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648 FILOSOFIA DE LA POLITICA de Conrado II, 1037), una decisién con la que el monarca pudo devolver en cierto modo a la gran aristocracia feudal el golpe sufrido un siglo y medio antes, a pesar de que semejan- te acto, al perfeccionar la disgregacién del si: tema feudal italiano, consagré una fragmen- tacién que debia perdurar por siglos, identi- ficandose con la atomista experiencia comu- nal. Es muy facil, en efecto, identificar en el edicto de Milan de 1037 la premisa de la expe- riencia siguiente de las comunas citadinas como nuevo modo de organizarse de la peque- fia y media feudalidad italiana. En aquellos lugares en donde las tierras que no sufrieron esa fragmentacién estabili- zada y definitiva pudieron recuperar mas rapidamente, con la ayuda de otros medios, su organizacién nacional unitaria a través del resurgimiento de la institucién monarquica, la experiencia histérica italiana estuvo con- denada, por la pulverizacién del sistema feu- dal como instrumento de gobierno local, a una ampliamente secular pulverizacion politica. BiBLiocRaria: P. Anderson, Transiciones de la Antigiiedad al feudalismo (1974), Madrid, Siglo XXI, 1979; M. Bloch, La sociedad feudal (1939- 1949), México, UTEHA, 2 vols.; R. Boutruche, Seftorio y feudalismo (1968-1970), Buenos Aires- Madrid, Siglo XXI, 1973-1979, 2 vols.; R. Bran- coli Busdraghi, La formazione storica del feudo lombardo come diritto reale, Milan, Giuffré, 1965; J. Dhondt, La alta Edad Media, en Histo- ria universal, vol. 10, México, Siglo XX1, 1971; J. Godechot y otros, La abolicién del feudalismo en el mundo occidental (1971), Madrid Siglo XX1, 1979; C.E. Labrousse y otros, Ordenes, estamen- tos y clases (1973), Madrid, Siglo XXI, 1980; J. Le Goff, La baja Edad Media, en Historia univer- sal, vol. 11, México, Siglo XXI, 1971; K. Lehmann, Die langobardische Lehenrecht, Gotinga, Die- trich, 1896; F.G. Maier, Las transformaciones del mundo mediterraneo. Siglos II-VII, en Histo: ria universal, vol. 9, México, Siglo XXI, 1972; H. Mitteis, Le strutture giuridiche e politiche dell’eté feudale (1933), Brescia, Morcelliana, 1962; J.L. Romero, La revolucién burguesa en el mundo feudal, México, Siglo XXI, 1967; J.L. Romero, Crisis y orden en el mundo feudoburgués, Méxi- co Siglo XXI, 1980. [PAOLO COLLiva] filosofia de la politica 1, CONCEPTO DE FILOSOFIA poLttica. No es tarea facil establecer con claridad y precisién qué cosa se entiende o se debe entender con “f. de la politica” (o f. politica como es preferi- ble decir siguiendo el uso comin). Es tan grande la variedad de opiniones a este pro- posito, que el mejor camino que se puede seguir no parece ser el de proponer, como punto de partida, una definicion a priori o convencional sino una definici6n del tipo que actualmente se !lamaria ostensiva, tomada del trabajo realizado por los historiadores del pensamiento politico, del material recopila- do por éstos, remontandose de los casos par- ticulares al problema general, el problema de lacxistencia y de la posibilidad misma de una consideracién filoséfica del fenémeno politico. Ahora bien, entre las muchas preguntas que vienen a la mente cuando uno se coloca en esta perspectiva, se presentan inmediatamen- te algunas de cardcter destacadamente criti- co, que afectan y ponen, por asi decirlo, en tela de juicio los mismos canones de Ia histo- riografia, los criterios seguidos por los his toriadores de las doctrinas politicas para deli- mitar el campo de su investigacion y para exponer y discutir las ideas y los autores que consideran cada vez. Una primera pregunta libre de prejuicios podria ser, por lo tanto, ésta: ¢Con qué premisas explicitas o implici- tas se cligen estas “ideas” y se hacen objeto de reconstruccién y de historia? ¢Por qué (usando los 1érminos mas simples) a algunos autores se les considera “politicos” y se les juzga merecedores de ser incluidos en esta “historia”, y se excluye en cambio a otros, 0 se les cataloga con otras etiquetas, como auto- res de teorias economicas 0, de una manera mas general, de teorias sociales? Y gqué rela- ciones exactamente intervienen entre estas tres grandes categorias que se nos presentan y en qué medida las ideas politicas difieren propiamente de las otras dos? ¢Quiénes son, en esencia, los escritores “politicos”, qué razones y qué caracteristicas nos permiten lamarlos asi? Una vez hechas estas pregun- tas inmediatamente surge de manera espon- tinea otra pregunta: suponiendo que sabemos quiénes son, ¢qué cosa hacian o pretendian FILOSOFIA DE LA POLITICA 649 hacer estos escritores politicos? ¢Se propo- nian unicamente estudiar, analizar, describir el fendmeno politico, o bien pretendian tam- bién evaluarlo? Y si lo evaluaban, gcon qué escala de valores lo hacian, con qué objeto? (Para recomendar o propugnar un tipo ideal y perfecto de relacién politica, de estado, o simplemente para sefialar remedios, correc: ciones, ajustes a la realidad politica existen- te? De este modo llegamos a una ultima pre- gunta: Estos valores, estos ideales, que ins piraron a los pensadores politicos del pasa- do y que a través de sus obras mostraron que estaban prefiados de consecuencias, hasta el punto de provocar algunas veces revolucio- nes o cambios radicales en las vicisitudes de los hombres, ¢qué significado adquieren actualmente para nosotros, y como podemos, y debemos juzgarlos? No pretendo ciertamente que esta breve enumeracion circunscriba y abarque todos los interrogantes, todas las dudas que la lec- tura de los “‘clasicos politicos” despierta en nuestra mentalidad moderna. Creo, sin embargo, que ofrece una primera aproxima- cién, que