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intensa actividad agrícola; y se dan, desde luego, las migraciones definitivas que
culminan con el avecinamiento de los migrantes en los centros urbanos. Además,
es relativamente común que estos tipos de migraciones se combinen y las que son
intermitentes terminen por convertirse en definitivas.
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Estructura social
Para hacer frente a sus necesidades de sobrevivencia, que aumentaban también con el crecimiento
de sus poblaciones, los campesinos optaron por extender sus áreas de cultivo. Pero, para este
momento, las comunidades rurales tuvieron que enfrentar a un nuevo enemigo: la pequeña propiedad
inafectable. Ésta pertenecía a un sector de la clase capitalista que había crecido mucho desde 1941,
pues la mayor parte de las grandes obras de riego hechas por los gobiernos se destinaron a la
propiedad privada y no a la ejidal.
El neolatiñmdio, como se le llamó, creció por el campo mexicano disputándole de manera ventajosa a los
campesinos las mejores tierras y los apoyos del Estado. La política económica industrializadora
priorizaba los cultivos comerciales de exportación que se hacían principalmente en propiedades no
ejidales. En realidad, la concepción cardenista de los campesinos y el ejido se abandonó desde 1941,
año en el que se restituyó la idea de que los productores agropecuarios productivos y eficientes
eran los privados.
En esa dinámica, la extensión de las superficies de cultivo se hizo cada vez más difícil. La tierra, como
recurso limitado, se fué haciendo cada vez más insuficiente, la presión sobre la misma aumentaba y
los apoyos gubernamentales no llegaban a los productores de granos básicos. Los campesinos sin
tierra, que no habían desaparecido, comenzaron a incrementarse por miles y, junto con los
minifimdistas, renovaron -pues no había concluido- la añeja tradición campesina de lucha por la
tierra, por lo que ésta volvió a ser la demanda central del campesinado mexicano.
Para controlar esta situación el Estado utilizó la represión y el desalojo de las invasiones de los
campesinos a las propiedades privadas. Pero la presión campesina continuó presente y obligó en
repetidas ocasiones a apresurar el reparto agrario, mismo que sirvió como una forma de contención al
descontento rural. No es casual que la intensidad en el reparto de tierras haya seguido los ritmos que
tuvo. (Aunque el reparto agrario durante el sexenio 1970-1976 se analizará con más detalle en el
apartado 4.1.4, hemos considerado conveniente adelantar algunos datos con el fin de que se tenga una
visión más global del problema.)
Como puede observarse, después de 1940 el reparto descendió significativamente. Dieciocho años
después, la presión campesina ya era fuerte y en ocasiones se convertía en verdadera insurgencia
rural. Como dijimos, ello obligó a acelerar el ritmo en el reparto de tierras con cierta permanencia, desde
el sexenio de López Mateos al de Díaz Ordaz y al de Luis Echeverría, que abarcan los últimos 15
años de los 19 que duró el periodo de desarrollo estabilizador. La administración echeverrista heredó
un campo mexicano en plena efervescencia, misma que durante los setenta llegó a considerarse
como desestabilizadora del orden no sólo económico, sino también político.
Por último, aunque ya hemos tratado el tema (3.2.2), vale la pena comentar que otro gran efecto en la
estructura social derivado del deterioro de la economía campesina fue el fuerte movimiento migratorio
campo-ciudad. La lucha por la tierra y la búsqueda de nuevas oportunidades de trabajo fueron dos de
las salidas que millares de campesinos intentaron para superar sus problemas económicos.
:2la 3.1 Población Económicamente Activa y población total 1910-1970. Fuente: INEGI. Estadísticas
históricas de México, 1994.
Los movimientos que nos muestra la gráfica 2.6 son bastante claros y tienen estrecha relación con
los problemas y desequilibrios económicos que se suscitaron al final del desarrollo estabilizador.
Podemos expresar esto en la forma siguiente:
1- La PEA del sector agropecuario sufre un descenso acelerado y permanente, movimiento que
concuerda con la crisis del sector agropecuario que determinó el descenso de la participación de este
sector en el PIB (véase gráfica 3.2).
2.-La PEA del sector industrial experimenta un ascenso moderado y relativamente estable, que
sugiere cierta correspondencia con la participación de ese sector en el PIB, siendo consecuencia, a
su vez, del impulso a su crecimiento que recibió por parte de los gobiernos a partir de 1941 (véase
gráfica 3.2).
