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© Copyright Luciano Perefia y V. Abril, 1974. Editora Nacional, Madrid (Espafia). 1.S.B.N. 84-276-1196-X. Depésito legal: M. 34.077-1974. Printed in Spain. Impreso en Talleres Gr&ficos Montafia. Avenida Pedro Diez, 3 - Madrid-19, LIBROS DE BARTOLOME DE LAS CASAS DERECHOS CIVILES Y POLITICOS Edicién literaria de L. PERENA y V. ABRIL EDITORA NACIONAL Ee San Aaustin, 5—Madrid los ideales y aspiraciones comunes hay mayor coincidencia en el tiempo y en el espacio. En el campo de los hechos y las vivencias efectivas, la divergencia es mayor. En una zona intermedia se sittia el derecho, la cultura, la moral colectiva y las demds pautas del comportamiento social. Creemos que Bartolomé de las Casas sigue te- niendo plena vigencia y actualidad a nivel de ideales, de aspiraciones comunes y de ideologias. En este sentido, pensamos que su valor progra- matico y profético es excepcional. Lo que con- vierte a Bartolomé de las Casas en un «eldsico» de los Derechos Humanos. En el orden de las vivencias efectivas —indi- viduales, nacionales e internacionales— la situa- cidn es muy distinta. Tratar de aplicar hoy a la letra las proclamas lascasianas seria mds que un error o una equivocacidn: seria una insensatez. El filtro de la historia es implacable. En este sentido, el sistema lascasiano podria resultar contraproducente, ademds de anacronico. Haria falta una «purificacién» y adaptacién tajantes y seguramente imposibles. En la zona intermedia de lo social, lo juridico y lo politico quizd haya que extremar atin mds las precauciones y salvedades. El derecho es una sim- biosis dificil, un equilibrio dindmico y perpe- tuamente aleatorio entre lo que es y lo que de- beria ser, entre lo dado y lo deseado. En este sentido, Bartolomé de las Casas puede suminis- trarnos elementos de juicio y criterios de valo- racién y actuacién muy dignos de tenerse en cuenta. Tanto por parte de los que hacen y des- hacen las leyes y crean derecho, como por parte de los que tenemos que cumplirlas, que somos todos. 12 ESTUDIO PRELIMINAR BARTOLOME DE LAS CASAS DEFENSOR DE LOS INDIOS Desde la ciudad de San Juan de los Reyes, que era entonces la capital del Virreinato, los enco- menderos del Peri mandaban en 1554 por su pro- curador a don Antonio de Ribera. Traia plenos po- deres para negociar oficialmente ante el empera- dor Carlos V la perpetuidad de las encomiendas. En realidad esta comisién no hacia mds que cum- plir los acuerdos de la junta de Valladolid, que se habia reunido en 1550 para discutir tan espinoso problema. . En la Corte present6 el procurador sus creden- ciales y ofrecié a su Majestad un memorial con los argumentos y las bases de la negociacién. Con eJ fin de restablecer el orden y la paz en aquellos territorios, asi como para fomentar la prosperidad y el progreso de aquellos pueblos proponia como unica solucién que fueran conce- didas en perpetuidad las encomiendas con plena jurisdiccién civil y criminal. «Porque con ello nuestro Sefior seria servido y la real hacienda de su Majestad descargada con utilidad de los reinos y provincias y pueblos en universal de los natu- les indios y los espafioles en particular.» Los encomenderos ofrecian cinco millones de duca- ‘dos de oro a titulo de vasallaje. : La oferta no podia ser mas oportuna. El Empe- frador seguia terriblemente preocupado por las ‘continuas revueltas de los espafioles en las In- “dias, después de las nuevas leyes de 1542 y para ‘resolver la crisis de la Hacienda, tan esquilmada, se ingeniaban sus consejeros por arbitrar nuevos recursos financieros. Se iniciéd una polémica sorprendente sobre la venta de las encomiendas, que culminé en 1562 15 con una solucién de compromiso entre los colo- nizadores y la Corona. Frente a las pretensiones, mas bien sefioriales de los encomenderos y las pretensiones regalistas del poder central, Barto- lomé de las Casas invocaba los derechos demo- craticos de los pueblos indios. Es, sin duda, uno de los acontecimientos mds importantes para la historia de la colonizacién espafiola en América. ANATEMA CONTRA LAS ENCOMIENDAS Bartolomé de las Casas se constituye en el men- tor ideolégico del partido que lucha contra el sistema de encomiendas. Repetidas veces fue in- vocado su nombre durante la polémica, para ata- carle, como Alfonso de Castro, o para defenderle, como Bartolomé de Carranza. Conocemos el in- cidente que provocé en la junta de Londres la obra que habia sido publicada subrepticiamente en Sevilla durante 1552. Este tratado fue com- puesto para defender su actitud ante las Leyes de Indias. En nombre del derecho natural Jan- zaba su anatema contra las encomiendas'. Ante las juntas de tedlogos y letrados que, por mandato del Emperador, se habian reunido en Valladolid durante 1542, Bartolomé de las Casas conmina a los Reyes de Espafia a que «ordenen, manden y constituyan con la susodicha Majes- tad y solemnidad en solemnes Cortes, por sus pragmaticas sanciones y leyes reales, que todos Jos indios que hay en todas las Indias, asi los ya sujetos como los que de aqui en adelante se su- 1 Para el estudio cientifico y detallado del contexto hist6rico furidico-polftica de la polémica, véase Barto- lomé de las Casas, De Regia Potestate o el Derecho de Autodeterminacidn (edicién critica bilingiie por L. Pe refia, J. M. Pérez Prendes, V. Abril y J. Azc4rraga C.S.1.C. Madrid, 1969, Corpus Hispanorum de Pace, vol. VIII) estudio preliminar, p. -LXXXV. 16 jetaren, se pongan y reduzcan e incorporen en la Corona Real de Castilla y Leon, en cabeza de vuestra Majestad, como stibditos y vasallos libres que son, y ningunos estén encomendados a cris- tianos espafioles, antes sea inviolable constitu- cién, determinacién y ley real, que ni ahora ni en ningun tiempo jamds perpetuamente puedan ser sacados ni enajenados de la dicha Corona real por servicio que nadie haga, ni merecimiento que tenga, ni necesidad que ocurra, ni causa o color alguna otra que se ofrezca o se pretenda»?. No solo se trataba de quitar valor a los titulos que invocaban juristas y consejeros para justifi- car de alguna manera la enajenacién de bienes y personas con el fin de premiar a los conquista- dores y colonizadores, sino que se dirigia prin- cipalmente contra la tesis sefiorial de los enco- menderos. Si el Emperador no quiere perder to- das las Indias, no tiene otro remedio que derogar para siempre «jurandolo por su persona real y por sus sucesores en estos reinos y en aquellos», el sistema de encomiendas. Para convencer al Emperador y a sus conse- jeros, acudié Bartolomé de las Casas al sentido espiritual de la empresa espafiola e invocaba su experiencia en América, interpretaba los fines de la colonizacién y enjuiciaba la politica de Es- pafia. Lejos de ayudar y servir a los indios, las encomiendas prometian convertirse en un método de opresién, despoblacién y aniquilamiento de aquellas provincias. Su tesis se centraba en un argumento definitivo que iba a ser el nervio de sus intervenciones. «No deben de ser dados los indios a los espafioles ni por vasallos ni en en- comienda, ni por otra via alguna, porque cons- 2 Tratado Sexto: entre los remedios que don Fray Bartolomé de las Casas, obispo de la Ciudad Real de Chiapas, refirié por mandado del Emperador rey nues- tro sefior. (Tratados. Fondo de Cultura Econdémica, Mé- xico, 1965, vol. II, p. 643). 17 tituiria un atentado contra su libertad de hom- bres y de pueblos.» Aqui radica la verdadera aportacién de Barto- lomé de Jas Casas a la polémica. Inicialmente, la tesis fue formulada en la «Razén nona» de sus remedios*. Encontré una fundamentaci6n juridi- ca y moral en su tratadillo: Principia quaedam ex quibus procedendum est in disputatione ad manifestandam iustitiam indorum*. Y hace su primera aplicaci6n en su carta al obispo de Char- cas acerca de los bienes ganados por conquis- tadores y encomenderos *. Empezaba a elaborarse la tesis democratica. Partia de un primer supuesto fundamental: «aquellas gentes todas y aquellos pueblos de to- do aquel orbe son libres» * Y no perdieron los indios ni sus caciques su libertad natural por aceptar la soberania de Espafia, antes, por el con- trario, la completaron y perfeccionaron. Fue de- clarado oficialmente por los Reyes de Castilla y defendido siempre por sus consejeros que «los indios fueran tratados como personas libres que eran». Ningun titulo existia por el que se justi- ficara la pérdida de su libertad natural. Ni si- quiera la donacién pontificia. Un segundo principio quedaba formulado en estos términos: Cualquier limite a su libertad es- ta «fundado en el querer voluntario de aquellas entes y no en fuerza o violencia alguna que se es haga» ’. Nada se les puede hacer «contra su vo- luntad sino segtin y conforme a ella y aprobando 3 Publicado por Corpus Hispanorum de Pace (CHP), vol. VIII: Bartolomé de las Casas, De Regia Potestate (Madrid, 1969), p. 125. 4 Publicado por CHP, p. 136. 5 Publicado por CHP, p. 160. 6 Publicado por CHP, p. 126. 7 CHP, p. 128. 18 y consintiendo ellos», Ya que ningitin poder existe sobre la tierra de aminorar juridicamente la li- bertad «si no sale de su espontanea y libre y no forzada voluntad, de los mismos hombres libres aceptar y consentir cualquier perjuicio a la di- cha libertad». Se completaba con el tercer principio funda- mental: En consecuencia, el poder del rey sobre los vasallos «se funda sobre el voluntario consen- timiento de los stbditos»*. Por donde «sin su consentimiento no pueden ser enajenados y po- ner esto debajo de ajeno sefiorio y sujecién, don- de tanto se deroga y perjudica la libertad»; so- bre todo si esa transferencia a otros jefes politi- cos arriesga o implica un perjuicio grave a su li- bertad individual o vida colectiva. La enajena- cién de territorios y personas es un problema gravisimo. «Y el principe no puede hacer cosa en que venga perjuicio a los pueblos sin que los pueblos den su consentimiento,» Su Principia quaedam aporté los argumentos ‘juridicos y morales a esta tesis democratica. Es- te tratadillo constituia un primer esbozo de filo- sofia politica para poner de manifiesto y defen- der la justicia de los indios en la polémica con- tra Juan Ginés de Sepulveda. Por légica de estos principios democraticos, la aplicacién era inevitable: «Como dar los indios ‘a los espafioles en encomienda o por vasallos o de otra manera, sea servidumbre tan perjudicial, “tan excesiva y tan extrafia y horrible que no so- -lamente los deteriore y apoque y abata o derrue- “que de estado de libres hombres y pueblos Ila- ‘nos a pueblos destruidos y hombres siervos ab- yectisimos, pero a estado de puras bestias, y no paren aqui sino hasta ser deshechos como sal en agua y totalmente acabados y muertos siguese que esto no pudo ni puede hacerse sin consenti- ® CHP, p. 129. 19 miento suyo y que todos de su espontdnea volun- tad a tal servidumbre se sometiesen ?.» Esta segunda premisa se montaba sobre tres argumentos importantes: 1.°) El] sistema de en- comiendas es ilegal y antipolitico por «el dafio y disminucién de su sublime Corona y acrecen- tamiento real», ademas de que va contra las or- denanzas reales y la voluntad de los Reyes Caté- licos, que «determiné y declaré que los indios eran libres y debian ser tratados como libres». 2.°) Porque tal sujecién o enajenamiento es in- justa por ser onerosa, tirdnica y horrible. Para demostrar acude a su propia experiencia, sobre todo, en la carta al obispo de Charcas™, 3.°) Pero, ademas, es intrinsecamente mala, «por- que es también contra Dios y su ley y en oprobio e infamia y apartamiento y opresién de su santa fe que se estorba e impide». Por donde «aunque los mismos indios de su propia voluntad quisie- sen someterse a ella y deteriorar tan abatida- mente su estado y perder su total libertad, como en ella pierden, seria nula y de ningun valor la tal voluntad y no la podrian hacer». La cenclusién parecia evidente: El Rey esta obligado a prohibir, estorbar y desterrar «la en- comienda de los indios a los espafioles, que es mas verdaderamente dura servidumbre o tirdani- ca opresién» ", Pero, en circunstancias especia- les, gno existian causas legitimas y justas que permitieran esta limitacién de la libertad por ra- zon de Estado? Bartolomé de las Casas entraba de Ileno en la polémica. 9° CHP, p. 131. CHP, p. 160-167. "CHP, p. 131. 20 «CARTA GRANDE» A BARTOLOME DE CARRANZA El 20 de julio de 1555 recibié carta de su ami- go y hermano de Orden, Bartolomé de Carranza, en la cual le daba cuenta de la junta de Londres y trasladaba los argumentos mds importantes de la polémica. A través de ella, se puede recons- truir el proyecto de Antonio de Ribera, y refleja exactamente la argumentacién de Alfonso de Cas- tro, que justificé la decisién de la junta. Bartolo mé de las Casas se vio asi obligado a intervenir en la venta de las encomiendas del Pert. En el mes de agosto contesté a Bartolomé de Carranza con una larga y vigorosa carta que él mismo calificaba de «carta de» y que difun- dié por América y Espafia’. Su tesis fue discu- tida por los dominicos en el capitulo provincial de Guatemala primero y de Chiapas después. En la carta que escribié a los dominicos de Chiapas y Guatemala nos da el mejor comentario y valo- racién de este segundo tratadillo sobre has en- comiendas *. Pretende con ella responder a las objeciones que ponian en Londres los que precuraban la venta, con el fin de que Bartolomé de Carranza tuviese plena informacién del hecho y aun del derecho, pues «ha sesenta y un afios que vi co- menzar estas tiranfas y ha cuarenta y ocho afios que trabajo de inquirir a estudiar y sacar en lim- pio el derecho», escribia en 1563. Se ha dicho que esta carta constituye el mds vigoroso compendio de todos sus escritos apologéticos y juridicos. Hasta el mismo obispo crey6 que, gracias a ella, impidié Carranza la venta de las encomiendas del Pert. Se esforz6 también, reiteradamente, por super- valorar su «carta grande» y buscé el mejor aval 2 Publicada por CHP, p. 173-213. 8 Publicada por CHP, p. 235-250. 21 de su tesis en los tedlogos mds eminentes de Es- pafia. «Esta carta vieron primero los regentes de nuestro colegio, que ahora son maestros, los padres Fray Felipe de Meneses y Fray Juan de la Pefia y otros doctos colegiales a los cuales pla- ticando y disputando algunas veces en coloquios familiares no podia convencerlos, porque nunca © pocas veces de esta manera se averiguan o al menos se conceden las verdades; pero desde que vieron la carta me vinieron a conceder que yo tenfa razén y que eran las dichas encomiendas de si malas.» E inmediatamente afiade: «Vino en estos dias el maestro Cano a ser regente superior al Colegio; dile la carta que la viese; vidla y le- yola y dijome: Basta que vuestra sefioria tiene evidencia de ello.» Fray Juan de Villagarcfa escribié estas pala- bras: «Mil veces hemos hablado el padre nuestro Carranza y yo de vuestra carta grande y dice que en su vida vio cosa que mas le agradase.» Y el mismo Bartolomé de Carranza contestaba: «Vi vuestra carta y hame parecido muy bien y digo que tengo lo que vos tenéis y deseo lo que vos deseais.» Hasta es invocada la autoridad de Do- mingo de Soto, a quien ya en 1549 habia escrito Bartolomé de las Casas, tratando de persuadirle de que era necesario cambiar de politica en el gobierno de las Indias“. «Y el maestro y padre Fray Domingo de Soto, que haya gloria, todo lo que acaecia ver o oir de mis escritos lo aproba- ba y decia que el no sabria en las cosas de las Indias decir mds que yo, sino que lo pondria por otro estilo» 5. Se llega, por tanto, a la conclusién de que es- taban de acuerdo con la «carta grande» tedlogos %4 Vicente Beltran de Heredia, Domingo de Soto. Es- tudio biogrdfico documentado (Madrid, 1961), p. 638-641. 15 Carta a los obispos de Chiapas y Guatemala (CHP, pagina 236). 22 tan insignes como Felipe de Meneses, Juan de la Pefia, Melchor Cano, Domingo de Soto, Juan de Villagarcia, Pedro de Sotomayor y Bartolomé de Carranza. Ciertamente en las catedras de Teolo- gfa Moral empez6 a infiltrarse su tesis, invocdn- dose los argumentos y el nombre de Bartolomé de las Casas, aunque no fuera exacto, como pre- tend{fa el obispo, que sus libros «se han leido a la letra en las catedras de las universidades de Sa- lamanca y de Alcala». Hasta descubria su influen- cia en el tratado monumental «De iustitia et iu- fe», que en aquellos afios publicaba Domingo de Soto. La tesis de Ja «carta grande» parecia arran- éada de Santo Tomas, «puesto que ninguna pro- posicién de esta materia afirmo, por rigurosa y ‘dura que sea, que no la pruebe por principios cogidos de su doctrina». ~" Si vuelve otra vez a enjuiciar la empresa espa- ‘lola, es sdlo para poner de manifiesto la grave- Wad de aquella polémica. Bartolomé de las Casas ‘pide «que en Inglaterra ni en Flandes no se de- ‘fermine, sino que viniendo el Emperador o el Rey aca, se junte toda Espafia, y que cosa tan grande se haga con grandes personas, presentes y @a presencia de la persona Real y con morosa y “Morosisima deliberacién». Ademads, el Rey no yuede determinar aquel negocio «en perjuicio y Banos irreparables de aquel orbe tan grande,.don- ‘@e tantas gentes y generaciones hay y que tan fgraviadas y aniquiladas tan grande parte de hi han sido y hoy son las que restan, sin ser ‘tidas, Ilamadas ni defendidas, tratandose de en- §tegarlas perpetuamente a sus capitales enemigos gue las han destruido». La tesis democratica ga- pba en precisién. Un pequefo tratadillo de filo- ‘sefia politica, y ademas escrito en latin, parecia se incrustado en estas cartas. La presencia de Espafia en América tiene uni- eamente sentido en cuanto se hacia necesaria pa- ra el bien espiritual y el progreso material de los 23 mismos indios. Porque «el titulo que los Reyes de Castilla tuvieron y tienen para tener que enten- der en las Indias, y el fin que han siempre de pretender y procurar, posponiendo su propio in- terés y de toda Espafia, cuanto mas el de los: pro- pios espafioles que alld pasan, es la utilidad y bien comun espiritual y temporal de los indios. Este es el hito al cual todos los actos de su en- trada y estada o enviada y gobernacién alla son obligados a ordenar y enderezar. Y de tal ma- nera han de tener siempre aqueste fin por prin- cipal, que si algun riesgo se atravesase a perder algo o al dicho bien y utilidad de aquellas india- nas gentes y a sus reinos, espiritual, corporal o temporal o al bien y utilidad de los reyes de Cas- tilla, temporal, y de los espafioles temporal, cor- poral o espiritual, se ha de posponer lo tempo- ral de los Reyes, y lo temporal, corporal y espi- ritual de los espafioles por salvar lo temporal, corporal y espiritual de aquellos reinos y na- ciones» ”, Para Bartolomé de las Casas se habia conver- tido en axioma politico, casi dogmatico e incues- tionable, esta funcién de servicio de la politica colonial espafiola. Constituia un dato nuevo en la formulacién de su tesis democratica. «Los espafioles que pasan a las Indias han de pesar por bien de los mismos indios», de ma- nera que todo lo que hiciesen, ordenaren y pro- veyeren ha de ser para «provecho no del Rey ni de los espafioles, sino del bien espiritual y tem- poral de los indios», Porque «por esta causa fi- nal se concedié a los Reyes de Castilla aquella honorifica dignidad real y cuasi como imperial, de ser sobre muchos reyes soberanos principes». Los indios «tienen sus reyes y sefiores inmedia- tos, a quien no se les puede en un pelo perjudi- %6 Carta al Maestro Fray Bartolomé Carranza (CHP, paginas 192-193). 