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JM, Uniagoe GomcaLaen cin escriturstica debe ocupar en sus programas el pues- to privilegiado que se merece. Lejos de demorarse en ‘exceso en cuestiones de critica hist6rica o literaria, han de introducir en el meollo del mensaje salvifico que contic~ nen los diversos libros y descubrir la luz que portan para ‘orientar nuestras vidas ¥ enfocar bajo esa luz los proble- ‘mas de nuestras comunidades humanas y cristianas, Y. LA ESPIRITUALIDAD DEL MINISTRO DE, A PALABRA EN LA PRESENTE COYUNTURA, Introduecién «Por este motivo te exhorto a que reavives el don que reside en ti por la imposicién de mis manos. Porque ios no nos ha dado un espiritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de discernimiento, No te aver- _alences, pues, de dar testimonio de nuestro Seftor ni de que yo continie preso por su causa, sino que soporta conmigo los suftimientos por el evangelio con la fortaleza de Dios» (2 Tim 1-8). Este texto empalma con la temitica de mi primera confe- rencia, que evocabs las reticencias y resistencias actuales a la Palabra de Dios. En esta dltima interveneién me propongo desgranar algunas actitudes espirituales y pastorales de los testigos del Evangelio en la actual coyuntura eclesial y social Encontramos disefladas estas actitudes en la misma Palabra de Dios, Vamos a recogerla cuidadosamente. Nos orienta, nos conforta, nos consuela sobremanera. Aplicarla a nuestra actual situacién es altamente saludable y necesari. 1, Una espiritualidad de la confianza, no del optimismo ‘fe sido constituido heraldo, apéstol y maestro (del Evangelio). Esta es Ia razén de mis sufrimientos; pero yo no me avergiienzo, pues sé en quién he pues- 102 11M. Unuarse GomctLava to mi confianza y estoy persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el timo dia el encargo {que me dio» (2 Tim 1, 11-12) La radiografia del presente y las perspectivas del futuro ceclesiales no invitan al optimismo. Més bien encierran el ries ‘20 de sumir a muchos en el pesimismo. Ser optimistas hoy podria delatar un déficit de profundidad para percibir el cala- do de las mutaciones sociales y eclesiales en curso 0 una ten- dencia a confundie desco y realidad. No es ésta la tentacién (Mt 10, 7) y de «ld y bauticad» (Jn 1, 33), también el de wld y sanad (Le 9, 2). Podemos sanar, como Jesis, incluso a través de nuestras propias heridas. Podemos poner en ellas el aceite y el vino de nuestra compaitia, de nuestra escucha, de nuestra palabra. La Iglesia tiene un sacramento para curar la herida del pecado. Sepamos acogerlo y realizarlo. Seamos més compasivos que criticas. Ms misericordiosos que censores. umaritano, «Sus heridas 9. Una espiritualidad que, sin olvidar ta precision. doctrinal, cuide sobre todo la experiencia «Pienso que nada vale la pena si se compara con el ‘conocimiento (gnosis) de Cristo Jesis, mi Seftor. Por lhe sacrficado todas las cosas y todo lo tengo por cstigrcol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él ‘con una salvacién que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una salvacién que viene de Dios a tra- vés de la fe, De esta manera conoceré a Cristo y ‘experimentaré el poder de su resurreecién y compar= tiré sus padecimientos y moriré su muerte, a ver si aleanzo asi la resurreecién de entre los muertos». La teologia del Espiritu Santo nos revela que uno de sus «efectos en la comunidad y en cada creyente consiste en ayu- darnos a interiorizar la persona y el mensaje de Jesis. 