constituye un primer paso para entender y definir la naturaleza o, si se pre- fiere, las caracteristicas sobresalientes de la disciplina que se conoce con el nombre de f. politica. Determinar la esencia propia del fenomeno politico y los elementos que los dis- tinguen en el campo mas vasto y complejo de los fenémenos sociales; valorar criticamente el método seguido cada vez por los investiga- dores que se han ocupado del mismo; evaluar las explicaciones que proponen sobre las razo- nes de esa relacién; examinar, finalmente (al menos por interés histdrico), los distintos modelos ideales de una sociedad perfecta que en cada época han inspirado y algunas veces obsesionado las mentes de los grandes pen- sadores (0 por lo menos considerados como tales por el consenso comin): estas cuatro tareas corresponden, en efecto (aunque sea en progresion inversa), a la clasificacién que Norberto Bobbio propuso recientemente sobre los diversos modos en que se ha enten- dido y puede entenderse la f. politica: como descripcion del estado éptimo, como busque- da de su fundamentacion, como identificacion de la “categoria de lo politico” y, finalmen- te, como metodologia de las ciencias politi- cas en general. A cada uno de estos modos de entenderla le corresponde un. significado diverso de la expresién f. politica. No una, sino muchas serian, por lo tanto, las defini- nes que se podrian dar de esta disciplina, ano ser que, para declarar legitima una sola, se declaren ilegitimas (y se demuestre que lo son) todas las demés. 11 FILOSOFIA POLITICA COMO DETERMINACION DEL ESTA- po ortimo. A pesar de la conclusién un poco desalentadora a que conduce, la clasificacion que hemos expuesto de manera somera pue- de resultar utilisima también para nuestros fines, y parece ciertamente confirmada por la investigacién histérica. No es dificil, en efecto, ejemplificar histéricamente, es decir asociar a nombres concretos los cuatro modos que hemos distinguido de filosofar sobre la politica. Empezando por el primero —la f. politica entendida como busqueda de optimo statu reipublicae—, el ejemplo mas antiguo, mas conocido y més Iamativo es y sigue siendo la Republica platonica, modelo ideal de estado construido mediante un pro- cedimiento légico abstracto y deductivo, con una serena indiferencia sobre las posibilida- des de su realizacion efectiva. En la misma senda de Platon se pueden agrupar en estas categorias de filésofos politicos a todos los utopistas, descriptores y tedricos también ellos de modelos de sociedad perfecta: mode- Jos en que el historiador moderno descubre con ojo critico reflejos algunas veces dolien- tes de experiencias concretas, pero que expre- san todos de igual manera siempre la certi- dumbre de dar una solucién definitiva al pro- blema politico, solucion fundada en un valor supremo y absoluto de justicia, Por esta ulti- ma razén se pueden incluir, ademas, en esta categoria, escritores menos radicales que Pla- ton y que los utopistas, dispuestos (como por ejemplo Cicerén 0 Tomas de Aquino) a reco- nocer la divergencia entre la teoria y la prac- tica, mas no a renunciar por esto a sefialar en el ordo iustitiae la condicion unica con la que puede realizarse un ordenamiento social y politico perfecto. Se podrian finalmente afiadir también a esta categoria autores que, aunque rechazan desdefiosamente la imputa- cién de utopismo, consideran, sin embargo, posible sefialar como meta ultima de las lar- gas penalidades de la humanidad la liberaci6n de las cadenas de la explotacion y de la opre- 650 FILOSOFIA DE LA POLITICA si6n: recuérdese la “transicién del reino de la necesidad al de la libertad” preconizado por los marxistas, o también las muchas for- mas “‘contestatarias” que vemos en nuestros dias. Si la caracteristica coman de los teéri- cos del estado perfecto consist{a en creer que poseian un criterio de valor absoluto, la caracteristica comin de los contestatarios modernos es la conviccién de poseer un cri- terio de disvalor seguro, que permite la con- dena inapelable del orden existente, dejando indeterminada la creacién de un orden nue- vo, libre de los defectos pasados. Seria super- fluo aitadir que esta dltima observacién se ha hecho aqui por el mero gusto de lo paradéji- co (como paradéjico es el término “utopia al revés” con que Bobbio designa esta actitud mental) y que, excepcién hecha de algiin fiel retrasado de la “gran tradi © Strauss, o de algun profeta mesidnico de una nueva condicién humana, ya son pocos los que se atreven a atribuirle a la £. politica Ja tarea de elaborar una teoria del estado 6ptimo. IIL FILOSOFIA POLITICA COMO BUSOUEDA DEL CRITERIO DE LEGITIMIDAD DEL PODER. Es mucho menos ambiciosa, mds rica y compleja, en efecto, la segunda categoria en que, como se dijo, se pueden agrupar los escritores politicos que, en lugar de teorizar un modelo de estado ideal, se han propuesto analizar el fundamen- to de la relacién politica, las razones de la relacién de dependencia que esto implica, en una palabra, determinar el por qué del esta- do, los motivos que explican la obediencia que los hombres prestan o recusan al poder. El objeto de la investigacién ya no es el estado 6ptimo sino lo que se Hama, con un vocablo desusado, pevo que recientemente ha cobra- do actualidad, su “legitimizacion”: problema que muy bien se puede decir que mancomu- na a pensadores antiguos y modernos, a pesar de las variadisimas soluciones que en cada ocasién se han dado del mismo y que, como es sabido, Max Weber traté de clasificar con su merecidamente famosa tipologia de las tres legitimidades: tradicional, carismatica y racional. En nuestra opinién, no reviste una importancia