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| | ROBERTO BERGALLI Universidad de Barcelona. Criminologia del “White-Collar crime”: forma-estado y proceso de concentracién econémica* (*) Conferencia pronunciada en las Jornadas de Estudio sobre “El juez penal frente a Ja criminalidad econémica”, organizadas por el Consejo General del Poder Judicial” (23-25 de Junio de 1983). | | | El enunciado de esta intervencién merece, a mi juicio, unas explicaciones, as cuales, a su vez, han de servir para encuadrar el contenido de las reflexiones que aquf voy a exponer. Tales reflexiones tienen por objeto relacionar los dos términos de dicho enuncia- do puesto que la criminologfa no se interes6 siempre por el “white collar-crime” (WCC) 0, por lo menos, por lo que puede expresar este concepto, lo cual s6lo ocurrié a partir de una fase del desarrollo de esa criminologf{a que aparece vinculada a una particular concepcién del Estado. Criminolog{a, por su parte, y WCC, por la suya, no son términos que correspondan a una misma refle- xién epistemologica. Esto es absolutamente cierto en la medida en que ambos no coinciden en el tiempo de un mismo desarrollo paradigmatico de la discipli- na criminoldgica, si aceptamos que esta ltima ha pasado ya al tercer desplazamiento de su objeto de estudio, pues es de toda evidencia —como intentaré demostrar— que en ella se han producido ya tres re- yoluciones cientificas (en ef sentido de Kuhn, 1962), Para comenzar trataré de ubicar ese desarrollo en el Japso que apenas ha sobrepasado la centuria y de- mostrar cuéndo y a partir de qué situaciones des- pierta interés cient{fico el conocimiento de unas manifestaciones socialmente dafiosas que no hab{fan 29 sido hasta entonces percibidas —por lo menos en su dimensién polftico-criminal— con el enfoque tradi- cional que se abordaba la cuestién criminal en su conjunto. Asimismo, intentaré presentar cudles son los intereses reales que han estado por detrds de esos transitos a fin de que, quienes tienen la misi6n de juzgar comportamientos novedosos para la filosoffa punitiva espafiola, se ayuden a comprender tanto los’ motivos de orden polfticojurfdico que im- pulsan a su criminalizacion cuanto la relacién tan estrecha que siempre ha existido entre forma-Estado y sistema de control penal, A tales fines he bosquejado un guién que preten- de sintetizar el contenido de la siguiente exposicion y que acoge las cuatro fases que ha de seguir esta intervencién y que son: 1. Breve exposicién de los desarrollos de la teorfa criminolégica, sobre todo de aquellos que han tenido incidéncia epistemolégica en la disciplina y cuyas transformaciones traducen el cambio de modelo so- cial que las han sustentado. 2. Presentacién de la preocupacién criminoldgica original acerca de la criminalidad “white collar” en relacion con una de esas transformaciones episte- mologicas. 3. Variacién semdntica de la expresién WCC, vin- culada con los cambios de modelos sociales, 4. Sugerencias o alternativas acerca de cémo pue- de concebirse la cuestién de la criminalidad econ6- mica en paises de ecoriomfa central y en aquellos de economfa periférica. 4 30 IT I a) Antes de entrar en la época cientffica propia debe .considerarse que las primeras formas de cono- cimiento criminol6gico —pues de criminologia se habla recién mucho después— se manifiestan con la afirmacién del nuevo orden social que subraya el abandono del sistema feudal. La constitucién de Ja sociedad burguesa se desa- trolla en torno al discurso sobre el buen gobierno, a Ja riqueza de las naciones, sobre los modos de preservar el orden, la concordia y la felicidad in- dividual y ptiblica, Todo esto ha de lograrse sobre la base del pacto social que supone la mfnima entre- ga de las libertades ciudadanas a cambio de que un Gnico portador del poder represivo garantice el or- den social. Esta situaci6n determina el origen del principio de legalidad en materia penal, el de que la ley ha de ser clara e inequ{fvoca y de que podrd de- cidir s6lo para el presente y el futuro, el de que el juez no podrd ser jamés legislador, el de la elimina- cién de la pena de muerte, el de la retribuci6n equi- valente al dafio como fundamento de la punicién y fa insistencia de la codificacién como instrumento para dar certeza en la esfera de la licitud. Esta vasta obra de reforma penal y procesal ilumi- nista se desarrolla como teorfa politica pero resulta impulsada por una nueva forma de proceso produc- tivo que acarrea necesidades de disciplina social. _Quienes antafio eran siervos, hogafio han de conver- tirse en clase obrera; es decir, han de aceptar la 16- gica del trabajo asalariado que se aprende con la ma- nufactura y luego en la fabrica. Mas esta transfor- macién de masas campesinas en proletariado no se opera pacificamente. Los que quedaban al margen 31 de los niveles aceptados por el mercado de trabajo ~los pobres— fueron reprimidos duramente hasta que una nueva politica social discriminé entre in- culpables (ancianos, nifios, mujeres, desvalidos) y culpables (jévenes y hombres desocupados): Los primeros serén ayudados mediante la organizacién asistencial, los segundos seran reclufdos en las varia- das instituciones de internaciédn que surgen en la Europa de los siglos XVII y XVIII en las que se les impone la ética del trabajo, en condiciones intolera- bles. De estas formas de internacion surgird luego 1a cércel para los que violan la ley (v. Pavarini, 1980, 12yss.). b) El paradigma etiolégico ha constitufdo