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EL HOMBRE
ANTES DE ADÁN
EDITORIAL DIANA
MÉXICO
Título original: BEFORE ADAM
Traductor: René Cárdenas Barrios
1a. Edición, diciembre de 1965
DERECHOS RESERVADOS
©
COPYRIGHT © 1964 BY RORERT SILVERBERG
EDICION ORIGINAL EN INGLÉS POR:
MACRAE SMITH COMPANY
ISBN 968-13-0761-5
Digitalizar un libro de divulgación científica escrito en 1964 parecería una pérdida de tiempo.
La sola fecha de la edición original es prueba suficiente de que el contenido del texto, de alguna
manera, ha de estar obsoleto. Y más en el campo de la paleoantropología, que en los últimos
cuarenta años ha visto una explosión de descubrimientos, nuevas metodologías y nuevas
interpretaciones.
En primer lugar, el autor, conocido ampliamente por su obra de ciencia ficción, ha logrado en
este libro una exposición de lectura muy agradable de la historia del hombre buscando a sus
antepasados. De hecho, esta narrativa particular del siglo XX es considerada hoy día como una
especie de subgénero literario, con claras analogías respecto a la narrativa popular de corte
heroico.
En segundo lugar, la actualización de este texto con lo sucedido a partir de 1964 y conservando
el estilo informal pero respetuoso de la ciencia, no es tarea difícil: existe suficiente bibliografía
al respecto, incluidos ciertos escritos un tanto desafortunados que son más un culto a los
descubridores de fósiles que una exposición mesurada para el público inteligente.
En las próximas semanas subiré al grupo un “compilado” con las actualizaciones que encuentro
más importantes: los descubrimientos de Richard Leakey, Don Johansson y Tim White, Aguirre
y colaboradores, entre otros; el debate acerca de los métodos basados en biología molecular y un
panorama de conjunto, correspondiente al último capítulo del texto de Silverberg.
Por último, un comentario sobre el material grafico. Se acostumbra digitalizar los libros
respetando incluso el diseño gráfico original. En este caso la digitalización ha respetado en su
totalidad el texto original, corrigiendo algunos errores muy notorios de impresión. Pero las
gráficas se han reemplazado en su totalidad. Las originales eran plumillas de pésima calidad, de
manera que se han sustituido una a una por equivalentes fotográficos hallados en la web. Y en
muy contados casos se han introducido algunas gráficas adicionales de textos más modernos
respetando el espíritu y estilo del libro. Así la versión digital y su posterior actualización podrán
ser no solo una lectura agradale sino también un referencia útil para los interesados en el tema.
Feliz lectura.
1
"...A LAS NUEVE DE LA MAÑANA"
Rechazaba los testimonios que había en el sentido contrario. Los huesos que habían
sido presentados como de hombres antediluvianos, los identificó, acertadamente, como
de reptiles o mamutes. Los instrumentos que declaraba Frere haber hallado eran
simples; astillas accidentales de pedernal, que se mezclaron de algún modo con huesos
de mamut. El hombre, repetía una y otra vez, fue creado después de la última catástrofe.
Todos los animales desaparecidos eran de una fecha y nunca habían coincidido con el
ser humano.
Cerca del fin de su vida, Cuvier, como Linneo antes que él, experimentó algunas
dudas respecto a su teoría. Admitió con vacilaciones la posibilidad de que el hombre
pudiera haber vivido antes del último gran trastorno del globo. "Puede haber habitado
en ciertas regiones circunscritas", escribió Cuvier, "desde las cuales repobló la tierra
después de estos terribles acontecimientos; tal vez hasta los lugares en que habitó fueron
tragados completamente, y sus huesos sepultados en la profundidades de los mares
actuales, excepto un pequeño número de individuos que sobrevivieron".
Los descubrimientos de Schmerling y Tournal, de MacEnery y Buckland y de
muchos otros, parecían contradecir la idea de Cuvier del hombre como producto de
tiempos muy recientes. La teoría de las cataclismos o "catastrofismo", como era
conocida, alcanzó una gran celebridad a pesar de esos descubrimientos. En muchos
aspectos, era una teoría cómoda, que permitía que la gente aceptara en cierta medida las
pruebas fósiles, mientras seguía aferrándose a las enseñanzas del Génesis.