particular el hecho de que la legi- timacién del poder deba buscarse en su ins- titucién divina o bien en una determinacién humana consciente, en el culto al pasado o en un calculo utilitarista, en el derecho de la san- gre o en el consenso popular: lo que interesa es el recurso a un determinado principio (0 aun conjunto de principios) —a una “ideolo- gia” particular, como se dice actualmente— para justificar, exigir o impugnar el respeto debido al detentador o a los detentadores del poder. En ese sentido, se pueden designar como ideologias tanto la teoria patriarcal de Filmer como la del contrato social de Hobbes, Locke y Rousseau: a este tltimo escritor se le debe considerar tal vez, por otra parte, como el primero que distinguié claramente, desde el principio mismo de su obra mds importante, entre la existencia del poder y la legitimacion. Pero, ya que precisamente estas teorias se apoyan en una premisa de valor, se podria preguntar: no son una simple subes- pecie de las relativas al estado éptimo, al esta. do ideal, que después de todo también son leologias, inicamente desarrolladas de una manera mas amplia y completa? La diferen- cia es sutil, pero, es sin embargo, importan- te, porque las teorias de la legitimacién per- miten una amplitud de interpretacion y de aplicacién mucho mayor que las del estado optimo: se limitan de ordinario a sefalar las condiciones que el poder debe acatar para ser (o merecer ser) aceptado como valido, dejan- do indeterminados los modos en que se pue- den realizar de hecho estas condiciones; recuérdese la variedad y multiplicidad de los sistemas politicos justificados actualmente en nombre del “principio democratico”. No son raros los casos en que sobreviven juntos prin- cipios de legitimidad muy diversos, sobrepo- niéndose unos a otros, sin que los hombres se den cuenta plenamente de su distinta pro- veniencia y de su posible imcompatibilidad; recuérdese la formula “por la gracia de Dios y la voluntad de la Nacién” que hasta ayer se acogia en Italia como principio de legitima- cion de la monarquia constitucional. Desde este punto de vista, la f. politica es, en conse- cuencia, una ideologia 0, mejor dicho, una teo ria de la ideologia: en su mismo nombre sé halla contenida su definicién, aunque tam- bién, para muchos, su condena. IV. FILOSOFIA POLITICA COMO ESPECIFICACION DE LA CATEGORIA DE LO PoLitico. La tercera acepcién posible de la f. politica es, como se dijo, la determinacién del concepto general de polt- FILOSOFIA DE. LA POLITICA tica, de lo que caracteriza el fenomeno poli- tico y lo hace tal, distinguiéndolo y diferen- cidndolo de los demas fenémenos sociales. En este punto el pensamiento vuela hasta Croce que, en un ensayo famoso, sefialaba en el des- cubrimiento de la “autonomfa de la politica” precisamente el comienzo de la f. politica en sentido estricto: autonomia que significé identificacion de las caracteristicas propias de la actividad politica y de las leyes que la gobiernan y que son distintas de (y algunas veces opuestas a) las propias de otras activi- dades humanas, y marcadamente distintas de las de la moral. Seguin Croce el autor de este descubrimiento fue Nicolas Maquiavelo, y, debido a la gran resonancia que tuvo entre nosotros la ensefianza de Croce, ha prevale- cido ciertamente esta acepcion en nuestra dis- ciplina (dentro de Italia). Es necesario, sin embargo, poner de manifiesto de una vez por todas los limites y (para llamar las cosas por su nombre) la parcialidad de la tesis crocia- na, que conduce ante todo (de lo que dan fe las mismas palabras de Croce) a una parad6- jica deformacion historica. ¢Quién se atreve- ria actualmente, siguiendo los pasos de Cro- ce, a empezar la historia de la f. de la polfti- caa partir de Nicolas Maquiavelo, a buscar- la en los tediosos escritos de los tedricos de la raz6n de estado, a seguirla a través de Vico y de Galiani, excluyendo de ella a Rousseau, y concediendo s6lo un modesto lugarcillo a Hegel y a Marx? Para ser justos y reconocer como fildsofos politicos a Aristételes o Mar- silio de Padua, Jean Bodin o John Stuart Mill, es necesario admitir que también filosofan sobre la politica otros autores de tipo no maquiavélico, autores que admitian o soste- nian explicitamente las intimas relaciones de interdependencia que unian la politica con otros muchos aspectos de la experiencia prac- tica; aunque también éstos debian tener su nocién, aunque confusa, de lo que era la poli- tica, si no se atrevian a describir sus carac- teristicas y a sefalar sus confines. Sigue cier- tamente formando parte de las tareas del investigador la exigencia de aclarar de parti- da, al estudiar a un pensador politico cual- quiera, el concepto que tiene de la politica, y sigue siendo cierto que el concepto que Maquiavelo se formaba sobre la misma cons- titufa sin lugar a dudas una ideologia (una ideologia por lo demas muy antigua): la ideo- 651 logia de la fuerza como elemento constituti- vo y al mismo tiempo legitimante del estado. No carece, por lo tanto, de significado el hecho de que precisamente como seguidores de semejante ideologia hayan podido recibir el nombre de “maquiavélicos” algunos teéri- os politicos cercanos a nosotros, como Mos- ca y Pareto, para los que la esencia del fend- meno politico consistia en la imposicion del poder por parte de una minoria sobre la mayoria, y dentro de este contexto no se pue- de pasar por alto otra teoria mucho mé reciente, que considera encontrar la catego- ria de lo politico en la relacion amigo- enemigo, en la solidaridad de grupo frente al reto o la amenaza de un adversario: teoria for- mulada hace unos treinta afios por un escri- tor nazi (Carl Schmitt), y continuada recien- temente por dos filésofos politicos, francés el uno (Julien Freund), italiano el otro (Ser- gio Cotta). También en este caso se le asigna a la f. politica la tarea de determinar las caracteristicas diferenciales del fendmeno politico, que se reduce, en ultima instancia, a una relacion de fuerza. V. FILOSOFIA POLITICA COMO METODOLOGIA DE LAS CIEN- c1as poutricas. Llegamos asi a lo que para las orientaciones filos6ficas mas modernas y agu- das constituye el cuarto y mas correcto modo de entender la f. politica: de entenderla como una simple metodologia, como una reflexion critica sobre el discurso politico, ya sea éste el discurso del cientifico moderno o bien el de los te6ricos politicos del pasado. La f. poli- tica se presenta aqui como una investigacin de segundo grado, que tiende a analizar, acla- rar y clasificar el lenguaje, los argumentos y los propésitos de todos los que han hecho 0 siguen haciendo de la politica un objeto de discusion y de estudio. En este sentido se pue- de hablar de la [. politica como de una “meta- ciencia”, o sea de una comprobacién riguro- sa de los procedimientos con que se lleva a cabo la investigacion de la ciencia politica empirica; hablando mas en general, se le pue- de atribuir la tarea de encontrar los elemen- tos del pensamiento polftico tradicional, pen- samiento que se presenta precisamente al andlisis como “impuro” desde el punto de vis- ta metodoldgico, como resultado, en la mayo- ria de los casos, de la confluencia de tres pro- positos muy diversos, y que son: al la adop- 652 cién de conceptos no siempre comprobados criticamente; b] una descripcién que dice ser objetiva y “evaluativa” de situaciones reales y de las leyes que rigen su curso, y finalmen- te, c] una indicacién de los fines a los que tien- de o deberia tender la actividad politica, fines que por su parte se usan como cartabén para discernir y juzgar la realidad politica existen- te. Entendida de este modo, y solo de este modo, la f. politica parece poder tener toda- via cierta posibilidad de justificacién a los ojos de algunos filésofos modernos; pero todos se dan cuenta de que esta justificacion se obtiene a costa de eliminar como ilegitimos ‘ocarentes de significado los tres modos res- tantes, mds o menos tradicionales, en que, como hemos visto, se la ha podido concebir. Eliminadas las dos primeras acepciones, 0 mas exactamente englobadas bajo el nombre de ideologias: posiciones apodicticas de valor no susceptibles de un discurso controlado y significativo; subsumida la tercera en el ana- lisis del lenguaje y en la tarea, confiada pre- cisamente a la f. politica, a la que le corres- ponderia, como metaciencia, depurar como primera cosa el concepto de politica y deli- mitar el campo en que se ejerce, o puede ejer- cerse, la investigacion empirica. No es difi- cil descubrir en estas tesis radicales el influ- jo de las corrientes neopositivistas que pre- dominan en la actualidad en la filosoffa del mundo occidental, y de la polémica “antime- tafisica” que las inspira y la caracteriza. VIL FILOSOFIA POLITICA Y ANALISIS DEL LENGUAJE. Al final de este rapido recorrido panordmico no se puede dejar de concluir que es preciso par- tir de esta Ultima posicién examinada, pero no para aceptar supinamente sus conclusio- nes sino més bien para desandar, por asi decirlo, el camino y ver si es posible legar a un juicio mAs caritativo y positivo sobre los modos tradicionales de concebir la f. politi- ca. No es posible, en efecto, prescindir en la actualidad de la clarificacién preliminar del lenguaje que es una exigencia fundamental del pensamiento filos6fico moderno, lo dis- tintivo de lo que, sin exageracién, se ha Ila- mado una verdadera revolucion en el modo de filosofar. Podria suceder, sin embargo, que el analisis del lenguaje politico condujera a resultados todavia mas radicales de lo que se deduce de las observaciones de los neoposi- FILOSOFIA DE LA POLITICA tivistas; que condujera a reconocer que cual- quier discurso politico esta (0 por lo menos lo esta en la situacién actual) condicionado por el lenguaje que uno debe utilizar; lenguaje que (como se ha visto) es un lenguaje “impu- ro”, o tal vez seria mejor decir un lenguaje “de muchas dimensiones”; un lenguaje que, en el acto mismo en que se usa, cumple fun. ciones diversas: designa y evaliia, describe, y al mismo tiempo también prescribe (aunque sea de manera inconsciente), y esto por la sen- cilla razon de que los vocablos que utilizan tienen ya de partida un tinte emotivo, son palabras “cargadas” que encierran una con- notacién apreciativa que no es posible (o por lo menos no ha sido posible hasta ahora) eli- minar. Los ejemplos que vienen a la mente son numerosos: basta recordar el uso que se da corrientemente al hablar de politica a pala- bras como “libertad” o “igualdad”, que desig- nan al mismo tiempo un hecho y un valor 0 la posibilidad de darle al mismo hecho poli- tico un significado distinto y algunas veces opuesto Ilaméndolo con un nombre més bien que con otro (“‘castigo”-“represién”, “fuerza” “violencia”); basta reflexionar en la incerti dumbre que reina todavia acerca del signifi- cado exacto de términos como “poder” y “autoridad” y su delimitacion reciproca; bas- ta recordar jo que se dijo poco antes a pro- pésito de la dificultad de definir con preci- sién lo que se entiende por “politica”. VIL FILOSOFIA POLITICA Y CIENCIA POLITICA. Conside- rada desde este punto de vista, la F. politica se presenta ciertamente, pues (y se puede definir provisionalmente, en la cuarta acepcion que hemos mencionado), como una operacion cri- tica que tiende a cuestionar