iuego la perspectiva original con que se han abordado los problemas y se han propueste las soluciones que suponen Ia comprensién y el control de la cuestién criminal. El positivismo como método y sistema de conocimiento, derivado del gran progreso acaecido en las ciencias naturales, bajo el que nace y tiene pacifico desarrollo la busqueda cientifica de las causas del delito, se traduce en el método de ob- servacién y cuantificacién de ciertos rasgos 0 carac- terfsticas particulares que scrvirén para distinguir al delincuente del que no lo es, y asf Megar, de tal modo, a la interpretacién causal de la conducta criminal, Esta especialidad orientacién de 1a primera cri- minologfa como disciplina cientifica supone una aceptacién pacifica del sistema social y si bien Ile- ga a reconocer motivos de orden externo al sujeto —que podrfan derivar de las condiciones sociales de vida— en todo caso remite la comprensién del comportamiento criminal a anomalfas biolégicas © psicolégicas, innatas o adquiridas, que marcan 32 i \ ? el determinismo de Ja conducta humana. Crimina- lidad es entonces, para el paradigma positivista, sinénimo de enfermedad y quien delinque, en ge- neral, sobre todo mediante formas muy graves o reiteradas que ponen en peligro sentimientos na- turales de la comunidad, debe ser necesariamente tratado, curado. El delito es un sintoma evidente de la anormalidad humana, de naturaleza ontoldé- gica, y la sociedad tiene tanto el derecho de defen- derse de los ataques de la criminalidad cuanto el de- ber de intervenir sobre el sujeto con el objeto de impedirle que recaiga en su conducta lesiva. El material de andlisis de esta criminologfa posi- tivista estd constitufdo por la poblacién de carce- les y manicomios judiciales y sus conclusiones ser- virdn para sefialar, en la sociedad libre, a Jos poten- ciales autores de ilfcitos punibles. De tal modo, la criminologfa no sdlo servird a la polftica de preven- cién y represién de la criminalidad, utilizada en diver- sos planos por la policfa y el juez penal, sobre los moldes de la criminalidad conocida por las instan- cias del control, sino que también contribuird a realimentar el derecho y el sistema penal con las imaé- genes creadas y recreadas por éstos. En una palabra, pese a ignorar la auténtica realidad social de la cri- minalidad, la ‘criminologia positivista (oficial, admi- nistrativa), sirve para controlar la parte de la socie- dad que ain no ha pasado a través del engranaje penal. Esta forma de conocimiento criminoldgico ha sido, por lo tanto, neutral, sobre todo de cara al proceso de definiciones legales de la criminalidad al no ha- berse inquirido porqué ciertas acciones adquieren relevancia penal y otras no, con lo cual, lo que hizo, fue atribuir al poder represivo-estatal la ‘autoridad 33 de afirmar aquello que no podfa ser diferente. Si el delito es definido por la ley penal y ésta es contin- gente, cambiando de acuerdo a las distintas realida- des socio-politicas, las conclusiones de la crimino- log{a deberfan ser relativas y no universales como lo ha pretendido el paradigma positivista. Mas para esta criminologia, como lo he dicho, el delito es un hecho natural, mientras que la Iey penal sdlo traduce el consenso social sobre ciertos valores. Lo que viola el delincnente, entonces, es el hecho normativo de este consenso, lo cual impulsa a explicar la criminalidad en forma ahistérica y apolitica. De esta manera, el positivismo propuso un modelo de naturaleza huma- na uniforme y al par que exalt6 el consenso sobre el sistema, permitié a la sociedad, histéricamente deter- minada —con sus contradicciones y conflictos—, pre- sentarse como incuestionable. Por eso, todo aquel que la ponia en duda se convertfa en un peligro, lo que sirvid para exorcizar cualquier cambio radical y favo- recer Gnicamente un gradual progreso social. En este sentido, el paradigma positivista constituyé, paradé- jicamente, un enfoque conservador, precisamente, porque aplicé al andlisis del tejido social las feyes de ia evolucién natural. Estas son las contradicciones que explican el espfritu progresista de muchos criminélo- gos positivistas y algunas de sus propuestas reformis- tas (Pavarini 1980, 29). c) Si la vision del mundo positivista sirvié acerta- damente a ciertos procesos sociales europeos, como lo fue el de la unidad de Italia, luego, no se ajusté a la cambiante realidad que emerjfa de la Gran De- presion. El avance tecnolégico, la reduccién de las ganancias y la crisis empresaria, exigfan una frag- mentacién del proceso productivo y, consecuente- mente, todo esto impulsaba a una marcada divisién 34 dei trabajo en la cual se asignaron nuevas funciones sociales. La ruptura del antiguo tejido- social impu- so el envejecimiento de normas y valores, cuyo aban- dono o desconocimiento significé ef olvido de la so- lidaridad. Esta situacién de anomia fue advertida por E. Durkheim, quien enfatiz6 el problema de cé- mo garantizar el orden y el de encontrar nuevas for- mas de solidaridad. Es en este punto donde el objeto criminolégica deja de ser el hombre delincuente, en su determina- cién bioldgica y social, para transformarse en la cri- minalidad interpretada en una dimensién macro-so- ciolégica, El delito como fenémeno normal y ne- cesario, en esta perspectiva, provoca y estimula la reaccién social, estabiliza y tiene vivo el sentimien- to colectivo que impulsa a los individuos a la con- formidad con las normas, ejercitando, asimismo, una accién directa en