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< = ra 4 & Pe = JACQUES REVEL UN MOMENTO HISTORIOGRAFICO Trece ensayos de historia social MANANTIAL Buenos Aires. “La cour” © Gallimard, 1984 “L institution et le social” © Albin Michel, 1995 ‘Traduceidn; Vietor Goldstein; el capftulo “Microandlisis y construcciGn de los social” fue traducido por Sandra Gayol y Juan Echagiie Disefio de tapa: Eduardo Ruiz Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’ Aide la Publication Victoria Ocampo. pénefieie du soutien du Ministre francais des Affaires Etrangéres et du Service de Coopération et d' Action Culturelle de I" Ambassade de France en Argentine 1a en el marco de! Programa de Ayuda a Ia Publicacién Vietoria Ocampo, ‘del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y del Servicio de :mbajada de Francia en la Argentine. Esta obra, publicad: recibié el apoyo Cooperacién y Accién Cultural de la Bs Revel, Jacques ‘Un momento historiogrifico : Trece ensayos de Manantial, 2005 296 p. ; 23x15 cm, (Reflexiones) historia social - La ed. - Buenos Aires ‘Traducido por: Victor Goldstein y Sandra Gayol ISBN 987-500-090-2 L. Historiograffa. 2. Historia Social de Francia, I. Goldstein, Victor, trad. 1. Gayol Sandra, trad. {11. Titulo CDD 907.2 : 944 Hecho el depésito que marea la ley 11.723 Tmpreso en la Argentina © 2005, Ediciones Manantial SRL ‘Avda, de Mayo 1365, 6° piso (1085) Buenos Aires, Argentina Tel: (54-11) 4383-7350 / 4383-6059 info@emanantial.com.ar www.emanantial.com.ar ISBN: 987-500-090-2 Derechos reservados total, ef almacenamiento, cl alquiler, ti xr medio, se electronico 0 mee: y escrito del editor, Su in Prohibida la reproduceién parcial 0 Formaci6n de este libro, en cualquier forma o por cualquier me diame fotocopias, digitalizacién u otros métodos, sin el permiso pre a por las leyes 11.723 y 25.446. fraccién esta po a transmisidn o ta trans- INDICE Referencias. Presentacién .. La instituci6n y Io social... Mentalidades.... La : cultura popular: usos y abusos de una herramienta historiografica E] revés de la Hustracién: los intele y ra a s i ; ctuales y la cultura “popul Foucaul | momento historiogréfico. La corte, lugar de memoria Cuerpos y comunidades a fines del siglo XVII. L.a biografia como problema historiogratico It 19 41 63 83 101 117 133 143 195 217 MICROANALISIS Y CONSTRUCCION DE LO SOCIAL El procedimiento microhistérico se ha convertido, en los tiltimos afios, en uno de los espacios importantes de! debate epistemolégico entre los historiado- es. Hecha esta afirmacién, conviene delimitar inmediatamente su alcance: pues este debate ha quedado concentrado en el interior de un mimero relativamente restringido de grupos, de instituciones, de equipos de investigacién (cuya carto- graffa, por lo demés, serfa interesante hacer). Es necesario reconocer también que la interpretacién y las apuestas de la opcién microhistérica no fueron conce- bidas en todas partes en términos homélogos, sino todo lo contrario. Para tomar s6lo un ejemplo, se confrontaré y opondra la recepcién americana y la version {rancesa del debate. La primera se centra en el “paradigma del indicio” propues- o recientemente por Carlo Ginzburg, y se ha definido, en buena medida, como un comentario sobre su obra.! La segunda prefiere tomar la microhistoria como una interrogacién sobre la historia social y la construccién de sus objetos.? En 1. Carlo Ginzburg, “Spic: radici di un paradigm indiziario”, en A. Gargani (comp, Crisi della ragione, Turin, Binaudi, (979, pags, 57-106 (trad. fr,: “Signes, traces, pistes. Racines d'un paradig- me de Vindice”, Le Débat, 6, 1980, pags. 3-44). Un buen ejemplo reciente de esta recepciGn ameri- cana es ta introduccién de Edward Muir, “Observing Trifles”, en la recopilacién realizada por Ed- ‘ward Muir y Guido Ruggiero, Microtistory and the lost Peoples of Europe, Baltimore-Londres, The Johns Hopkins University Press, 191, pags, VI-XXVIIL. 2. Sobre este punto remito a la presentacién que, bajo el titulo: “L’histoire au ras du sol”, he dado a la traduccién francesa del libro de Giovanni Levi, Le Powvoir au village, Parfs, Gallimard, 1989, pags. I-XXXIII (original italiano: L'Eredita immaseriale, Carricra di un esorcista nel Piemonte det 42 JACQUES REVEL verdad estas modulaciones particulares del tema microhistérico ya estén presen- tes en los trabajos de los historiadores italianos, quienes fueron los primeros en intentar experiencias con este procedimiento, si bien se subrayaron en sus refor- mulaciones posteriores. Ellas no son gratuitas ni indiferentes. Cada una remite a una configuracién historiogrifica especifica dentro de la cual el tema ha actuado como un revelador. No es aqui el lugar de emprender la referencia y el andlisis, pero es conveniente reconocer que las paginas que siguen brindan una de las po- sibles versiones del debate hoy en curso. La diversidad de las lecturas propuestas remite sin duda a la de los contextos de recepcién. Pero también debe relacionarse con las caracteristicas propias del proyecto microhistérico en si. Este nacid, en el curso de los afios setenta, de un conjunto de preguntas y propuestas formuladas por un pequeiio grupo de historia- dores italianos comprometidos en empresas comunes (una revista: Quaderni Sio- rici; a partir de 1980 una coleccién dirigida por C. Ginzburg y G. Levi editada por Einaudi: Microstorie), pero cuyas investigaciones personales podfan ser muy diferentes entre sf. Es de la confrontacién entre estas experiencias de investiga- cidn heterogéneas, de una reflexién critica sobre la produccién histérica contem- pordnea, de una gama muy amplia de lecturas (particularmente antropolégicas, pero también en campos menos esperados, por ejemplo, 1a historia del arte) que poco a poco emergieron las formulaciones (interrogaciones, una temdtica, suge- rencias) comunes, El cardcter tan empirico del proceso explica que no exista un texto fundador, estatutos “teéricos” de la microhistoria.? Esta no constituye un cuerpo de proposiciones unificadas ni una escuela, menos atin una disciplina au- ténoma, como se ha querido creer con demasiada frecuencia. Es inseparable de una practica de historiador, de los obstaculos y las incertidumbres experiementa- dos en intentos por lo demas muy diversos, en una palabra: de una experiencia de investigacion. Este primado de la practica remite, probablemente, a las preferen- cias instintivas de una disciplina que con frecuencia desconffa de las formulacio- nes generales y de la abstraccién. Pero mas alld de estos habitos profesionales aqui puede reconocerse una opcién voluntarista: la microhistoria nacié como una reaccién, como una toma de posici6n frente a cierto estado de Ia historia social de la que sugiere reformular ciertas concepciones, exigencias y procedimientos. Desde este punto de vista, puede tener valor de sintoma historiografico. Seicento, Turin, Kinaudi, 1985); véase también el editorial colectivo de ta redaccidn de los Annales, “Tentons Vexpérience”, Armates ESC, 6, 1989, pags. 1317-1323. 3. Giovanni Levi, “On Microhistory”, en Peter Burke (comp.), New Perspectives on Historical Writing, Oxford, Polity Press, 1992, pigs. 93-113 (trad. cast.: "Sobre microhistoria", en P. Burke (comp.), Formas de hacer historia, Madrid, Alianza, 1993, pags. 119-143), El texto de C. Ginzburg, “Signes, traces, pistes”, citado en la nota I, tuvo la ambicién de fundar un nuevo paradigm hist6ri- co, Recibié una gran acogida y una amplia circulacién internacional, Sin embargo, no creo que pet- mmita rendir cuenta de ta produccién microhistorica que ha seguido a su publicacisn, MICROANALISIS Y CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 43 i versiones dominantes —pero no la Gnica— de [a historia social es la definida primero en Francia, y luego ampliamente fuera de ella, en torno a los Annales. Su formulacién no ha sido constante a lo largo de sesenta aiios. De to- dis formas, presenta rasgos relativamente constantes que podemos legitimamen- Ww referir al programa critico que, un cuarto de siglo antes del nacimiento de los Annales, | durkheimiano Frangois Simiand habia elaborado para los historiado- tes." Simiand les recordaba las reglas del método sociolégico destinado, segén 4 regir una ciencia social unificada donde las diferentes disciplinas no pro- pondrfan mas que modalidades particulares, Lo importante en lo sucesivo era ubandonar lo tnico, lo accidental (el individuo, el acontecimiento, el caso singu- ur) para consagrarse s6lo a aquello que podia ser objeto de un estudio cientifi- 0: lo repetitivo y sus variaciones, las regularidades observables a partir de las jes serfa posible inducir leyes. Esta eleccién inicial, tomada en cuenta por los {undadores de los Annales y sus sucesores, permite comprender los caracteres originales de la historia social a la francesa: el privilegio dado al estudio de igregados tan masivos como sea posible; Ia prioridad de la medicién en el and- lisis de los fendmenos sociales; la eleccién de una duracién suficientemente lar- ga para permitir observar las transformaciones globales (con el corolario del undlisis de temporalidades diferenciales). De estas