cualquier discur- so (cualquier investigacion 0 razonamiento) que tenga por objeto la politica. Como tal se distingue, por lo tanto, principalmente (y esta distincién es tal vez, en el momento actual, la més importante) de la llamada “ciencia politica”, de las orientaciones que prevalecen actualmente en el estudio de los problemas politicos y sociales, y se distingue, habria que anadir, por el hecho de colocarse frente a la ciencia politica no siempre (como se cree) en una relacién de integracién reciproca sino algunas veces también en una relacién de cla- ra oposicién: porque muy bien puede suceder que la critica filoséfica no se limite a escla- FILOSOFIA DE LA POLITICA recer y a afinar los procedimientos y los ins- trumentos de la investigacién cientifica sino que impugne y Iegue a hacer vanos sus pro- Pésitos: o sea, puede suceder (usando una metafora muy favorecida actualmente por los defensores de la filosofia como “metacien- cia”) que la “terapia” en lugar de curar lle- gue a matar al paciente. No es éste el lugar para examinar con detalle la naturaleza y los supuestos de una ciencia que en estas tiltimas décadas ha encontrado amplio consenso y es objeto de un asiduo esfuerzo por parte de insignes investigadores. No se trata tampo- co de levantarle un proceso, enumerando las objeciones que se les puede hacer (y que, hechas, dan lugar actualmente a apasionadas discusiones) a los tres supuestos fundamen- tales (la empiricidad, la no prescriptividad y la evaluatividad) de acuerdo con los cuales esa ciencia trata de legitimarse y de incorporar- se entre las ciencias mas desarrolladas. La objecién fundamental sigue siendo la mencio- nada anteriormente: la ambigtiedad del len- guaje que se refiere al fendmeno politico, y la incapacidad hasta ahora aparente de la ciencia politica para crearse un lenguaje apro- piado, 0 sea (como el de las ciencias exactas) sin ninguna resonancia evaluativa, “‘esterili- zado” y meramente factual. Ya he citado algu- nos ejemplos de vocablos “pluridimensiona- les” que aparecen frecuentemente en el len- guaje politico: quisiera afiadir ahora que las tentativas realizadas hasta el presente por los politélogos de reducir estos vocablos a un sig- nificado tinico no me parecen haber sido coro- nadas por el éxito. Es de ayer una interesan- te polémica (Rivista de filosofia, wv-.vi, 1964- 1965) sobre la posibilidad de dar una defini- cién “neutra”, cientifica, y por lo tanto obje- tivamente valida del concepto de libertad poli- tica. La conclusién a la que ha llegado uno de sus mas fervientes sostenedores, Oppenheim, es por si sola suficiente para dejar perplejos sobre las ventajas de semejante reduccionis- mo, pues, en opinion de Oppenheim, seria absurdo discutir si hay mas libertad en una democracia o en una dictadura. Es sélo cues- tion de distribucion: en una dictadura Ia liber- tad es la del dictador, en una democracia la de los ciudadanos. Cosa que puede ser cierta también desde el punto de vista empirico, pero esto no quita que la palabra libertad siga perturbando y embriagando los corazones: y 653 no se ve por qué valga la pena discutir de poli- tica sino se trata de entender las razones por las que esto sucede. He citado el otro caso, también altamente significativo, del distinto tinte emotivo que puede darse al mismo hecho recurriendo a palabras diferentes: el uso o mal uso que en nuestros dias le dan a este expediente los que “impugnan”’ el orden establecido es un ejemplo de esto. Al llamar represién al castigo y violencia a cualquier intervencién coercitiva de los organos esta- tales, interpolan un juicio de valor (o mas exactamente de disvalor) en lo que pretende ser meramente la descripcién de un hecho: a decir verdad, los politélogos, desconfiados como son de cualquier connotacién normati- va de los fenémenos sociales, no se muestran muy sensibles ante la diferencia cualitativa, y no solo cuantitativa, que se establece entre clejercicio arbitrario de la fuerza y la fuerza ejercida en nombre de la ley. Pero el ejemplo mas probatorio y decisivo de la imposibilidad que tiene el politologo de prescindir, en la determinacién misma de su propia tarea, de la adopcién de una posicion evaluativa (0, si se prefiere, ideolégica) se puc- de encontrar en la atribucién realizada por éste, en el punto de partida, de un significa- do particular y especifico a la palabra “‘poli- tica’’: atribucién no menos apodictica y pre- juiciosa de lo que era la de los filésofos poli- ticos del pasado. Atribuir a determinados fendmenos el cardcter politico no es de hecho otra cosa que darles una importancia parti- cular respecto de los demds fenémenos, importancia que es por si misma una conno- tacién de valor. La palabra “politica”, deri- vada originalmente de la experiencia carac- teristica del mundo griego, se ha ampliado o restringido de diversas maneras para desig- nar experiencias muy distintas (recuérdese la traduccién medieval de polis por civitas vel regnum). Considerada durante largo tiempo como arte suprema del “bien vivir", como ciencia coordinadora y “arquitecténica”’ de Ja convivencia humana, la politica se redujo por obra de Maquiavelo a mera “gramatica de la obediencia”, por obra de Locke a sim- ple seguro sobre la vida y las posesiones. Varia su competencia de acuerdo con los tiempos y con los lugares: aspectos de la vida que un dia se consideraban politicos ya no los. son en la actualidad; las convicciones religio- 654 FILOSOFIA DE LA POLITICA sas de los ciudadanos, irrelevantes para el estado moderno, no lo eran para el estado confesional; las relaciones econémicas, con- sideradas politicamente indiferentes por un liberal, no lo son