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Lossanc CasTaNEDA BIBLIOTECA DE LA CIUDAD Los habitantes del libro LospsanG CasTaNEDA Libros Magenta Gobierno del Distrito Federal Secretaria de Culeura epic a de Fomento a la Lectura NDIC Coordinac y el Libro De biblidfilos. 00.00 cee ee I De libreros.. 00. cc cc ccs 16 De impresores 6... c eevee cece eee 20 De biblidlatras. 6. ccc tee eee 2 De librofilicos 2.0. 0.0 e ee WF De bibliblatas 0.0 cece 32 Primeta edicién, 2011 De biblidlogos . .. 36 De disenadores. 39 © Por las caracteristicas de esta edicién De biblidtafos B De resenistas : Libros Magenta, S.A pe “ 46 Martin Mendalele 13 De biblioclastas . . 49 Colonia Del Valle 03100 De biblidfagos. . . 5 México, D. F D tof 6 6 www librosmagenta.com le antélogos .. 6. ee : . . tees 60 De editores . , Lene . 64 © sort Tolan Cantata De biblidgrafos ......00...000.... 68 De bibliocleptos 1 © Ilusteacidn de portada: dibujo de E. J. Mecker 7 De corvectores ......, a6 : ’ De bibli ‘ i piapeas. see 79 ISBN 978-607-9s150-89 De bibliétatas . .. , go De esticomantes 85 ; hechoon hk De lectores.......0 000. on Impreso y hecho en México Pe EEE Te eg Praedl oud mae a a De criticos.. 95 LOBSANG GASTANEDA. De biblidmanos 00.0 ccc eens De bouquineurs De biblidfobos.....- De bibliotecarios : De encuadernadoress cece vier cv even ere cerns De ilustradores... 0.0000 cee eee De prologuistas .. 0.0.0. c reece eens De biichermenschen... 0.2... 66.0 eee eee eee uz De quijotes 0.000 e eee ete 121 Déennos ustedes solos y sin libros y en- seguida nos haremos un lo, nos extra- viaremos. Dostotevskt DE BIBLIOFILOS MAs Que una actitud, un pasatiempo, una proyeccién pa- soldgica o una costumbre, la bibliofilia es un oficio, un tra- bajo. Objetividad que trasmina los muros de la mera con- semplacidn para dirigirse a la accién. Labor que socava el ensimismamiento —tan propio del bfos theorethikds— para convivir con la historia. Quehacer mundano que se atiene siempre a la situacién y a la crudeza del instante. Parecida @ una ecuacién matemitica, arroja resultados contantes y sonantes. Adherida a las circunstancias, propicia el some- timiento del azar y urde estrategias de atraccién cada vez més sofisticadas. Situada en la dindmica de lo real desde el momento en que sus biisquedas no pueden anticiparse a la produccién de lo buscado, fomenta el control del hallazgo y su explotacién estética. Obsérvense, si no, el soporifero ais- lamiento de los incunables luego de su cap exhibicién museistica, O Las afiebradas puj tos y bibelots en subastas yencantes. O el ciego entusiasmo infligido por primeras, raras o limitadas ediciones. O las te- mibles indagaciones detectivescas en polvorientas librerfas de lance y las muecas grotescas del cazador de cjemplares cuan- do, conmovido, logra finalmente apresar lo que buscaba. En efecto, la bibliofilia es lucha sempiterna por la posesién de tura y su ulterior jas por manuscri- 1 LOBSANG CASTANEDA la belleza, combate perpetuo a favor de la perfeccién ma- terial. Se mueve gracias a paradigmas tradicionales que la hacen perseverar y propagarse indiscriminadamente. Debe su vida a ideales que la desbordan y la sustraen de los siem- pre negligentes caudales del devenir. EI biblidfilo, por ende, es un perseguidor de bienes te- rrenales. Ser codicioso, trémulo y desgarbado que se excita con las mercancias de bibliopolas, bouquinistas y traperos. Apologista de la plusvalfa y ponderador del arcificio al que casi no importa el contenido de la obra sino su ser eriatura, su manufactura y confeccién. Predador que detecta en el objeto las virtudes mas elevadas. Adorador frenético de la imprenta, las fuentes y los tipos méviles. Materialista re- calcitrante que se desplaza siempre del tener al ser. Bestia atenta e implacable, con garras y colmillos eficientes, infa- tuada por las certezas del volumen —digamos, por ejemplo: por las 42 lineas de la Biblia de Gutenberg o las encuader- naciones en plancha de Heinrich Coster o los grabados en madera de Durero y Holbein o la bibliopegia oriental o el estilo aldino de ornamentacién o las alucinantes tapas de Grolier—, por la pertenencia y el hambre sensual de mayorazgo. Trasgresor de las propicdades distributivas de la naturaleza que colocan cada cosa en su lugar, bufa, inquiere y ejerce su voluntad sin miramientos con tal de conquistar la gloria, Desde Petrarca, el Marqués de Santillana y el Philobiblon de Richard de Bury se sabe que las virtudes del biblidfilo son el arrojo, la perseverancia, la determinacién y la minu- 12 LOS HABITANTES DEL LIBRO ‘ehesidad. Que, como dice Charles Asselineau, “nada se le ‘escapa, ni una mdcula, ni una mancha de humedad, ni un _ simple puntito, tampoco un retoque en el titulo o una rac- Gura de medio milimetro”. Que sus vicios, por el contrario, som la arrogancia, el solipsismo, la vanidad y el ateismo. ‘Que no hay instancia superior que no sea él mismo ni con- Ganza que no provenga de su interior. Que tanto virtudes ©omo vicios confluyen en cada uno de los tres criterios que fe dan valor al ejemplar; el interés —sobre todo cuando ha pertenecido o pertenece a un personaje célebre o esta dedi- cado por algtin esctitor famoso—, la belleza —de la