213 om, (Espacios del Saber)
ISBN 978-950-12-6585-1
2, Ensayo Argantino. |. Franco, Marina: Il Tito
sade
sa de Paula Hera
rial Paidés SAICE
2 $09, Buenos Aires
espaidos.comar
cen marzo de 200%
Tirada: 1.500 ef
ISBN 950-12-6565-1
Indice
Los autores .. 9
Invroducei a Franco y Florencia L 15
PRIMERA PARTE
Historia reciente: cuestiones conceptuales
y recorridos grificos
El pasado cercano en clave historiogréfica
Marina Franco y Florencia Levin. 31
o7
ala historia de la
Daniel Loovich 0
‘Miradas sobre el pasado reciente argentino.
Las eserituras en torno a la militancia setentista
(1983-2005), Roberta Pittaluga o 12510.
iM.
Marina Franco y Florencia Levin (comps.)
SEGUNDA PARTE
Aspectos éticos, politicos y metodol
escritura de la historia reciente
dos
‘cos vineul
s de los testimonios
reconstruecién del pasado reciente
na, Vera Carnevale.
de los archivos de la represin
Argentina, Ladiita da Silea Catela...
sesseenees 155
Etnogra!
183
en
. Saberes y pasiones del historiador.
Apuntes en primera persona, Hilda Sabato
Los desaparecidos, lo indecidible y Ia
‘Memoria y ethor en Ia Argentina del
Alejandro Kanifinn casossneeosee
se
esemte
Tercera PARTE
Historia reciente y sociedad
Entradas edueativas en los
Silvia Pinocchio .
Historias pro:
‘Usos sociales de las distancias tempo:
organizacién de las experiencias sobre
el caso del Servicio d
Sergio Eduardo Visacovsky
La conflictiva y nunca acabada mirada sobre
el pasado, Elizabeth Jelin
igares de la memoria,
. 253
mas,
3
S
Los autores
‘VERA CaARNOVALI
Historiadora. Miembro del equipo de historiadores de la
Asociacién Memoria Abierta, donde particip6 de la construc-
cién de un Archivo Oral (audiovisual) sobre violencia politica,
terrorismo de Estado y movimiento de derechos humanos,
‘Miembro del Programa de Historia Oral Universidad de Bue-
nos Aires (UBA) y del Niicleo Memoria, Instituto de Des:
Ilo Econémico y Social (IDES). Doctorand
(UBA) y becaria del Consejo Nacional de Investigaciones
Cientificas y Técnicas (CONICET). Tema de investigacior
construccién identitaria en el Partido Revolucionario de los
(ERP).
Suva Fxocct
Investigador
cultad Latinoamericana de Ciencias Soci
Profesor de la Educac
dad Nacional de La Plata (UNLP). Profeso1
dactica de la Historia en la UBA. Coordi
y 's Escolares de FLACSO. Coordina-
dora de FLACSO Virtual. Miembro del Comité Edito
in en la Universi~2. Historia y memoria
Notas sobre un debate
ENzo 1
RAVERSO.
HISTORIA Y MEMORIA. LA INTERPRETACION DEL PASADO
COMO DESAFIO PO
La memoria parece hoy invadir el espacio pitblico de las
sociedades occidentales, gracias a una proliferacién de nvu-
seos, conmemoraciones, premios literarios, peliculas, series
televisivas y otras manifestaciones culturales, que desde dis-
tintas perspectivas presentan esta temética. De esta manera,
el pasado acompafia nuestro presente y se instala en el imagi-
nario colectivo hasta suscitar lo que ciertos comentaristas han
lamado una “obsesién conmemorativa” poderosamente am-
plificada por los medios de comunicacién. La valorizacin,
incluso la sacralizacién de los “lugares de la memoria” da lu-
gara una verdadera “topolatria” (Reichel, 1995). El pasado es
constantemente reelaborado segtin las sensibilidades éticas,
culturales y politicas del presente. Esta memoria “sobreabun-
dante” y “satu (Maier, 1993; Robin, 2003) marea L es-
pacio. Hoy, todo se transforma en memoria, desde los
estudios profesionales hasta las emisiones televisivas, desde
Jos testimonios en una sala de tribunal hasta los archives pri-
vados y los dlbumes de fotos de familia, Institucionalizado,
ordenado en los museos, transformado en espectécul
lizado, reificado, el recuerdo del pasado se transforma cn me~68 Enzo Traverso
moria colectiva una vez. ido seleccionado y reinter-
pretado-segin las sensibilidades culturales, Tas interrogacio-
nes €teasy Tas conveniencias ponticas thet presente.