3.-La PEA del sector servicios también experimenta un ascenso moderado hasta 1960 y un tanto más
acelerado después. Esto también concuerda con el desarrollo del sector en relación con el PIB.
Después de haber analizado el texto, define los siguientes términos.
El proyecto original de la Constitución fue elaborado por la primera de estas corrientes y era fun-
damentalmente un proyecto liberal que centraba su atención en garantizar los derechos individuales
de los mexicanos, en muy diversos aspectos de la vida social de la nación. La idea en la que se
fundaba era que el establecimiento de un régimen institucional y iegal, que resolviera dentro de esas
instancias las diferencias surgidas entre los distintos individuos integrantes de la sociedad, era
sobradamente suficiente para garantizar, en breve plazo, tanto la urgente paz para el país como las
condiciones para su desarrollo armónico futuro.
Este proyecto fue fuertemente debatido en el Congreso (del 1 de diciembre de 1916 al 31 je enero de
1917) por la tendencia popular, cuyos diputados sostenían que, además de los derechos individuales,
la Constitución debería garantizar una serie de derechos de los sectores populares, en especial de
obreros y campesinos, los cuales, en la realidad, no podrían defender sus derechos como individuos
aislados ante sectores económicos más poderosos, sino que requerían que éstos fueran
constitucionalmente reconocidos por la constitución como derechos sociales, a fin de lograr
relaciones más justas entre sectores objetivamente desiguales en .3. realidad nacional.
Ya desde ese entonces los líderes populares sabían lo que era enfrentarse individualmen-:s a los
patrones. Los campesinos perdían sus tierras y los obreros que no tenían más que su fuerza de
trabajo para emplearse, terminaban sumidos en largas jornadas laborales, con sálanos muy bajos, sin
condiciones de seguridad en el trabajo y despedidos de manera fácil cuando dejaban de ser útiles
para la empresa. De ahí la necesidad de que en la Constitución se reconocieran los derechos
sociales que en realidad trataban de proteger los derechos de las clases populares (tierra y trabajo)
de la voracidad capitalista.
Del debate entre estas dos tendencias, en lo referente a los derechos sociales, resultó rredominante
la tendencia popular, con lo cual quedaron garantizados en la Constitución, idemás de los derechos
individuales, otros tan importantes como el derecho a la tierra para los campesinos y el derecho a la
sindicalización, a la huelga y a la jornada máxima establecida ; egalmente respecto a los obreros. De
forma paralela, se dio al Estado un papel de mediador en ".os conflictos entre los distintos sectores y
clases, y en adelante este papel fue crucial para el ¿esarrollo del sistema político.
La Constitución de 1917, por otra parte, mantuvo casi intacta la propuesta de organización del Estado
hecha por la tendencia carrancista en el proyecto original. Uno de los elementos clave de este
proyecto es la conformación de un poder público dividido en tres poderes: ejecutivo, legislativo y
judicial, el cual, a diferencia de las propuestas clásicas de división de poderes, buscó dar fuerza y
predominancia al ejecutivo, es decir, al Presidente de la República.
Esta característica surgió de lo que los constituyentes veían como una necesidad inmediata del país:
lograr un gobierno capaz de unificar a las distintas fuerzas participantes en la Revolución, y que no
estuviera sujeto a permanente obstaculización por parte de los demás poderes, particularmente del
legislativo que, se pensaba, en tanto constituido de manera plural y colectiva, podía devenir en
escenario natural de confrontaciones de facciones, en perjuicio de la nación.
Quedaron así establecidas, en la Constitución de 1917, dos de las características principales del
Estado mexicano, vigentes hasta nuestros días: la figura presidencial fuerte y su papel de mediador y
conciliador de los intereses de diversos grupos, atribución garantizada, circularmente, por la fuerza
del propio gobierno.
A partir de ese momento, la relación con las masas se volvió determinante para el Estado, teniendo
ésta, de suyo, un carácter ambivalente: por un lado, el Estado obtenía de ellas su legitimidad y su
fuerza para el ejercicio del poder, por lo que se veía obligado a favorecer la satisfacción de sus
necesidades más
elementales; por el otro, prevalecía Ja necesidad de contener las exigencias populares dentro de
ciertos márgenes, evitando que su crecimiento provocara confrontaciones graves con los grupos
económicamente poderosos, aliados silenciosos del Estado, o, incluso, que las movilizaciones
llegaran a cuestionar las características y conformación del propio Estado, en algo que pudiera
asemejarse a intentos de participación directa en él.