24 car en sus Estados y sefiorios, gobernaciones y jurisdicciones». Y si, inicamente, el interés de Espafia y de los espanoles se pone por fin «para conseguir traer al Rey millones de las Indias, y los espafioles ser all4 todos reyes en servicio y en riquezas, este error pésimo y horrendo, tirdnico e infernal, se- r4 condenado por toda razén natural y humana, y mucho mas por la cristiana filosofia». No po- dra, por tanto, el Emperador enajenar o vender _los subditos indios para sacar seis 0 siete millo- mes, con el fin de «suplir las necesidades de los Reyes y desempefiar la Corona de Castilla». La tesis se va apretando para centrarse en el proyecto de Juan de Ribera. Sera inaceptable to- do sistema de gobierno o institucién juridica que arriesgue la libertad natural de los indios. Como seria injusta toda politica de explotacién o de ‘engrandecimiento de Espafia a costa de los in- ‘dios. Bartolomé de las Casas incide en los mis- Mos anatemas contra las encomiendas. Se amon- tonan los argumentos ya conocidos, que se enri- quecen con nuevos documentos y declaraciones nuevos testigos. Su catalogo de abusos y cruel- dades puede ser exacto o exagerado, pero en na- da rompe el esquema doctrinal de su tesis de mocratica. Las Casas parte de esta interpretacién histori- ca y valoracién personal de las encomiendas pa- ra demostrar, contra los encomenderos y sus de fensores, que no pueden ser justificadas ni a ti- tulo de recompensa para premiar los servicios de conquistadores y pobladores ni para la promo- cién de la fe y salvacién de las almas, ni para la seguridad y prosperidad de los pueblos indios, ni para dar asiento y pagar salarios a los espa- fioles alla necesarios, ni mucho menos para so- correr y remediar las necesidades de Espafia. Sus acusaciones cargaban en definitiva la conciencia 25 del Rey. Se habia actuado en contra de la volun- tad de los mismos indios. Para cumplir con los fines auténticos de la colonizacién y las funciones que le sefialé el man- dato de la Santa Sede, no habfa mds remedio que derogar el sistema de encomiendas e incorporar a todos los indios a la Corona de Castilla. Hasta arbitraba medios concretos para llevar a cabo este proyecto con garantias y seguridad. Puestos todos los indios en libertad, servirian al Rey con alegria, con la sangre si fuera menester y darian dos y tres millones para la Corona. Y concluia Bartolomé de las Casas: «El Rey de Castilla ha de ser reconocido en las Indias descubiertas por supremo principe y como Em- perador sobre muchos reyes, después de conver- tirlos a la fe y hechos cristianos los reyes y se- fiores naturales de aquellos reinos y sus stibditos los indios y haber sometido y sujetado al yugo de Cristo, consigo mismos, sus reinos, de su pro- pia voluntad y no por violencia ni fuerza, y ha- biendo precedido tratado y conveniencia y asien- to entre el Rey de Castilla y ellos, prometiendo el Rey de Castilla con juramentos, !a buena y util a ellos superioridad y la guarda y conservacion de su libertad, sus sefiorios y dignidades y de- rechos y leyes razonables antiguas; ellos (los re- yes y pueblo digo) prometiendo y jurando a los Reyes de Castilla de reconocer aquella superio- ridad de supremo principe y obediencia a sus justas leyes y mandamienos» ". E] libre consentimiento de las poblaciones no sdlo justificaba, en ultima instancia, el dominio de Espafia en América, sino que condicionaba su olitica colonial. La tesis democratica se acerca- Ba a sus formulas definitivas: Nulli principum aut regum quantumeumque supremo de mundo li- 11 Carta al Maestro Fray Bartolomé Carranza (CHP, pagina 202). 26 cere vel statuere vel ordinare aliquid in praeiu- dicium aut detrimentum populi sine subditorum eorum consensu libero non requisito. Quod si fe- cerit nihil omnino valebit de iure™. MEMORIAL AL REY Y AL CONSEJO DE LAS INDIAS ,, Si bien Bartolomé de las Casas no tenia incon- veniente en que su carta a Bartolomé de Carran- za fuera leida a su Alteza, prometia, sin embargo, al final probar mas juridicamente este derecho. El memorial que dirige a Felipe II, en 1556”, posiblemente no es mds que el sumario de la pequefia obra que titulé De non alienandis opi- bus a regia corona, nec vendendis publicis ont. ciis, a que hace referencia el manuscrito de la biblioteca nacional de Madrid y que fue incluida ‘sin duda, en su tratado De imperatoria seu regia potestate™, Para completar esta tercera fase dia- léctica habraé que tener en cuenta su memorial al Consejo de Indias* y un parecer razonado so- bre las personas y tierras de los indios ”. Invocando su experiencia de «Cerca de sesenta afios que trato y conozco las Indias y he visto por mis ojos, estando alli presente todas las co- sas que en las principales han acaecido», Barto- 38 Carta a los dominicos de Chiapa y Guatemala (CHP, pagina 250). 8 Publicado por CHP, p. 214227. 2 Erudita et elegans explicatio quaestionis: utrum re- ges vel principes iure aliquo vel titulo, et salva conscien- tia, cives ac subditos a regia corona alienare et alterius domini particularis ditioni subicere possint (Francoforti, 1571). Publicado por CHP, p. 1-115. * 4 Memorial de fray Bartolomé de las Casas al Conse- jo de Indias (Publicado por CHP, p. 279-283). 2 Parecer razonado de un tedlogo desconocido sobre el titulo del Rey de Espajia sobre las personas y tierras de los indios. Fublicado por Mariano Cuevas, Documen- tos inéditos del siglo I para la historia de México (México, 1914), p. 176. : . 27 lomé de las Casas mantiene la critica que hizo anteriormente sobre el sistema de las encomien- das. Se descubren, sin embargo, elementos nue- vos, s6lo insinuados en los textos anteriores y que aqui adquieren su desarrollo teérico. Mas que un arma nueva de estrategia en la polémica, sig- nificé un paso decisivo en la elaboracién de su tesis democratica. El mismo promete hacer una s{ntesis de sus teorias. Se sientan las bases de un tratado sobre el derecho de autodeterminacién. Desde el punto de vista cientifico, la intervencién de Bartolomé de las Casas habia Ilegado a un momento trascendental. Se esfuerza, ante todo, por demostrar la tras- cendencia y el riesgo de aquella polémica. Se tra- ta, nada menos, que del porvenir de América, de que Espafia conserve el imperio concedido por el Papa sobre los reinos de las Indias 0 se ponga en peligro de perderlo. Y un problema tan im- portante, como es la venia o enajenacién de un orbe tan grande, con «mas tierra que hay de Va- Wadolid a Roma y Alemania», debe ser tratado en Cortes con asistencia de todos los estados de Espaiia. Ademds —aqui empezaba la novedad de sus tesis— «segtin la ley natural y divina deben ser llamados y citados y avisados y ofdos y que los indios informen de lo que conviene a su dere- cho. Pues aqueste paso es donde se trata de un gran perjuicio, como es que Vuestra Majestad venda por dinero a los que siempre han sido sus capitales enemigos y a quien, como al mun- do es notorio, los han destruido» 7, Primero, porque es un derecho fundamental que corresponde a todo hombre libre y ha sido reconocido por las leyes del Reino. Y que «por ley natural y divina, y por las leyes de Vuestra Majestad en estos reinos, no hay juez grande ni 2 Memorial-Sumario a Felipe II (CHP, p. 217-218). 28 chico, superior o inferior, que condene a un hom- bre, por bajo que sea, a que pague ciento mara- vedises y mucho menos a que pierda toda su li- bertad, ni al sefior su estado ni mucho menos la vida (como aquellas gentes que si Vuestra Ma- jestad las vende todas las cosas dichas han de perder), sin que primero sea llamado, oido y de- fendido y al cabo vencido» *, Segundo, porque debe respetarse su voluntad de pueblos libres que desean ser stibditos del Rey, pero vinculados directamente a la Corona Real. «Porque cosa justa y razonable es que, pues aquellas gentes son libres y nunca merecieron ser cautivas (como los Reyes Catélicos declara- ron y el Emperador muchas y diversas veces lo declaré con parecer de sus consejeros y letrados) y de su voluntad desean ser stbditos de Vuestra Majestad, que Vuestra Majestad los reciba y no los venda a particulares, porque manifiesto esta cuanto mas alegres viven los pueblos y cudnto mayor amor tienen a sus reyes y cudn mas pron- tos est4n a poner las vidas y las haciendas por su servicio los que estan en Ia Corona Real, que los que viven sélo el regimiento de los particula- res sefiores.» Bartolomé de las Casas se arroga entonces el titulo de defensor de las Indias contra las prue- bas que aduce Antonio de Ribera en defensa de su proyecto. Lejos de asegurar y pacificar la tie- rra, la perpetuidad de las encomiendas provocara rebeliones y atin la guerra entre los espafioles, y Ja despoblacién y el exterminio de los indios; y hasta pondra en peligro la misma soberania de Espafia en aquellos territorios si se venden a los encomenderos con jurisdiccién civil y criminal, mero et mixto imperio. «Porque cuando los hijos y herederos de éstos se vean tan ricos y sefiores y entiendan que sus padres conquistaron la tie % Memorial-Sumario a Felipe II (CHP, p. 218). 29 rra y la compraron a Vuestra Majestad por tan- tos millones, no habiendo conocido a Rey ni sa- bido qué sea obediencia y la fidelidad que se ha de guardar mds que la lumbre de sus ojos al Rey, y habiéndose criado en tanta riqueza, exten- sién y sefiorio y sin crianza ni cristiandad ni te mor de Dios, ¢por qué habian de tener quien les predique y encamine en via de salvacién? ;En qué tendran levantarse, y este poco de nombre que Vuestra Majestad en aquella tierra tendrd, desecharlo y olvidarlo de sf, desconociendo y aborreciendo ofr su nombre de rey?» Los argumentos son ya conocidos. Pero des- cubre aqui los fundamentos de su tesis demo- cratica. Porque gcon qué derecho, se pregunta, puede vender un rey tierras, vasallos y jurisdic- ciones? ¢Es justo que por tantos millones pue- dan ser vendidos los stibditos a sus mayores ene- migos? Si en los reinos de Espafia «no puede el Rey enajenar los hombres libres, ni las rentas rea- les, porque son inalienables e imperdibles, y por- que en ello perjudica a sus sucesores», mucho menos puede enajenar los hombres libres, reyes y sefiores, subditos de las Indias. «Y si Vuestra Majestad tiene necesidades, cau- sadas por estos reinos o por otros sefiorios que tiene por aca, de ellos debe sacar el socorro para remediarlas y no vender aquellas gentes libres que ni las causaron ni jamas nos debieron nada.» Dicen las Partidas que «cuando el Rey hubiese necesidad, se ayude de sus stibditos, pero que no ose enajenarlos». Seria, finalmente, contra el derecho natural enajenar una gran ciudad o parte del territorio, «porque resulta en perjuicio del reino y contra el bien comun no hay en la tierra poder espiritual ni temporal que lo pueda hacer dispensable». Y enajenar aquellas tierras tan inmensas, con tan- tos pueblos libres de indios, «no puede ser hecha 30 cosa de mayor perjuicion a Espafia; ademas de que vende por siete lo que vale ciento y doscien- tos millones. Para asegurar el dominio de Espafia en las In- dias, concluia Bartolomé de las Casas, no esta el remedio en vender aquellos reinos a los enco- menderos, «que no tienen los millones que pro- meten», sino en devolver a los indios su libertad natural, restituir a los caciques sus antiguos se- fiorios y poner en aquellas tierras una guarnicién de soldados para defensa del derecho y ejecu- cién de la justicia. La conclusién a que llega el informe razonado es verdaderamente sorprendente. Dificilmente se uede encontrar nada mds avanzado. Representa a culminacién de este proceso dialéctico sobre derecho de autodeterminacién. «El titulo que S. M. tiene es sdlo éste: que los indios todos o la mayor parte, de su voluntad quieren ser vasallos y se tienen por honrados, y de esta manera S. M. es rey natural de ellos, también como de los espafioles, y con buena con- ciencia podra recibir tributos moderados susten- tandolos en justicia y cristiandad. Y asi es el mayor servicio que nadie le puede hacer, en gran- jear las voluntades de ellos con buen tratamien- to en su nombre, para que huelguen de ser va- sallos. De donde se sigue manifiestamente que con buena conciencia no puede hacer reparti- miento de aquella tierra dandola a caballeros y a sefiores haciéndoles vasallos de ellas, porque la tierra es de los indios, cuyo dominio tienen iure gentium y las personas son libres, y ningun rey ni Papa les puede hacer esclavos ni vasallos de alguno caballero que les aprecie, sin grande in- justicia, pues que esto repugna cuanto puede» *, Otra vez la derogacién de las encomiendas se presenta como el tinico remedio para el gobierno 28 Parecer razonado, p. 176. 31 de las Indias, Este documento que aparece como anénimo y quizd pueda dudarse que ciertamen- te sea de Bartolomé de las Casas, sintetiza, mejor que ningun otro, y con férmulas lapidarias, su tesis democratica. Su conclusién final se hace ya ineludible: «Que no sean los indios distribuidos y repartidos mu- cho importa al estado real de S. M., porque en dandoles a sefiores luego cada uno de ellos se tendra por rey, y como no aman al rey ni al au- mento de Ja Coronal Real de Espafia sino al suyo propio y de su casa, con estar tan a trasmano, estan dos dedos de se Ievantar con la tierra como la experiencia lo ha demostrado de pocos afios aca, que ni los sefiores ni los encomenderos ase- guran la tierra, antes la ponen en ocasién de se alzar y con mil de a pie y de a caballo que S. M. pusiese en la Nueva Espafia y otros tantos en el Peru, no habiendo sefiores ni encomenderos, ten- drian quieto y seguro de los indios todo aquel nuevo mundo seguramente sin que haya rebelio- nes y alborotos; y aun por esta manera de go- bernar y no dar a nadie ciudad ni vida ni vasa- llo, el turco toda su tierra tiene sujeta y segura. Y poniendo gobernadores muy bien salariados y que después de cierto breve tiempo hubiesen de hacer residencia en Espafia y, por otra parte, en lo espiritual, obispos siervos de Dios y ami- gos de la paz, tendria S. M. todo aquel nuevo or- be en paz y tranquilidad y en lo espiritual sufi- cientemente doctrinados» *, Pero ¢cémo saber cual es la voluntad de los indios? Bartolomé de las Casas abrié el camino a la consulta popular. Ha sido su intervencién mas _ sensacional. % Parecer razonado, p. 177. 32 OFERTA SENSACIONAL DE LAS CASAS En juntas y reuniones por diferentes ciudades del Pert, los caciques indios manifestaron su vo- to contra la venta de las encomiendas. Pero ¢cé- mo hacer llegar al Rey y sus consejeros esta opi- niédn radical y undnime de los representantes naturales de la poblacién india contra el pro- yecto de Antonio de Ribera? Nombraron a Bar- tolomé de las Casas por su representante en la Corte de Valladolid, para que en nombre de los indios defendiera ante el Rey y el Consejo sus puntos de vista en la polémica. Con este fin, los caciques del Cuzco otorgaron der total a Bartolomé de las Casas. Lo mismo icieron los caciques de Guanchogualas, Guaman- ga, Chuquil, entre otros. Hasta que el 15 de ju- lio de 1559 reunidos en la ciudad de los Reyes, los caciques mds representativos por si y por to- dos los demas caciques y principales de los in- dios del Peri, nombraron por sus representantes a Fray Bartolomé de las Casas, Domingo de San- to Tomas y Alonso Méndez, les otorgaron ante notario poder total como procuradores ante el Rey y el Papa y sefialaron los objetivos concretos y condiciones de esta comisién”. En virtud de estos poderes concedidos legal- mente por los mismos caciques del Peru, presen- taron Bartolomé de las Casas y Domingo de San- to Tomas un nuevo memorial al Rey y al Con- sejo de Indias durante 1560. En definitiva era la contrapropuesta al proyecto de Antonio de Ri- bera ®. Debidamente informados de las pretensiones de los encomenderos y de que el Rey después de haberlo tratado en Inglaterra y Flandes habia 2 Este documento ha sido publicado integramente por CHP, p. CII-CVI. 2% Biblioteca de Autores Espafioles, tomo 110, pagi- nas 465-468. 33 «concedido y determinado de dar perpetuos los pueblos con sus cacique y indios de dicho reino, a los espafioles que los tienen en repartimiento o encomiendas, por cierto servicio de oro y plata que le prometian hacer, y aun tan excesivo que les era imposible cumplir», los caciques en nom- bre de sus pueblos protestan de aquella manio- bra como de un atentado contra su libertad y aun contra su misma supervivencia. Tratan de justificar su oposicién y de razonar su voto en contra de aquel proyecto con una se- rie de pruebas que demostraran que al menos cinco grandes e irreparables dafios se seguirdn al estado de Su Majestad en aquellas tierras. La Corona perderd gran numero de fieles va- sallos, desaparecerdn todas las rentas, no podra mantener justicia en la tierra, dara ocasién a rebeliones de tiranos y se pondra en peligro la cristiandad misma. Para remediar todos estos dafios y prevenir razonablemente a aquellos peligros, Bartolomé de las Casas y Domingo de Santo Tomas, usando de los poderes que les fueron enviados desde el Peru, ofrecen a Su Majestad «que los caciques y sus pueblos servirdn con todo aquello que los espafioles se averiguare bona fide, y sin algin fraude que se ofrecieren a dar, y sobre todo afia- dirdn cien mil ducados de Castilla: y si no hubie- re comparacioén de lo de los espafioles, serviran a Su Majestad con dos millones de ducados en cuatro afios». : La oferta de los indios realmente era sensacio- nal. Pero iba condicionada a una serie de obliga- ciones que se imponia a Ja Corona y el Rey debia corroborar bajo juramento a los pueblos indios. Los caciques indios se comprometian a servir co- mo fieles vasallos «en el dicho tiempo, en tanto que S. M. como Rey justo y catélico tenga por bien de ley promover, y con efecto guardarles in- violablemente, por si y por sus sucesores, para 34 siempre jamds, mandandoles dar todas cartas y provisiones necesarias, con todas las firmezas y corroboraciones y juramentos que los reyes jus- tos y cristianos suelen cuando contratan hacer y dar, las cosas siguientes»: Primero, que S. M. prometa y conceda que «ni ahora ni en ningun tiempo dé ni consienta, ni permita dar ni enajenar ningun repartimiento de cuantos hoy hay en todas aquellas provincias del Peri, sino que siempre sean y estén inmediata- mente en la Corona de Castilla, como lo estan las ciudades y pueblos realengos de estos reinos de Espafia». Segundo, «que se prohiba que ningun enco- mendero entre por ninguna causa ni razon en los pueblos de los indios que tienen encomendados, sino que los tales pueblos de indios los pongan sus tributos en los lugares donde por las tasacio- nes fuere determinado». Tercero, «que los pueblos e indios que hoy es- tan o estuvieren en cabeza del rey y los que se fueren poniendo en ella, paguen a S. M. no mas de la mitad de los tributos que hoy pagan». Cuarto, «que si algin pueblo o pueblos de los encomendados a espafioles y de los de S. M. se hallaren agraviados en tener demasiados tribu- tos, se tasen y desagravien, imponiéndoles el tri- buto que segtin razén debieren pagar». Quinto, «que como fueren vacando los pueblos y repartimientos, los menos principales se vayan reduciendo a los mas principales, segin la orden antigua de policfa que tenfan en tiempo de los reyes incas». Sexto, «que cuando no hubieren de tratar los negocios generales tocantes al estado de sus re- publicas, que se convoquen procuradores en los pueblos y sus comunidades para que lo entien- dan y consientan si fueren cosas utiles». 35 Séptimo, «que S. M. haga merced y dé privi- legios como los tienen de ley natural, que los se- fiores mas principales de aquel reino sean libres y francos y no paguen pechos, ni sean obligados a otras servidumbres, como los caballeros e hi- josdalgo de acd de Espafia». Octavo, «que no se permita tomar a los pueblos en comun, ni a los vecinos indios en particular, tierras ni aguas, ni otras cosas concejiles ni par- ticulares, de aqui adelante». La tesis democrdtica terminaba en un pacto entre el Rey y el pueblo. Asi «tendra S. M. opor- tunidad para libremente cumplir la obligacién que tiene a Ja buena gobernacién y conservacién de aquellas gentes». El proyecto fue del Consejo de Indias a los co- misarios del Peri; pas6é al informe de juristas y tedlogos. La Corona nunca se pronuncié sobre tales pretensiones. Todavia Bartolomé de las Ca- sas intenté provocar una junta de tedlogos. Du- rante el afio 1563 se leyé6 este memorial ante el pleno del Consejo de Indias. Pero nada se resol- vio «sino dijeron que lo verian». El tiempo dila- taba una solucién aceptable. Ante aquella situacién, para Bartolomé de las Casas insostenible, no le quedaba otra solucién que recurrir al Papa, como 4rbitro supremo de aquel negocio, ya que el Rey, en ultima instancia, tenia el imperio de las Indias por «concesién de la Silla Apostdlica». Fue el ultimo esfuerzo de su vida como protector de los indios. En el mes de mayo de 1565, aproximadamente un afio antes de su muerte, Bartolomé de las Ca- sas presentaba a Felipe II su trabajo sobre las Doce dudas®. Venia a ser algo asi como su tes- tamento politico después de una larga vida de agitacién y de lucha en favor de los indios. El 2 Tratado de las doce dudas (Publicado por Biblioteca de Autores Espafioles, t. 110, p. 478). 36 Rey mando el manuscrito al Consejo de Indias para el que hizo el mismo obispo un compendio de sus ideas con una franqueza brutal e intran- sigente. Durante varias sesiones fue leido el ma- nuscrito, estando presente en alguna de ellas el autor, que se encontraba ya enfermo. El tratado, que fue sin duda el ultimo de su vida, puede reducirse a ocho principios funda- mentales: Primero, todos los infieles, no importa cuales fuesen su religién o los pecados que hubieran cometido, poseen legitimamente sus propiedades y sus tierras. Segundo, ningiin rey o emperador, ni si- quiera la Iglesia, pueden hacer una guerra justa contra las naciones de las Indias. Tercero, la unica razén que abona la con- cesién papal a los Reyes de Castilla y de Leén es la propagacién de la fe. Cuarto, por esta concesién el Papado no intenté privar a los reyes y sefiores natura- les de las Indias de ninguno de sus dere- chos. Quinto, los Reyes de Castilla y de Leén es- tan obligados a sufragar los gastos requeri- dos para convertir a los indios y no pueden constrefiir a los indios a pagarlos contra su voluntad. Sexto, para que el imperio de Espafia en las Indias sea justo se debe contar con el consentimiento de los Reyes y pueblos de aquel orbe, de manera que acepten libre- mente la donacién del Papa a los Reyes de Castilla. Séptimo, las entradas todas que han rea- lizado los espafioles desde el descubrimien- to de 1492 han sido «malas y tirdnicas». 