exigencias de partida se des- prendian consecuencias que han mareado de manera durable los procedimientos puestos en marcha. La eleccién de la setie y el nimero requerfa la invencidn de fuentes adecuadas (0 el tratamiento ad hoc de fuentes tradicionales), pero tam- bién la definicién de indicadores simples o simplificados que servirian para abs- traer, del documento de archivo, una cantidad limitada de propiedades, de rasgos particulares cuyas variaciones en el tiempo debian estudiarse: al comienzo, pre- cios 0 ingresos, luego, niveles de fortuna, las distribuciones profesionales, los imientos, los matrimonios, las muertes, firmas y titulos de obras o de géne- ros editoriales, los gestos de devocién, etc. De estos indices era posible estudiar las evoluciones particulares; pero también y sobre todo, como Simiand lo habia hecho con los salarios y luego Ernest Labrousse, en 1923, en el Esquisse, podfan ser usados en la construccién de modelos mis o menos complejos. De Simiand y de los durkheimianos, Bloch, Febvre, y luego en la generacién siguiente, Labrousse o Braudel, mantuvieron también una forma de voluntaris- mo cientifico: no hay otro objeto que el se que consiruye segtin procedimientos explicitos, en funcién de una hipdtesis sometida a validacién empirica. Estas re- ou 4, Frangois Simiand, “Méthode historique et science sociale”, Revue de synthese historique, 1903; sobre 1a importancia de la matriz. durkheimiana en los origenes de los Annales, ¢f. J. Revel, “Histoire et sciencies sociales. Les paradigmes des Annales”, Annales ESC, 6, 1979, pags. 1360- 1376 fap. 1 de este libro}. 44 JACQUES REVEL, glas elementales de método dieron luego la impresién de haber sido perdidas de vista. Ciertamente, los procedimientos de trabajo se han vuelto cada vez mas so- fisticados. Pero, probablemente, a causa de la dindmica misma de la investiga- cién, su status de experimentacién ha sido a menudo olvidado. Los objetos con- siderados por el historiador continuaban siendo hipétesis sobre la realidad, pero habia una tendencia creciente a considerarlos como cosas. Esta desviacién co- menz6 muy temprano en ciertos casos.5 Ha sido denunciada algunas veces, a propésito de la historia de los precios, del uso de unidades espaciales de obser- vacin, de las categorias socioprofesionales, pero sin que las advertencias basta- ran para quebrar la tendencia general. Notemos también que estos procedimien- tos se inscribfan globalmente dentro de una perspectiva macrohistérica que no explicitaban ni testeaban. Mas exactamente, consideraban que la escala de ob- servacién no constitufa una de las variables de la experimentacién porque supo- nfan, técitamente al menos, una continuidad de hecho de Io social que autorizaba a yuxtaponer los resultados cuya organizacién no parecia un problema: la parro- quia, el conjunto regional o el departamento, la ciudad o la profesién parecfan asi poder servir como cuadros neutros, aceptados como eran recibidos por la acumulacién de datos.® Este modelo de historia social entré en crisis a fines de los afios setenta y co- mienzo de los ochenta, es decir, por una extraiia ironia, en el momento en que aparecia triunfante, cuando sus resultados se imponian mis alld de las fronteras de la profesi6n y el “territorio del historiador” parecfa poder ampliarse indefini- damente. El sentimiento de una crisis se insinué muy lentamente, y no es evi- dente que sea hoy mayoritario entre los historiadores. Podemos decir, mas mo- destamente, que fue entonces cuando Ia critica al modelo dominante se hizo mas insistente (incluso si a menudo fue hecha desordenadamente). Varias razones de diverso orden han contribuido a esta toma de conciencia. Mientras que la infor- miédtica hacfa posible el registro, almacenamiento y tratamiento de datos conside- rablemente mas masivos que en el pasado, entre muchos se impuso la sensacién de que los interrogantes no habian sido renovados al mismo ritmo y que los grandes estudios cuantitativos estaban amenazados, en lo sucesivo, de rendi- mientos decrecientes. Al mismo tiempo, la consolidacién de especializaciones mas marcadas tendfa a compartimentar desde el interior un campo de investiga- cién que se pensaba definitivamente abierto y unificado. Los efectos de esta 5. Gf. Jean-Yves Grenier y Bernard Lepetit, Labrousse”, Annales ESC, 6, 1989, pigs. 1337-1360. 6. Cf. las reflexiones muy ticidas de Jacques Rougerie, “Faut-il départementaliser Mhistoire de France?”, Annales ESC, 1, 1966, pigs. 178-193: y de Christophe Charle, “Histoire professionnelle, (ire sociale? Les médecins de I'Ouest au xixe sidcle”, Annales ESC, 4, 1979, pgs. 787-794, En el mismo sentido véase el debate de mediados de tos afios setenta sobre fa naturaleza del hecho wr- bano a partir de la tesis de Jean-Claude Perrot sobre Gendse d'une ville moderne: Caen an XVIIle sidcle, Parfs-La Haya, Mouton, 1975, expérience historique: a propos de C. E. MICROANALISIS ¥ CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 45 eyolueién se amplificaban porque los paradigmas unificadores de las disciplinas que constituyen las ciencias sociales (o que, al menos, le servfan de punto de re- orencia) eran severamente cuestionados, y con ellos algunas de las modalidades dol Intercambio interdisciplinario. La duda que se impuso en nuestras socieda- les, enfrentadas en esos aftos a formas de crisis que no sabfan comprender ni, incluso, a menudo, describir, ha contribuido, por supuesto, a difundir la convic- vin de que el proyecto de una inteligibilidad global de lo social quedaba ~al jnenos provisoriamente~ entre paréntesis. Aqui solamente se sugieren algunas If- jieas de reflexién para un andlisis que se resiste a construirse. Ellas remiten a eyoluciones cuyos puntos de partida pueden haber sido muy diferentes, pero cu- yos efectos fueron en el mismo sentido, y se han, evidentemente, influenciado jutuamente. Todas juntas constribuyeron a cuestionar las certezas de un enfo- que macrosocial que habfa sido poco discutido hasta entonces. La propuesta mi- crohist6rica ha sido el sintoma de esta crisis de confianza al mismo tiempo que contribufa, de manera central, a formularla y precisarla, El cambio de Ia escala de andlisis es esencial en la definicién de la micro- historia, Importa comprender bien su significaci6n y sus apuestas. Como los an- tropélogos, los_historiadores acostumbran trabajar sobre conjuntos pequefios y bien delimitados,’ que no constituyen “campos” (aun cuando desde hace veinte aos, la fascinacién de la experiencia etnoldgica aparece insistentemente en la historia), Mas prosaicamente, la monografia, forma privilegiada de la investiga- cidn, esté asociada a las condiciones y reglas profesionales de un trabaj gencia de una documentacién coherente, familiaridad que se supone garantiza el dominio del objeto de andlisis y una representacién de lo real que muchas veces parece requerir la ubicacién del problema dentro de una unidad “conereta”, tan- gible, visible. El cuadro monogréfico es pensado habitualmente como un enfo- que prictico, donde se agrupan datos y se construyen pruebas (cs también don- de se recomienda pasar las pruebas). Pero, como ya dijimos, se lo supone inerte. Centenares de monografias construidas a partir de un cuestionario general han servido de cimiento a la historia social. El problema planteado por cada una no era el de la escala de observacién, sino el de la representatividad de cada mues- tua respecto al conjunto en que buscaba integrarse, como una pieza debe hallar su lugar en un rompecabezas. Por lo tanto, no hay ninguna duda fundamental so- exi- 7. Serfa interesante seguir en paralelo la formulacién de estos problemas en historia y en antropa- ogia, considerando las diferencias de una disciplina a otra: Christian Bromberger, “Du grand au petit, Variations des échelles et des objets danalyse dans histoire récente de Péthnologie de la France”, en 1. Chiva y U. Jeggle (comps.), Kthnologies en miroir. La France et les pays de langue allemande, Pa- ris, Ea. de ta MSH, 1987, pigs. 67-94. 46 JACQUES REVEL bre la posibilidad de ubicar los resultados de la investigacién monografica res- pecto a un valor medio 0 una moda, dentro de una tipologia, etcétera. La via microhistérica es profundamente diferente tanto en sus intenciones como en sus procedimientos. Ella toma como principio que la eleceién de una escala de observacién particular tiene efectos de conocimiento y puede ser pues- taal servicio de estrategias de conocimiento. Cambiar el foco del objetivo no es solamente aumentar (0 disminuir) el tamafo del objeto en el visor, sino también modificar la forma y la trama. En otro sistema de coordenadas, modificar las es- calas en cartograffa no lleva a representar, en diferentes tamafios, una realidad constante, sino a transformar el contenido de la representaci6n (es decir, elegir lo representable). Digamos ya que, en este sentido, la dimensin micro no goza de ningtin privilegio particular. Lo importante es el principio de la variaci6n, no Ja elecci6n de una escala en particular. Es cierto también que la 6ptica microhistérica ha tenido, en estos tiltimos afios, una fortuna particular. La coyuntura historiografica que hemos resumido brevemente més arriba permite comprenderlo, El recurso al microanilisis debe, en primer lugar, comprenderse como la expresién de un distanciamiento respec- to al modelo comtinmente aceptado, el de una historia social desde el origen ins- cripta explicita o (cada vez més) implicitamente en un nivel macro, En este sen- tido, permitié quebrar habitos adquiridos y posibilitar una mirada critica sobre los instrumentos y procedimientos del anilisis sociohistérico. Pero, en segundo lugar, ha sido la figura historiogréfica a través de la que se ha prestado una aten- cién nueva al problema de las escalas de andlisis en historia (como habia sido el caso, un poco antes, en la antropologia).