Con los elementos legales, políticos y sociales que durante la Revolución fueron convergiendo para la
constitución del nuevo Estado, éste dispuso de los elementos necesarios para lograr, de vez en vez,
equilibrar estas fuerzas contradictorias en favor de su propio fortalecimiento.
Su capacidad legal y real para aplicar reformas sociales fue uno de los principales instrumentos de
que dispuso en esta tarea, y fue utilizado con toda la precisión necesaria para no ceder a las
demandas obreras y campesinas ni más de lo suficiente ni menos de lo indispensable. Así, el Estado
logró:
Sobre esta base se constituiría, en los años por venir, la red de mecanismos que le permitieron:
En la formación de este orden, convergieron una gran variedad y cantidad de fuerzas -organizadas en
infinidad de partidos- que en la mayoría de los casos respondían a expresiones revolucionarias
regionales y sin elementos de cohesión nacional.
Asimismo, como resultado lógico del carácter armado de la Revolución, sin dejar de lado algunas de
las tradiciones políticas mexicanas del siglo XIX, al menos la primera etapa del nuevo régimen se
caracterizó por la predominancia de las grandes figuras de la revolución, verdaderos caudillos cuya
relevancia, principalmente militar, les daba un lugar central en el juego político.
Dentro de esta lógica, y dadas las características que se confirieron a la Presidencia de la República,
el cargo sería ocupado, en sus primeras veces, por algunos de los principales generales
revolucionarios, comenzando con el propio Venustiano Carranza.
Posteriores conflictos entre las fuerzas revolucionarias, protagonizadas por el propio Venustiano
Carranza, por un lado, y por Alvaro Obregón, por el otro, concluyeron con el asesinato del primero y
con la elección del segundo como Presidente de la República, el cual, a su vez, sería sucedido por
Plutarco Elias Calles, otra figura preponderante de las filas revolucionarias. Durante estos periodos
comenzaron a consolidarse algunas organizaciones obreras, entre las que destaca, por su
importancia política, la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM).
Los seis años posteriores son conocidos en la historia de México como el maximato. Este nombre se
debe a que, si bien ocuparon formalmente la Presidencia tres personas (Emilio Portes Gil, Pascual
Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez), el poder efectivo era ejercido por Calles, llamado jefe máximo de
la Revolución.
Calles, además, había dado una importante cobertura política a este poder, con la constitución, en
1929, recién terminado su periodo presidencial, del Partido Nacional Revolucionario (PNR),
antecedente del actual Partido Revolucionario Institucional (PRI), en el cual se integraban y se daba
mando único a la gran mayoría del sinfín de partidos y grupos revolucionarios existentes a la sazón,
comenzando así un proceso de centralización de poder que concedía al nuevo partido espacios para
controlar al conjunto de las distintas fuerzas, dirigidas hasta entonces al arbitrio de caudillos
regionales. Pocos afios después, este poder terminaría de consolidarse al decretar la disolución
obligatoria de todos los grupos que inicialmente habían conformado el PNR.
El esquema político sustentado en el caudillismo fue mostrando, a lo largo de esos años, los riesgos
que implicaba la consolidación de un sistema político estable y aceptable para la
mayoría de los sectores sociales, en virtud de la obvia tendencia a producir inercias en la
permanencia de algunos caudillos como figuras centrales del poder, en detrimento de las
aspiraciones, no sólo políticas, sino económicas y sociales de los grupos y sectores sociales dejados
de lado.
En efecto, uno de los primeros problemas políticos de gran envergadura que Cárdenas tuvo que
afrontar fue la presencia activa y dominante de Calles en la vida política del país, la cual se manifestó
en una abierta confrontación con la línea popular del Presidente a los pocos meses de iniciada su
administración. Tras un breve, pero grave conflicto, en el que Cárdenas obtuvo el apoyo de sectores
importantes de los trabajadores organizados, Calles fue expulsado del país, refugiándose en los
Estados Unidos.
Durante ese periodo, y en los momentos posteriores, Cárdenas comenzó a establecer las bases para
el fortalecimiento de la presidencia, dando efectividad a las atribuciones que por derecho tenía desde
la promulgación de la Constitución y modificando las relaciones al interior de las fuerzas gobernantes
de modo tal que el Presidente tuviera, en calidad de tal, posibilidad efectiva de mediar entre ellas y de
imponer a unas u otras decisiones de gobierno.
