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BIBLIOTECA DEL 36 REVISTAS EN LA SEGUNDA REPUBLICA ESPANOLA i ri WV. v. VL vil. vill. 1% XL x1. XII XIV. HORA DE ESPANA (22 nimeros) Valencia, enero 1937 — Barcelona, octubre 1938 ROMANCE. REVISTA POPULAR HISPANOAMERICANA (24 nimeros) México, febrero 1940 — mayo 1941 CABALLO VERDE PARA LA POESIA (4 nimieros) Madrid, octubre 1935 — enero 1936 EL AVISO. (Almanaque de CRUZ Y RAYA) Madeid, 1935 MADRID, CUADERNOS DE LA CASA DE LA CULTURA @ nimeros) Valencia, febrero 1937 — Barcelona, mayo 1938 HORA DE ESPANA XXIII Barcelona, noviembre 1938 LEVIATAN. REVISTA DE HECHOS E IDEAS (26 a6imeros) Madrid, mayo 1934 — julio 1936 CRUZ ¥ RAYA. REVISTA DE AFIRMACION Y NEGACION. (69 abimeros) Madrid, abril 1933 — junio 1936 EL MONO AZUL (46 némeros) + CUADERNOS DE MADRID (# EL MONO AZUL, 47) Madrid, agosto 1936 — febrero 1939 LOS CUATRO VIENTOS. REVISTA LITERARIA (@ némeros) Madrid, febrero 1933 — junio 1933 OCTUBRE. ESCRITORES Y ARTISTAS REVOLUCIONARTOS (6 nimeros) Madrid junio 1933 — abril 1994 NUEVA CULTURA, INFORMACION, CRITICA Y' ORIEN TACION INTELECTUAL (21 nimeros) + PROBLEMAS DE LA NUEVA CULTURA. Valencia, enero 1935 — octubre 1937 HEROE (POESIA) (6 mGimeros) Madrid, 193233 REVISTA DE OCCIDENTE. PUBLICACION MENSUAL. (157 mimeros) Madrid julio 1923 — julio 1936 Revista e Occidente Director: José Ortega y Gasset Primera Epoca Tomo 1-53 (Nos. 1-157) MADRID 1923-1936 Introduccién e indice en T. 53 TOMO 1 1977 Kraus Reprint Topos Verlag AG Nendeln Vaduz Liechtenstein Filosofia de la moda La vida como dualismo N UESTRA manera de interpretar los fenémenos de la vida nos hace sentir en cada punto de la existencia una pluralidad de fuerzas. Cada una de és- tas se nos presenta como aspirando a ser ilimitada, re hosando de su manifestacién real; pero al quebrar su infinitud contra las demés, queda convertida en mera tendencia y anhelo. En toda actividad, aun la més fecunda y que més parezca agotar su potencia, adver- timos algo que no ha podido llegar a plena exteriori- zacién. Como esto es debido a la mutua limitacién que los elementos antagénicos se imponen, resulta que, pre- cisamente en su dualismo, descubrimos la unidad de la vida integral. Porque en esta tendencia de toda ener- gia intima a transcender la medida de su manifestacién visible es donde adquiere la vida aquella caracteris- tica riqueza de posibilidades nunca agotadas que com- pleta su realidad, siempre fragmentaria; s6lo en victud de ello nos permiten sus apariencias sospechat fuerzas més profundas, tensiones mas contenidas, colisiones y paces de especie més dilatada que las patentes en el aspecto inmediato de la existencia. No es posible describir directamente este dualismo. Filosofia de la moda & Hay que contentarse con mostrarlo en cada una de las ee contraposiciones que pueblan nuestra vida, contraposiciones que aquel dualismo conforma y regu In. La base fsiolégicn de nuestro ser nos ofsece Ia primera indicacién; necesitamos del movimiento no me~ nos que de la quietud, de la productividad como de la receptividad. En la vida espiritual se prolonga esta doble exigencia y nos guia el afin de generalizacién, a la par que la necesidad de captar Lo singular; aquél proporciona la quietud a nuestro espiritu, mientras que Ja particularizacién le hace moverse de caso en caso. Lo propio acontece en la vida afectiva: no procuramos menor nuestro teanquilo sbandono a hombres y cosas, que, viceversa, la enérgica ‘afirmacién de nuestra per sona frente a unos y otras. La historia entera de la so- ciedad puede desarrollarse-al hilo de las luchas y com- promisos, de las conciliaciones lentamente logeadas y pronto deshechas que tienen lugar entre el impulso a fundirnos con nuestro grupo social y el afan de desta- car fuera de él nuestra individualidad. La oscilacién de nuestra alma entre ambos polos podré corporizarse filoséficamente en una oposicién doctrinal: de un lado, la tesis segéin la cual todo es uno; dle otro, el dogma para el que cada elemento del uni- verso es incomparable y algo aparte; podré asimismo manifestarse précticamente en el combate entre socia- lismo e individualismo; siempre se trataré de una y mis- ma dualidad, que, a la poste, se revel en la imagen bioldgica de la oposicién entre herencia y variacién. Aguélla es el agente de lo genérico, de la unidad, de Ja tranquila igualdad de las formas y contenidos vitales; 44 Torge Simmel ésta, de la movilidad, de Ia variedad de elementos particulares que producen la inquieta evolucién y trén- ain ds amt dot aditalenlotaeea Cain ame esencial que la vida ha presentado en la historia de nuestra especie significa una manera peculiar de con- seguir, dentro de su drbita, la reunién de la perma- nencia, unidad e igualdad con sus contrarios, muta~ cién, particularismo y singularidad. Moda ¢ imitacion Esta contraposicién toma también cuerpo en el orden social. Y alli, uno de sus lados suele estar sos- tenido por la propensién psiquica a la cimitaciéns. Po- dria considerarse la imitacién como una herencia psico- Logica, como el tednsito de la vida en grupo a la vida individual. Su fuerte est4 en que nos hace posible obrar con sentido y de manera conveniente, aun en los casos en que nada personal y original se nos ocurre. Podria Hamérsela la hija que el pensamiento tiene con la ex tupides. La imitacién proporciona al individuo la seguri- dad de no hallasse solo en sus actos, y, ademhs, apo- yédndose en las anteriores ejecuciones de la misma ac~ cién como en firme cimiento, descarga nuestro acto presente de la dificultad de sostenerse a si mismo. En- gendra, pues, en el orden préctico la misma peculiar tranguilidad que en el cientifico gozamos cuando hemos subsumido un fenémeno bajo un concepto genérico. Cuando imitamos, no sélo transferimos de nosotros a los demés la exigencia de ser originales, sino también la la moda # responsabilidad por nuestra accién. De esta suerte se libra el individuo del tormento de decidir y queda convertido en un producto del grupo, en un recepté- culo de contenidos sociales. El instinto imitativo, como rrincipio de la vida, caracteriza un estadio de la evo- Deegan oe eee eee adecuado por propia cuenta, pero falta atin la capaci- dad de dar a ese deseo contenidos individuales. El progreso sobre este estadio se verifica cuando, ademés de lo conocido, pasado y tradicional, comien- za el futuro a determinar el pensamiento, la accién y el sentimiento. El hombre teleolégico, es decit, el hom- bre que obra en vista de finalidades, es el polo opucs- to al hombre imitador, que actiia, no eparas logear tal o cual fin, sino meramente eporques los demés obran asi. En todos los fenémenos donde es un factor influyente, corresponde, pues, la imitacién a una de las tendencias basicas propias a nuestro ser: a aquella que se satisface en la fusién de lo singular con lo general ¥ que acentéa lo permanente en lo que cambia. Por el conteario, dondequiera que se busque el cambio en lo permanente, la diferenciacién individual, el distin- guirse de la generalidad, obraré la imitacién como un principio negative y una rémora. Ahora bien, el afén de persistir en lo conocido y hacer lo mismo y ser lo mismo que los otros es un enemigo irreconciliable del ansia opuesta, que quiere avanzar hacia nuevas y pro- pias formas de vida. Y como estos dos principios son igualmente ilimitados cada uno por «i, la vida social se convieste en el campo de batalla donde cada palmo es disputado por ambos, y las instituciones sociales ven- 6 Serge Simmel drén a ser conciliaciones—siempre efimeras—donde su petsistente antagonismo toma el cariz de una coopera~ Con esto quedan circunscritas las condiciones vita les que hacen de la moda un fenémeno constante en la historia de nuestra especie. La moda es imitacién de un modelo dado, y catisface asi la necesidad de apo- arse en la sociedad; conduce al individuo por la via ue todos Ievan, y crea un mSdulo general que redu- ce Ia conducta de cada uno a mero ejemplo de una regla. Pero no menos satisface la necesidad de distin- guirse, la tendencia a Ia diferenciacién, a cambiar y destacarse. Logea esto, por una parte, merced a la va~ riacién de sus contenidos, que presta cierta individua- Tidad a la moda de hoy frente a la de ayer o de ma- fiana. Pero lo consigue mas enérgicamente por el he- cho de que siempre las modas son modas de claic, ya que las modas de la clase social superior se diferencian de las de la inferior y son abandonadas en el momento en que ésta comienza a apropiarse aquéllas. No es de esta suerte la moda més que una de tantas formas vi- tales en que se compagina Ja tendencia hacia In igua- lacién social con la que postula la diferenciacién y va- riedad individuales. La historia de la moda se ha he- cho hasta ahora sélo desde el punto de vista de la evo- luciéit de sus econtenidoss; pero sien vez de esto se estudiase histéricamente su esignificacién» para la for- ma del proceso social, verfamos en ella la historia de los