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los objetos aquí presentes: los marcos de las ventanas, el decorado de las
puertas del fondo. Afuera, ¿hay un jardín? Imposible saberlo. No obstan-
te esta impenetrabilidad de la imagen, hay algo que me atrapa como un
imán. Quizá tenga que ver con la composición del cuadro, la perspectiva
que da el ventanal, lo difuso del contorno del rostro y el cabello, como
si una corola divina o un aura brillante cubriera a la protagonista de este
cuadro acaso feliz. Me resulta una imagen nada estática pero sí extática,
en las costuras del delirio, al borde del éxtasis. Quisiera saber de quién
se trata y cuál es la historia que se encuentra detrás. Pareciera como si
un velo me negara el acceso a tal verdad.
Fotografía 2
Sostengo entre mis manos la segunda fotografía, aún más misteriosa. Se
trata de una imagen borrosa y contrastante. Una superficie brillante, casi
blanca, resalta sobre el fondo grisáceo. Pareciera tratarse de retazos de
luz suspendidos sobre una sombra, oculta ésta en el centro del retrato,
en segundo plano. Vista de este modo, la imagen parece sin sentido,
acaso sólo el resultado de un disparo azaroso de la cámara. No obstante,
conforme fijo la mirada, entiendo que se trata de una porción de piel.
Quizá una espalda, antebrazos, los dedos de una mano... ¿Estaré viendo
Tardan las cartas y no son suficientes para decir lo que uno quiere.
Desde que te fuiste de viaje paso las noches en penumbra. Sé que vas
en busca de ti, de tu destino o tu misterio. Pero también creo que se
trata de una huida. Piénsalo así: si el placer del viaje no proviene del
lugar al que se llega sino del encuentro con aquella otra realidad que
eres tú estando en otro lado, también es cierto que ese hallazgo (sólo
posible en la travesía) no te pertenece sin aquellos que te aman; sin
la memoria de aquellos que viven en ti aun estando ausentes. Lo creo
fervientemente. Es obvio que no se puede volver si antes no se ha
partido. Pero tampoco se puede volver sin el recuerdo.
Alguna vez me dijiste esto sobre el viaje: «La esperanza sólo es
el verbo del viaje. Nunca su destino». Te equivocabas. Es verbo y
destino: sentido, porque en esto del viaje no se llega nunca, sólo se
Avidez de olvido
Las palabras que renacen de la historia personal configuran un sortilegio
del que es difícil escapar. Ciertas frases están ligadas a un amor pasajero,
así como los espacios que un día habitamos con alguien no nos abandonan
a pesar del deseo que tengamos por desertarlos. La memoria no es ajena al
olvido, se constituye a partir de él. Sin esa selección de recuerdos que rea-
lizamos a diario, sería imposible vivir. Una vez fui feliz a su lado, pero eso
terminó en medio de fatigas y confesiones dolorosas. Fue tal el ansia y la
voluntad por alejarme del horror diario de vivir ajeno a sus movimientos y
su presencia, que decidí enterrarla en el olvido. Destruí (eso creí en aquel
Fo t o g r a
entonces) todo lo que me remitiera a su existencia: regalos, fotografías,
fí a s d e É
números telefónicos. Me alejé decididamente de los amigos comunes.
Cambié de trabajo y de casa; procuré establecer nuevos recorridos coti-
dianos; conocí otra ciudad diferente de la que hasta ese momento había
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habitado. Nada sirvió y fue entonces cuando decidí emigrar. Pasé diez
iz Vit e la
años fuera del país, luego de vivir alegrías y miserias. No me enorgullece
aquella época pero tampoco la desprecio. En una ceremonia de santería,
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