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Artis Auriferae, Basilea 1610.

El alma del mundo o irradiación femenina universal


LAS UTOPIAS RENACENTISTAS,
ESOTERISMO Y SIMBOLO
LA MUJER Y LAS UTOPIAS DEL RENACIMIENTO (1)
FEDERICO GONZALEZ

¿No sabéis vos que Platón, el cual, a la verdad, no era muy amigo de las mujeres,
quiere que ellas tengan cargo del regimiento de las ciudades, y que los hombres no
entiendan sino solamente en las cosas de la guerra? ¿No creéis vos que se hallarían
muchas tan sabias en el gobierno de las ciudades y de los exércitos como los
hombres? Mas yo no he querido dalles este cargo, porque mi intención es formar una
Dama, y no una reina. Conozco agora bien que vos queríades tornar a mover aquello
que falsamente dixo ayer contra ellas el señor Otavián, cuando no tuvo empacho de
decir que las mujeres son animales imperfetísimos y no dispuestas a hacer ninguna
obra virtuosa, y de muy poco valor, y de menos autoridad en comparación de los
hombres; pero verdaderamente vos y él recibiríades muy gran engaño si eso
pensásedes.
Baltasar Castiglione. El Cortesano. Libro III, Cap. III.

Un estudio completo sobre el Renacimiento no puede dejar de lado el tema de la


mujer y así lo ha entendido Eugenio Garin en su libro El Hombre del Renacimiento,1
que incluye un texto sobre la hembra renacentista debido a la mano de Margaret L.
King, el cual trata a su vez un amplio temario, muy actual, ya que la mujer
contemporánea es la recipiendaria directa de esos modelos donde comienza a
apuntar la señora moderna, sus modos, usos y costumbres y sobre todo cierta
actividad intelectual-espiritual que, con innumerables dificultades –lo cual es una
constante válida aún hoy día– se abre campo en el camino del Conocimiento. Así, se
dan en el Renacimiento a la par que la vía conventual que incluía la meditación, la
soledad y el silencio en el claustro, siguiendo la tradición medieval, igualmente el
camino del hogar como imagen de la unidad familiar, y el mantenimiento del fuego
perenne de la vida, y una actividad profesional independiente aparte de las labores
de tejido y aguja europeas, que aún hoy subsisten, igualmente presentes en casi todas
las culturas arcaicas. Estas últimas tareas que se efectúan con base matemática y
simbólica han sido particularmente fomentadas en las sociedades tradicionales, entre
otras razones, por la concentración y la paciencia (arma del alquimista) necesarias
para realizarlas, amén de lo principal: el simbolismo que implican, y que los
artesanos ritualizan.2

Al margen de estas actividades tradicionales –la aguja, el convento y el hogar–


surgen contemporáneamente otras formas de acercamiento al espacio de lo sacro por
parte de la mujer ya sea de modo culto, cortesano, o artístico-filosófico, relacionados
con la teúrgia Ficiniana, e incluso con la magia popular –cuerpo de creencias y ritos
inmemoriales– que vuelven a tomar forma, con una particular virulencia, en el
periodo de la Contrarreforma, lo que da lugar a las conocidas "cazas de brujas" y a la
sangrienta represión inquisitorial. No más allá va la mujer de esa época que tendrá
que esperar hasta el siglo XX para llevar a cabo otras posibilidades y afianzarse en
ellas.

Todo esto sin duda es tema en la Utopía, de Tomás Moro (1516), que según se
piensa es, tal vez, la obra que inaugura el período renacentista en este asunto y que
da lugar –junto a las obras de Juan Luis Vives, Instrucción de la mujer cristiana
(1523)3, Baltasar Castiglione, El Cortesano (Il libro del cortigiano, 1528)4 y
Cornelio Agrippa, De la nobleza y preeminencia del sexo femenino (1529)5– a las
primeras manifestaciones literarias en pro de la libertad femenina; otros autores
señalan a Bocaccio (Las Ninfas de Fiésole, 1342-46)6 como un antecesor de los
nombrados, en especial de la literatura amorosa dedicada a las damas donde Venus
derrota a la restrictiva y casta Diana. En efecto, es importante buscar en Utopía, que
tantas cosas nuevas aporta al pensamiento de la época, como la comunidad de
bienes, el divorcio, y la posibilidad del sacerdocio femenino, el papel asignado a la
mujer en una sociedad ideal, o mejor arquetípica, que proyecta de modo reflejo los
valores de la ciudad celeste en el medio social e histórico en que le ha tocado vivir al
ser humano, con las particularidades que le caracterizan.
En ese sentido es interesante destacar que en la lectura de esta obra, parece, desde el
comienzo, que Tomás Moro asigna a la hembra paridad junto al varón englobados
ambos en el ser humano, al que simplemente a veces se denomina hombre7, aunque
por cierto se establecen diferencias entre los sexos, o mejor, se destacan rasgos
distintivos o funciones correspondientes a ellos, como iremos viendo.

Para comenzar a efectuar un somero análisis del aspecto que actualmente nos ocupa
de dicho libro, destacaremos que, a diferencia de la República de Platón, en que en
gran parte se inspira, se apoya en la unidad familiar formada por la pareja hombre
mujer-hijos como núcleo de todo el aparato sociopolítico; en contrario de la obra de
Platón donde tanto los bienes como las mujeres son comunes e intercambiables al
igual que el colectivo de niños.8