* 4 Es conveniente reflexionar, en este punto, sobre los efectos de conocimiento asociados al pasaje a la escala micro 0 al menos esperados del pasaje. Partamos de algunos de los raros textos programaticos que han contribuido a dibujar el contomo y las ambiciones del proyecto microhistérico. En un articulo publicado en 1977, E. Grendi observa que la historia social dominante, debido a que ha op- tado por organizar sus datos dentro de categorfas que permiten su maxima agre- gacién (niveles de fortuna, profesiones, etc.), deja escapar todo lo concerniente a los comportamientos y la experiencia social, a la constitucién de identidades de grupo porque hace imposible, por su procedimiento mismo, la integracién de 8. Conviene sefialar 1a importancia que ha tenido en muchos microhistoriadores, més allé de la inflluencia mas general de la antropologfa anglosajona, la reflexion de Fredrik Barth (cf. F. Barth (comp.), Seale and Social Organization, Oslo-Bergen, Kegan Paul, Universitetsforlaget, 1978; Pro- and Form in Social Life, Londres, Routledge & Kegan, 1981). MICROANALISIS ¥ CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 47 Joy ditos mds diversificados, A este procedimiento opone el de la antropologia (evenelalmente anglosajona) cuya originalidad reside, segin él, “menos en la jnetodologia que en el significativo acento puesto en el enfoque holistico de los comportamientos”.? Dejemos de lado esta afirmacién demasiado general y con- lwiémonos con retener una preocupacién: desarrollar una estrategia de investi- juciOn que no se fundaria ya prioritariamente en la medicién de propiedades ibstiictas de la realidad hist6rica sino que, inversamente, procederfa déndose por regla integrar y articular entre sf la mayor cantidad de estas propiedades. Es- (w decisién se ve confirmada, al ato siguiente, en un texto algo provocador de C. Ginzburg y C. Poni! que propone trabajar sobre el “nombre” —del nombre pro- pio, es decir, la referencia més individual, la menos repetible— el marcador que permitira construir una nueva modalidad de una historia social atenta a los indi- viduos tomados en sus relaciones con otros individuos. Aqui la eleccién de lo jndividual no esté pensada como contradictoria con la de lo social: ella debe ha- cor posible un enfoque diferente, siguiendo el hilo de un destino particular ~el le un hombre, de un grupo de hombres- y con él la multiplicidad de espacios y dle tiempos, la madeja de relaciones donde se inscribe. Los dos autores estén, Juin aqui, obnubilados por “la complejidad de las relaciones sociales reconstrui- lus por el antropélogo en su trabajo de campo [que] contrasta con el cardcter unilateral de los datos de archivos sobre los que el historiador trabaja [...]. Pero si cl campo de investigacién esté suficientemente delimitado, las series docu- inentales particulares pueden superponerse en duracién y espacio, permitiendo encontrar al mismo individuo en contextos sociales diferentes”.'' En el fondo es | viejo sucfio de una historia total, pero esta vez reconstruida a partir de la ba- se, que redescubren Ginzburg y Poni. Ellos la ven inseparable de una “recons- iruccidn de lo vivido” que ella hace posible: a esta formulaciGén algo vaga y finalmente ambigua, puede preferirse el programa de un anilisis de las condicio- fies de la experiencia social, restituidas en su mayor complejidad. No continuar abstrayendo sino, al principio, enriquecer si se desea lo real, considerando los aspectos més diversificados de la experiencia social. Es el pro- codimiento que ilustra, por ejemplo, G. Levi en su libro Le Pouvoir au village. Fen un cuadro limitado, recurre a una técnica intensiva recogiendo “los sucesos biogrdficos de todos los habitantes del pueblo de Santena que han dejado una huella documental” durante cincuenta afios, a fines del siglo xvit e inicios del Xvul. El proyecto es hacer aparecer, detris de la tendencia general més visible, 33, 1976, pags. 881-891. 10. Carlo Ginzburg, Carlo Poti, “II nome et il come. Mercato storiografico e scambio disugua- le", Quaderni storici, 40, 1979, pags. 181-190 (traduceién parcial en francés: “Le nom et la mani’ re", Le Débat, 17, 1981, pags. 133-136). 11, tbid, pég. 134 de la trad. francesa, 48 JACQUES REVEL las estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en funcién de stu posicién y de sus recursos respectivos, individuales, familiares, de grupo, etc. Es cierto que “a la larga, todas las estrategias personales o familiares tienden, qui- zas, a aparecer atenuadas para fundirse en el equilibrio relativo que resulta de ellas. Pero la participacién de cada uno en ta historia general, en la formacién y modificacién de estructuras que sostienen la realidad social no puede ser evalua- da solamente sobre la base de los resultados tangibles: a lo largo de la vida de cada uno, cfclicamente, nacen problemas, incertidumbres, elecciones, una poli- tica de la vida cotidiana centrada en la utilizacién estratégica de las reglas so- ciales”.!? Es el mismo camino presentado por M. Gribaudi para el estudio de la formacién de la clase obrera en Turin a comienzos del siglo Xx, un lugar geogré- ficamente cercano, pero hist6rica e historiograficamente muy alejado.!3 Alli donde se insist{a esencialmente en una comunidad de experiencias (inmigracién urbana, trabajo, lucha social, conciencia politica, etc.) que fundarfa la unidad, la identidad y 1a conciencia de la clase obrera, el autor se impone seguir itinerarios individuales que muestran la multiplicidad de experiencias, la pluralidad de con- textos de referencia donde se inscriben las contradicciones internas y externas de las que son portadoras. La reconstitucién de los itinerarios geogrficos y pro- fesionales, de los comportamientos demogréficos, de las estrategias relacionales que acompaiian el pasaje de la campafta a la ciudad y a la fabrica, Siguiendo a muchos otros, Gribaudi habfa partido de la idea de una cultura obrera homogé- nea o, en todo caso, que homogeneizaba los comportamientos. Durante el traba- jo (particularmente recogiendo los testimonios orales sobre el pasado familiar de Ios protagonistas de la historia que estudiaba), descubrié la diversidad de las for- mas de entrada y de vida en la condicién obrera: “Se trataba de ver mediante cuiles clementos cada familia de la muestra habfa negociado su propio itinerario y su propia identidad social; qué mecanismos habian determinado la fluidez de unos y el estancamiento de otros; mediante qué modalidades se modificaron, muchas veces drdsticamente, las orientaciones y estrategias de cada individuo. En otros términos, y presentando el problema desde el punto de vista de la con- dicién obrera, esto significaba investigar sobre los diferentes materiales con los que se construyeron las diversas experiencias y fisonomias obreras, y de expli- car asf las dindmicas que permitieron tanto las agregaciones como las desagre- gaciones”.!4 Puede verse que el enfoque microhistérico se propone enriquecer el anilisis social haciendo las variables ms numerosas, mas complejas y también mas mé- viles. Pero este individualismo metodolégico tiene limites porque es siempre ne- 12, G. Levi, Le Pouvoir au village..., op. cit, pg. 12. 13. Maurizio Gribaudi, Irinéraires ouvriers. Espaces et groupes sociaux @ Turin au début du xXe siécle, Paris, Ed. de la EHESS, 1987. 14, Ibid., pg. 25; nuevamente las referencias invocadas por el autor remiten a 1a antropologia anglosajona: F. Barth, ya citado, y més ampliamente a los anélisis interaccionistas. MICROANALISIS ¥ CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 49 couirio definir las reglas de constitucién y funcionamiento de un conjunto social 6, mejor, de una experiencia colectiva. En su versién “clésica”, la historia social es concebida mayoritariamente co- mo una historia de las entidades sociales: la comunidad de residencia (pueblo, parroquia, ciudad, barrio, etc.), el grupo profesional, el orden, la clase. Cierta- mente, se podia discutir los limites, y mas atin, la coherencia y a significacién sociohistorica de estas entidades, pero en lo fundamental no se las cuestionaba.'