ensayos hechos paca adaptar al estado de eada cul- tura individual y social Ia satisfaccién de aquellas dos opuestas tendencias. A este cardcter esencial de la mo- Filosofia de ta moda a da se subordinan los demés rasgos pricol6gicos que en alla observamos. : Es ella, como he dicho, un producto de la separa- cién por clases, y se comporta como muchos otros fe- némenos parejos, sobre todo como el honor, cuya doble funcién consiste en formar un circulo social cerrado y, ala ves, separaclo de los demés. Del mismo. modo, el marco de un cuadro da a la obra de arte el cardcter de un todo unitario, orgénico, que forma un mundo por sy) a le par, setuando hacia fuera, rompe todas sus relaciones con el espacio en torno. La energia de estas formas es, en rigor, simple: pero no podemos expresar- Ja sino Ia dividimos en una doble actividad que opera hacia dentro y hacia fuera, Anélogamente, el honor deriva su carécter, y sobre todo sue derechos morales, de que el individuo representa y salvaguarda en su propio honor el honor de su circulo social, de su eestados. Claro es que esos derechos, desde el punto de vista de quienes no pestenecen a la clase, son te- nidos més bien por injusticia. Significa, por tanto, la moda nuestro ayunta- miento a los pares, Ia unidad de un circulo que ella define y, consecuentemente, la oclusién hermétic® de este circulo para los inferiores, que quedan caracteri- zados por su exclusién de él. Unir y diferenciar son las dos funciones radicales que aqui vienen a reuniese indisolublemente, de las cuales, la una, aun cuando es © precisamente porque es la oposicién légica de la otra, hace posible su realizacién. : 8 Forge Simmel Arbitrariedad de la moda La prucha més clara de que la moda es un mero engendro de necesidadas sociales, mejor atin, de nece- eladereacileosen oasmene" (cme: stents ten Sates lee oes aeeee seer) as tética o de otra indole que explique sus creaciones. Asi, por ejemplo, prdcticamente se hallan nuestros trajes, en general, adaptados a nuestras necesidades: pero no es posible hallar la menor huella de utilidad en as decisiones con que Ia moda interviene para darles tal o cual forma: levitas anchas o angostas, pei- nados agudos 0 amplios, corbatas negras 0 multicolo- res. A veces son de moda cosas tan feas y repelentes, que no parece sino que Ia moda quisiese hacer gala de su poder mostrando cémo, en su servicio, estamos dispuestos a aceptar lo més horripilante. Precisamente, la arbitratiedad con que una vez ordena lo que et itil, otra lo incomprensible, otra lo estética 6 précti- camente inocuo, revela su perfecta indiferencia hacia las normas précticas, racionales, de la vida. Con lo cual nos transfiere a la dinica elase de motivaciones que restan excluidas las antedichas, a saber: las tipi- camente sociales. Esta indole abstracta, exenta de toda conexién racional que radica en la tiltima esencia de Ja moda y le presta el ecachet» estético, anejo siem- pre a la despreocupacisn por la realidad, se hace pa- tente también en forma histérica. Refiérese a menudo de tiempos pasados que la humorada o el privado me- nester de una personalidad creé una moda. Asi, los za- patos de largo pico que se usaron en la Edad Media Filosofia de la moda 0 se originaron en el deseo de un sefior distinguido de hallar para el exceso de su pie una forma de calzado apropiada; el guardainfante surgis de que una alta dama quiso ocultar su embarazo, etc. En contrapo- sicién con este origen personal, la invencién de las modas va quedando en nuestro tiempo sometida cada vez més a las leyes objetivas de la estructura econémi- ca. No aparece aqui o allé un articulo que luego se hace moda, sino al revés: se producen desde luego ar- ticulos con la intencién de que sean moda. En ciertas ocasiones, hay como la exigencia ea prioris de una nueva moda, y al punto se encuentran inventores e industrias que trabajan exclusivamente en Ilenar ese hueco. La relacién entre este cardeter abstracto de la moda, esa ausencia de motivacién concreta, y la orga- nizacién social objetiva, se manifiesta en la indiferen- cia de la moda, en cuanto forma general de ciertos productos, frente a toda significacién determinada de éstos y en su entrega progresiva a estructuras econé- micas de produccién social. La moda es, en su esencia, sobreindividual, y este cardcter se imprime también en sus contenidos; la prueba decisiva de ello es que Ia creacién de modas se ha convertido en una profesién pagada y constituye en las grandes empre- sas un «puestos tan diferenciado de la personalidad que lo ocupa como cualquier otro empleo objetivo del sujeto que lo sieve. Claro es que la moda puede en ocasiones adoptar contenidos practicamente justifica- pe fpers ea euanenods acrcaeele els te se deja sentir positivamente su independencia So Jorge Simmel otra motivacién. Del mismo modo que nuestro acto sélo parece plenamente moral cuando no nos muere obraz su fin y contenido exteriores, sino exclusivamente la consideracién de que es un deber. Por esta razén, el imperio de la moda es més intolerable que en parte al- guna en aquellos érdenes donde s6lo deben valer exit rios sustanciales. La religiosidad, los intereses cient cos, hasta socialismo e individualismo, han sido cuestién de moda; pero los motives tinicos que debieran influir en la adopcién de estas posiciones vitales estin en ab- Ta perfecta insustancialidad que gobierna el proceso de las modas, y asiminna con aquel atractivo.estético que presta a éstas su alejamien- to de todas las significaciones précticas de las cosas. Esto iiltimo es tan inaceptable como momento que pue- da influir en aquellas ‘himae y graves decisiones, que cuando interviene toman un aire de acusadora frivo- lidad. soluta contradiccién con Moda y clases La moda mantiene en constante mutacin las for- mas sociales, los vestidos, las valoraciones estéticas, en ruma, el estilo todo que sa el hombre para expresas- se. Sin embargo, la moda, esto es, la nueva moda, sélo ejerce su influjo especifico sobre las clases superiores. Tan pronto como las inferiores se la apropian y, traspa- sando las feonteras que In clase euperioe ha’ maccado, rompen Ia unidad de ésta que la moda simboliza, los circulor selectos la abandonan y buscan otra nueva que nuevamente los diferencie de la turbamulta. Sobre esta reciente moda actfia otra vez el propio mecanismo, y asi Filosofia de la moda ba indefinidamente. Porque, naturalmente, las clases infe- siores miran y aspiran hacia lo alto. {Dénde conse- guirén mejor satisfacer este anhelo que en las cosas su- jetus a In moda, las mis asequibles 2 una externa imitacién? El mismo proceso se desarrolla entre las diversas capas de la clase superior —aunque no sea siempre tan evidente como entre las sefioras y las cria~ das—. Es mas: con frecuencia se advierte que cuanto més préximos se hallan los distintos circulos, més loca es la carrera de los unos por imitar a los otros, por huir en busca de lo nuevo. La intervencién del capita- lismo no puede menos de acelerar vivamente este pro- ceso y mostrarlo al desnudo, porque los objetos de moda, a fuer de cosas externas, son muy particular- mente asequibles por el simple dinero. Es més facil establecer por medio de ellos paridad con la capa su- perior que en otros drdenes, donde es forzosa una ad- individual, imposible de logear con dinero. La esencialidad de este momento climinatorio —junto al imitative — en el mecanismo de la moda aparece clara donde la estructura social carece de eapas o rangos superpuestos. En algunos pueblo: vajes, grupos vecinos que viven bajo las mismas con- diciones crean modas, a veces muy dispares, merced a Jas cuales subrayan el hermetismo interior del grupo, juntamente con su diferenciacién hacia afuera. La mola y lo extranjero Por otra parte, se advierte gran predileccién en importar In moda del extranjero, y dentro de cada i cclaege:Siommsel’ circulo se la estima més cuando no ha sido producida en él. Ya el profeta Zephanya habla ireitado de los clegantes que se visten con trajes extranjeros. Ello es que el origen exético de la moda parece favorecer la concentracién del circulo que la adopta. Precisamente por venir de fuera, engendra esa forma de socializacién, tan peculiar y extrafia, que consiste en la referencia comin de los individuos a un punto situado fuera de ellos. Parece en ocasiones como si los elementos sociales, a manera de los ejes oculares, convergiesen mejor ditigidos a un punto poco préximo. Entre los salvajes suele consistir el dinero — por tanto, el ob- jeto de més vivo interés general—en simbolos impor- tadoe de lejos; tanto, que en algunas comarcas (las islas Salomén, Ibo en el Niger) existe la industria de claborse con conchas u.ctco suterial monedas que circulan como dinero no en el pais donde se han as A ea a ee — justamente como las modas de Paris son a menudo producidas con la sola intencién de que sirvan de moda en otras partes. (En Parle mismo muestra la moda una tirantez y conciliacién m&ximas de