37 Octavo, desde 1550 hasta 1564 no ha ha- bido ni hay ahora ningun hombre en todas las Indias que haya tenido ni obre de buena fe. Sin el consentimiento libre de los principes y pueblos indios, el dominio espafol en América no se justificaba ni siquiera por la donacién pa- pal. Bartolomé de las Casas concebia que el re- sultado de la conquista debia ser una confedera- cién pacifica de reinos indigenas cristianos bajo el alto dominio del emperador, que seria el Rey de Castilla. Dichos reinos conservarian sus pro- ios gobiernos y sus costumbres en todo Io que era compatible con su incorporacién al impe- vio cristiano. En otro nuevo tratado (De Thesauris del Pe- ru) que también habia remitido al Consejo de Indias, revivia su tesis democratica con mayor precisién todavia. Los anatemas contra las enco- miendas volvian a repetirse. Pero teéricamente nada nuevo afiadian *, El tratado Del tinico modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religién es probable. mente el manuscrito que Bartolomé de las Ca- sas envia al Papa para que lo «mande examinar y si fuere justo estamparlo»*. En su carta a Pio V brinda una sintesis: El esquema ideolégico con el libro es tan idéntico, que dificilmente de- ja lugar a dudas ®. En términos enérgicos pide que excomulgue y anatemice a quien declare la guerra a los infie- les «por causa de idolatria o para que el evange- lio sea mejor predicado». Insiste que se fulmine *% ~=Los tesoros del Peri (Traduccién y anotaciones por Angel Losada, Madrid, 1968). Los textos mds impor- tantes han sido publicados en CHP, 251-266. 4 Publicado en Méjico (1942) por el Fondo de Cultura Economica, & Peticién a Su Santidad (CHP, p. 284-286). 38 con una condena parecida a todo el que sostenga que los indios no son propietarios legitimos de lo que poseen o son incapaces de recibir la fe, «por mds rudos y de tardo ingenio que sean». Denuncia y protesta contra los obispos y ecle- sidsticos que se desentienden y hasta se enrique- cen, mientras sus propios subditos mueren de hambre. Pedia la intervencién inmediata de la Santa Sede en favor de los «oprimidos con sumos trabajos y tiranias». ¢Cayé también en el vacio este ultimo intento de Bartolomé de las Casas? A finales de 1566 enviaba Pio V a la Corte de Madrid una instruccién «sobre la manera de tra- tar a los indios de América» *. Habia sido re- dactada detalladamente por una comisién de cuatro cardenales, y en Espafia, el arzobispo de Rossano debia entregarla a Felipe II y sus mi- nistros. En nombre de los principios cristianos, Pio V se constituia en preceptor de colonizacién. Re- cordaba que la conversién de los infieles habia sido el fin por el que fue concedida a los Reyes Catélicos de Espafia la conquista de aquellos pai- ses y redactaba el primer programa de coloniza- cién cristiana: Era necesario enviar predicadores y sacerdo- tes, suficientemente pagados, que sepan predicar el Evangelio e instruir a los indios en la fe catd- lica. Para formar y educar a los indigenas en la vida cristiana y polftica, debian tener maestros que no deshicieran con su ejemplo el efecto de sus palabras. Los gobernadores y virreyes tenian el deber de reprimir a los viejos cristianos y a los colonos avidos de enriquecerse. Espafia tenia obligacién de fomentar aquella politica para agrupar en reducciones a los indios que andaban dispersos por los montes, a fin de que la justicia les fuera todavia mejor garanti- 3% Documento publicado por CHP, p. 287-292. 39 zada y se castigara mds eficazmente a los mal- hechores. El Papa pedia que los indios fueran tratados con benevolencia y con generosidad. Insistia en la conveniencia de que les fueran concedidos ho- nores y tuvieran la posibilidad de participar en las funciones civiles y publicas, en contra de la opinién de algunos funcionarios que no veian en los indios mas que vasallos obligados a trabajos no remunerados. Protestaba contra los encomenderos que es- clavizaban a los indios o les escatimaban los sa- larios que se les debian por sus servicios. El Rey tenia el deber de controlar mejor la administra- cién de justicia. Para ello se le recomendaba en- viar inspectores leales e imparciales con el fin de conocer los méritos y los abusos para premiar a los buenos y castigar a los injustos. Pero sobre todo el Rey debia ser intransigente con la opresién de los pobres. Pio V exigia que se hiciera justicia por igual a espafioles e indios, y que a todos se dejara el camino abierto para recurrir a los tribunales de justicia y hasta al tribunal supremo del mismo Rey cuando los in- feriores fueran oprimidos por la minoria domi- nante. Condenaba, es cierto, los tributos excesivos y con toda vehemencia se oponia a los sistemas de represién y a las guerras que hacia Espajia en América sin haber cumplido las condiciones ne- cesarias de toda guerra justa. Aquel programa co- lonial tendfa a refrenar las ambiciones de los en- comenderos que habian encontrado en las co- lonias la forma mejor de enriquecerse. Es dificil desconocer el paralelismo que exis- te entre estas normas de politica colonial expues- ias en la carta de Pio V, y los principios tan rei- teradamente defendidos por Bartolomé de las Casas. Ademas, el momento mismo de su expe- dicién denuncia una relacién directa entre estos 40 dos documentos. Por lo menos no es aventurado suponer que esta posicién oficial de la Santa Se- de, en este preciso momento, habia sido provo- cada por intervencién del obispo de Chiapas. Su tesis democratica habia culminado en este proceso dialéctico sobre el derecho de autodeter- minacion. Es posible comprender y valorar ya el tratado politico De imperatoria seu regia potes- tate, INFORME SOBRE EL PODER DE LOS REYES Para convencer al Rey y al Consejo de Indias, Bartolomé de las Casas escribié su informe so- bre el poder de los reyes y los derechos de los subditos. Constituye uno de los libros mas sen- sacionales de filosofia politica que se publicaron durante el siglo XVI. «Ningun Estado, ni rey, ni emperador pueden enajenar territorio ni cam- biar su régimen pol{tico sin consentimiento ex- preso de sus habitantes.» Por encima de sus condicionamientos histéri- cos, este informe formuldé los principios demo- craticos que iban a tener gran influencia en los destinos de Europa. Wolfgang Griesstetter, abogado y miembro del tribunal imperial de Espira, preparé la edicién que se publicé en Francfort durante 1571. Apa- rece bajo el titulo Erudita et elegans explicatio quaestionis: utrum reges vel principes iure ali- quo vel titulo, et salva conscientia, cives ac sub- ditos a regia corona alienare et alterius domini particularis ditioni subicere possint? Con fecha 22 de marzo dedica la obra desde la ciudad de Espira al Barén de Hollesburgo, Kin- kenstein y Talberg, Adan de Dietrichstein, Gran Chambelan del Emperador y que habia sido Em- bajador del Imperio en Espana y preceptor de los ilustrisimos Archiduques de Austria Rodolfo 41 zada y se castigara mds eficazmente a los mal- hechores. El Papa pedia que los indios fueran tratados con benevolencia y con generosidad. Insistia en la conveniencia de que les fueran concedidos ho- nores y tuvieran la posibilidad de participar en las funciones civiles y ptiblicas, en contra de la opinién de algunos funcionarios que no veian en los indios mas que vasallos obligados a trabajos no remunerados. Protestaba contra los encomenderos que es- clavizaban a los indios o les escatimaban los sa- larios que se les debian por sus servicios. El Rey tenia el deber de controlar mejor la administra- cién de justicia. Para ello se le recomendaba en- viar inspectores leales e imparciales con el fin de conocer los méritos y los abusos para premiar a los buenos y castigar a los injustos. Pero sobre todo el Rey debia ser intransigente con la opresién de los pobres. Pio V exigia que se hiciera justicia por igual a espajioles e indios, y que a todos se dejara el camino abierto para recurrir a los tribunales de justicia y hasta al tribunal supremo del mismo Rey cuando los in- feriores fueran oprimidos por la minoria domi- nante. Condenaba, es cierto, los tributos excesivos y con toda vehemencia se oponia a los sistemas de represién y a las guerras que hacia Espajia en América sin haber cumplido las condiciones ne- cesarias de toda guerra justa. Aquel programa co- lonial tendfa a refrenar las ambiciones de Ios en- comenderos que habian encontrado en las co- lonias la forma mejor de enriquecerse. Es dificil desconocer el paralelismo que exis- te entre estas normas de politica colonial expues- ias en la carta de Pio V, y los principios tan rei- teradamente defendidos por Bartolomé de las Casas. Ademas, el momento mismo de su expe- dicién denuncia una relacién directa entre estos 40 dos documentos. Por lo menos no es aventurado suponer que esta posicién oficial de la Santa Se de, en este preciso momento, habia sido provo- cada por intervencién del obispo de Chiapas. Su tesis democratica habia culminado en este proceso dialéctico sobre el derecho de autodeter- minacion. Es posible comprender y valorar ya el tratado politico De imperatoria seu regia potes- tate, INFORME SOBRE EL PODER DE LOS REYES Para convencer al Rey y al Consejo de Indias, Bartolomé de las Casas escribié su informe so- bre el poder de los reyes y los derechos de los subditos. Constituye uno de los libros mas sen- sacionales de filosofia politica que se publicaron durante el siglo XVI. «Ningun Estado, ni rey, ni emperador pueden enajenar territorio ni cam- biar su régimen pol{tico sin consentimiento ex- preso de sus habitantes.» Por encima de sus condicionamientos histéri- cos, este informe formulé los principios demo- craticos que iban a tener gran influencia en los destinos de Europa. Wolfgang Griesstetter, abogado y miembro del tribunal imperial de Espira, preparé la edicién que se publicé en Francfort durante 1571. Apa- rece bajo el titulo Erudita et elegans explicatio quaestionis: utrum reges vel principes iure ali- quo vel titulo, et salva conscientia, cives ac sub- ditos a regia corona alienare et alterius domini particularis ditioni subicere possint? Con fecha 22 de marzo dedica la obra desde la ciudad de Espira al Barén de Hollesburgo, Kin- kenstein y Talberg, Adan de Dietrichstein, Gran Chambelan del Emperador y que habia sido Em- bajador del Imperio en Espana y preceptor de los ilustrisimos Archiduques de Austria Rodolfo 41 y Ernesto. Griesstetter habia acompafiado al Em- bajador en Ia Corte de Madrid como agregado y consejero, Durante cinco afios permanecié en Es- pafia entregado al estudio y a la investigacién de la ciencia juridica espajiola. Mientras estudiaba las obras publicadas o iné- ditas de los maestros espafioles «me sucedié —nos cuenta é] mismo— que cierto insigne maes- tro entre otras obras me hizo conocer el tratado de las Casas, obispo de Chiapas, que titulaba sobre los reyes y principes en cuanto a la enaje- nacién de los bienes que pertenecen a los rei- nos. «En cuanto lo hube leido y constaté que plan- teaba, estudiaba y analizaba, como ningtn otro autor, una cuestién tan importante y fundamen- tal, pensé que merecia la pena ocuparme de pu- blicar y hacer asequible a otros una doctrina tan util y el conocimiento de un autor tan incompa- table» *, Cuando regresa a Alemania (1570) en- trega el manuscrito a varios amigos y otros es- pecialistas que le convencen definitivamente de que debe ser publicado este tratado. Wolfgang Griesstetter estaba convencido de que las Casas era el autor y ni siquiera suscita la cuestién. Por los datos que nos ofrece el editor se concluye que la época de su estancia en Ma- drid coincide con los tltimos afios de las Casas que solia vivir en la Corte. Antonio M, Fabié aven- tura la posibilidad de que el sabio aleman cono- ciese y tratase al protector de los indios*®. Un dato hay cierto: que el manuscrito le fue entre- gado durante la vida del autor, en un momento de su gran popularidad en la Corte y por un ami- go que sirvié de intermediario para las Casas. % Dedicatoria (CHP, p. 4). 33 J, M, Fabré, Fray Bartolomé de tas Casas (Madrid, 1897), p. 321. 42 El obispo de Chiapas estaba ocupado entonces en ultimar algunos de sus tratados fundamenta- les que recogian de manera general la doctrina juridica que condicionaba sus informes y gestio- nes politicas ante la Corte y el Consejo de In- dias. Este sentido tenia el tratado de las doce dudas y su otro tratado sobre los tesoros del Pert. Ninguno de estos tratados hasta muy re cientemente ha sido publicado. Bartolomé de las Casas intentaba publicar en el extranjero algu- nos de sus manuscritos. En su carta, por ejemplo, de 1566 escribia al Papa Pio V: «Qué cosas son necesarias para la justificada forma de promulgar el Evangelio y hacer licita y justa guerra contra los gentiles, en el libro que presenté a V. B. instantisimamente suplico, por la sangre de nuestra Redencién, que mande examinar el dicho libro, y si fuere justo estamparle, porque no se oculte la verdad en des- truccién y dafio de toda la Iglesia, y venga tiem- po (el cual por ventura estA ya muy cerca), en que Dios descubra nuestras manchas y manifies- te a toda la gentilidad nuestra desnudez» *. De sobra sabia Bartolomé de las Casas que practicamente estaba incapacitado para publicar sus manuscritos en Espafia. Después de haber pu- blicado en Sevilla durante 1552 una coleccién de pequefios tratados sin la previa censura oficial, que era obligatoria en virtud de las pragmaticas reales, fueron prohibidos sus escritos y manda- dos recoger en las Indias”. A decir de Antonio Sierra esta actitud rebelde de las Casas que «es- timaba tener el monopolio de la verdad, y con tal disposicién de dnimo se creia a si mismo exen- to de la jurisdiccién ordinaria», provocé una se- rie de cédulas que mandan que no se puedan % Cfr. CHP, p. CXVIII. 7 Antonio Sierra Corella, La censura en Espafia (Ma- drid, 1947), p. 74185. 43, GpreRoanRON: y Ernesto. Griesstetter habia acompafiado al Em- bajador en Ia Corte de Madrid como agregado y consejero, Durante cinco afios permanecié en Es- pafia entregado al estudio y a la investigacién de la ciencia juridica espajiola. Mientras estudiaba las obras publicadas o iné- ditas de los maestros espafioles «me sucedié —nos cuenta é] mismo— que cierto insigne maes- tro entre otras obras me hizo conocer el tratado de las Casas, obispo de Chiapas, que titulaba sobre los reyes y principes en cuanto a la enaje- nacién de los bienes que pertenecen a los rei- nos. «En cuanto lo hube leido y constaté que plan- teaba, estudiaba y analizaba, como ningun otro autor, una cuestién tan importante y fundamen- tal, pensé que merecia la pena ocuparme de pu- blicar y hacer asequible a otros una doctrina tan util y el conocimiento de un autor tan incompa- table» *, Cuando regresa a Alemania (1570) en- trega el manuscrito a varios amigos y otros es- pecialistas que le convencen definitivamente de que debe ser publicado este tratado. Wolfgang Griesstetter estaba convencido de que las Casas era el autor y ni siquiera suscita la cuestién. Por los datos que nos ofrece el editor se concluye que la época de su estancia en Ma- drid coincide con los tltimos afios de las Casas que solia vivir en la Corte. Antonio M, Fabié aven- tura la posibilidad de que el sabio aleman cono- ciese y tratase al protector de los indios*. Un dato hay cierto: que el manuscrito le fue entre- gado durante la vida del autor, en un momento de su gran popularidad en la Corte y por un ami- go que sirvidé de intermediario para las Casas. % Dedicatoria (CHP, p. 4). 33 J, M, Fabré, Fray Bartolomé de tas Casas (Madrid, 1897), p. 321. 42 El obispo de Chiapas estaba ocupado entonces en ultimar algunos de sus tratados fundamenta- les que recogian de manera general la doctrina juridica que condicionaba sus informes y gestio- nes politicas ante Ila Corte y el Consejo de In- dias. Este sentido tenia el tratado de las doce dudas y su otro tratado sobre los tesoros del Perti. Ninguno de estos tratados hasta muy re cientemente ha sido publicado. Bartolomé de las Casas intentaba publicar en el extranjero algu- nos de sus manuscritos. En su carta, por ejemplo, de 1566 escribia al Papa Pio V: «Qué cosas son necesarias para la justificada forma de promulgar el Evangelio y hacer licita y justa guerra contra los gentiles, en el libro que presenté a V. B. instantisimamente suplico, por la sangre de nuestra Redencién, que mande examinar el dicho libro, y si fuere justo estamparle, porque no se oculte la verdad en des- truccién y dafio de toda la Iglesia, y venga tiem- po (el cual por ventura estA ya muy cerca), en que Dios descubra nuestras manchas y manifies- te a toda la gentilidad nuestra desnudez» *. De sobra sabia Bartolomé de las Casas que practicamente estaba incapacitado para publicar sus manuscritos en Espafia. Después de haber pu- blicado en Sevilla durante 1552 una coleccién de pequefios tratados sin la previa censura oficial, que era obligatoria en virtud de las pragmaticas reales, fueron prohibidos sus escritos y manda- dos recoger en las Indias”. A decir de Antonio Sierra esta actitud rebelde de las Casas que «es- timaba tener el monopolio de la verdad, y con tal disposicién de dnimo se creia a si mismo exen- to de la jurisdiccién ordinaria», provocé una se- rie de cédulas que mandan que no se puedan % Cfr. CHP, p. CXVIII. 7 Antonio Sierra Corella, La censura en Espafia (Ma- drid, 1947), p. 74-185. 43 «imprimir ni vender en estos Reinos ningunos li- bros, que traten cosas de Indias sin licencia ex- presa de su Majestad» *. La pragmatica fechada en Valladolid el 21 de septiembre de 1556 ordena que «los tales libros que tratan de cosas de las Indias no se impriman ni vendan, sin que primeramente sean vistos y examinados en el nuestro Consejo de las Indias; y que sean recogidos y enviados a la Corte todos los libros que hay impresos en esas ciudades, vi- llas y lugares sin expresa licencia nuestra». La impresién o la venta de libros para el futuro sin cumplir estos requisitos legales se castigaba con penas gravisimas. El impresor y el librero «incu- rra en pena de doscientos mil maravedises para nuestra Camara y fisco, y que pierdan todas las obras que asi imprimieren, con todos los aparejos que para ello tuvieren en su imprenta» ”. EI in- cumplimiento de estas normas movié a las Cortes de Valladolid de 1558 a redactar y promulgar la pragmatica severisima, represiva y preventiva a la vez de los excesos cometidos por medio de la imprenta. Llorente ha lanzado la tesis de que esta obra Sobre el poder de los Reyes y su autor, Bartolo- mé de las Casas, fueron denunciados al Consejo de la Inquisicién por defender unos principios contrarios a la doctrina de San Pedro y San Pa- blo sobre sujecién de los siervos y vasallos a sus sefiores y reyes. «E] autor sufrié grandes morti- ficaciones por efecto de las amenazas que Ilega- ron a su noticia. Pero el Consejo no le intimé de oficio mas que la entrega de la obra que se reco- gid manuscrita» ®. Por su tesis sumamente avan- 3 Cfr. Demetrio Ramos, Etapa tascasiana de la presién de conciencias, en “Anuario de Estudios Americanos” XXIV (1967), 901. % A, Sierra Corella, La Censura en Esparia, p. 198-200. # Historia Critica de la Inguisicicn en, en Fspata (Barce- Jona, 1806), vol, . HO, t.1V, zada consideran Guillaume-Francois De Bure“ y G. Peignot * que fue objeto de persecucién y cen- sura. Si es cierto que un espafiol podia publicar sus libros en el extranjero, quedaba, sin embargo, prohibida su importacién en virtud de las prag- maticas reales en el siglo XVI. A esta razén se debe que no exista en las bibliotecas espaficlas ni un sdlo ejemplar de Ja edicién principe de 1571. Después de una investigacién cuidadosa ha sido posible encontrar un ejemplar en la Biblio- teca Nacional de Madrid, pero de la edicién de Tubinga de 1625 y aun entonces camuflado el tratado al final del volumen que se inicia con la obra de Guillermo de Monserrat sobre la suce- sién de los reyes. No olvidemos que durante el siglo XVII Bartolomé de las Casas era denun- ciado a la Inquisicién por el padre Mingui- jon S. J. «por decir cosas muy terribles y fieras de los soldados espafioles, que, aunque fueran verdad, bastaba presentarlas al Rey o a sus Mi- nistros y no publicarlas, pues de ahi los extran- jeros toman argumento para Ilamar a los espa- fioles crueles y fieros» *. El tratado De imperato- ria seu regia potestate pasa totalmente inadver- tido para los espafioles. Es explicable su silencio. Este pequefio tratado juridico parece haber si- do redactado entre finales de 1555 y principios de 1556, entre la fecha de la carta grande a Bar- tolomé de Carranza y el informesumario a Fe- lipe II. Sabemos que Domingo de Soto sirvié a Las Ca- 4| Bibliographie instructive ou traité de la connaissance des livres rares et singuliers (Paris, 1763), n. 22, p. 1.355. 