Me dice cachorro porque restregamos nuestros hocicos peludos para entrar
en calor. El vagn est vaco y las ventanas mojadas abiertas. Sus ojos son enormes y sus pestaas prcticamente inexistentes. A veces me veo reflejada como un roedor en sus ojos secos. Tiene instintos taurinos. Suda terquedad y las ventanas del vagn se empaan. Cuando devoro en su compaa, lo hago con los hombros encogidos y con recelo. Temo a la lengua de culebra que no slo amenaza con envenenarme, sino con privarme de un placer que ella misma, la lengua, debera de darme. Esta vez, busco el placer en su pierna que es casi ms inexistente que sus pestaas. Somos cachorros. No me importan las uas que rascaron su lomo antes que yo ni las que lo harn en cuanto baje del vagn. Somos cachorros y slo s que se sienten bien sus lengetazos pese a la mirada de reproche de una seora equis que sube en ese momento al vagn para interrumpir nuestro paseo de cras. Sus ojos secos se lubrican cuando dos de mis dedos sujetan el lbulo de su oreja. Se escucha una voz anunciando la prxima estacin, la suya. Me preparo para despedir al cachorro. Se abren las puertas. Bajo. El oso se esconda entre un vagn solitario y el resoplido de alivio de la seora equis que no hubiera soportado viajar conmigo ms de una estacin.