sus elementos dua- listas. El individualismo, la adaptacién al hébito perso- nal son més hondos que en Alemania: pero al mismo tiempo se mantiene con rigor un amplio margen de ala went) deteneda ieee de rere! cele ar pecto de cada uno no se sale nunca de la norma comin, pero se destaca siempre sobre ella.) Cuando falta cualquiera de estas dos tendencias sociales —Ia de concentracién en un grupo y la de apartamiento entre éete y los demés—, Ia moda no Filovofia de la moda 55 llega a formarse, su reino termina. Por esto, las clases inferiores tienen escasas modas especificas; por esto, las modas de los pueblos salvajes son més estables que las nuestras. El peligro de la mezcolanza y confusién que mueve a las clases de los pueblos civilizados a dife- renciarse por sus trajes, maneras, gustos, etc., falta a menudo en las estructuras sociales primitivas, que, por yarte, son més comunistas, y por otra, mantienen y definitivamente las diferencias establecidas. El traje nuevo Estas diferenciaciones son a su vez instrumento para mantener la cohesién en los grupos que desean permanecer separados. Los andares, el «tempos, el ritmo de los gestos son influidos muy esencialmente por las vestiduras. Hombres trajeados de la misma manera se comportan con cierta uniformidad. En este pats se cdeere) cy acadae seme eceee [ee eage menos. El hombre que quiere y puede seguic la moda, gasta a menudo trajes nuevos. Ahora bien, el traje nue- vo determina nuestra compostura en mayor geado que el viejo; éste ha sido ya conformado en el sentido de nuestros gestos individuales, accede sin resistencia a todos ellos y permite que en minimas peculiaridades se revelen nuestras inervaciones. El hecho de que en un traje viejo nos sintamos més «a gustos que en uno nuevo, significa simplemente que éste nos impone la ley de s# propia forma. Después de levarlo algéin tiempo, la relacién se invierte, y somos nosotros quie- nes le imponemos la ley formal de nuestros movimien- 54 Forge Simmel tos. Por esta razén, presta el traje nuevo al talle de sus Hevadores cierta uniformidad sobreindividual. La presrogativa que, en In medida de su novedad, posee el teaje sobre el que lo lleva, da un aspecto como uniformado a los hombres estrictamente a la moda. En una época de dispersién individualista como la moderna, adquiere una gran significacién este cle- mento de homogeneidad propio a la moda. Y si la moda tiene menos importancia y es mas estable entre los salvajes, atribiiyase a que en ellos es mucho me- nor el ansia de novedad cn las impresiones y modos vitales, aparte por completo de sus efectos sociales. El cambio de la moda indica la medida del embota- miento a que ha Ilegado Ia sensibilidad. Cuanto mas nerviosa es una época, tanto mas velozmente cambian sus modas, ya que uno de sus sostenes esenciales, la sed de excitantes siempre nuevos, marcha mano a ma- no con la depresién de las energias nerviosas. Esto es ya por si una raz6n paca que las clases superiores ‘se constituyan en sede de la moda. Concreténdonos alos motivos puramente sociales que la originan, puede comprobarse su finalidad de producir a la vez inclusién en un geupo y exclusién Te los sestantee en el ejemplo que ofzecen dos pue- hlos primitives préximos entre si. Los cafres poseen una jerarquia social muy graduada y en ellos se en- cuentra un cambio bastante répido de las modas, no obstante hallarse trajes y adornos sujetos a ciertas li- mitaciones legales. Por el contrario, los bosquimanos, que no han Iegado a formar una articulacién en cla- ses, tampoco conocen la moda, es decir, no ha podido Filosofia de la moda 58 eee ee lle alee raced eae ee mentos. Estas mismas razones negativas han impedido tees ae i Gee da Lee eee ees con plena conciencia, la creacién de una moda. Parece que hacia 1390 no existia en Florencia ninguna moda dominante de traje masculino porque cada cual procu- raba acicalarse a su manera. En este caso faltaba uno de los factores, la necesidad de conjuncién, sin la cual ino nace una moda. Por ota parte, ec cuenta que los «nobilis venecianos no tuvieron moda alguna porque, en virtud de una ley, tenian todos que vestirse de negeo a fin de no hacer demasiado visible a la plebe la esca- bed ul cimeros Ra oye Gre) cuclabe scree fe moda por falta del otro elemento constitutive, porque se evitaba deliberadamente el distinguirse de los inferio- res. Mas, aparte de esta eficacia negativa hacia los de «fuera, la igualdad de traje simbolizaba la interna de- mocracia de esta corporacién aristocrética, Tampoco en su interior se toleraba la moda, que hubiera sido el correlato visible de una formacién de capas diferentes entre los mismos enobili». El traje de luto El traje de luto, sobre todo el femenino, pertenece igualmente a estos fendmenos negatives de In moda. Claro es que no faltan en este caso ni la exclusion 0 resalte, ni la reunién o igualdad. El simbolismo de las negear vestiducas coloca al ieeisteeetaslbare trado tréfago de lor demas honbves, come osu vl bres, como si su soli- 56 Forge Simmel daridad con el muerto le incluyese en cierto modo dentro del reino de lo exdnime. Pero como lo mismo acontece en principio con todos los enlutados, resul- fe gee coe wa pence Sele Llosa pee decirlo asi, gozan plenamente de vida, les hace formar una comunidad ideal. Sin embargo, falta la posibilidad de una moda porque cea comunidad no es de indole co- cial—es sdlo igualdad, pero no unidad *. Este fenémeno confirma el cardcter «socials de la moda; en él la vestimenta presenta aus momentos de disyuncién y reunién; pero la falta de una intencién Ileva a la consecuencia mas opuesta: a que, en principio, el traje de luto sea invariable, por lo menos en cuanto al color. La tragedia de la moda Teas cones Ie conde de le oda ques cole participe de ella una parte de la sociedad, mientras el resto se halla siempre camino de ella, sin aleanzar- In nunca. Tan pronto como ae ha extendido por todos lados, es decir, tan pronto como lo que al principio Glo elec: Gaciey es cnplends ose cdot come Bene eves (series clementoatdelieaja tarts cial, pierde su condicién de moda. Cada nueva expan- sién de que goza la empuja més a su fin porque va + Para Simmel es ctocsl» aélo aquello que forma o contibuye « formar un grupo, Ahora bien, pars que un grupo exlata, hace falta un principio uniicador. En el efemplo de arviba los enltado son entre st iguales, pero carecen de un principio interno que los na. Filosofia de li moda o7 anulando su poder diferenciador. Pertenece, pues, al tipo de fendmenos cuya inten tadamente, logeae una realizacién cada vez més com- pleta, pero que al conseguir esta finalidad absoluta caerian en contradiccién consigo mismos y quedarian én es extenderse ilimi- aniquilados. Asi se cierne sobre la aspiracién moral la meta de una perfecta santidad, cién, siendo asi que el genuino mérito de la moralidad tal vez reside slo en el esfuerzo hacia esa meta y en mune a toda seduc- Wi lechea caren uns seducciontelaue aaa mencrs mos sensibles. Parejamente, el trabajo econémico se cumple a fin de ganar el goce perdurable del reposo P 3 8 Ps pec tel ieee 1 eee eee ite ce amiento, descalificar su movimiento hacia él. Del mismo modo se oye con fre- cuencia afirmar que las tendencias so iosas mientras se propagan en un dualista, pero se convertisian en un absurdo y una ruina si el socialismo triunfase integramente. La moda con su vacuidad y anquil cae bajo la formula universal de este tipo de fenéme- nos. Va en ella vivo, desde luego, un impulso expan- sivo, como si cada una hubiese de subyugar a todo el cuerpo social; mas al punto de logearlo moritia en cuanto moda, victima de la contradiccién légica con- sigo misma, porque su expansién total suprime en ella la fuerza climinatoria y diferencial. Modo y ritmo vital El predominio que la moda adquiere en la cultu- ra actual —peneteando en territories hasta ahora 58 Forge Simmel actos, en los ya poseidos intensificindose, es decir, intensificando el etempo» de su variacién— es pura- mente conerecién de un rasgo psicolégico propio a nuestra edad. Nuestra ritmica interna exige que ¢ cambio de las impresiones se verifique en periodos cada vez mis cortos. O dicho de otro modo: el acen- to de cada estimulo o placer se transfiere de su centro sustancial a su comienzo o su término. Comienza esto a_vislumbrarse en los sintomas mas nimios; por ejem- plo, en la sustitucién, cada vez més generalizada, de los cigarros por cigarrillos; se revela en la mania de viajar, que sacude la vida del aio en el mayor niime- ro porible de periodos breves, con la acent las despedidas y los recibimientos. Es especifico de la vida moderna un «tempo» impaciente, el cual indica no sélo el ansia de répida mutacién en los contenidos ién de cualitativos de la vida, sino el vigor cobrado por el atractivo formal de cuanto es limite, del comienzo y del fin, del llegar y del iese. El easo mas compendioso Maree lenge eajlay eda Sue’ ort a jucaer cae tendencia a una expansién total y el