el desarrollo ético de la so- ciedad. Por lo tanto, la criminalidad y la reaccién institucional’ que ella genera poseen una especrfica funcionalidad: la repropuesta de una adhesién a los valores dominantes. Esta fue la base de la propuesta funcionalista durkheiminiana. d) Pero las nuevas formas de criminalidad que su- ponen el tremendo proceso de industrializacién y urbanizacién que tuvo lugar en los Estados Unidos de las primeras décadas de este siglo, habfa dado origen a otras bisquedas de control. No por caso es en Ia Universidad de Chicago donde esas preo- cupaciones arraigan con mayores resultados. Los fundadores de una Ifnea de investigacién que !ue- gO se reconoce como “escuela de Chicago” (A.W. Small, R.E. Park, E.W. Burgess, R.D. McKenzie), llega en su mayorfa a la sociologfa por la via del periodismo; es decir, eran grandes conocedores 35 de la realidad social que habia gestado Ia tremen- da concentracion industrial y urbana de Chicago y sus estudios de campo, el andlisis pragmatico de esa realidad, asf lo confirman. Las diversas manu- facturas y principalmente la industria del automé- vil provocaron el crecimiento descomunal que su- ponia el nacimiento de suburbios y guetos enfren- tados con el ritmo de la city burocratica y de ne- gocios. En ese entramado social, construfdo con elementos humanos provenientes de la inmigracién fordnea e interna, mezcladas sus culturas, nacieron las expresiones de criminalidad organizada hasta en- tonces desconocidas, de corrupcién administrativa, de prostitucién, de negocios ilegales en torno a los alcoholes entonces prohibidos, etc. La situacion fue reconocida por los cientfficos sociales como de “desorganizacién social” y sus propuestas de com- prensién de semejante fenomenologfa partieron todas desde la éptica de la denominada “patologfa social”, medida segtin los pardmetros del moralismo protestante. La ciudad, caldo de cultivo de semejantes compor- tamientos, debfa ser analizada —segtin F.M. Thrasher, C.R. Shaw, H.D. McKay, F.M. Zorbaugh, L.S, Co- trell— como el organismo enfermo y como el habitat donde los individuos devenfan delincuentes, Nace asf la ecologta social cuyo método prevé la division de la ciudad en zonas morales descritas con ef mis- mo lenguaje con el que la ecologfa se refiere a la vida vegetal y animal. Estas ciudades deben ser conocidas en profundidad a fin de poder identificar los proce- sos mediante los cuales el comportamiento criminal se transmite y circula. Dentro de esas dreas, para la perspectiva ecoldgica dei delito, es menester identi- ficar los mecanismos que gestan ¢ imputsan el apren- dizaje de comportamientos desviados entre sujetos 36 que participan de grupos culturales, cuyos conjun- tos de valores comparten sdélo parcialmente los de la cultura oficial (o madre), cuando a veces no son directamente contradictorios con ella. La teorfa de la asociacién o de los contactos diferenciales y la de las subculturas criminales, productos propios de la escuela de Chicago, constituyen los comienzos de una marcada tendencia de la investigacién socio- criminal, cual es ta de ta tentativa de penetrar en el reducido Ambito de las relaciones interpersonales. e) Mientras en Europa, el] interés por la crimina- Jidad se manifestaba desde fa Optica juridico-penal por un lado y médico-psiquidtrica por el otro —de todas formas, siempre desde un enfoque positivis- ta comprometido con la perspectiva integrada de la sociedad— en los Estados Unidos ese interés se va integrando en la ciencia social. Este proceso va a continuar y finalizar después, de la mano con el triunfo de la sociologfa en 1a historia cultural nor- teamericana de ese siglo y la propuesta de aquella disciplina para coordinar un sistema de control fun- cional a una realidad social altamente diversificada y conflictual, abre las puertas para que la criminolo- gfa amplfe su objeto de estudio a aquellos compor- tamientos que si bien pueden no aparecer previstos en la ley penal, por Jo menos causan disgusto social. Asf nace ta sociolog{a de la desviacién que para cons- truir su objeto toma en consideracién ya no sOlo las normas penales, sino también las sociales. De cual- quier forma, desviado es s6lo quien se manifiesta ne- gativamente frente a una norma, aunque lo haga de. maneras diferentes. Por lo tanto, constituyendo la desviaci6n también un dato normativo, reaparece el problema de las definiciones, que aunque no le- gales, reflejan un conjunto de valores dominantes 37 como valores absolutos. Con ello estamos otra vez de cara a la misma situacién que resumia la crimino- logia positivista, en tanto la desobediencia a dichos valores supone contradiccién con el consenso en tor- ‘no a las normas. No hay que olvidar, por cierto, que los afios pos- teriores a la crisis de 1929-30 ven nacer la politica reformista propia del Estado del bienestar (Welfare State), fa cual supone una superacién de los confli¢- tos y desigualdades mediante el mito de la sociedad integrada en torno a valores y normas. El modelo propuesto por Parsons para explicar este ideal es el estructural-funcionalista que luego, con el triun- fo norteamericano en fa Ia. guerra mundial, se in- temacionaliza como la tnica teorfa sociolégica. La explicacién de la desviacién, segin la tipologia de la adecuacién anédmica —creada por Merton— pre- vé, precisamente, el desajuste entre las metas pro- puestas por la estructura cultural y los canales de acceso a ellas ofrecidos por la estructura social. Esta ofrece, efectivamente