Verdad es, empero, que el propio Platón en Leyes VI 771-772 y ss. habla de
casamientos "para compartir y procrear hijos" e incluso establece penas económicas
para aquellos que no se uniesen pasados los treinta y cinco años, es decir que
modifica y atempera la radicalidad del diálogo anteriormente mencionado, basando
la institución matrimonial en la procreación y educación de los hijos, pensando en el
bien del Estado.9 Y precisamente este planteo parece ser el que adopta Moro a lo
largo de su obra.
Es así que:
en Utopía hombres y mujeres, sin excepción, han de aprender uno de los oficios ya
mencionados,
(agricultura, sastrería, herrería, albañilería, manipulación del hilo y la lana)
las mujeres, sin embargo, por su constitución más débil, se dedican a trabajos menos
duros, ya que trabajan casi exclusivamente la lana y el hilo (pág. 122-23).10
No obstante la mayor parte consagra el tiempo libre al estudio y asisten a clases los
que han sido elegidos entre ellos, que son un gran número:
tanto de hombres como de mujeres de todas condiciones
aunque os trabajos de cocina más sucios y molestos se encomiendan a los criados.
En cambio, a cargo de las mujeres está la cocción y aderezo de las comidas, y en una
palabra, toda la preparación de la mesa donde en paridad: en el centro de la mesa
principal se sitúan el sifogrante con su mujer. Pero: la mujer no se casa antes de los
dieciocho años. El varón no antes de los veintidós. Tanto el hombre como la mujer
convictos de haberse entregado antes del matrimonio a amores furtivos, son
severamente amonestados y castigados. Y a ambos se les prohíbe formalmente el
matrimonio, a menos que el príncipe les perdone la falta. Incurren en gran infamia el
padre y la madre de familia en cuya casa se comete el delito, por haber descuidado
su obligación de velar por sus hijos. Castigan tan severamente este desliz previendo
lo que sucedería si se tolera impunemente un concubinato efímero y pasajero. Nadie
estaría dispuesto a dejarse prender por los lazos del amor conyugal, en el que hay
que compartir la vida entera con una sola persona, soportando además los
inconvenientes que esto trae consigo. Por lo demás, los utopianos toman en serio la
elección del cónyuge, si bien, su rito es ridículo y absurdo. Una dama honorable y
honesta muestra al pretendiente a su prometida completamente desnuda, sea virgen o
viuda. A su vez, un varón probo, exhibe ante la novia al joven desnudo.
Aunque se establece que: Entre ellos, el vínculo conyugal apenas se rompe más que
por la muerte, salvo en casos de adulterio o de costumbres absolutamente
insoportables. En estos dos casos, el senado da permiso a la parte ofendida para
volverse a casar.
Y poco más adelante aclara: la misma experiencia demuestra hasta qué punto
ninguna belleza de la mujer le recomienda tanto al marido como su entrega y
limpieza de costumbres. Son muchos los que se dejan seducir por su hermosura,
pero no hay nadie a quien no rinda su virtud y dedicación.
Para finalizar se indica la separación por grupos de hombres y mujeres en el Templo
y se afirma: las mujeres de los sacerdotes son las mujeres más selectas del pueblo.
Hay también sacerdotes mujeres, si bien no son muchas y sólo viudas o de edad
avanzada (págs. 162 a 191).
En todo lo cual se sigue a Platón en República V 455d donde se consigna que: por
consiguiente, querido mío no hay ninguna ocupación entre las concernientes al
gobierno del Estado que sea de la mujer por ser mujer ni del hombre en tanto
hombre, sino que las dotes naturales están similarmente distribuidas entre ambos
seres vivos, por lo cual la mujer participa, por naturaleza, de todas las ocupaciones,
lo mismo que el hombre; sólo que en todas la mujer es más débil que el hombre.11
No obstante en el estudio de Margaret L. King antes mencionado la autora se
resiente del papel femenino en el Renacimiento, considerando tal vez el rol de la
mujer actual, sin señalar suficientemente que las raíces de esta "liberación"
contemporánea se encuentran –para bien o para mal– en el periodo histórico al que
estamos aludiendo, en su restitución de los valores clásicos, especialmente los
griegos, en donde se otorga a lo femenino un papel preponderante como bien puede
advertirse en su mitología, tema al que volveremos más adelante.12
Sin embargo la autora después de pasar revista a las funciones de la hembra en esa
época (siglos XIV a XVII), particularmente a la de procreadora –los contratos
matrimoniales se hacían bajo esta luz, pero tenían fundamentalmente en cuenta los
intereses políticos y económicos de las bodas, y no estaban fundamentados en el
amor– pasa a señalar otras posibilidades de las féminas en distintas actividades que
excedían a la de las vírgenes y madres.

Respecto a estas últimas no sólo en el Renacimiento –heredero de la Edad Media–13


se les ha atribuido a las mujeres este papel esencial, derivado de la propia naturaleza
de las cosas, y las labores que les son inherentes, o sea las de la crianza de los hijos y
el orden del hogar, sino que no hay tradición que no las haya sacralizado en su
panteón, así como que todas han apuntado siempre hacia los trabajos de hilado,
tejido y costura, por medio de cuyo simbolismo las hembras cumplían sus ritos
sapienciales, aunque hoy, frente a la mentalidad moderna estas funciones se
encuentran más o menos desprestigiadas.
En cuanto a las vírgenes baste citar a las vestales romanas, o a las servidoras de los
santuarios incas, entre otros muchísimos casos, para determinar la validez de este
acceso femenino a lo sagrado, por lo que tampoco difieren tanto con las monjas
cristianas y sus conventos renacentistas.

Respecto a las amazonas14, la tercera de las categorías femeninas, con la que


concluye, y a las que equipara a viudas y viejas por su emancipación de esposo e
hijos respectivamente, hemos de advertir que no se corresponden con una ínfima
parte de la población como haría pensar esta última categorización de King, sino que
las dichas amazonas, como mujeres liberadas de las labores domésticas o la sujeción
a otros, eran muchas y su función estaba más extendida de lo que esta
esquematización podría hacer suponer,15 ya que su poder e importancia se manifiesta
en ese tiempo de un modo contundente en diversas clases económico-sociales, en
diferentes oficios y a distintas edades, aunque ellas no estuviesen munidas de títulos
universitarios, ni disfrutaran la competencia y la supremacía con los hombres en las
actividades más profanas e insignificantes, como hoy.16 Y si su número no es
cuantioso, tampoco lo es hoy en día, ni en la antigüedad, el de las mujeres –o el de
los varones– dedicados al Conocimiento.
Esta postura se debe a desvalorizar la cultura popular, subterránea, marginal, que
aún actualmente subsiste en nuestras ciudades y campos y que conforma el grueso,
el tronco, diríamos, de nuestro acervo heredado y que desgraciadamente hoy no
ocupa lugar en la Historia de las Ideas. El peso de las culturas arcaicas en Occidente
ha sido disminuido por la hegemonía cristiana, y sin embargo constituye la parte
sustancial de nuestro legado. Y nos referimos aquí tanto a Europa como a la
exportación de sus conceptos, religión cristiana, usos y costumbres, a América,
donde se funde mediante el mestizaje, de sangre o educación, con el trasfondo
indígena.

Ese torrente cultural que ambulaba por los campos o permanecía toda la vida sin
moverse de su terruño estaba conformado tanto en la Edad Media como en el
Renacimiento por una masa anónima, en la que participaban muchas mujeres, que
cumplían su labor cotidiana bajo la tutela de diosas femeninas, –las del parto por
ejemplo– donde interpretaban unas funciones asignadas a su sexo, amparándose en
aquellas deidades antiguas, como las aludidas en los Misterios de Isis17 narrados por
Apuleyo en el Asno de Oro18 o las iniciaciones eleusinas. U otras diosas locales –
según dónde– que fueron finalmente absorbidas por la mitología griega y romana y
adoptadas por el cristianismo modificándose levemente en el correr de los años las
formas en que el panteón se manifestaba.

Este es el caso por ejemplo de las antiguas mujeres inspiradas, las encargadas de la
profecía, las que aseguraban el destino de los seres humanos, y sólo mencionaremos
las Pitonisas de Delfos y las Sibilas –Cumas– como ejemplo. Para ello, debemos
recordar que esas funciones conformaron la espina dorsal donde se articuló la
verdadera historia de Occidente. Basta nombrar a Alejandro Magno, que ligó
Oriente y Occidente, labor cuyo origen debe buscarse en los mandatos de mujeres
plenas del entusiasmo profético entregadas a una misión que formó, in stricto sensu,
la historia actual, es decir la del mundo occidental, y transmitió las ideas
fecundadoras de ese mundo. Ya que todos somos hijos de una madre determinada,
que a su vez es hija de otra y así indefinidamente en una cadena que no puede dejar
de tener un Arquetipo, una matriz cósmica que todo lo generaba –y sigue
haciéndolo– como modelo de la energía anónima del sexo femenino.