formal turismo de Ja memoria”zon Ty Fansformacién de
recepcidn adecuad!
dos) y est
rados a los dispositivos de este turismo e
tienen de cllo sus propios recursos a, Por un
Jado, este fenémeno muestra indudablemente un proceso de
industria del_espectieulo, espectalmente el cine). Por oto,
jen se parece, en varios sentidos, a Td que Hobs-
evidente que esta construccién de Ia memo:
ico del pasado.
2De dénde viene esta obsesin por la memoria? Se pod
responder invocando Ia distincién establecida por Walter
go tipico de In modernidad, es una viven-
efimera, En su libro de los Pasa
jes, Benjamin relacionaba esta “experiencia vivida” con la vida
itmo y sus metamorfosis, con los electroshocks de
la sociedad de masas y el caos caleidose:
mercantil, La Exfabrung seria
cionales, la Eriebnis perteneceria a las sociedades individualis-
Historia y memoria o
tas, como una marca antropolégi
La modernidad, segin Benjamin, se caracteri
momento culminante. Luego de ese traumatismo mayor de
Europa, varios millones de jévenes campesinos que hal
yiados “en un paisaje donde
12 de las nubes, y, en medio de un
campo de fuerzas atravesado por tensiones y explosiones des-
tructivas, el minisculo y frsgil cuerpo humano” (Bei
1977: 386). Era la consumacién de un proceso cuyos origenes
han sido magistralmente estudiados por Edward P. ‘Thomp-
son (1991) en un ensayo sobre el advenimiento del tiempo
mecinico, productive y de la sociedad industr
Ouros traumatismos ¢ 2
siglo XX, muchas veces bajo la forma de gui
y represiones politicas. Una primera respuesta a nuestra cues-
tién inicial Ievarfa a esta constataci6n: Ia obsesién por
memoria de nuestros a de
experiencia transmitida, el resultado paradéjico de una decli-
naci6n de la transmisi6n en un mundo sin referencias,
Pero es preciso interrogarse también sobre las formas de
esta obsesin por entendida como
las representaciones colectivas del pasado tal como se forjan
en el presente, estructura las identidades sociales, inscribién-
dolas en una continuidad y indoles un senti-
do, es decir, una significacién y una direccién. En
partes y siempre, las sociedades humanas han poseido
memoria colectiva y Ia han mantenido a través de ritos, cer:
5, inchiso con politicas. Las estructuras elementales de
russ, residen en la
‘Tradicionalmente, los ritos
nla rascendenci
fs allé— y confirmab
min,
conmemoracién de los difuntos.