ciertamente para un mar- xista. Definir la politica es, por lo tanto, en si mismo adoptar una posicién acerca de los fines de la actividad humana, es establecer una jerarquia entre las diversas formas de la vida asociada, es, en una palabra, una elec- cién de valor, prefiada de consecuencias prac- ticas e indicativas de una vision particular de la vida y del hombre. ¢Cémo no preguntarse, entonces, si el concepto moderno de ciencia politica, si la tentativa de estudiar ‘‘cientifi- camente"’, o sea de una manera totalmente desapegada e imparcial, una determinada esfera de relaciones humanas designadas como “politicas" no son también resultado de una decisién, la sefial, digamos, de una ideo- logia en particular? A este paso se termina- ria por darles la raz6n a sus criticos mas encarnizados, a cuyos ojos la ciencia politica occidental, con su ideal de una “politica cien- tifica” que la caracteriza y la inspira, no es otra cosa que el producto de un contexto his- torico y social perfectamente determinado. Desaparecida su pretension de “cientifici- dad”, a la ciencia politica no le quedaria otro remedio que esperar sobrevivir como f. polf- tica del mundo contempordneo, VII. FILOSOFIA POLITICA E IDEOLOGIA. Si el andlisis del discurso politico conduce o puede condu- cir a conclusiones tan singulares, es obvio que la reflexion filoséfica no puede detenerse aqui, porque reconocer el cardcter evaluati. vo 0 ideolégico de este tipo de discurso hace surgir en la mente un problema mas, el del porqué de ese caracter, o sea la exigencia de entender las razones por la que la calificacion politica es una calificacién evaluativa y no solo descriptiva, de encontrar una explicacién de las decisiones que los hombres toman al atribuirles a algunos fenémenos una impor- tancia politica que excluyen en otros y, sobre todo, de establecer exactamente qué cosa sig- nifica esta atribucién, cuales son sus conse- cuencias y cual es, en una palabra, realmen- te la puesta en juego. A estas preguntas res- pondian sin duda, o trataban de responder, las f. politicas tradicionales: las que, enume- radas en las dos primeras categorias recién examinadas, vimos someramente descritas como francas ideologias. Finalmente, hay que enfrentar, por lo tanto, cara a cara, el uso (0 el abuso) que se hace corrientemente en la actualidad de esa palabra, y preguntarse con qué fundamento nos libramos por medio de ella de las imponentes construcciones concep- tuales a las que hace algiin tiempo nos acer- cAbamos con mayor respeto. De acuerdo con una definicion generalmen- te aceptada ahora, se entiende por asercién ideolégica ‘un juicio de valor disfrazado de, © cambiado por, una asercién de hecho”. De acuerdo con esta definicién todas o casi todas las f. politicas del pasado son, por lo tanto, ideologias y programas ético-politicos camu- flados de teorias cientifico-filosdficas, y la tarea del investigador moderno consiste en “desenmascararlas” poniendo al desnudo entre otras cosas los intereses concretos y algunas veces sordidos que se ocultaban bajo esas construcciones, y que éstas trataban de defender o de consagrar, pretendiendo pre- sentar como verdades irrefutables (porque se podian demostrar empirica o deductivamen- te) algunas premisas necesarias 0 utiles para convalidar un determinado sistema de rela- ciones politicas y sociales. No hay duda de que, por este camino, se puede llegar a reali- zar una verdadera obra de desmantelamien- to de las teorias politicas mas célebres, un verdadero jeu de massacre! Tomese por ejem- plo la doctrina aristotélica de la desigualdad “natural” de los hombres: gquién podria negar que esa doctrina sirvié a las mil mara- villas para justificar la institucion de la escla- vitud? Y cuando Aristételes afiade que la naturaleza misma parece haber hecho mas robustos los cuerpos de los esclavos, desti- nandolos a las fatigas mas pesadas, no esta claro tal vez que disfraza con un juicio de hecho lo que en realidad era un triste prejui- cio de los antiguos? O bien tomese el cjem- plo de la teoria del contrato social: proyec- tando hacia el pasado el origen del estado, y descubriendo ese origen en un acto delibera- do y consciente de los distintos elementos del mismo, ¢sus teoricos no partian tal vez de la premisa de valor —la atribucion al individuo de un derecho original a la libertad y a las po- sesiones— tratando de corroborarla con una referencia a un hecho que se hab{a llevado a cabo tnicamente en circunstancias histéricas FILOSOFIA DE LA POLITICA 655, y ambientales particulares? En casos como éstos, y en otros que se podrian citar atin, es perfectamente exacto decir que los filésofos politicos del pasado camuflaban con teorfas cientificas sus programas ético-politicos y dis- frazaban con una asercién de hecho lo que en realidad era un juicio de valor. IX. FILOSOFIA POLITICA Y TEORIA DE LOS VALORES. Y sin embargo, viendo bien las cosas, la expli- cacion propuesta disfraza un poco los inten- tos y la obra misma de los que hace tiempo filosofaban sobre la politica. Para empezar, se debe sefialar que no todos atribuian a los “hechos” la funcion de prueba decisiva y defi- nitiva que se les imputa. Se podrian citar has- ta casos de filésofos politicos que desde el principio descartan los hechos como irrele- vantes para sus propésitos: Grocio, por ejem- plo, que declara en los Prolegomeni al De iure belli ac pacis querer estudiar el derecho “prescindiendo mentalmente de cualquier cir- cunstancia particular”, o bien Rousseau, que al principio de su Discurso sobre la desigual- dad proclama: “Empecemos dejando de lado todos los hechos, porque no tienen nada que ver con el problema”, o, finalmente, el