tipo- gratia, de las ilustraciones, de los caracteres, de la encuader- macién, etcétera— y la escasez del tiraje. Criterios, ademés, fan enquistados en su gusto que terminan configuréndole una personalidad obsesiva. Y es que cuando no consigue granjearse lo que busca el biblidfilo es abrasado por la nulidad, invadido por la insi- pidez, sofocado por los humos de la penuria, En cualquier caso, sabe que el prestigio de su vocacién es directamente Proporcional a la complejidad del objeto acechado y que sin éste no hay espiritu, ni alma, ni energia, Te basta con darse cuenta de que los libros nerlos, tocarlos, olerlos, acariciarlos, verificar su autentici- dad. fa ausencia de una joya bibliografica le duele y la sola mencién de la desaparicién de algun volumen exquisito lo sane y confunde. Su tarea es, pues, interminable y tr4- ca : ee cise ae Convencido de que nunca Hlegard que jamds obtendré todo lo que su voraz ni sangre. No existen debe te- 13 LOBSANG CASTANEDA apetito pueda desear, prosigue, empero, con mayor tesén y enjundia. Reclamando lo que nunca le ha pertenecido, esta~ blece con el otro una relacién de tintes maquiavélicos: tra- mite tan necesario como insignificante, mal menor, Conte- niendo en sf su propio mal, albergando en lo mds tecéndito de su personalidad la tortura y el castigo, deja que el autorita- rismo infecte incluso sus facultades mds elementales. Siempre del lado de la fascinacién, es como un Tantalo extraviado al que sdlo IHegan los olores del banquete imposible. Por el contrario, su contubernio con el libro y lo libresco va a fondo: lo conduce a la simpatia mds pronunciada y al amor mis lacerante. Para él, las publicaciones curiosas son prodigios, milagros de la naturaleza y la biblioclastia, la destruccién de los libros, una catdstrofe incomprensible, una tragedia. Porque la cosa es siempre noble y bella, pulcra ¢ inmaculada, lienzo delicado que se mancha con la bastar- dia, el falso linaje y la usurpacién. Porque el objeto es ma- nantial que mitiga la sed. Porque el libro es antorcha que tiene que atizarse con fervor y religiosidad auténtica. Sin embargo, todo bibliéfilo, lo consienta o no, de- pende del exterior, dela comunidad, de la trama social para obtener lo que desea. Qué seria de él sin un autor, un libre- roo un editor? ;Qué sin un impresor 0 un artista grafico? 2Qué sin un ilustrador o un bibliopege de sobrado talento? Sélo reconociendo la maestria de tales personajes el objeto puede ser entronizado. Sdlo advirtiendo el ctimulo de ta- lantes que subyacen al libro puede considerarsele “oro en pafio”. Porque el bibliéfilo rara vez crea, inventao propone. 4 LOS HABITANTES DEL LIBRO Mas bien ordena, cataloga, clasifica, investiga el dato y la fecha, el reino y la cuna, la patria y la genética libresca. Mas que un recinto de la imaginacién, su mente es un labo- ratorio cientifico donde se comprueba la legitimidad de los materiales; un instituto de estudios histéricos donde se recti- fican las genealogias; un buré arqueoldgico donde se regis- tran con lujo de detalles sus hazafias exploratorias. Rapsoda de lo antiguo, de lo viejo, de lo testimonial, el bibliéfilo se encarga de resanar los hundimientos que el olvido va de- jando tras de si. 1s DE LIBREROS ¢QuE NOS VENDE, titubeante o presumido, timido ° arto- jado, donoso o desgarbadb, el librero o bibliopola? eQué ambiciona, guarecido por escaparates fastuosos y embalajes crocantes, cercado por cajas cenicientas y estantes desvenci- jados, en medio de mares de novedades, catdlogos y saldos inextinguibles, intercambiarnos por dinero? ;Quiza las po- sibilidades expansivas del lenguaje, su transformacién in- finita, la trama de referencias y ramajes que cada obra va frisando en el entendimiento? ;Tal vez la imaginacién de la escritura o la elocuencia de la imagen? zPosiblemente la al- garabia popular o el paisaje cotidiano? :A lo mejor el cono- cimiento, la ciencia, el saber, las materias que, volviéndose ellas mismas materia, libro, nos incumben o embelesan? 2O el entretenimiento tan ligado, por lo demds, a la vida cultural? :O la desaparicién de todas nuestras ocupaciones? 2O la oportunidad de tegresar mds temprano que tarde a la propia librerfa? En sus Memorias de un librero, Héctor Ya- nover —fundador de la legendaria Librerfa Norte de Bue- nos Aires— nos da la clave: “Vender libros es entregar el futuro: el premio y el dao. Ese futuro a favor del cual se quema el presente y muchas veces con la gente adentro”. 