Sin embargo, mientras Cuvier predicaba el catastrofismo en Francia, una teoría
diferente se estaba creando al otro lado del Canal, en Inglaterra. En 1830. cuando
todavía le quedaban a Cuvier dos años de vida, un geólogo llamado Charles Lyell
produjo el primer volumen de un libro que iba a demoler completamente a Cuvier y a
sus cataclismos.
Para comprender a Lyell tenemos que retroceder cerca de cincuenta años. En 1785, el
geólogo escocés James Hutton había publicado un libro titulado Teoría de la Tierra: o
una investigación de las leyes observables en la composición, disolución y restauración
de la Tierra sobre el globo.
Hutton observó con atención el mundo natural. Vio en las montañas, corrientes que
iban ahondando las cañadas a través de las rocas; vio los ríos que perezosamente
arrastraban aluviones al océano; observó la acción del viento y de la lluvia que
cambiaban el aspecto de la faz de la tierra. Le pareció que éstos eran procesos
infinitamente lentos, que necesitaban milenios y milenios para efectuar sus cambios.
Hutton sabía de los volcanes y habló de cataclismos ígneos... feroces... levantamiento
furioso del fondo del mar, grandes convulsiones en las cuales la lava brotaba de las
entrañas de la tierra. Estos acontecimientos también habían dado forma al mundo. Pero
Hutton sostenía que la clave de la geología era el cambio lento, gradual. Se negaba a
tomar la salida fácil, adoptada después por Cuvier, de conjurar diluvios y otras catás-
trofes para explicar el aspecto del mundo. Cuvier necesitó de los cataclismos para
explicar el aspecto del mundo. Cuvier necesitó los cataclismos para explicar los muchos
cambios en la geología y en el vida animal que, al parecer, habían tenido lugar en sólo
seis mil años. Hutton argüyó, descartando la cronología de Ussher, una alteración lenta,
constante, ordenada, de la naturaleza, bajo la acción de los elementos. "No son
empleados procesos que no sean naturales del globo," escribió. "No debe ser admitida
ninguna acción, excepto aquellas cuyos principios conocemos".
La ley de uniformitarismo, de Hutton proporcionaba una manera de calcular la edad
de la tierra. Consideraba que los diferentes procesos geológicos habían ocurrido a la
misma velocidad todo el tiempo. Podía formarse una idea del tiempo necesario para
crear las características geológicas actuales, midiendo la velocidad de los cambios
geológicos de nuestros días.
Esto es, supongamos que usted midiera la velocidad con que los ríos llevan aluviones
al océano y forman una capa de sedimento. Entonces, si una excavación descubría un
nivel de sedimento solidificado bajo la superficie, podía decir cuánto tiempo tardó en
formarse, dividiendo su espesor por la velocidad anual de depósito de sedimentos
similares. El método, tal como lo propuso Hutton, no era más que aproximado. Pero
indicó claramente una edad de la tierra de muchos miles de años.
Hutton murió en 1797 sin haber hecho variar muchas opiniones. Los treinta años
siguientes, Cuvier y sus cataclismos dominaron la escena. Sin embargo, las ideas de
Hutton maduraron en la mente de Charles Lyell, nacido el mismo año en que murió
aquél.
Lyell, también escocés, ponderó el testimonio de las rocas, como había hecho Hutton
antes que él. Como a Hutton, le pareció ridicula la idea de un almodrote de cataclismos,
cayendo uno tras otro en el periodo de seis milenios. Los testimonios de fósiles, tal
como fueron expuestos por "Estratos" Smith y por el mismo Cuvier, argüían una edad
mucho mayor para la tierra. Las pruebas geológicas, las montañas y los ríos apoyaban el
argumento.
Hutton se había adelantado a su tiempo. No pudo apoyar su teoría con las pruebas
sólidas desenterradas por trabajadores posteriores. Pero Lyell pudo utilizar ese material.
Además, Hutton fue un escritor desmañanado y torpe, y su libro era difícil de leer. Lyell
ecribió clara y vigorosamente. Así, él y no Hutton, se convirtió en el gran expolíente del
"uniformitarismo" y el destructor del catastrofismo.
