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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol.

I
Todos los Derechos Reservados
Oiga la narración del cuento en: http://www.cuentosdesdegotiasan.blogspot.com

“Judas en mi conciencia”
Alfredo Milano
Santiago, 31 de Marzo, 2010

Aunque fuese mala educación o pecado, les juro que ese día cuando entré a la iglesia,
quería hablar con Dios.
Tenía que hacerlo.
Todo el año había peleado con mi conciencia y presentía que, en esa época del año, tal vez
el Señor prestaría más atención a mis plegarias.

Había comprado tela de color “morado Semana Santa” y me había hecho mi traje de
Nazareno.

La iglesia era antigua, muy grande, con un fuerte olor a la cera derretida de las velas y a
incienso. Tenía una nave central, donde se podía atender la misa desde cualquiera de los
puntos cardinales. En el día, su iluminación venía de afuera, filtrada por los grandes
vitrales de las catorce estaciones, permitiéndole a los feligreses el seguimiento del Vía
Crucis del Señor Jesucristo.
.¡Dios mío! Aquí estoy otra vez con mi carga de pecados, líbrame de ellos y de los
malos pensamientos…

Todo eso pensaba y buscaba tranquilidad para mi espíritu. De pronto, y por casualidad,
advertí un letrero pegado en una de las columnas de la iglesia:
"No escupir en la Casa del Señor"

Me quedé un largo rato examinándolo, porque era lo único que desentonaba con lo
sagrado del lugar.

Ví hacia un mural y ahí estaba Nuestro Señor, crucificado. Al lado derecho, claramente
trazados, las figuras de La Ultima Cena y Judas Iscariote, como siempre.

Por simple curiosidad seguí la mirada de Judas. Quería saber hacia dónde la dirigía.
En mi mente trataba de dibujar una línea hasta donde se hallaba el objeto de su interés.
Allí estaba. Era un salivazo, o así parecía, sobre un mosaico del piso. Me levante y acerqué
con ánimo de indagar más. Una voz interior me decía:
"Agárralo".
Y así lo hice.

¡Caramba, era una moneda antigua, de plata!


Al dar la vuelta y fijarme de nuevo en Judas me dí cuenta de que miraba para otro lado,
donde estaba otro salivazo, ¿o moneda?

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De esa manera, yendo de un lado a otro de la iglesia, junté todas las monedas que le habían
entregado a Judas.

¡..Tenía los treinta denarios en mis manos! Y sabía que sería millonaria, si los llevaba a
algún coleccionista. Pero, a la vez, el pecho me temblaba, y empecé a oir voces que me
decían cosas familiares...

Asqueada, arrojé al piso el detestable dinero... Grité y caí desvanecida...

Cuando abrí nuevamente los ojos, nadie -absolutamente nadie- había ido a socorrerme
todavía..
Y ahí estaba yo, tirada en el suelo, con la boca abierta y un lago de saliva al lado de mi
rostro...

La escena me recordó la traición que una vez alguien cometió por unas viejas monedas de
plata.

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