16 LOS HABITANTES DEL LIBRO El librero merca, entonces, expresiones ardientes, ico- mos incendiarios, acervos inflamados y habitos de lectura gue achicharran nuestro ahora. Comercia, igualmente, admi- stones y repudios. Poco importa si su mercancfa rutila 0 da lstima. Poco importa si oscurece o entusiasma: el libro es siempre tea radiante, bujia inagotable, estopa en llamas. Lo que expende el bibliopola nunca se extingue. Lo que pro- vee —la vigilia y el suefio, la ilusién y el conocimiento— es imperecedero. Trajinar ejemplares es la tinica profesién que no dene principio ni fin. Traficantes de legajos hay desde que el mundo es mundo, no desde la aparicién de la im- prenta o el papel. Atado a los voltimenes por un hilo del- gado, sostenido al libro por un nervio apenas ostensible, el librero mercantiliza con igual deleite cédices Y manuscri- $05, pergaminos y tablillas, planos y partituras. Su propia constitucién —resbaladiza, jabonosa, zigzagueante— le Permite estar alerta y a la espera de su fetiche favorito: el di- nero. Yanover asevera: “El librero debe aparentar ser culto ¢ insistir en su apatiencia, Set un tanto pedante; y debe saber administrar ambas cosas. Porque lo que no debe olvidar es que la libretia no es un fin en sf mismo, sino un medio para ganar dinero; Porque es Facil, y es frecuente, y es hermoso confundirse, insisto en que su fin es la venta’, Peto habria que decir algo también acerca de esa otra clase de libreros que no parecen ser, como sefiala Julio Torri en su Didlogo de los Libros, avaros © vengativos, maliciosos o chambones, ambiciosos 0 petulantes. De aquellos que no se conforman con ser meros bibliomitas, mercenarios, buho- 17 LOBSANG CASTAREDA neros, empleados, dependientes o esclavos de libreria sino nigromantes diestros que saben extraer portentos de la chis- tera y sepultar rastrojos debajo de los estantes. Magos que sienten la misma inquietud, efervescencia 0 entusiasmo que los cazadores de reliquias. Taumaturgos oficiosos que se vuelven cémplices de nuestras angustias y hacen brotar de sus depésitos la cura de nuestros males. Me refiero, por supuesto, a los bibliopolistas que, sin previo aviso, pulveri- zan lo secundario, lo redundante, lo superfluo antes de que tengamos siquiera la oportunidad de “examinarlo”. Creo que, a diferencia de lo que sostiene Yénover, el buen librero es aquel que sabe que no es duefio de lo que le compran; que no quiere ni piensa ni puede poseer los ar- ticulos que solicitamente coloca en las vitrinas de su estable- cimiento, Dicha certeza, punzante pero infalible, molesta pero irrevocable, termina tornandolo jovial, comedido, amistoso. Una especie de caniche manso y cortés. Desde luego, no hay peor vendedor que el que se siente amo de sus mercancias, ni peor bibliopola que el que aparta receloso los voltimenes valiosos en la trastienda. En cambio, cuando el equilibrio espiritual del vendedor no depende del producto y cuando deja su ansiedad de posesidn fuera del almacén, todo fluye con perfecta armonia, Me gustan, por lo tanto, los libreros que, para nuestra felicidad, no sdlo se acomiden sino que dejan adrede una que otra gema encuadernada sobre la cum- bre de una pila de ordinarieces bibliogréficas. Los que permi- ten ver, tocar, oler y hasta probar. Me atraen, asimismo, los indignados mercaderes de voliimenes que ret iran de nuestra 18 LOS HABITANTES DEL LIBRO vista —y, a veces, hasta de nuestra debilidad consumista— fas bodrios que la vulgarizacién cultural no para de regur- gitar. A fin de cuentas templo de palabras y laminas que se distienden, ermita de visiones y fantasfas, toda libreria debe- ria ser el sendero hacia la luz del placer, la reivindicacién del gozo. Pensemos, por ejemplo, en la libreria Gran Victoria, la mayor de la tierra, descrita por Bradbury en uno de los tex- tos de su Ayermafiana, Libreria que tira siempre hacia arriba, mucho més alld de lo que el ojo puede ver. Sdlida mole de libros que, cuando aleanza el lejano limite de la realidad, “es reemplazada por una pintura en trampantojo de las mismas estanterias, que se extienden y prolongan hasta lo que puede set Bombay, o podria ser Tokio, aunque lo més probable es que se trate de Shangri-la”. Un teatro de paralelepipedos ali- neados en cajones que se pierden en el interior de los cielos, “Escaleras y escalones de libros que serdn escalados por ilus- tres simios buscadores, jnosotros!”, dice Bradbury. Debo a competentes biblio polas, mas que a distrafdos profesores, el haber lefdo libros que han marcado mi vida, vollimenes que han sido més instructivos que todas las e5- cuelas que he pisado hasta ahora. Debo a astutos expende- dores de voliimenes la conformacién de una biblioteca més © menos heterogénea que espero terminar de leer al, la continua renovacién de las energi es tiempo, igtin diay fas que me gritan que ya que este es el momento justo para adquirir tal o cual ejemplar antes de dejarlo escapar irremediablemente, 19 DE IMPRESORES La IMPRENTA ¢s artificio, aspaviento de la inventiva, febril aplauso de la palanca, la tensién y la fundicién del metal. Imprimir es impresionar, estrujar la materia, apretarla toda, Imprimir es acariciar con firmeza. El proceso de presentacién de una obra escrita se deja llevar por una fuerza externa que la estampa ¢ inmoviliza en el papel. Aquello que llamamos “libro” no es mds que el fruto de una compresién maqui- nal, el producto de un robot sintetizador, la ganancia de un lacénico ejecutor de p(r)ensamientos, el resultado de un ar- tefacto magunciano, el rendimiento de una caja espesa que, a pesar de su tamafio portatil, se expande y explota. El libro és ojiva meticulosamente armada que guarda millares de es- quitlas. Prometeo recargado. Vapor industrial. Hijo predilecto de la modernidad, vastago de la era de la eficacia, el impresor esquematiza esta obsesién calcadora hasta volverla oficio, tarea cotidiana, empresa. Tenaz aman- te del dispositivo, ensaya