2 Dictionnaire critique, littéraire et bibliographique des principaux livres condamnés au feu, supprimés ou censurés (Paris, 1806), p. 231. “a Archivo Histérico Nacional de Madrid, Inquisicién, ms 424, 45 sas de fuente fundamental para trabajos sobre América. Sobre este tema le habia escrito una carta en 1548. Hizo la sintesis de la Apologia contra Sepulveda en la polémica de 1551 y el mismo obispo de Chiapas afirma que Je habia ensenado la carta «grande». No es de extrafiar las referencias que hizo en sus obras posteriores al tratado De iustitia et iure que Soto publicé. en 1556. Cuando Las Casas pretende demosirar por filo- sofia moral que el Rey no puede vender cargos ni jurisdicciones, no sdlo se inspira en la tesis de Soto y sus contempordneos Juan de la Pefia y Pedro Sotomayor, sino que manifiesta una identidad sospechosa en férmulas y distinciones muy caracterfsticas de Soto y, sin embargo, no cita al maestro de Salamanca, porque su obra De iustitia et iure no se habia publicado en el momento de redactar el informe, aunque cono- cia su texto manuscrito que le sirvid de base. Pudo ser concretamente este tratado De non alienandis opibus denunciado a Ja Inquisicién por contradecir la doctrina de San Pedro y San Pablo sobre la obediencia a las autoridades su- periores. La introduccién y solucién de objeciones res- ponden a una tercera fase en la elaboracién del tratado (1563-1566). Son las piezas nuevas que fueron elaboradas finalmente cuando se decidié dar unidad al tema para formar un tratado. Bartolomé de las Casas se dedica en estos ulti- mos afios finales de su vida a la redaccién defi- nitiva de sus grandes tratados que dejé inéditos. Contaba ya con los elementos fundamentales pa- ra su tratado De imperatoria seu regia potestate. Los principios y las fuentes son exactamente las mismas que utilizaba entonces en la redaccién de aquellos dos tratados afines: De thesauris in Peru y Del tinico modo de atraer a los pueblos a la verdadera religion. 46 Desde una perspectiva estrictamente cientifi- ca una cosa parece cierta: el tratado De impera- toria seu regia potestate representa la sintesis final de la filosofia politica en Bartolomé de las Casas. Porque se descubre en su tesis democra- tica una continuidad progresiva. 47 EL PODER DE LOS REYES Y LOS DERECHOS DE LOS SUBDITOS por Bartolomé de las Casas PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA cLos reyes y gobernantes pueden vender a los ciudadanos y stibditos de la Corona? ¢Pueden someterlos a la jurisdiccién de otro sefor par- ticular? Moralmente hablando, chay algtin dere- cho o titulo juridico para hacerlo? Muchos son los dafios que los gobernantes pueden causar a sus pueblos. Entre los mas gra- ves y de consecuencias mds desastrosas parece estar la costumbre de enajenar de la Corona a los propios ciudadanos o subditos. Y someterlos a la jurisdiccién de otro sefior particular por via de venta, donacion, delegacién, concesidn o pri- vilegio. El problema se plantea asi: ¢Hay algan derecho o titulo juridico que los autorice a ha- cerlo? ¢Incluso con tranquilidad de conciencia? La raiz del problema esté en que una cosa asi es muy grave y extremadamente funesta para los pueblos. Y, sin embargo, vemos que se repite a cada paso dentro de los reinos y sin el menor es- crupulo'. Hay efectivamente muchos palaciegos, cortesanos y parientes de reyes que se desviven por esta clase de favores. Y para complacerles no se tienen en cuenta, como debieran, los apu- ros y sufrimientos intolerables que se causan a los habitantes del reino. 1 Para conocer la evolucién histérica (doctrinal, insti- tucional y legal) de este problema véase: Bartolomé de las Casas, De regia potestate o derecho de autodetermi- nacion (C.S.1.C., Madrid, 1969), Estudio preliminar, pa- ginas XXI-XLVI. Para Bartolomé de las Casas el siste- ma de encomiendas trata de implantar en la América hispana los procedimientos medievales de venta o dona- cién de territorios, ciudades o sttbditos con todos sus inconvenientes tradicionales y otros nuevos derivados de Ja inferioridad de los indigenas hispanoamericanos fren- te a los conquistadores peninsulares. 51 En defensa de tal actitud alegan razones muy especiales: con ellas pretenden justificar, o al menos camuflar, tales enajenaciones, Estas razo- nes son las siguientes: 1) El gobernante? tiene que recompensar los méritos y servicios que se le han restado, sobre todo los que redundan en favor de 1 reino. Tanto el rey como la propia comunidad en su conjun- to estan especialmente obligados a recompensar tales servicios. Argumento que recoge el derecho romano y las Constituciones sobre feudos*. Lo subraya también Juan Andrés y Baldo de Ubal- dis *, 2 El término “princeps” o “prin cipe” tiene en Bartolo- mé de las Casas —y en las fuentes utilizadas por él— diversos sentidos. Los principales son tres: a) Soberano, jefe de Estado o gobernante supremo. El tipo de soberano mas tenido en cuenta por él es el “rex” o rey. b) Alto gobernante o jerarca dentro del Estado. El tipo de Estado mas tenido en cuenta por Bartolomé de las Casas es el “ regnum” ° reino. Pero también alude frecuentemente al “imperium” o imperio, a las uniones personales de diversos reinos bajo el mismo monarca, y_a_la “civitas” o ciudad concebida por él casi como Ciudad-Estado. c) Gobernante en general, con especial referencia a los “sefiores naturales” de las diversas minorias o institu- ciones polftico-territoriales englobadas dentro del reino © imperio. Nosotros traducimos el término “princeps” segtin el sentido que tiene en cada contexto: su traduccién mas frecuente es la de “gobernante”. 3 Digesta V, 3,25,11; 39,5,27; 26,7,41. Constitutiones feodurum I, 7,1. Para un recto entendimiento de cuanto se dice en este primer capitulo, téngase en cuenta Bartolomé de las Casas utiliza aqui el método escolads- tico, Es decir, gue cuanto aqui se dice no es doctrina propia, de Barto! lomé de las Casas, sino al revés: razo- nes o “argumentos” de la doctrina contraria, que él tra- tara de refutar a lo largo de los restantes capitulos del tratado. 4Juan Andrés [tf 1348. Canonista italiano], Novella Toannis Andreae super secundo libro Decretalium (Ve- 52 Puede afiadirse ademas que el gobernante tie- ne que cumplir sus deberes de justicia distribu- tiva. Con recompensas procedentes de los bienes de la comunidad y de todo el reino debe gratifi- car a los ciudadanos que han trabajado por el bienestar del pueblo, conforme a los méritos de cada uno. Para eso estdn los honores, riquezas y otros bienes, muebles e inmuebles. Pueden ser repartidos entre aquellos que se entregan inte- gramente al servicio de la comunidad °. 2) Seguin las mismas fuentes, el soberano pue- de hacer donaciones a iglesias e instituciones sa- gradas o fundar iglesias y oratorios para remi- sién de sus pecados *, 3) Estas donaciones regias a magnates y no- bles favorecen, sobre todo, a los benefactores de la patria. Se les entregan plazas, ciudades y otros lugares, y se les colma de riqueza y poder. Con ello el reino alcanza mayor prestigio y fa- ma entre los demas reyes y naciones extranje- ras. Y en definitiva, el rey mismo es mas respe- tado. Nadie osaré atentar contra el reino, ni to- mar iniciativas que puedan perjudicar al pais. 4) Puede suceder que el rey se conduzca mal en el gobierno del reino. Puede llegar a oprimir a los ciudadanos e imponerles tributos y exac- ciones injustas. Puede que entonces los simples ciudadanos que experimentan tal tirania no se atrevan a acercarse al rey y pedirle que remedie situacién tan miserable. Por eso mismo parece necesario que en el reino haya magnates podero- sos en riqueza y autoridad. Respaldados por los netiis, 1489) II, 1,12. Baldo de Ubaldis [1327-1400. Jurista italiano, Profesor de leyes en Perusa, Padua y Pavia], Lectura jaldi super secto libro Codicis (Coloniae 1480) » 61,7, + Aristételes [384322 antes de Cristo. Filésofo gricgo, maestro del pensamiento occidenta‘], Etica, V, 2. 6 Decretales Gregorii IX: II, 19,1. 53 bienes que reciben de la comunidad, como plazas y ciudades, podran presentarse con toda libertad y decisi6n ante ese rey y exponerle las afrentas y quejas del pueblo. Oportuna e inoportunamen- te podrdn pedirle humildemente que ponga re- medio y fin a las calamidades del pueblo opri- mido. 5) Afiaden otras razones que también creen irrefutables. La quinta podria ser ésta: el sobe- rano hizo un voto y, en consecuencia, esta obli- gado a realizar una peregrinacién. Como tendra que hacer grandes gastos —aparte otras medi- das extraordinarias— podra enajenar a voluntad algunos bienes del reino’. 6) Para construir un monasterio y donarlo a la Iglesia. Como cuando el rey de Aragén dond al monasterio de Nuestra Sefiora de Benifazd ciertos territorios ° 7) Para poder pagar a los combatientes en una guerra justa®, 8) Para cumplimentar la ultima voluntad del padre al que sucedié en el gobierno del reino”™. 9) Para hacer donaciones a la reina”. 10) Para dotar a sus hermanas y atender a sus hermanos los infantes para que vivan decen- temente conforme a su dignidad real ”. 11) Puede aducirse también aquel principio 7 Decretales Gregorii IX: III, 34,6. Digesta, 50,12,2. De- cretales Gregorii IX: III, 34,7. & Decretales Gregorii IX: III, 24,9, Sextus Decretalium II, 14,3. Sobre el monasterio cisterciense “Nuestra Sefio- ra de Benifaz4” véase Pascual Madoz, Diccionario geo- grdfico-estadistico-histérico de Espafia y sus posesiones de Ultramar (Madrid, 1846), tomo IV, pag. 216. 9 Codex 12, 35,1. 10 Decretales Gregorii IX: III, 34,6. Codex VI, 42,32. "| Codex V, 16,26. 2 Digesta 26,7,12,3. 54 de] derecho canénico y civil: Uno puede hacer a través de otro lo que puede hacer por si mis- mo, y lo que puedo hacer personalmente, pue- do hacerlo por medio de otro. El rey puede gobernar —y de hecho gobierna el reino y cada una de sus partes— mandando a través de sus leyes y ordenanzas. Pero la ejecu- cién la conffa a gobernadores, magistrados, vi- reyes, jueces y delegados suyos. Gobierna asi por medio de ellos. Como también a través de otros sefiores, condes, marqueses o duques. También éstos ultimos reciben del rey ciudades y otras tierras por donacién o cesién. La diferencia esta en que aquellos cargos y beneficios son tempo- rales, mientras que éstos son perpetuos. Luego el rey puede confiar a tales sefiores la autoridad de promulgar leyes y hacer ordenan- zas. Llegan asi a gobernar por su propio poder aquellos territorios. O por lo menos ejercen ju- risdiccién conforme a las leyes y ordenanzas del rey sobre los territorios y ciudades que les han sido donadas y enajenadas a perpetuidad. Mientras que los otros ejercen jurisdiccién tem- poral. En uno y en otro caso no se trata sino de ejercer funciones soberanas mediatamente, es decir, a través de los mediadores mencionados. Esto lo hace especialmente mediante delegacio- nes temporales: A los beneficiarios les. concede ademas titulos de honor; les hace duques, mar- queses o condes. Y en lugar de sueldo o gratifica- ciones pecuniarias, les asigna una parte propor- cional de los impuestos 0 la totalidad de los que se deben recaudar de tal provincia, pueblo o ciudad. 12) Se afiade un caso mas: el hombre es na- turalmente libre y, por tanto, no puede ser ven- dido, legado o donado directamente, ya que no " Sextus Decretalium V, 12,5,68. Digesta 30,12,2. 55 es valorable econémicamente *, Pero bien puede ser donado y enajenado accidentalmente y como consecuencia [de otro negocio juridico comple- jo]: por ejemplo, juntamente con su propio mu- nicipio. Cuando se vende todo un condado o du- cado, se vende también al ciudadano dentro de una universalidad de bienes, segtin las disposicio- nes sobre feudos ®, También los juristas admiten como legal esta enajenacién del hombre en fun- cién de una totalidad de bienes. En una donacién general —por ejemplo, de una plaza o territo- rio— se transfiere incluso el poder politico. Y al enajenar la totalidad de derechos se incluyen también los bienes incorporales *. Por eso, pla- zas y villas son nombres que designan cierta uni- versalidad que lleva consigo jutisdiccion, terri- torio y derecho de patronato”. Resuelta asi que bienes no especificamente transferibles son transferibles juntamente con esa universalidad *, Y en nuestro caso es eviden- te que también se transfieren y enajenan hom- bres dentro de una totalidad de bienes. Aun con- tra su voluntad, los adscripticios u originarios son transferidos y enajenados con el predio, aun- que ellos sean libres ”. Otros dijeron, siguiendo a Baldo de Ubaldis: 4 Digesta IX, 2,13. Codex VIII, 41,1. Cino Sighibuldi de Pistoya_[1270-1336. Jurista °, poeta italiano, profesor de Siena, Perusia, Napoles, Florencia y Bolonia}, In. Codé- cem et aliquot titulos primi Pandectarum tomi, id est, Digesti Veteris, doctissima commentaria (Francofurti, 1578), fol. 513. 3% Constitutiones Feudorum II, 51,1. % Digesta 50,1621. 1” Decretales Gregorii IX: III, 38,7. Inocencio IV [Papa de 1243 a 1254, Canonista italiano Mamado Sinibaldo de Fieschi], Innocentit quarti Maximi super libros quinque Decretalium (Francofurti, 1570) IIE, 38,7. 1s Digesta 18,124; 41,162. Decretales Gregorii IX: 4,27, 9 Codex 11, 48,7,2. Instituciones I, 4,1. 56 es licito enajenar incluso a hombres sin necesi- dad de trasmitir los derechos publicos del muni- cipio. Basta que el sefor enajene toda la propie- dad. Y lo que dicen de ser licito se interpreta cuando el sefior enajene en favor de otro superior o igual. Porque un vasallo no debe descender de categoria. Como seria si el senior enajenase sus tierras en favor de un campesino. Son palabras de Baldo de Ubaldis™. Se concluye Ié6gicamente que el] rey tiene poder para transferir los sttbditos a otro sefior median- te donacién o venta, siempre que sea en funcién de una universalidad, es decir, al vender una pro- vincia, pueblo o ciudad. 13) Hay una doctrina de Bartolo de Sassofe- rrato que se ha hecho general entre los juristas. E] soberano puede hacer donaciones y enajena- ciones que no sean en grave detrimento de la ju- risdiccién y dignidad del rey o que no perjudi- quen extraordinariamente al pafs o la dignidad misma del rey. Podrd, pues, el rey donar o ena- jenar algunos territorios con tal que pueda ha- cerlo sin perjuicio del reino ni de la dignidad del mismo”. 14) Las Sagradas Escrituras parecen admitir también estas enajenaciones. Salomén dio vein- te ciudades del territorio de Galilea al Rey de Tiro. Asi le recompensé por la ayuda y apoyo que Je habia prestado al suministrarle oro y maderas de cedro para la construccién del Templo y del palacio real 2, 15) Pasemos a la ultima raz6n alegada. Si un rey no tuviera poder al menos para enajenar 2 Baldo de Ubaldis, Lectura Baldi super sexto libro Codicis (Coloniae, 1480), fol. 59. ee de ‘Sassoferrato (1313-1357. Jurista italiano, rofesor de Bolonia], In primam Digesti Novi partem Venetiis, 1596), tomo V, fol. 147. 2 Biblia, IJJ Reyes IX, 10-11. 57 entre vivos o para legar con ocasién de su muer- te, resultaria demasiado empequefiecida la con- dicion de rey. ¢No es propio de los reyes hacer donaciones? ®, Los motivos anteriores y otros similares los consideran causas de urgente necesidad. Eso au- toriza a los reyes, segin ellos, a donar bienes del reino, ciudades y otros territorios, no obs- tante el juramento de no enajenar que presta- ron en el momento de su coronacién. Para de- mostrarlo invocan textos del derecho canénico y del Cédigo de Justiniano. Todos de consuno dicen: «si la necesidad lo exige, hay que atenerse a los intereses publicos y aceptar con gusto la sumision sin alegar privilegios de dignidad»™*, Los autores referidos ponen una acotacidn. Consideran cierta esa tesis a condicién de que ta- les enajenaciones no perjudiquen gravemente al reino. Hay, efectivamente, argumentos y leyes que ponen en tela de juicio la tesis y la hacen mas diffcil. Diré lo que yo pienso con el fin de resolver este problema. Para ello estableceré tres partes: 5 Primera, Principios fundamentales. Segunda, Aplicaciones practicas. Tercera, Conclusiones criticas. 2 Decretales Gregorii IX: III, 27,1. % Decretales Gregorii IX: III, 24,9; 11,24,10. Codex 11, 63; X, 49,2; 11, 4,1; 1, 2,10. 58 PRIMERA PARTE PRINCIPIOS FUNDAMENTALES I. LIBERTAD NATURAL DEL HOMBRE Desde el principio del género humano y por derecho natural y de gentes, todos los hombres, todas las tierras y todas las otras cosas fueron libres y alodiales, es decir, francas y no sujetas a servidumbre. Demostracién en cuanto al hombre. Desde el origen de la naturaleza racional todos los seres humanos nacfan libres ®. Siendo todos los hom- bres de igual naturaleza, no hizo Dios esclavo a ningin hombre sino que a todos concedié idén- tica libertad. Y la razén es esta: la naturaleza ra- cional no estd de suyo ordenada a otro ser como a su fin, como de hombre a hombre. Es tesis de Santo Tomas”, La libertad es un derecho inhe- rente al hombre necesariamente y desde el prin- cipio de la naturaleza racional. Por eso es de de- recho natural. Dice el Decreto de Graciano: exis- te idéntica libertad para todos”. La esclavitud es una institucién accidental. Y afecta al ser humano por obra de la casualidad y de la fortuna, Cada cosa sigue su especie se- gun lo que es esencial, y no segtin lo que es ac- cidental. Lo que es accidental, no pertenece a la esencia de la especie. Y decimos que algo es ac- cidental cuando sucede al margen de lo que la na- turaleza pretende. Este texto de Aristételes viene citado por Santo Tomas”. El juicio sobre las % Digesta I, 1,4. Nicolas de Tudeschis [1386-1453. Be nedictino italiano, canonista, obispo de Palermo y carde- nal. Llamado “Abbas Panormitanus”], In secundam se- cundi libri partem (Venetiis 1605), tomo IV, fol. 162. % Santo Tomas de Aquino [1227-1274. Dominico italia- no, Doctor de la Iglesia, maestro del pensamiento cris- tiano], Commentum in librum II Sententiarum dist. 44, quaest. 1, art. 2, n. 5, 2 Decretum Gratiani I, 1,7. % Aristételes. Fisica V, 5. Santo Tomas de Aquino, I II, 7213; 1 I, 71,5,3, 61 cosas hay que darlo seguin lo que éstas son esen- cialmente y no segtin lo que son accidentalmen- te. Por eso la esclavitud de suyo no tiene su ori- gen en causas naturales sino accidentales. Es decir, que ha sido impuesta en virtud de alguna norma juridica ”. La conclusién es evidente. Si no se prueba la existencia de alguna forma de esclavitud, en caso de duda nuestro juicio debe ser favorable a la libertad y segun Ja libertad. En consecuencia se presume que el hombre es libre, mientras no se demuestre lo contrario. En caso de duda hay que decidir en favor de la libertad ®. El mismo juramento de fidelidad y el deber de vasallaje constituye sélo una forma de servi- dumbre. Por eso advierten los textos juridicos que el derecho de exigir profesion de fidelidad es contrario a la libertad®. Es evidente que ningun hombre es vasallo o persona al servicio de otro hombre, a menos que se demuestre que esto es asi. Y se demuestra que lo es, cuando se ha pro- bado que debe serlo conforme a derecho. Es afir- macién de Baldo de Ubaldis *. Hay que tener en cuenta ademds que hombre libre es aquel que es duefio de s{ mismo. Por eso los hombres libres gozan de la facultad de dis- P Institutiones II, 3,4; I, 3,2, Digesta 39,3,14-16. % Digesta 50,17,20; 42,138. Decretales Gregorii IX: II, 19,3; IL, 37,26; IV, 9,4. Decretum Gratiani II, 12,268. 31 Digesta VII, 1,13,1. Decretales Gregorii IX: V, 33,12. Bernardo de Parma de Botone [Canonista italiano del siglo XII, famoso glosador, llamado “Parmiensis”], Glos- sa in Decretales Gregorii IX: 5,33,14 (Editio Decretalium una cum glossa Bernardi Parmiensis sub titulo Nova De- cretalium ‘compilatio Gregorii IX impresas (Venetiis, 1468), col. 1816. % Baldo de Ubaldis, Commentaria ad quattuor Institu- tionum libros (Lugduni, 1558), I, fol. 8. Lectura super ter- tia Codicis (Coloniae, 1481) III, 34,1. Lectura super primo Decretalium (Venetiis, 1495) fol. 11. 62 poner libremente de sus personas y cosas confor- me a su propia voluntad ®. Y en esto se diferencia el esclavo del hombre libre. Pues toda prohibicién, sea temporal o per- petua, se opone a la libertad. De ahi deriva la de- finici6n de libertad que se da en el derecho ro- mano *. Y por eso dice Salustio: ningtin hombre integro pierde la libertad si no se le quita a la vez ja vida*®, Bellamente escribié sobre este te- ma Lucas de Penna *. II. LIBERTAD ORIGINAL DE LAS COSAS En cuanto a las cosas inanimadas —tierras, fincas y otras por el estilo— hay que decir por analogia que originariamente fueron libres por derecho natural. Léanse los textos del derecho romano y canéni- co y los comentarios de los glosadores ”. Cuenta el Génesis que en tiempos de hambre José sometié al Faraén todo el territorio de los egipcios. Es decir, que hizo tributaria Ja tierra. Luego antes no lo era. Pues si pagaban ahora una quinta parte de la produccién de las tierras, es evidente que antes eran libres *. 3 Aristételes, Metafisica I, 2,29, Digesta 43,29,4,2. Digesta I, 5,4. Institutiones I, 3,1. % Salustio (86-36 antes de Cristo, Historiador romano]. De coniuratione Catilinae, n. 33 (Coleccion Hispanica de autores griegos y latinos), vol. I, p. 41. % Lucas de Penna [Jurista italiano del siglo XIV], Co- mentaria in tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), lib. XI, tit. 48, lex unica, n. 10, p. 520. 1 Instituciones II, 1,12. Digesta I, 82; I, 1,5. Decreta- les Gregorii IX: II, 24,30. Enrique de Segusio {ft 1271. Ca- nonista y cardenal, llamado “Hostiensis”], In secundum Decretalium librum commentaria (Venetiis, 1581) cap. 30, n. 4, fol. 137. Nicol4s de Tudeschi, In secundam secundt Decretalium libri partem tomo IV, fol. 162. 38 Bibiia, Génesis 47,2021. 