entonces, oportunidades diferentes para el alcance de las metas culturales con una desigual distribucién de las ocasiones para ser- virse de medios legftimos a dicho fin, lo cual ocurre en razon de la estratificacion social. Por estos mo- tivos existen siempre algunos individuos excluidos de esa posibilidad, quienes se sienten impulsados a constituir entre sf subculturas criminales, Estas sub- culturas suponen, entonces, la posibilidad de-alcan- zar esas metas propuestas por la cultura oficial, mediante el empleo de medias ilfcitos o bien, de constituir otras metas propias a la situacién de des- ventaja social de los individuos en cuestién. De cual- quier manera, la generacién de subculturas crimina- les, concebidas como reaccién frente a esa mengua 38 social, encuentran dentro del enfoque estructural- funcionalista su base explicativa en la teorfa de la anomia. f) Tal como Io habfan sugerido los fundadores de la escuela de Chicago, los procesos de interacciért entre los individuos deben ser conocidos a fin de identificar los factores que estén en la base de la identidad social. Esta sugerencia permite desplazar el andlisis hacia las formas de comunicacién entre los seres humanos. Resulta entonces muy significativo llegar a descifrar el valor simbélico que se atribuye a los gestos que - las personas emiten pata poder comunicarse entre sf. De todos esos gestos el mds influyente, sin duda, es el lenguaje que permite la transmision de las de- finiciones que elaboramos de los demas cuando las emitimos, las recibimos y las replicamos, La apari- cion del interaccionismo simbélico, como desarro- Ilo de la teorfa sociolégica, sefiala el nacimiento de Ja psicologfa social y jas variadas propuestas interac- cionistas, etnometodoldégicas y fenomenoldgicas re- velan una nueva forma de conocimiento de la reali- dad social, de esa realidad que se construye desde lo cotidiano y que supone el anilisis de procesos micro- sociales por medio de técnicas en las que el observa- dor se introduce en el mundo y en la cabeza de los actores, De esta manera ha podido afirmarse que el comportamiento humano, objeto de la nueva teorfa sociolégica, es el producto de tas definiciones de las demas, lo cual, por cierto, sirve para expurgar los mecanismos de los sistemas de control social, parti- cularmente del penal. Efectivamente, desde la propia definicién legislativa de la conducta criminal, hasta la continua y reiterada definicién de ella que supone la actividad de las instancias de dicho control (poli- 39 cfa, jueces, instituciones penitenciarias), se manifies- ta un proceso de criminalizacién, de etiquetamiento, cuyo producto final —culminacién de esa cadena de- finicional— es la identidad “delincuente” aceptada por la sociedad y asumida por el propio individuo. El desarrollo de la teorfa criminolégica ha Hegado asi a provocar su segundo gran salto de calidad. Se ha producido un giro copernicano en el conocimien- to criminolégico. En efecto, si desde el delito como entidad cognoscible, creado por el saber jurfdico- penal iluminista, al hombre delincuente del positi- vismo criminoldgico se habia producido el primero de esos giros, este segundo estd constituido por el desplazamiento del objeto de saber al propio siste- ma de control, o sea, a la actividad definicional de sus 6tganos, Esta revolucién. cientffica acaecida en el pensa- miento criminoldégico tiene ciertamente su explica- cién socio-politica. Efectivamente, el enfoque in- teraccionista sobre la desviacién y el delito posce algunos aspectos que revelan la existencia de un proyecto distinto al del Estado intervencionista del bienestar. Este ultimo aparecfa por detrés de aquellas doctrinas criminolégicas que propiciaban ja atencién de los individuos excluidos de la pro- duccién y criminalizados mediante la asistencia como estrategia principal de control social; a Jas cla- sicas medidas de internacién para enfermos menta- les y delincuentes se substituyen durante el Estado benefactor las tdcticas alternativas de control en li- bertad. En cambio, el enfoque interaccionista con su negacién de} paradigma positivista y de toda na- turaleza ontolégica de la desviaci6n —pues ésta es sdlo resultado del proceso de etiquetamiento—, con su aceptacién tolerante de las expresiones de diver- 40 sidad aunque sin inquirirse sobre la problematicidad polftico-social de ella, con su andlisis extremadamen- te subjetivizado de las relaciones sociales sin atencion al contexto general dentro del que ellas se producen, con su visibn del mundo y de la sociedad en la que el proceso de criminalizacién no conoce limites de tiempo ni de espacio —o sea, con su vision ahistérica en la que las condiciones estructurales no tienen nin- gin relieve—, en general, con todos estos aspectos que otorgan a su perspectiva una absoluta indepen- dencia de la complejidad y los conflictos sociales en que el comportamiento desviado se manifiesta, se presenta como auspiciando una hipdtesis neo-libe- ral de la sociedad. Su desapego por Ia funcién ideo- légica de los aparatos institucionales de control so- cial, propone una prdctica del Jassaiz-faire en el campo de la intervencién social; es decir, este enfo- que interaccionista supone una abstencién de cual- quier actividad oficial dirigida a la superacién de Jas contradicciones socio-econémicas que estin en la base del comportamiento desviado. Lo que ha ocu- trido, es que no en vano se ha roto el modelo con- sensual de la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta. 