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es ESPACIOS DEL SABER aria reciente es objeto de las més diversas demandas y exigencias por parte de la sociedad. A quien investiga el pasado cercano, en general ligado a experiencias colectivas trauméticas, se le suele exigir que sea, a la ver, tes ; que su labor sitva como guia para la praxis; ‘que brinde las claves para evitar repeticiones y errores. Se espera que ayit e tanto para reconciier como para inculpar, tanto para normalizar como ar excepcionalidades, que sirva para establecer continuidades, as; que sea objetivo y, al mismo tiempo, que deje una ense Frente a tantas exigencias: ze6mo articular un trabajo serio, 0 y civco inelucible que toca al in- vestigador de estos Este libro reine las estigadores mas icluye plan- s, engarzados con al y mundial, Se los que ~cuak Historia reciente Marina Franco / Florencia Levin (comps. as Marina Franco Florencia Levin compiladoras Historia reciente Perspectivas y desafios para un campo en construccion Lovin, Florencia Historia reciente :perspectivas y desatios para un campo en construccion / loveneia Lovin y Marina Franco - 1a e6, - Buonos Aires: Paidés, 2007. 85 p. 21213 om, (Espacios del Saber) ISBN 978-950-12-6585-1 2, Ensayo Argantino. |. Franco, Marina: Il Tito sade sa de Paula Hera rial Paidés SAICE 2 $09, Buenos Aires espaidos.comar cen marzo de 200% Tirada: 1.500 ef ISBN 950-12-6565-1 Indice Los autores .. 9 Invroducei a Franco y Florencia L 15 PRIMERA PARTE Historia reciente: cuestiones conceptuales y recorridos grificos El pasado cercano en clave historiogréfica Marina Franco y Florencia Levin. 31 o7 ala historia de la Daniel Loovich 0 ‘Miradas sobre el pasado reciente argentino. Las eserituras en torno a la militancia setentista (1983-2005), Roberta Pittaluga o 125 10. iM. Marina Franco y Florencia Levin (comps.) SEGUNDA PARTE Aspectos éticos, politicos y metodol escritura de la historia reciente dos ‘cos vineul s de los testimonios reconstruecién del pasado reciente na, Vera Carnevale. de los archivos de la represin Argentina, Ladiita da Silea Catela... sesseenees 155 Etnogra! 183 en . Saberes y pasiones del historiador. Apuntes en primera persona, Hilda Sabato Los desaparecidos, lo indecidible y Ia ‘Memoria y ethor en Ia Argentina del Alejandro Kanifinn casossneeosee se esemte Tercera PARTE Historia reciente y sociedad Entradas edueativas en los Silvia Pinocchio . Historias pro: ‘Usos sociales de las distancias tempo: organizacién de las experiencias sobre el caso del Servicio d Sergio Eduardo Visacovsky La conflictiva y nunca acabada mirada sobre el pasado, Elizabeth Jelin igares de la memoria, . 253 mas, 3 S Los autores ‘VERA CaARNOVALI Historiadora. Miembro del equipo de historiadores de la Asociacién Memoria Abierta, donde particip6 de la construc- cién de un Archivo Oral (audiovisual) sobre violencia politica, terrorismo de Estado y movimiento de derechos humanos, ‘Miembro del Programa de Historia Oral Universidad de Bue- nos Aires (UBA) y del Niicleo Memoria, Instituto de Des: Ilo Econémico y Social (IDES). Doctorand (UBA) y becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Cientificas y Técnicas (CONICET). Tema de investigacior construccién identitaria en el Partido Revolucionario de los (ERP). Suva Fxocct Investigador cultad Latinoamericana de Ciencias Soci Profesor de la Educac dad Nacional de La Plata (UNLP). Profeso1 dactica de la Historia en la UBA. Coordi y 's Escolares de FLACSO. Coordina- dora de FLACSO Virtual. Miembro del Comité Edito in en la Universi~ 2. Historia y memoria Notas sobre un debate ENzo 1 RAVERSO. HISTORIA Y MEMORIA. LA INTERPRETACION DEL PASADO COMO DESAFIO PO La memoria parece hoy invadir el espacio pitblico de las sociedades occidentales, gracias a una proliferacién de