63 Se demuestra también con este argumento. Las tierras y las otras cosas no pertenecian a nadie antes de ser ocupadas. Luego todas las cosas eran libres antes de su ocupacién. De aqui resul- ta también que ninguna cosa inanimada, terri- torio o heredad, se presume que estd sujeta a servidumbre u obligacién ®. Asimismo se presume que no existe ninguna sujecién o servidumbre, mientras no lo pruebe positivamente quien lo afirma. Asi lo indica el Codigo Justinianeo y lo comenta Inocencio IV. Principio que nadie debe ignorar segin Baldo de Ubaldis, Alejandro de Imola y Jasén de Mayno ®. Se definen propiamente bienes «alodiales» aquellas cosas que no se reciben de mas sefior que de Dios. Asi lo entienden las Constituciones * Institutiones II, 1,12. El término “servitus” o “ser- vidumbre” es cquivoco. Bartolomé de Jas Casas utiliza (gconscientemente?) sus muchos sentidos con fines dia- lécticos pero con légica muy forzada y artificial. Sus significaciones fundamentales son: a) Servidumbre como gravamen de derecho privado patrimonial especialmente sobre bienes inmuebles. b) Servidumbre como esclavitud de las personas que estén bajo el dominio de un duefio © sefior sin ninguna reciprocidad de derechos. c) Servi- dumbre como cautivi del prisionero de guerra, mu- chas veces reducido a verdadera -esclavitud. d) Servi- dumbre como servicio personal a un senor, con cierta reciprocidad de derechos y deberes entre personas libres. Sobre las implicaciones y consecuencias histéricas (doc- trinales, juridicas, politicas, econémicas y sociales) de esta equivocidad de los términos “servitus” y “servi- dumbre” en. relaci6n con el status de los indios hispa- noamericanos, véase Juan Pérez de Tudela, Ideas juri- dicas y realizaciones politicas en la historia indiana, en: “Anuario de Ja Asociacién Francisco de Vitoria” XIII (1960-61) 137-171. ® Codex IV 19,16; IV, 23,10. Inocencio IV, Super libros quinque Decretalium I, 5,4, fol. 38. Baldo de Ubaldis, Su- per sexto libro Codicis, fol. 56,b. Alejandro de Imola { 1424-1473. Jurista italiano, también llamado “Tartagnus” | Consiliorum (Lugduni, 1585), vol. V, cons. 15, n. 1, fol. 16. Jasén_de Mayno [1435-1519. Jurista italiano, profesor de Pavia], In primam Digesti Novi partem commentaria {Lugduni, 1572), 39,1,15; fol. 36. 64 sobre Feudos que comenta Jacobo Alvaroto“. Todo to que Dios creé lo puso al servicio de to- dos los hombres que viven bajo el cielo. Légica- mente, pues, por concesién divina todos los hom- bres tuvieron derecho a apropiarse de las cosas por medio de la ocupacién. Al principio todas eran comunes y se presume que son alodiales mientras no se pruebe lo contrario®. Nueva conclusion. Para la prescripcién de una servidumbre basta la simple negligencia del due- fio *. Basta con que no reclame. En definitiva la prescripcién va en favor de la libertad y nunca contra la libertad. La libertad, por su parte, ja- mas puede prescribir “. TTI, DERECHOS DEL SOBERANO SOBRE LOS BIENES DE LOS SUBDITOS La conclusién es de juristas y moralistas: Los reyes y los emperadores no tienen poder fundado sobre las haciendas de los ciudadanos, ni tam- poco sobre las fincas particulares, provincias o tierras del reino, ni respecto al dominio ttil ni respecto al directo. Por tanto, los duefios de tales 41 Consuetudines Feudorum II, 54,1. Iacobo Alvaroto, cap. Humanum genus, 15 y cap. Inter filiam. Segin este jurista, el feudo se recibe de un sefior, a cambio de con- traprestaciones determinadas de tipo econdémico y poli- tico-seforial. Mientras que el “alodio” es mas bien de tipo hereditario y libre propiedad. 2 Biblia, Deuteronomio, 4,19. Digesta I, 5,4. 43 Digesta 41,3,15,1. Codex VII, 22,1; VII, 22,3. “ Originariamente la “praescriptio” o “prescripcién” es mas bien una institucién de derecho privado patrimonial (un modo de adquirir la propiedad cuando falta el ti- tulo originario suficiente). Pero Ja doctrina y la practica juridica le fue dando sentidos cada vez mas complejos y heterogéneos. Piénsese, sobre todo, en la famosa polé- mica sobre la libertad de los mares y tantas alegaciones y contraalegaciones sobre la validez de la prescripcién como tftulo juridico justificativo del dominio y propie- dad sobre el mar por parte de una potencia determinada a lo largo de los siglos XV-XVIIL. 65 cosas no puede decirse que son por ello vasallos de los reyes o seftores. Solamente les estdn so- metidos por lo que se refiere a la jurisdiccién. En este sentido se llaman stibditos de reyes o se- fores *. De esta manera interpreta Nicolas de Tudeschis varias leyes civiles y canénicas. Son cosas distin- tas los bienes de los particulares o de cada uno de los ciudadanos, y los derechos de cualquier otro tipo que recaen sobre esos mismos bienes. Es decir, que una cosa es la propiedad y otra muy distinta la jurisdiccién. Para la esencia de las co- sas alodiales es suficiente que conste no debér- selas a nadie. Aunque la jurisdiccién corresponda a otro. En la concesién de bienes alodiales nunca se supone incluida la jurisdiccién soberana. Queda excluida siempre. La propiedad alodial y la ju- risdiccién son conceptos distintos y especifica- mente diferentes. Todos estan de acuerdo en que el emperador o cualquier rey —reconozca o no reconozca un superior en su propio reino o en alguna parte de su territorio— tiene su propio poder fundado en el derecho comun. Tiene, por tanto, poder de soberania, ya que no hay ningun ciudadano que no le esté sometido. Sdlo en este sentido puede afirmarse que el emperador es sefior de todo el orbe y que el rey lo es de su reino. Y no importa que digan los reyes que el reino es suyo. Ha de entenderse uni- 45 Nicolas de Tudeschis, In secundam secundi Decre- talium libri partem (Venetiis, 1605), tomo IV, fol. 162. Digesta 50,1,29; 50,15,4,1; 39,4,7. Codex III, 19,3. Sabido es que Ia proliferacién y heterogencidad de las institucio- nes medievales dio lugar a una interferencia creciente entre las relaciones de tipo personal, patrimonial, juridi- co y politico. Aparecieron multiples formas de “dominio”, propiedad y sefiorio. Dominio alto o eminente, dominio directo o dominio util son tres modalidades muy tenidas en cuenta por Bartolomé de las Casas. La “concepcién patrimonial” de la monarquia y del poder politico en general contribuy6 a una mayor confusién. 66 camente en lo relativo a la jurisdiccién y a la proteccién del reino “, Los pronombres mio y tuyo no siempre indi- can propiedad sobre el objeto al que se refieren. A veces expresan poder de jurisdiccién o gobier- no. Asi lo explica Domingo de Santo Geminia- no“. La prueba de una servidumbre sobre cosa aje- na siempre incumbe al que la afirma y alega*. Concluyen Enrique de Segusio, Nicola4s de Tu- deschis, Enrique Boich y Felino Sandeo®: En cuestiones temporales todo objeto —incluso si- tuado dentro del territorio de un reino o del im- perio— se presume que es libre mientras no prue- be lo contrario quien asi lo afirme. Pero si este objeto fuera una plaza fuerte con su territorio, se consideraria como una provincia que tiene propia jurisdiccidn. Léase a Paulo de Castro so- bre el tema ®. La jurisdiccién puede pertenecer al rey 0 a otro sefior. Pero no por eso deja de ser franco y 4% Digesta 14,2,9. Alejandro de Imola, Consiliorum Ale- xandri_volumen, cons. 76, n. 7, fol. 53. Gregorio Lépez [1496-1560. Jurista espafiol, miembro del Consejo de In- dias] Cédigo de las Siete Partidas (Madrid, 1818), tomo I, Partida 2, titulo 1, ley 5, p. 325. 41 Bartolomé de Brescia [} 1235 Canonista italiano, fa- moso glosador llamado “Brixiensis”}, Glossa in Gratiant Decretum (Decretum Gratiani emendatum et notationi- bus illustratum una cum glossis, Lugduni, 1584) I, 8,1; I, 12-12, col. 22. Domingo de Santo Geminiano [+ 1436. Canonista italiano, profesor de Bolonia], In VJ Decreta- lium (Mediolani, 1481) col. 5. # Codex IV, 19,2. # Enrique de Segusio, In secundum Decretalium li- brum commentaria (Venetiis, 1581) fol. 137 y 153. Nico lds de Tudeschis, In secundam secundi Decretalium li- bri partem (Venetiis, 1605) tomo IV, fol. 162. Enrique Boich [1310-1350, Canonista francés, profesor de Paris), In quinque Decretalium libros commentaria (Venetiis, 1576) p. 316. Felino Sandeo [1444-1503 Canonista italiano, obispo de Luca], Commentarium ad quinque libros De- cretalium (Augustae Taurinorum, 1578), vol. III, fol. 49. % Paulo de tro [ft 1441. Jurista italiano], Consilia et allegationes (Norimbergae, 1485), cons. 163. 67 libre el dominio que tiene el propietario en lo que se refiere a la libre disposicién. Asi pues, la propiedad libre de las cosas no implica la juris- diccién (como quedé demostrado). Y a la inver- sa, la jurisdiccién tampoco incluye la propiedad. No se puede razonar asi: esta bajo tu jurisdiccién esta cosa, luego te pertenece en feudo o enfiteu- sis. A menos que pruebe lo contrario el que exi- ge tal derecho, como dice Guillermo Durando*. En consecuencia, quien solicita se le reconozca como duefio directo y exige al poseedor que le pague una renta, esta obligado a mostrar el titulo por el que pretende tal cosa. Hay mas. Todo poseedor se presume que es propietario, mientras no se demuestre lo contra- rio. Principio que recoge Accursio. Léase sobre esta materia a Jacobo de Santo Georgio y Gui- llermo Benedicto *. En conclusién, los reyes, emperadores, sobera- nos en general y otros sefiores inferiores, no tie- nen dominio directo ni siquiera util sobre las propiedades particulares. Son sus protectores y defensores con suprema jurisdiccién. Es la tesis del derecho civil y de canonistas como Nicolas de Tudeschis e Inocencio IV®. 31 Guillermo Durando [1237-1296. Canonista italiano, profesor de Bolonia, jerarca y politico pontificio, tam- bién Hamado “Speculator”], Speculum iuris (Lugduni, 1578), vol. III, lib. 4, parte 3, p. 129, % Accursio [1181-1259. Jurista italiano, maestro de glo- sadores], Glossa ordinaria (Corpus Iuris Civilis Justinia- ni cum commentariis Accursii, Lugduni, 1612) vol. I, p. 1227; vol. IV, p. 1794. Jacobo de Santo Georgio [Jurista italiano del siglo XV], Tractatus de Feudis (Coloniae, 1574) fol. 271. Guillermo Benedicto de Montelaudano [7 1343. Benedictino francés, canonista, abad y profesor de Toulouse], Repetitio admodum solemnis c. Raynutius, extra De testamentis (Lugduni, 1530) fol. 76. 33 Codex VII, 37,3. Decretales Gregorii IX: II, 24,30. Nicolas de Tudeschis, In secundam secundi Decretalium libri partem (Venetiis, 1605), tomo IV, fol. 162; In pri- mum Decretalium librum, tomo II, fol. 21. Inocencio IV, Super. libres quinque Decretalium (Francofurti, 1570), Ol. . 68 Ratifica Guillermo Durando. Los grandes se- fiores —como son los condes palatinos, los du- ques y otros altos dignatarios— son vasallos in- mediatos y personas al servicio del emperador o del rey en cuyo territorio viven. Pero no son por eso propiedad del rey o del emperador. Es cierto, por ejemplo, que todos los hombres que residen dentro del reino de Francia estén bajo el po- der y gobierno del rey de Francia. Y éste tiene sobre ellos el poder de jurisdiccién y soberania politica. El término «poder» se emplea en varias acep- ciones. Todas las cosas son del emperador en lo relativo a la jurisdiccién, por ser sefior del mun- do. Pero también son del rey, por lo que se re- fiere a la jurisdiccidn, todas las cosas que hay en su reino. Son palabras textuales de Guillermo Durando *, Guido de Baysio cita estas mismas palabras *. Acepta esta misma tesis cuando refuta la inter- retacion de Enrique de Segusio. Defendié éste Frente a los demés juristas que todas las cosas son del soberano en cuanto a la propiedad y al dominio eminente. Y que puede transferir a otro no solo el dominio util sino todos los aprovecha- mientos *. Tal vez Enrique de Segusio no lo entendié en el sentido que le atribuyen los textos comenta- dos. En ellos se dice que el emperador puede dar o enajenar los bienes de los particulares creyen- do que son suyos. Es comentario de Accursio. También lo afirma Andrés de Iserna en su libro % Guillermo Durando, Speculum iuris (Lugduni, 1578) vol. III, p. 146. %® Guido de Baysio [+ 1333. Canonista italiano y pro- fesor de Bolonia, también llamado “Archidiaconus”], In Decretorum volumen commentaria (Venetiis, 1601), folio % Enrique de Segusio, Summa aurea (Lugduni, 1568), fol. 168. 69 de los feudos*”. En tal caso —igual que sucede en la adquisicién de la propiedad privada— el error de buena fe se tiene por justo titulo y pue- de dar lugar a la usucapion. Lo mismo sucederia respecto al soberano. El] error (de buena fe] transfiere la propiedad pero el verdadero duefio sigue teniendo derecho a reclamar judicialmente el precio dentro del plazo de cuatro afios *, Si Enrique de Segusio interpreté esta tesis se- gun lo que acabamos de decir, incurrié en un grave error al enfrentarse con la opinién de to- dos los demas juristas. Como erré sobre todo en otra ocasién contra toda légica y atin contra el derecho natural y divino. Llegé a decir que con la venida de Cristo fueron privados todos los in- fieles de todo dominio y jurisdiccién, que fueron transferidos a los creyentes®. Tal error es del todo nocivo y opuesto a la Sagrada Escritura y a la doctrina de todos los santos. Y es con- trario incluso a la practica permanente de la Iglesia. Sirve de pretexto a toda clase de rapifias, guerras injustas, matanzas innumerables y todo género de pecados. Ya lo dijimos en otro lugar contra él y demostramos que su tesis es heré- tica ®. Esta teorfa de Enrique de Segusio esta tam- bién en contradiccién con la doctrina de Accursio y la interpretacion de Bartolo de Sassoferrato, % Accursio, Glossa ordinaria (Lugduni, 1612), vol. IV, p. 1867. Andrés de Iserna [} 1353. Jurista italiano, maxi- ™ma autoridad en derecho feudal], Im usus feudorum commentaria (Francofurti, 1598), fol. 779. 3 Digesta 41,4,11; 41,105. Codex VIII, 37,3; VIL, 37,2. ® Enrique de Segusio, In tertium Decretalium librum commentaria (Venetiis, 1581), fol. 128. _ © Bartolomé de las Casas, Tratado comprobatorio del imperio soberano y principado universal que los reyes de Castilla y Leon tienen sobre las Indias, compuesto por el obispo don Fray Bartolomé de las Casas o Casaus, de la Orden de Santo Domingo. Afio 1552 (Tratados de Bar- tolomé de las Casas, Fondo de Cultura Econémica, Mé- xico-Buenos Aires, 1965), p. 1081-1097. 70 que dice: Se llama al emperador sefior del mun- do por razon de proteccion y de jurisdiccidén, ya que estd obligado a defender al mundo, es de- cir, a la Iglesia. Pues vemos, dice Bartolo, que ahi se le llama sefior en razén de la proteccién". Lo mismo afirma Bartolo glosando otra ley del derecho civil y en su comentario a las Decre- tales de Gregorio IX ®. También Francisco Zara- bella, Andrés de Iserna y Lucas de Penna que cita al propio Enrique de Segusio. Guido de Baysio sigue también esta doctrina de acuerdo con San- to Tomas, cuando dice: todas las cosas son de los principes para gobernar, no para guardarlas para si o ddrselas a otros®. IV. PACTo CONSTITUCIONAL ENTRE PUEBLO Y SOBERANO Ninguna sumision, ninguna servidumbre, nin- guna carga puede imponerse al pueblo sin que el pueblo, que ha de cargar con ella, dé su libre consentimiento a tal imposicion. E] pueblo mismo asi lo concerté al principio con el propio soberano. Porque originariamente todas las cosas y todos los pueblos fueron li- bres. Luego, en el caso de que se impusiera cual- 6t Accursio Glossa ordinaria (Lugduni, 1612), vol. I, col, 130 y col. 42. Bartolo de Sassoferrato, In primam Digesti Veteris partem (Venetiis, 1596), tomo I, fol. 4. @ Bartoio de Sassoferrato, In primam Digesti Veteris partem (Venetiis, 1596), tomo I, fol. 169-170, Tractatus Bartoli a Sassoferrato cum adnotationibus iuris utriusque Doctoris D. Thomae Diplovatatii, Bernardini Laudriani et aliorum eruditorum, et primo super Constitutione Extravaganti Ad reprimendum (Opera, Venetiis, 1590), ‘ol. ie @ Francisco Zarabella (1335-1417. Canonista italiano, profesor de Padua, Cardenal y Presidente del Concilio de Constanza], Lectura super Clementinis (Venetiis, 1487), II, 11,2. Andrés de Iserna, In usus feudorum commenta- ria (Francofurti, 1598), fol. 586. Lucas de Penna, In tres 7 quier tipo de carga u obligacién contra la vo Juntad del pueblo o del duefio privado, habria de ser, sin duda, por coaccién. Y en consecuen- cia, se privaria al pueblo del uso de la libertad que le corresponde por derecho natural. Nada hay tan contrario a la equidad natural conio privar al duefio sin su consentimiento y despojarlo de lo que es suyo o someterlo por medios ilicitos al dominio ajeno%. Ademas, los mismos reyes, magnates, sefiores y altos funcio- narios que imponen contribuciones y tributos, proceden del pueblo. Toda su autoridad, potes- tad y jurisdiccién proviene de la voluntad po- pular ©, Las normas juridicas empezaron a existir pre- cisamente con la fundacién de ciudades y la creacién de magistrados®. El pueblo romano transmitié a] soberano todo su poder con dere- cho a imponer cargas. En consecuencia, el po- der de soberania procede inmediatamente del pueblo. Y es el pueblo el gue hizo a los reyes y soberanos y a todos los gobernantes, siempre que tuvieron un comienzo justo”. Por tanto, si el pueblo fue Ja causa efectiva o eficiente de los reyes y gobernantes por tener éstos su origen en el pueblo a través de elecciones libres, y es tam- bién su causa final, no pudieron desde el prin- posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), fol. 628. Guido de Baysio, In Decretorum volumen commenta- ria (Venetiis, 1601), fol. 200. Santo Tomd4s de Aquino, Quodlibeto XII, quaest. 15, art. 24 ad 1 (Opera omnia, Paris, 1875 vol. XV, p. 607). Tractatus de Rege et Regno, epusc, XVI, lib, I, cap. 10; lib. IIL, cap. 11 (Opera, vol. a p. 351 y 386). De eruditione princtpum, opusc, XXVI, lib. IU, cap. 2 (Opera, vol, 27, p. 587). De angelorum natura, opusc. XIV, cap. 15 (Opera, vol. 27, p, 301). De regimine iudaeorum, opusc. XVI (Opera, vol. 27, p. 415). 4 Institutiones II, 1,10. Digesta 43,29,1, Lucas de Pen- na, In tres posteriores libros Codicis Tustiniani (Lugdu- ni, 1582), p. 6 'Digesta 1,2,2,8-9. Institutiones II, 1,11. 61 Decretum Gratiani 1, 93,24. 72 cipio imponer mas tributos y servicios que los aceptados por el pueblo mismo y a cuya imposi- cién hubiera consentido él de buena voluntad. La conclusién es clara. Al elegir a sus gober- nantes 0 a su rey, no perdié el pueblo su propia libertad. Ni otorgé o concedié poder para gra- varle y coaccionarle, ni para ordenar e imponer cargas en perjuicio de todo el pueblo o comuni- dad politica. Ninguna necesidad habia de que expresamente se indicase asi en el momento de elegir al rey. Aunque no se declare ni se diga expresamente lo que es derecho natural, ni se restringe ni se amplia “. Se trataba de que no se gravase al pue- blo, no se le privara de su libertad, ni se infiriese violencia alguna a la comunidad. Por eso era nece- sario que interviniera siempre el consentimiento del pueblo. Antes de que existieran reyes o gobernantes, todos esos bienes eran comunes y pertenecian a toda la comunidad en virtud del mismo derecho natural *. E] pueblo fue anterior a los reyes, tan- to en el orden de Jas causas como en el tiempo. El pueblo estaba obligado a deducir de los bienes ptiblicos los fondos necesarios para e] manteni- miento del rey. Por tanto, el pueblo fue quien cred y constituyé los derechos de los reyes. Ademds, en asuntos que han de beneficiar o perjudicar a todos, es preciso actuar de acuerdo con el consentimiento general. Por esta razon, en toda clase de negocios publicos se ha de pedir el consentimiento de todos los hombres libres. Habria que citar, por tanto, a todo el pueblo para recabar su consentimiento. Y no habiendo otros fondos que asignar sino con cargo a toda la colectividad, parece Iégico que los fijara el ® Codex VIII, 40,12. Digesta 35,1,3. 6 Institutiones II, 1,11. 73 pueblo mismo”. Léase la carta de Santo Tomas a la Duquesa de Brabante”. Puede alegarse un texto de San Raimundo de Pefiafort que comenta Enrique de Segusio y re- produce la Summa astesana™, Estos y otros doc- tores sostienen que ningun soberano o sefior pue- de exigir licitamente a los suibditos mds contribu- ciones que las convenidas anteriormente por pac- to entre ellos o sus antecesores por una parte, y los propios sttbditos o sus antepasados por otra. Dentro siempre de una evidente buena fe, sin engatio ni coaccion. En conclusién, todas las regalias, rentas reales y tributos fueron pactados entre reyes y pueblos desde el comienzo del régimen politico. Por con- siguiente, no pudieron adquirir valor juridico y constitucional sino en funcién del consentimiento del pueblo. Asi que ninguna limitacién a la li- bertad es legitima sin el consentimiento popular. V. LiMITES DE LA POTESTAD JURISDICCIONAL DE LOS REYES La potestad y la jurisdiccién de los reyes se refiere exclusivamente a promover los intereses colectivos del pueblo sin poner estorbos ni per- judicar a su libertad. Quien esta gobernado por otro, le esta some- tido jurisdiccionalmente. Pero quien tiene juris- 7% Codex XI, 59,7. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 520 y 897. 1% Santo Tomas de Aquino II II, 62, 7,3 (Opera omnia, Parisiis, 1872), vol. III, p. 515. De regimine iudaeorum ad Ducissam Brabantiae (Opera omnia), vol. 27, p. 414. 