y corrige, prueba y comprueba, instala y registra los desplazamientos prensiles. Por lo general taciturno y humilde, serio y reticente, nada lo aleja de esa protesis acerada, de esa extension artificial de su cuerpo que el destino, hicido o venturoso, le ha cedido, Prolongando la po- tencia de su limitada aunque apacible imaginacidn, enaltece 20 LOS HABITANTES DEL LIBRO los sentimientos y las sensaciones en aras de un producto durable y subversivo. Con celo quirtirgico, con diligencia clinica, el impresor —lldmese como se llame y encuéntrese donde se encuentre— mantiene el olfato, el tacto y la vista alereas, en maxima concentracidn, para detectar fugas de tiata o desplazamientos andémalos de los caracteres. Minu- cioso hasta la médula, adicto a la exactitud y al ensamblaje pulcro, suda, jadea, se esfuerza con tal de obtener la coin- cidencia perfecta: el enlace de su siempre enclenque ana- tomfa con un corpus textual. En La expertencia literaria Al fonso Reyes encomia asf la pericia de los tipdgrafos: “Todos vosotros sabéis con cudnto orgullo puede hablar México de sus tradiciones tipogrdficas, desde que, por mil quinientos ¥ tantos, comenzé aqui la actividad de las imprentas. Os corresponde el salvaguardar estas tradiciones que presta: 2 México una fisonomia singular en el Continente. No o n vidéis nunca que el descuido de las cosas materiales que nos rodean, de los objetos mismos que prtoducimas con las muanos, es lo que conduce més répidamente a la barbari También las artes gréficas de un moral”. Sin embargo, las efectos de una ie. pueblo reflejan su estado el siervo de la imprenta padece también grave calamidad, las secuelas de un te- ible siniestro: su memoria ¢s tan precaria que no suel recordar las maniobras de la vispera. Imprime mucho, “€rto, pero no es capaz de vislumbrar —menos atin de Feconocer— el ntimero de ejemplares en los que ha puesto sat originaria ribrica, Al ser lo suyo la perenne manipulacién le es 21 ‘LOBSANG CASTANEDA de lo inorgfnico, no cuenta con més certezas que las del instante ni con mds satisfacciones que las del porvenir. Su horizonte es escaso como el platino. Sin duda, todo impre- sor es un ser primordial —pues estd en contacto con lo tras- cendente, con lo perdurable— pero esclavo de la omisién; un explorador evanescente del alfabeto que, a la postre, sera cruelmente ignorado. La albura de la hoja salpicada de gra- flas es canal por donde corre el Leteo. De poco le sirven la nitidez y limpieza de los signos. De poco el genio y la pul- critud. Reducido a un espacio minisculo en el que pocos reparan, el colofén, su trabajo cae en el mas agudo de los desmedros. Recordado por apenas cinco, seis o siete Iineas, queda excluido de todo homenaje péstumo. Supeditado siempre a los caprichos del editor, a los gustos y disgustos del disefiador, a la competencia del corrector de estilo y, por supuesto, a los oscuros motivos del autor, termina por dispensar un amor discreto, ordinario, cauto por el libro y lo libresco. Quiza por ello los representantes de la intelec- tualidad —zy por qué otra cosa podria ser?—, tan devotos de la filantropfa involuntaria y la generosidad aparente, lo han consolado haciéndolo mandamds nominal de una co- marca insurrecta y rebelde: la Galaxia Gutenberg. Ahora bien, viendo las cosas con mayor detenimiento y menos romanticismo, el impresor forma parte importante de aquello que en su obra Del, papiro al hipertexto el profesor Christian Vandendorpe Hama “las normas de legibilidad”, ya que gracias a la introduccidn de la imprenta —alrede- dor del ato 1460— el texto llega a un punto de perfeccién 2. LOS HABITANTES DEL LIBRO que facilita el acto de lectura. En efecto, lo que el correr de los siglos ser4 decisive para poetas simbo- como Valéry o Mallarmé, la famosa “vestimenta” del sélo puede verse a la luz de formatos tipogrdficos que ‘eagloban el calibrado de las letras y la regularidad de los es- tamientos, interlineados y justificaciones. En este senti- Ge, el impresor, ese desmemoriado, ese aturdido, juega un papel esencial en ciertos procesos de creacién artistica, 23 DE BIBLIOLATRAS “AQUELLOS 4 QUIENES el mundo no basta: los santos, los con quistadores, los poetas y todos los aficionados a los libros > dice Joseph Joubert en uno de sus Pensamientos. Y, podria- mos deducir, el mundo no basta para los adictos a los libros porque la rara fascinacién que sobre ellos ejercen, como lo sobrenatural y la aventura, como el sexo y fa mtisica, los desborda desde el inicio, los supera desde su cafda en la tierra, ribeveada ella misma con tiras de papel manchado, El mun- do no basta porque las distancias, a pesar de los progresos tecnolégicos, contintian siendo infranqueables, El mundo no basta porque atin existen fronteras, limites, esferas. El mundo no basta porque las partes no son el todo. El mundo no basta porque todo junto es una misma cosa: un libro. Persuadido de ello, ef biblidlatra concreta los delitios del ejemplar qua matrix excelsa. Hijo de lo que ve —pPpuesto que todo lo que ve son letras— y cautivo de lo que escucha puesto que todo lo que escucha son lecturas—. no hay mas sentido que el bibliografico. Si el obj florece es sdlo porque el mundo, reproduce