8) Pero la denominada época opulenta contrapone en los Estados Unidos una interpretacién pluralista a otra conflictual de la sociedad. Los teéricos del conflicto han formulado importantes contribucio- nes acerca del derecho como, por ejemplo, aquellas que determinan que la ley es el resultado de los inte- reses de quienes tienen el poder suficiente para pro- ducirla, mantenerla y aplicarla en su beneficio y en detrimento de quienes no poseen ese poder. De se- mejantes afirmaciones, que verifican la existencia de clases sociales, se extraen algunas confirmaciones 41 criminoldgicas como, por ejemplo: 1) que el proceso de criminalizacién es Idégicamente precedente al comportamiento desviado; 2) que dicho proceso de criminalizacién (y consiguientemente el mismo comportamiento criminal) depende funcionalmen- te de las dindmicas conflictuales existentes en la so- ciedad y, 3) que dependiendo todo el fenémeno cri- minal (proceso de criminalizaci6n, mds comporta- miento) de quien o quienes tienen el poder de, decla- rar la ilegalidad de la conducta, de acuerdo a sus in- tereses, entonces la cuestién criminal asume su na- turaleza fntegramente politica. Un punto crucial, sin embargo, es el de saber cémo se insertan estas confirmaciones criminolégicas que genera la inter- pretacién del derecho segin el enfoque conflictual de la sociedad, puesto que si el conflicto es la con- dicién necesaria para la misma supervivencia de la estructura social sélo los conflictos positivos, o sea aquellos conflictos que gestan un cambio de esa estructura, serén los tmicos plausibles en una pers- pectiva evolutiva de transformacién del derecho y, por lo tanto, de la cuestién criminal. Mientras que si, por el contrario, se privilegian los conflictos negati- vos que conilevan no un cambio, sino una substitu- cién de la estructura social, entonces habrfa que aceptar una perspectiva revolucionaria de transfor- macion del derecho y de la cuestién criminal. h) A esta altura del desarrollo de la teorfa crimi- nolégica es facil advertir entonces que la politica de control social (y penal) ha influfdo directamen- te la epistemologfa criminolégica. Los trdnsitos observados por la disciplina, descritos hasta aqui, revelan indudablemente un apego inocultable de Ja reflexion criminoldégica a la evolucién y a los in- tereses sociales; las formas y la actividad que el Es- 42 / / : tado contempordéneo ha asumido también, por lo visto, han tenido un peso decisivo en la construc- cién del discurso criminolégico. No de otro modo, entonces, puede entenderse este cuadro si no es concibiendo la criminologia como la disciplina del control social. En este sentido es innegable que la criminologfa ha perdido una substancia especifica que fue la que le dio su nombre en origen. Pero ha ganado una di- mensi6n social y politica que la ha llevado a trans- formarse en una teorfa y una prdctica criticas de las sociedades contempordneas. En este modo debe en- tenderse el proceso de radicalizacién de la disciplina. Quienes hoy pretenden la construccién de una reflexion critica sobre los sistemas de control social, afirman que ia desviacién y el delito son formas de comportamiento que estén estrechamente ligadas a las correspondientes estructuras sociales en las que se manifiestan; mds ain, que esos comportamientos no son mds que expresiones propias de un sistema de relaciones sociales cuyas caracter{sticas vienen otor- gadas por el modo de produccién y distribucién de la riqueza .que subyace a todo modelo social. De tal manera, sélo interpretando el tipo de formaci6n econémica que condiciona y determina la forma- Estado y la expresién juridica del mismo, se podrd entonces identificar la desviacién y la criminalidad como fenédmenos propios a Ia naturaleza estructural de los procesos que los gestan. Estos son los elemen- tos basicos de un andlisis pol{tico que en la ultima década ha introducido la reflexién crftica de la cues- tion criminal, los cuales, sin duda, desplazan el and- lisis de la desviacion y el delito hacia el interior de una perspectiva global de la sociedad. 43 TL A la luz de las manifestaciones hechas con motivo de este sintético repaso del desarrollo histérico del discurso criminolégico (repaso en el cual sdlo he in- clufdo los movimientos o transformaciones episte- molégicas relacionadas con el cambio de modelo social que las ha sustentado), voy a referirme ahora al segundo término del enunciado de esta interven- cién con la pretension final de dejar unidos ambos. A tal fin he de intentar encuadrar la aparicion y algu- nas de las evoluciones de una preocupacién crimino- légica por el llamado WCC en el marco de desenvol- vimiento del repasado discurso criminoldgico, pro- curando sefialar las incidencias que ha tenido éste sobre aquella. Antes, sin embargo, parece prudente referirse a la semdntica del concepto WCC con el objeto de saber si en el contexto cultural en el que nos expresamos, el mismo puede seguir traduciendo el sentido con el que fue acufiado originalmente. “White collar” (cuello blanco) y “blue collar” (cue- Ilo azul), sociolégicamente hablando, han constituido siempre expresiones destinadas a poner de manifies- to las diferentes vestimentas utilizadas respectivamen- te por los empleados y los trabajadores, Concreta- mente, en la sociologfa industrial fueron expresiones empleadas para designar a los trabajadores no manua- les (WC) y a los trabajadores manuales (BC). A veces, la expresién se refiere