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Celestino ha desaparecido
Toda esa noche llovió, pero como yo estaba tan cansado, no me detuve a pensar que mi
Celestino se estaba mojando en la calle, amarrado nomás a la reja de la ventana y, lo
que es lo peor, no me detuve a pensar que se le estaría cayendo todo el tizne y estaría
más azul que nunca.
Le expliqué que me habían robado mi burro, que debía volver a mi casa ya pronto, que
papá me esperaba. Don Rufino era un buen hombre y me pidió las señas de Celestino
para ayudarme. En ese momento me acordé que la noche anterior había llovido, que
Celestino debía tener su color natural, que seguramente andaría por ahí tan azulito como
el cielo.
—«¡Claro!,— me dijo don Rufino— yo vi a unos hombres que llevaban un burro azul.»
Me dijo que él me ayudaría, que fuéramos juntos a hacer las entregas de agua del día y
en cada casa preguntaríamos por el burro azul, que seguro con eso daríamos con él. Ese
día conocí muchos patios, zaguanes y cocinas elegantes; unas casas tenían enormes
escaleras blancas de mármol —una piedra que parecía como hecha de nubes—, fuentes
cantarinas y macetones llenos de flores. Desde las ventanas que daban a la calle
alcanzaba a ver espejos grandísimos, pianos, candelabros de cristal y plata, aguamaniles
muy adornados.
Cada nueva casa a la que llegaba con don Rufino era una sorpresa. No faltaba quien nos
dijera que a Celestino lo llevaban unos hombres vestidos de tal y tal modo.
Seguramente habrían decidido robárselo porque les servía mucho para sus actos, como
era un burro azul como no había otro igual. «¿Quién lo hubiera creído,» pensaba yo,
«Celestino actor de teatro. Si supiera mi papá que aquí vale de a deberás mi burro, si
hubiera visto esto. Celestino actor de teatro... ¡vaya pues! estará chocantísimo cuando lo
encuentre, estará creyéndose mucho.» Sin embargo, no dejaba de pensar en que él
estaría triste porque nos habían separado.