aniquilamiento de su propio sentido que esta expansion acarrea, adquiere el atractivo peculiar de los limites y extre~ mos, el atractivo de un comienzo y un de la novedad y al mismo tiempo de la caducidad. simultaneos Su cuestién no es user o no sers, sino que es ella a tun tiempo aee y no cer, exté siempre en Ie divisoria de es gues coerce al paradet val (uneoty areced allo, nos proporciona durante su vigencia una sensa~ cién de actualidad més fuerte que casi todas las demis cosas. Aun cuando La culminacién momentanea de la Filosofia de la moda bg conciencia social en el punto que la moda designa arrastra consigo el germen mortal de ésta, su destino de desaparecer, no la descalifica en conjunto tal caduci- dad, antes bien, ageega a sus encantos uno mis. Al menos, no queda degradado un objeto porque se le califique como ecosa de moda» més que cuando se le aborsece por otras cazones de fondo y ct le .quiere depreciar; en este caso, ciertamente la moda se vuelve concepto de valor y toma una significacién peyora- tiva. Por lo demas, cualquiera otra cosa igualmente nueva y que se extienda siibitamente sobre los usos de la vida no ser considerada como moda si se cree en su persistencia y sustantiva justificacién. Sélo la Iamara asi quien esté convencido de que su desapa- ricién serd tan répida como lo fué su advenimiento. Por esto, entre las causns-del predominio enorme que ee ey ers de fuersa que han experimentado las geandes convie- ciones, duraderas ¢ incuestionables. Queda el campo Libre para lor elementos tornadizos y fugaces de la vida. El rompimiento con el pasado en que la huma- Wide coedendata" cenpe cia descsess dedet Lene siglo, aguza mas y més nuestra conciencia para la actualidad. Esta acentuacién del presente es, sin duda, una simulténea acentuacién de lo variable, del cambio, yen la misma medida en que una clase es portadora de la susodicha tendencia cultural, se entregara a la moda en todos los érdenes, no sélo en la vestimenta. b0 forge Simmel Moda y envidia En el hecho antes subrayado de que Ia moda como tal no puede extenderse sobre todo el cuerpo social, brota para el individuo la doble satisfaccién de sentirse por ella realzado y distinguido en tanto que se siente apoyado no sélo por un conjunto que hace o usa lo mismo, sino también por otro que aspira a hacer y usar lo mismo. El estado de dnimo que el hombre a la moda encuentra en torno suyo es evi- dentemente una sabrosa mixtura de aprobacién y de envidia. Se envidia al hombre a la moda en cuanto in- dividuo, y se aprueba en cuanto ser genérico. Pero aun esa envidia toma aqui un matiz peculiar, Existe una tonalidad de la envidia que incluye una especie de participacién en el objeto envidiado. U: ejemplo se nos presenta en la situacién e: proletario que desliza una mirada en la fiesta de los ri- cos. La base de esta situacién consiste en que un ob- jeto percibido, simplemente en cuanto percibido, oca- siona placer, con entera independencia de que, en cuan- to realidad, sea poseido por un sujeto; es en cierto modo comparable a la obra de arte, cuyo rendimiento de agrado tampoco depende de quien lo posea. Este don le separar el puro contenido de una cosa de In cues- tién posesiva (paralela a la facultad que el conoci- miento tiene de separar el contenido objetivo de la existencia del mismo objeto) hace posible aquella par- ticipacién que la envidia ejer: que actia como elemento dondequiera que ésta tiene lugar. Cuando insélito de la envidia, si Filosofia de la moda 6 se envidia a un hombre 0 un objeto, no se es ya del todo extraiio a él, se ha alcanzado cierta conexién con al. Estamos a la vez més cerca y més lejos de lo que envidiamos que de aquellas cosas cuya posesién nos es indiferente. La envidia mide, por decitlo asi, nues- tra distancia de la cosa, y esto implica siempre cierta lejania junto con cierta proximidad.—Lo indiferente, en cambio, esta situado mas alld de esa oposicién—. De tal suerte viene a integrar Ia envidia cierto apo- deramiento ideal del objeto envidiado (como acontece con la felicidad peculiar que yace en el fondo de wn amor infeliz.) Este eee obra a menudo de c trayeneno que muchas veces evita las peores degene- raciones del sentimiento envidioso. Ahora bien, los contenidos de la moda ofrecen muy especial oportuni. dad para que nazca este matiz conciliador en la envi- dia, por la sencilla razén de que no estén vedados de manera absoluta para nadie, antes bien, siempre es po- sible que un gico de la fortuna los conceda a quien, por el pronto, ha de atenerse a envidiatlos. El feenética de la moda Esta misma estructura bésica hace de la moda la palestea adecuada para individuos que carecen de {intima independencia, menesterosos de apoyo, pero que, a la vez, por su orgullo, necesitan distinguirse, desper- tar atencién y sentirse como algo aparte. A la postre, setrata de la misma constelacién que leva a algunos 4 complacerse en las banalidades que todo el mundo repite porque su repeticién les proporciona el senti- 6 Jorge Simmel miento de demostrar una listeza poco comin que los eacambee ssbee la seat ere eles las ulgeada® des del tipo ceitico, pesimista o paradéjico—. La moda eleva al baladi, haciéndole representante de una colec- tividad, concreta incorporacién de un espiritu comin a muchos. Como segiin su concepto mismo es la moda una norma que no todos pueden cumplir, da simules- neamente posibilidad a una obediencia social y a una m individual. Enel eslavo de fa Iegan las exigencias sociales de ésta a intensidad tal, que adquiere por completo el aspecto de algo indivi- lual y peculiar. Le caracteriza la exageracién de las tendencias de moda més allé de la medida que los demés guardan: si se Ievan zapatos puntiagudos, iferenci: moda ides fe lee suyes onmren von! pasaaids lnnse Val ta Ja moda cuellos altos, los usara hasta las orejas; moda va a oir las conferencias cientificas, no habré sila tae dondateatce et cucueret crc! Connaue aidan su conducta verdadera individualidad; pero nétese que esta individualidad consiste en la mera ampliacién cuantitativa de elementos que, por su cualidad, son bien comin del circulo respective. Wa delante de los de- més, pero por idéntico camino. Al representar én su persona la iiltima extremidad a que en cada instante Hega el gusto piblico, parece marchar a la cabeza de Ja sociedad. En rigor, vale para él lo que tantas veces define la relacién entre individuos y grupos: que el guia es, en verdad, el guiado. Los tiempos democréti. cos favorecen evidentemente esta constelacién, hasta el punto de haber declarado hombres como Bismark y otros egregios jefes de partido de paises constitu- Filosofia dela moda 63 cionales que por ser los guias de un grupo tenian que seguir a éste. La presuncién del que exagera las modas viene a ser la caricatura de esta clase de rela- cién entre individuo y colectividad que la democra- cia fomenta. Pero es innegable que el frenético de las modas significa por su notoriedad, conseguida por medios pu- ramente cuantitativos que fingen una diferencia cuali- tativa, un equilibrio muy original entre el impulso social y el i por la moda, incomprensible si se mira desde fuera, de personas sobremanera inteligentes y nada frivolas. Y es que les proporciona una combinacién de relacio- nes con coeas y personas que, sin ella, sblo se dan por separado. Los factores que en este caso actian son, no sélo la mezcla de distincién individual e igualdad social, sino, en forma por decirlo asi mas practica, la coyunda del sentimiento dominador y el de sumisién, ©, en otro giro, el principio masculino y el femenino. Precisamente, el hecho de que en la érbita de la mo- la la actuacién de estos principios se verifica sdlo lualizador. Esto nos explica la mania “como en wit medio idealmente enrarecido, pues sélo se realizn Ia pura forma. de ambos en un contenido indiferente, da a aquélla un especial atractivo sobre natucalesas sensibles que no se las arceglan bien con la robusta realidad. El sesgo de vida que la mod pira adquiere su peculiar cardcter en una ani cién continua de lo que se ha hecho o usado ante- riormente, y posee una genuina unidad donde no es posible separar la satisfaccién del instinto destructor y el instinto de gozar contenidos positivos. 