mas significativo de todos, Kant, que al presentar el contrato social como criterio de legitimi- dad del estado afiade expresamente que se trata no de un acontecimiento real sino de un principio normativo: “‘simple idea”. Pero no es s6lo porque los filésofos politicos del pasa- do atribufan a los hechos un peso distinto del que nosotros estamos inclinados a atribuir- les que sus construcciones resisten el “desen- mascaramiento” que pretenden realizar los modernos. El punto verdaderamente impor- tante es otro: que las que nos parecen ser (0 pretenden ser) “pruebas” no eran en realidad pruebas sino “razones"’; aquellos filosofos, en otras palabras, no intentaban describir hechos sino prescribir decisiones, propugnar valores, y sabian muy bien (mejor tal vez de lo que creemos saber nosotros) que los valo- res no se “prueban’” sino que se “proponen”, se “argumentan”, se “ensefian”, se “atesti- guan”, no apelando tnicamente (como con demasiada facilidad estamos inclinados a creer en la actualidad) a los instintos, a las emociones, al lado irracional del hombre sino a su capacidad de entender y de razonar, de corregir los instintos, de dominar las emocio- nes, para llevar a cabo decisiones, para juz- gar la realidad politica, para aceptarla, para mejorarla y, si era necesario, para rechazar- lay transformarla. Un solo ejemplo podria bastar para aclarar e ilustrar este punt de la llamada doctrina del derecho natural, que con frecuencia ha sido interpretada erré- neamente por sus criticos como una afirma- cién sobre lo que es la naturaleza del hombre, en tanto que en sus mas elevados sostenedo- res es mas bien una reivindicacién de lo que deberia ser considerado y respetado en el hombre. Decir que los hombres son iguales por naturaleza, sefialaba Lincoln en uno de sus mas nobles discursos, no significa que sean iguales de hecho (lo que seria una locu- ra) sino que deben ser tratados como poten- cialmente iguales, y que sdlo es legitimo el ordenamiento politico en que las desigualda- des de hecho no constituyen un factor de dis- criminacion. Las filosofias politicas tradicionales son, por lo tanto, discursos sobre los valores y no discursos sobre los hechos, ya sea que se tra- te de aquellas (aunque menos frecuentes) que elaboraban modelos de estado ideal o de aque- las (mucho mas numerosas) que buscaban las razones, el porqué de la relacion politica y proponian criterios de legitimacién de las relaciones existentes, o socababan sus bases en nombre de valores nuevos y revoluciona- rios. Reconocer la validez de este modo de filosofar no significa de ninguna manera negar la posibilidad del otro enfoque, “cien- tifico”, o si se quiere “moderno”, del proble- ma politico del que hemos hablado. Signifi- ca simplemente reconocer que hay dos modos de abordar y ver el problema: que (usando una formula algo rancia y escolastica, pero siempre oportuna) hay dos preguntas distin- tas que se pueden hacer acerca de la realidad que nos rodea: una sobre el “‘cémo” y otra sobre el “porqué”. El politélogo, si est cons- ciente de los limites de su horizonte y de las dificultades que se derivan de la imperfeccién de los instrumentos de que dispone, tiene el pleno derecho de plantearse como objeto de su investigacién el conjunto de fendémenos que, separados de la esfera ms amplia de los fenémenos sociales, se consideran, en el momento en que desarrolla su trabajo, como fenémenos politicos. Pero también tiene el deber de admitir que esos mismos fenémenos 656 pueden ser objeto de una investigacion de un tipo radicalmente distinto; que la existencia misma de ese “poder” que él toma como dato ultimo e incontrovertible de dichos fenéme- nos, “existe” sélo en cuanto hay hombres que lo reconocen y lo convierten en tal. Y para que los hombres lo reconozcan y lo conviertan en tal, es necesario que existan razones (el mie- do, la vileza, la cobardia, dirian algunos; la conviccién, la aceptacién consciente y razo- nada, dirian los otros) para que se sometan y obedezcan sus mandatos. Estas razones son y no pueden dejar de ser el objeto de la £. de la politica, que se presenta, de esta manera, precisamente como la entendian los que durante tantos siglos la practicaron: como una investigacion critica sobre la naturaleza de la obligacién politica, como una investiga- cién sobre un problema que, a pesar de la diversidad de los tiempos y lugares, y a pesar de la diversidad de las soluciones propuestas, ha permanecido esencialmente sin variar, porque de él depende gran parte de nuestra experiencia, y no sélo de nuestra inevitable condicion de ciudadanos sino de nuestra toda- via mas inevitable condicién humana. X, NATURALEZA DE LA OBLIGACION POLITICA. Segtin parece son esencialmente tres los problemas que se plantean a la consideracién filos6fica sobre la naturaleza de la obligacién politica. Los sefialaré brevemente a modo de con- clusi6n. EI primer problema se refiere al significa- do que hay que darle a la misma palabra “obligacion” en la expresién propuesta: si se debe entender con esta expresién simplemen- te la situacién del que, en un contexto politi- co (entendido en el sentido mas amplio de relacién de dependencia de un poder consti- tuido), se ve inducido a adoptar cierto tipo de conducta por la existencia de una sancién, o bien, si se debe entender, en cambio, como la condicién de aquel al que le parece deseable, necesaria u “obligatoria” esa conducta inde- pendientemente de la posibilidad de su impo- sicién coactiva por parte del poder superior. La primera interpretacion (casi no seria nece- sario recordarlo) corresponde a la aceptada tradicionalmente por los juristas para sefia- lar la