> De alli surge la impresién, al recorrer el enorme capital de conocimientos acu- mulado durante treinta o cuarenta afios, de un cierto déja vu y de inercia clasifi- catoria. De un lugar a otro, obviamente, las distribuciones varian, pero los per- sonajes de la obra, ellos, no cambian. Ser necesario algiin dfa interrogarse sobre las razones, probablemente miiltiples, que puedan explicar este destiza- miento hacia la sociografia descriptiva. En todo caso, fue suficientemente fuerte como para retardar durablemente la influencia de un libro que, como el de E. P. Thompson, The Making of the English Working Class (publicado en 1963, pero traducido al francés recién en 1988), se negaba a partir de una definicién pre- construida (o supuestamente adquirida) de la clase obrera para insistir en los me- canismos de su formacién.!® Tardfamente, a partir de trabajos inicialmente ais- lados,!7 poco a poco se ha impuesto la conviccién de que el andlisis no podia realizarse solamente en términos de distribuciones, y esto por dos razones prin- cipales que deben ser distinguidas, si bien se interfieren en parte. La primera re- mite al problema, planteado desde hace mucho tiempo, de Ia naturaleza de los criterios de clasificacién sobre los que se fundan las taxonomias histdricas; la segunda, al acento que la historiografia ha puesto, mas recientemente, sobre el rol de los fenémenos de interrelaciones en la produccién de la sociedad.'® 15, Recordemos el debate abierto por E. Labrousse en los afios cincuenta en tomo al proyecto do una historia comparada de las burguesfas europeas, 0 Ta discusisn ~hoy perimida- de los aflos se- senta entre E, Labrousse y R. Mousnier sobre “érdenes y clases” 16, Edward P, Thompson, La formation de ta classe owridre anglaise, Paris, Gallimard-Seuil, 1988. Recordemos que el estudio de Thompson se inscribe dentro de una perspectiva macrosocial (trad, cast.: La formacién historica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832, Barcelona, Laia, 1977, 3 tomos). 17. Citemos, por ejemplo, la tesis de Michelle Perrot, Les Ouvriers en grove: France 1871- 1890, Paris, Universidad de Parfs 1, 1974; de Jean-Claude Perrot, Genése d'une ville moderne, op. cit; 0 desde la sociologfa, el estudio de Luc Boltanski, Les Cadres. La formation d’un groupe social, Paris, Minuit, 1982. 18. Una presentacidn de estos debates puede encontrarse en la introduccién del libro de Simona Cerutti, La Ville e: les Métiers. Naissance d'un langage corporatif, Turin, I7e-I8e siécles, Parts, Ed. de la BHESS, 1990, pags. 7-23. 50 JACQUES REVEL En ambos casos, la eleccién de una éptica microhistérica tiene una importan- cia decisiva. Tratdndose de la naturaleza de las categorfas de anilisis de lo social, es seguramente a nivel local que la diferencia entre categorias generales (0 exdge~ nas) y categorfas endégenas es més marcada. Reconocido desde hace tiempo, el problema se ha vuelto mas sensible en los iiltimos afios por la influencia de ciertas problematicas antropolégicas (en particular de la antropologia cultural norteame- ricana) que se ha ejercido, preferentemente, sobre los anilisis locales. No es éste el momento para entrar en los detalles de las soluciones bosquejadas. Retengamos al menos que el balance de esta revisién necesaria (y por lo demés inconclusa) es ambiguo. Ciertamente, ha permitido una revisién critica de la utilizacién de crite- rios y particiones cuya pertinencia aparecia, con demasiada frecuencia, como evi- dente. Pero, a la inversa, tiende a animar un relativismo de tipo culturalista que es uno de los efectos tendenciales del “geertzismo” en historia social. La segunda direccién de investigacin, aquella que invita a reformular el andlisis sociohist6rico en término de procesos, sugiere una salida a este debate. Sostiene que no basta con que el historiador se apropie del lenguaje de los acto- res que estudia, sino que debe utilizarlo como indicio en un trabajo a la vex mas amplio y més profundo: el de la construcci6n de identidades sociales plurales y plisticas que se efectia a través de una densa red de relaciones (de competencia, solidaridad, alianza, etc.). La complejidad de las operaciones de andlisis reque- ridas por este tipo de procedimiento impone de hecho una reduccién del campo de observacién. Pero los microhistoriadores no se limitan a registrar esta limita- cién factual; la transforman en un principio epistemolégico ya que es a partir de Jos comportamientos de los individuos que intentan reconstruir las modalidades de agregacién (o de desagregacién) social. El trabajo de Simona Cerutti sobre los oficios y las corporaciones en Turin en los siglos Xvil y Xvi puede servirnos de ejemplo. Sin duda, ninguna historiograffa es mas esponténeamente organicis- ta que la de los oficios y las asociaciones de oficios: se tratarfa de comunidades evidentes, funcionales, y que se suponen tan poderosamente integradoras que se volverfan casi naturales en la sociedad urbana del Antiguo Régimen. La apuesta metodoldgica de Cerutti consiste en revocar estas certezas y mostrar, a partir del juego de las estrategias individuales y familiares, y de sus interacciones, que las identidades profesionales y sus traducciones institucionales, lejos de ser adquiri- das, son objeto de un trabajo constante de elaboracién y de redefinicién. Lejos de la imagen consensual y esencialmente estable que daban las descripciones tradicionales de! mundo de los oficios, todo es cuestién de conflictos, de nego- ciaciones, de transacciones provisorias. Pero, a la inversa, las estrategias perso- nales familiares no son puramente instrumentales: ellas estan socializadas en tanto son inseparables de representaciones del espacio relacional urbano, de los recursos que ofrece y de las restricciones que impone, a partir de los cuales los actores sociales se orientan y hacen sus opciones. La cuestidn es entonces des- naturalizar ~o al menos desbanalizar— los mecanismos de agregacién y de aso- ciaci6n, insistiendo sobre las modalidades relacionales que los hacen posibles, MICROANALISIS Y CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 51 ‘la racionalidad individual y la iden- mediaciones existentes ent 0 detectando las lidad colectiva FI desplazamiento que implican estas elecciones es probablemente mas sen- sible a los historiadores que a los antropélogos, porque la historia de las proble- miticas y de los procedimientos de las dos disciplinas es asimétrica.®” Este des- plazamiento me parece ser portador de varias redefiniciones cuya importancia no es despreciable: + Redefinicién de los presupuestos del andlisis sociohistérico, cuyos rasgos mayores ya evocamos. A la utilizacién de sistemas de clasificacién fundados sobre los criterios explicitos (generales o locales), él microanilisis los susti- tuye por la consideracidn de los comportamientos a través de los cuales las identidades colectivas se constituyen y deforman. Esto no implica que se ig- noren ni se descuiden las propiedades “objetivas” de la poblacién estudiada, sino que se las trate como recursos diferenciales cuya importancia y sign cacién deben ser evaluadas dentro de los usos sociales de que son objeto -es decir, dentro de su actualizacién. * Redefinicién de la nocién de estrategia social. El historiador, al contrario que el antropélogo 0 el socidlogo, trabaja sobre el hecho consumado —sobre “lo que efectivamente ocurrié”~ y que, por definicidn, no es repetible. Es excep- cional que las fuentes presenten las alternativas y, con mayor razéa, las in- certidumbres enfrentadas por los actores sociales del pasado. De alli el recur- so frecuente y ambiguo a la nocién de estrategia: ella sirve a menudo de reemplazo de una hipétesis general funcionalista (que permanece general- mente implicita), y en ocasiones para calificar, mas prosaicamente, los com- portamientos de los actores individuales 0 colectivos que tuvieron éxito (que son, en general, los que conocemos mejor). Desde este punto de vista la po- sicién resueltamente antifuncionalista adoptada por los microhistoriadores std Ilena de significacién. Considerando en sus andlisis una pluralidad de destinos particulares, buscan reconstituir un espacio de posibles ~en funcién de los recursos propios a cada individuo 0 a cada grupo dentro de una confi- guracion dada~. G. Levi es sin duda quien ha ido ms lejos en este sentido al reintroducir las nociones de fracaso, de incertidumbre y de racionalidad limi- tada en su estudio de las estrategias familiares campesinas desarrolladas en tomo al mercado de la tierra en el siglo xvu.2! 19. Ibid, pag. 14. 20. Incluso si un trabajo como el de Mare Abétes sobre las formas y las apuestas de la politica local en Francia contempordnea (Jours tranguilles en 89, Paris, Odile Jacob, 1988) retoma ~y sin acuerdo previo~ la mayoria de los temas y ciertas formulaciones propuestas, en el mismo momento, por los microhistoriadores. Faltaria indicar la posicién de Abélés en el debate en antropotogia y ana- lizar la recepcién del libto en su medio profesional. 21. G, Levi, Le Pouvoir aut village, op. cit, cap. 2. 