La obra en tres volúmenes de Lyell, Principios de geología, comenzó a aparecer en
1830. Atrajo una atención instantánea. Lyell expuso las opiniones de Hutton,
amplificadas y modificadas. Declaró que las fuerzas de la naturaleza operaban más o
menos uniformemente a través del tiempo; que aunque tal vez hubo grandes diluvios y
otros cataclismos, no fueron éstos los principales trasmutadores de la superficie de la
tierra; que los estratos que había identificado Smith fueron depositados en una forma
ordenada, por la acción de los ríos, el viento y la lluvia, en un prolongado periodo de
tiempo.
Lyell tuvo sarcasmos hirientes para los catastrofistas. "Hallamos que el hábito de
permitirse conjeturas, respetando causas irregulares y extraordiarias, aún está en toda su
fuerza. Oímos de revoluciones repentinas y violentas del globo, de elevaciones instantá-
neas de cadenas de montañas, de paroxismos de energía volcánica... También se nos
habla de cataclismos generales y de una sucesión de diluvios, de alternación de periodos
de reposo y desorden, de la refrigeración del globo, de la aniquilación súbita de razas
completas de animales o plantas y de otros hipótesis, en las cuales vemos revivir el
antiguo espíritu de especulación y un deseo manifiesto de cortar el nudo gordiano en
lugar de desatarlo pacientemente".
En párrafos serenos, bien documentados, Lyell afirmó que el mundo tenía un millón
de años de edad y que el mismo hombre tenia una gran antigüedad. Ochenta años antes,
Buffon había tenido que arrastrarse v pedir perdón por sostener opiniones menos
extremadas. Pero ahora el mundo estaba cambiando de opiniones rápidamente. El libro
de Lyell fue una catástrofe para los catastrofistas.
En 1833, el año en que apareció el tercer volumen de Lyell, Tournal, el director del
museo francés que había encontrado huesos humanos fósiles en cuevas, mezclados con
los de seres desaparecidos, lanzó un atrevido llamamiento para un nuevo estudio de los
orígenes humanos, basado en las ideas anticatastrofistas de Lyell respecto a la edad de
la tierra:
"Entonces no debemos esperar el descubrimiento de la historia primitiva de la especie
humana examinando las viejas crónicas o estudiando las escrituras misteriosas de los
pueblos más antiguos. Solamente la geología puede reconstruir la secuencia del tiempo;
pero esta ciencia es nueva todavía... ofrece un inmenso campo de observación y promete
proporcionar un suplemento a nuestros breves anales. Aquí, más que en ninguna otra
parte, es necesario aplicar la duda filosófica, no adoptar nada a la ligera, no rechazar
nada si no es después de un examen severo e imparcial".
El libro de Lyell tenía un gran atractivo lógico. Proponía una explicación racional y
aceptable para la geología. El catastrofismo carecía de ella. Después de todo, no había
ocurrido una catástrofe, en la escala descrita por Cuvier, en miles de años. Se requería
que cualquiera que creyera en la escala de tiempo del arzobispo Ussher, pensara que
hubo cataclismo tras cataclismo en los primeros dos mil años siguientes a la creación, y
ninguno en los últimos cuatro mil años. Un argumento así tenía poco sentido.
Aún más destructor de la idea de los catastrofistas fue el pormenor creciente de los
fósiles encontrados. Ahora podía verse que muchos seres, ciertos cangrejos y caracoles
e incluso la cucaracha común, sobrevivieron prácticamente inmutables a través de
estrato tras estrato. ¿Por qué no fueron destruidos estos seres por los repetidos
cataclismos? ¿Los volvió a crear Dios después de cada diluvio, de cada erupción
volcánica? Los antecedentes fósiles mostraban un reino de vida continuo e
ininterrumpido. No hubo cuatro, ocho o veintisiete actos separados de la creación, como
pensaban Cuvier y sus discípulos. Ciertas especies habían desaparecido a través de los
años, pero otras subsistieron.
A la mitad del decenio de 1830, únicamente los obstinados eran los que intentaban
defender el catastrofismo. La obra de Hutton, Smith y Lyell dio por resultado una nueva
imagen de la historia del mundo. Fue posible asignar nombres a los nuevos estratos, de-
notando diferentes condiciones geológicas en edades pasadas.