nvu- seos, conmemoraciones, premios literarios, peliculas, series televisivas y otras manifestaciones culturales, que desde dis- tintas perspectivas presentan esta temética. De esta manera, el pasado acompafia nuestro presente y se instala en el imagi- nario colectivo hasta suscitar lo que ciertos comentaristas han lamado una “obsesién conmemorativa” poderosamente am- plificada por los medios de comunicacién. La valorizacin, incluso la sacralizacién de los “lugares de la memoria” da lu- gara una verdadera “topolatria” (Reichel, 1995). El pasado es constantemente reelaborado segtin las sensibilidades éticas, culturales y politicas del presente. Esta memoria “sobreabun- dante” y “satu (Maier, 1993; Robin, 2003) marea L es- pacio. Hoy, todo se transforma en memoria, desde los estudios profesionales hasta las emisiones televisivas, desde Jos testimonios en una sala de tribunal hasta los archives pri- vados y los dlbumes de fotos de familia, Institucionalizado, ordenado en los museos, transformado en espectécul lizado, reificado, el recuerdo del pasado se transforma cn me~ 68 Enzo Traverso moria colectiva una vez. ido seleccionado y reinter- pretado-segin las sensibilidades culturales, Tas interrogacio- nes €teasy Tas conveniencias ponticas thet presente. formal turismo de Ja memoria”zon Ty Fansformacién de recepcidn adecuad! dos) y est rados a los dispositivos de este turismo e tienen de cllo sus propios recursos a, Por un Jado, este fenémeno muestra indudablemente un proceso de industria del_espectieulo, espectalmente el cine). Por oto, jen se parece, en varios sentidos, a Td que Hobs- evidente que esta construccién de Ia memo: ico del pasado. 2De dénde viene esta obsesin por la memoria? Se pod responder invocando Ia distincién establecida por Walter go tipico de In modernidad, es una viven- efimera, En su libro de los Pasa jes, Benjamin relacionaba esta “experiencia vivida” con la vida itmo y sus metamorfosis, con los electroshocks de la sociedad de masas y el caos caleidose: mercantil, La Exfabrung seria cionales, la Eriebnis perteneceria a las sociedades individualis- Historia y memoria o tas, como una marca antropolégi La modernidad, segin Benjamin, se caracteri momento culminante. Luego de ese traumatismo mayor de Europa, varios millones de jévenes campesinos que hal yiados “en un paisaje donde 12 de las nubes, y, en medio de un campo de fuerzas atravesado por tensiones y explosiones des- tructivas, el minisculo y frsgil cuerpo humano” (Bei 1977: 386). Era la consumacién de un proceso cuyos origenes han sido magistralmente estudiados por Edward P. ‘Thomp- son (1991) en un ensayo sobre el advenimiento del tiempo mecinico, productive y de la sociedad industr Ouros traumatismos ¢ 2 siglo XX, muchas veces bajo la forma de gui y represiones politicas. Una primera respuesta a nuestra cues- tién inicial Ievarfa a esta constataci6n: Ia obsesién por memoria de nuestros a de experiencia transmitida, el resultado paradéjico de una decli- naci6n de la transmisi6n en un mundo sin referencias, Pero es preciso interrogarse también sobre las formas de esta obsesin por entendida como las representaciones colectivas del pasado tal como se forjan en el presente, estructura las identidades sociales, inscribién- dolas en una continuidad y indoles un senti- do, es decir, una significacién y una direccién. En partes y siempre, las sociedades humanas han poseido memoria colectiva y Ia han mantenido a través de ritos, cer: 5, inchiso con politicas. Las estructuras elementales de russ, residen en la ‘Tradicionalmente, los ritos nla rascendenci fs allé— y confirmab min, conmemoracién de los difuntos. y los monumentos fanerarios celeb: Cristiana —la muerte como pasaje all 70 Enzo Traverse las jerarquias sociales terrenales. En la modernidad, las pric- ticas conmemorativas