Simultáneamente a este proceso, aunque de manera menos espectacular, con Cárdenas se dan los
pasos definitivos hacia la consolidación del corporativismo.
El corporativismo es un sistema de relaciones políticas entre el Estado y las masas a través de sus
organizaciones o cuerpos organizados. En él, los distintos grupos sociales, identificados como
sectores, negocian y dialogan con quien ejerce el poder, fundamentalmente por medio de los
representantes formales de dichas organizaciones, quedando las demandas individuales
condicionadas a su incorporación a las demandas colectivas.
La existencia de esta intermediación obligada, como se puede suponer, dio también firmeza a la
consolidación de cúpulas dirigentes en cada organización, cuyos miembros, en tanto representantes
y voceros de amplios sectores, podían negociar de manera privilegiada, tanto en favor de sus
representados como en beneficio propio. Así, dichos dirigentes fueron integrándose de manera
preferente a los rejuegos políticos del Estado y participando del poder público más allá de los
intereses de sus agremiados, cuyas demandas y necesidades comenzaron a ser cada vez más
condicionadas, tanto a los intereses de las cúpulas dirigentes, como a las necesidades del propio
Estado.
Con Cárdenas se formalizó la integración del PNR en cuatro sectores: el obrero, representado por la
Confederación de Trabajadores de México (CTM); el campesino, con la Confederación Nacional
Campesina (CNC); el popular y el militar, el cual desaparecería poco tiempo después. En 1938, estos
sectores pasarían a integrar el Partido de la Revolución Mexicana, continuación revisada del PNR,
fundado por Lázaro Cárdenas el 30 de marzo de aquel año. Posteriormente, el 18 de enero de 1946,
durante la presidencia de Manuel Ávila Camacho, el PRM sería disuelto para fundar el Partido
Revolucionario Institucional, integrado por la CTM, la CNC y la Confederación Nacional de
Organizaciones Populares (CNOP), corporación del sector popular fundada en 1943.
Finalmente, también bajo el régimen de Cárdenas se consolidó como norma el patrón de las
relaciones entre el Estado y los capitalistas que ya se había prefigurado durante las etapas previas.
Este patrón se componía por dos vertientes fundamentales: primera, los patrones renunciaban en los
hechos a participar abiertamente como sector en la vida pública de la nación, si bien mantenían su
influencia a través de negociaciones discretas con el Estado, a fin de favorecer sus propios intereses;
segunda, se legitimaba de manera implícita la política de reformas sociales del Estado,
particularmente importante durante el cardenismo, a cambio de que éstas no pusieran en peligro las
condiciones básicas para la reproducción del capital.
Sobre estas bases, el Estado logró una privilegiada posición como mediador efectivo entre las clases
sociales, al tiempo que el capital obtuvo garantías de protección estatal, tanto en conflictos internos
con la fuerza laboral, como respecto al capital extranjero, a cambio de renunciar al protagonismo
político y ceder periódicamente a las demandas de los trabajadores, que contaban, hasta cierto
punto, con apoyo estatal para tales fines.
Sin embargo, bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, en 1968, el autoritarismo estatal fue
duramente cuestionado por un amplio movimiento estudiantil en la ciudad de México. Este
movimiento, surgido de forma vertiginosa de protestas en contra de actos represivos de la policía y el
ejército, creció espectacularmente a lo largo de poco más de dos meses, durante los cuales no sólo
avanzó hacia demandas políticas de importancia en aquel momento -tales como la liberación de los
presos políticos- sino que además logró la participación, o al menos la simpatía, de importantes
sectores de la población.
La cerrazón del gobierno a escuchar las demandas estudiantiles, así como su actitud violentamente
represiva frente a éstos, por un lado, y la espontaneidad, radicalización e ingenuidad política de los
propios estudiantes, por el otro, llevaron al movimiento a una condición tal en que no existía
posibilidad de solución dialogada con el gobierno.