La fuerza de la mujer en el Renacimiento es de hecho una traducción al tiempo,


lugar y forma, de lo que se ha dado en llamar en el mejor de los sentidos el eterno
femenino, que supera en ámbito y vigor a lo que fuera la situación socioeconómica
de la mujer visualizada de modo actual y siempre en comparación con su paredro
masculino. La Sra. King, acaba su artículo, diciéndonos que la época del
Renacimiento sólo fue válida para los hombres y que aún las mujeres aguardan la
esplendorosa época del renacimiento femenino. Abonando este criterio podemos leer
en El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, otra obra prototípica de dicho período, lo que
sigue:

Y estoy convencido de lo siguiente: es mejor ser impetuoso que prudente, porque


puesto que la suerte es como una mujer, para someterla hay que pegarle y
maltratarla. Y se puede ver que se deja vencer más fácilmente, y por eso, como
mujer que es, siempre es amiga de los jóvenes, porque son menos cautelosos, más
fieros y la gobiernan con más audacia.19

No les tocó a las damas del Renacimiento ni ser condottieras (aunque alguna hubo)
ni banqueras ni negociantes, tampoco artistas20, pero sí muchas de ellas recluidas
tras rejas conventuales entregaron su vida al Conocimiento y la Sabiduría, las más de
las veces en base a la intuición intelectual.21 También en el hogar como Cristina de
Pizán que mientras mantenía a su familia, a causa de la viudez, se dejó llevar por el
pensamiento y la inspiración y descubrió las claves de la Ciencia Sagrada.22 Y
muchas de esas desgraciadas y penosas profesiones antes citadas sólo las han
adquirido con el proceso histórico, perfectamente análogo al descenso cíclico en el
que hoy estamos casi tocando fondo.

La igualdad hombre-mujer no se da en base a planteamientos personales y de


profesión sino que se produce por ser ambos hijos del Dios y la Diosa primigenios
(Urano y Gea por ejemplo, entre los griegos), y poseer ambos un reflejo, aunque
fuere invertido, pero suficiente, de la chispa divina, para pasar ellas a ser candidatas
al Conocimiento, es decir herederas de la Sabiduría para lo cual toda valoración
profana e historicista es sólo un aspecto secundario del asunto.23

Mientras hombres y mujeres no encontremos la unión en el Conocimiento que


prodigan dioses y diosas y no podamos mantener la imagen de la unidad del
Cosmos, cada vez serán más irreconciliables los sexos, opuestos pero sin
conjunción, enfrentados el uno con el otro, pese a las necesidades de todo tipo que
no podrán solucionar conjuntamente. Lo cual significa la mayor fragmentación
cósmica, donde ninguna armonía será ya posible.24

No hay primacía del hombre sobre la mujer desde el punto de vista de la Tradición
Hermética en cuanto al Conocimiento se refiere. Las diferencias son culturales y por
lo tanto en otros ciclos históricos la situación no ha sido "favorable" al hombre sino
a la mujer, lo cual no quita ni pone nada desde el punto de vista esencial; son pues
cuestiones secundarias que no tienen por qué afectar a las damas que se entregan a la
Ciencia Sagrada; las que harían bien en tomar a sus dificultades y a las pruebas que
les tocan en el camino del Conocimiento como distintas a las de los varones en lugar
de dejarse desanimar por situaciones que nada tienen que ver con lo principal.

Además era una mujer, la diosa griega Tiqué –la Fortuna– la que amparaba la ciudad
terrestre, reflejo cosmogónico de la utópica ciudad del cielo, o academia numénica.
Por nuestra parte en el estudio sobre "Los Libros Herméticos", hemos mencionado
algunas alquimistas y hermetistas femeninas del Renacimiento; reproducimos aquí
sus nombres: Isabelle von HL. Geist, Bárbara de Gilli, Sabina Stuart de Chevalier,
Marie le Jars de Gournay, Cristina de Suecia, lo mismo Catalina de Médicis luego
esposa de Enrique II de Francia, que en parte coinciden con la enumeración de
Cornelio Agrippa en Sobre la Nobleza y preeminencia del sexo femenino. Con
respecto a nuestras antepasadas hispanas citaremos a dos escritoras, a Teresa de
Ávila (1515-1582) que llama a la ciudad celeste castillo interior y a la mexicana Sor
Juana Inés de la Cruz (1651-1695), discípula de Athanasius Kircher, ya en plena
Ilustración, secuelas intelectuales del Renacimiento.
Sin embargo, no son sólo este conjunto de damas conocidas y de un nivel cultural
determinado –muchas de las cuales ejercieron directamente el poder– las que
queremos destacar aquí, sino volver a esa inmensa masa de mujeres a las que ya nos
referimos y cuyas vidas y actividades no han sido registradas por la historiografía,
las que, por ejemplo, aparte de ejercer la obstetricia eran también sanadoras; para
estos últimos menesteres tenían a su disposición toda la botica de su tierra: botánica,
mineralógica y zoológica; igualmente las adivinas, intérpretes del destino, las sibilas
y pitonisas ya nombradas, profetas de pueblos y guardianas de lugares sagrados,
amén de las fabricantes de ungüentos y productos de belleza; y las peluqueras,
manicuras y pedicuras, modistas y costureras, damas de compañía, incluso
prostitutas y criadas, personal que circundaba las cortes y por lo tanto tenía acceso
igualmente a la información y el poder.

Ese conjunto sapiencial vinculado con la teúrgia era combinado con el conocimiento
de los periodos agrícolas, las lunas, las fases de siembra y recolección, el ciclo anual,
el mensual y diario, o sea la idea de ciclo y de reiteración, heredados de costumbres
y ritos precristianos y que eran profesados por mujeres a las que la Inquisición
llamaba brujas, y que se han hoy olvidado, a la par que por otro lado
lamentablemente ellas perdían cualquier vinculación con su origen y las mancias y la
curación eran explotadas por simples charlatanas.

Todo este personal no sólo fue reprimido sino exterminado por el fuego en toda
Europa y pese a que hay poca información, sí la suficiente para podernos dar una
idea sobre la muerte, el castigo y la tortura que sufrieron esas damas. Igualmente
merecen nuestro recuerdo las religiosas más o menos anónimas víctimas de la
Contrarreforma y la Inquisición; es decir del fanatismo y la ignorancia que, en este
caso, tuvo como víctimas a la par de los hombres a muchísimas mujeres.