se metamorfosean. Por una parte, se democratizan al involucrar a la sociedad en su conjunto. Por otra parte, se secularizan y se funcionalizan al twransportar mensajes dirigidos a los vivos. A partir del siglo XIX, los mo- numentos conmemorativos consagran valores laicos (la pa- tia), defienden principios éticos (el bien) y politicos (la libertad), celebran acontecimientos fundadores (guerras, re- voluciones) y regimenes (Ia reptiblica, el fascismo, el comu- nismo), La memoria se transforma en una suerte de religién civil, “La declinaci6n de la interpretacién cristiana de le muerte ~ha escrito sobre este tema Reinhart Koselleck— deja asf el campo libre a interpretaciones puramente politicas y sociales” (1997:140). Desencadenado luego de las guerras na- polednicas -esas primeras guerras democrdticas del mundo moderno-, el fenémeno se profundizé después de la Gran Guerra, cuando los monumentos erigidos a los muertos en- tre los afios 1914 y 1918 comenzaron a marear el espacio pu- blico en cada pueblo. Hoy el trabajo del duelo cambia de objeto y de formas, En este cambio de siglo, en el mundo oc- cidental, Auschwitz deviene el zécalo de la memoria colecti- va. La politica de la memoria ~conmemoraciones oficiales, museos, peliculas, etc. tiende a hacer de Ja Shos In metafora del siglo XX como wna era de guerras, totalitarismos, geno- cidios y crimenes conta la humanidad, En el centro de ese sistema de representaciones se instala una figura nueva, la del testigo, el sobreviviente de los campos nazis, encarnacién del pasado del cual es preciso mantener el recuerdo, Retomando las palabras de Annette Wiewiorka (1998), hemos entrado en In “era del testigo”, de ahora en adelante emplazado sobre un pedestal, feono viviente de un pasado cu- yo recuerdo se prescribe como un deber cfvico. Otro signo de ia época: el testigo es cada vez més identificado con la figura de la vietima. Ignorados durante decenios, los sobrevivientes de los campos de concentracién nazis hoy se wansforman, sin quererlo y més allé de su voluntad, en iconos vivientes. Son Historia y memoria a colocados en una posicidn que no eligieron y que no siempre se corresponde con su necesidad de transmitir su experiencia, tal como lo subrayaba Primo Levi en sus reflexiones sobre el sobreviviente como “mal” testigo (1986: 64). Otros testigos antes convertidos en héroes, como los europeos de la Resistencia, que tomaron las armas para combatir el fascis~ mo, han caido en el olvido, como consecuencia sobre todo del “fin del comunismo”, eclipsado de la historia con sus mi- tos, pero también con las utopias y las esperanzas que encar né. En una época de humanitarismo en la que ya no hay vencidos sino solamente victimas, esta memoria ya no interesa amucha gente. Esta disimetzia del recuerdo -la glorificacién de victimas antes ignoradas y el olvido de héroes otrora idea~ lizados~ indica el anclaje profundo de Ia memoria colectiva en el presente. La memoria se declina siempre en presente y éte determina sus modalidades: la seleccién de aconteci- mientos que el recuerdo debe guardar (y los testigos a escu- char), su lectura, sus “lecciones”, etc, ‘La memoria se torna una cuestién politica y toma la forma de un mandato ético -el deber de memoria, que como lo ha remarcado justamente Tzvetan Todoroy (1995), se transforma frecuentemente en fuente de abuso. Los ejemplos no faltan, “Todas las guerras de la tiltima década, desde Ia guerra del Gol- foa la de Afganistan, pasando por la de Kosovo, han sido tam- bién guerras de la memoria, en cuanto ellas han sido justificadas por la evocacién ritual del deber de memoria: Sad- dam Hussein y Milosevic han sido comparados con Hitler, islamismo politico con el fanatismo nazi, etc. Para Jirgen Habermas y para el ministro alemsn de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, la