y los monumentos fanerarios celeb:
Cristiana —la muerte como pasaje all70 Enzo Traverse
las jerarquias sociales terrenales. En la modernidad, las pric-
ticas conmemorativas se metamorfosean. Por una parte, se
democratizan al involucrar a la sociedad en su conjunto. Por
otra parte, se secularizan y se funcionalizan al twransportar
mensajes dirigidos a los vivos. A partir del siglo XIX, los mo-
numentos conmemorativos consagran valores laicos (la pa-
tia), defienden principios éticos (el bien) y politicos (la
libertad), celebran acontecimientos fundadores (guerras, re-
voluciones) y regimenes (Ia reptiblica, el fascismo, el comu-
nismo), La memoria se transforma en una suerte de religién
civil, “La declinaci6n de la interpretacién cristiana de le
muerte ~ha escrito sobre este tema Reinhart Koselleck— deja
asf el campo libre a interpretaciones puramente politicas y
sociales” (1997:140). Desencadenado luego de las guerras na-
polednicas -esas primeras guerras democrdticas del mundo
moderno-, el fenémeno se profundizé después de la Gran
Guerra, cuando los monumentos erigidos a los muertos en-
tre los afios 1914 y 1918 comenzaron a marear el espacio pu-
blico en cada pueblo. Hoy el trabajo del duelo cambia de
objeto y de formas, En este cambio de siglo, en el mundo oc-
cidental, Auschwitz deviene el zécalo de la memoria colecti-
va. La politica de la memoria ~conmemoraciones oficiales,
museos, peliculas, etc. tiende a hacer de Ja Shos In metafora
del siglo XX como wna era de guerras, totalitarismos, geno-
cidios y crimenes conta la humanidad, En el centro de ese
sistema de representaciones se instala una figura nueva, la del
testigo, el sobreviviente de los campos nazis, encarnacién del
pasado del cual es preciso mantener el recuerdo,
Retomando las palabras de Annette Wiewiorka (1998),
hemos entrado en In “era del testigo”, de ahora en adelante
emplazado sobre un pedestal, feono viviente de un pasado cu-
yo recuerdo se prescribe como un deber cfvico. Otro signo de
ia época: el testigo es cada vez més identificado con la figura
de la vietima. Ignorados durante decenios, los sobrevivientes
de los campos de concentracién nazis hoy se wansforman, sin
quererlo y més allé de su voluntad, en iconos vivientes. Son
Historia y memoria a
colocados en una posicidn que no eligieron y que no siempre
se corresponde con su necesidad de transmitir su experiencia,
tal como lo subrayaba Primo Levi en sus reflexiones sobre el
sobreviviente como “mal” testigo (1986: 64). Otros testigos
antes convertidos en héroes, como los europeos de la
Resistencia, que tomaron las armas para combatir el fascis~
mo, han caido en el olvido, como consecuencia sobre todo
del “fin del comunismo”, eclipsado de la historia con sus mi-
tos, pero también con las utopias y las esperanzas que encar
né. En una época de humanitarismo en la que ya no hay
vencidos sino solamente victimas, esta memoria ya no interesa
amucha gente. Esta disimetzia del recuerdo -la glorificacién
de victimas antes ignoradas y el olvido de héroes otrora idea~
lizados~ indica el anclaje profundo de Ia memoria colectiva
en el presente. La memoria se declina siempre en presente y
éte determina sus modalidades: la seleccién de aconteci-
mientos que el recuerdo debe guardar (y los testigos a escu-
char), su lectura, sus “lecciones”, etc,
‘La memoria se torna una cuestién politica y toma la forma
de un mandato ético -el deber de memoria, que como lo ha
remarcado justamente Tzvetan Todoroy (1995), se transforma
frecuentemente en fuente de abuso. Los ejemplos no faltan,
“Todas las guerras de la tiltima década, desde Ia guerra del Gol-
foa la de Afganistan, pasando por la de Kosovo, han sido tam-
bién guerras de la memoria, en cuanto ellas han sido
justificadas por la evocacién ritual del deber de memoria: Sad-
dam Hussein y Milosevic han sido comparados con Hitler,
islamismo politico con el fanatismo nazi, etc. Para Jirgen
Habermas y para el ministro alemsn de Asuntos Exteriores,
Joschka Fischer, la guerra de Kosovo era una primera tenta-
tiva de aplicacién del derecho cosmopolita kantiano y la oca-
sién de la Republica Federal Alemana de redimir su pasado.
Para los partidarios de la ocupacién israelf de los territorios
palestinos, Arafat serfa a su vez In reencarnacién de Hitler.