64 Forge Simmel La anti-moda Como no se trata de la importancia singular que cada cara pueda paseer ni del logro conertto de esto aquello, sino precisamente del juego entre lo uno y ae t Ie sccors atences coneanenase cr dene ane ia misma combinacién obtenida por una extremada obe- iencia a la moda se consigue oponiéndose a ella. on se viste 0 comporta cn estilo edemodés cobra, sin duda, cierto sentimiento de individualismo, pero no por auténtica calificacién de su individualidad, sino por mera negacién del ejemplo social. Si Ja moda es a de ese ejemplo, ic deliberadamente «demodés a ar lo mismo, pero con signo inverso. No es, pues, ik hostilidad a la moda menor testimonio del poder que sobre nosotros ejerce la tendencia s En forma positiva o negatives nos hace sus oe litos. La anti-moda preconcebida se comporta ante las ee ‘ de la sélo que eae ieee esa rigiéndose por otra categori igh Ps r Se ee sees, te ee Be ee ed eee : mientras éste exagera jegue a ser moda el ir contra la centiee ésta una de las complicaciones de psicologia social més curiosas. En deere el afin de distincién individual se contenta con una fe inversién del mimetismo social, y, en segundo lugar, nutre su energia apoydn- dove cx sn pequefle crcilo del cine tipo que el negado. Si se formase una asociacién de los enemigos de toda asociacién, tendriamos un fenémeno no més imposible légicamente ni psicolégicamente més _verosi- Filosofia de la mode 65 nal que el antedicho. Del mismo modo que se ha hecho del ateismo una rel ién con idéntico fanatismo, igual intolerancia, igual satisfaccién de sentimentales én normal contiene; del mismo modo que el liberalismo con que fué derrocada una tirania suele conducizse luego tan tirénica y violenta- mente como el vencido enemigo, aquel fendmeno del antimodismo tendencioso revela cudn predispuestas estan las formas fundamentales de la vida para recibir los contenidos mas conteadictorios y mostrar su fuerza y su gracia precisamente en la negacién de aquello a cuya afirmacién parecian un momento antes irrevoca- blemente ligadas. Los temperamentos a que ahora nos referimos se afanan tras de valores donde lo ‘nico importante es ser igual y hacer lo mismo que los otros, pero de otra manera, sintesis que se obtiene muy fécil- mente con cualquier modifica cosa que la generalidad adopta. necesidades que la rel in formal de la misma Resilta, pues, a veces inexplicable resolver si en la compleja causa de ese antimodismo predomina el factor de la fortaleza o el de la debilidad personales. Puede engendrarse en Ia exigencia de no tener nada comin con Ia muchedumbre, exigencia que ciertamen- te no implica verdadera independencia ante la muche- dumbre, pero si cierta intima actitud soberana feente acella, Puede también ser sintoma de una sensibilidad enelenque «i el duo teme no poder salvar su poco de individualidad acomodandose a las formas, gusto y reglas de la generalidad. La oposicién contra ella no es siempre signo de reciedumbre personal. és bien propende ésta, cuando es efectiva, a tal i Forge Simmel convencimiento de que es su valor singular ee tuctible por toda externa connivencia, que no sélo se pare enprerrg finan eh i iP sino. que justamente en ese acata~ moda acl sno que jsamente on oe et fee tenes i eid ieee eee Ge cet isn ty (ei codar fiers ae eee ate eae ldo alan, JORGE SIMMEL (Coneluird.) Nuevos hechos, nuevas ideas Tartessos, la mas antigua ciudad de Occidente LT. Su historia CQUN no ha oido hablar de Vineta, In famo- sa ciudad sumergida en el Baltico, la ciudad encantada euyas torres—al decir de los pescadores— se divisan en el fondo del mar, bajo las aguas tranqui- las? Pues Vineta no es una fibula. Vineta ha existi- do. La vié y deseribié en 1075 Adin de Bremen. Una erénica eslava de 1176 nos refiere su destruccién por los daneses. Los aiios y las tormentas del Béltico han pulverizado sus cuinas. En las siguientes ine vamos a aca anor de una Vineta espaiiola cuyos restos, empero, existen probablemente aiin, sepultados hajo las arenas del coto de Dofana, en la desembocadura del Guadalquivie. Como la bella durmiente, la ciudad de Tartessos aguar- dla al venturoso caballero que penetre en el castillo y Ia despieste de su sueiio milenario. Tartessos, la ciudad de la plata, hacia la cual enderezaban el rumbo las naves fenicias y griegas, fué, como ta, tun emporio » desaparecié de la comercial, y, como Vineta tambi realidad histérica para convertirse en un mito. Pero BIBLIOTECA DEL 36 REVISTAS EN LA SEGUNDA REPUBLICA ESPANOLA 1. HORA DE ESPANA (22 ndmeros) Valencia, enero 1937 — Barcelona, octubre 1938 I. ROMANCE. REVISTA POPULAR HISPANOAMERICANA (24 nimeros) México, febrero 1940 — mayo 1941 II. CABALLO VERDE PARA LA POESIA (4 ndmeros) Madrid, octubre 1935 — enero 1936 IV. EL AVISO. (Almanaque de CRUZ Y RAYA) Madrid, 1935 Y. MADRID. CUADERNOS DE LA CASA DE LA CULTURA G ndmeros) Valencia, febrero 1937 — Barcelona, mayo 1938 VI. HORA DE ESPANA XXIII Barcelona, noviembre 1938 VI, LEVIATAN. REVISTA DE HECHOS E IDEAS (26 nimeros) Madrid, mayo 1934 — julio 1936 Vill, CRUZ Y RAYA. REVISTA DE AFIRMACION Y NEGACION. (G9 aimeros) Madtid, abril 1933 — junio 1936 1X, EL MONO AZUL (46 nimeros) + CUADERNOS DE MADRID (+ ELMONO AZUL, 47) Madrid, agosto 1936 — febrero 1939 X. LOS CUATRO VIENTOS. REVISTA LITERARIA G némeros) Madrid, febrero 1933 — junio 1933 Xd, OCTUBRE. ESCRITORES Y ARTISTAS REVOLUCIONARTOS (6 némeros) ‘Madrid, junio 1933 — abril 1934 XIL NUEVA CULTURA. INFORMACION, CRITICA Y ORTEN” TACION INTELECTUAL (21 atimeros) + PROBLEMAS DE LA NUEVA CULTURA. Valencia, enero 1935 — octubre 1937 XIIL, HEROE (POESIA) (6 nimeros) Madrid, 1932—33 XIV. REVISTA DE OCCIDENTE. PUBLICACION MENSUAL. (157 niémeros) julio 1923 — julio 1936 Revista e Occidente Director: José Ortega y Gasset Primera Epoca Tomo 1-53 (Nos. 1-157) MADRID 1923-1936 Introduccién e indice en T. 53 TOMO 1 1977 Kraus Reprint Topos Verlag AG Nendeln Vaduz Liechtenstein n10 Corpus Barga No se sabia qué aislaba més: si aquella lejania, si aquel latido de Ia inmensidad, si aquel pio en el espa cio inhabitado. La primer casa del camino estaba abierta, y a la puerta, una mujer en pie, con la toca y el pelo suelto, con las manos cruzadas y sin ojos, rostro a la orilla. CORPUS BARGA En julio de 1925 ~ Filosofia de la moda (Conelusién) La moda y la mujer A moda da expresién y como acento a las dos tendencias contraopuestas, igualamiento ¢ indivi- dualizacién, al placer de imitar y al de distinguirse. Ezsto explica tal vez el hecho de que las mujeres en general sean muy especialmente secuaces de In. moda. En efecto, la debilidad de la posicién social a que las mujeres han estado condenadas durante la mayor porcién de la Historia engendra en ellas una estricta adhesin a todo lo que es ebuen uso», a todo lo eque es debidor, a toda forma de vida generalmente acep- tada y reconocida. Porque el débil elude la individua- isacién, el descansar sobre si mismo con todas las responsabilidades que esto acarrea. Le angustia la idea de tener que defenderse con sus exclusivas fuer zas. Las formas tipicas de vida le peestan un amparo, asi como, viceversa, estorban la expansién de las ieee eee pciley of cues lene cers) Sobre este tecreno firme que ceean el buen uso, Ja costumbre, la norma, el nivel medio, se esfuerzan oe Forge Simmel las mujeres por conseguir la cantidad de singulariza- cién y tealce de la personalidad que, dentro de él, es atin posible. La moda les ofcece a este efecto la més afortunada combinacién: por un lado, constituye un circulo de imitacién general, permite navegar teanquilamente por lor grandes canales de 1a sociedad y descarga al individuo de la responsabilidad respecto a su gusto y conducta; por otro lado, da ocasién a distinguirse, a subrayar la personalidad mediante un atuendo indivi Dislase que para cada clase de hombres y aun para cada individuo existe una proporcionalidad determinada entre el impulso de individualismo y el de inmersién en la colectividad, de suerte que si la expansién de uno de ellos es estorbada en un orden de la vida, el impulso reprimido busca otro campo donde le sea colmada la medida. Ello es que también los datos histéricos nos invitan a ver en la moda el ventilador, por decirlo asi, donde irrumpe el afin de Ja mujer por distinguirse més o menos y destacar su persona singular, ya que en otros drdenes no le es dado satisfacerlo. En los siglos x1v y XV tiene la individualidad sobremanera poderoso. Las organizaciones colectivistas Edad Media fueron quebrantadas por la libe- de las personas. Sia embargo, en erie avance individualista no tuvieron puesto las mujeres; les fué rehusada la libertad de movimientos y de personal desarrollo. Buscan entonces una indemnizacién en las lugar en Alemania un desareollo modas indumentarias mas extravagantes e hipertréficas. Por el contrario, vemos que en la misma época las Filosofia de la moda 215 mujeres italianas gozan de toda amplitud y pleno a ee. = mujeres del Renacimiento poseian tales facilidades para cultivarse y actuar exteriormente, tales medios de diferenciacién personal, que—muy bien puede decir- se—no han vuelto a tenerlos durante centurias. La edu- cacién y la libertad de movimientos eran casi las mismas para ambos sexos, sobre todo en las clases superiores, Pues bien, tampoco se habla nada acerca de exteava. gancias notables en las modas femeninas de la Italia de entonces. La nei cierto individualismo y conseguir asi una especie de distincién queda anulada porque el impulso an esas cosas Heva habia hallado en otras cabal satistaccién. idad de comportarse en este En general, la historia de las mujeres muestra que su vida exterior e interior, individual y colectivamente, ofrece tal monotonia, nivelacién