guerra de Kosovo era una primera tenta- tiva de aplicacién del derecho cosmopolita kantiano y la oca- sién de la Republica Federal Alemana de redimir su pasado. Para los partidarios de la ocupacién israelf de los territorios palestinos, Arafat serfa a su vez In reencarnacién de Hitler. Como lo subraya el historiador israeli Tom Segev, Menahem Begin habia vivido la invasion israeli del Libano, en 1982, co- 2 Enzo Traverso acto reparador, como si un ejército judfo hubiera de- rotado a los nazis en Varsovia en 1943 (Segev, 1993). Los na- cionalistas serbios justificaban, ante sf mismos, las limpiezas étnicas contra los albaneses, en Kosovo, como una prueba de fidelidad a la memoria de sus antepasados opresién otomana, en tanto que los profesional munismo, en una defensa de . Esta presencia y uti en el espacio piiblico no podia sino merosos interrogantes a los historiadores. Aqui HisTorIA Y MEMORIA Historia y memoria son dos esferas distintas que se entre- cruzan constantemente (Nora, 1984: xix). Esta distincién no debe ser interpretada en un sentido radical, ontoldgico, pues as nacen de una misma preacupacién y comparten un mis- mo objeto: la elaboracidn del pasado. Se pod (2000: 106). La historia es una puesta en relato, una escritu- lades y las reglas de un oficio una que constituye una parte, un desarrollo de nace de In memoria, también se ella, al punto de hacer de Ia memoria uno de sus temas de in- vestigacién como lo prueba Ia historia contempordnea. La del siglo XX, Hamada también “historia del tiempo presente”, analiza el testimonio de los actores del pasado e integra las fuentes orales tanto como los archivos y los otros cs o escritos. La historia tiene asi su na~ imiento en la memoria, de Ja cual es una dimensién, pero eso no impide de memoria devenga un abjeto de Ia hist locumentos materi gain modo que Historia y memoria B comentarios be que “Tratemos de precisar esta distincién: a En busca del tiempo perdido, Walter Benjamin es Proust “no ha descrito una vida tal como ella fue, sino da tal como ella permanece en la memoria de q vido”. Benjamin continéa su anilisis comparando el trabajo de Proust “de memoracién espontinea, donde el recuerdo es el envoltorio y el olvido el contenido”, al pe”, donde “es el dia el que deshace lo que ha hecho Ia no- che”, Cada mafiana, al despertar, “no tenemos a mano algunos trozos del tapiz de Ia vivencia que el olvido ha tejido en nosotros” (Benjamin, 197: 336). Dado que se apoya en Ia experiencia vivida, la memoria es eminentemente sibjerioa. Ella queda anclada a los hechos a los que hemos asistido, de los que hemos sido testigos, incluso actores, y a Ins nes que ellos han grabado en nosotros. La memoria es cuali- tativa, singular, poco cuidadosa de las compa a contextualizacién, de las generalizaciones; no tiene necesi de pruebas para quien la transporta. La narracién del pasado ofrecida por un testiga —mientras éste no sea un mentiroso consciente~serd siempre su verdad, es decir, una parte del pa- sado depositada en él, Por su carécter subjetivo, la memoria jamés esté fijada; se asemeja mas bien a una cantera abierta, en transformacién permanente. No solamente, segtin la metifo~ ra de Benjamin, “cl lienzo de Penélope” se modifica cada a causa del olvido que nos amenaza, para reaparecer mi de, a veces mucho més tarde, tejido de una forma distinta a aquella del primer recuerdo. No es sélo el tiempo lo que ero- siona y debilita el recuerdo. La memoria cs una construcci6n, siempre “filtrada” por los conocimientos posteriormente adquiridos, por In reflexién que sigue al acontecimiento, 0 por otras experiencias que se superponen a la primera y mo- ejemplo chiisico es, una vez mas, aquel Lan: Enzo Traverso tes, durante los afios sesenta, este sobreviviente ponfa en pri- mer