tnicamente a los mds bajos rangos de los trabajadores no manuales (empleados de comercio 0 técnicos sin ninguna posicién directi- va); otras veces, sirve para describir también a las ba- jas capas medias en general, cuyos integrantes son comparables en razén de su actitud profesional a 44 i i i posiciones empresariales como el proletariado indus- trial (von Kirn 1978, 863). Explosion industrial y difusién del lenguaje so- ciolégico fueron de la mano en los rugientes afios veinte de Norteamérica. Asf también el proceso de estratificacion al que se vid sometida la estructura social de dicho pafs fue reconocido en los habitos, usos y costumbres de la poblacién. Las metas del éxito, del consumo y del bienestar comenzaban a delinearse. La persecucién de dichas metas supuso ascenso social y semejante movilidad vertical solo se Jograba cabalgando sobre la ideologfa de las clases medias, quizd las mds vastas de la sociedad norteame- ticana de aquellos afios. Por lo tanto, con la expresién WC pas6 a designarse distintas manifestaciones de la cultura de dichas clases. Veamos cémo es que esta expresién sirvid para designar un tipo de criminalidad y de autores puni- bles (“white collar-criminality”, “white collar-crimi- nal”) cuyos rasgos peculiares no se corresponden exactamente, sin embargo, con la caracterizacién sociolégica que supone el predicado WC. Las indeci- siones y ambigtiedades no impidieron un uso dilatado de la expresién. La primera afirmacién ptiblica del WCC que tiene éxito la hace Edwin H. Sutherland. No obstante, antes de Sutherland, otros autores como por @j. E.A. Ross (1907) y A. Morris (1935) otorgaron aten- cién a esa categorfa de delitos y delincuentes “del mundo superior” (of the upper world) y es indudable que este ultimo --Morris— formulé algunos conceptos que después utilizé Sutherland. Este autor manifest6 que WCC es “el delito de ia clase white collar o clevada, compuesta por profesio- 45 nales u hombres de negocios respetables o al menos respetados”, comparado con “el delito de Ja clase baja, compuesta por personas de un bajo status so- cio-econémico”. Su tentativa para clarificar el signi- ficado de clase white collar o elevada lo Ilevé a con- tradecirse cuando manifesté (cito a Sutherland): “clases white collar (elevadas) y bajas es una expre- si6n que designa meramente a personas de status socio-econémico elevado y bajo”. Al mismo tiempo, él afirmaba: ‘‘muchas personas de bajo status socio- econémico son delincuentes white collar en el senti- do de que ellos van bien vestidos, son educados y poseen elevados ingresos, pero white collar como es usado aqui significa respetado, socialmente aceptado y aprobado, considerado. Algunas personas de esta clase pueden no ser bien educadas o no ir bien vesti- das, ni tener ingresos altos, aunque la clase elevada supera a las clases bajas en esos aspectos como en Status social” (cfr. Sutherland 1940, 5-12). Lo cierto es que la confusién acerca del significado del WCC crecié con el nimero de las publicaciones de Sutherland en torno al argumento. Ahora no tie- ne sentido continuar sefialando cudles fueron las variaciones acerca de esta cuestién; sélo remarcar cémo a veces el lenguaje cientifico esta plago de de- formaciones. Creo que a este efecto vale la pena recordar, tal como lo aludi antes, que todavia se si- gue llamando criminologia a una disciplina cuyo con- tenido no tiene prdcticamente nada que ver con el significado original de la palabra. a) Es sintomético que la primera afirmacién publi- ca del concepto sociolégico de WCC se formulara en 1939, Esto ocurrié en la ya famosa conferencia de Edwin H. Sutherland como presidente de la “Ameri- can Sociological Society”, publicada un afio més 46 | i i tarde bajo el tftulo de “White collar Criminality” (1940). A partir de esa fecha y en las dos décadas posterio- tes —1940-60— se reproducen ensayos e investiga- ciones sobre el tema que han quedado como clasi- cos en la literatura socio-criminolégica. Me refiero a los demds trabajos del propio Sutherland, de E.W. Burgess, F.E. Hartung y M.B. Clinard. Analizando las definiciones de estos autores sobre el concepto que ellos emiten acerca del WCC es da- ble advertir que en ellas no se emplea ningun elemen- to que provenga del clasico enfoque criminolédgico positivista. En todas se descarta cualquier andlisis biopsicolégico del autor; sélo se consideran circuns- tancias que hacen a la posicién socio-econémica del sujeto activo y a su actividad profesional. Sutherland, Juego de su primer enunciado, Hega a ulteriores acla- raciones con las que conforma su definicién del WCC. El afirma que “WCC puede ser definido aproximada- mente como un delito cometido por una persona de respetabilidad y elevado status socio-econdmico en el curso de sus ocupaciones” (1949, 9). Hartung dijo que “un WCC es definido como una violacién de las Jeyes que regulan los negocios, la cual es cometida por una firma, para la firma o sus agentes durante la conduccién de sus negocios” (1950, 25). El pro- pio Clinard (1952, 270) preguntdndose acerca de las razones de porqué un homibre de negocios que ha tenido buenas oportunidades para violar la ley no lo hace y sf, en cambio, otros con oportunidades li- mitadas la han violado repetidamente, afirma que serd necesario aguardar todavia hasta que la crimi- nologfa produzca una mayor comprensién respecto de Ja naturaleza de las diferencias de personalidad, 47 con lo cual tradujo su desconfianza por los enfoques biopsicolégicos