Fueron señalados cuatro grandes periodos geológicos y se les dieron los nombres de
primario, secundario, terciario y cuaternario, incluyéndose este último la época
geológica actual. Estas eras fueron sub-divididas en períodos, designados de acuerdo
con la formación geológica particular en que fueron encontradas por primera vez las
rocas y fósiles "clave" o "tipo" del periodo. Por ejemplo, en 1831, un geólogo llamado
Adam Sedwick estudió una gruesa formación de arcillas esquistosas y piedra arenisca
en Cales y estableció que era la formación clave de un periodo que denominó cámbrico,
de acuerdo con el nombre romano de Gales, Cambria. Una formación en Devon dio su
nombre al periodo devónico. Otras formaciones proporcionaron nombres para el
silúrico, el ordovícico y otros.
El sistema estructural básico desarrollado a mediados del siglo XIX, aún está en uso.
Ha habido algunas modificaciones, por supuesto. El primario es llamado ahora Era
paleozoica, o "era de la vida antigua". Antes de ella han sido colocadas las proteozoica y
la arqueozoica, durante las cuales aparecieron las primeras formas de vida. El
secundario, la edad en que los dinosaurios gigantescos atronaron todo el mundo, es
llamado ahora la Era mesozoica o "era de a vida media". El término terciario todavía
está en uso, pero ahora es empleado en modo intercambiable con Era cenozoica o "era
de la vida reciente".
En cuanto al cuaternario, su nombre ha sido conservado también, pero fue dividido en
dos eras. La primera, o cuaternaria propiamente dicha, es llamada ahora, por lo general,
pleistoceno, refiriéndose a un periodo de alrededor de un millón de años durante los
cuales gran parte de la tierra estuvo cubierta por grandes capas de hielo. La retirada final
de los hielos, en tiempos relativamente recientes, se considera que marca el fin del
pleistoceno y el principio del holoceno o periodo "reciente". Toda la historia registrada
del hombre ha tenido lugar durante el holoceno.
Este sistema está aún siendo modificado en cosas pequeñas. Por ejemplo, hasta 1948,
el pleistoceno estaba dividido en dos etapas, la superior y la inferior, en tanto que una
época anterior, llamada villafranquense, era considerada como parte del plioceno. En
ese año, un Congreso Geológico Internacional redefinió el sistema y apartó el
villafranquense del plioceno, haciéndolo la primera etapa del pleistoceno. Lo que había
sido el pleistoceno inferior o "primitivo", se convirtió ahora en el pleistoceno medio. Tal
vez más adelante serán necesarios reajustes delicados, con la adición de nuevos
testimonios fósiles. Sin embargo, por el momento, la escala de tiempo utilizada por la
mayor parte de los geólogos es semejante a la de la página 35.
El desarrollo de este sistema elaborado de eras, períodos y etapas, trajo cierto orden al
estudio del pasado de la tierra. Por supuesto, no dijo a nadie qué edad tenía la tierra en
realidad sino meramente señaló la sucesión de edades geológicas. Un hombre de ciencia
del siglo XIX podría estimar el tiempo del silúrico en, digamos, 3,500 años; tal vez otro
lo calculara en 350,000 o 35,000,000. La determinación de las duraciones reales de las
diferentes épocas ha sido una cuestión compleja y discutida y, las cifras dadas en
nuestra tabla representan la opinión de los científicos alrededor de 1960. Como
veremos, se han desarrollado nuevos métodos de fechar la tierra y puede haber
reservadas algunas sorpresas para los hombres de ciencia en los años próximos. Se llegó
a las cifras actuales, incidentalmente, por medio de la medición de la decadencia
radiactiva. Por ejemplo, se descubrió a principios de este siglo que el uranio degenera en
plomo a una velocidad constante y mensurable. En mil millones de años, 12% de una
cantidad determinada de uranio 238 degenera en plomo 206. Otros elementos
radiactivos también proporcionan "relojes"; el isótopo U-235 degenera en plomo 207
(63% en mil millones de años) y el torio 232 degenera en plomo 208 (5% en mil
millones de años). Los hombres de ciencia han determinado, analizando las
proporciones de estos diferentes elementos radiactivos en muestras de rocas, que la edad
de la tierra es de entre tres mil y cinco mil millones de años, y han formulado tablas de
tiempo para las eras y periodos geológicos individuales.