plano su identidad politica al presentarse como un depor- tado antifascista. Después, durante los afios ochenta, él se consideraba en principio como un deportado judio, persegui- do en tanto que judio y testigo del exterminio de los judios de Europa. Desde luego, entre esos dos testimonios realizados por la misma persona en dos momentos di serfa absurdo distinguir el verdadero de! falso. Los dos son verdaderos y auténticos, pero cada uno manifiesta una parte de verdad filtrada por la sensibilidad, Ia cultura, y también, se podria agregar, por las representaciones identitarias, incluso ideolégicas, del presente. En resumen, la memoria, sea indivi- dual o colectiva, es una visién del pasado siempre mediada por al presente, En este sentido Benjamin definia el procedimien- to de Proust como una “presentificacién” (Vergegenwiirtigung) (1977: 345), Mas recientemente, con un sentido similar, Fran cois Hartog acufié la nocién de “presentismo” para describir una situacin en la cual “el presente se transforms en hori- zonte”, un presente que “sin fururo y sin pasado” engendraria ‘a. ambos permanentemente segiin sus necesidades (2003: 126). “También Ia historia, que en el fondo no es sino una parte moria, como lo recordaba Ricoeur, se escribe siem- pre en presente, aunque pase por otras mediaciones. Para existir como campo del saber, sin embargo, ella debe eman- ciparse de la memoria, no rechazéndola sino poniéndola a distancia. Un cortocircuito entre historia y memoria puede tener consecuencias perjudiciales sobre el trabajo histérico al transformar al historiador en un simple abogado de la memo- ria o al hacerle perder de vista el contexto mas general con el cual esa memoria se vincula. Una buena ilustracién de este neno esti dada por el debate de estos tiltimos afios alre- del problema de la “singularidad” del genocidio judio (Traverso, 1999) La irrupcion de esta controversia en el territorio del his- toriador conduce, inevitablemente, a los caminos de la me- en el seno del espacio publico y moria judia, 9 st emergen Historia y memoria 7 investi- nales de acién de archivos a su interferencia con las précticas trad gacién (publicacién de autobiografi audiovisuales que retinen los testimonios de los sobrevivi tes de los campos, ctc.). Si tal “contaminacién” de la historio- grafia por la memoria se ha revelado extremadamente fructifera, ello no deberia sin embargo ocultar una constata- cién metodolégica tan banal como esencial, a saber, que la memoria singulariza la historia, en la medida en que ella es profundamente subjetiva, selectiva, frecuentemente irrespe~ tuosa de las distinciones cronoldgicas, indiferente a las re- construcciones de conjunto, 2 las racionalizaciones globales. Su percepeién del pasado es irreductiblemente singular. All donde el historiador no ve mas que una etapa dentro de un proceso, que un aspecto de un cuadro complejo y dindmico, el testigo puede capturar un acontecimiento crucial, el sacu- dimiento de una vida. El historiador puede deseifrar, analizar y explicar las fotos conservadas de Auschwitz. Sabe que son judios los que descienden del tren, sabe que el SS que los ob- serva participara en una seleccién y que n mayoria de has figuras de esa foto no tienen ante si mas que algunas ho- ras de vida, A un testigo, esa foto le dir mucho mis; le re- cordard sensaciones, emociones, ruidos, voce: miedo y el desconcierto del recién legado al ‘go viaje efectuado en condiciones horril la visiGn de la chimenea de los crematorios. gu partir de un relato a pesteriori, fuente de una empat parable con la que pudo haber revivido el testigo. La foro de tun Haftling muestra a los ojos del historiador una vfetima andnima; para un pariente, un amigo o un camarada de pri- sidn, esa foto evoca todo un mundo absolutamente nico. Pa- ra