Como lo subraya el historiador israeli Tom Segev, Menahem
Begin habia vivido la invasion israeli del Libano, en 1982, co-2 Enzo Traverso
acto reparador, como si un ejército judfo hubiera de-
rotado a los nazis en Varsovia en 1943 (Segev, 1993). Los na-
cionalistas serbios justificaban, ante sf mismos, las limpiezas
étnicas contra los albaneses, en Kosovo, como una prueba de
fidelidad a la memoria de sus antepasados
opresién otomana, en tanto que los profesional
munismo, en
una defensa de
. Esta presencia y uti
en el espacio piiblico no podia sino
merosos interrogantes a los historiadores. Aqui
HisTorIA Y MEMORIA
Historia y memoria son dos esferas distintas que se entre-
cruzan constantemente (Nora, 1984: xix). Esta distincién no
debe ser interpretada en un sentido radical, ontoldgico, pues
as nacen de una misma preacupacién y comparten un mis-
mo objeto: la elaboracidn del pasado. Se pod
(2000: 106). La historia es una puesta en relato, una escritu-
lades y las reglas de un oficio
una
que constituye una parte, un desarrollo de
nace de In memoria, también se
ella, al punto de hacer de Ia memoria uno de sus temas de in-
vestigacién como lo prueba Ia historia contempordnea. La
del siglo XX, Hamada también “historia del tiempo
presente”, analiza el testimonio de los actores del pasado e
integra las fuentes orales tanto como los archivos y los otros
cs o escritos. La historia tiene asi su na~
imiento en la memoria, de Ja cual es una dimensién, pero
eso no impide de memoria devenga un
abjeto de Ia hist
locumentos materi
gain modo que
Historia y memoria B
comentarios
be que
“Tratemos de precisar esta distincién:
a En busca del tiempo perdido, Walter Benjamin es
Proust “no ha descrito una vida tal como ella fue, sino
da tal como ella permanece en la memoria de q
vido”. Benjamin continéa su anilisis comparando el trabajo
de Proust “de memoracién espontinea, donde el recuerdo es
el envoltorio y el olvido el contenido”, al
pe”, donde “es el dia el que deshace lo que ha hecho Ia no-
che”, Cada mafiana, al despertar, “no tenemos a mano
algunos trozos del tapiz de Ia vivencia que el olvido ha tejido
en nosotros” (Benjamin, 197: 336). Dado que se apoya en Ia
experiencia vivida, la memoria es eminentemente sibjerioa.
Ella queda anclada a los hechos a los que hemos asistido, de
los que hemos sido testigos, incluso actores, y a Ins
nes que ellos han grabado en nosotros. La memoria es cuali-
tativa, singular, poco cuidadosa de las compa a
contextualizacién, de las generalizaciones; no tiene necesi
de pruebas para quien la transporta. La narracién del pasado
ofrecida por un testiga —mientras éste no sea un mentiroso
consciente~serd siempre su verdad, es decir, una parte del pa-
sado depositada en él, Por su carécter subjetivo, la memoria
jamés esté fijada; se asemeja mas bien a una cantera abierta, en
transformacién permanente. No solamente, segtin la metifo~
ra de Benjamin, “cl lienzo de Penélope” se modifica cada
a causa del olvido que nos amenaza, para reaparecer mi
de, a veces mucho més tarde, tejido de una forma distinta a
aquella del primer recuerdo. No es sélo el tiempo lo que ero-
siona y debilita el recuerdo. La memoria cs una construcci6n,
siempre “filtrada” por los conocimientos posteriormente
adquiridos, por In reflexién que sigue al acontecimiento, 0
por otras experiencias que se superponen a la primera y mo-
ejemplo chiisico es, una vez mas, aquel
Lan:Enzo Traverso
tes, durante los afios sesenta, este sobreviviente ponfa en pri-
mer plano su identidad politica al presentarse como un depor-
tado antifascista. Después, durante los afios ochenta, él se
consideraba en principio como un deportado judio, persegui-
do en tanto que judio y testigo del exterminio de los judios de
Europa. Desde luego, entre esos dos testimonios realizados
por la misma persona en dos momentos di
serfa absurdo distinguir el verdadero de! falso. Los dos son
verdaderos y auténticos, pero cada uno manifiesta una parte
de verdad filtrada por la sensibilidad, Ia cultura, y también, se
podria agregar, por las representaciones identitarias, incluso
ideolégicas, del presente. En resumen, la memoria, sea indivi-
dual o colectiva, es una visién del pasado siempre mediada por
al presente, En este sentido Benjamin definia el procedimien-
to de Proust como una “presentificacién” (Vergegenwiirtigung)
(1977: 345), Mas recientemente, con un sentido similar, Fran
cois Hartog acufié la nocién de “presentismo” para describir
una situacin en la cual “el presente se transforms en hori-
zonte”, un presente que “sin fururo y sin pasado” engendraria
‘a. ambos permanentemente segiin sus necesidades (2003: 126).