acerca de 10s autores punibles. Hay en todas esas definiciones un abandono total del paradigma etiolégico acerca del comportamiento criminal individual. Mas al mismo tiempo ellas van a ofrecer unos elementos que otorgan la pista para descubrir las razones por las cuales en aquella época se despierta el interés por el Hamado WCC. En pri- mer lugar, me refiero a la situacién socio-econémica del autor que Sutherland destaca. Esta referencia formuta una clara alusidn al poder econémico 0 po- Iftico que inviste el agente, lo cual sugiere 1a estrecha relacidn entre criminalidad y desarrollo estructural en el que ella se manifiesta. El proceso de veloz con- centracién del capital otorga a ciertas personas o gru- pos de ellas un poder ilimitado. Algunos datos de épo- cas posteriores lo confirman. En efecto, en 1948 las doscientas corporaciones industriales més grandes de los Estados Unidos controlaban el 48% de los capitales existentes en ese ambito. En 1973 esas em- presas habfan elevado su predominio al 58%, mien- tras que las quinientas corporaciones mas importantes del pafs controlaban alrededor del 75% de los capita- les. Al mismo tiempo, el 75% de todas las participa- ciones accionarias en esas corporaciones estaba en Jas manos del 2%, de las familias mds ricas del pats (cfr. Heilbroner 1973, 205), todo lo cual permitié afirmar a Joseph Goulden que “no podia subestimar- se el peligro que semejante superconcentracién encie- ia para las estructuras econémica, politica y social” (1973, 11). Es entonces clara la recepcién que la teoria crimi- nolégica norteamericana hace de fenémenos y de si- tuaciones que hasta entonces la criminologfa tradicio- nal europea no se habfa ocupado. Si, ademas, toma- 48 | I | i i mos en cuenta el elemento “respetabilidad” de 1a de- finicién de Sutherland —que deriva del anterior ana- lizado— tendremos la evidencia de que la coinciden- cia entre poder pol{tico y econdémico, que hasta en- tonces habfa imposibilitado la criminalizacién de los comportamientos naturales y habituales de los miem- bros de la clase econémico-empresaria, ha despertado una primera preocupacién criminolégica. Esta preocupacién no es extempordnea a la crisis del modelo econémico-social liberal. La intervencién estatal en la sociedad y en la economia capitalista comienza a manifestarse, El centenario de Keynes que este aflo se conmemor6, nos lo recuerda. Sin embar- go, Sutherland se empefia por quitarle connotaciones politicas a su investigacién. No sdélo aclara que no Jo gufa intencién polftica alguna (cfr. Sutherland 1965, 44) sino que, ademas, intenta interpretar el WCC mediante su hipétesis de la asociacién 0 con- tactos diferenciales, la cual construye con elementos de la psicologia del aprendizaje que desciende de ta vieja tesis de la imitaci6n de Gabriel Tarde. La pro- puesta de Sutherland se adapta muy bien a la inter- pretacién de las nuevas formas en que se manifiesta la criminalidad organizada dentro de ta economia norteamericana, en la fase de transicién de un sistema de tipo competitivo a otro monopélico, El delincuen- te, si bien no seré aquel que biologicamente 0 psico- ldgicamente se ve necesitado a violar la ley, sf serd el que ha aprendido en su ambiente las técnicas, las mo- tivaciones y los valores que lo impulsan a esa conduc- ta; lo cual, por cierto constituye otro tipo de deter- minismo. Queda fuera de este andlisis el papel que juegan las elecciones racionales del hombre, sus pro- Positos, que lo hacen elegir entre diversos modelos de comportamiento, El hombre resulta asf prisionero de su ambiente. De tal forma, el interés criminolégico 49 se desplaza sobre el comportamiento como conducta de quien desempefia ciertos papeles dentro de deter- minadas organizaciones. Por ello, es la estructura or- ganizativa de la asociacion diferencial, con su capaci- dad para transmitir valores antagonicos, motivaciones alternativas, técnicas de aprendizaje, lo que concentra la atencién de la criminolog{a propuesta por Suther- land. Resumiendo, Ia teorfa de la asociacién di- ferencial es la mds apropiada para explicar las nue- vas formas del gangsterismo norteamericano de jos afios treinta (v. Bergalli 1983, vol. I, 117 y ss.). Recuérdese la época del prohibicionismo, las gran- des ganancias que procuraba el contrabando y la yenta de bebidas alcohdlicas, el racket de la prostitu- cién y de las casas de juego clandestino y en general todos los negocios ilegales que se apoyaban en poten- tes estructuras como las de la mafia, para tener la evi- dencia de que el momento organizativo resulta privi- legiado por el interés criminolégico. Claro es que de tal manera se abandona cualquier reflexi6n en torno a los fenémenos politico-econémicos que estén en la base de las definiciones del delito y se otorga a la organizacién criminal una imagen indefinida que no se distingue de cualquier otra forma de organizacién que persigue el fin de la ganancia, En consecuencia, la posibilidad de que un individuo adopte compor- tamientos delictivos queda sujeta a su mayor o me- nor adhesién a determinadas organizaciones o a que el fin de lucro se haya perseguido de un modo u otro. Ciertamente, aunque esa interpretaci6n pueda tener visos de veracidad, sin embargo, soslaya la mayor complejidad que reviste el fenédmeno criminal. La consideracién de la desorganizacién social, pro- pia de la escuela de Chicago (4mbito en el cual Su- therland formulara su teorfa), para justificar la exis- 50 tencia de asociaciones