el observador exterior, esa imagen no representa ~diria Siegfried Kracaucr~ sino una realidad no redimida (userlist) (Kracauer, 1977: 32 y 1960: 14). El conjunto de dos forma una te di fe Enzo Traverse el historiador no puede igno: dio) y que debe respetar, que d leg oa de la ist singularidad de la experiencia Su tarea consiste més bien en inscribir esa Ja en un contexto histérico las causas, las cond , 1a dingmica de conjunto. Esto significa aprender de la memoria, pero también pa- sarla por el tamiz de una verificacion objtiva, empires, documental y Stein jones y sus trampa: memor go terriblemente tnico: la desaparicién del ui social y cultural en el cual ha nacido. Un historiador que no logre comprender esto no podré jamés escribir un buen libro sobre la Sho: para nada mejor si extrac la conclusién -como lo hace, por ejemplo, el historiador norteamericano Steven Katz (1996)- que el genocidio judio seria el tinico de la histor Seguin Eric J. Hobsbawm, el histor se aun deber de tiversalismo: “Una historia destinada sdloa os judios (0 a los negros norteamericanos, a los griegos, a las mujeres, « los proletarios, a los homosexuales, ete.) no sabria ser una buena historia, aunque pudiera reconfortar a quienes Ja practicasen” (1997: 277). Para los historiadores que traba- n sobre fuentes orales, frecuentemente es muy dificil encon- tar el justo equilibrio entre empatia y distancia, entre el gularidades y la puesta en perspec- reconocimiento de las s tiva gi neval. Historia y memoria r UNA PAREJA ANTINOMICA Evidentemente, no se trata de oponer de manera mecini moria “mitica” a la aproximacién “cienti historiador como tendfa a hacer, hace Broszat en su correspon: EI historiador no trabaja encerrado en Ia cldsica tor marfil, al abrigo del mundanal ruido y tampoco vive en una cimara refrigerada, al abrigo de las pasiones del mundo, Su- fre los condicionamientos de un contexto social, cultural y nacional; no escapa a las influencias de sus recuerdos perso- nales ni a un saber heredado ~condicionamientos ¢ influen- cias de los cuales pued se a wavés de un esfuerzo de distanciamiento eritico, pero munca a partir de la negacin-. Desde esta perspectiva, su tarea no consiste en watar de suptimir la memoria ~personal, individual y colec va-, sino en inserib Por eso, en el trabajo d te de eransferencia que orienta tratamiento de su objeto de investigacién y de lo cual el in vyestigador debe ser consciente (Friedkind n su obra History, The Last Things before the Last (1969), Siegfried Kracauer proponia. dos meviforas del historiador. La primera, la del judio evvante, vemivia a la historiogra sitivista. Como ocurre en “Funes el memorioso”, el héroe del célebre velato de Borges, Ahasvérus, quien habia atravesado los continentes y las épocas, no podia olvidar nada y estaba condenado a desplazarse su fardo de re- dos, memoria viva del pas el guardién f ninguna memoria vir tiempo cronolégico y vacio (1969: 157). La segunda metifo- 1a, la del exiliado -se podria decir también del extranjero, se- gin la de de Ge mitia al historiador como figura de extraterritorialided. Como el exiliado que esti a Enzo Traverse tensionado entre dos paises, su patria y la tierra de adopcién, el historiador esté dividido entre el pasado que explora y el presente que vive. Asf esté obligado a adquirir la condicion de “extraterritorial”, en equilibrio entre el pasado y el presente (ibid.: 83; Simmel, 1983). Como el exiliado, que ¢s siempre un outsider en su pats de recepcién, también el historiador opera una intrusién en el pasado; pero del mismo modo que el exi- liado puede familiarizarse con el pais receptor y tener sobre su vida una mirada particularmente aguda, a la vez interior y ex- terior, hecha simulténeamente de adhesién y distanciamiento, el historiador puede —no es