52 JACQUES REVEL * Redefinicidn de la nocién de contexto. Esta fue a menudo objeto de un uso cémodo y perezoso en las ciencias sociales y, en particular, en la historia. Uso retérico: el contexto, a menudo presentado al comienzo del estudio, pro- duce un efecto de realidad alrededor del objeto de la investigacién. Uso a gumentativo: el contexto presenta las condiciones generales dentro de las cuales encuentra su lugar una realidad, aun si no siempre se va més alld de comparar simplemente dos niveles de observacién. Mas raramente, uso inter- pretativo: del contexto se extraen, a veces, las razones generales que permi- tirfan comprender situaciones particulares. Mas alld de la microhistoria, una buena parte de la historiograffa de los tiltimos veinte afios ha manifestado su insatisfaccidn frente a estos diversos usos é intentado reconstruir, segtin dife- rentes modalidades, las articulaciones del texto al contexto. La originalidad del enfoque microhistérico parece ser la de rechazar la certidumbre que sub- yace en todos los usos mencionados segtin la cual existirfa un contexto uni- ficado, homogéneo, en el interior del cual y en funcién del cual los actores determinarfan sus opciones. Este rechazo puede entenderse de dos maneras complementarias: como un recordatorio de la multiplicidad de las experien- cias y representaciones sociales, en parte contradictorias, en todo caso ambi- guas, mediante las cuales los hombres construyen el mundo y sus acciones (es el eje de la critica a Geertz que propone Levi:” pero también, en un ané- lisis més profundo, como una invitacidn a invertir el procedimiento mas ha- bitual del historiador, que consiste en partir de un contexto global para situar e interpretar su texto. Lo que se propone es, al contrario, constituir la multi- Plicidad de contextos que son necesarios a la vez a su identificacién y ala comprensién de comportamientos observados. Aqui nos reencontramos, por supuesto, con el problema de las escalas de observacién. * Esel tiltimo punto el que, me parece, es objeto de una revisién drdastica. A la jerarquia de los niveles de observacién, los historiadores instintivamente se refieren a una jerarquia de las apuestas (enjewx) hist6ricas: para expresar las cosas trivialmente, a escala de la nacién se hace historia nacional, a nivel lo- cal, historia local (lo que en sf mismo no compromete necesariamente una je- rargufa en la importancia, en particular desde el punto de vista de la historia social). La historia de un conjunto social tomada au ras du sol se dispersa, en apariencia, en una miriada de acontecimientos mintisculos, diffciles de orga- nizar, La concepcidn tradicional de la monografia busca hacerlo proponién- dose como tarea la verificacidn local de hipétesis y resultados generales. El trabajo de contextualizacién miltiple practicado por los microhistoriadores parte de premisas muy diferentes. Plantea, en primer lugar, que cada sector histérico participa, de cerca o de lejos, en procesos ~y entonces se inscribe en 22. G. Levi, “On Microhistory”, cit. derni storici 58, 1985, pags. 269-277 pag. 202; véase también “I pericoli del geertzismo”, Qua. PO MICROANALISIS ¥ CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 53 contextos~ de dimensiones y niveles diferentes, del mas local al mas global. No existe entonces un corte, ni menos atin oposicién, entre historia local € historia global. Lo que la experiencia de un individuo, de un grupo, de un es- pacio permite aprehender es una modulacién particular de la historia global. Particular y original: pues lo que el punto de vista microhistérico ofrece a la observacién no es una versién atenuada, parcial o mutilada de realidades ma- es, y es el segundo punto, una versién diferente, crosociales 6 ‘Tomemos un ejemplo que ha retenido la atencién de varios microhistoriado- res, Se puede analizar la dindmica de un macroproceso, como la afirmacién del Estado moderno en Europa entre los siglos xv y xix, en términos muy diferen- (es. Por mucho tiempo los historiadores se interesaron sobre todo en quienes, de manera visible, habfan hecho a historia. Luego, bajo el impulso de los grandes (e6ricos del siglo xix, descubrieron la importancia de las evoluciones masivas y andnimas. Entre ellos se impuso muy ampliamente la convicci6n de que la ver- era historia es Ia de lo colectivo y lo numeroso. Esta mutacién puede expli- car que a sus ojos las encarnaciones hist6ricas del poder se hayan transformado sustancialmente. En la década de 1880 se examinaba extensivamente la politica de Richelicu y la imperiosa vuelta al orden politico, administrativo, religioso, fiscal, cultural que esta politica impuso en la Francia de principios del siglo xvit. Hoy se habla habitualmente de la afirmacién impersonal del Estado absolutista tal como se inscribe inevitablemente en la larga duracién, entre los siglos XIV y Xvi; se evoca, siguiendo a Max Weber, el lento proceso de racionalizacién que ha afectado lus sociedades occidentales; se evoca, siguiendo a Norbert Elias, el doble monopolio sobre el fisco y Ia violencia que adquirid, entre la Edad Media y la Modernidad, la monarqu‘a francesa; se sigue, con Kantorowicz, la emanci- pacién de una instancia laicizada en el corazén mismo de la cristiandad medie- val. Todas estas lecturas (y aun otras) son précieuses y a menudo convincentes. Han enriquecido considerablemente nuestra comprensién del pasado. Todas 0 casi -se deberfa poner aparte, aqui, el caso de Elias~ comparten sin embargo aceptar como tal Ia existencia de macrofendmenos cuya eficacia es evidente. Lo que antes se atribufa a la majestad, al prestigio, a la autoridad, al talento de un personaje singular, hoy se sitéa atin mas cémodamente en la l6gica de grandes ordenamientos anénimos que se denominan Estado, modernizacién, formas del progreso —pero también de modo mis sectorial, los fenémenos clasicos como la guerra, la difusion de la cultura escrita, la industrializacién, Ia urbanizacién, en- tre muchos otros. Estos fenémenos son extraordinariamente complejos, se sabe, al punto de que generalmente les es imposible a los historiadores marcar sus limites. ,Dén- de se detiene la esfera del Estado, dénde los efectos inducidos por el trabajo y la produccién industrial, dénde aquellos de los cuales el libro es portador? Ya 54 JACQUES REVEL cuando se describen podemos dudar sobre su_morfologta, sobre la descripcién de su articulacién interna. Pero es asombroso ver que su eficacia, al menos ten- dencial, no es puesta en duda casi nunca. Las “maquinas” del poder se apoyan sobre su propia autoridad y ellas son eficientes precisamente porque son méqui- nas. (Seria més exacto decir: ellas son eficientes a los ojos de los historiadores solamente porque éstos las imaginan como miquinas.) Se tenderé a buscar en- tonces en la regulaci6n de la misma miquina la explicacién de sus actuaciones, atribuyéndole ingenuamente una ideologfa de la racionalizacién y de la moder- nizacin que pertenece al sistema que se ha propuesto estudiar. En el mojor de los casos se busca identificar a quienes a través de estas grandes transformacio- nes se han dedicado a denunciarlas y bloquearlas en nombre de los valores so- ciales alternativos, Sin duda no es un azar si la misma generacién intelectual que, hace veinte afios, solemnizaba los aparatos del poder es también la mas en- tusiasmada por los marginales, los rechazados, los alternativos de la historia, bandidos de honor y brujas, heterodoxos y anarquistas, excluidos de todo tipo. Pero era aun una manera de reconocer y sefialar la realidad masiva del poder, ya que s6lo una minoria dispersa de héroes habia sido capaz de levantarse contra ella, desde afuera y sin verdadera esperanza. Aceplar esta visiGn de las cosas, tal distribucién de roles, en los hechos es aceptar que separada de la I6gica mayoritaria de los aparatos, fuera de las for- mas residuales de resistencia a su afirmacién, los actores sociales estén masiva- mente ausentes, 0 aun que son pasivos y se han sometido, hist6ricamente, a la voluntad del gran Leviatén que englobaba a todos. Esta puesta en escena de la fuerza y de la debilidad es inaceptable. No por razones morales sino porque es- (4, una vez més, demasiado ligada a las representaciones que no han cesado de sugerir las mismas légicas del poder, que quisieran dictar hasta la manera de oponerse a ellas, y porque incluso si se acepta la hipétesis de una eficiencia glo- bal de los aparatos y de las autoridades, falta comprender enteramente cémo esta eficiencia ha sido posible -es decir, cémo han sido retranscriptas, en contextos clernamente variables y heterogéneos, las 6rdenes expresas del poder. Plantear el problema en estos términos lleva a rechazar pensarlo en términos simples: fuerza/debilidad, autoridad/tesistencia, centro/periferia, y a establecer e] andlisis de los fendmenos de circulaci6n, de negociacién, de apropiacién en todos los niveles, Es importante ser claro aqui: la mayor parte de los historiadores tra- bajan sobre sociedades fuertemente jerarquizadas y desigualitarias, donde el prin cipio mismo de la jerarquia y de la desigualdad esta profundamente internalizado. Serfa ridiculo negar estas realidades y simular que las operaciones que venimos de citar —circulacién, negociacién, apropiacién— puedan ser pensadas fuera de es- tos efectos de poder. Todo lo contrario, yo quisiera sugerir que ellas son insepa- rables y que han sido maneras de pactar con los poderes; pero también que cllas deformaron los efectos, inscribiéndolos en contextos y plegindolos