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HISTORIA Y SINGULARIDADES CRISTIANAS

Profecías del A.T. y su cumplimiento

La derrota de Jerjes I el persa


profetizada por Daniel
Armando H. Toledo

Leer Daniel 8:5-7, 20, 21.

I. Jerjes y su formidable ejército

Los detalles de ciertas predicciones bíblicas del libro profético de Daniel relacionadas con las islas del Mar
Egeo resultan indudablemente impresionantes cuando examinamos su cumplimiento en retrospectiva
histórica. Estas profecías, así como las pruebas concretas que se han hallado en esos lugares, constituyen
evidencias convincentes —para la mente lúcida— de que la Biblia es la Palabra de Dios.
El ejemplo que estudiaremos en esta lección se encuentra registrado en el capítulo 8 del libro de
Daniel. Esta profecía fue escrita ‘en el primer año del reinado de Darío el Medo’ (Daniel 11:1), es decir,
alrededor del año 538 a.C., pero se cumplió varios siglos después.
Daniel predijo el surgimiento de un rey persa diciendo:

“Van a levantarse en Persia tres reyes más, y hasta un cuarto, el cual será más rico
que los otros tres. En cuanto haya cobrado fuerza con sus riquezas, incitará a
todos contra el reino griego” (Daniel 11:2).

Ese ‘cuarto rey’ que sucedió a Ciro II el Grande, Cambises II y Darío I el Grande, fue Jerjes I (519-
465 a.C.)
Al inicio del s. V, Jerjes tuvo que afrontar las consecuencias económicas y políticas de la derrota
sufrida por su padre, Darío I, en la llamada Batalla de Maratón, en lo que fue llamada la Primera Guerra
Médica (c. 490 a.C.). De hecho, pasó los primeros años de su reinado sofocando insurrecciones en su
imperio y “cobrando fuerza con sus riquezas”.
Animado por su corte ambiciosa, Jerjes comenzó a concebir la realización del sueño de su padre de
conquistar Grecia. De esa manera, alrededor del año 484 a.C., comienza a formar un magnífico ejército con
soldados de todas las satrapías de su dominio. Se dice que era tan grande que nunca ha habido uno semejante
en la historia del mundo. Herodoto, el historiador griego, lo calculó en 2.317.610 soldados navales y de
infantería. Por supuesto que, como en todo lo proveniente de tiempos tan remotos, las cifras pueden variar
notablemente. Mientras el historiador Will Durant ofrece una cifra que se acerca a los cálculos de Herodoto,
otras obras de consulta optan por cantidades que oscilan entre 250,000 y 400,000 efectivos del ejército persa.
II. Cómo cruzar el Helesponto a pie

Aunque el griego era un pueblo marinero, sin embargo carecía del poderío naval que les permitiera
hacer frente a la amenaza de ser masacrados por los persas. Por eso, un ilustre político ateniense llamado
Temístocles animó a la Asamblea ateniense a utilizar todos los beneficios económicos de las minas estatales
de Laureo, en la que existían ricos yacimientos de plata con los que podrían construir unos 200 trirremes.
El plan fue aceptado, y Esparta dirigió la formación de la Liga Helénica, formada por treinta
ciudades-estado.
Durante el s. V a.C., la fuerza naval que sustentó el dominio ateniense en el Egeo fue el trirreme,
velero alargado que utilizaba los remos durante los combates navales. Aunque esta galera transportaba un
pequeño grupo de soldados, no perseguía tanto abordar los barcos enemigos como sí inutilizarlos, para lo
cual se valía de la acometida de un ariete, recubierto de metal e impulsado por 170 remeros.
Por su parte, Jerjes realizaba la difícil tarea de trasladar sus fuerzas militares a Europa. Los alimentos
debían proporcionárselos las ciudades por donde pasaran. Esto suponía el gasto de unos 400 talentos de oro
solo para que el ejército comiera un día. Si un talento equivale a 34 Kg., entonces esto resulta en la friolera
de 13,600 Kg. de oro al día. Para esto, Jerjes ya había mandado con anticipación heraldos para que hicieran
los preparativos de cosechar cereales, preparar reses y aves para la mesa del rey. Por cierto, solo Jerjes
contaba con tienda de campaña propia; los demás dormían a campo abierto.
La multitud tenía que cruzar primero de Asia a Europa por el estrecho del Helesponto. Para ello,
decenas de barcos se alinearon de costa a costa para formar un larguísimo puente flotante. Se dice que
tardaron semanas en cruzar el estrecho. Pero sucedió un día que durante una tormenta, varios barcos se
hundieron en el mar, retrasando las fechas programadas y produciendo pérdidas de todo tipo. Jerjes,
encolerizado por el incidente, mandó propinar 300 latigazos y marcar con hierros candentes a las aguas del
Helesponto... Por cierto, también de paso mandó decapitar a los ingenieros constructores. Después de
semejante maltrato, el mar no volvió a dar problemas. Se dice que después de volver a tender otros dos
puentes, solo hizo falta una semana para que terminaran de cruzar todas sus tropas.