a menor escala uno d ¢ sus momentos estelares: la eclosién, el advenimiento de sus plicgues. El libro como “aleph” borgesiano, como micr ‘ocosmos suspendido en el > para él jeto-libro agradecido de antemano, 24 LOS HABITANTES DEL LIBRO corazén del caos, como pequefio todo boyante, flotable, guindado en el liquido amniético de la realidad. El libro como mundo de mundos que emite una serie de imagenes plausibles: el planeta retozando sobre una sdbana de signos, Atlas cabalgando un bibelot y sosteniendo la béveda celes- te, los iluminados de todos los tiempos recordandonos que lo primero, que lo inaugural, fue el verbo. El libro como sustreto es ubicuo: se encuentra en la ins- ctipcion de la lapida mortuoria, en el acta de nacimiento, en el certificado de salud, en el testamento, en la conversa- cién cotidiana, en las tareas escolares, en los cédigos de la maturaleza. No obstante, la idolatrfa libresca se juega en dos planos perfectamente diferenciados: por una parte, wna en- tusiasta adoracién del ejemplar lo acerca a los mortales, lo aptoxima; por otra, una fogosa pleitesfa, una reverencia, Jo aleja irrevocablemente de los asuntos humanos, Cuando el fibro se avecina al hombre la pureza brota, la realidad ad- quiere una tonalidad clara, limpida, cristalina. La verdad sale ala luz. La tela que cubre el nticleo se rasga. El mundo deja de ser suficiente porque esté hecho de tinta y cabe en el bol- illo. En cambio, cuando el ejemplar se aparta de nosotros surge lo indigno, lo inmerecido, la culpa. La realidad se es- trecha. El horizonte se Oscurece. Las alternativas se agotan. Crédulo inflexible, ingenuo zahori, el biblislatra se dedica a sncarecer, sin mezelarlas, ambas direcciones. Supone siem- Pre que el autor —iarquetipo méximo!— es hondamente sabio. Que la institucionalidad de sus discernimientos su- Pera la vida prdctica y afectiva, Que lo que escribe es infa- lible medicina, cura, remedio, 25 LOBSANG CASTAN EDA Empero, lo que no reconoce —o no quiere Feconocer— es que tambi¢n existen autores mediocres que ejercen una “escritura en ciernes”s que no todo lo que esta en un libro resulta verdadero, titil o edificante; en suma, que no todo lo que brilla es oro. Por eso la bibliolatria es la madre grosera de los favoritismos. Por eso el biblidlatra, absorto en frené- ticos extrayfos, es un necio que busca lo uno en lo multiple, lo aislado en Io diverso, lo poco en lo mucho, lo singular en lo plural. Por eso ya desde principios del siglo xvi habia sido diagnosticado el desorden psicolégico que denunciaba el estado de estupor y dependencia que era capaz de produ- cir en ciertos individuos la lectura de determinados libros. Por eso don Quijote. Por eso Emma Bovary. Por eso Peter Kien. Por eso Montag. Agrupando algo que deberfa perma- necer ramificado, limitando lo ilimitable, reprimiendo lo generoso, el biblidlatra moldea la identidad de lo insondable, le da extensién y contorno. Convencido de que el libro, cuando se deja oft, predica; cuando se deja ver, revela; cuan- do se deja tocar, unge; cuando se deja oler, insufla; cuando se deja probar, comulga, el adorador frenético de los libros se entrega sin reparos a este magico y milagroso “cuerpo flexi- ble” de Dios. DE LIBROF{LICOS AUNQUE EXISTEN pocos testimonios al respecto, en el li- hhrofilico la inocente brusquedad del coleccionista se torna » donjuanismo; la destemplanza del buscador se vuelve diso- » htacidn; los arafiazos del “mal del libro” se revelan salaces, - sesbaladizos, sitios. Para el librofilico toda devocién es | Ghmica y toda ansiedad, sicaliptica. La pasién se encamina bkacia la accién y la concentracién remite a una desazén imterna. En la librofilia el libro es paraiso del amor, de la efusién desenfrenada, -templo dela lujuria, andurri Tecinto carnaval de la voluptuosidad, al de la excitacidn, desfile de la -belleza. La idiosincrasia del gjemplar lo vuelve cuerpo ape- secido y lecho, concupiscencia y télamo nupcial. El volu- SEM €s Cortejo, incitacién al pecado, Laobracs sexo, libidine, brienzas, festin de los sentidos. aparicién oportuna de sinuosidades recodos glotones y aristas famelicas, Para el librofilico la lectura es un orgasmo. La mds ligera lo remite aun fisgoneo de voyeur. Deletrear equivale ® un pausado paladear genital, Descifrar escritos significa mar una grinalde miniatura, espiar en los agujeros del S270, probar el gusto salobre de las palabras, Cuando el libro deviene anatomfa, toda fonacién textual se muestra como una. Peemonicién masturbatoria. Una anotacién al margen ad- 27 Oh LOBSANG CASTANEDA quiere el tono de un rasgueo licencioso. El subrayado mas tenue, la menor sefalizacién, el del angustiante estrujon de una imptber desvirgada. Una cubierta atractiva es tan publici- taria como pornografica: estimulacién visual que revira los humores, efectismo que refleja y mantiene Ja propia incan- descencia. En la librofilia se va invariablemente de la acti- vidad intelectual al deseo, del yo ascético al wi provocador, del antropomorfismo a la apetencia sexual, del cerebro a la entrepierna. El librofilico ama sus voluimenes: copula con ellos, eya- cula en sus paginas, los besa, los muerde, los mima, los escarba con frenes{. Su