“También Ia historia, que en el fondo no es sino una parte
moria, como lo recordaba Ricoeur, se escribe siem-
pre en presente, aunque pase por otras mediaciones. Para
existir como campo del saber, sin embargo, ella debe eman-
ciparse de la memoria, no rechazéndola sino poniéndola a
distancia. Un cortocircuito entre historia y memoria puede
tener consecuencias perjudiciales sobre el trabajo histérico al
transformar al historiador en un simple abogado de la memo-
ria o al hacerle perder de vista el contexto mas general con el
cual esa memoria se vincula. Una buena ilustracién de este
neno esti dada por el debate de estos tiltimos afios alre-
del problema de la “singularidad” del genocidio judio
(Traverso, 1999)
La irrupcion de esta controversia en el territorio del his-
toriador conduce, inevitablemente, a los caminos de la me-
en el seno del espacio publico y
moria judia, 9 st emergen
Historia y memoria 7
investi-
nales de
acién de archivos
a su interferencia con las précticas trad
gacién (publicacién de autobiografi
audiovisuales que retinen los testimonios de los sobrevivi
tes de los campos, ctc.). Si tal “contaminacién” de la historio-
grafia por la memoria se ha revelado extremadamente
fructifera, ello no deberia sin embargo ocultar una constata-
cién metodolégica tan banal como esencial, a saber, que la
memoria singulariza la historia, en la medida en que ella es
profundamente subjetiva, selectiva, frecuentemente irrespe~
tuosa de las distinciones cronoldgicas, indiferente a las re-
construcciones de conjunto, 2 las racionalizaciones globales.
Su percepeién del pasado es irreductiblemente singular. All
donde el historiador no ve mas que una etapa dentro de un
proceso, que un aspecto de un cuadro complejo y dindmico,
el testigo puede capturar un acontecimiento crucial, el sacu-
dimiento de una vida. El historiador puede deseifrar, analizar
y explicar las fotos conservadas de Auschwitz. Sabe que son
judios los que descienden del tren, sabe que el SS que los ob-
serva participara en una seleccién y que n mayoria de
has figuras de esa foto no tienen ante si mas que algunas ho-
ras de vida, A un testigo, esa foto le dir mucho mis; le re-
cordard sensaciones, emociones, ruidos, voce:
miedo y el desconcierto del recién legado al
‘go viaje efectuado en condiciones horril
la visiGn de la chimenea de los crematorios.
gu
partir de un relato a pesteriori, fuente de una empat
parable con la que pudo haber revivido el testigo. La foro de
tun Haftling muestra a los ojos del historiador una vfetima
andnima; para un pariente, un amigo o un camarada de pri-
sidn, esa foto evoca todo un mundo absolutamente nico. Pa-
ra el observador exterior, esa imagen no representa ~diria
Siegfried Kracaucr~ sino una realidad no redimida (userlist)
(Kracauer, 1977: 32 y 1960: 14). El conjunto de
dos forma una te di feEnzo Traverse
el historiador no puede igno:
dio) y que debe respetar, que d
leg
oa de la ist
singularidad de la experiencia
Su tarea consiste més bien en inscribir esa
Ja en un contexto histérico
las causas, las cond
, 1a dingmica de conjunto.