III. Leónidas y sus 300 vencidos en las Termópilas

A mediados del año 480 a. C., el ejército del imperio persa, acompañado de la flota, descendió por la
costa de Tesalia. Las fuerzas aliadas griegas finalmente se decidieron apostar en las Termópilas (“Las
Puertas Calientes”), que en aquel tiempo era una estrecha franja de tierra donde los montes se precipitaban
abruptamente hasta unos 150 metros de la playa. Para atravesar esta franja, los persas tendrían que marchar
en una columna tan estrecha que bien hubiera podido ser repelida con solo un batallón de aguerridos
soldados griegos. En los desfiladeros cercanos a las Termópilas se situó una avanzadilla de 7.000 griegos, a
las órdenes del rey Leónidas de Esparta, mientras que, cerca de las costas de Artemision, los 270 navíos de la
armada griega, jugaban al gato y al ratón con la flota persa.
Jerjes llegó a las Termópilas a principios de agosto, confiado en que su hueste militar derrotaría
aplastantemente a los griegos. Cuando estos no se retiraron, trató de expulsarlos lanzando contra ellos a los
medos y a los cisios, que sufrieron grandes pérdidas; lo mismo sucedió con “Los Inmortales”, (tropas
selectas de asalto), dirigidos por el sátrapa Hidarnes. Pero justo cuando los griegos pensaban que el invasor
estaba condenado a la derrota, un tal Efialtes, (en griego, “pesadilla”), avaro campesino tesalio, se ofreció a
los persas para llevarlos por las montañas hasta la retaguardia del ejército griego. A la mañana siguiente, se
dispusieron a atacar a los griegos por detrás con una maniobra envolvente. Al percatarse los espartanos que
les esperaba la derrota, se defendieron con coraje, mientras muchos de sus atacantes, que peleaban obligados
por el látigo, morían pisoteados o ahogados en el mar. Finalmente el rey Leónidas y los mil soldados que lo
acompañaban, cayeron. Hidarnes había vencido a la retaguardia espartana.
El ejército y los remanentes de la flota persa forzaron a los atenienses a retroceder a su territorio.
Jerjes logró penetrar en el Ática, saqueando y quemando todo lo que encontraba en el camino. Los atenienses
evacuaron la población a la cercana isla de Salamina. La acrópolis de Atenas tardó solo dos semanas en caer.
Todos sus defensores terminaron asesinados y sus santuarios destruidos, quemados y saqueados. Todo
indicaba que el fin de los griegos se acercaba.
IV. El macho cabrío ataca al carnero de dos cuernos

Cerca de las Termópilas, las naves griegas ya se habían batido indecisivamente con la flota persa. La
retirada de sus fuerzas terrestres indujo a la armada griega a replegarse hacia el sur para reunirse en la bahía
de Salamina. Allí, Temístocles trazaría el plan estratégico para su salvación.
Era consciente que los 300 barcos fenicios que integraban el núcleo de la flota persa, pese a tener
mayor tamaño, superaban en maniobrabilidad a sus robustos trirremes. Además, unas 380 naves griegas se
enfrentaban (con marinos menos experimentados que los persas) a unas 1,200 embarcaciones enemigas.

Ahora bien, puesto que el estrecho existente entre Salamina y la costa del Ática era angosto —al
grado de solo permitir el paso en columnas de 50 barcos—, si los griegos lograban inducir al enemigo a
entrar en este embudo natural, este no podría beneficiarse de su superior fuerza numérica ni su mayor
capacidad de maniobra. Se cuenta, pues, que Temístocles precipitó el combate enviando un mensaje falso a
Jerjes en el que se le sugería atacar para que no pudiese huir la flota griega.
El plan resultó como se esperaba. Los navíos persas, listos para atacar con sus filas de remeros y sus
fuerzas de lanceros y arqueros, rodearon la península del Ática y se dirigieron hacia el estrecho. Jerjes, muy
seguro del triunfo que esto representaría, de hecho dispuso su trono en un cierto monte para contemplar
cómodamente la batalla y la victoria.
Cual no sería su confusión cuando se vieron apiñados en el estrecho. Y repentinamente, al sonido de
una trompeta tocada desde Salamina, irrumpieron las formaciones de barcos griegos. Los poderosos
trirremes embistieron a las naves persas, rompiéndoles los cascos y haciéndolas chocar unas contra otras.
Los soldados griegos abordaron espada en mano los maltrechos navíos enemigos.
A partir de ahí todo fue maderas rotas y cadáveres flotantes destrozados. La derrota hizo a Jerjes
recoger las naves que le quedaban y tocar la retirada de regreso a su país. Cuántas vidas, riquezas y
humillación se habría ahorrado si hubiera sabido que un poderoso profeta de Jehová había previsto con siglos
de anticipación que su campaña contra Grecia no tendría éxito. La visión que Daniel había recibido del
Altísimo se había cumplido fielmente:

“Mientras reflexionaba yo al respecto, de pronto surgió del oeste un macho cabrío,


con un cuerno enorme entre los ojos, y cruzó toda la tierra sin tocar siquiera el
suelo. Se lanzó contra el carnero que ya había visto junto al río y lo atacó
furiosamente. Yo vi cómo lo golpeó y le rompió los dos cuernos. El carnero no
pudo hacerle frente, pues el macho cabrío lo derribó y lo pisoteó. 1adie pudo
librar al carnero del poder del macho cabrío […] El carnero de dos cuernos que
has visto simboliza a los reyes de Media y de Persia. El macho cabrío es el rey de
Grecia” (Daniel 8:5-7, 20, 21).

Para nosotros los estudiantes bíblicos de la Universidad Libre para Cristo (La UCLi), la histórica derrota
de Salamina constituye una prueba más de la veracidad de las Sagradas Escrituras y el grado en que podemos
confiar que es la inerrable Palabra de Dios.

“Por una fe inteligente…”


© 1999 La UCLi, Cuernavaca, México.
launiversidadlibreparacristo@gmail.com
www.scribd.com [La UCLi]
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TAREAS:

1. Investigar en Internet todo lo relacionado con las batallas de las Termópilas y Salamina.
2. Ver la película “300” y determinar su apego a la historia objetiva.
3. Ver el documental “Termópilas: muerte a los espartanos”, del Discovery Channel.
4. Conseguir en Internet imágenes de los trirremes griegos con ariete metálico.
5. Ubicar geográficamente el estrecho del Helesponto, la franja de las Termópilas y el estrecho de
Salamina.

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APÉNDICES:

Hace muy poco tiempo, en 1960, el investigador Michael H. Jameson descubrió una loseta en la que se encuentran
vestigios, de una escritura grabada en griego antiguo. El documento es importante porque sus palabras nos llevan de un
solo golpe, directamente, hacia uno de los hechos más cruciales de la Grecia de hace veinticinco siglos. Esta reciente,
“vuelta hacia el pasado”, la debemos al propio Jameson, quien publicó su hallazgo en la revista Scientific American de
1961.
Se trata nada menos que del texto del decreto promulgado para que los habitantes de Atenas abandonaran la
ciudad, salvaran a los niños, a las mujeres y ancianos, y se unieran para defenderse contra el ejército persa que, bajo el
mando de Jerjes, había empezado a invadir Grecia y avanzaba sobre ellos. Las frases que allí se dicen son patéticas,
pues bajo su serenidad se delata una extraña mezcla de temor, de patriotismo y de fe en sus dioses. Se habla allí de
cómo a propuestas del general griego Temístocles, el Consejo y el Pueblo resuelven que los habitantes abandonen la
ciudad, dejándola bajo la protección de su diosa Atenea, y de los demás dioses. Se ordenaba que, mujeres y niños fueran
evacuados hacia la población de Troizen, y que los viejos mayores de cincuenta años fuesen conducidos con sus
tenencias hasta Salamina, en tanto que, quienes se hallaren en servicio militar, se embarcaran como remeros e infantes
de marina. Se instaba a que los ciudadanos, se defendieran “por amor a su propia libertad y a la de los demás griegos, en
compañía de los de Esparta, de los de Corinto, de los de Egina, y de todos los demás que deseen compartir el peligro”.
Siguen después las órdenes de todo un plan estratégico para la defensa.
El carácter exterior de este acontecimiento había sido ya conocido y conservado para la tradición histórica
gracias a escritores que lo registraron desde la antigüedad, como Plutarco. Sin embargo, el documento pose el gran
valor de conectarnos con la incertidumbre espiritual de todo un pueblo que precisamente padecía en esos momentos la
viva experiencia de su posible aniquilamiento.
El gran maestro Sócrates aún no había nacido cuando tuvieron lugar las batallas en las Termópilas, Salamina y
Platea, pues nació un año después. Sin embargo, las virtudes del espíritu humano, la del sentimiento profundamente
religioso, la del amor a los allegados y la del amor a la libertad, tal como se hacen patentes en el documento a que
aludimos, ya eran virtudes muy antiguas en el espíritu del pueblo griego.
Después de la derrota y huida de los persas, la ciudad de Atenas se convirtió en un centro de hegemonía
política. Pero los invasores habían logrado penetrar hasta ella asolándola y destruyendo los templos de la Acrópolis (la
parte más alta de la ciudad), y era necesario reconstruirla.

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