Esta situación hizo crisis el 2 de octubre de 1968, cuando distintas fuerzas represivas del gobierno
mexicano arremetieron a tiros contra una gran manifestación estudiantil que se llevaba a cabo en la
Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, provocando una cantidad de estudiantes muertos hasta hoy
no precisada, pero que según algunos estudiosos alcanzó a varios cientos,
A partir de ese momento, y si bien el movimiento estudiantil fue acabado, se hizo claro que el Estado
tendría que transitar hacia nuevas formas de ejercer el poder, más abiertas a la pluralidad y a las
exigencias democráticas de la sociedad, que eran ya inocultables conciliación con los intereses del
capital. En su formación participaron activamente sectores anarco-sin-dicalistas, de cuya influencia
derivó la importante presencia de este partido entre los obreros, en los primeros años de su vida.
El desarrollo del PCM mostró variaciones en cuanto a su relación con el Estado, con el cual colaboró
incluso en algunos momentos, particularmente durante la administración de Cárdenas, debido a que
el enfoque popular de este gobierno era visto con buenos ojos por los comunistas. Sin embargo, la
mayor parte de su vida política este partido fue proscrito, viéndose obligado a permanecer en la clan-
destinidad.
Con el paso de los años, a causa de la represión sistemática de que fue objeto y de errores de
distinta índole en sus acciones políticas, el PCM fue perdiendo gradualmente su influencia entre
obreros y campesinos. Después, y pese a que desde su perspectiva marxista los obreros y los
campesinos eran las clases fundamentales para la transformación de la sociedad, el PCM fue
ganando influencia entre sectores medios de la sociedad, de manera principal entre artistas y
universitarios, los cuales llegaron a constituir su principal fuerza en los años sesenta y setenta.
En 1970, el PCM se encontraba en la semiclandestinidad, con muchos de sus dirigentes presos por
su participación en el movimiento estudiantil de 1968 y, por supuesto, sin registro legal para participar
en los procesos electorales del país.
Por otro lado, también dentro del espectro de la izquierda mexicana, en 1948 se fundó el Partido
Popular, que en 1963 cambiaría su nombre por el de Partido Popular Socialista (PPS).
Este partido se fundó bajo la influencia de su principal dirigente e ideólogo, Vicente Lombardo
Toledano, figura relevante del movimiento obrero, particularmente en los tiempos de Lázaro
Cárdenas, con cuya política popular, al igual que el PCM, tuvo coincidencias, y en los que encontró
espacios para una amplia participación pública.
Sin embargo, a diferencia del PCM, el PPS se inclinó por una línea de conciliación con el Estado, con
frecuencia a costa de apoyar o al menos justificar medidas autoritarias o antipopulares de éste.
En especial, el PPS adoptó una política de confrontación con la oposición de derecha, principalmente
contra el Partido Acción Nacional (PAN), al que nos referiremos más adelante. De esta manera sirvió
al Estado y a su partido para contrarrestar, en cierta medida, a estas corrientes y para comportarse,
también en el terreno de lo político, como un mediador capaz de lograr el equilibrio entre diferentes
fuerzas.
Uno de los ejemplos más significativos de esta actitud frente al Estado se dio, sin embargo, no en su
confrontación con la derecha, sino en sus violentos ataques al movimiento estudiantil de 1968 dentro
de la Cámara de Diputados, en el que, lejos de apreciar las profundas causas sociales y políticas del
mismo, el PPS se esforzó por verlo como una provocación de grupos marginales de la sociedad
contra el Estado
En 1970, el PPS poseía registro electoral, gracias a lo cual disponía de cierto número de diputados
de partido en cada legislatura federal siendo, sin embargo, su número de votos sumamente bajo.
Por otro lado, durante la administración carde-nista, el PRM no sólo atrajo a la cercanía del Estado a
algunas fuerzas opositoras, sino que también generó el rechazo de otros sectores, en particular de
las clases medias conservadoras, temerosas de los alcances de las reformas sociales de aquel
periodo, con lo cual acabó por formarse en una nueva oposición política al régimen.
El Partido Acción Nacional, que al principio no fue una organización particularmente fuerte, fue
ganando presencia con el paso de los años, aglutinando en especial a sectores de las clases medias
urbanas de algunas regiones del país, siendo en 1970 el más importante partido de oposición con
participación electoral, y el único con capacidad para disputar al PRI pequeños triunfos electorales, si
bien imposibilitado por las dimensiones de su fuerza política para competir exitosamente en estados
completos, por no hablar del país en su conjunto.
El último de los partidos con presencia importante en 1970, derivada más que de su arraigo social, de
la posesión de un registro electoral, era el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana..