diferenciales, da por supuesto la preexistencia de una homogeneidad cultural. Aho- ta bien, como no ha sido posible demostrar la exis- tencia de esta época de solidaridad y consenso, es que se ech6 mano a la definicién de la desorganiza- cién, como formula negativa de verificacién. Sin em- -bargo, dicha definicion se presenta m4s bien como un juicio de valor negativo sobre aquellas organizaciones que traducen valores diferentes o antagénicos con los dominantes. Mds los valores dominantes ya se sabe que son aquellos que afirman las definiciones legales, con lo cual se recae en el antiguo equ{voco positivis- ta que ideoldgicamente identificaba los valores posi- tivos con la norma legal (Pavarini 1980, 103). Por Jo tanto, la asociacién diferencial reconoce la pluralidad de sistemas normativos dentro de un mismo dmbito social, pero en términos negativos, como efecto de un proceso degenerador de desorganizacién social. Por todo lo dicho, la atraccién que provoca en Su- therland el WCC lo que hace es confirmar cuanto dije antes acerca de la incapacidad de la teoria de la asociacion diferencial para explicar los aspectos polftico-econémicos que estén en la base de las de- finiciones de la criminalidad, Por otra parte, es opor- tuno sefialar ahora como Hamativo ef hecho de que en su investigacién (me refiero a “White collar cri- me”, publicada por primera vez en 1949) los esfuer- zos de Sutherland se dirigen a poner de relieve las ac- tividades ilegales de las setenta m4s grandes corpora- ciones y de quince compafifas de servicios ptiblicos de los Estados Unidos, mientras que de su definicién no quedan dudas que la persona de quien se habla es Ja persona natural. Es por lo expuesto que las erfticas dirigidas a Ja formulacién sociolégica de Sutherland sobre el WCC SL —que obviamente no voy a detallar aqui— provocan una mayor confusion en relacién con el sujeto activo de los hechos lesivos. Algunas de ellas como la de P. Tappan (1947) le reprochan a Sutherland intentar -borrar Ja prioridad del derecho y del funcionamiento de fa justicia para determinar la esfera de los com- portamientos delictivos, asumiendo una concepcién de la criminologfa que pretende definir la criminali- dad. Esta es, ciertamente, una posicién conservadora que continta atribuyendo a la criminologia un papel subalterno frente al derecho penal y olvida su verda- dero papel de analista de la realidad social que estd siempre por detr4s del delito, tal como todavia pien- san muchos juristas europeos. Asimismo, H. Man- nheim achaca a Sutherland haber cometido errores de definicién (cfr. 1964, vol. TI, cap. 3), lo cual harfa vulnerable el concepto de WCC a Ia critica que no recibié al principio pues, de una parte, Suther- Jand —segin Mannheim— se limit6 a tos delitos de Ja alta sociedad y, de otra parte, muy ilégicamente, él ha tomado delitos cometidos por personas qué no pueden ser clasificados como poseedores de un status social muy elevado. En realidad, parece que Man- nheim confunde ante todo el problema de la defini- cién con la explicacion en medio de Ios cuantiosos ejemplos dados por Sutherland, varias veces repeti- dos. La verdad es que si Sutherland hizo muchas alu- siones a delitos cometidos por sujetos de clase media y también de clase baja lo hizo para demostrar que este tipo de ilfcitos no era cometido sélo por indivi- duos de poca fortuna, sino también por personas que tienen alta posicién y poder. No se trata de incluir en la definicién de Sutherland a las clases inferiores, sino una argumentacién orientada a sostener el hecho de que la delincuencia no es sdlo la expresién de aquellos que se encuentran en el estrato social infe- rior. 52 , Sin embargo, lo que parece indudable es que na- die —ni Sutherland, ni sus criticos, ni quienes inten- taron integrar su definicién del WCC— acerté a iden- tificar el verdadero sujeto activo del WCC que real- mente debe interesar. En éfecto, el proceso de trans- formacién cualitativa y cuantitativa del sistema eco- némico-estructural nofteamericano, basado en una elevada concentracién del capital, se realiza a través de la constitucién y afianzamiento de las grandes concentraciones monopélicas (v, Baran/Sweezy 1968). Nadie duda que estas corporaciones estén constituf- das por individuos e, incluso, hasta por el Estado que por esa participacién pueden verse envueltos en prdc- ticas delictivas, pero al haber cambiado el sujeto de Ja criminalidad en los negocios —que en el esquema competitivo era el comerciante, e] empresario, el profesional individual que se beneficiaban ‘indivi- duaimente y ahora en el esquema monopdlico lo es la propia corporacién— la teorfa del WCC debe- rfa haber identificado su objeto de interés en esas corporaciones y en sus actividades, si realmente la teorfa venfa sustentada por la intervencién esta- tal en fa economfa. Por lo tanto, la tesis de Suther- land reconoce unos condicionamientos que, desde nuestra perspectiva actual, es posible sintetizar —co- mo lo hacen Gomez y Garcfa Méndez (1979, 22)— de la forma siguiente: 1) La tesis de Sutherland est4 impregnada por una perspectiva mas ética que polftica, haciéndose noto- tia en el tratamiento de Ia accion del Estado como so- metido a presiones coyunturales que desviarfan su esencia de garante del bien publico; 2) el intento de subsumir 1a explicacién del WCC en una teorfa general de la conducta.desvyiada —por medio del enfoque de la asociacién diferencial— equi- 33

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