NOTAS
1
Eugenio Garin y otros. Alianza Editorial, Madrid 1993.
2
Ver Mª Angeles Díaz, "La Masonería y el Arte del Bordado".
3
Fundación Universitaria Española, Madrid 1995. Obra en la que abogó por las
mujeres y la enseñanza considerando que se las privaba de la mayor felicidad, que
era el aprender (las féminas en su mayoría no sabían escribir, ni leer, apenas firmar
en ciertos casos; tampoco hacer cuentas complicadas). Margaret L. King (Women of
the Renaissance, The University of Chicago Press, 1991) nos dice:
"Por tanto, este audaz humanista, quien durante su carrera desafiaría también el
monopolio escolástico de la educación universitaria y sostendría la responsabilidad
del estado laico en cuanto al socorro de los desplazados, abrió la puerta a la
educación seria de las mujeres".
La obra en cuestión alcanzó en pocos años cuarenta ediciones en Europa y se
convirtió en un modelo moral y un programa de instrucción femenino cuyos
vestigios son comunes a muchos países actualmente.
4
Revista de Occidente, Madrid 1942.
5
Ediciones Indigo, Barcelona 1999. Extraordinario alegato a favor del sexo
femenino, como su nombre lo indica.
6
Editorial Gredos, Madrid 1997.
7
Tal como sucede en el Génesis bíblico, (1,27):
"y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y
hembra, y los bendijo Dios."
8
"Que todas estas mujeres deben ser comunes a todos estos hombres, ninguna
cohabitará en privado con ningún hombre; los hijos, a su vez, serán comunes y ni el
padre conocerá a su hijo ni el hijo al padre." República V 457d. Editorial Gredos,
Madrid 1988.
9
"La procreación y la vigilancia de las parejas duren diez años, no más tiempo
cuando haya fertilidad. Los que en este tiempo no tengan hijos, deben separarse y
deliberar en común con los parientes y las mujeres magistradas lo que conviene a
ambos." Ibid. VI; 784 b.
10
Tomás Moro, Utopía. Alianza Ed., Madrid 1990.
11
Ed. Gredos, Madrid 1988. Ya hemos dicho que en determinadas ocasiones se
admitía en Utopía el divorcio aunque
"por lo demás no está permitido bajo ningún concepto repudiar contra su voluntad a
una mujer honesta solo porque se ha ajado su belleza. Es a su juicio una crueldad
monstruosa abandonar a la mujer cuando más lo necesita. Y es también quitar a la
vejez toda esperanza y toda la confianza en la fe jurada".
12
En tal sentido, y tomando al arte como ejemplo ilustrativo puede verse que pese
a las innumerables madonnas (vírgenes-madres) de la época, la mayoría de los
pintores y escultores representó a la mitología en sus obras, de lo que dan testimonio
sin abundar más, los nombres de Tiziano, Botticelli, Rubens, etc.
13
Pese a que el Renacimiento encabezó el mundo moderno en todo sentido y es el
que ha terminado finalmente en la confusión y falta de valores contemporánea, sin
embargo este último es heredero igualmente de las estructuras culturales y cristianas
de la Edad Media –donde también hubo varios renacimientos como ya lo hemos
señalado en otras oportunidades–, las que fueron herederas a su vez del Imperio
Romano que se superpuso a las creencias aborígenes de toda Europa. Este por su
parte incorporó del mundo griego nada menos que todo su panteón, con otras
influencias, por cierto, pero sí todos sus modelos culturales, los que sin duda adaptó,
mejoró, y conservó, especialmente en el Imperio Romano de Oriente, –lo que
posteriormente fue Bizancio y su influencia cristiana oriental–, así como los valores
de la civilización griega, junto con elementos persas, etc. Es decir, recibiendo y
asimilando de un confín a otro de los territorios de esos pueblos, según puede verse
en la arqueología europea y en los distintos historiadores y autores que han dado
cuenta de ello.
14
Guerreras y cazadoras, funciones que suelen cumplir los hombres en una
sociedad tradicional.
15
Madres solteras, viudas jóvenes con hijos, muchachas alegres, enfermas, monjas
fuera de su orden monástica, damas con problemas conyugales, amantes, hijas
ilegítimas, prostitutas, violadas, repudiadas, solteronas, yermas, apodadas también
"machorras", lamias, etc. Y cualquiera otra particularidad que las marginase o
tuvieran ellas mismas que hacerlo por motivos familiares o sociales.
16
No se trata de competir en oficios tan horribles como la política, ni la gerencia
bancaria o el deporte de fuerza, ni tampoco adherirse al machismo femenino tan
común entre las feministas, lesbianas y aún violadoras sexuales.
17
"Isis es, pues, la naturaleza considerada como mujer y apta para recibir toda
generación. Este es el sentido en que Platón la llama 'Nodriza' y 'Aquella que todo lo
contiene'. La mayor parte la llaman 'Diosa de infinitos nombres', porque la divina
Razón la conduce a recibir toda especie de formas y apariencias." Plutarco: Isis y
Osiris, 53. Ed. Glosa, Barcelona 1976.
18
Apuleyo, El Asno de Oro. Gredos, Madrid 1987. Esta obra es igualmente
llamada Las Metamorfosis.
19
Cap. XXV: "Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas y cómo hacerle
frente". Ed. Espasa, Madrid 2002.
20
Recordemos que los roles teatrales femeninos eran asignados a los varones, aún
en los epígonos del Renacimiento.
21
Señalar el hecho de que Tauler y Suso hayan predicado casi exclusivamente –
como el maestro Eckhart– en conventos de monjas, es decir para mujeres.
22
Ver Mireia Valls: "El Camino del Largo Estudio, Cristina de Pizán".
23
Pero para ver esta verdadera dimensión cósmica de lo femenino hay que sacarse
la venda de los prejuicios y falsas valoraciones acerca de lo que siempre es relativo
frente a la ciudad celeste, modelo invisible de la ciudad –y del alma humana–, es
decir, el orden de los hombres, anecdótico e historicista.
24
"Dios, toda bondad y toda grandeza, Padre y Creador de todos los bienes, único
Ser que posee la fecundidad de ambos sexos, creó al hombre a su imagen y
semejanza, y lo creó macho y hembra, distinción que no consiste más que en la
diferente situación de las partes destinadas a la procreación. Pero por lo demás, les
concedió al hombre y a la mujer un alma idéntica y una forma del todo similar,
forma que en modo alguno manifiesta la diversidad de sexos. En cuanto a la mujer,
recibió la misma inteligencia que el hombre, la misma razón y la misma lengua, y
tanto ella como él tienen como fin la beatitud, finalidad que no excluye a ningún
sexo". Cornelio Agrippa, obra citada.
Símbolos de lo femenino

Una copa, la noche, las conchas y caracolas, la matriz, el agua y la tierra son símbolos
que vehiculan la energía femenina.

Desde la orilla conocida y de la mano de símbolos naturales y revelados diseñados


especialmente para promover el Conocimiento, nos remontaremos a esferas o parajes
olvidados, recuperando la Memoria de un cosmos sexuado que se regenera a través del
ser humano que lo encarna.
Principio femenino en las cartas del Tarot

Cartas del Tarot de Marsella

Primero eran páginas en blanco. Matrices que al ser fecundadas gestaron el modelo
cósmico completo. El Supremo Artesano pensó, proyectó y numeró, luego repartió en
tres grupos (22, 40, y 16) y nombró: Arcanos Mayores, Menores y de la Corte;
crecieron en el útero y una vez formada la criatura, se alumbraron los vástagos
constituyendo cada uno un todo y paradójicamente entre todos, el mismo todo.

Ver al mazo del Tarot como reproduciendo el acto cosmogónico puede resultar un tanto
sorprendente, o sea, verlo como el fruto o hijo de la polarización primigenia, donde cada
lámina en blanco es un símbolo del principio femenino, de la substancia universal
indiferenciada que recibe el flujo espermático del Pensamiento, y de cuya cópula se
engendra una posibilidad que primero es arquetipo, luego idea que va tomando forma
hasta coagular en una figura, en un símbolo visual, en una concreción material, un
arcano con nombre propio: El Loco, El Mago, La Emperatriz, La Templanza... El As de
Bastos, El Cuatro de Espadas, La Reina de Copas, el Paje de Oros, y así hasta completar
el Libro.

Es mucho lo que puede decirse del valor simbólico de este juego sagrado, de sus
connotaciones cosmográficas, numéricas, astrológicas, alquímicas, míticas, iniciadoras
en los misterios del cosmos, etc., pero en esta oportunidad queremos destacar la
permanente presencia de lo femenino y la mujer en todo el mazo.