El trabajo de los geólogos en los decenios de 1830 y 1840, aplicó duros golpes contra
las viejas ideas de Ussher sobre la edad de la tierra. Pero la antigüedad del hombre en sí
continuó siendo un misterio. Incluso Lyell pensaba todavía que el hombre era un recién
llegado a la escena. Habiendo hecho su mejor esfuerzo para demoler las nociones
bíblicas de la historia geológica, Lyell vaciló para abandonar la idea de que Dios había
creado a la humanidad unos miles de años antes.
Sin embargo, cerebros diligentes estaban trabajando para completar la cadena de
pruebas que establecieran la idea de la antigüedad del hombre.
En Dinamarca, un soltero de edad madura llamado Christian Jurgensen Thomsen se
encontraba ordenando laboriosamente "piedras de rayo" en el Museo Nacional de
Copenhague y sacando algunas conclusiones. Thomsen, nacido en 1788, era el mayor
de los seis hijos de un acaudalado mercader y naviero. Como se esperaba que sucediera
a su padre al frente de la compañía de la familia, Thomsen recibió una instrucción sólida
en teneduría de libros, balance de cuentas y facturación. Pero fue tentado por intereses
menos mercantiles cuando aún era adolescente. Comenzó a coleccionar monedas y se
convirtió rápidamente en uno de los numismáticos más conocedores de Dinamarca.
El interés de Thomsen en las monedas lo puso en contacto con un grupo de
estudiosos daneses que deseaban formar un museo en Copenhague. Ya habían reunido
una colección enorme de antigüedades no sólo monedas, sino también vastas cantidades
de viejos cacharros, espadas, hachas de pedernal y otras reliquias de un pasado
polvoriento. Los sabios estaban demasiado ocupados para hacer el trabajo de clasifi-
cación, y en 1816 aceptaron con gusto el ofrecimiento del joven Thomsen de poner en
orden la colección... sin sueldo.
Durante los tres años siguientes, Thomsen trabajó un día a la semana en la colección,
caóticamente confusa. Sin el obstáculo de ninguna educación científica formal, empleó
su adiestramiento comercial e inventó su propio sistema de clasificación. Su primer
paso fue dividir los objetos de la colección en grupos: los de piedra aquí, los metálicos
allá, los de cerámica más allá. Luego subdividió cada grupo según su función:
herramientas, armas, recipientes, etcétera. Cuando el museo estaba preparado para ser
abierto al público, en 1819, Thomsen había llegado a un concepto definido de la historia
primitiva del hombre. Era una idea notablemente sencilla. Según decía en un folleto
escrito en 1836, Guía de las antigüedades escandinavas, el hombre pasó primero por
"la Edad de la Piedra", o el periodo en que las armas y los instrumentos eran hechos de
piedra, madera, hueso y materiales similares, y en el que los metales eran conocidos
muy poco o nada en absoluto". Después, vino "la Edad del Bronce, en el cual las armas
e instrumentos cortantes fueron hechos de cobre o de bronce y cuando el hierro y la
plata eran muy conocidos o desconocidos del todo". Y luego "la Edad del Hierro", el
tercero y último período de los tiempos paganos, en que el hierro fue empleado en los
objetos para los cuales es particularmente apropiado, así que tomó el lugar del bronce
para esas cosas".
Thomsen no dijo que las tres edades se habían desarrollado en una escala simultánea
en todo el mundo. Egipto llegó a la Edad del Hierro mientras el norte de Europa estaba
aún en la Edad de la Piedra. Hoy, aún existen pueblos de la Edad de la Piedra en luga-
res remotos como Nueva Guinea, en tanto que nosotros hemos entrado en la que podría
ser llamada la Edad Atómica o la Época del Espacio. Trataba de establecer que hay una
sucesión, una progresión, de la piedra al hierro, pasando por el bronce, en alguna época
de toda sociedad humana.