y homogencidad, que necesitan entregarse mas vivamente a la moda, donde todo es ae y ae para afiadir a su vida algin atractivo. Y esto, no sélo para encontrar ellas mejor alee es crise I : ‘a, sino también para que los demas las encuentren a ellas mas sabrosas. Del mismo modo que entre el impulso individua- Tizador y el colectivista, existe una a pro- porcionalidad entre nuestra necesidad por conservar un carécter homogénco a nuestra vida y In que nos lleva a desear su variacién. Estas necesidades son transferidas de uno a otro orden vital, y cuando les es vedada en un lado la congeua satisfaccién, tratan de compensarse forzindola en otro. 214 Jorge Simmel Hablando en conjunto, es preciso reconocer que la fecjet comemends nee] Eesrshea (apes crank! el, Mas justamente esta fidelidad, que en el orden sentimental representa la homogeneidad y unidad de la persona, exige, en virtud del susodicho contrabalanceo de las tendencias vitales, una mayor variacién en otros érdenes menos céntricos. Al revés, el hombre, mas infiel por naturaleza, guarda menos rigorosamente y con menor concentracién de todos los intereses vita~ les el compromiso del lazo sentimental que una vez anudé. Por lo mismo, no le es tan necesaria esa forma de cambio mas externa. Hasta el punto de que la evitacién de variaciones de ordenexterno y la indiferen- cia frente las modas del talle exterior son especili- camente masculinas. Y no porque posea un cardcter més unificado, sino, forme, puede prescindir de esas modificaciones mera- mente exteriores. Por esta razén, la mujer emancipada de nuestro tiempo, que quiere avecinarse a la indole varonil y participar de su mayor diferenciacién, de su personalismo e inquietud, acentia también su indiferen- cia hacia la moda. Por otra parte, viene a ser la moda para la mujer el sustitutivo de la situacién dentro de un gremio o contrario, porque es més multi- clase que el hombre goza. Al fundirse éste con su gremio, entra, claro es, en un cireulo de celativa nive- Tacién; dentro de él es igual a otros muchos, quedando en cierto modo convertide en un mero ejemplar del tipo que ese estado u oficio representan. En cambio, y como si se tratase de una compensacién, queda aumentado con toda la importancia, con toda la fuerza material y social Filosofia Je fa moda ab de ese estado; a su significacién individual se agrega la de su participacién en el gremio, la cual, a veces, cubre los defector y deficiencias de Ia persona. La moda efectiin esto mismo, bien que en érea muy diferente: completa Ia significancia de la persona, su incapacidad para dar por si misma forma individual a la existencia, con sdlo hacerle miembro de un circulo que ella crea y que aparece ante la conciencia piiblica claramente definido y destacado. Claro es que también aqui queda inclusa la personalidad en un esquema genéricos pero este esquema tiene en el respecto social un matiz individual y sustituye por tanto, merced a este rodeo social, lo que la persona seria incapaz de conse- guir por medios puramente individuales. El curioso fendmeno de que sea a menudo la ede- mi-mondaine» quien abre la brecha para la nueva moda se origina en su manera de vivir, tan peculiarmente desraigada. La existencia de paria a que se ve consigna- da por la sociedad suscita en ella, tacito o paladino, ain tersible odio contra lo ya legitimado y firmemente establecido, odio que halla en su afin por formas de atuendo siempre nuevas su expresién relativamente més ingenua. En la continua aspiracién hacia modas nuevas € inauditas; en el modo resuelto con que son eee endear iets [teeta ie oe las, se reconoce el disfraz estético que adopta el ins- tinto destructor alojado en todo paria cuando su inti- midad no ha sido esclavizada por completo. ety Teege Sieamet La moda como maseara Si intentamos ahora perseguir estas directivas del alma en sus iiltimas y més sutiles actuacio: traremos siempre el mismo juego de antag: mismo esfuerzo por construir en proporcionalidades nuevas un equilibrio siempre roto. Es ciertamente esen- Cial a la moda someter toda individuaidad come. a una tonsura igualitaria. Pero ello de suerte que nun- ca se apodera del hombre entero, sino qne queda siempre en su exterioridad, aun no tratandose de modas puramente indumentarias. La razén de ello es que la variabilidad en que la moda consiste se contrapone siempre al ee jermanente de nuestro yo. Este sentimiento cobra ones de su relativa duracién precisamente en aquella conteaposicién, y viceversa: la variabilidad re- vela su cardcter de tal y emana su peculiar atractivo en contraste con aquel elemento permanente. Todo ello indica que la moda se detiene en Ia periferia de Ia personalidad, la cual se siente o al menos puede, en caso necesario, sentirse frente a ella como piece de resistence. Rae ccndo de leeda es cl cee Le lee adoptada por hombres delicados y originales ella como de una méscara. La ciega obediencia a las normas del comin en todo lo que es exterior les sirve deliberadamente de medio para aie su sensibili- dad y gusto personales. Quieren en tal extremo guar- dar a para si, que se resisten a manifestarlos, ha- Filesofia de la moda 217 ciéndolos asequibles a todos. Un delicado pudoz, una exquisita lice a revelar por alguna peculiaridad del aspecto externo la peculiaridad de su intimo ser son causa de que muchos temperamentos selectos se acojan a la nivelacién ocultadora de la moda, Con ello se ogra un triunfo del espiritu sobre las circuns- tancias de la vida, que. al menos en su forma, es uno de los més altos y sutiles, a saber: que el encmigo quede convertido en un auxiliar; que precisamente ic que parecia violentar a la personalidad sea libéeri. mamente aceptado en su heneficio. Porque la nivelacién aplastante prede S més externas de In moda reducida a Ine capas Ia, sieviendo asi de velo y am- paro para todo lo intimo, que qued mayor libertad. EI conflicto entre lo social y lo i dual se allana aqui mediante una separacién de zonas para ambos po- leres. A este género de fendmenos pertenece cierta trivialidad en Ins maneras y en la conversacion tras de la cual hombres muy sensitivos y pudorosos suelen ocultar su alma individual. Moda y verguenza El pudor nace al notarse el individuo destacado sobre la generalidad. Se origina cuando sobreviene una acentuacién del yo, un aumento de la atencién de un circulo hacia la persona que a ésta le parecen inopor- tunos. Por este motivo propenden lor débiles y modes. tos a sentir vergiienza apenas se ven centro de la atencién general. Dentro de su énimo comienza enton- ces el sentimiento de su yo a oscilar penasamente entre 218 Torge Simmel Ia exaltacién y la depresién. Y como este realce sobre los demés, fuente del pudor, es independiente del con- tenido particular que lo ocasiona, resulta que mucl veces se avergienza uno de lo mejor y excelente. En To que suele Iamarse por antonomasia la esociedads, es de buen tono la banalidad, no sélo porque la mutua consideracién haria parecer una falta de tacto que alguien se destacase con alguna manera i ‘dual y exclusiva que los dems no pudieran imitar, sino tam- bién por el temor a esa vergiienza que, como esponta- neo castigo, acomete al que ha querido salirse del tono general en que todos pueden mantenerse. Ia moda, en cambio, permite destacarse a la persona de una manera que siempre parece adecuada. La manifesta~ cién més exteavagante, si se pone de moda, libra al individu de ese penoso reflejo que suele acometerle cuando se siente objeto de la atencién de los demés. Loe actos de las masas se caracterisan por su des- vergiienza. El individuo de una masa es capac de hacer mil cosas que si se le propusieran en la soledad levantarfan en él indomables resistencias. Uno de los fenémenos sociopsicolégicos més curiosos en que se revela mejor el carécter de la masa es las impudoro- sidades que la moda a veces comete; si cada cual fuese individualmente solicitado a ellas, protestatia con indignacién; pero presentadas como ley de la moda, son décilmente seguidas. El pudor queda en Ia moda— que no es sino un acto de Ia masa—tan extinguido como el sentimiento de responsabilidad en los crime- nes multitudinarios, crimenes ante los cuales el indivi- duo aislado retrocederia con horror. En cuanto el Filosofia de la moda 219 factor individual de la situacién predomina sobre e taco Jemode,conienes de nates sc dees ‘Muchas mujeres se azorarian de presentarse en su euasto y ante un solo hombre extrafio con el descote que a auna reunién donde hay treinta o cien Ha ee ave en una creunién» la moda, el La liberacién por la moda No es la moda sino una de las muchas formas gue inteata el hombre par salvar en lo ees Tibertad intima, abandonando lo externo a Ia esclavitud social. Libertad y sumisién son una de aquellas antite- sis cuya lucha perpetua, cuyo ir y venir de un orden de la vida al otro, prestan a ésta mayor riqueza amplitud que pudiera obtenerse con un cauiltbeio & cllas logeado de una vez para siempre. Sostenia