120 JM. Unsnre Gomcerava «Sélo el Espiritu conoce la profundidad de Dios» (1 Cor2, 1). Eles como el gran Guia de un museo que nos ayuda a dlescubriry gustar las riquezas escondidas para cl profano en ios lienzosy en las esculturas. El nos communica el sabor de Dios y la afinidad para con los valores de su Reino. £1 hace ‘que sintamos ta oracién como algo familiar, la pobreza como algo connatural, 1a enizega a los pobres como algo vital, el celibato como algo preciosa, El es el «Dios inte- [Noes preciso romper ninguna lanza sobre la importancia de la pureza doctrinal, sobre todo en tiempos en los que un relativismo desmedido, alérgico a las s6lidas convicciones, amenaza con disolver la verdad cristiana, como nos viene recordando en repetidas ocasiones Benedicto XVI. Lejos de someter la verdad al relativismo, este rasgo pretende asentar Ja basqueda de Ia verdad en un cimiento experiencial. La fenomenologia nos ha demostrado con rigor cientfico que tuna religi6n, antes de ser un conjunto de creencias, un cédigo ‘moral compartido, un culto comunitario, un entramado inst- tucional, es fe viva, es decir, tocada por la experiencia. Es ella lo que sostiene en tomo a si la constelacién de creencias, de pricticas, de ritos y de estructuras y cohesiona a la comunidad que los comparte. Cuando la fe viva, ungida por la experien- cia, desfallece, los demas componentes se disgregan y se adulteran o fosilizan. Es esta la conviceién que subyace al cenunciado que acabamos de expresar. La experiencia de la fe hace que las verdades del mensa- Je cristiano resuenen dentro y, sin perder su dimensién para- ‘d6jica para la mente humana, resultan familiares al ereyente. SHORES OF LA Panta ne Dos nt La experiencia de la fe hace que los practicantes sintonicen con los simbolos de la liturgia y entrevean en ellos el Mis terio Central del eristianismo, La experiencia de la fe engra ‘2 nuestro comportamiento para que no se convierta en un ddeber puro y duro, al final extenuante. La experiencia de la {fe nos permite encontrar a Dios no sélo en el culto y la ora- ci6n, sino en todas las dreas de nuestra vida. La centralidad de la experiencia se torna aun mas necesaria cuando Hega~ ‘mos a la conviecién de que es ella el déficit mas originario de rnuestras comunidades. 4A Ia crisis de Dios s6lo responderemos con la pasién por Dios» (Metz) En la actual intemperie cultural, geual seré la suerte futu- ra de una fe que no resuene dentro? La ideologia, la mitologia 6 la indiferencia, 10. Una espiritualidad que aprenda y enseiie a orar “aHlabéis recibido un Espiritu que os hace hijos adop- tivos y os permite clamar “Abba”, es decir, “Padre”. Asimismo, el Espiritu viene en ayuda de nuestra fa- queza, pues nosotros no sabemos orar como es debi- do y €s el mismo Espiritu el que intercede por no- sotros con gemidlos inefables. Por su parte, Dios, que examina los corazones, conoce el sentir de ese Espiritu, que intercede por los ereyentes, segin su voluntad (Rom 8, 15, 26-27) La espiritualidad es un panorama mas amplio que la ora- cin. Pero ésta es una pieza decisiva dentro de aquella. Es en si misma una actividad teologal de primera magnitud, un 12 {1M Untae Gomacetava e, de la esperanza y del amor. Es ademés un espacio necesario para la interiorizacion y, en consecuencia, para la experiencia creyente. La oracién hace que Dios se nos ‘vuelva areal» no un ser intermedio entre la realidad y la ima- ginacién. Es un componente privilegiado para discerir, mu- cchas veces entre sombras, lo que Dios Padre pide de noso- ‘ros, Sin orar asiduamente, el cristiano languidece y el apés- tol desist. Aprender a orar ¢ iniciar a la oracién es un valor de pri- ‘mera necesidad, Existe una pedagogia de la oracién cristiana que se despliega en maltiples pedagogias particulares. Pero ces necesaria esta pedagogia. No porque la oracién sea una téenica