a légicas so- ciales diferentes de las que eran las suyas al inicio. MICROANALISIS ¥ CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 55 Retomemos el ejemplo del Estado mondrquico en la Edad Moderna. Visto desde Paris y Versalles, Berlin o Turin, se presenta como una especie de vasta nquilectura cuyas formas no cesan de multiplicarse, de ramificarse hasta pene- {var en lo mas profundo de la sociedad que él encuadra y que toma a su cargo. Lu realidad, lo sabemos bien, es un poco mas complicada y menos armoniosa. Lin los hechos, las instituciones se superponen, compiten, a veces se oponen unas a otras; algunas estan ya fosilizadas (pero, segdn la I6gica del Antiguo Ré- yimen, ellas son reemplazadas sin ser suprimidas, lo que puede determinar inextricables enmarafiamientos de autoridad, de competencia, de gestién); otras in en pleno auge, ya sea porque son muy nuevas, ya sea porque estan provi- soriamente mejor adaptadas a una configuracién dada de la sociedad. También ol pensamiento del Estado, el que tuvieron sus promotores en los siglos pasados lunto como el de los historiadores de hoy, es un pensamiento global que, a tra- vés de dudas, contradicciones, cambios de ritmo, reconoce un tinico gran pro- ceso en marcha a través de los siglos. Cuando se habla del crecimiento del Es- tudo y se intenta dar una evaluacién aproximada (es el famoso pesée globale caro a P. Chaunu), por ejemplo midiendo el peso de la fiscalidad piiblica o el ntimero de funcionarios o los progresos cuantitativos de la justicia real, se lo piensa sobre el modelo de crecimiento econémico, proponiendo que una peque- fia cantidad de indicadores elegidos permita dar cuenta de la evolucién de con- junto de un sistema que seria a la vez continuo e integrado. Por supuesto, es nds delicado intentar una medicién en términos de eficiencia: pero cuando la relacién entre el ntimero de oficiales piblicos y la cifra de la poblacién global tiende a subir, se acepta casi sin discutir que resulta una mayor eficiencia. En todas estas operaciones se plantea en todo caso como obvia la existencia de una ldgica comin que unificaria el conjunto de las manifestaciones del Estado. Nada es menos seguro. Si se renuncia a esta perspectiva central que es aque- Ila desde donde se enuncia el proyecto etitico (y donde se produce la argumen- taci6n ideol6gica que lo sostiene), si se cambia la escala de observaci6n, las rea- lidades que aparecen pueden ser muy diferentes. Es lo que ha demostrado recientemente G. Levi en la investigacién, citada a menudo, que ha consagrado una comunidad rural del Piamonte, Santena, a fines del siglo xvi. ¢Qué suce- de cuando se observa el proceso de construccién del Estado av ras du sol, en sus més lejanas consecuencias? Los grandes movimientos del siglo, la afirmacién tardfa del Estado absolutista en el Piamonte, la guerra europea, la competencia entre las grandes casas aristocraticas existen, ciertamente, incluso si la traza es detectable a través del polvo de acontecimientos mintisculos, Pero a través de estos acontecimientos surge precisamente otra configuracién de las relaciones (entre el fuerte y el débil) del fuerte con el débil Hubiese sido tentador reducir toda esta historia a la de las tensiones que oponen una comunidad periférica a las exigencias existentes de un absolutismo en pleno auge. Pero la escena tiene participantes mucho més numerosos. Entre Santena y Turin se interponen e interfieren las pretensiones de Chieri, ciudad 56 JACQUES REVEL mediana y que cree tener algo para decir; las del arzobispo de Turin, de donde depende la parroquia; las de los principados feudatarios del lugar, rivales entre sf, que desean afirmar su preeminencia. La misma sociedad aldeana se descom- pone, se fractura en funcién de los intereses divergentes de los grupos particu- lares que la componen. Estos actores colectivos se enfrentan, pero también se alian segdin sus posibilidades, ellas mismas cambiantes. Los frentes sociales (y “politicos”, si se quiere) no cesan de dislocarse para recomponerse de otro mo- do. Es precisamente a la multiplicidad de intereses en cuestién, a la compleji- dad del juego social, que el burgo de Santena ha debido, durante la segunda mi- tad del siglo xvu, fa suerte colectiva de permanecer un paese nascoto,” mantenido al abrigo de las maniobras del Estado central. La neutralizacién re- ciproca de las estrategias que apuntaban a la aldea, y también la inteligencia politica de los frentes aldeanos pueden hacer comprender esta situacién: pero igualmente el rol de un negociador excepcional, el notario-podestd Giulio Ce- sare Croce, que reiné sobre Santena durante cuarenta afios: fue él quien supo aprovechar su conocimiento intimo de las redes sociales, su dominio de la in- formacién, tan necesaria en las estrategias familiares, y de la memoria colecti- va para imponerse en todo como intermediario obligado en el interior de la co- munidad y fuera de ella. Significativamente, no es especialmente rico y su status profesional no tiene nada de excepcional. No pertenece al mundo de los poderosos reconocidos. Su poder es de naturaleza diferente: est4 fundado sobre la posesién de un capital “inmaterial” hecho de informaciones, de inteligencia, de servicios prestados que le han permitido afirmarse para administrar mejor los intereses de la aldea. Sin duda, el notario Croce es un personaje fuera de lo comin y cuando desa- parece, a fines del siglo xvil, no es reemplazado. Santena sale entonces de su casi clandestinidad, la gestion local de poderes se desagrega y, con el apoyo de una crisis a la vez econdmica, social y politica, el Estado central, retoma sus derechos (0 al menos una parte). Si se pone atencién, los archivos dejan aparecer una mul- titud de esos personajes que, en el rol de intermediarios, han arreglado, limitado, pero también acreditado la construccién del Estado. Todos no han podido ni que- Tido sustraer su grupo de pertenencia a la I6gica del poder central, pero trabajaron en acomodar los intereses locales (y primero los suyos) con sus exigencias, sus practicas, sus instituciones, su personal.” A decir verdad, la elecci6n no es alter- nativa entre dos versiones de la realidad hist6rica del Estado, una que serfa “ma- cro” y la otra “micro”. Ambas son “verdaderas” (y muchas otras aun en niveles intermedios que convendrfa poner a prueba de manera experimental), y ninguna * En italiano en el original (n. del t.. 23, Todo esto segiin G. Levi, Le Pouvoir au village, op. cit. Un ejemplo diferente pero que va en el mismo sentido, sobre las regulaciones de la violencia en conexién con la construccién del es- lado genovés puede verse en Osvaldo Raggio, Faide ¢ parentele. Lo Stato genovese visto dalla Fon- sanabuona, Turin, Einaudi, 1990. MICROANALISIS Y CONSTRUCCION DE LO SOCIAL ST 6s realmente satisfactoria porque la construccién del Estado moderno esti preci- sumente hecha del conjunto de estos niveles, cuyas articulaciones quedan por r. La apuesta de la experiencia microsocial ~y su posicién ex- perimental, si se quiere- es que la experiencia mds elemental, aquella del grupo pequefio, incluso del individuo, es la mas esclarecedora porque es la mas comple- scribe en el mayor ntimero de contextos diferentes. ja y porque se in sto plantea otro problema, que de hecho es consustancial al proyecto mis- mo de una microhistoria. Admitamos que limitando el campo de observacién surgen datos no solamente mds numerosos, mis finos, sino que ademdas se orga- hizan en configuraciones inéditas y hacen aparecer otra cartografia de lo social. (,Cudl puede ser la representatividad de una muestra tan acotada? ,Qué puede ensefiamos que sea generalizable? La pregunta ha sido formulada tempranamente y ha recibido respuestas que no recogieron mucha adhesién. En un articulo ya antiguo, Edoardo Grendi pre- venfa la objeci6n forjando un elegante oximoron: proponia la nocién de “excep- cional normal”.** Este diamante oscuro ha hecho correr mucha tinta. Ejerce la fascinacién de los conceptos que se desearia poder utilizar si se supiera definirlo con exactitud. ,Debe verse en lo “excepcional normal” un eco, en total conso- nancia con la sensibilidad de los afios posteriores a 1968, de la conviccién de que los margenes de una sociedad dicen mas sobre ésta que su centro?, gque los locos, los marginales, los enfermos, las mujeres (y el conjunto de los grupos do- minados) son los privilegiados poseedores de una suerte de verdad social? ;De- be comprenderse en un sentido bastante diferente, como una separacién signifi- cativa (zmas respecto de qué?), 0 aun como una primera formulacién del paradigma del indicio vuelto a proponer mas tarde por Carlo Ginzburg? Es dificil decidir entre estas diferentes lecturas posibles, que tal vez coexis- tieron en el pensamiento de Grendi. Puede proponerse, prudentemente, una su- plementaria que me parece coherente con las proposiciones enunciadas prece- dentemente. Grendi reflexiona a partir de los modelos de anélisis social utilizados por los historiadores y que son, en su gran mayorfa, modelos funcio- nalistas basados en la integracién del mayor ntimero de rasgos. Es cierto que al- gunos de ellos se resisten a este trabajo de integracién; constituyen otras tantas excepciones que sin disgusto nos habituamos a tratar como “excepciones” 0 “desviaciones” en relacién con la norma que el historiador ha establecido. La propuesta de Grendi, que reencuentra aqui la reflexién inaugurada por el antro- pélogo Fredrik Barth, seria la de construir modelos “generativos”: es decir, mo- 24. B, Grendi, “Micro-analisi e storia sociale”, op. cit. 58 JACQUES REVEL delos que permitan integrar plenamente (y no ms como excepciones o desvi ciones) los itinerarios y las opciones individuales. En este sentido, podria decir- se que lo “excepcional” se volveria “normal”.?