2 San Raimundo de Pefiafort [1180-1275. Dominico es- pafiol, tedlogo y canonista], Summa (Lugduni, 1718) lib. IL, tit. 5, quaest. 11, p. 169. Enrique de Segusio, Sunmma Aurea (Lugduni, 1568), fol. 281, 169 y 430. Astesano [t 1330. Franciscano italiano, tedloge y canonista, también llama- ¢o gastaxanus’], Summa astesana (Lugduni, 1518), fo io 74 diccién no se dice que tenga enteramente bajo su poder a todos aquéllos sobre quienes ejerce ju- risdiccién. Porque toda funcién publica soberana tiene poder de coaccidn sobre los sttbditos de alguna manera. Pero no ejerce su potestad coac- tiva sobre todos por igual. Tiene sobre los stbditos un poder que no es suyo propio, sino de la ley y que esté subordina- do al bien comun. Por tanto, los sibditos no estan sometidos a ese poder como a titulo perso- nal. No estén bajo un hombre, sino bajo una ley justa. En consecuencia, aunque los reyes tengan ciudadanos o sttbditos, éstos no son objeto de total y plena posesién por parte del rey. En sentido propio, se llama posesién lo que es totalmente de otro. Por consiguiente, el mal Ila- mado dominio que tienen los reyes sobre sus reinos, en nada debe perjudicar a la libertad de los ciudadanos. Es opinién de Aristételes °. Séne- ca esté de acuerdo cuando al hablar de Ja liber- tad dice que no hay libertad mayor que vivir bajo un rey justo™, Santo Tomas apoya este aserto™. Por tanto, los reyes y gobernantes no son, propiamente hablando, sefiores de los reinos. Son presidentes, gerentes y administradores de los intereses ptiblicos ”, ® Aristételes, Etica V, 6,5; VIII, 12,2. % Lucio Anneo Séneca [465. Filésofo y poeta cordo bés] Opera omnia (Parisiis, 1832), vol. IJ, p. 171-172, ver- sos 521-527. % Santo Tomas de Aquino, Commentum in librum se- cundum Sententiarum (Opera omnia, Parisiis, 1875) vo- lumen VIII, p. 587 y 590. Commentum in quartum ti- brum Sententiarum (Opera, vol. 11), p. 24. % Juan Lépez de Palacios Rubios [1450-1524. Jurista espafiol, profesor de Salamanca y miembro del Conse- jo de Indias], De obtentione et retentione Regni Nava- rrae, pars IV, sectio 6, p. 758. Diego de Covarrubias y Leyva [1512-1577. Canonista espafiol, profesor de Sala- manca y Canciller de Castilla], Relectio C. Quamvis De Pactis in sexto, sectio II, n. 4, (Opera, Genevae, 1762), vol. I, p. 364. 75 Los bienes del reino no son propiedad de la persona del rey. Pertenecen a la dignidad real, como quedé demostrado en el capftulo tercero. Por eso dice Bartolomé de Brescia que los reyes habria que nombrarlos por eleccién popular, aunque por costumbre se venga haciendo lo con- trario”. Al igual que hay un matrimonio que contraen e] marido y la mujer y un matrimonio espiritual entre la Iglesia y el obispo, hay también otro matrimonio entre el rey y el reino y entre el so- berano y el Estado. A estos efectos, el derecho canénico compara al rey y al emperador con el obispo *. VI. DEBERES DE SOLIDARIDAD DENTRO DEL EsTaDo Vamos al caso del rey o soberano que posee varios reinos o ciudades independientes. Supon- gamos que uno de sus reinos o ciudades sufre la desgracia de la guerra o es victima de otras graves calamidades. Las demas ciudades y reinos tendrén el deber de ayudar por caridad o por cierta solidaridad natural. Pero, evidentemente, siempre que sea sin perjuicio grave de sus pro- pios intereses y habiendo cubierto de antemano sus propias necesidades, y obrando ademas de propia voluntad. Nadie esta obligado juridicamente a exponerse a un peligro tan grande que pueda acarrearle un dafio grave y la total destruccién de si mismo por tratar de evitar a personas extrafias algun mal o desgracia y promover el bien o bienestar de una colectividad ajena. 7 Bartolomé de Brescia, Glossa in Gratiani Decretum {Lugduni, 1584}, col. 849. Bernardo de Parma, Glossa in Decretales Gregorii IX (Venetiis, 1468), col. 830. % Decretum Gratiani II, 7,39; II, 7,1,41. Lucas de Pen- na, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugdu- ni, 1582), p, 563. 76 Nos estamos refiriendo a la ciudad que es par- te de un reino. Ahora bien, tal ciudad es una co- munidad perfecta y, por tanto, es autosuficiente. En expresién de Aristételes, su vida consiste en la realizacién de los intereses del pueblo”. Por tanto, debe mirar, ante todo, por su propia de- fensa y conservacién. Y, en consecuencia, sdlo para evitar algtin mal o desgracia o promover el bienestar de todo o parte del reino no esta obli- gada a exponerse a un peligro tan grande que pueda acarrearle su total destruccién o un dafio irreparable. Todo el que nace en una ciudad, en ella tiene su propia patria natural. Y est4 obligado a obe decerla y a luchar por su defensa. La razén es que las ciudades tienen poder sobre sus propios ciudadanos. Asi pues, los ciudadanos tienen como patria propia la ciudad en que han nacido y estén obligados ante todo a mirar por su patria. Por tanto, ninguna ley les obliga a exponerse a si mismos o a su ciudad por ayudar a otra ciu- dad o a una parte del reino. Incluso tampoco estan obligados a ayudar a todo el reino y evitar cualquier mal y conseguir cualquier bien cuando es a riesgo de un peligro tan grande que pueda precipitarlos en su total y propia destruccién o en algun otro dafio irreparable ™. Se prueba también esta tesis con diferentes textos jurfdicos. En ellos se dice que no estamos obligados a proporcionar agua para regar los campos ajenos si los nuestros estan sedientos. Y uno debe darse limosna a si mismo primero y después al projimo®™. Y no es obstaculo el hecho de que la ciudad sea parte del reino. Toda parte se ordena a su propio todo. Puesto que una parte no es sélo P Aristételes, Politica I, 1,8; IV, 2,1; IV, 3,2. & Digesta I, 1,2; 37,9,1,15; 50,2,1. 319 Codex 11, 43,2; III, 34,6. Decretum Gratiani II, 33, 77 parte de otro, sino que pertenece totalmente a otro. Por tanto resulta natural —y ejemplos de ello vemos cada dia— que un miembro se arries- gue a perecer por salvar a todo el cuerpo. En la naturaleza todo lo que es parte de otra cosa, se ordena a ésta que es mas importante. Por donde se orienta al todo del que es parte, mds que a si mismo. Asi resulta que la mano que es parte y miembro natural, se expone a ser cortada por conservar la vida de todo el cuerpo. Este princi- pio es valido para los miembros de todo cuerpo, tanto fisico y natural como politico y civil. Por eso, y légicamente, la ciudad, que es como un miembro del reino, tendria la obligacién de expo- nerse para salvar a la totalidad del reino, incluso a costa de su propia destruccion. La consecuencia es valida si se acepta a la le tra el argumento del cuerpo fisico para el cuerpo politico o mistico. Pero no es lo mismo en la comunidad politica. Tampoco se da una obliga- cién tan fuerte de la ciudad para con el reino --aunque sea parte o miembro del reino— como la que tiene todo ciudadano. Este si es parte de la ciudad y tiene que defender los intereses de ella y poner por delante el bienestar publico a su propia utilidad. Pero entre ambas situaciones ay gran distancia o diferencia. El ciudadano, en efecto, esta mas fuertemente vinculado con su ciudad de lo que esté la ciudad con el reino. Y por ello esta aquél obligado a exponerse a cualquier peligro en defensa de sa patria o ciudad. Pero no ocurre lo mismo con la ciudad respecto al reino. Es evidente. Porque el reino no es la patria de la ciudad, en el mismo sentido en que lo es la ciudad para el ciudadano. Ah{ estriba toda la relacién de obligacién. E) ciudadano nace natural de una patria y esta obligado a defenderla, aun a riesgo de su vida. Ya que es en Ja misma ciu- dad donde recibe todo el bien de la convivencia, 78 y no aisladamente y por si solo, pues el hom- bre es individualmente imperfecto. Légicamente, pues, estard juridicamente menos obligada la ciu- dad al reino que el ciudadano para con su patria o ciudad, Luego no es idéntico el deber de ayuda en ambos casos. La ciudad tiene en s{ misma suficiencia de vida. San Agustin define la ciudad como una colectividad humana coaligada por vinculos de solidaridad®. O sea, que es una pluralidad de hombres que se retinen para convivir politica- mente. A eso se le llama ciudad. Unos ayudan a otros y entre todos se ocupan de diferentes acti- vidades a través de una divisién racional del tra- bajo. Uno, por ejemplo, se dedica a la medicina, éste a una profesién, aquél a la otra. Y de esta manera se consigue la autosuficiencia de la ciudad. Aun prescindiendo de que forma parte de un reino, la ciudad puede disponer por si misma de todo lo que necesita, sin depender del reino. A no ser en situaciones especiales de emergencia, como sucede en tiempo de guerra o por razén de otras necesidades urgentes. El ciudadano, por el contrario, en muchos cosas no se basta a si mismo. Y no puede por sus propios medios re- solver satisfactoriamente su vida sin el apoyo y la solidaridad de la ciudad. Légicamente, esta mas estrechamente obligado el ciudadano para con su ciudad, que la ciudad para con el reino. Si una ciudad estuviera naturalmente obligada a exponerse a los mayores peligros por el reino —incluso al de su propia destruccién— igual que el ciudadano lo esta por su patria o ciudad, pa- rece que estaria naturalmente obligada a librar ella al propio reino de todo dafio grave e intole- ® Aristételes, Politica I, 1,8. 83 San Agustin [354430. Padre de la Iglesia, obispo de Hipona, maestro del pensamiento cristiano], De civitate Dei, lib. 15, cap. 8 (PL 41447), 79 rable, aun a costa de perecer toda la ciudad. Pero en tal caso, si es destruida totalmente una ciudad, se facilita el total derrumbamiento del reino. Cosa que no ocurre en la ciudad, aunque muera alguno o muchos de sus ciudadanos. Por tanto, una ciudad no esta obligada a expo- nerse al peligro de destruccién o de algun otro dafio muy grave para liberar al reino, igual que lo esta el ciudadano por su ciudad. Por consi- guiente, no se trata de la misma obligacién. La ciudad es la propia comunidad de ciudada- nos. Pero esta pluralidad de ciudadanos natural- mente se inclina y est4é mas obligada a servir a la ciudad, a su propia patria y a su pueblo, que a sacrificarse por la integridad de todo el reino. Por lo tanto, sera mds fuerte su tendencia na- tural a defender su patria o ciudad y a luchar por su salvacién, que por la integridad del reino. Luego los ciudadanos se sentiran mds obligados a ayudar, defender y conservar su patria que al reino en su totalidad. Y légicamente la ciudad estara mds obligada a salvarse a si misma que a exponerse al peligro de destruccién. La razon es clara: E] hombre pertenece, por nacimiento, y de un modo muy especifico y di- recto, a su ciudad o patria. Y al reino o ala pro- vincia sé6lo de modo mas general y mediato. De Ja misma manera que el hombre esta en relacién con su padre y con su abuelo™ Véase sobre este tema la doctrina de Baldo de Ubaldis ®. VII. DEBERES DE SOLIDARIDAD ENTRE EsTADOS DIFERENTES ¢Y cuando varios reinos, distintos y diferentes entre si, estan bajo la jurisdiccién de un mismo rey? % Digesta 49,15,19,7. § Baldo de Ubaldis, Commentaria in quartum et quin- tum Codicis (Lugduni, 1585), fol. 29. 80 Por los argumentos anteriores puede también deducirse cuales son las obligaciones de un reino o ciudad de acudir en ayuda de otro reino. La respuesta es sencilla. La ciudad esta menos obli- gada a socorrer a un reino extrafio que al reino del que forma parte. A no ser que decida ayudar- le libremente, con las salvedades antes apunta- das. Y esto, aunque sean grandes sus recursos en oro y plata y en otros muchos medios econé- micos. Supongamos que se trata de una colectividad o comunidad politica perfecta y naturalmente au- tosufiente. Cada reino o ciudad no debe tener en cuenta solamente la situacién y el estado pre- sente del reino. Debe sobrepesar también los ries- gos y dafios que podrian presentarse en el futuro. Son eventualidades que los hombres deben pre- ver. En todo caso, el reino ese quedaria perjudi- cado. Y un pais no esta bien gobernado, cuando sus propios bienes se orientan o desvian al ser- vicio e interés de otro reino*. % Codex VI, 25,4. Institutiones II, 14. En este capitulo y en el anterior Bartolomé de las Casas ha planteado en toda su extensién el problema de la obligacién politica, o sea de la vinculacién existente entre el ciudadano, la ciudad, el reino (o Estado) y las uniones de reinos de tipo persona]. Su doctrina parece mas préxima a la concep- cién del Estado-Ciudad que a Ia del “Estado moderno” nacionalterritorial. Téngase en cuenta, sin embargo, que el punto de vista de Bartolomé de las Casas es exclusi- vamente defensivo (él trata de defender a los indios his- panoamericanos contra ingerencias abusivas de los do- minadores peninsulares) y que en sus dias el imperio espafiol —sobre todo visto desde el angulo de sus “pro- vincias” americanas— estaba atin muy lejos de haber lo- grado Ja unidad y cohesién de un verdadero “Estado unitario” en sentido moderno. 81 SEGUNDA PARTE APLICACIONES PRACTICAS VIHI. CoNSENTIMIENTO POPULAR Y BIEN COMUN Ningiin rey o gobernante, por soberano que sea, puede ordenar o mandar ninguna cosa con- cerniente a la comunidad politica, en perjuicio o detrimento del pueblo o de los stibditos, sin haber obtenido antes legalmente el consentimien- to de los ciudadanos. Y si se hiciera otra cosa, mo tendria absolutamente ninguna validez juri- ica. Vamos a probar la primera parte de esta afir- macién con argumentos de autoridad y con argu- mentos de razon. E] pueblo es el que hizo a los reyes y gobernantes, y es también su fin y razén de ser. Por tanto, al pueblo, a su bienestar y a los intereses de la comunidad han de subordinarse como a su fin propio. En consecuencia, los reyes no tienen ningtin poder para establecer, ordenar o anular nada que vaya contra los intereses de los ciudadanos o en perjuicio o detrimento del pueblo. . La conclusién es evidente. Lo que estA orde- nado a otra cosa nunca se dice —dentro siempre del orden natural— que le sirva de estorbo o le aporte algun dafio sino una ayuda. Porque lo que esta ordenado a otro como a fin, es un me- dio relacionado con ese fin, ya que el medio no se emplea mds que para conseguir el fin. Ahora bien, el pueblo fue quien decidié y acepté elegir y nombrarles reyes, principes y jefes, como me- dios para conseguir su propio fin. Este fin con- siste en el progreso y servicio, promocién y sal- vaguardia del bien comun, ya que el pueblo es causa de si mismo”. Por tanto —de acuerdo con el orden natural, * Aristételes, Politica I, 848. Etica I, 7,4. Fisica 1, 2,23, 87. Metafisica f, 2,29. 85 que siempre hay que cumplir—, los reyes y go bernantes no deben ni pueden hacer nada en perjuicio del bien comun, sino que su misién es protegerlo. Luego ningun rey o gobernante, por soberano que sea, puede ordenar o mandar nada en perjuicio del pueblo o de los stibditos ®. Al igual que en los demds asuntos o negocios, la norma que debe regular todos los actos de gobierno hay que sacarla del fin al que tienden. Es principio de Aristételes: Una cosa est4 orde- nada perfectamente, cuando se la orienta de modo conveniente a su propio fin ®. Pues bien, el fin de cualquier pueblo libre es su propio bienestar y prosperidad; y ésta consiste precisamente en que los hombres a quienes se gobierna y la comunidad toda sean dirigidos ha- cia los objetivos que prudentemente deben cum- plirse. Asi se salvaran sus deficiencias y endere- zaran sus costumbres, seran buenos los ciuda- danos, conviviran pacificamente, prosperaran y seran defendidos de sus enemigos exteriores y también interiores. En conclusién, ningun rey o gobernante tiene poder para tomar decisiones que no vayan en- derezadas a subsanar las deficiencias de la comu- nidad. Se prueba la primera afirmaci6n por la si- tuacién opuesta. Siempre que se manda una cosa, queda prohibida la contraria. Y cuando a uno se le obliga a realizar una accién determinada, tiene el deber de rehuir y evitar la contraria ®. Ningun gobernante puede licitamente, sin mo- tivo justificado, inferir perjuicio alguno a la li- bertad de sus pueblos. Si alguien decidiera en contra de los intereses colectivos del pueblo, sin contar con su expreso consentimiento, perjudi- % Lucas de Penna In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 83. ® Aristételes, Fisica II, 2,23. Etica I, 7,4. % Lucas de Penna, Im tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 1.025. 86 caria la libertad del pueblo y de sus ciudadanos. La libertad es un valor mas preciado y estimado ue todas las riquezas que un pueblo libre pu- iera tener. Por tanto, el gobernante que atentara contra la libertad del pueblo obraria contra la justicia ™. IX. SUJECION DEL REY A LAS LEYES Toda autoridad publica, rey 0 gobernante, de cualquier reino o comunidad politica, por sobe- rano que sea, no tiene poder ni libertad para mandar a los ciudadanos arbitrariamente y al capricho de su voluntad, sino unicamente de acuerdo con las leyes de la comunidad politica. Las leyes deben ser promulgadas para promo- ver el bienestar de los ciudadanos y nunca en perjuicio del pueblo. Han de ajustarse al interés publico de la comunidad y no, por el contrario, subordinar a las leyes el propio bienestar del pueblo. Por tanto, nadie tiene poder para esta- blecer nada en perjuicio del pueblo. El rey o el gobernante no manda a los subditos a titulo per- sonal sino como ministro de la Jey. No es duefio y sefior absoluto sino mandatario y administra- dor del pueblo por medio de las leyes. Por eso se les da el nombre de reyes. Porque observan las leyes ante Dios, mandan lo que es justo y prohiben lo que es injusto. Asi es como los ciu- dadanos contintan siendo libres. No obedecen a un hombre, sino a Ia ley ®, Nadie puede actuar contra lo establecido en materias en las que no tiene poder para dispen- sar. En otro caso, iria mas alla de los limites de % Digesta 50,17,106. Lucas de Penna, In tres posterio- res libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 520. % Codex I, 12,4. Decretum Gratiani II, 23,4,42. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lug- duni, 1582), p. 1.025 y 520. 87 su propio poder. Y lo que hiciera, careceria de toda validez juridica. Ahora bien, ningtin gobernante puede dispen- sar en aquellas materias que son garantia del bien comtn. Ningtin gobernante podra tampoco ordenar ni hacer nada en perjuicio del interés general de la comunidad sin recabar y obtener previamente el consentimiento general del pue- blo. Tiene razén Santo Tomas cuando dice: la intencién del legislador se orienta primordial y principalmente al bien comin”. Ningtin soberano tiene autoridad para hacer lo que moralmente es imposible. Sobre todo cuando lo contrario es necesario y hay que cum- plirlo ineludiblemente. Necesario es el derecho divino y el derecho natural, como dice San Ber- nardo™. Por ello el gobernante no tiene poder para perjurar, robar o adulterar. Ahora bien, si los reyes mandaran algo en per- juicio del pueblo o de los ciudadanos —sin obte- ner previamente su consentimiento—, harian lo que esta prohibido por derecho divino y natural. Desagradarian mucho a Dios e intentarian de esta forma hacer cosas que moralmente les son imposibles. Ningtin gobernante, por tanto, puede moral- mente actuar en perjuicio del pueblo. Ya que es claro que nadie debe hacer a otro lo que con toda razén no querria que se le hiciera a él. Lo prohibe el derecho natural. Todo lo que un gobernante haga en perjuicio de la totalidad del pais y contra el consentimien- to y voluntad de sus ciudadanos, Jo hace contra el orden natural impreso por Dios en la jerarquia de las cosas y, en consecuencia, acttta contravi- % Santo Tomas de Aquino I II 100,8,4. S San Bernardo de Claraval [1090-1153, Abad, Doctor de la Talesias De praecepto et dispensatione, cap. II, n. 4 y cap. ITI, n. 6 (PL 182, 863-864). 88 niendo el derecho natural. Sdlo podra hacerlo asi mediante coaccién e inspirando miedo a los ciudadanos. Métodos que motivan una total au- sencia de libertad. Lo que es involuntario es con- trario a la inclinacién natural de Ja voluntad. La voluntad humana es libre por su propia natura- leza y no puede ser coaccionada, segun el pro- feta Ezequiel: El principe no podrd tomar nada de la heredad del pueblo, despojdndolo de su posesion. A fin de que mi pueblo no sea despla- zado de la posesién que a cada uno corres- ponde*, X. EXPLICACION HISTORICA Finalmente se prueba con textos de Ja Sagra- da escritura que las vejaciones perpetradas con- tra los stibditos, estén prohibidas y son castiga- das *, Es el caso de Acab y Jezabel cuando se apoderaron de la vifia de Nabot contra su vo- luntad. Cierto que ofrecieron un precio por la vifia, pero atin asi cometieron un atropello y llegaron al asesinato. El profeta les dijo: Has robado y ademds has matado™. Dice San Pablo en la Car- ta a los Corintios: Haré seguin la potestad que me dio el Seftor para edificacién y no para des- truccidn, Véase también el comentario de Santo Tomas *. En definitiva, la autoridad es de derecho hu- mano, como dice el derecho canénico y explica Juan Andrés. Otro texto de las Decretales de Gre- % Biblia, EZEQUIEL 46,18. % Biblia, J Reyes 12,1-15; I Reyes 24,14, etc. " Biblia, J Reyes 21,1-27; 21,19. % Biblia, San Pablo, IT Corintios 10,8; 13, 10. Santo To- mas de Aquino In epistolam ad corinthios II (Opera om- nia, Parisiis, 1872), vol. 21, p. 134. 