Origen de la cascada de Bailadores Se acercaba el día memorable en la vida de la Princesa Carú, hija del Cacique Toquisai, jefe de los indios Bailadores, porque iba a contraer nupcias con el hijo del Cacique de Los Mocotíes.
La tribu de los indios bailadores estaba
asentada en las márgenes de los ríos Zarzales, en el mismo lugar que hoy ocupa la ciudad de Bailadores. Todo el mundo indígena se preparaba para la esperada fiesta de la boda de la Princesa. Los fieros guerreros habían dado lustre a sus flechas y arcos, preparándose para el desfile del acompañamiento nupcial. Las mujeres indias ya habían hecho acopio de grandes cantidades de yuca, apio, maiz tierno y algunos venados y lapas, para la gran comilona de la boda y la alcoba nupcial estaba lista. El novio un apuesto mancebo, valiente entre los valientes, esperaba ansioso la llegada de la hora en que vería hecha realidad, su suprema aspiración de poseer a la bella Princesa.
De pronto sonó en la lejanía el retumbar
de las notas de un cuerno de uno de los vigías, que anunciaba que una legión de extranjeros, montados sobre bestias desconocidas, para ellos, se acercaban. Se tocó la alarma de guerra y todos los varones corrieron a empuñar sus armas y a presentar la batalla a los invasores.
Al lado del valeroso jefe Toquisai
marchaba el novio de su hija y, detrás de la legión de indios, dispuestos a expulsar de sus tierras a los intrusos.
La batalle fue desigual y desastrosa para
los indios. Los invasores, que no eran otros que los huestes de Juan Rodríguez Suárez, en marcha hacia la Sierra Nevada, hicieron estragos entre los indios, con sus bastones escupían fuego a distancia y sus cabalgaduras que atropellaban y pisoteaban a los guerreros indios.
Cuando la batalla hubo terminado y los huestes
españoles se perdieron en la distancia, los indios se dedicaron a recoger a sus muertes, entre los cuales se contaba el novio. El cadáver de éste, le fue llevado a la Princesa y ella en su inmenso dolor, bañada en lágrimas, lo llevó a cuestas, montaña arriba. Desde sus antepasados, les venía la creencia de que allá arriba en las montañas, por donde salía el sol, vivía el díos dueño de la vida y de la muerte y ella pensó, que llevándole el cuerpo de su amado tal vez el dios bueno le devolvería la vida. Subió y subió montaña arriba, cargando el cuerpo de su amado, derramando copiosas lágrimas y aunque las fuerzas le flaqueaban, seguía adelante. Había que llegar a la cúspide, hasta donde la luz se reparte entre el horizonte y el valle. Al tercer día, ya sin fuerzas y desesperada por el dolor, murió abrazada al cuerpo de su novio. El dios de la montaña, conmovido por esa sobre humana demostración de amor, recogió en sus manos las lágrimas de la Princesa y las derramó por el espacio, para que volvieran allá abajo, donde estaban los suyos, para que estos supieran por siempre de su gran amor. Y así fue, que allá en lo alto de la montaña, desde una piedra en forma de cabeza humana, nacen las aguas, que son las lágrimas de la Princesa Carú y que forman la cascada de Bailadores. Más arriba aún las nubes recogen por el mundo, las lágrimas de todas las doncellas que lloran por amor y en las tardes, convertidas en blancos copos de neblina, se arrastran por el valle, recogiendo el perfume de los frailejones y de la yerba- buena y luego vierten esas lágrimas donde yace la Reina de las Doncellas, La Princesa Carú. Y acá abajo, esas lágrimas caen vaporosas, cual blanco velo de novia, impregnando las flores que abren sus corolas hacia el cielo, formando un ramillete nupcial, para esos novios que están para allá arriba, eternamente juntos.