> En el debate que permanece abierto me parece que el trabajo de Giovanni Levi aporta un cierto ntimero de respuestas que cambian ttilmente el punto de vista de la argumentacién. Levi recuerda primero que se puede pensar Ia ejem- plaridad de un hecho social en términos diferentes de los rigurosamente esta- disticos. El segundo capitulo de su libro, Le Pouvoir au village, dedicado a las estrategias desarrolladas por tres familias de aparceros de Santena, hace una eleccién entre algunos cientos de otros casos posibles, que no son objeto de ningiin tratamiento comparable, pero que estén todos presentes en el fichero prosopografico. El procedimiento no consistié en relacionar estos tres ejem- plos a la totalidad de la informacién constituida, sino en abstraer los elemen- tos de un modelo. Estas tres biografias familiares fuertemente contrastadas bastan para hacer aparecer regularidades en los comportamientos colectivos de un grupo social particular sin perder lo que cada una tiene de particular. Che- quear la validez del modelo no consistird entonces en una verificacidn estadfs- tica sino en su puesta a prueba en condiciones extremas, cuando una o varias variables que incluye estan sometidas a deformaciones excepcionales. La cons- titucién de un fichero sistemdtico es precisamente lo que hace posible una ve- rificacién de este tipo. Llego finalmente a mi tiltimo punto. A menudo nos hemos sorprendido de constatar que ciertos microhistoriadores italianos no todos, ni siquiera la mayo- rfa~recurrian a veces a procedimientos de exposici6n, incluso a técnicas narrati- vas que rompfan con las formas de escribir habituales de la corporacion de histo- riadores. Asi fue el caso del Fromage et les Vers de Carlo Ginzburg, compuesto como una investigacién judicial (al cuadrado, ya que el libro reposa, en Io esen- al, en los archivos de los dos procesos del molinero Menocchio frente al Santo Oficio), y de Piero, del mismo autor, concebido esta vez como una investigacién policial (anunciada, por otra parte, en el titulo), con sus tanteos, sus fracasos, sus golpes de teatro cuidadosamente distribuidos; del Le Pouvoir au village de Gio- vanni Levi, donde la investigacién hist6rica se transforma en su propio espejo a través de una composicién en abimes;* 0, més recientemente, el bello libro de 25. Me parece que un buen ejemplo de esta lectura es dado por el estudio de M. Gribaudi y A. Blum, "Des catégories aux liens individuels: I'analyse statistique de espace social”, Annales 6, 1990, pags. 1365-1402, * Técnica artistica que consiste en representar dentro de un objeto el objeto mismo: un relato dentro de un relato, un cuadro dentro de un cuadro, ete. (n. del t.). MICROANALISIS Y CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 59 Sabin Loriga sobre el ejército piamontés del siglo xv, cuyo modelo explicito es el del Rashomon japonés.2° Noy enfrentames entonces a elecciones explicitas de ciertas formas de escri- (ura, en el sentido amplio del término. ,Cémo estudiarlas? Notemos para co- menzar que no es la primera vez que los historiadores savants utilizan recursos literarios. Sin remontarse hasta las grandes obras de la historiograffa romantica del siglo xix, pensemos, entre la multiple produccién del siglo xx, en Federico Ide Kantorowicz, o en César de Carcopino (escrito al nivel de las fuentes anti- guas), o la biograffa de Arnaldo da Brescia de Arsenio Fragoni, 0 el Retour de Martin Guerre de Natalie Zemon Davis. Por lo demés, todos sabemos, utiliza- mos constantemente —conscientemente 0 no- procedimientos retéricos destina- dos a provocar efectos de realidad, a mostrar que incluso si nosotros, historiado- Fes, no estuvimos allf, podemos garantizar que las cosas realmente tuvieron lugar como nosotros las contamos. Con los microhistoriadores, el problema me parece, sin embargo, de otra naturaleza, La busqueda de una forma no depende fundamentalmente de una opcién estética (incluso si ella no esté ausente). Me parece mas de orden heuristico, y esto de manera doble. Invita al lector a parti- cipar en la construccién de un objeto de investigacién, y lo asocia a la elabora- cién de una interpretaci6n. Entre los instrumentos que estén a disposicién de los historiadores, los hay clé- sicos, 0 al menos reconocidos como tales por la profesién. Es el caso del material conceptual, de diversas técnicas de investigacién, de los métodos de medicién, etc. Hay otros, no menos importantes, pero sobre los cuales nos interrogamos mas ra~ ramente, ya sea porque son objeto de una suerte de convencién tacita, 0, mas sim- plemente, porque nos parecen obvios. Asf sucede con las formas argumentativas, los modos de enunciacién, las modalidades de las citas, el uso de la metéfora y, en general, con las formas de escribir la historia. Rozamos aqui un inmenso conjunto de problemas muy vastos que emergen hoy de manera salvaje, en todo caso desor- denadamente, en las preocupaciones de los historiadores.2” Durante mucho tiem- po, estas cuestiones no merecieron ser sujetas a interrogacion. La escritura de la historia se pensaba espontdneamente como el estricto protocolo de un trabajo cien- tifico, En consecuencia, mientras més cientifica se hacia, menos se planteaba el problema. La masa de piezas anexas -documentos, luego, cada vez més, un apara- to en constante crecimiento de series, tablas, graficos, mapas~ parecian garantizar la inexpugnable objetividad del enunciado y dejaban suponer que era el tinico po- sible (0, en todo caso, el mas préximo al enunciado perfecto). Se llegaba asi a ol- 26, Sabina Loriga, Soldats. Un taboratoire disciplinaire: l'armée piémoniaise aw xvine sidcle, Paris, Mentha, 1991; versiGn italiana: Soldati, 'istituzione militare nel Piemonte del Settecento, Ve~ necia, Marsilio, 1992, 27. Pero también antropélogos, desde James Clifford hasta Clifford Geertz ~incluso si el proble- ‘ma estd ya presente explicitamente en Malinowski, Lévi-Strauss y muchos otros, Cf. Clifford Geertz, Works and Lives. The Anthropologist as Author, Stanford, Stanford University Press, 1988. 60 JACQUES REVEL vidar que incluso una serie de precios constituye una forma de relato -ella organi~ za el tiempo, induce una forma de representacién— y que una nocién tan compleja como la de “coyuntura”, tan importante en la historiograffa francesa de los Anna- les, unia en ella, indisolublemente ligadas, un método de anilisis, una hipdtesis in- terpretativa y una manera de contar. De manera atin mas difusa, la escritura de la historia se referia, sin saberlo siempre, al modelo clsico de la novela donde el autor-organizador conoce y do- mina soberanamente los personajes, sus intenciones, acciones y destinos; sabe- mos que se Ileg6 incluso a intentar mezclar los dos géneros. Pero desde hace mucho tiempo la novela ha cambiado. Luego de Proust, Musil o Joyce, su escri- tura no ha dejado de experimentar formas nuevas. Con cierto retraso, la escritura hist6rica hace lo mismo. Ella no comienza a hacerlo hoy. Tomemos un ejemplo que mereceria un andlisis mas profundo: en el célebre libro de Fernand Braudel, La Méditerranée et le monde mediterranéen al’ époque de Philippe H (1949), se sefial6 primeramente el uso original de una triple temporalidad que organiza las tres grandes partes del libro. Se encontraré hoy como completamente icono- clasta leerlo como una tentativa de contar desde tres puntos de vista y en tres re- gistros diferentes, una misma historia, partida entre estos relatos y luego recom- puesta? En todo caso, vale la pena plantearse el problema. Lo que tal vez ha cambiado hoy es que la relacién entre una forma de exposicién y un contenido de conocimiento se ha transformado en objeto de una interrogacién explicita. En esta evolucién los microhistoriadorres desempefian un rol central porque ellos consideran que una elecci6n narrativa concierne a la experimentacién hist6- rica tanto como a los procedimientos de investigacién en si mismos. Los dos as- pectos no son, de hecho, disociables. La invencién de un modo de exposicién no induce solamente efectos de conocimiento. Ella contribuye explicitamente a la produccién de un cierto tipo de inteligibilidad en condiciones experimentales de- finidas. La forma de la investigacién toma aqui todo su sentido: ella asocia al lec- tor al trabajo del historiador, a la produccién de su objeto de estudio. Pera esa no 8 la tinica forma; el libro de Roberto Zapperi sobre Annibale Carraci muestra, a través del itinerario de tres Carracci, dos hermanos y el primo, los tres en el ofi- cio de la pintura en Bolojia, en la segunda mitad del siglo xvi, lo que puede ser la experimentacidn en el género que, en apariencia, menos se presta: la biografia28 El problema se presenta hoy a nivel micro. Nada, por supuesto, impide que lo sea a otros niveles, en otras dimensiones de la investigacién histérica. El ejemplo de Fernand Braudel viene a recordérnoslo.29 Sin embargo, no es por 28. Roberto Zapperi, Annibale Carraci. Ritratto di artista da giovane, Turin, Einaudi, 1989. 