La Rueda de la Fortuna, La Papisa, La Emperatriz, las dos mujeres de la carta del


Enamorado, La Justicia, La Fuerza, La Muerte, La Templanza, la hembra de la carta de
El Diablo y La Estrella La Luna, la dama joven del arcano del Juicio y la que figura en
el centro de la mandorla del Mundo, todas ellas pertenecientes a los Arcanos Mayores...
...son expresiones de la rica y amplia significación de lo femenino dentro del orden
cósmico. Una corriente sin la cual nada sería, como tampoco sería el universo si aquélla
no se conjugara con un aspecto masculino, activo y viril, pues de la constante
interpenetración de los aparentes opuestos se generan los innumerables seres, mundos,
espacios y posibilidades. Cada uno de los arcanos anteriores pone de relieve una u otra
faceta de la feminidad presente de distintos modos en los simultáneos planos del ser
universal: la vacuidad, la receptividad, la fertilidad, la generación, la atracción, la gracia
y el encanto, la economía y la administración. La fluidez, la plasticidad, la virginidad, la
elección y la decisión; asimismo la audición y la pasión, la fuerza de lo sutil, lo interior
y oculto y los misterios de la vida y de la muerte que se expresan de forma cíclica, son
cuestiones directamente vinculadas con la faceta yin de la manifestación, sin olvidar la
intuición intelectual, la contemplación y la imprescindible destrucción de todo lo creado
cuando retorna a su origen indiferenciado, donde ya cualquier dualidad es trascendida.

Conciencia es nombre femenino, como también lo es el de Alma, puente entre el mundo


material o corporal y la realidad del Espíritu. El Alma es mediadora y se la simboliza
por las aguas y su constante fluir; se sutilizan y evaporan, volviendo luego a licuarse y a
caer como lluvia o rocío sobre la tierra. El Alma eleva lo de abajo hacia arriba, conecta
lo concreto y sensible con las formaciones sutiles y también con lo universal, con las
ideas y arquetipos y con el misterio del Espíritu. Y al mismo tiempo vehicula las
potencias de lo alto -de lo intelectual o espiritual- conduciéndolas por todos los estados
hasta el que toca la realidad sensible.

Las deidades femeninas de los innumerables panteones tradicionales están presentes en


los arcanos del Tarot: Atenea-Minerva, diosa de la Sabiduría y la Inteligencia, Afrodita-
Venus, diosa del Amor y la Belleza, Demeter-Ceres, diosa de la Naturaleza, la fertilidad
y la fecundidad y su hija Proserpina-Perséfone, relacionada con la muerte y la
regeneración. Artemisa-Diana, vinculada con la virginidad y la castidad, las Erinias-
Furias con la justicia y la venganza, así como las Horas con el orden social y el de las
estaciones. No olvidemos a Mnemosine, deidad de la memoria, el recuerdo y la
anamnesis y sus nueve hijas las Musas, diosas de la inspiración poética, la música, la
danza y la historia. Y las Ninfas, representantes de la vitalidad y la fecundidad, o las
Sirenas relacionadas con la música de las esferas y también con la distracción. Hera,
patrona del matrimonio, las Tres Gracias, estandartes de la Belleza, el Amor y el Placer,
Tique o la Fortuna, y por supuesto Hestia, la que mantiene la llama del hogar siempre
prendida.

Juguemos a reconocerlas en los Arcanos Mayores del Tarot, y sobre todo a verlas como
espejos de realidades que nos conforman y que con nuestros gestos y existencias
recreamos... Energías que por otro lado no sólo se expresan en su faceta positiva,
luminosa y constructiva sino también en la inversa, oscura, negativa y destructiva.
En los Arcanos Menores, cada uno de los palos está en correspondencia con uno de los
cuatro planos en los que simbólicamente se estructura la jerarquía del Universo, tanto en
su faceta macro como microcósmica. Así los bastos simbolizan la realidad más alta, la
de la ontología, el ser en sí mismo o el Espíritu, también vinculado con el elemento
fuego. El mundo intermediario del Alma está representado en su faceta superior por las
Espadas, asociadas a las ideas arquetípicas, a la mente y al elemento aire, y en su
aspecto inferior se lo representa por las Copas, en correspondencia con el agua y el
psiquismo individual y denso. Finalmente el plano de la realidad concreta, material o
corporal, la tierra en la que coagulan las energías de los mundos superiores, se expresa
por los Oros.

Son muchas las lecturas de esta simbólica de la jerarquía, y una de ellas, que no se
contradice con otras que aquí no podemos tratar, es la que contempla al mundo del
Espíritu (Bastos) como masculino y derramando sobre los tres planos inferiores
femeninos todas sus semillas cósmicas, los cuales las acogen, y como si de matrices se
trataran, gestan y generan las respectivas producciones propias de su nivel: en el del
Alma superior (Espadas), las ideas arquetípicas, en el del Alma inferior (Copas) las
formaciones sutiles y en el de la tierra (Oros), las concreciones materiales, y todo ello
en simultaneidad.

Pero además, dentro del mundo del Alma se reproduce este modelo, pues lo
jerárquicamente superior, el Alma en su faceta más alta, está representada por las
Espadas, un símbolo axial y viril, guerrero, positivo y masculino, presto a rasgar los
velos que hacen posible la circulación de las energías por todo el universo. Y en
complementariedad, el Alma inferior se figura con las Copas, símbolo asociado a lo
femenino, al receptáculo, al envase vacío que recibe todos esos influjos de lo alto.
Espadas y Copas denotan el carácter andrógino del Alma, o sea que ésta es a la vez yin
y yang , activa y pasiva; atrae, recibe, concibe, reproduce, alumbra, destruye y devuelve.

Y no podemos abordar la simbólica que imprime cada una de las numeraciones del 1 al
10 en los respectivos palos, pero sí enunciar que según la tradición pitagórica los
números a partir del 2 son sexuados por lo que masculino y femenino se trenzan en el
decálogo de cartas de cada color, ampliando las posibilidades de intelección de la
realidad interna sexuada del Cosmos.

Siguiendo con la combinatoria universal que es posible explorar a través de este juego
de 78 dígitos, nos fijamos en los 16 Arcanos de la Corte, donde hay cuatro personajes
femeninos por excelencia, las Reinas correspondientes a Bastos, Espadas, Copas y Oros.
Rey, Reina, Caballero y Paje se relacionan respectivamente con Espíritu, Alma superior,
Alma inferior y Cuerpo. Y dado que todo esté en todo, la Reina de Bastos es la
presencia del Alma Superior dentro del mundo del Espíritu, la Reina de Espadas es el
Alma superior en sí misma, la Reina de Copas es esa misma Alma superior influyendo
en el seno del alma inferior y la Reina de Oros es la simbólica del Alma superior en el
mundo de la concreción material.
A su vez, la Reina cohabita en cada plano con el Rey, el Caballero y el Paje, dándose
una constante interpenetración entre lo simbolizado por cada uno de los cuatro
personajes. Rey y Reina son esposos; el Caballero siempre orienta su corazón a la
conquista de su amada, que en cierto sentido es también la Reina, y el Paje es su fiel
servidor, y siempre se somete a ella.