caracteristica de la obligacién juridica: el elemento de la sanci6n (0 de la coercibili- dad) es un lugar comin de la distincién entre FILOSOFIA DE LA POLITICA derecho y moral. Aunque no hay nadie que no se dé cuenta de que la obligacién politica entendida en el primer sentido no es mas que un nombre para describir una condicion de hecho: una situacién de hecho en que el ele- mento determinante es la posesién de la fuer- za por parte del que manda, y su capacidad de imponer el acatamiento de una determi- nada conducta a los que estan sujetos a ella. No han faltado ciertamente en la historia del pensamiento politico autores que le han dado este significado a la obligacién politica. Se puede decir que a éstos les ha respondido Rousseau en nombre de todos en un célebre pasaje. “La fuerza es un poder fisico —se lee en uno de los capitulos introductorios a El contrato social— y yo no logro comprender qué consecuencia moral pueda tener. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad; cuando mucho un acto de pruden- cia. ¢En qué sentido podria constituir un deber? Debemos pues convenir en que la fuer- za no crea el derecho, y que no se esta obliga- do a obedecer si no a los poderes legitimos. E] segundo problema esta estrechamente relacionado con el primero. Rousseau, como hemos visto, habla de una consecuencia “moral” de la legitimidad del poder. ¢Debe- remos concluir, por lo tanto, que la obligacién politica se confunde en dltima instancia con la obligacién moral? Esta es la posicién adop- tada mas comunmente por los tericos tra- dicionales y marcadamente por los seguido- res de la doctrina del derecho natural, que hacian depender precisamente la exigencia de fidelidad, dirigida al ciudadano, del valor moral encarnado en la orden del legislador. La ley “justa” obliga in foro conscientiae; las leyes inicuas magis sunt violentiae quam leges. Bastaria, sin embargo, volver a leer el Criton o dirigir nuestro pensamiento a casos todavia mas cercanos a nosotros para conven- cernos de que la obligacién politica no entra- fia en realidad la atribucién de un valor moral a todas las leyes a las que, en un contexto polf- tico, se les reconoce el cardcter obligatorio. Sécrates no deja lugar a dudas en este pun- to. Sien lugar de buscar escapatoria en la hui- da obedece a la condena injusta, es porque considera que éste es su deber como ciuda- dano de Atenas. En nuestros dias, el juez que en nombre del principio dura lex sed lex apli- ca una ley que preferiria que se reformara o FISIOCRACIA 657 abrogara, acata una obligacion distinta del que le impondria su conciencia moral. El objetor de conciencia, por otro lado, que rechaza empufiar las armas en nombre del principio de la no violencia, no impugna por ello el orden constituido ni, en la mayoria de los casos, sus otros deberes de buen ciu- dadano. Existe, por lo tanto, una diferencia sustan- cial entre la obligacién politica y los otros muchos deberes que se le presentan al hom- bre, y una de las tareas de la f. politica sin duda consiste en analizar esta diferencia, poniendo de manifiesto lo que caracteriza en primer lugar esta obligacidn y que se podria lamar su caracter inclusivo 0, por asi decir- lo, global; por el cual implica y convalida toda una serie de otras obligaciones, prescindien- do de los casos particulares ¢ imponiendo conductas que algunas veces pueden estar en abierta y tragica contradiccién con la obliga- cién moral (como en los casos de Sécrates, del juez y del objetor de conciencia). Son pocos por otra parte los que reflexio- nan seriamente en todas las consecuencias implicitas en la existencia de la obligacion politica: dispuestos en su mayoria a gozar de sus beneficios en la existencia cotidiana paci- fica, pero prestos a oponérsele de manera radical cuando los tiempos se hacen dificiles y las exigencias de la convivencia pacifica estén en contradiccién con la aspiracién de nuevos ideales. La f. politica puede conducir a la comprension mds madura y mas cons- ciente de la naturaleza de esta obligacién, y en esto consiste justamente la tercera tarea que se le puede y debe asignar. Ya que en esto precisamente se manifiesta la oportunidad y necesidad de la “argumentacién” sobre los valores mencionados anteriormente, y es la Gnica que permite juzgar la consistencia de la obligacién politica y transformar eventual- mente lo que en la mayoria de los casos es una aceptacion pasiva o un destino fortuito (la dependencia de un ordenamiento politico par- ticular, la pertenencia a un determinado esta: do) en una aceptacion deliberada y convenci- da, justificando la preferencia por un deter- minado tipo de ordenamiento mas bien que por otro. Esta es, por ejemplo, la justificacién que se podria proponer del ordenamiento democratico: no ya que se trate de “probar” que la democracia es un sistema perfecto de gobierno sino simplemente de “aducir razo- nes” para preferirla, como el sistema que, al asegurar la mayor participacién de todos en las decisiones fundamentales, hace menos probables la divergencia y el conflicto entre las obligaciones que se le imponen al hombre. como ciudadano y las que se le imponen como hombre o, por lo menos, que disminuye su fre- cuencia, mitiga sus tensiones, disponiendo un modo pacifico de resolverlos y superarlos. BiBLIOGRAFIA: E. Barker, Principles of social and political theory, Oxford, Clarendon Press, 1951; A. Brecht, Teorta politica: los fundamentos del pensamiento politico del siglo XX (1959), Barce- ona, Ariel, 1963; C.J. Friedrich, Introduzione alla teoria politica (1970), Milan, Istituto Librario Internazionale, 1971; FE. 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