lubricidad es diteral. Incluso cuando, presa de furores “logogrificos”, se imagina el acto amoroso con un semejante, lo visualiza bibliomdrfico: con piel de forro, ojos de portada, nalgas de solapa, pies de colofén. Ya Quevedo empleaba tal simil en una de sus sdtiras para describir la be- lleza femenina: “Aficionéme a ti mu fama clara, / y verte una mujer de tomo y lomo, / que aun de tu cuerpo nunca fuiste avara’. O, por el contrario, cuando, atenuando sus vicios, el pervertido libresco logra fijar su atencidn en la persona, la supone siempre desnuda, indefensa, con un volumen en la mano, musitando los signos con creciente agitacién, acentuando con un rictus de placer las expresiones latinas, francesas o alemanas que invaden la obra. Préximo a la obsesidn, el librofilico busca siempre el fornicio impreso, la potencia yenusina de la plana, la sumision liviana de las guardas. Centrando su interés en las princesas libidinosas de los cuentos de hadas o en las novelescas jovencitas que 28 LOS HABITANTES DEL LIBRO =scubren la sensualidad de la mano de gallardos mariscales “@en la rebelidn de las adtilteras escritas del siglo xrx como “na Karenina y Effi Briest o en la comunién de los géne- os retratada detalladamente por autores de todos los tiem- se entrega expedito al onanismo (biblionanismo) en el o de alguna vicja biblioteca o en la esquina mds oculta alguna Idbrega librerfa o en el angulo menos visible de a estudio ponzofioso. Porque el semen fortifica la blancura de las hojas; se her- con cllas y las refuerza. Porque todo volumen es mis- Os0 y atractivo como una mujer bella. Porque todo libro sin mds, femenino, Por eso las tapas son similares a piernas actireas, los ticulos y subtitulos a labios carnosos, las guar- @ brazos receptivos, el indice a un catdlogo de posturas sartales, el forro a una dulce crinolina que estorba, que eta, que impacienta. Habria que recordar, para mucs- ® aquellas frases tan osadas como ilustrativas de Walter jamin en Direccién tinica que identifican los ejemplares hetairas enerosas: “Los libros y las Prostitutas pueden se ala cama” o “Los libros y las prostitutas se han amado pre con un amor desgraciado” 0 “Libros Y Prostitutas en Ptiblicas... para estudiantes” o les gusta lucir el lomo cuando se exhiben” o “Los li- y las prostitutas se multiplican mucho”, ‘decente corredor de la lascivia, el librofilico llega en- sauna libreria para “corintiat” con las nuevas cortesa- #. Husmea en las paginas del ejemplar como si estuviera lado ante una vulva lacrimosa, Listo para lamer y “A los libros ya las pros- 29 LOBSANG CASTAREDA succionar los jugos venéreos, es un animal en celo capaz de desbaratar todo lo que se mueva a su alrededor. Sdlo asi pue- de entenderse este impuidico aerolito de Carlos Edmundo de Ory: “Las sabanas de un libro. Las paginas de una cama’. Finalmente, no me gustarfa concluir este apartado sin proporcionar antes, para beneficio de los taxonomistas, al- gunas entradas mediante las cuales se podran identificar, en un futuro cercano, distintas parafilias librescas: a) Libroandroidismo: tendencia a excitarse con libros cuyo tema principal sean los robots, los cyborgs, los androides, los clones, los autématas, los nanoseres, los homunculos, los replicantes o demds seres artifi- ciales 0 mecdnicos; b) Libroaritmofilia: tendencia a excitarse con libros que sontengan ntimeros (% gr.: tratados 0 manuales de Algebra, célculo, estadistica, geometria, topologfa, tigonomerria, fisica-matematica, libros auxiliares, de balances, de inventarios, de cajas, contables, etcétera); ©) Librofagofilia: tendencia a excitarse con libros de cocina, manuales de mesa, recetarios, cartas de res- taurantes, mentis, etcétera; d) Librogerontofilia. tendencia a excitarse con libros viejos 0 escritos por autores de edad venerable; ©) Librohebefilia: tendencia a excitarse con libros cuyos personajes sean nifias ptiberes (susceptibles de encon- trarse en autores como Carroll, Nabokov, Svevo, et- cétera); 30 € LOS HABITANTES DEL LIBRO. f) Librohomilofilia: tendencia a excitarse con libros sa- cros (v, gr: himnarios, antifonarios, biblias, historias de la iglesia, misales, breviarios, hagiografias, tratados teoldgicos, catecismos, libros de bautismos, de confir- maciones, de horas, de buletos, de diezmos, de statu animarum, penitenciales, parroquiales, livirgicos, deu- terocan6nicos, cuaresmales, etcétera); g) Librolectolagnia: tendencia a excitarse leyendo libros cuyo contenido sea altamente erdtico; h) Libromacrofilia: tendencia a excitarse con libros grue- sos o de gran tamajio (v. gr: diccionarios, atlas, edi- ciones monumentales, etcétera); i) Libromicrofilia: tendencia a excitarse con libros pe- quefios o de pocas paginas (w gr: libros enanos, de bolsillo, liliputienses, miniatura, “crisolines’, folle- tos, etcétera); i) Libronasofilia: tendencia a excitarse con libros cuyo tema principal sea la nariz (susceptible de encon- trarse en autores como Gogol, Pirandello, Akuta- gawa, etcétera); k} Libronecrofilia: tendencia a excitarse con libros que hablen de la muerte ( g: libros de notas necrolé- gicas, de defunciones, “de los muertos”, tratados de necromancia, de tanatologia, etcétera); Librozoofitia: tendencia a excitarse con libros cuyo tema principal sean los animales (& gr: enciclope- dias, muestrarios 0 tratados de zoologia, bestiarios, catdlogos de mascotas, etcétera), 31 DE BIBLIOLATAS “Quien TENGA dos pantalones, que venda uno y compre este libro”, dictamina, en uno de sus mas burlescos aforismos, Georg Christoph Lichtenberg. Y esa parece ser, justamente, la misién primordial del biblidlata: poseer muchos libros aunque no los conozca; consumir su pasién en la compra, en el traspaso, en la obtencién; atesorar, de la mano de una sdlida capacidad adquisitiva, centenas de voltimenes. El biblislata —término empleado en el siglo 11 por Ateneo de Naucratis para referirse al gramdtico Didimo de Ale- jandria, un cacalibri autor de cerca de cuatro mil libros de cuyo contenido ni él mismo se acordaba— persigue el ar- quetipo expuesto en las librerfas: la rutilante belleza de un espacio colmado de ejemplares. Su devocién, entonces, no responde a una visién efectiva sino a un espejismo, a un ho- lograma. Su simpatia es més el producto de una estampa artificial que de un paisaje. El movimiento regular de 1a mano hacia el bolsillo (el gesto comercial), le otorga una desagradable patina libresca, cierta costra intelectual que lo acerca a determinados “cftculos eruditos” en los que se mueve como pez en el agua y en los que despliega, ufano, su “ex- céntrica agudeza”. Porque, sin lugar a dudas, él es la efigie puntual de la ostentacidn, la imborrable huella del engrei- 32 gencia”. No obstante, LOS TABITANTES DEL LIBRO ento, la maxima cristalizacién de la transaccién césica. que, gracias a su hipertermia ornamental, a esa calentura ercantil que lo arroba y desvela, puede ser reconocido emo el primogénito del capitalismo intelectual o como el 2 predilecto del consumismo artistico. Sumergido en sus ms obscenas fantasfas, el biblidlata cuenta de que la cultura —simulada 0 no— da brillo, que el saber confiere estatus, poder y posicién. Abonan- sjemplares a su saturada biblioteca repara en las delicias de pariencia. Pagando tomos expende de consuno su ima- agen de “ilustrado”. Siendo en realidad el gran ignorante del g-0, compra libros por kilo o metro (o kilémetro) para oorar las paredes de st imponente mansién, embutir ‘aqueles de fina madera o destacar alfombras persas y ven- ‘ales pomposos, Misceldneo hasta las cachas, stibdito de blicistas, los lomos, las portadas, las encuadernaciones los voliimenes ——no asi su contenido— le sirven para ir sus falsos conocimientos y avalar sus desatinadas niones. Especulador em pedernido, interiores, el show, la escenografia, izacién, la bisuteria, el sketch, lo suyo es la decoracién el maquillaje, la carac- el vodevil de la “inteli- escribe Luciano de Samosata en su ontta un ignorante que compraba muchos libros”: “s} Posesidn de libros volviera erudito a su duefio "ande precio serfa y propia tan sdlo de vosotro: ues la comprariais en la plaza y con esto tos 5 Pobres! Pero, :quién va a exigir erudicién a | y vendedores de libros a pesar de que tanto » ide cudn s los ticos, uperariais a los mercade- s voltimenes 33 LOBSANG CASTANEDA poseen y venden?”. En este sentido, la coleccién del biblié- lata trasciende el parang6n financiero para adjudicarse la construccién paulatina de un engafio. / ‘Ast, el bibliélata no busca hacer sino tener su propia biblioteca. Reunir una cierta cantidad de libros —comple- tamente alienados de su significado— para quedarse con ellos; para dormir y despertar rodeado de ellos. Si procurar- se obras es, en esencia, una tarea existencial, algo que se va haciendo con el paso de los aftos y, por supuesto, de los inte- reses), el biblidlata busca acelerar dicho proceso, descarri- larlo, llenarse de volimenes vistosos lo mas rdpido posible. Es como si, Luciano dixit, subvirtiendo las leyes del sentido comin le comprdramos un peine a un calvo o un espejo aun ciego o una concubina aun ecunuco 0 un trompetista a un sordo o un arado a un timonel, Es como si, alucinados y contumaces, pretendiéramos forjar madera. Pero para que las sucias artimafias de su vanidosa y ha- ragana personalidad funcionen, para que los extremos del disfraz y la vanagloria se toquen, el biblidlata necesita de dos actores tan viles como él mismo: el crédulo y el adulador, el incauto y el lambiscén, el iluso y el cobista, pues sin ellos —sin la ignorancia de uno y la conveniencia del otro— no seria nada, neblina pura, un cero a la izquierda 0, mejor dicho, serfa lo que realmente es: un farsante, un impostor, un donnadie vestido de etiqueta, un capitulo mas en los archivos de la estupidez humana. Con extrema picardia, y resaltando precisamente lo que para el biblidlata y sus se- cuaces queda oculto, Tomas de Iriarte sefiala en una de sus 34, LOS HABIIANTES DEL LIBRO « . : “Me temo que se mosquee / de este cuento quien /juntar libros que no lee. / ;Se masquea? Bien esta. este tal, :por ventura / mis fébulas leerd?” 