Este partido, fundado en 1954 por antiguos generales revolucionarios como resultado tardío de la
disolución del sector militar del PRM, sostuvo en lo fundamental las propuestas de dicho partido,
siendo su existencia más un espacio político para disidentes del Estado que la expresión política de
algún sector social.
Como tal, el PARM se mantuvo durante este periodo a Ja sombra del PRI, apoyándolo virtualmente
en cada uno de sus actos y teniendo como consecuencia la votación más baja de los cuatro partidos
con registro electoral en 1970 (PRI, PAN, PPS y PARM).
En su conjunto, entre 1929 y 1970, los partidos políticos opositores poco o nada pudieron hacer en el
terreno de la política en general, y en el de las elecciones en particular, para impulsar proyectos
distintos a los del PRÍ.
Estos partidos, junto con algunos oíros de existencia más efímera, no pudieron aglutinar fuerzas
sociales comparables a las que participaban en la coalición integrada en torno al partido del Estado,
quedando sistemáticamente no sólo en condición de minoría respecto a éste, sino también en una
crónica situación de debilidad organizativa y económica, en comparación con aquel partido, el cual
disponía para sí de todo el poder y los recursos estatales.
Sin embargo, durante esos aflos, los equilibrios y capacidad de conciliación del Estado distaron
mucho de ser suficientes para evitar del todo la inconformidad popular que, resultante del sinnúmero
de carencias e injusticias prevalecientes después de aflos de Revolución, tenía, sin embargo,
expresiones generalmente reducidas en algunos sectores menores o aislados de la población o, si
acaso, en algunas regiones del país.
Fueron así frecuentes en éste_periodo los actos de represión por parte del poder público, mismos
que, en virtud de la fortaleza estatal, no llegaban aponer en peligro su estabilidad, ni producían, en
términos generales, reacciones amplias de rechazo popular, pudiendo, casi siempre de manera
inmediata, retornar a los cauces tradicionales de negociaciones corporativas y relaciones políticas
verticales.
Hubo, sin embargo, en el terreno de las elecciones, tres momentos históricos en los que la
inconformidad popular logró expresarse ampliamente, alterando Ja tradición de realizar el cambio de
mandos como un asunto interno del partido gobernante, con los votantes como poco más que
simples espectadores, para convertirlo en un asunto de decisión pública, característica ajena al
sistema político que operaba.
Estos tres momentos fueron en 1929 con la candidatura de José Vasconcelos; en 1940, con la de
Juan Andrew AJmazán; y en 1952 con la de Miguel Enríquez Guzmán. De cualquier modo, en los tres
casos -si bien en el último con un importante despliegue de violencia- el Estado se impuso sobre la
inconformidad popular, logrando restablecer sus equilibrios y, desde luego, conservando el poder.
Así, en los aflos posteriores, el Estado y su partido no volvieron a enfrentar riesgos serios en los
procesos electorales, quedando establecido un sistema de partidos dominado totalmente por el
partido gobernante, con una reducida oposición real de derecha, representada por el PAN, una
efímera y muy débil oposición católica simbólica, representada por el Partido Nacionalista Mexicano,
PNM, que obtuvo su registro en 1951 y lo perdió en 1964, y una complaciente oposición formal, y con
frecuencia aliada, constituida por el PPS y el PARM.
El Estado se garantizaba así una especie de paraíso electoral en el que, sometiendo su continuidad
al juicio de las elecciones éstas nunca le podían ser desfavorables. Sin embargo, otros
acontecimientos electorales, así como, una vez más, el movimiento estudiantil de 1968, alterarían
posteriormente esta situación.
En las últimas dos secciones hemos ya mencionado algunos momentos relevantes del desarrollo del
movimiento obrero entre el fin de la Revolución y el establecimiento del corporativismo. En adelante
profundizaremos en las características de este movimiento y analizaremos las de su desarrollo hasta
1970.
Los obreros, junto con los campesinos, fueron las clases sociales más lesionadas en sus condiciones
de vida por el porfíriato. Esto explica, sin duda, que haya sido entre los obreros donde surgieron
algunos de los primeros movimientos de descontento que podemos considerar como antecedentes
directos del estallido revolucionario de 1910. Tal es el caso de las huelgas de Cananea y Río Blanco
en 1906.