Esto significa aprender de la memoria, pero también pa-
sarla por el tamiz de una verificacion objtiva, empires,
documental y Stein
jones y sus trampa:
memor
go terriblemente tnico: la desaparicién del ui
social y cultural en el cual ha nacido. Un historiador que no
logre comprender esto no podré jamés escribir un buen libro
sobre la Sho:
para nada mejor si extrac la conclusién -como lo hace, por
ejemplo, el historiador norteamericano Steven Katz (1996)-
que el genocidio judio seria el tinico de la histor
Seguin Eric J. Hobsbawm, el histor
se aun deber de tiversalismo: “Una historia destinada sdloa
os judios (0 a los negros norteamericanos, a los griegos, a las
mujeres, « los proletarios, a los homosexuales, ete.) no sabria
ser una buena historia, aunque pudiera reconfortar a quienes
Ja practicasen” (1997: 277). Para los historiadores que traba-
n sobre fuentes orales, frecuentemente es muy dificil encon-
tar el justo equilibrio entre empatia y distancia, entre el
gularidades y la puesta en perspec-
reconocimiento de las s
tiva gi
neval.
Historia y memoria r
UNA PAREJA ANTINOMICA
Evidentemente, no se trata de oponer de manera mecini
moria “mitica” a la aproximacién “cienti
historiador como tendfa a hacer, hace
Broszat en su correspon:
EI historiador no trabaja encerrado en Ia cldsica tor
marfil, al abrigo del mundanal ruido y tampoco vive en una
cimara refrigerada, al abrigo de las pasiones del mundo, Su-
fre los condicionamientos de un contexto social, cultural y
nacional; no escapa a las influencias de sus recuerdos perso-
nales ni a un saber heredado ~condicionamientos ¢ influen-
cias de los cuales pued se a wavés de un
esfuerzo de distanciamiento eritico, pero munca a partir de la
negacin-. Desde esta perspectiva, su tarea no consiste en
watar de suptimir la memoria ~personal, individual y colec
va-, sino en inserib
Por eso, en el trabajo d
te de eransferencia que orienta
tratamiento de su objeto de investigacién y de lo cual el in
vyestigador debe ser consciente (Friedkind
n su obra History, The Last Things before the Last (1969),
Siegfried Kracauer proponia. dos meviforas del historiador.
La primera, la del judio evvante, vemivia a la historiogra
sitivista. Como ocurre en “Funes el memorioso”, el héroe del
célebre velato de Borges, Ahasvérus, quien habia atravesado
los continentes y las épocas, no podia olvidar nada y estaba
condenado a desplazarse su fardo de re-
dos, memoria viva del pas el guardién
f
ninguna memoria vir
tiempo cronolégico y vacio (1969: 157). La segunda metifo-
1a, la del exiliado -se podria decir también del extranjero, se-
gin la de de Ge mitia al historiador
como figura de extraterritorialided. Como el exiliado que estia Enzo Traverse
tensionado entre dos paises, su patria y la tierra de adopcién,
el historiador esté dividido entre el pasado que explora y el
presente que vive. Asf esté obligado a adquirir la condicion de
“extraterritorial”, en equilibrio entre el pasado y el presente
(ibid.: 83; Simmel, 1983). Como el exiliado, que ¢s siempre un
outsider en su pats de recepcién, también el historiador opera
una intrusién en el pasado; pero del mismo modo que el exi-
liado puede familiarizarse con el pais receptor y tener sobre su
vida una mirada particularmente aguda, a la vez interior y ex-
terior, hecha simulténeamente de adhesién y distanciamiento,
el historiador puede —no es la norma, es una virtualidad—co-
nocer en profundidad una época determinada y reconstituir
de ella fos caracteres con una claridad mayor que sus contem-
pordneos. Su arte consiste en reducir al maximo las carencias
que produce la distancia y en extraer el mayor beneficio de las
ventajas epistemoldgicas que de alli se derivan.