Estas son algunas de las simbólicas que se desvelan cuando se trabaja con el libro del
Tarot, con este pequeño pantáculo del mundo que contiene las indefinidas analogías que
se establecen entre todos los planos verticales y sus expansiones horizontales, donde
siempre aparece un principio masculino y otro femenino que no dejan de estar en
compenetración, uniéndose o separándose, influyéndose mutuamente, trenzando y
destrenzando un equilibrio, el cósmico, que es fruto de la constante tensión entre dos
polos. Sin el binario el universo no sería; la del binario es una ley universal, pero no se
trata de un "uno" y un "otro" irreconciliables, sino de las dos facetas del Uno y único.
Hay que destruir esa corriente mortífera del dualismo impresa en la conciencia del
mundo moderno y recuperar la de la Unidad del Cosmos y todo lo que lo conforma.
Y el juego no se detiene, ahí está como fiel compañero de camino, trazando a cada
instante la ruta hacia el centro de uno mismo. Muchas mujeres así lo han reconocido y
lo reconocen; quizá sea su predisposición a la plasticidad, a la sensibilidad o la
receptividad lo que las inclina a investigar en el Tarot. Contemplan los arcanos, estudian
las relaciones, viajan por los mundos que las láminas revelan, barajan las cartas, hacen
tiradas y así se adentran en el conocimiento de sí mismas y del mundo. Y no lo ven
como un mero instrumento predictivo que les solucionará los problemas de la vida
anecdótica -aunque algunas sí que sólo se quedan con esta visión restringida- sino que
lo reconocen como un pantáculo, un pequeño Todo, uno de los mandalas por excelencia
de Occidente.
SÍMBOLOS DE LO FEMENINO
EN EL DICCIONARIO DE CIRLOT

MUJER

Corresponde, en la esfera antropológica, al principio pasivo de la naturaleza. Aparece


esencialmente en tres aspectos:

1) como sirena, lamia o ser monstruoso que encanta divierte y aleja de la evolución.
2) como madre o Magna Mater (patria, ciudad, naturaleza), relacionándose también
con el aspecto informe de las aguas y del inconciente
3) como doncella desconocida, amada o ánima, en la psicología jungiana.

Según el autor de transformaciones y símbolos de la libido, ya los antiguos conocían la


diferenciación de la mujer en: EVA, ELENA y MARÍA relación impulsiva, afectiva,
intelectual y moral.

Uno de los más puros y universales arquetipos como ánima es la BEATRIZ de la


Divina Commedia de Dante Alighieri

La figura femenina conserva todas las implicaciones mencionadas, es decir, las


correspondientes a cada una de sus formas esenciales, en todas las alegorías basadas en
la personificación.

La mujer y el animal

Son muy interesantes ciertos símbolos en los cuales la mujer surge asociada a una figura
de animal. Así la mujer-cisne de la mitología céltica y germánica, relacionada con las
mujeres de pie de cabra del folklore hispánico (Ninfas). En ambos casos alude a la
desaparición de la mujer una vez cumplida su misión maternal y también a la «muerte»
de la virgen como tal para dar paso a la matrona.
La unión de elementos tomados de la figura femenina con la del león es frecuente en
la iconografía. La diosa egipcia Sekmet, caracterizada por su destructividad, tenía
cuerpo de mujer y cabeza (ideas) de león. Por el contrario, el cuerpo de león con cabeza
femenina aparece en los Hieroglyphica de I. P. Valeriano como emblema de la Hetaira.
Elementos morfológicos femeninos tradicionales, como la Esfinge, alude siempre al
fonde de la naturaleza sobre el que se provoca un concepto o una suma de intuiciones
cósmicas.

La mujer en relación con su aspecto masculino

En consecuencia, como imagen arquetípica, la mujer es compleja y puede ser


sobredeterminada de modo decisivo.
En sus aspectos superiores: como Sofía y María, como personificación de la ciencia
o de la suprema virtud; como imagen del ánima es superior al hombre mismo por ser el
reflejo de la parte superior y más pura de éste.
En sus aspectos inferiores: como Eva y Elena, instintiva y sentimental, la mujer no
está al nivel del hombre, sino por debajo de él, es acaso cuando se realiza a sí misma,
como Ewig Weibliche (eterno Femenino), tentadora que arrastra hacia abajo,
coincidente con el símbolo alquímico del principio volátil, esto es, de lo transitorio,
inconsciente, infiel y enmascarado.

AMADA
La mujer amada, en relación con la idea gnóstica de una mediadora personificada en
Sofía y en la valoración cátara del amor humano como forma de misticismo, deja de ser
el vaso elegido para la perpetuación de la especie para convertirse en un ente
profundamente espiritual y espiritualizador, cual aparece en Dante, en la pintura del
prerrafetlita Rossetti, en los más altos románticos (Novalis, Hölderlin, Wagner) y en el
André Breton de L’Amour fou. Parece ser que esta concepción de la amada tuco en
Persia su primera y más pura expresión. Denis de Rougemont, en su artículo «La
Persona, el ángel y el absoluto» con referencia a esa mística dice: «En el amanecer del
tercer día que sigue a la muerte terrestre, se produce el encuentro del alma (del hombre)
con su yo celeste en la entrada del puente Chinvat… en un decorado de montañas
llameantes en la aurora y de aguas celestiales. En la entrada se yergue su Daena, su yo
celeste, mujer joven de refulgiente belleza que le dice “Yo soy tú mismo”
SOFÍA

La mujer como ánima (alma del hombre) y como guía espiritual. Según el gnóstico
Tolomeo en su Carta a Flora, Sofía es la intermediaria entre el alma del mundo
(demiurgo) y las ideas (pleorama) o plenitud, conjunto de eones opuestos al mundo
fenoménico. Según los mismos Jakob Böhme y George Gichtel (siglo XVII), Sofía, la
virgen divina, se hallaba originariamente en el «hombre primordial» (Eliade,
Méphistophélès et l’Androgyne, París 1962). Ella le abandonó y no puede existir
salvación sin volver a encontrarla.
Esta idea se relaciona con la de la AMADA (Daena) persa; fue recogida por los cátaros,
e informa el pensamiento romántico (Novalis, Hölderlin, Poe, Wagner). Una alegoría
brutalmente figurativa de esta idea la facilita la mitología griega con la diosa ATENEA
saliendo de la testa de ZEUS (virgen = pensamiento). De otro lado, Sofía, en el
gnósticismo, corresponde a Shekina de los cabalistas; es el «alma en exilio», hipótesis
divina, cual señala Gershom G. Scholem, en Les origines de la Kabbale (París 1966).

AGUAS

El signo de la superficie, en forma de línea ondulada de pequeñas crestas agudas, es en


