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Razones para la Alegría

Autor: Martín Descalzo

Capítulo 6: Pelos largos y mente corta

Me habría gustado que estuvieran ustedes conmigo en Roma la semana pasada presenciando la concentración
juvenil que reunió en torno al Papa nada menos que trescientos mil jóvenes. Y espero que ustedes no se
escandalicen demasiado si les digo que me fijé más en los muchachos que en el Papa, aunque sólo sea porque a
Juan Pablo II le he visto cien veces y, en cambio, aquella masa juvenil era para mí algo absolutamente inédito.

La primera conclusión que saqué de mi estudio es una que ya conocía hace tiempo. que jamás se debe juzgar a
nadie por sus pintas. La de los concentrados en Roma era lamentable. Sucios, cansados, despreocupados por su
aliño, vestidos a la buena de Dios o del diablo, dulcemente gamberreantes.

Cantaban bastante mal y guitarreaban peor. Y lo que cantaban era más deleznable musicalmente que sus voces.
So1o el brillo de los ojos les salvaba. ¡Estaban, caramba, vivos! Y en un mundo de vegetantes eso me parecía el
milagro de los milagros. A aquellos chicos se les notaba que tenían ganas de creer en algo y luchar por algo.

Creían en la vida y no en la muerte. Les fastidiaba -como a mí- este mundo en que vivimos, pero creían que
gritar contra las cosas nunca ha cambiado nada y que sólo luchando por mejorar un rincón de esta tierra
habremos hecho algo por ella. Me gustaron. Me gustaron «a pesar de» sus pelos.
Tengo la impresión de que en nuestro siglo la mayor parte de la gente basa sus ideas en la primera impresión
externa de las personas. Y tal vez por ello a los jóvenes les encante enfurecer a los mayores llevando atuendos y
vestidos que seguramente también a los muchachos les repugnan.

Tal vez cambiaría todo el día en que nos pusiéramos de acuerdo en que lo que cuenta en la vida no es la longitud
de los pelos, sino la longitud de la mente. Y que lo decisivo es saber si uno tiene limpio el corazón y no si lleva
desgastados los pantalones.

Recuerdo que, cuando yo era curilla recién salido, muchos compañeros míos se enfurecían contra el tradicional
sombrero clerical, la llamada «teja», que los reglamentos nos obligaban a llevar. A mí la teja siempre me pareció
espantosamente fea, aunque quizá no tanto como el bonete. Pero creí, al mismo tiempo, que había que luchar
mucho más por lo que teníamos dentro de la cabeza que por lo que llevábamos encima de ella. Y empecé a
temer algo que luego se ha producido: que mucha gente se creyó moderna porque adoptaba vestidos de última
hora, mientras mantenían la cabeza atada a los pesebres del pasado más pasado.

Por eso me da pena la gente que repudia a los muchachos porque no le gustan sus modales, lo mismo que me
dan pena los muchachos que creen que son jóvenes sólo porque son desgarbados y gamberretes. La juventud es
mucho más. es pasión, esperanza, audacia, autoexigencia, aceptación del riesgo, elección de las cuestas arriba.
Y luz en la mirada.

El tamaño de los pelos cambia en cada curva de la historia. Un amigo mío cura decidió un día dejarse barba y
bigote, y se topó con el escándalo de su madre, a quien tales adminículos parecían un pecado sordísimo en un
sacerdote. «¡Pues también el Sagrado Corazón lleva barba y bigote!», replicó mi amigo. Y el argumento desarmó
a su madre, a quien, desde ese momento, empezaron a parecerle respetables los barbudos.

La verdad es que resulta muy poco preocupante el saber si Cervantes usaba gorguera o si Shakespeare tenía
largas melenas rizadas. Queda la prosa del primero y los sonetos y dramas del segundo. Lo malo es la gente que
en lugar de escribir Hamlet se cree realizada por llevar remiendos de color en la chaqueta. Importa un pimiento
si la gente dice «chipén», «macanudo» o «guay». Lo que importa es que sepan decir algo más, pensar algo más,
vivir algo más.

El gran diablo es que muchos de estos disfraces de lenguaje, vestidos o peinados son simples coartadas para
gentes que creen que uno puede «realizarse» sin luchar y sin luchar corajuda, terca y aburridamente.

Tener personalidad es más difícil que tener un papá que te compre una moto. Y yo nunca supe de nadie que
consiguiera la personalidad cuesta abajo. Los viejos burgueses pensaban que lo importante es «lo que se tiene».
Los dulces cretinos creen que lo que cuenta es «lo que se lleva». Los hombres de veras saben que lo que vale es
«lo que se es». Y un globo lleno de viento será siernpre un globo vacío, tanto si se lo viste de melenas como si se
le cubre de andrajos. Mientras que una cabeza repleta poco importa cómo se cubre.

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