35 DE BIBLIOLOGOS SE DICE QUE LA BIBLIOLOGIA es la ciencia que se ocupa del li- bro en sus aspectos internos y externos, materiales e inmate- riales, histéricos, terminoldgicos y técnicos. Que es, segtin se puede observar, un saber redundante, circular, tautoldgico. Materia y forma lealmente amalgamadas. Potaje de nous y dianoia en perfecto equilibrio. Conocimiento exhaustive de la cosa y sobre la cosa. Pesquisa redonda. Sentimiento teo- rizado o teoria sentimental que revira. Indagacién intermi- nable que acaba donde comienza. Locuaz muestrario de pautas y aberraciones, de esnobismos y mutaciones, de as- pavientos, tropos y minucias en perdurable acumulacién. Se le llama bibliclogo al obseso integral que accede al libro desde multiples perspectivas. Al estudioso poliédrico e interdisciplinario que, advirtiendo la vastedad del terreno 0 la fecundidad del horizonte, no quita el dedo del renglén. Al analista consciente de la versatilidad de la escritura. Al investigador que sabe que el mundo es un libro y el libro, un mundo heterogéneo, Conocedor del espacio, el biblis- logo delinea paises y océanos, capitales y provincias, comu- nidades y pueblos, catreteras y veredas, selvas, bosques y llanuras de papel. Entendedor de lo intangible, recobra docu- mentos, preceptos y ensefanzas de estirpe milenaria; re- 36 LOS HABITANTES DEL LIBRO cupera herencias de clanes y tribus supervivientes, méximas, -sefranes, opiniones y sentencias de los habitantes del libro. ‘La bibliologia como geografia es descomunal. El ejemplar como regidn explorable, practicamente infinito. Imagina, lector, una tierra extensa, productiva, todavia @gnota en algunos puntos que retoza bajo tus pies. Una ‘mete de planicie repleca de campitias, barrios y colonias ‘que se entretejen hacia arriba y hacia abajo. Imagina series de lotes baldios atestados de maleza putrefacta, basura y cadaveres descompuestos. Espeluznantes nosocomios en cu- Fos pasillos pueden escucharse gritos, susurros y resuellos, Boyantes zooldgicos y viveros con especies en peligro de ex- tincién y especimenes descontinuados. Imagina, pues, una sealidad alterna hecha de imprentas y linotipias. Que la bi- liologfa como cosmologfa es inabarcable. Que el volumen emo invisibilidad rectora, simplemente absoluto. Imagina whora, lector, ilusiones épticas, un cielo lleno de nubes, som- bras chinescas que se mueven sin motivo, No una planicie ni un Ilano sino los andamios intocables (las Patas transpa- rentes) que los sostienen. Imagina lo que no se ye, ‘mo puede palparse, lo imperceptible. Imagina, finalmente, ambos estadios, el racional y el imaginario, el cientifico yel migico, el descrito y el inventado y descubrirés un habitat bibliolégico. lo que Para certificar la “evoluci Gdad, én” del libro con mayor agi- el biblidlogo se afianza en una serie de cortes trans- versales que le confieren Precisién, transparencia y lucidez. Algunos de ellos son: 37 LOBSANG CASTANEDA a) |a bibliofiliana, que recolecta los pensamientos, anéc- dotas, dichos y refranes referentes al libro; 6) la bibliogénesis o bibliogonia, que estudia los pro- cesos de creacidén y produccién del libro; c) la bibliogeografia, que estudia la distribucién y locali- zacién geografica de los libros, aplicable sobre todo a los incunables, raros y curiosos; d) la bibliografta, que se encarga de catalogar las obras y expedientes referentes a un autor, tema 0 materia; e) la bibliometria, que calcula la extensidn, tamafio o medida de los libros basndose en diversos cocfi- cientes; formato, tipo de letra, cantidad de espacios, peso del papel, etcétera; J) la bibliopatologia, que escruta los sintomas y causas de los males y enfermedades del libro en tanto que objeto; & labibliotecografia, que describe la historia, evolucién y composicin bibliografica de las bibliotecas; 4) la biblioteconomia, que aglomera conocimientos con- cernientes a la conservacién, organizacién y admi- nistracién de las bibliotecas; 1) latextologfa, que se encarga del establecimiento, la ve- rificacién y la edicién de los textos, Acérrimo practicante de una abigarrada polimatia, di- sector consumado del ejemplar, el biblidlogo mueve estas y otras piezas para darle cardcter oficial al orbe libresco. DE DISENADORES EL DISENADOR libresco -—aunque no solamente— prin- io y lugar van de Ja mano. El principio —circunscrito a la a la ley— sefiala el lugar y el lugar —la morada, el lo- no es mds que la representacién modulada del princi- conductor. Me explico: si X es igual a X debe acomo- en el sitio que le corresponde. Si Z no es X entonces puede ocupar, aunque quiera, el espacio reservado para Si W = Z + X su presencia no se agota en ninguno de dos casilleros (el de Z 0 el de X) sino en su obligatoria juncién. Varios principios (X, Z, W), sencillos 0 com- ‘tos, conforman con sus respectivos lugares una estruc- . Cada estructura (o suma de Principios) posee huecos oquedades que van transformandose en emplazamientos ‘ios y facilmente identificables, A todo disefiador libresco se le exigen, de entrada, dos * que; siguiendo una estructura —esto es: una serie de ‘cipios con lugares—, sepa cubrir ciertos menesteres icos (comodidad, legibilidad) y que, en tanto ctimulo de cturas previamente establecidas, sea capaz de regalarle Producto —es decir: al libro— una pizca de “originali- ”. En otras palabras, se le pide respetar determinados incipios y lugares que devienen estructura para, desde ahi, 39

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