el lenguaje jeroglífico egipcio la representación de las aguas. La triplicación del signo
simboliza las aguas en volumen, es decir, el océano primordial y la protomateria. Según
la tradición hermética, el dios Nou fue la sustancia de la que surgieron todos los dioses
de la primera enéada. Los chinos han hecho de las aguas la residencia específica de del
dragón, a causa de que todo lo viviente procede de las aguas. En los Vedas, las aguas
reciben el apelativo de mâtritamâh (las más maternas), pues, al principio, todo era como
un mar sin luz. En general, en la India se considera a este elemento como el mantenedor
de la vida que circula a través de toda la naturaleza en forma de lluvia, savia, leche,
sangre. Ilimitadas e inmortales, las aguas son el principio y fin de todas las cosas de la
tierra. Dentro de su aparente carencia de forma, se distinguen, ya en las culturas
antiguas, las «aguas superiores» de las «inferiores». Las primeras corresponden a las
posibilidades aún virtuales de la creación, mientras las segundas conciernen a lo ya
determinado. Naturalmente ene este aspecto generalizado, por aguas se entiende la
totalidad de materias en estado líquido. Más aún, en las aguas primordiales, imagen de
la protomateria, se hallaban también los cuerpos sólidos aún carentes de forma y
rigidez. Por esta causa, los alquimistas denominaban «agua» al mercurio en el primer
estadio de la transformación y, por analogía, al «cuerpo fluídico» del hombre, lo cual
interpreta la psicología actual como símbolo del inconsciente, es decir, de la parte
informal, dinámica, causante, femenina, del espíritu. De las aguas y del inconsciente
universal surge todo lo viviente como de la madre. Una ampliación secundaria de este
simbolismo se halla en la asimilación del agua y la sabiduría (intuitiva). En la
cosmogonía de los pueblos mesopotámicos, el abismo de las aguas fue considerado
como símbolo de la insondable sabiduría impersonal. Una antigua deidad irlandesa se
llamó Domnu, que significa «profundidad marina». En los tiempos prehistóricos, la
palabra «abismo» parece haber sido usada exclusivamente para denotar lo insondable y
lo misterioso. En suma, las aguas simbolizan la unión universal de virtualidades, fons et
origo, que se hallan en la precedencia de toda forma o creación. La inmersión en las
aguas significa el retorno a lo preformal, con su doble sentido de muerte y disolución,
pero también de renacimiento y nueva circulación, pues la inmersión multiplica el
potencial de la vida. El simbolismo del bautismo, estrechamente relacionado con las
aguas, fue expuesto por Juan Crisóstomo: «Representa la muerte y la sepultura, la vida
y la resurrección… cuando hundimos nuestra cabeza en el agua, como en un sepulcro, el
hombre viejo resulta inmerso y enterrado enteramente. Cuando salimos del agua, el
hombre nuevo aparece súbitamente» La ambivalencia de este texto es sólo aparente: la
muerte afecta sólo al hombre natural, mientras que el nuevo nacimiento es el hombre
espiritual, en esta particularización del simbolismo general de las aguas. En el plano
cósmico, a la inmersión correspondiente el diluvio, la gran entrega de las formas a la
fluencia que las deshace para dejar en libertad los elementos con que producir nuevos
estados cósmicos. la cualidad de transparencia y profundidad, que tantas veces poseen
las aguas, explica buena parte de la veneración de los antiguos hasta ese elemento
femenino como la tierra. Los babilonios la denominaron «casa de la sabiduría». Oannes,
el personaje mítico que revela a los humanos la cultura, es representado como mitad
hombre y mitad pez. Como otra consecuencia, el nacimiento se encuentra normalmente
expresado en los sueños mediante la intervención de las aguas (Freud, Introduction à la
psychanalyse). La expresión mítica «surgido de las ondas» o «salvado de las aguas»
simboliza la fecundidad y es una imagen metafórica del parto. Por otro lado, el agua es
el elemento que mejor aparece como transitorio, entre el fuego y el aire de un lado
–etéreos- y la solidez de la tierra. Por analogía, mediador entre la vida y la muerte, en la
doble corriente positiva y negativa, de creación y destrucción. Los mitos de Caronte y
de Ofelia simbolizan el último viaje. ¿No fue la muerte el primer navegante? La
profundidad transparente», al margen de otros significados, tiene precisamente el de
comunicación entre lo superficial y lo abisal, por lo que puede decirse que el agua cruza
las imágenes. Gaston Bachelard distingue muy distintas cualidades de aguas, derivando
de éstas simbolizaciones secundarias que enriquecen la esencial que llevamos expuesta,
contruyendo, más que simbolismo estricto, una suerte de idioma expresivo utilizado por
el elemento en los avatares de su fluir. Discierne entre aguas claras, aguas primaverales,
aguas corrientes, aguas estancadas, aguas muertas, aguas dulces y saladas, aguas
reflejantes, aguas de purificación, aguas profundas, aguas tempestuosas. Tanto si
tomamos las aguas como símbolo del inconciente colectivo o personalizado, como si las
vemos en su función mediadora y disolvente, es evidente que su estado expresa el grado
de tensión, el carácter y aspecto con que la agonía acuática se reviste para decir, con
mayor claridad a la conciencia, lo exacto de su mensaje. Por otro lado, simbolismos
secundarios se deducen de los objetos asociados a las aguas como continentes, cuando
éstas se dan en singular –como agua- y bajo la modalidad de abluciones, baño, agua
bendita, etc. También, el importantísimo simbolismo espacial se asocia con motivo del
«nivel» de las aguas, con la correspondencia entre altura material y moral absoluta. Por
esta causa, en su sermón de Asspuram, Buda pudo considerar el lago de la montaña,
cuyas aguas trasparentes permiten observar la arena, las conchas, los caracoles y los
peces, como la vereda que lleva a la redención. Es evidente que este lago corresponde a
las «aguas superiores», en uno de sus aspectos esenciales, otro son las nubes. También
en Le transformationi de Ludovico Dolce, vemos un místico personaje inclinándose
hacia el espejo tranquilo de un estanque, como figura opuesta a la del cazador maldito,
siempre en busca de su presa (símbolos de la actividad contemplativa, estado satva del
yoga; y la ciega actividad exteriorizada del estado rajas). Finalmente, las aguas
superiores e inferiores se hallan en comunicación, mediante el proceso de la lluvia
(involución) y de la evaporación (evolución). Interviene aquí el elemento fuego como
modificador de las aguas y por eso el sol (espíritu) hace que el agua del mar se evapore
(sublima la vida). El agua se condensa en nubes y retorna a la tierra en forma de lluvia
fecundante cuya doble virtud deriva su carácter acuático y celeste. Lao-tsé prestó gran
atención a este fenómeno rotatorio de una meteorología a la vez física y espiritual y
dijo: «El agua no se para ni de día ni de noche. Si circula por la altura, origina la lluvia y
el rocío. Si circula por lo bajo, forma los torrentes y los ríos. El agua sobresale en hacer
el bien. Si se le opone un dique se detiene. Si se le abre camino, discurre por él. He aquí
por qué se dice que no lucha. Y sin embargo, nada le iguala en romper lo fuerte y lo
duro». En el aspecto destructor de los grandes cataclismos, no cambia el simbolismo de
las aguas, sólo se subordina al simbolismo dominante de la tempestad. Igualmente
sucede en el aspecto en que predomina el carácter transcurrente del agua, como en los
pensamientos de Heráclito. No son las aguas del río en el cual «nadie puede bañarse dos
veces»siendo el mismo, el verdadero símbolo, sino la idea de circulación, de cauce y de
elemento en camino irreversible. Según Evola, en La tradizione ermetica: «Sin el agua
divina nada existe, dijo Zósimo. De otra parte, entre los símbolos del principio
femenino figuran los que aparecen como origen de las aguas (madre, vida), así: Tierra
madre, Madre de las aguas, Piedra, Caverna, Casa de la Madre, Noche, Casa de la
profundidad, Casa de la fuerza, Casa de la sabiduría, Selva, etc. La palabra divina no
debe inducir a error. El agua simboliza la vida terrestre, la vida natural, nunca la vida
metafísica»