Schopenhauer que corresponde a cada hombre una cantidad fija de dolor y placer: esta cantidad ni puede quedar falta ni sobrada, y en todas las varia- ciones y vaivenes de las circunstancias interiores y exteriores, cambia sélo su forma. Parejamente, pero con menos misticismo, podia observarse en cada época, en cada clase, en cada individuo, una proporcién constante de libertad y de sumisién frente a la cual sélo nos es dado cambiar las zonas en que sus dos elementos se reparten. Y el problema de una vida superior no es otro que procurar una reparticién Be Mae alee ceeded nas = diante ella, su més favorable expansién. Una misma 220 Jorge Simmel cantidad de libertad y sumisién puede en un caso fomentar sobremanera los valores morales, intelectua- les, estéticos, y en otzo, sin previa variacién cuantita~ ae un ae cambio ae areas donde se distri- buyen ambos factores, producic un efecto contrario. En general, puede decirse que el resultado més favo- rable para el valor total de la vida se logea cuando la irremediable sumisién es transferida todo lo posible ala periferia de la existencia, a sus exterioridades. Tal vez es Goethe en su tiltima época el més claro ejemplo de una ates magnifica que conquista un — intima liheracién y conserva intactos sus centros Se ee cada miento inevitable. Goethe se acomoda a los demas en todo lo exterior, practica estricta observancia de las formas y se inclina de grado ante las convenciones de la sociedad. La moda, pareja en esto al derecho, actia sélo sobre las exterioridades, sobre las facetas de nuestra vida orientadas hacia la sociedad. Esto hace de ella una forma social de una admirable utilidad. Ofrece al hombre un esquema en que puede inequivocamente eae ae desad a normas que su época, su clase, su eirculo préximo le ee lg re eae ea pall ee In vida y puede tanto mejor concentrarse en lo que le es esencial e intimo. Filosofia de la moda ca La moda dentro del individuo Pero es curioso advertir que dentro del sujeto mismo y en materias donde nada tienen que ver las imposiciones sociales se produce también ese antago- nismo entre la unificacién igualitaria y el afin de des- tacarse que engendra Ia moda. En los fendmenos a que aludo se manificeta el pacalelizno muchas veces notado entre lo social y Jo individual. Las relaciones que se dan entre individuos se repiten entre los ele- mentos psiquicos de un solo sujeto. o menos deliberadamente suele crearse el individuo ciertas maneras, cierto estilo que por el ritmo de su manifestacién, por su modo de resaltar y acen- tuarse, tiene el mismo cardcter que la moda. Sobre todo la gente joven presenta a veces una manera extra- vagante y sibita de interesarse injustificadamente por algo que tiraniza todo su ambito espiritual, ya poco desaparece no menos irracionalmente. Podria calificarse esto como una moda personal, caso limite de la moda social. Procede, por una parte, de la necesidad indi- vidual de distincién, es decir, de la misma tendencia que acta en la moda social. Por otra parte, In nece- sidad de imitar, de buscar lo homogéneo, de fundirse con la generalidad, se satisface aqui dentco del mismo individuo. La concentracién de i propia conciencia hacia aquella forma o contenido daa todo el ser un matiz homogéneo, lo unifica mediante una especie de imitacién de si mismo. En circulos reducidos se observa a menudo un 239 Sorge Simmel estadio intermediario entre la moda individual y la social. Hombres banales suclen adoptar una expre- sién—casi siempre Ja misma los de un geupo — que emplean constantemente, venga o no a pelo. Esto en, de un lado, moda de geupo; pero de otro, moda indi- vidual, porque significa que el individuo ha sometido a esa férmula la totalidad de sus representaciones. La individualidad de las cosas es brutalmente allanada y los matices borrados por esa Gnica manera de calificar todo. Por ejemplo, cuando a todo lo que ageada, sea cualquiera el motivo, se le llama «chic» o cestupendos. De esta suerte, queda sometido a una moda el mundo interior del sujeto, repitiéndose dentro de él la forma que toma un grupo influido por una moda, La seme- janza entre ambos fendmenos es més aguda si se atien- de ala absurdidad de tales modas intimas, que revela el predominio del momento unificador, puramente for- mal, sobre los motives racionales y objetivos. Del mismo modo, ocurre que para muchas gentes y circulos lo dinico importante es que sean dominados por una fuerza unitaria; la cuestién de cudl sea y qué valor contenga ese poder dominante, es de orden secundatio. Pero no puede negarse que csa violencia hecha a las cosas al designarlas con una sola expresién de moda, al igualarlas y nivelarlas, cubriéndolas con la categoria finiea que se arcoja sobre ella, proporciona al individuo un raro sentimiento de soberania y prepotencia. El yo queda acentuado, exaltado, frente a ellas. Este fenémeno, que presentado asi toma un aire de caricatura, puede observarse mis moderado en casi to- das las relaciones del hombre con los objetos. Sélo los Filosofia de la moda 293 hombres verdaderamente grandes sienten lo mas hondo y enérgico de su yo cuando respetan la individualidad propia a cada cosa. Frente al poder insuperable del cosmos, frente a su gesto de independencia e indiferencia, el alma siente una inevitable hostilidad. De ésta, han nacido los es- fuerzos mas sublimes y meritorios de la humanidad, pero también los ensayos para conseguir una domina~ cién meramente externa y ficticia sobre las cosas. El yo se afirma frente a ellas no aceptando y dando forma a su energia peculiar, no reconociendo suindividualidad para luego servirse de ellas, sino forzéndolas a entrar en un esquema subjetivo. Con ello, claro est4, no logea un positive sefiorio sobre las cosas, sino sélo sobre su propia y froudulenta fantasia. El sentimiento de pode- rio que, no obstante, tal ficcién provoca, revela su falta de fundamento, su ilusionismo, en la rapidez con que pasan esas expresiones de moda. Es tan ilusionario como el sentimiento de intima unidad que pareeia fun- darse en esa esquematizacién de las férmulas y giros. Moda ripida, moda barata De nuestro andlisis resulta que es la moda una peculiar convergencia de las dimensiones vitales més dives, Gee cia sacle ideal) 0s on aa todas las tendencias antagénicas del alma estén repre- sentadas. Esto hace comprensible que el ritmo general con que se mueve cada individuo y cada grupo influ- ya también en su relacin con la moda. Las distintas 224 Jorge Simmel eapas de un cuerpo social se comportan diferente- mente sespecto a la moda por el mero hecho de que sus procesos vitales se desenvuelven en «tempo» conservador o retardatario, o en rauda variabilidad, cualesquiera sean esos procesos y las posibilidades externas del grupo. Asi, las masas inferiores son menos méviles y evolucionan mas lentamente. Por otra parte, sabido es que las clases superiores son conser- vadoras y hasta arcaizantes. Suelen temer todo movi- imiento, toda variacién, no porque el contenido de éstos, les sea antipatico o nocivo, sino simplemente porque es variacién y les parece sospechoso y de peligro todo cambio del comin, que, en su actual constitucién, les asegura la posicién mas favorable. Ningtin cambio puede aumentar su poder; de cualguieca que él sea, més bien podrin temer que esperar. Por esta razén, la verdadera variabilidad en la vida histérica proviene de la clase media. La historia de los movimientos sociales y de cultura ha adquitido muy otea acelera- cién desde que el ctiers état» dirige Ja sociedad. Esta es Ia causa de que la moda, forma de los cambios 7 contraposiciones vitales, se haya hecho en los tltimos tiempos thas inquieta ¥ de més amplia influencia. Ade- més, el cambio frecuente en las modas significa una terrible esclavizacién del individuo, y, por lo mismo, es uno de los complementos necesarios para una madura libertad politica y social. Una forma de la vida en cuyos contenidos es el momento de culmina- cién a la par el de su decadencia—y esto acaece en las modas—, tiene que encontrar su propia sede en una clase que, como la media, estan variable, de ritmo Filosofia de la moda 235 tan inquieto, en tanto que las capas inferiores estén dominadas por un oscuro, inconsciente conservativis- mo, y las superiores por el suyo, no menos terco, pero més deliberado. Clases e individuos que se afanan tras un cambio incesante, que a la veloci- dad misma de su proceso interior deben su aven- tajamiento sobre los demés, han de encontrar en la moda el mismo «tempo» de sus movimientos psiquicos. Basta aqui con aludie al conjunto de motivos histéri- co y psicosociales que hacen de la gran ciudad el mbito més propicio para la moda: la infiel verti sidad en el cambio de impresiones y circunstancias: la nivelacién y, simuledneamente, la acentuacién de las individualidades; la condensacién de las personas en poco espacio, que hace forzosa ciesta reserva y distancia. Sobre todo el progceso ecoudmica de las capas inferiores, que en las ciudades marcha con répi- do compas, habré de favorecer la mutacién vertiginosa de las modas, que hace posible a los menores una pronta imitacién de los més altos. Con esto adquiere insospechada amplitud y vivacidad el proceso comple- mentario que antes hemos descrito: la clase superior abandons la moda en el momento que ee apodera de ella la inferior. Pero, sobre todo, esta vertiginosidad en la varia~ cién trae consigo una mayor baratura de las modas que modera inevitablemente su extravagancia. No hay odey que leg) as deenas oon cea evens las de otros tiempos, en que la carestia de su adquisi- cién y la laboriosa reforma de gusto y maneras era compensada por una mayor duracién de su reinado. 