En tanto que “pasante” extraterritorial (Grenzginger), el
historiador es deudor de In memoria pero acnia a su vez so-
bre ella, porque contribuye a formarla y a orientarla. Preci-
samente porque no vive encerrado en una torre sino que
participa en la vida de la sociedad civil, el historiador contri-
buye a Ia formacidn de una conciencia histérica, y entonces
de una meznoria colectioa (una memoria no monolitica, plural
€ inevitablemente conflictiva, que recorre el conjunto del
cuerpo social). Dicho de otro modo, este trabajo contribuye
a forjar eso que Habermas (1986) denomina un “uso puiblico
de la historia” (offéne Gebranch dev Geschichte). Se trata de una
constatacién que no hay necesidad de subrayar: los debates
alemanes en torno del pasado nazi, los italianos alrededor del
pasado fascista, los franceses sobre el pasado vichista y colo-
nial, los argentinos alrededor de la dictadura militax, superan
largamente las fronteras de la investigacién histérica. Inva-
den los medios de comunicacién, de la prensa a la television,
La célebre f6rmula que definia al nazismo como “un pasado
que no pasa” se refiere a la sociedad alemana en su conjunto,
no solamente al trabajo de los historiadores.
Historia y memoria 9
EI libro de Ludmila da Silva Catela No babra flores en ta
tannba del pasado. La experiencia de reconstrecién det sand de fa-
miliares desaparecidos (2001) me parece un buen ejemplo de in-
vestigacién histérica que hace de la memoria su objeto al
inscribirse conscientemente en un contexto sensible donde,
de manera inevitable, participa de un uso piiblico de la
ria, Intentemos destacar los componentes de ello. Primero, la
historia oral, pues la autora ha realizado una investigacién
entre familiares (padres, hijos, hermanos y hermanas) de de-
saparecidos de La Plata, una ciudad donde la represion de la
dictadura militar fue particularmente virulenta y extendida
Se trata del relato de los familiares de su miedo, su esperan-
za y su espera, de su rabia, su coraje, su necesidad de actuar
y de su alivio luego de cada pequeita accidn pitblica. Segun-
do, In historia politica; cémo los familiares comenzaron 3
organizarse, como encontraron Ja fuerza para actuar piblica-
mente, para inventar formas de lucha (denuncia, contra-in-
formacién) y simbolos (el paituelo, etc.). Como esas acciones
respondian @ un imperativo moral, a una necesidad personal
y cémo se transformaron en un movimiento politico con un
amplio impacto sobre el conjunto de la sociedad civil. Como
las madres y a veces las abuelas, quienes eran amas de casa,
se transformaron en las lideres de un movimiento de la so-
ciedad civil contra la dictadura militar. Junto a la historia oral
y la historia politica, la antropologia y Ia psicolagia: un estudio
sobre el sufrimiento y sobre la imposibilidad del ducto liga-
dos a la desaparicién. Los familiares saben que los desapare~
cidos estin muertos, pero no pueden considerarlos como
tales porque sus cuerpos jams fueron recuperados, de don
de se derivan las especificidades, incluso la creatividad, de
una rememoracién que acompaiia ese duelo a la vez intermi-
nable e imposible: las marchas de las Madres, la aparicion de
los pafiuelos, las fotos de desaparecidos en la prensa, el “aco-
30” a las autoridades, Ia apertura de archivos, los procesos ju-
diciales, Ia bsqueda de los cuerpos de las victimas, los
“escraches” ante las casas de los torturadores, etc. Una reme-