SIRENA

Figura simbólica que aparece bajo dos aspectos principales, como mujer-pájaro o como
mujer-pez. Las sirenas de la mitología griega se suponían hijas del río Aqueloo y de la
ninfa Calíope. Ceres las transformó en aves. Habitaban en lugares escarpados. La
leyenda les atribuía un canto dulcísimo con el cual atraían a los caminantes para
devorarlos. Ulteriormente aparecieron las sirenas de cola de pez, habitantes de las islas
rocosas y de los arrecifes, las cuales se comportaban tal cual sus hermanas del elemento
aire. El mito de las sirenas es uno de los más persistentes y a través del folklore de
muchos pueblos marineros se conservan creencias relativas a ellas hasta la actualidad.
Aristóteles, Plinio, Ovidio, Higinio, el Physiologus (siglo II d.de C.) y los bestiarios
medievales relatan las cosas concernientes a las sirenas. Antes del siglo X ya aparecen
sirenas de doble cola, en el tímpano de la capilla de San Miguel, en Aiguilhe de Puy; y
sirenas-pájaro en Saint-Benoit-sur-Loire. Tanto éstas como las hadas-víbora francesas,
especialmente personificadas por Melusina, son expresiones complejas cuya
explicación más literal nos deja insatisfechos. Pueden representar lo inferior en la mujer
y a la mujer como lo inferior, cual en el caso de las lamias; son también símbolos de la
imaginación pervertida y atraída por las finalidades inferiores por los estratos primitivos
de la vida. Son también símbolo del deseo, en su aspecto más doloroso que lleva a la
autodestrucción, pues por su cuerpo anormal no puede satisfacer los anhelos que su
canto y su belleza de rostro y busto despiertan.
Parecen especialmente símbolos de las «tentaciones» dispuestas a lo largo del camino
de la vida (navegación) para impedir la evolución del espíritu y «encantarlo»,
deteniéndolo en la isla mágica o en la muerte prematura. La «sirena de doble cola», de
la cual puede verse un bello ejemplar en el ábside del monasterio de San Cugat, en un
capitel, puede ser explicada por un origen psicológico, de mera confabulación (dos
piernas femeninas actuando sobre la única cola de pez producen doble cola) o por una
razón simbólica de gran profundidad: alusión a Géminis. Nos parece que la cola doble
es una réplica infernal de la actitud clásica de adoración, con los dos brazos en alto, que
muestran, por ejemplo, las figurillas de sacerdotisas cretenses. Siendo el mar el abismo
inferior e imagen del inconsciente, la doble cola a él perteneciente expresa la dualidad
(conflicto) en su seno. Wirth considera a la sirena simplemente como un símbolo de la
mujer y a ésta como encarnación verdadera del espíritu de la tierra, en oposición al
hombre, hijo del cielo. En su concepto de transmigración, dice: «La vida seduce a las
almas de los que están privados de ella. ¿Por qué no retiene el otro mundo
definitivamente a las entidades espirituales que experimentan la necesidad de
encarnarse? Las hijas de los hombres cautivan por su belleza a los hijos del cielo, que
descienden, irresistiblemente atraídos. La magia ejercida se atribuye a la sirena, cuyo
canto aturde a quien lo oye para provocar su caída en el océano (de las aguas inferiores
y de las formas nacientes) de la vida pululante de las multitudes. Esta seductora debe su
imperio a las formas cambiantes que se renuevan can la luna, cuyo creciente brilla sobre
la frente de la deidad»

CABELLERA

En un sentido general, los cabellos son una manifestación enérgetica. Su simbolismo se


relaciona con el nivel; es decir, la gran cabellera, por hallarse en la cabeza, simboliza
fuerzas superiores, mientras el vello abundante significa un crecimiento de lo inferior.
(…) La cabellera opulenta es una representación de la fuerza vital y de la alegría de
vivir, ligadas a la voluntad de triunfo. Los cabellos corresponden al elemento fuego;
simbolizan al principio de la fuerza primitiva. Una importantísima asociación
secundaria deriva de su color. Castaños o negros ratifican ese sentido de energía oscura
terrestre; dorados se identifican con los rayos del sol y con todo el vasto simbolismo
solar; los cabellos cobrizos tienen un carácter venusino y demoniaco. Por
espiritualización del mero concepto de energía, se transforma los cabellos en esa
superior potestad. Phaldor, en su libro d’oro del sogno, dice que «representan los bienes
espirituales del hombre. Bellos cabellos abundantes significan para el hombre y para la
mujer evolución espiritual. Perder los cabellos significa fracaso y pobreza» (…)

NOCHE

Relacionada con el principio pasivo, lo femenino y el inconsciente. Hesíodo le dio


nombre de madre de los dioses por ser opinión de los griegos que la noche y las
tinieblas han precedido la formación de todas las cosas. Por ello, como las aguas, tiene
un significado de fertilidad, virtualidad, simiente. Como estado previo, no es aún el día,
pero lo promete y prepara. Tiene el mismo sentido del color negro y la muerte, en la
doctrina tradicional.

LUNA

(…) El hombre percibió, de antiguo, la relación existente entre la luna y las mareas; la
conexión más aún entre el ciclo lunar y el ciclo fisiológico de la mujer. Krappe –de
quien tomamos estos datos- cree que esta relación se debe, como ya creía Darwin, a que
la vida animal se originó en el seno de las aguas, determinando un ritmo vital que duró
millones de años. La luna deviene así «La Señora de las Mujeres». Otro hecho esencial
de la «psicología de la luna» es la modificación aparente de su superficie a través de las
fases periódicamente repetidas. (…) La luna no sólo mide y determina los períodos, sino
que también los unifica a través de su acción (luna, agua, lluvias, fecundidad de la
mujer, de los animales y de la vegetación). Pero por encima de todo, es el ser que no
permanece idéntico a sí mismo, sino que experimenta modificaciones «dolorosas» en
forma de círculo clara y continuamente observable. Estas fases, por analogía, se parecen
a las estaciones anuales, a las edades del hombre, y determinan una mayor proximidad
de la luna a lo biológico, sometido también a la ley del cambio, al crecimiento (juventud
madurez) y al decrecimiento (madurez, ancianidad) (…) En la ordenación cósmica la
luna es considerada en cierto modo como una duplicación del sol, minimizada, pues si
este vitaliza a todo el sistema planetario, la luna sólo interviene en nuestro planeta. Por
su carácter pasivo, al recibir la luz solar, es asimilada al principio del dos y de la
pasividad o lo femenino. La luna se relaciona también con el huevo del mundo, la
matriz y el arca. El metal correspondiente a la aluna es la plata. Se considera al satélite
como guía del lado oculto de la naturaleza, en contraposición al sol, que es el factor de
la vida manifestada y de la actividad ardiente. En alquimia, la luna representa el
principio volátil (mudable) y femenino. También la multiplicidad, por la fragmentación
de sus fases. (…) Otro componente significativo de la luna es su estrecha asociación a la
noche (maternal, ocultante, inconsciente, ambivalente por lo protectora y peligrosa) y el
que dimana del tono lívido de su luz y del modo como muestra, semivelándolos, los
objetos. Por eso la luna se asocia a la imaginación y a la fantasia, como reino intermedio
entre la negación d la vida espiritual y el sol fulgurante de la intuición. (…)

ESTRELLAS

Por su nocturnidad, ligadas a la idea de noche; por su número, a la multiplicidad


(ruptura), por su disposición a la idea de orden y destino.

LA ESTRELLA

Arcano decimoséptimo del Tarot, cuya imagen alegórica muestra una doncella desnuda,
arrodillada junto a un estanque, que vierte en el mismo el contenido de una jarra de oro,
de la que sale un líquido vivificador del agua estancada. En la mano izquierda tiene otra
vasija de plata con la que vierte agua fresca sobre la tierra árida, haciendo que crezca la
vegetación, que se representa por medio de una rama de acacia y una rosa abierta
(emblema de inmortalidad y el amor). Sobre esta figura hay una gran estrella y ocho
estrellas más. El último sentido simbólico de esta imagen parece expresar la
comunicación entre los mundos, la vivificación por las luminarias celeste de los líquidos
contenidos en los recipientes y la transmisión de estas cualidades a la tierra y el agua
puramente materiales. Por eso dice Oswald Wirth que este arcano representa el alma
ligando el espíritu a la materia.

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