la norma, es una virtualidad—co- nocer en profundidad una época determinada y reconstituir de ella fos caracteres con una claridad mayor que sus contem- pordneos. Su arte consiste en reducir al maximo las carencias que produce la distancia y en extraer el mayor beneficio de las ventajas epistemoldgicas que de alli se derivan. En tanto que “pasante” extraterritorial (Grenzginger), el historiador es deudor de In memoria pero acnia a su vez so- bre ella, porque contribuye a formarla y a orientarla. Preci- samente porque no vive encerrado en una torre sino que participa en la vida de la sociedad civil, el historiador contri- buye a Ia formacidn de una conciencia histérica, y entonces de una meznoria colectioa (una memoria no monolitica, plural € inevitablemente conflictiva, que recorre el conjunto del cuerpo social). Dicho de otro modo, este trabajo contribuye a forjar eso que Habermas (1986) denomina un “uso puiblico de la historia” (offéne Gebranch dev Geschichte). Se trata de una constatacién que no hay necesidad de subrayar: los debates alemanes en torno del pasado nazi, los italianos alrededor del pasado fascista, los franceses sobre el pasado vichista y colo- nial, los argentinos alrededor de la dictadura militax, superan largamente las fronteras de la investigacién histérica. Inva- den los medios de comunicacién, de la prensa a la television, La célebre f6rmula que definia al nazismo como “un pasado que no pasa” se refiere a la sociedad alemana en su conjunto, no solamente al trabajo de los historiadores. Historia y memoria 9 EI libro de Ludmila da Silva Catela No babra flores en ta tannba del pasado. La experiencia de reconstrecién det sand de fa- miliares desaparecidos (2001) me parece un buen ejemplo de in- vestigacién histérica que hace de la memoria su objeto al inscribirse conscientemente en un contexto sensible donde, de manera inevitable, participa de un uso piiblico de la ria, Intentemos destacar los componentes de ello. Primero, la historia oral, pues la autora ha realizado una investigacién entre familiares (padres, hijos, hermanos y hermanas) de de- saparecidos de La Plata, una ciudad donde la represion de la dictadura militar fue particularmente virulenta y extendida Se trata del relato de los familiares de su miedo, su esperan- za y su espera, de su rabia, su coraje, su necesidad de actuar y de su alivio luego de cada pequeita accidn pitblica. Segun- do, In historia politica; cémo los familiares comenzaron 3 organizarse, como encontraron Ja fuerza para actuar piblica- mente, para inventar formas de lucha (denuncia, contra-in- formacién) y simbolos (el paituelo, etc.). Como esas acciones respondian @ un imperativo moral, a una necesidad personal y cémo se transformaron en un movimiento politico con un amplio impacto sobre el conjunto de la sociedad civil. Como las madres y a veces las abuelas, quienes eran amas de casa, se transformaron en las lideres de un movimiento de la so- ciedad civil contra la dictadura militar. Junto a la historia oral y la historia politica, la antropologia y Ia psicolagia: un estudio sobre el sufrimiento y sobre la imposibilidad del ducto liga- dos a la desaparicién. Los familiares saben que los desapare~ cidos estin muertos, pero no pueden considerarlos como tales porque sus cuerpos jams fueron recuperados, de don de se derivan las especificidades, incluso la creatividad, de una rememoracién que acompaiia ese duelo a la vez intermi- nable e imposible: las marchas de las Madres, la aparicion de los pafiuelos, las fotos de desaparecidos en la prensa, el “aco- 30” a las autoridades, Ia apertura de archivos, los procesos ju- diciales, Ia bsqueda de los cuerpos de las victimas, los “escraches” ante las casas de los torturadores, etc. Una reme-

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