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del ro una rfaga de metralla ardi desde una barricada en la otra orilla.
Aquel ramalazo de fuego y plomo dej tres cadveres en la arena.
- Carajo, los gringos! grito Arnulfo Rojas tirndose al piso
Tomamos resguardo de inmediato. Dos hombres en el agua
boqueaban su ltimo aliento sobre la corriente rojamente enardecida
de muerte. Aquella lnea de fuego descarg su ensaamiento sobre
nuestros cuerpos. Silbaban en nuestras cabezas como avispas enojadas
las balas del enemigo. Nos cubrimos tomando una posicin de fuego
favorable.
Cuando estuve a salvo, comenc a leer los disparos buscndole el
origen. De cuclillas detrs de un paraso robusto, coloqu mi ojo sobre
la mira del rifle hacia la barricada. La posicin aquella permita desnudar
la presencia del ejrcito de aquel dictador.
Totalmente descubiertos, eran dos; juro que odi aquel momento.
El sol se pona de azufre y descansaba su rigor sobre mi parietal.
Ejecut con calma dos disparos certeros; pude observar el desplomo
del primer soldado, el segundo, sorprendido, no pudo huir a tiempo y
fue destrozado en la ejecucin.
Apenas dispar, volv mi espalda para apoyarla sobre el paraso
que se mantena erguido, atestiguando mi terrible miedo. Respiraba
hondo, asustado; era mi primer disparo sobre un ser humano.
- Vamos al foco Antonio! grit Ceferino Roldn,
advirtindome que revisaran la zona y yo deba resguardar sus espaldas.
Afirm con la cabeza e hice un gesto de movimiento con la mano
derecha mientras sostena con el antebrazo izquierdo mi fusil caliente.
El silencio azotaba junto al sol mi espinazo con un escalofro duro; la
adrenalina me sala por las uas, me rascaba la cara, todo era como un
pesado sueo.
El ro increment su fuerza. Tres compaeros procuraron retener
sin suerte los cuerpos sin vida de los cados por el fuego enemigo. La
vehemencia del agua no permita a la pequea tropa alcanzar la otra
orilla. Los soldados hacan grandes pasos para cruzar, el agua les cubra
hasta las rodillas, los fusiles eran alzados con las dos manos para evitar
humedecer la plvora.
Jams mis manos haban dado muerte a nadie. No poda creer que
stas manos hubieran quitado de la faz de la tierra a un ser. Con la mira
puesta sobre la barricada enemiga buscaba percibir un mnimo