Iniciada la Revolución, el movimiento obrero participó en ella de manera dinámica. En los primeros
afios, se multiplicaron por distintas zonas del país los sindicatos, publicaciones y organizaciones
políticas ligadas a este movimiento, así como, desde luego, la forma más característica de
movilización obrera: la huelga. En poco tiempo, hacia 1912, las movilizaciones resultaron en la
conformación de la Casa del Obrero Mundial, organismo de gran magnitud que acogía a distintos
núcleos de trabajadores e intelectuales vinculados al movimiento.
Sin embargo, durante el proceso, y en tanto que el movimiento obrero levantó de forma inmediata
demandas propias, reivindicativas de las necesidades apremiantes de este sector, surgieron
rápidamente serias fricciones con el gobierno maderista, cuyas reformas distaban mucho de
satisfacer las exigencias sociales, no sólo de los obreros, sino desde luego de los campesinos
mexicanos.
A partir de 1915, la Casa del Obrero Mundial estableció una alianza con Carranza y los
constitucionalistas. En esta alianza, a cambio del compromiso de una legislación favorable a sus
demandas, los obreros se comprometieron a apoyar militarmente al ejército constitucionalista,
surgiendo así los batallones rojos.
Estos batallones, sin embargo, fueron utilizados para enfrentar al ejército villista, que en ese entonces
peleaba sus últimas batallas por lograr impulsar una política agrarista. Los resultados de dicho uso
fueron desastrosos, tanto para los campesinos como para los obreros, pues ¡os villistas fueron
derrotados por Carranza precisamente en e] periodo que contó con el apoyo de los batallones rojos, y
éstos, una vez utilizados para desmembrar las demandas campesinas, fueron disueltos sin obtener
satisfacción a sus propias demandas. El descontento obrero se generalizó, y en 1916 se convocó a
una huelga general, que fue declarada ilegal primero y brutalmente reprimida después. Como
consecuencia de eiio, ía Casa deí Obrero Mundial se vio obligada a cesar sus labores.
Los años que siguieron se caracterizaron por el intento estatal de recomponer el apoyo de las masas
obreras a su favor, tarea en la cual jugó un importante papel la incorporación, a la Constitución
Mexicana, del artículo 123, que rescata importantes demandas laborales.
La CTM surge en el contexto de la transformación del Estado mexicano durante el régimen de Lázaro
Cárdenas y es resultado, primero, del impulso dado por Cárdenas ai movimiento de masas, el cual le
resulta indispensable para obtener la fuerza social necesaria para la aplicación del nuevo proyecto
político, opuesto al caudillismo vigente y personificado por Plutarco Elias Calles, y, segundo, de la
necesidad, derivada de ese mismo proyecto político, de establecer mecanismos estatales de control
sobre el movimiento obrero, a fin de evitar su independencia y eventual oposición al propio Estado.
De esta segunda gran fuerza, la tendencia corporativa quedó establecida sólidamente durante el
periodo cardenista y de ahí derivó el papel desempeñado por la CTM, una vez concluido el periodo
de intensa movilización obrera en 1938. Es decir, contuvo y controló a las movilizaciones obreras que,
desde dentro o fuera de la CTM, pretendieron en los años siguientes levantar sus demandas con
independencia del Estado.
Así, a partir de 1941, pero con particular fuerza en el periodo que va de 1948 a 1952, la CTM asumió
cada vez con mas fuerza la característica de organismo de control estatal sobre el movimiento
obrero, conteniendo y reprimiendo dentro de sus filas cualquier intento de movilización que no
conviniera a los intereses estatales. En este periodo, la expulsión y el aislamiento de los dirigentes
obreros más combativos se hizo la norma. En 1948, el propio Lombardo Toledano, fundador de la
Central, fue expulsado de ésta.
Los movimientos independientes, sin embargo, continuaron surgiendo a lo largo de los siguientes
años, destacando entre ellos los movimientos ferrocarrileros de 1948 y 1958, el minero de 1950 y los
de maestros, electricistas y petroleros en la década de los cincuenta.
En cada caso, los movimientos fueron combatidos, en distintos grados, por la propia CTM, contando
para esto con el apoyo estatal que, en no pocas ocasiones, se tradujo en la represión violenta del
movimiento y el encarcelamiento de importantes líderes, como Demetrio Vallejo y Valentín Campa,
por mencionar sólo algunos.
En 1970, estando aún muchos de aquellos dirigentes en las cárceles, las tendencias independientes
y democráticas continuaban en contienda dentro del llamado movimiento obrero organizado. Y así
seguirían enfrentándose con las ya anquilosadas diligencias de prácticas corporativas.