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que no quera dejarnos. Los cuatro nos quedamos amarillos, inmviles ante la
cara que a tres pasos estaba dirigida a nosotros, siempre a nosotros!
Dieron las cuatro de la maana y quedamos completamente solos.
Instantneamente el miedo volvi a apoderarse de nosotros.
Primero un estupor tembloroso, luego una desesperacin desolada y
profunda, y por fin una cobarda inconcebible a nuestras edades, un
presentimiento precis de algo espantoso que iba a pasar.
Afuera, la calle estaba llena de brumas, y el ladrido de los perros se
prolongaba en un aullido lgubre. Los que han velado a una persona y de repente
se han dado cuenta de que estn solos con el cadver, excitados como
estbamos nosotros, y han odo de pronto llorar a un perro, han odo gritar a una
lechuza en la madrugada de una noche de muerto, solos con l, comprendern la
impresin nuestra, ya sugestionados por el miedo, y con terribles dudas a veces
sobre la horrible muerte del amig.
Quedamos solos, como he dicho; y al poco rato, un ruido sordo, como de un
borboteo apresurado recorri la sala. Sala del cajn dnde estaba el muerto, all,
a tres pasos, le veamos bien, levantando el busto con los algodones esponjados,
horriblemente lvido, mirndonos fija-mente y se enderezaba poco a poco,
apoyndose en los bordes de la caja, mientras se erizaban nuestros cabellos,
nuestras frentes se cubran de sudor, mientras que el borboteo era cada vez ms
ruidoso, y son una risa extraa, extrahumana, como vomitada, estomacal y
epilptica; y nos levantamos desesperados y echamos a correr, despavoridos,
locos de terror, perseguidos de cerca por las risas y los pasos de aquella
espantosa resurreccin.
Cuando llegu a casa, abr el cuerpo, y descorr las sbanas, siempre
huyendo, vi al muerto, tendido en la cama, amarilleado por la luz de la madrugada,
muerto con mis tres amigos que estaban helados, todos tendidos en la cama,
helados y muertos...