89 gorio IX prohibe que el gobernante haga ena- jenaciones en perjuicio de su propio reino ”. XI. DERECHOS PUBLICOS Y DERECHOS PRIVADOS El gobernante, por soberano que sea, no tiene poder para regalar ni para hacer componendas ni transacciones con los bienes de los stibditos —o con los dafios que se les causen— sin haber requerido y obtenido legalmente su consenti- miento expreso. Esto es evidente por lo que se dijo en el pri- mer principio. Nadie puede transmitir en favor de otro mds derechos de los que él mismo tie ne'™. Se prueba también por lo que se dijo en el tercer principio. Y otra prueba se da en la primera parte de la primera aplicacién practica. Un cuarto argumento pudiera ser la opinién de Inocencio IV: Si el gobernante, dice, por so- berano que sea, o el emperador estableciese sin causa legitima que en determinado caso pase de unos ciudadanos a otros la propiedad de las co- sas, no hay obligacién de cumplir semejante dis- posicion ni moral ni juridicamente™. Mantienen esta misma doctrina Guido de Bay- sio, Juan Antonio de Santo Georgio, Domingo de Santo Geminiano, Francisco Zarabella, Bartolo de Sassoferrato, Alejandro de Imola, Paulo de Castro y Oldrado de Ponte ™. % Decretales Gregori IX: Il, 24,18. Juan Andrés, No- vella super secundo libro Decretalium (Venetiis, 1498) Il, 24,18; II, p. 365. Decretales Gregorii IX: Il, 4,33. 100 Digesta 50,17,54. Codex II, 3,40,4. 101 Inocencio IV, Super libros quinque_ Decretalium (Francofurti, 1570), fol. 461. Felino Sandeo, Commentario- rum ad libros quinque Decretalium (Augustae Taurino- rum, 1578), vol. I, fol. 25 y 26. 1 Guido de Baysio, In Decretorum volumen commen- taria (Venetiis, 1601), fol. 5. Juan Antonio de Santo Geor- 90 Es también opinién comtin de canonistas y juristas. La expone principalmente Nicolas de Tudeschis ™. En su comentario a las Decretales de Gregorio IX dice Felino Sandeo: Aunque el emperador tenga jurisdiccién sobre todo el mun- do, no por eso puede disponer de las propiedades particulares que anteriormente fueron concedi- das por titulo de ocupacion. Esta doctrina es vd- lida incluso para los bienes de los infieles ™. El gobernante no puede hacer por ley que las propiedades particulares pasen de unos a otros contra la voluntad de sus stibditos. Ni despojar a sus legitimos duefios sin causa legitima. Por consiguiente, tampoco puede donarlas, como di- ce Juan de Platea™. La cuarta prueba se basa también en la doc- trina canénica comin. Supongamos que un go- bernante, emperador o rey —y el mismo pueblo si conserva los derechos de soberania— firmase gio [ft 1509. Canonista italiano, profesor de Pavia, Carde- nal y Auditor de la Rota], Commentum super volumina Decretorum (Mediolani, 1494), cap. “ius civile”. Domingo de Santo Geminiano, Super sexto Decretalium (Venetiis, 1495-96) I, 1. Francisco Zarabella Consilia (Lugduni, 1552) cons. 147, fol. 89. Bartolo de Sassoferrato, In primam Di- eesti Veteris partem (Venetiis, 1596), tomo I, fol. 4, n. 4 y 6, Alejandro de Imola, In secundam Digesti Veteris partem commentaria (Venetiis, 1586), p. 114. Consiliorum Alexandri volunen primum (Lugduni, 1586), cons. 136, folio 106. Paulo de Castro, Consilia et allegationes (No- rimbergae, 1455), cons. 105. Oldrado de Ponte [} 1335. Jurista italiano, profesor de Padua, Asesor pontificio] Consilia et quaestiones (Viennae, 1481), cons. 121. 103 Nicolas de Tudeschis, In primum Decretalium li- rum (Venctiis, 1605), vol. I, fol. 205. Cfr. Corpus Iuris Civilis Justiniani cum commentariis Accursii ac Contii et Dionysii Gotto; ofredi atque aliorum quorundam illus- ‘trium Jurisconsultorum lucubrationibus illustrati (Lug- duni, 1612), fol. 270. 1% Felino Sandeo, Ad libros quingue Decretalium pars prima (Augustae Taurinorum, 1578), vol. I, fol. 26. 16 Juan de Platea [Jurista italiano, profesor de Bolo- nia], Super tribus ultimis libris Codicis, fol. 107. 91 la paz con los enemigos y estableciese que sus respectivos ciudadanos no podrén reclamar por los dafios que con ello se les cause. Este acuerdo no tiene validez si es perjudicial a los ciudada- nos , Asi lo afirmaron en diferentes ocasiones En- vique de Segusio, Antonio de Butrio y Domingo de Santo Geminiano'”. En efecto, seria absurdo que el gobernante, por razén de su renuncia, pri- vara de sus derechos a los ciudadanos, como dice el Papa Inocencio IV, XII. BIENES DE DERECHO PUBLICO Sea el que sea el procedimiento adoptado, do- nacién, venta, permuta o cualquier otro medio de enajenacion, ningtin rey o gobernante, por so- berano que sea, puede legitimamente ceder ciu- dades, villas, castillos, ni rincédn alguno de su pais por insignificante que sea, en favor de otro sefior. Ni puede tampoco negociar sobre el de- recho de soberania. A menos que consientan li- bremente en ello los stibditos, vecinos o residen- tes de tal ciudad, villa o comarca. Y si lo hace el rey directamente en contra de la voluntad de los interesados o forzando su consentimiento, peca 16 Nicolas de Tudeschis, In secundam secundi De- cretalium libri partern (Venetiis, 1605), tomo IV, fol. 140; Commentaria secundae partis in primum Decretalium librum (Venetiis, 1605), tomo II, fol. 136; In quartum et guint Decretalium librum (Venetiis, 1605), tomo VII, ol. 216. 107 Enrique de Segusio, In secundum Decretalium li- brum commentaria (Venetiis, 1581), zg: 130; Summa (Lugduni, 1568), fol. 434. Antonio de Butrio [1338-1408. Canonista italiano, profesor de Bolonia y Ferrara], Completus super quinque libris Decretalium (Venetiis, 1503), fol. 89. Domingo de Santo Geminiano, Super sex- to Decretalium (Venetiis, 1494-95), vol. II, fol. 16h 1068 Sextus Decretalium V, 12,5,4. Inocencio IV, Super libros quingue Decretalium (Francofurti, 1570), fol. 432. 92 mortalmente. Y no tiene absolutamente ninguna validez juridica tal enajenacidn, negociacién o sometimiento. El propio donatario o comprador peca también gravemente y no podrd salvarse a no ser que apremie con todas sus fuerzas al so- berano —incluso renunciando a la donacion o al contrato de venta o enajenacién— para que se rescinda o se anule. Aclaracién previa: El soberano en sus Estados o el rey en su reino tienen cuatro clases de bie- nes: La primera es la jurisdiccién soberana. Es el poder civil y criminal con mero y mixto imperio. Desde que comenz6 a haber reyes, este poder per- tenece al soberano como a manantial de donde proceden y a donde vuelven todas las jurisdic- ciones, al igual que los rios al mar. De esta ma- nera derivan de él las jurisdicciones que ejer- cen los subalternos en virtud de concesiones, nombramientos y ratificaciones. Para revertir otra vez a él por apelaciones, casaciones y que- rellas. Pero la fuente primordial y original de todos los poderes y jurisdicciones fue siempre el pueblo mismo ™. La segunda clase de bienes del soberano son Jos bienes fiscales, como se Jlaman propiamente. O sea, los que pertenecen al fisco, al Estado o al reino. Constituyen el patrimonio publico. Se les llama fiscales por razén del fisco, que es la bolsa del reino en la que se depositan todos los beneficios, rentas y ganancias del Estado. Pues a fisco es parte del Estado segiin Baldo de Ubal- is "9, Y son bienes fiscales las comunicaciones pu- blicas, rios, canales, mar, puertos, las minas, sa- 1 Consuetudines feudorum II, 56. 10 Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 564. Baldo de Ubaldis, In usibus feudorum commentaria (Augustae Taurinorum, 1578), fol. 23. 93 linas y otros por el estilo. Y también las rentas que se sacan de ellos. Hay que afiadir los bienes que son comunes a la colectividad ™. Los bienes de esta segunda categoria —y entre ellos las regalias— no son propios de la persona del rey sinc de la Corona. El rey no es duefio de tales bienes fiscales sino administrador o cuasi duefio. Esta expresién cuasi indica sentido apro- ximado en los mismos textos juridicos '. La tercera clase de bienes del soberano son los patrimoniales. Son propiedad personal suya. E] gobernante los posee y puede tenerlos a titulo privado. Entre ellos hay dos tipos de bienes. Pri- mero, los heredados de sus predecesores que los poseian por alguno de los titulos que se ponen a continuacién. Lucas de Penna habla de estos bienes '*. Segundo, los bienes que pudieren ve- nirle posteriormente. Por ejemplo, aquellos que fueron adjudicados al fisco por crimen de alta traicién, prescripcién, carencia de duefio y por otros titulos ™, También el dinero que procede de las rentas del reino, o sea, de la asignacién o emolumentos que estan destinados al mantenimiento de la casa y persona real. Y ciertas posesiones y plazas fuer- tes, fincas compradas a particulares o bienes que ha ganado por su propio esfuerzo en guerra justa contra los enemigos de la fe cristiana. Esta doble 4 Digesta III, 4,7. Institutiones IL, 1,6, Lucas de Pen- na, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lug- duni, 1578), p. 562. 12 Digesta II, 1,6; 35,1,60. Lucas de Penna, In tres pos- teriores libros Codicis Justiniani p. 563. Cfr. Diego Pé- rez [Jurista espafiol del siglo XVI, profesor de Sala- manca desde 1555 hasta 1574], Ordenanzas Reales (Ma- drid, 1780), lib. III, tit. I, ley 2, p. 442. 113 Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1578), p. 562 y 563. us Digesta 49, 1 y 2. Codex X, 10,3; 1,3 y 10; 11,432. 94 clasificacién de los bienes patrimoniales a yarece clara en el derecho romano y justinianeo ™ La cuarta clase de bienes sobre los que actua el poder y la autoridad politica son los bienes y propiedades de los ciudadanos particulares. Sobre ellos ningiin poder ni derecho de propiedad, util ni directa, tiene el gobernante. Sdlo entra en jue- go la potestad de jurisdiccién y de proteccién "’. Aclarados estos conceptos, vamos a estudiar ahora cada una de esas clases de bienes. Por lo que se refiere a la primera —es decir, a la juris- diccién— la conclusidn es la siguiente: No puede el gobernante, por soberano que sea, vender la jurisdiccién ni contratarla o enajenarla de algu- na manera. De lo contrario, el gobernante peca mortalmente. Y esta obligado a reparar todos los dajios ocasionados por tal motivo en aquellos ciu- dadanos sobre los que ejerce tal jurisdiccién. Pe- can también gravemente los que compran la ju- risdiccién al soberano. Sin que valga, ni para el soberano ni para los compradores la excusa de la _costumbre. Prueba de la primera parte. Nadie puede ven- der ni enajenar algo que no le pertenece ni puede ser objeto de propiedad particular. Y si lo hace, comete un robo o rapifia. La jurisdiccién no per- tenece al patrimonio privado del soberano. No es el duefio de ella. Como tampoco lo es de las restantes regalias, sino que son de derecho pu- blico ", Juan de Azo define la jurisdicci6n como poder juridico introducido por derecho publico con el deber de hacer justicia'®. No figura, por tanto, 13 Codex VII, 37,3. Novellae [Authenticae] V, 24,3. Sextus Decretalium Tl, 143. 16 Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 633. wT Digesta 45,1,83,5; 18,1,28. us Juan de Azo [Jurista italiano del siglo sqrt, Au- rea Summa (Augustae Taurinorum, 1578), fol. 95 ni siquiera entre los bienes patrimoniales publi- cos de todo el pueblo. Ni puede ser objeto de traéfico por nadie, ni siquiera por el gobernante. En conclusién, el gobernante, por soberano que sea, no tiene autoridad para vender la jurisdic- cién ', EI principio general es evidente. Porque nada puede ser objeto de trafico contra la autoridad y la sancién de las leyes . La aplicacién del prin- cipio es clara también. Porque la jurisdiccién no es susceptible de tasacién monetaria. Sobre todo el mero imperio que se ejerce sobre las per- sonas y no admite valoracién econémica nin- guna", Se prueba en segundo lugar por una consti- tucién imperial. Su texto prohibe al gobernante vender la jurisdiccién por fo s muchos dafios que de ahi se pueden derivar. De hecho se producen en todos los casos que alli enumera el empe- rador , Se prueba en tercer lugar por la doctrina co- munmente admitida por los canonistas tras Ino- cencio IV y Enrique de Segusio”. En sus textos demuestran evidentemente la imposibilidad ju- ridica de que los gobernantes vendan o enajenen Jas funciones jurisdiccionales de cualquier modo que sea. Dicen ademds que la jurisdiccién, incluso la puramente civil, no puede ser vendida ni ser ob- jeto de contratacién, para que los subditos no 19 Digesta 45,1,83,5; 45,1,131. 1% Digesta, 30,1,112,3. 141 Nicolads de Tudeschis, Consilia et quaestiones (Au- gusiae Taurinorum, 1577), cons. 3, fol. 67. 12 Authenticae collat. II, tit. 2, praef. 13 Nicolds de Tudeschis, Commentaria in quartum et intum Decretalium libros (Venetiis, 1605), tomo VII, ‘ol. 105. Inocencio IV, Super libros quinque Decretalium (Francofurti, 1570), fol. 504, Enrique de Segusio, Ju quintum Decretalium librum commentaria, fol. 27. 96 sufran dafios con extorsiones ilicitas por parte de los compradores™. Sobre esto mismo dice Antonio de Butrio: la venta y arrendamiento de la jurisdiccidn trae la ruina a los ciudadanos, El que la compra querrd explotarlos al maximo, li- cita o ilicitamente. Y transformard la minima culpa en grave delito. Concluye finalmente que es ilicito vender la jurisdiccién y que se peca gravemente , Algo parecido dice Nicolas de Tudeschis. Tam- bién afirma que se peca gravemente ™. Bartolo de Sassoferrato sostiene que no puede arrendarse el derecho de jurisdiccién que tiene el sefior so bre el vasallo; y que el derecho de hipoteca no cabe en ella”. Baldo de Ubaldis dice: por dere- cho comin no pueden ser vendidas las funciones jurisdiccionales, porque son de derecho piblico. Y cita esta frase de Salustio: es peligroso que uno solo compre lo que pertenece a la colectivi- dad. También defiende la misma tesis Alberico de Rosciate '”. XIII. VENTA DE FUNCIONES PUBLICAS Se demuestra con un cuarto argumento la pri- mera parte de la afirmacién antes enunciada. No 14 Enrique de Segusio, Im quintum Decretalium li- brum commentaria, fol 105. 13 Antonio de Butrio, In quintum Decretaliurm prae- lectiones eruditae (Lugduni, 1556), fol. 35. 126 Nicolas de Tudeschis, Commentaria in quartum et guinturn Decretalium libros (Venetiis, 1605), tomo VII, ‘olios 105 y 106. 121 Bartolo de Sassoferrato, In secundam Digesti Ve- teris parte: (Venetiis, 1586), fol. 131. 12% Baldo de Ubaldis, In usus feudorum commentaria (Augustae Taurinorum, 1578), fol. 59, fol. 86 y 23. Salus- tio, Bellum Iugurthinum 82 (Coleccién Hispdnica de autores griegos y latinos, Barcelona, 1956), p. 28. Albe- rico de Rosciate [ft 1354. Jurista italiano], In primam Digest Veteris partem commentaria (Venetiis, 1585) pa- gina 86. 97 esta permitido al gobernante hacer nada contra el derecho divino y natural. Pues bien, vender la jurisdiccién va contra el derecho natural y divi- no. Luego el gobernante no puede enajenar la jurisdiccién. La venta de cosa ajena esta prohibida por el derecho natural y divino, pues seria cometer un hurto. Ahora bien, la jurisdiccién es en cierto modo cosa ajena. E] gobernante no la recibié ni la posee en calidad de duefio. Ni el pueblo se la transfiri6 para que abusara de ella, sino para emplearla personalmente y a través de sus jueces y magistrados, varones honrados, con fines de proteccién. Por ello el gobernante que enajena la jurisdic- cién vende lo ajeno —es decir, cosa ajena— con- tra la voluntad de su duefio, que en este caso es el pueblo. Y eso va contra el derecho natural y divino. Es contrario al derecho natural aquello que da una ocasién probable y préxima de ex- torsionar a los ciudadanos y de gravarles injus- tamente. Y esto sucede con la enajenacién de la jurisdiccién. Es contraria, por tanto, al derecho natural. Con esta clase de ventas, los comprado- res caen con toda facilidad en las mayores injus- ticias y precipitan a los ciudadanos en la mayor indigencia. Pues ya no se conforman con tripli- car los beneficios, sino que exigen hasta diez ve- ces mas de lo que les costé la jurisdiccién que compraron. La asociacién de los hombres de una ciudad, reino o de cualquier otra colectividad, esta for- mada por vinculos de derecho natural, con el fin de vivir politicamente, como dice Aristételes 2. Comprende, pues, todo lo que es imprescindible para la promocién del bien comin. Ahora bien, la venta de la jurisdiccién es contraria al bien y a la prosperidad de toda la ciudad y de todo el 129 Aristoteles, Politica I, 1,8; II, 1,4. 98 reino. Luego tal enajenacién va contra el derecho natural. Pruébase también por aquellos textos de los canonistas cuando dicen que vendiendo la ju- risdiccién se peca gravemente'”, Ademads esta enajenacién repercute en dafio de la comunidad. XIV. VENTA DE CARGOS PUBLICOS Por la doctrina anterior podra resolverse el problema de si licitamente puede el gobernante vender los cargos publicos. Hay que distinguir: 1.—Los cargos que llevan consigo la jurisdic- cién o algtin poder que permita a los compra- dores gravar de algun modo a los stibditos, a me- nos que éstos consientan en la extorsién que se pretende inferirles. Tales son los cargos de alcal- dias, corregimientos, alguacilazgos, tesoreros y vicetesoreros del reino. Bajo ningtin pretexto pue- de el gobernante vender licitamente estos cargos. 2.—Los cargos a proveer por el rey, que son meramente de administracién. Son funcionarios de la casa o mesa real, como el mayordomo, el des- pensero, el caballerizo mayor y otros jefes de ser- vicios palaciegos por el estilo. Los monarcas pue- den ciertamente venderlos a su gusto, pues no im- plican necesariamente el peligro de que sean gra- vados en alguna manera los ciudadanos o de que se ocasione perjuicio a los intereses del Estado. Esto afecta sdlo a la hacienda personal del gober- nante o al patrimonio particular del rey. Y las de- ficiencias que se produzcan en tales funciones las soportaré solamente el monarca, como es natural. Estos funcionarios son servidores de la casa real. Por tanto, si no desempefian lJealmente los asuntos de palacio para cuya administracién han recibido el cargo, debe culparse al rey que les ven- did por dinero las funciones de su casa. Por con- 1 Ver notas 123, 125 y 126. 99 siguiente, no sin razén se prohfbe también vender 0 comprar estos cargos “'. Ya que no conviene ni esta bien que el soberano trafique con ellos. Nos informa el Codigo cémo los tejedores y tintoreros procuraban conseguir sus ofictos con licencia del soberano, que obtenian pagdndole cierta cantidad, y hubo de prohibirse esto bajo pena de muerte. 3.—Los cargos publicos mas importantes de nin- guna forma pueden ser vendidos. Para una mejor comprensién, hay que tener en cuenta dos as- pectos. Si se considera la cuestién en un plano abstracto y tedrico o especulativo, segtin dicen algunos, no parece que la venta de cargos pu- blicos implique de suyo injusticia o arbitrariedad. Repito que considerandolo teérica y especulativa- mente, y siempre que se venda en favor de hom- bres dignos, honrados y de buena conciencia. Consideremos ahora la cuestién no en abstrac- to sino en la practica. Comprobaremos entonces que las costumbres de los hombres se hacen cada dia mas corrompidas. Por tanto, semejante venta de cargos ptiblicos es totalmente inicua. Porque ordinariamente cuando los cargos ptiblicos son venales, quienes los adquieren suelen ser de la peor gente del pais. Son ambiciosos, codiciosos sin limites e incultos. Por eso la ley presume que ha- bran comprado tales cargos para amontonar dine- ros. Y, por consiguiente, que gravaran de mil ma- neras a los ciudadanos, sobre todo a los pobres y plebeyos, y arrebataran todos los bienes que puedan. 4.—E! soberano que venda los cargos ptblicos, priva a hombres dignos y beneméritos de las dis- tinciones, honores, recompensas y rentas publicas. Por deber de justicia distributiva, el gobernante esta obligado a honrar y premiar a los ciudadanos distinguidos y beneméritos con cargo a los bienes 131 Codex, 11,8,2. 100 del Estado. Por su cargo de rey tiene la obligacién de premiar las virtudes ciudadanas y castigar los vicios sociales. Cometeria, por tanto, injusticia contra los buenos ciudadanos y perpetraria otra mayor contra la comunidad. 5.—Quien primero compra un cargo publico, co- mo no lo compra sino para enriquecerse, podra vender a su vez el ejercicio del cargo. 6.—Los cargos publicos y las funciones publi- cas deben gozar siempre de gran prestigio y ho- nor entre todos los ciudadanos honrados. Pero se envilecen al estar ocupados por gente corrompida. Esto perjudica gravemente el buen nombre del gobernante, como reconoce el emperador Justi- niano ™, 7.—Los que compraron cargos ptblicos con po- der de jurisdiccién, gravan injustamente al pueblo para recuperar mas de tres o cuatro veces la can- tidad que les costaron. Y no contentos con esto se lucran de las haciendas de los pobres ciudada- nos, segtin acredita de sobra la experiencia. Véase lo que de ello opina Santo Tomas ”. Puede afiadirse también lo que dicen diversos textos de derecho romano y del canénico: vender los cargos puiblicos es simonia ™. Simonia es para los canonistas lo que los juristas Ilaman soborno. Se comete al comprar por dinero un cargo". Se- 132 Authenticae collat. II, tit. 2, nov. 8. 