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PRIMERA PARTE
Sus tierras eran frías o ligeramente templadas, llanuras abiertas donde, más que
hoy, extensas lagunas y juncales reflejaban el horizonte. Esa habitación del pueblo
muisca condujo a una densa población y con ella a una organización más refinada
de la vida social. En efecto, los muiscas de la época descubridora, a semejanza de
los mayas-aztecas de Méjico, de los incas del Perú y de los aymarás de Bolivia,
habían sobrepasado ya la civilización primitiva de las tribus o pequeñas
agrupaciones regidas por el más fuerte, y se habían convertido en pueblos que
obedecían con sus caciques a jefes superiores, sin cuya voluntad no se llevaban a
cabo los grandes movimientos sociales, y cuya designación era hereditaria
matriarcal.
Con su sede de gobierno en Funza, este era el cacicazgo regional más extenso y
poblado, no sólo del territorio Muisca sino de todo el norte de Sudamérica en aquel
siglo. Sus gobernantes, los Zipas, lo habían conformado recientemente anexando
los cacicazgos intermedios de Guatavita, Ubaque, Ubaté, Zipaquirá y Fusagasugá
(Londoño, 1988).
Sin embargo, y por esa misma razón, Bogotá era a la vez el más inestable de los
cuatro cacicazgos regionales en que se dividía en ese entonces el territorio de los
muiscas. Así, aunque el cacique de Bogotá opuso resistencia a la conquista,
muchos de sus sujetos prefirieron sacudirse su dominio aliándose a los europeos,
como sucedió cuando Quesada salió por el valle del Teusacá hacia el norte.
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Para las festividades, los muiscas se adornaban con joyas de oro de gran valor y
virtuosidad; tiaras, coronas, pecheras, narigueras, orejeras; zarcillos, pulseras,
ajorcas y caracoles de oro que eran las mejores pruebas del ingenio, de la
habilidad de sus manos y de su gusto, los cuales nos conserva la Arqueología.
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Las casas comunes eran de dos formas: unas cónicas y otras rectangulares. Las
primeras consistían en una pared en circulo echo de palos enterrados como
pilares más fuertes sobre los cuales se sostenía de lado y lado un doble entre
tejido de cañas cuyo intersticio era tupido de barro. El techo era cónico y cubierto
de pajas aseguradas sobre varas la profusión de tales construcciones en forma
cónica en la sabana de Bogotá, dio origen a que Gonzalo Jiménez de Quezada le
diera a esta altiplanicie l nombre de Valles de los Alcázares. Las construcciones
rectangulares consistían en paredes paralelas también de bahareque, como las
anteriores, con techo en dos alas en forma rectangular.
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Alfarería
Comercio Textiles Minería Orfebrería Arte Rupestre
Ceramica
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Gracias a las exploraciones realizadas por Eliécer Silva Celis, se sabe que las
coberturas de las momias eran telas de algodón, mallas de fique y pieles de
animales. La industria del tejido tenia para los indios una importancia
extraordinaria; todos los acontecimientos de la vida los festejaban con regalos de
mantas. Para decorarles usaban como colorantes numerosas plantas. También
utilizaron los colorantes de origen mineral o especie de barro a base de tierras de
colores.
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El primero de estos estilos, asociado a los objetos del área central de la Cordillera,
se conoce con el nombre de Muisca nuclear. Está conformado por piezas
utilizadas por los señores principales y para ofrenda, y corresponde a figuras
votivas; collares con formas geométricas, zoomorfas y antropomorfas;
aplicaciones para textil; brazaletes; bandejas para yopo; narigueras rectangulares;
entre otras funciones. Son piezas predominantemente fundidas utilizando la
técnica de la cera perdida. Aunque algunos de los diseños son geométricos, el
tema predominante fueron las aves y la figura humana con ojos y boca en forma
de ‘grano de café’.
Por otra parte, los objetos que se encuentran bajo el estilo conocido como
Occidental complejo, hallados en las vertientes occidentales y suroccidentales
de la cordillera, tienen una iconografía más recargada, influenciada por las formas
y los diseños de los pueblos que se ubicaron en la región Quimbaya y Tolima. Son
piezas antropomorfas con ojos semicerrados y elaborados tocados con espirales;
colgantes de orejera cónicos y troncocónicos, y pectorales acorazonados.
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CULTURA PRECOLOMBINA MUISCA
TERCERA PARTE
Los individuos trabajaban en común las tierras de su jefe de clan, o del sacerdote
o jeque. Varios clanes formaban una tribu y sus miembros trabajaban las
sementeras del cacique u uzaque (Jefe de tribu), quien cobraba los tributos y
entregaba parte de ellos al Zipa o al Zaque, jefes de estas confederaciones,
conformadas por varias tribus.
Los jefes de confederación, los jefes de tribu y los sacerdotes formaban una clase
superior, que se apropiaba de parte de los excedentes de producción agrícola y
minera. Ello originó la diferenciación de grupos dentro de la sociedad y condujo a
la formación de clases y al surgimiento de la propiedad privada y del estado. La
apropiación de los excedentes de producción se efectuaba mediante el cobro de
un tributo o impuesto, que debían pagarse en especie, y del trabajo, obligatorio
también, en los cultivos de los jefes de tribu y de los sacerdotes. Este sistema
impidió que se estableciera la esclavitud en la sociedad muisca.
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Así conformada, la cultura muisca era un estado en formación. Contaba con una
clase gobernante principal, secundada por otra menor, que regia unidades
administrativas más pequeñas (capitanías o parcialidades).
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Los muiscas eran idólatras. Adoraban al Sol a quien llamaban Sue y a la Luna,
Chía. Rendían también culto al agua, al arco iris. Su dios principal fue
Chimininchagua, quien era el origen de todo y fue quien creó la luz, pues el mundo
antes era oscuro. Muiscacum era el dios protector y si se le ofendía, se vengaba,
Bachue, la madre de la humanidad y diosa de las legumbres, Chaquen, dios de los
corredores y Bochica, héroe civilizador.
Celebraban sus fiestas con mucha solemnidad. Las procesiones eran muy
concurridas. Los adoratorios más célebres fueron las lagunas de Guatavita,
Siecha, Ubaque y Fúquene consideradas lugares sagrados. En Sogamoso se
encontraba el templo del Sol, el principal de los indios muiscas.
Los muiscas por lo general rendían culto a los muertos y como creían en la
inmortalidad del alma los enterraban con alimentos, joyas, vestidos, etc. La muerte
era concebida como el comienzo de un viaje que los conduciría a un mundo
parecido al de ellos y en donde la vida sería fácil y difícil, de acuerdo con el
comportamiento que hubieran tenido en esta vida.
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La religión tenía también prácticas muy crueles; al Sol le ofrecían como sacrificio
niños y mancebos que alimentaban con esmero. En Gachetá cada semana se
sacrificaba un muchacho sobre una piedra como ofrenda a los ídolos.
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