29. Lo es hoy, en Francia, al nivel de Ja historia nacional ~en una escala macrohistérica, Algu- nas referencias en A. Burguiére y J. Revel (comps.), “Presentation”, en Histoire de la France , vol. 1, L’Espace Francais, Paris Seuil, 1989, pags. 6-24; y mas recientemente, P, Nora, “Comient éerire histoire de France”, en P, Nora (comp.), Les Lieux de mémoire, vol. 3, Les France, t. 1, Paris, Gal- limard, 1992, pdgs. 11-32. MICROANALISIS Y CONSTRUCCION DE LO SOCIAL 6L yar gi ciertas obras de la microhistoria han tenido un papel determinante en el surgimiento de esta preocupacién nueva (0 mas exactamente, renovada). El vambio de escala ha desempefiado, lo hemos dicho, el rol de un estrangement en el sentido de los semiéticos: de un alejamiento respecto a las categorfas de andli- sis y a los modelos interpretativos del discurso historiografico dominante; pero \umbién respecto a las formas de exposicién existentes. Uno de los efectos del pasaje a lo micro es transformar, por ejemplo, la naturaleza de la informacion y ja relaciGn que el historiador mantiene con ella. G. Levi gusta comparar el trabz jo de éste con el de la heroina de un cuento de Henry James, In the Cage: la tele- yrafista encerrada detrés de su mostrador reconstruye el mundo exterior a partir dle pequefios trozos de informacién que recibe para transmitirlos. No los elige, debe producir lo inteligible a partir de ellos. Pero la palabra tiene sus limites que es importante marear: porque lo que distingue al historiador de la telegrafista de James es que, tan desprovisto como ella, sabe que su informacién es una selec cidn que le es impuesta por la realidad, a la que agrega ademds sus propias elec- ciones. De esta serie de sesgos sucesivos, puede intentar medir los efectos y ex- traer las consecuencias necesarias. Es cierto también que la imagen en el el tapiz vista aw ras du sol no es facil de descifrar. En esta profusién de detalles, ,qué es lo importante y qué no lo es? 1 historiador se encuentra entonces, para pasar de James a Stendhal, en la posi- cin de Fabrice en la batalla de Waterloo en La Chartreuse de Parme: de la gran historia Ia historia sin mas— percibe solamente el desorden. G. Levi se interro- 46, al comienzo de su libro, “sobre aquello que es importante y sobre aquello que no lo es cuando escribe una biografia”.>° En la composici6n de su texto bu: c6 la composicién mejor adaptada para rendir cuenta de una vida, la del cura Gioyan Battista Croce, que nosotros conocfamos por fragmentos y que no toma sentido sino por su insercién en una serie de contextos de referencia disconti- nuos. La eleccién de un modelo narrativo —0, més exactamente, de exposicién— es también la de un modelo de conocimiento. Desde este punto de vista no es in- diferente que sean viejos géneros historiograficos, la biografia, el relato de un acontecimiento, los que de forma privilegiada han sido objeto de este tipo de ex- perimentacién. En su forma tradicional, ellos estdn gastados y, digdmoslo, ya no son crefbles. Si es suficiente saber todo sobre un personaje, de su nacimiento a su muerte, 0 sobre un acontecimiento, en todos sus aspectos, para comprender- los, Ios periodistas contemporsneos estarfan mucho mejor armados que los his- toriadores; Io que no es necesariamente el caso. Pero la biografia o el relato so- bre el acontecimiento desempeiian, me parece, el rol de una experiencia limite: dado que los modelos narrativo-analiticos clésicos ya no son convincentes, {qué debe hacerse —qué puede hacerse~ para contar una vida, una batalla, un fait di- vers? Si, por hipstesis, se renuncia a las convenciones establecidas del género 30.6, Levi, Le Pouvoir au village..., op. cit, pag, 18, 62 JACQUES REVEL -la continuidad de una historia inscripta entre un comienzo y un final, la des» cripeién sobre el modo de la evidencia, el encadenamiento de causas y efecto, etc.—, {en qué se convierten los objetos que se da el historiador?3! Objetos probleméticos. Una experiencia monogréfica, la del cura Croce o la del pintor Annibale Carraci, puede asf ser relefda como un conjunto de tentati- vas, de opciones, de tomas de posicién frente a la incertidumbre. Tal experien- cia no puede continuar pensandose solamente bajo la forma de la necesidad —es- ta vida ha tenido lugar y Ia muerte ta ha transformado en destino- sino como un campo de posibilidades entre las que el actor histérico debié elegir. Un aconte- cimiento colectivo, una insurreccién, por ejemplo, deja de ser un objeto opaco (un poco de desorden) o, al contrario, sobreinterpretado (el accidente insignit cante, pero en los hechos sobrecargado de significacién implicita): se puede ha- cer el intento de mostrar cémo en el desorden los actores sociales inventan un sentido del que simulténeamente toman conciencia. La eleccién de un modo de exposicién participa aqui en la construccién del objeto y de su interpretacién. Pero, nuevamente, los privilegios del andlisis microsocial no me parecen into- cables, Estdn fundados hoy en nuestro indiscutido acostumbramiento al microa- nélisis. Pero no existe ninguna raz6n de principio por la cual los problemas narra- tivo-cognitivos recién evocados no puedan plantearse a nivel macrohist6rico: gla Nueva Historia Econémica no fue pionera hace veinte afios al introducir de f ma razonada, controlable, el uso de las hipétesis contrafactuales en el andlisis hist6rico? Mas que una escala, es aqus nuevamente la variacién de escala lo que parece fundamental. Los historiadores se dan cuenta hoy, pero no son los tinicos. En 1966, Michelangelo Antonioni conté en Blow up la historia, inspirada en un cuento de Julio Cortazar, de un fotégrafo londinense que por azar fija sobre la pe- licula una escena de la que es testigo. Ella le es incomprensible, los detalles no son coherentes. Intrigado, agranda las imagenes (éste es el sentido del titulo) has- ta que un detalle invisible lo pone sobre la pista de otra lectura del conjunto.” La variacién en la escala le permitié pasar de una historia a otra (y, por qué no, a va- rias otras). Es también la leccién que nos sugiere Ia microhistoria. 31 Sobre la biografia véanse las pertinentes reflexiones de G. Levi, “Les usages de Ia biograp- hie", Annales ESC, 6, 1989, pigs. 1325-1336; de J.-C. Passeron, “Biographies, flux, itinécaires, tra- Jectoires", Revue Fracaise de sociologie, XXXI, 1990, pigs. 3-22 (retomado en Le Raisonnement sociologique, Paris, Nathan, 1991. Sobre el acontecimiento, me permito remitir a A. Farge y J. Re- vel, Logiques de la foule. L'affaire des enlévements d’enfants. Paris, 1750, Paris, Hachette, 1988. 32. Para el seript, véase Michelangelo Antonioni, Blow up, Turin, Einaudi, 1967, LA INSTITUCION Y LO SOCIAL Para comenzar, conviene circunscribir el programa —demasiado vago y am- bicioso a la vez— sugerido por el titulo de esta presentacién. Mas modestamente, hos proponemos seguir a grandes rasgos los desplazamientos y las reformulacio- nes del discurso que los historiadores de la sociedad sostienen sobre la institu- ci6n, sobre su eficacia social, sobre las priicticas que genera y, mas ampliamen- te, sobre el mundo institucional. Varios indicios, sobre los cuales volveremos con més detenimiento, parecen atestiguarlo: un interés renovado de los historia- dores por el derecho,! pero también -proveniente de la economfa y 1a sociolo- ga~ por las convenciones y los espacios de legitimacién en los que se inscriben las acciones sociales. Este tipo de preocupaciones no es indiferente a una refle- xién més general sobre la historia social. Porque si es cierto que existe un irre- ductible institucional (0, més ampliamente, juridico), que se manifiesta proba- blemente no tanto a través de los objetos especificos como en el modo de produccién de las instituciones y en las tecnologias que ellas inducen,? intenta- remos mostrar que los términos del debate vigente son inseparables de las cues- tiones que los historiadores sociales se plantean desde hace algunos afios: tanto 1. ¥ del que da fe, por ejemplo, ef niimero especial de los Annales ESC, 6, 1992, “Droit, histoi- re, sciences sociales 2. Este es un campo en el que no correré el riesgo de aventurarme, y por lo tanto un limite evi- dente de esta presentacién: la falta de competencia es su razén principal; pero también porque la aproximacién juridica podrfa haber sido menos determinante en el desplazamiento de los desaffos que las interrogaciones de la historia social. A mi juicio, en todo caso, el punto se justifiea para la historiografia de la madernidad; sin duda, diferente seria el caso para otros perfodos.

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