226 Sarge Simmel Cuanto més répido es para un articulo el cambio de eed eye es 1 deen beeen oe productos de su especie. Y es que, en primer lugar, clases menos ricas pero més numerosas tienen capa- cidad de compra muy suficiente para arrastrar tras si la mayor parte de la industria, dando ocasién a que se produzcan objetos que, cuando menos, finjan las verdaderas modas. Pero, ademés, las capas superiores dela sociedad no podsian seguir la rauda variacién a que el empuje de las inferiores las obliga si los obje- tos de la nueva moda no fuesen relativamente baratos. Resulta, pues, un curioso circulo, Cuanto més de prisa cambia la moda, més baratas tienen que ser las cosas, y cuanto més baratas son éstas, tanto mas incitan a Tos consumidores para cambiar de moda, tanto més obligan a los productares para erearlas. Moia y eternidad Lo mis peregrino es, que frente a este su carécter fugitivo, tiene Ia moda la propiedad de que cada nueva moda se presenta con aire de cosa que va a ser eterna. El que se compra un mobiliario que va a durar un cuarto de siglo suele elegirlo a la iitima moda y desdefia por completo lo que era moda dos afios antes. Y el caso es que, al cabo de otros dos aiios, la atraccién de moda que ese mobiliario tiene hoy se habeé evaporado, como ha acaecido con el de ayer, Mages deus tote ge tee cee ei postre depende de consideraciones practicas ajenas a Filosofia de la moda 297 la moda. Parece imperar aqui, por tanto, un pro- ceso psicolégico muy peculiar. Existe siempre una moda, y como tal concepto genético, como efactum> universal de la moda, es, sin duda, inmortal. Esta inmortalidad del género parece reflejarse sutilmente sobre cada una de sus manifestaciones, a pesar de que el destino de cada una es precisamente no ser impere- cedera. E] hecho de que el cambio mismo no cambia presta a cada uno de los objetos en que se cumple cierta aureola de perdurabilidad. Este cardcter de permanencia en el cambio apa- rece, ademés, en cada objeto de moda en virtud de otro mecanismo. A la moda, ciertamenite, lo que le importa es variar; pero, como todo. lo demés del mundo, hay en ella una tendencia a economizar esfuerzo; trata de logear sus fines lo més ampliamente posible, pero, ala ves, con los medios ms cacasos que sca dado: de suerte que ha podido compararse su ruta con un circulo. Por este motivo, recae siempre en formas an- teriores, cosa bien clara en las modas del vestir. Ape- nas ua moda pasada sc ha borcado de Ia memoria, 10 hay razén para no rehabilitarla. La que la ha seguido ateafa por su contraste con ella: al. ocr clvidada per- mite renovar este placer de contraste oponiéndola a su vez a la que por la misma causa le fué preferida. Por lo demés, este poder de movilidad que autre a la moda no es tan ilimitado que permita someter a 41 igualmente todas las cosas de la vida. Aun en las zonas dominadas por la moda, no todo es parejamente idéneo para convertirse en moda. Es algo semejante a la diferente capacidad que ofsecen los objetos de la 238 Jorge Simmel intuicién externa para ser transformados en obras de arte. Es una opinién seductora, pero ni soste- nible ni profunda, la de que todas las cosas de la realidad contengan idéntica aptitud para servir de objetos al arte. Las formas artisticas no se hallan de ningén modo situadas en una imparcial aptitud sobre todos los contenidos de Ia realidad. Condicionadas por mil azares histéricos, se han desarrollado a veces uni- lateralmente bajo el imperio de perfecciones e imper- fecciones téenicas. Lejos de aquella imparcial indife- rencia, guardan una relacién mas estrecha con tales o cuales objetos: unas cosas, como preformadas nativa- mente para ciertas formas artisticas, entran sin dificul- tad en ellas; otras se resisten tercamente, como opues- tas por naturaleza a ser modeladas en aquellas formas. La soberania del arte no significa en manera alguna a capacidad de abarcar igualmente todos los contenidos de la existencia. Fué éste un error del naturalismo y de muchas teorias idealistas. Lo afin y lo indbcit a la moda Lamoda puede, aparentemente y en abstracto, reci- bir en sf cualquier contenido. Cualquiera forma con- creta de traje, de arte, de maneras, de opiniones, puede ponerse de moda. Y, sin embargo, yace en la intima esencia de ciettas cosas una peculiar disposi in para caer en la moda que contrasta con Ia resistencia no menos intima que otras revelan. Asi, por ejemplo, todo que se llama eclasicos parece estar relativamente Filosofia de la moda 229 lejano y como extraiio a la moda, aunque no la eluda por completo. Y co que le. ewencia de lo cisicn con. siste en una concentracién de los elementos en torno a un centro inmévil. El clasicismo es siempre como reco- ido en si mismo, y, por decirlo asi, carece de puntos fee cee an miento de equilibrio, el aniquilamiento. Es caracteris- tico de la ae clisica la contencién de los miem- bros. El conjunto esté dominado absolutamente desde el interior; el espiritu del todo mantiene en su poder cada trozo con igual plenitud. Por esta razén suele hablarse de la eteanquilidad clésica» del arte. griego. Se debe exclusivamente a esa concentracién del objeto, jue no permite a ninguna de sus partes ponerse en Ble eee ee ee eae impresién de que tal objeto se halla inmune a las mu- dables influencias de la existencia universal. Por el contrario, todo lo barroco, desmesurado, extremoso, propende intimamente a la moda, Sobse coras de exte tipo mo parece cace [a moda come ua sino extranjero, sino que viene a ser la expresién histé piedades internas. Los miembros disparados de la esta~ tua barroca estén siempre como en peligro de quebrarse. La vida interior de la figura no los domina suficiente- mente, sino que los abandonaa los azares de la realidad le sus pro- externa, Las creaciones barrocas evan en sf mismas nal mo- esa inguietud, esa accidentalidad, esa sumi mentdneo impulso que la moda realiza en la vida social. Asédase que lee formas excesivas, caprichosss, de individualidad muy acusada, fatigan muy pronto y hasta fisiolégicamente impelen a esas variaciones que 250. Jorge Simmel en la moda encuentran esquema adecuado. Yace aqui una de las més profundas relaciones que entre lo cla- sico y lo enaturals suele advertirse. El concepto de lo enaturals es ciertamente vago e induce con frecuen- a ae err pees ele ear Mca come deel eee su lado negative y decir que ciertas formas, propen- siones, ideas, no pretenden el titulo de enaturaless. Pues bien, éstas serin las que caigan més fécilmente bajo el dominio cambiante de la moda, ya que les falta esa conexién con el centro permanente de las cosas y la vida que justificaria la pretensin de perdu- rabilidad. La moda de que las mujeres se comportasen y ve las tentase como hombres y los hombres como mujeres Ilegé a la corte de Luis XIV por su cufiada la princesa palatina Isabel Carlota, que era una perso- nalidad completamente varonil. Es evidente que cos- tumbre tal sélo puede vivir como moda fugazmente, porque supone un alejamiento excesivo de aquella im- prescindible sustancia de las relaciones humanas a que inevitablemente tiene que volver siempre la forma de la vide. No puede decisse que la moda sea una cosa antinatural — puesto que la forma vital de la moda es natural al hombre en cuanto ser sociable —; pero cabe en cambio decir que lo antinatural puede llegar a subsistir, al menos en forma de moda. JORGE SIMMEL Oknos el so gucro N toda perspectiva cada plano exige que aco- modemos a él nuestro aparato ocular. De otro modo, nuestra visién seré borrosa y falsa. En el microscopic, los estratos de la perspectiva se dan unos sobre otros, y sino geaduamos bien el objetivo, en lugar de ver el que buscamos vemos el de mis arriba 0 el de més abajo. El defecto de acomodacién, no sélo nos hace ver mal, sino que nos hace ver otra Pues bien, en la historia acontece exactamente lo mismo. Cada época exige una acomodacién peculiar de nuestro érgano intuitive e intelectual. Si nuestra mirada retrocede de la Edad Moderna a la Edad Media, no sélo cambia el objeto, sino que ha de cambiar nuestra actitud mental. Esta visién psicolégica en que la historia consiite es mucho mds complica: y dificil que la corpérea. La acomodacién espiritual

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