13 Santo Tomds de Aquino, De regimine iudaeorum ad Ducissam Brabantiae (Opera omnia, Parisiis, 1875), tomo 27, p. 414415. 14 Codex 11,8 [7] 2. Volumen legum, parvum, quod vocant, in quo insunt tres posteriores libri Codicis Divi Justiniani sacratissimi principis Authenticae seu Nove- llae Constitutiones (Lugduni, 1612) col. 130-131. Decre- tum Gratiani II, 1,7, 27. Decretales Gregorii IX: V, 5,1. 35 Glossa X: 5,5,1 (Nova Decretalium compilatio, Ve- netiis, 1468) co:. 1650, Glossa ordinaria ad Institutio- nes 4,18,11 (Volumen legum, Lugduni, 1612) col. 590. 101 gun otros textos legales, los compradores de car- gos publicos incurren en delito de soborno ™. Puede objetarse que no se compra la jurisdic- cién sino el derecho a recibir las retribuciones y salarios propios del ejercicio del cargo jurisdic- cional. Pero eso a nada conduce. Si de dos cosas alguien vende una que implica necesariamente la otra, vende de hecho ambas cosas. Aunque sélo se pusiera a la venta el derecho a exigir sueldos o retribuciones, tampoco desaparecian los perjui- cios de que se ha hablado, ni las tiranias de indi- viduos indeseables. Siempre quedaria en manos de un tirano la espada, O sea, que el poder de ju- risdiccién seguiria estando a disposicién de un comprador ambicioso que se burlaria del derecho. Véase lo que dice Inocencio IV". Sin embargo, en nuestros dias los cargos son vendidos publica- mente. XV. GRAVEDAD DE DICH AS VENTAS Segundo aspecto de la cuestién. El gobernante peca mortalmente y tiene el deber de indemnizar. Pues bien, al vender la jurisdiccién y los cargos publicos actia contra la justicia conmutativa y distributiva. Luego peca gravisimamente. Todo rey y gobernante tiene deberes por su cargo y en razén de las rentas y tributos que le asigno el pueblo holgadamente como sueldo y gra- tificacién por el hecho de que sirve a la comunidad al proteger a los ciudadanos. Estd obligado a po- ner al frente del Estado ministros bien preparados para cumplir las funciones publicas. Ahora bien, al vender la jurisdiccién y los cargos, nombra mi- nistros que por lo menos son ineptos y perjudicia- les para los intereses del pueblo. Y que tratard4n 1% Codex IX, 26,1. v4 Decretunt Gratiani II, 1,3,7, Sextus Decretalium 102 cruelmente a los ciudadanos pobres. Luego actuan- do de esta manera, el rey atenta contra la justicia conmutativa. Hay también razcnes de justicia distributiva. Peca porque hay acepcién de personas. Y esto es una injusticia en cuanto se prefiere uno a otro por motivos no justificados. Por el hecho de en- tregar el rey los cargos y jurisdicciones de que venfamos hablando, se da ya el delito de acepcién de personas con todos sus defectos. Ya lo advir- tié Bartolo de Sassoferrato: los compradores de estos cargos se sienten legitimados a cometer, las mas de las veces, arbitrariedades e injusticias; y son hasta perjudiciales al pueblo '™. Pretenden, al revés que los jueces, sustituir el ejercicio de Ja justicia por una avaricia insaciable. E] juez que alcanza el cargo con tales medios, se presume que tiene intenciones de administrar mal la justicia. Y el rey prefiere personas indignas, si hace tales nombramientos no en razén de los mé- ritos, sino por circunstancias personales que nada tienen que ver con tales cargos. Ademas, acttia en perjuicio y dafio del pueblo y de los sibditos. Y tampoco esto esta permitido. Para hacerlo no tiene mds poder que el de un sim- ple particular que carece de jurisdiccién. En defi- nitiva, el rey que vende cargos ptblicos da oca- sién de pecar gravemente. Tercer aspecto de la cuestién :el rey que vende tales cargos esta obligado a reparar todos los da- fios causados por esos abusos. Pruébase por las Decretales de Gregorio IX sobre la restitucién que se debe a la Iglesia, cuando se promueve para un cargo o beneficio a un hombre indigno ™. Como dice santo Tomas, todo el que perjudica a 138 Bartolo de Sassoferrato, In tres posteriores libros Codicis commentaria (Venetiis, 1604), vol. VIII, fol. 31. 139 Decretates Gregoriit IX: V, 36,9. 103 otro est obligado a reparar los dafios que ha ocasionado ™, El gobernante esta obligado a reparar por un delito de idéntica gravedad. Sobre todo cuando concede gratuitamente estos cargos a sus corte sanos con poderes para venderlos o entregarlos mediante precio a otros arrendatarios. Entonces incluso pueden venderlos a quienes quieran com- prarlos. El gobernante no posee esos cargos para poder venderlos o arrendarlos a cualquier adinerado que quiera comprarlos. Los posee para distribuirlos gratuitamente entre ciudadanos dignos, cuidado- samente examinados y seleccionados entre los me- jores del pueblo para que cumplan su deber con toda rectitud. Tampoco puede conceder estos cargos —con de- recho a venderlos o arrendarlos— a quien no va a desempefiarlos personalmente. Lo que en derecho no puede hacer personalmente el gobernante, tam- poco puede pedir a otros que lo hagan. Pues nadie puede trasladar a otro mas derechos de los que reconoce le corresponden a é] mismo ™'. Por lo tanto, cuando el gobernante entrega de esta manera a sus cortesanos los cargos publicos, les concede —por una interpretacién muy especial del derecho— lo que él mismo no puede hacer sin cometer pecado mortal y quedar obligado a la re- paracion. XVI. ABUSO DE PODER: INJUSTICIAS PRACTICAS Pecan gravemente los compradores de jurisdic- ciones y cargos publicos que llevan anejo tal po- der jurisdiccional que fdcilmente pueden imponer cargas al pueblo y a los ciudadanos. 4 Santo Tomds de Aquino, II II, 62,4; IL II, 62,7. 4 Sextus Decretalium V, 12,79. 104 Cualquiera que coopera con otro en un acto que es pecado mortal, peca gravemente. Ahora bien, los compradores de jurisdicciones y cargos coope- ran con el gobernante en el pecado mortal que comete con esta especie de trafico. Luego tales compradores pecan gravemente. Evidentemente nadie puede licitamente desear que otro peque gravemente —bien porque es una ofensa contra Dios, bien por los perjuicios que de alli derivan, como es la muerte del alma—. Vendedor y comprador son sujetos correlativos. Faltando uno, el otro no llega a existir. Lo que esta mandado para uno se entiende mandado también para el otro. Por eso dicen los juristas: la ley que sanciona al vendedor, castiga también al comprador por su estrecha relacién. Si el vendedor vende injus- lamente, se supone que el comprador compra también injustamente. En ambos se da la misma situacién juridica, aunque ninguna mencién se haga del comprador ', El que asi se haga por costumbre, tampoco exi- me de culpa al gobernante, al comprador ni al vendedor. Costumbre racional es el uso razona- ble que haya sido introducido y ratificado por el consenso de los que lo practican. Pero la cos- tumbre de que se vendan y compren los cargos ptblicos nunca ha sido introducida ni ratificada por la practica comun de todo el pueblo, ni por una mayoria comprobada. Ha sido admitida por puro abuso de poder. El rey actiia contra el consentimiento y la vo- luntad del pueblo, como justamente es de pre- sumir por ir contra la comin utilidad del pue- blo. Luego no es justificable la costumbre de 12 Bartolo de Sassoferrato, In tres posteriores libros Codicis commentaria (Venetiis, 1604), vol. VIII, fol. 96. Nicolas de Tudeschis, Commentaria primae partis in primum Decretalium librum (Venetiis, 1605), tomo I, ‘ol. 7. 105 vender y comprar los cargos publicos. Y por con- siguiente, no eximen de culpa ni al gobernante que vende ni al ambicioso y usurero que com- pra. Al no estar justificada tal costumbre, es inca- paz de legitimar una conducta que se apoye en ella. Puesto que ha sido introducida por los go- bernantes sin consentimiento del pueblo. Esta costumbre es, pues, ilegitima y no excusa al go- bernante ni a los compradores. Bartolo de Sasso- ferrato y demas juristas afirman: Si un pueblo ha sido coaccionado por un juez, no nace costum- bre. Es como si actuase un mero particular“. Siempre que un gobernante haga algo contra- riando el consentimiento y los intereses del pue- blo, se estima que esta actuando como simple particular. Luego la costumbre de vender y com- prar cargos publicos fue introducida por los go- bernantes mediante coaccién y contra la volun- tad del pueblo. ¢Qué entendemos por costumbre infundada y que no exime de responsabilidad? La que no es comun y general respecto de los ciudadanos —co- mo lo es la ley— y que ademas no se refiere a al- go que todos estén obligados a cumplir undni- memente. Ahora bien, la costumbre de vender las jurisdicciones no es comun ni general res- pecto a los ciudadanos. Lo es sélo respecto a los gobernantes que la han introducido en contra de la voluntad y de los intereses de los ciudadanos. Estos no estan, por tanto, obligados a respetarla, sino que mas bien estan obligados a impugnarla. Luego no esta justificada. Es costumbre irracional aquella que no cum- ple las condiciones de una ley justa, o sea, que no esta de acuerdo con la razon natural™. Ahora 143 Bartolo de Sassoferrato, In secundam atque tertiam Codicis partem (Venetiis, 1602), vol. VIII, fol. 114. 14 Decretum Gratiani I, 4,2; I, 15. ~ 106 bien, esta costumbre no es justa. E] gobernante no ha podido introducirla si no es con el consen- limiento del pueblo. Actuando como simple particular al introdu- cir esta costumbre, el gobernante va en contra de los intereses de los ciudadanos y de la comu- nidad. Ademas, esta costumbre es perjudicial para el pueblo, pues degenera en destruccién de la patria. Esta costumbre es también irracional por ha- ber sido introducida por abuso y usurpacidn. Ahora bien, ellos mismos reconocen que la venta de la jurisdiccién tiene su origen en el abuso del poder. Luego es una costumbre injusta. XVII. VENTA DE BIENES PUBLICOS En cuanto a los bienes publicos clasificados en segundo lugar —que estrictamente se llaman bie- nes fiscales, o sea los que pertecen a la hacienda publica y al pueblo— se proponen los siguientes principios: Primer principio: No puede el gobernante vender, donar o enaje- nar del modo que sea (a excepcidn de sus pro- pios emolumentos) los bienes estrictamente fis- eales. Si lo hace, peca gravemente y esta obligado a indemnizar los perjuicios que por razon de es- ta enajenacién haya sufrido el pais o el Estado. Dona lo ajeno. No concede las cosas propias ni lo que esta incluido en su patrimonio particular, sino lo que es patrimonio publico. ¥ de esto no es duefio el gobernante . El gobernante es como padre comun de todos los ciudadanos y como marido de la republica. 14 Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 563. 107 Ahora bien, el padre no esta autorizado a enaje- nar los bienes de la madre ni las cosas pertene- cientes a sus hijos. Tampoco el marido tiene fa- cultad para enajenar la dote de la mujer, aunque por otra parte se estime que es su duefio. Tam- bién se prohibe al obispo enajenar los bienes de la Iglesia. Con justicia, pues, esta prohibido que el gobernante enajene los bienes fiscales . El obispo no puede perdonar las injusticias co- metidas contra la Iglesia. Precisamente porque es administrador y no duefio, como advierte Ino- cencio IV. Con mayor razén, pues, estara prohi- bido al gobernante enajenar bienes fiscales. Es mas grave atentar contra los bienes de la comu- nidad que contra las prerrogativas de la Iglesia respecto a sus propios bienes "”. El fisco es parte del Estado, a decir de Baldo de Ubaldis. Y si el gobernante Ilegase a enajenar bienes fiscales, aun la comunidad misma _peli- graria “, Ademas esta prohibido al obispo enajenar los bienes de la Iglesia. Se darA también esta prohi- bicion en el gobernante, porque no es mds duefio del patrimonio fiscal que el obispo de los bienes de la Iglesia. La prescripcién y la enajenacién son titulos equivalentes. Ahora bien, la prescripcién de bie- nes fiscales esta absolutamente prohibida. De ahi que en materia de tributos nunca sea posible la 1% Codex VI, 6,1; III, 32,9. Extravagantes communes III, 4. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Co- dicts Justiniani, p. 564. 41 Tnocencio IV, Super libros quinque Decretalium (Francofurti, 1570), fol. 552. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 564. 14 Baldo de Ubaldis, In usus feudorum commentaria (Augustae Taurinorum, 1578), fol. 23. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 564. 49 Codex I, 2,10. Extravagantes communes III, 4,1. Authenticae VI 108 prescripcion contra el Estado por largo que sea el plazo transcurrido. Pero ocurre lo contrario en cuanto a la prescripcién de los bienes patri- moniales del gobernante. Le esta, pues, absoluta- mente prohibida la enajenacién de bienes fisca- les. Y, por tanto, ninguna validez tienen las ena- jenaciones que se hayan efectuado ™, Léase a Lucas de Penna que refleja la argumen- tacién anterior *!, Andrés de Iserna cree que ta- les donaciones no tienen validez si originan gra- ves perjuicios al pais y a la Corona. Otra cosa se- ria si no sufrieran grave detrimento los bienes .que se destinan al sostenimiento del rey. Por las _mismas razones esta prohibido vender zonas fron- .terizas, si sus rendimientos se emplean para abas- .tecer a las tropas que defienden las fronteras del imperio ', XVIII. EXENCIONES EN MATERIA TRIBUTARIA :- Primer corolario: El rey no puede eximir a los 'sabditos sin causa legitima de las contribuciones que pagan a la hacienda, Ni ceder tierras, zonas (ronterizas o plazas de armas que estan destina- das al mantenimiento de los soldados. Puesto “que no pueden adquirirse por prescripcién, tam- ‘poco pueden enajenarse por decreto o por privi- legio del gobernante™. La prescripcién y el ‘privilegio otorgado por el .soberano son de idéntico valor. Ademas, eximir ‘a los colonos o vasallos de las prestaciones que ‘aoe, Tees 50,16,67. Institutiones II, 6,9. Codex VII, St Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis \Justiniani, p. 562-564. 18 Codex 11,60, 1 y 2. Andrés de Iserna, In usus feu- “dorum commentaria (Francofurti, 1598), fol. 692. Lucas de Penna, In res posteriores libros Codicis Justiniani, paginas 565 y 576. Authenticae 108, 8,2. Codex 11,62,11. Lucas de Pen- na, In tres posteriores libros Codicis’ Justiniani, p. 589. 109 deben es una especie de enajenacién. Véase so- bre el tema a Andrés de Iserna™, Segundo corolario: El gobernante no puede conceder inmunidades fiscales a los ciudadanos que estan obligados a pagar tributos. Esta donaci6n o concesién seria una cierta for- ma de enajenacién ™. Ahora bien, ningun gober- nante puede licitamente enajenar o disminuir rentas, repartimientos y derramas, como queda dicho. Luego tampoco se pueden conceder privi- legios de exencién fiscal, dado que todas estas co- sas son equivalentes. Todo lo que se concede a los nobles mas alla de lo que exige la justicia, se lo saca a los ciu- dadanos y campesinos. Y nadie va a decir que es un honor otorgar a los nobles lo que se sabe que va contra el honor y los derechos legitimos de los demas ciudadanos ™. Otorgar semejante inmunidad iria ademas con- tra la equidad natural. Pruébalo el derecho roma- no cuando dice: no es sdlo contrario a las leyes sino también a la equidad natural perjudicar a unos por lo que otros deben, Otra ley afiade que va contra la equidad natural gravar a los ciudada- nos con impuestos dobles. Es més leve la carga que se leva entre muchos *”, ‘4 Digesta 43,20,3,4. Codex 11,63, 2 y 3. Andrés de Iser- na, In usus feudorum commentaria, fol. 697. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, pa- gina 589. 185 Codex VII, 10,4; VII, 11,4. 13% Decretuim Gratiani I, 99,5. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 783 y 377. El sentimiento del honor (personal, familiar, de clase y nacional) fue una vivencia extraordinariamente impor- tante en la época clasica hispdnica. Bartolomé de las Casas —hidalgo y soldado antes que fraile— refleja esta mentalidad y critica algunos de sus excesos. 17 Codex 11,57,1. Digesta 14,2,4,2. Codex 10,42,10. Lu- cas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justi- niani, p. 542, 25,237 y 98. 110 Es principio del derecho comin que no se prive a nadie de su derecho. Por tanto, los privi- legios de los gobernantes han de ser entendidos de forma que a pesar de ellos queden siempre a salvo los derechos de los demas. Esto resulta evidente por lo que indica Inocencio IV™. Por eso también se interpretan restrictivamen- te los privilegios: para que no haya en ellos nin- gun principio de injusticia. Es injusta toda ga- nancia que se logra a expensas del sacrificio de otros. Defendié también esta doctrina Guillermo Durando ™. XIX. PROVISION DE CARGOS PUBLICOS El Jefe del Estado o cualquier otra autoridad soberana esta obligado por derecho natural a proveer gratuitamente los cargos pitblicos, tanto militares como civiles, junto con sus sueldos, pri- vilegios y gratificaciones. Debe también distribuir algunos bienes fiscales o del patrimonio regio. Pero siempre que no sea a perpetuidad sino por tiempo limitado. * Bl derecho natura! obliga al gobernante a pro- ‘curar siempre lo mejor para el buen gobierno y administracion de la justicia. En tiempo de guerra esta obligado a levantar fortificaciones para defender al pais contra sus ‘enemigos exteriores. Y no puede hacerlo mds que ‘fnombrando jefes militares aptos. Est4, pues, obli- gado por derecho natural a proveer los cargos + 158 Inacencio IV, Super libros quinque Decretalium {Francofurti, 1570), fol. 347, 19 Decretales Gregorii IX: III, 30,9. Authenticae collat. AU, tit. 4, nov. 17. Nicolas de Tudeschis, In tertium De- cretalium librum (Venetiis, 1605), fol. 138. Guillermo Du- rando, Speculum iuris (Lugduni, 1578), p. 198. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, pagina 97. M11 publicos, Y a proveerlos gratuitamente, puesto que la venta de estos cargos esta prohibida por el derecho natural y por el derecho divino. Lue- go el nombramiento de cargos publicos debe ser gratuito ™, XX. BIENES PROPIOS DEL SOBERANO La tercera clase de bienes que pertenecen al so- berano son sus propiedades o patrimonio particu- lar. Se establece el si iente principio: El gobernante puede ¢ enajenar licitamente bie- nes de su patrimonio privado y hacienda particu- lar. Puede también donarlos a otro como quiera, pues son propiamente suyos. Pero debe hacerlo con la debida moderacién. El gobernante es perfecta y propiamente duefio directo de todos esos bienes. Por eso los tiene en propiedad y puede disponer totalmente de ellos vendiéndolos, donandolos o repartiéndolos. Puede, por tanto, el gobernante enajenarlos o donarlos libremente. Es razonable reconocer con mayor liberalidad este derecho al soberano, ya que la ley se lo permite incluso a cualquier par- ticular ™. En cuanto al segundo punto: El gobernante puede verse en graves necesidades si se excede ‘® La provisién de cargos publicos fue un tema cons- tante en la doctrina tradicional. Entre las fuentes mas cercanas al pensamiento de Bartolomé de las Casas en esta materia figuran los siguientes autores: Santo To- mas de Aquino, De regimine iudaeorum ad Ducissam Brabantiae (Opera omnia, Parisiis, 1875, tomo 27). Car- denal Cayetano [Tomas de Vio: 1468-1534], Summula Caietani (Salmanticae, 1561. Cfr. “Venalitas”: Officio- rum saecularium venalitas), Domingo de Soto [1494 1560), De iustitia et iure libri decem (Salmanticae, 1556), libro III, quaest, 6, art. 4, dubitatio: ”An videlicet rex possit huiusmodi magistratus et officia vendere”. 161 Codex IV, 35,21. Lucas de Penna, In tres posterio- res libros Codicis Justiniani (Lugduni, 1582), p. 563 y 83. 112 en las enajenaciones o donaciones. Aunque sean de su propio patrimonio. Sus fondos ird4n dismi- nuyendo paulatinamente y quedar4n cada vez mas limitadas sus posibilidades. Y como dice Casiodoro, es peligrosa la pobreza en el gober- nante '@ Ademas, segtin Cicerén, la generosidad hay que practicarla con tiento y prudencia, No por vani- dad ni presuncién sino en provecho de los be- neficiarios. Tras generosidades incontroladas vie- ne la rapifia to termina por darse no lo propio sino lo ajeno Finalmente, porque es conveniente para los intereses del Estado que el gobernante pueda dis- poner de suficientes recursos en caso de necesi- dad. Por eso dice Lucas de Penna: en cierto sen- tido se prohibe al gobernante enajenar sus bie- nes patrimoniales. Precisamente porque asi con- viene a los intereses de la comunidad ™. XXI. VENTA DE TERRITORIOS Queda por hablar de la cuarta clase de bienes. Se formula el principio siguiente: Nada tiene que ver el gobernante, por sobera- no que sea, con esa cuarta clase de bienes que son las propiedades particulares de los ciudada- nos. Salvo, sin embargo, en lo que se refiere a su proteccién y control. Pero en caso de utilidad 162 Casiodoro [490-583. Politico e historiador romano, consejero imperial], Variarum libri duodecim I, 19 (PL 69,521). Lucas de Penna, In tres posteriores libros Co- dicis Justiniani, p. 83. 16 Cicerén [106-43 antes de Cristo. Filésofo romano, orador y p Renee. De officiis, (Teubneriana 48), lib. II, n. 5 a codes 11,75,5. Lucas de Penna, In tres posteriores libros Codicis Justiniani, p. 643, 82 y 587. 113

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