La clasificación es el primer paso hacia la comprensión. El trabajo de toda la vida de
Thomsen proporcionó los cimientos para la identificación clara de las edades relativas
de muchos utensilios de piedra y de metal encontrados en el suelo. Pronto se hizo
evidente que la Edad de la Piedra tenía que ser subdividida; parecía haber existido una
época anterior, de rudimentarios instrumentos de piedra tosca, y después una de
utensilios de piedra pulimentada. En 1865, el año de la muerte de Thomsen, sir John
Lubbock había acuñado las palabras "paleolítica" (piedra antigua) y "neolítica" (nueva
piedra), para distinguir la era de la piedra quebrada de la de la pulimentada. Ahora
podían ser identificadas cuatro etapas del desarrollo primitivo del hombre. Una quinta,
la mesolítica, la transición, fue agregada después entre la paleolítica y la neolítica.
Mientras Christian Jurgensen Thomsen trabajaba en Copenhague para clasificar
utensilios de piedra, un oficial francés de aduanas estaba aumentando activamente las
existencias conocidas. Era Jacques Boucher de Crèvecoeur de Perthes, más conocido
como Boucher de Perthes, uno de los hombres más vigorosos y tenaces que jamás haya
hundido una pala en la tierra.
Boucher de Perthes nació en 1788, el mismo año que vio la muerte de Buffon y el
nacimiento de Thomsen. Su padre era noble de nacimiento y tenía el puesto de director
de aduanas en Saint-Valéry-sur-Somme. Su madre hacía ascender su genealogía hasta
Juana de Arco.
El frenesí de la Revolución Francesa no dañó la fortuna de la familia. Gracias tal vez
a la prosapia de su esposa, el señor Boucher de Perthes no perdió ni la cabeza ni su
cargo. Mientras continuaba como director de aduanas, también ayudó a organizar un
club local científico y literario en medio de la ferocidad revolucionaria, y el joven
Jacques se "acostumbró desde la niñez a oír hablar de fósiles".
Durante el régimen de Napoleón, Jacques se unió a su padre en el servicio público.
Antes de los veinticinco años viajó por toda Europa en misiones políticas encomendadas
por Napoleón, mientras también probaba su pluma con algún éxito escribiendo come-
dias y tragedias.
La caída de Napoleón acabó con los viajes de Boucher de Perthes. Se estableció en
París por un tiempo, y en 1825, al retirarse su padre, tomó el puesto de director de
aduanas en la población de Abbeville, en el norte de Francia. Era un trabajo tedioso y él
estaba acostumbrado a la agitación. Para matar el tiempo, leyó intensamente obras de
varios campos científicos y produjo una obra filosófica de cinco volúmenes sobre el
principio de la vida, que fue recibida por el público con un entusiasmo mucho menor
que sus obras de teatro.
Mientras estudiaba geología en Abbeville en 1832, Boucher de Perthes hizo un
descubrimiento que iba a ocuparlo el resto de su vida. Al examinar una capa geológica
que los hombres de ciencia convenían en que databa de "antes del diluvio", Boucher de
Perthes descubrió trozos de pedernal que mostraban señales de haber sido quebrados por
manos humanas para darles formas útiles. ¿Caprichos de la naturaleza?, se preguntó.
¿Rotura accidental?
Cavó hasta descubrir un objeto de pedernal con forma de pera, redondeado en un
extremo y aguzado en el otro, un hacha de mano, marcadamente similar a las que
descubrió Frere en Inglaterra hacía más de treinta años. Era indudable que le habían
dado forma manos humanas. Con agitación creciente, Boucher de Perthes continuó
explorando los lechos de grava a lo largo del valle del río Somme, en las cercanías de
Abbeville, cavando en lo que era llamado entonces estrato "diluvial" o de la era del
diluvio. Halló más hachas... y con ellas, los huesos de mamutes, rinocerontes, bisontes,
leones de las cavernas y otras bestias extintas de la era "antediluviana".
En 1838, Boucher de Perthes puso sus testimonios de la antigüedad del hombre ante
la sociedad científica de Abbeville. Les mostró puñales, puntas de lanza, leznas,
raspadores y hachas, e insistió en que los había hallado en las capas diluviales y aún
más abajo, en las terciarias. Fue recibido con escepticismo cortés en su ciudad natal y
con escepticismo rudo cuando llevó sus descubrimientos ante la Academia de Ciencias
de París. ¿El hombre en el terciario? ¡Inconcebible! ¿El hombre en el "diluvium"?
¡Imposible!