a dominar. Convertirla en técnica equivale a inelinar se hacia la magia. Pero todo lo importante (amar, educar, asu- mir la sexualidad, comunicarse, aguantar) se aprende. Los sacerdotes venimos insistiendo secularmente en la trascen- dencia de la oracién, No con la misma dedicacién iniciamos ni ensefiamos a iniciar a la oracién personal, comunitaria y litirgica mediante una adecuada pedagogia en la que la cate- quesis sobre la oracién se combina sabiamente con la pricti- cca de la misma. Nuestras comunidades cristianas conocen la foracién vocal y practican la oracién de emergencia en ‘momentos especiales. Pero tras decenios de Eucaristia domi- nical, apenas estan iniciadas a una oracién habitual de algu- na calidad y profundidad. El lenguaje simbélico de la iturgia se les hace opaco. El canto, el salmo y la oracién final con la que comienzan sus reuniones bastantes de nuestros grupos eclesiales son netamente insuficientes para este aprendizaje, La iniciacién biblica, necesaria para entender el texto en la situacién original y aplicarlo a la situacién presente es ain Sen ooRS 44 Pana be Dios 13 patrimonio de muy pocos. Aqui hay una cantera casi inexplo- tada, Nos jugamos mucho pastoralmente en una apropiada explotacién. Nosotros mismos, ;no deberiamos ejereitamos mis en ‘ese amplio mundo de la oracién? Hay una manera de orar que Pablo deja entrever en sus Cartas y es muy apropiada en nuestra condicién de pastores. El escriturista Lyonnet la recogié en un articulo admirable de la revista Christus: ta ‘oracidn apostética, Pablo da muestras de esta forma pastoral de oracién sobre todo en los primeros versiculos de Ia mayo- ria de sus cartas, Es una forma de orar ligada a la actividad apostélica y alimentada desde ella. Prepara y acompana ‘nuestros trabajos pastorales ¢ incluso los releva cuando ésta no es posible. Sus dos grandes resortes, son el deseo ante las necesidades y carencias y el gazo ante las realizaciones y los frutos. Del deseo brota la oracién de peticidn; del gozo la accidn de gracias Hay otra oracién que no deberia faltar en la vida de un ‘ministro del Evangelio, Es aquella que se alimenta de los ‘textos fundacionales del ministerioy en la Escritura, parti- cularmente en el Nuevo Testamento, La 2° Carta a los Corintios; el cap. 5, 1-4 de la I Pe; el cap. 10 y el 21, 15-22 de Jn; el cap. 10 de Mr y otros muchos textos, deberian ser conocidos exegéticamente por nosotros para «transculturar- los» a nuestra situacién cultura, social y eclesial. El Espiritu es el Artifice de esta transculturacién que nos permitiré una lectura actualizada muy provechosa para nuestra vida y ministerio. 124 JIM, Unaere Gomera Conclusién Estas conferencias acerca de nuestro ministerio de la Palabra son una meditacién que tiene poco que ver con las sesudas, reflexiones de un profesor de teologia espiritual o con la sabi- duria de un maestro en la guia de las espiritus. Esté compues- 1a por un hombre que tiene tal vez alguna sensibilidad para recoger el impacto que producen en si mismo y en ereyentes de su entomo la situacidn eclesial y social en la que vivimos, ¥, con la ayuda del Espiritu, intenta alumbrar una reacci ‘ereyente que, lejos de hacerle caer en el abatimiento, el volun- tarismo o el idealismo ignorante de la realidad, 1e ayuda a ‘escuchar lo que, a la luz de su Palabra, Dios nos dice en ella, a vivir en paz, a trabajar wengrasado», a domesticar sus mie- dos, a sosegar los nerviosismos de sus hermanos y a poder decir, lanzando una mirada a su ministerio, aquéllas palabras del salmo: «Me ha tocado un lote delicioso, ;qué hermosa es mi hreredad!» (Sal 15, 6)

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