Boucher de Perthes insistió. Pronto descubrió que estaba equivocado respecto a la
edad terciaria de sus hallazgos, en su celo al excavar, había mezclado los estratos. Pero
no retiraría su afirmación de que halló reliquias humanas en la grava diluvial. En 1839
publicó el primero de cinco volúmenes titulados Sobre la creación, exponiendo su
punto de vista. "Es un soñador, un visionario", declararon sus críticos. Hicieron llover
sobre él comentarios sarcásticos al aparecer volumen tras volumen del libro de Boucher
de Perthes.
Aislado ante estos ataques, Boucher continuó excavando con obstinación. Desarrolló
algunas ideas políticas que eran tan extrañas como sus conceptos científicos. Pensaba,
por ejemplo, que las mujeres debían tener derecho de voto y que el nivel de vida de las
clases trabajadoras debía ser elevado por la legislación pública. Interrumpió sus
excavaciones el tiempo suficiente para lanzar su candidatura con ese tipo de plataforma
para un escaño parlamentario, y fue derrotado duramente.
En 1847 apareció otro libro de Boucher de Perthes: Antigüedades celtas y
antediluvianas. Ahora tenía cerca de sesenta años, pero aún no perdía nada de su celo
ardiente. Aseguró que el hombre tenía una gran antigüedad y que su lugar de nacimiento
había sido Francia, en realidad Abbeville.
Fue una idea que agitó a los patriotas franceses y atrajo la atención popular hacia
Boucher de Perthes. Sin embargo, los hombres de ciencia se impresionaron menos.
Leyeron su libro y lo encontraron lleno de cosas absurdas. En realidad, Boucher de
Perthes se había dejado arrastrar por su entusiasmo. Declaraba haber descubierto
inscripciones y dibujos en algunos de sus pedernales. Sacaba conclusiones
descabelladas respecto al lenguaje y la religión del hombre primitivo, basadas sólo en
las hachas y puntas de lanza de pedernal. Era imposible tomarlo en serio. "Emplearon
contra mi", escribió, "un arma más potente que las objeciones, la crítica, la sátira o aun
la persecución... el arma del desdén. No discutían mis datos; ni siquiera se tomaban el
trabajo de negarlos. Los desconocían".
Instrumentos chelenses.
Arriba: La Micoque, Les Eyzies, Dordogne, Francia.
Abajo: East Anglia y Swanscombre, Inglaterra.
Fuente: Fuente: Museo Logan.
Uno de los adversarios más violentos de Boucher de Perthes era cierto doctor
Rigollot de Amiens, quien durante un decenio se había reído con desprecio del
excéntrico funcionario de aduanas. En 1854, Rigollot decidió aplastar completamente a
Boucher de Perthes, conduciendo sus propias investigaciones en el sitio de Abbeville.
Cavó allí y en otros dos lugares, Saint-Acheul y Saint Rocheles Amiens. Y Rigollot hizo
un descubrimiento desalentador. ¡Boucher de Perthes decía la verdad! ¡Sus hachas y
raspadores de pedernal aparecían en realidad en los estratos "diluviales"!
Convertido sobre el terreno por las pruebas de sus propias excavaciones, el aturdido
Rigollot publicó la noticia de su derrota. Este paso honrado y valeroso llevó nueva
atención a las declaraciones de Boucher de Perthes. Otros hombres de ciencia franceses,
puestos en evidencia después de haberse burlado durante años del funcionario de
aduanas, hallaron imposible retractarse. Continuaron mofándose. "A la simple mención
de las palabras hacha y diluvio", comentaba Boucher de Perthes, "observo una sonrisa
en la cara de las personas con quienes hablo".
Sin embargo, su trabajo recibió más simpatía en Inglaterra. Un maestro de escuela
llamado William Pengelly había hecho un descubrimiento importante en 1858: una
caverna en Devon, sobre cuyo suelo "se extendía una capa de estalagmitas de siete y
medio a veinte centímetros de espesor, y había en y sobre ella vestigios de león, hiena,
oso, mamut, rinoceronte y reno". Debajo de esa capa, Pangelly halló instrumentos de
pedernal.
El descubrimiento había agitado profundamente a los hombres de ciencia ingleses.
Lyell, que dudó en un tiempo de la antigüedad del hombre, empezó a admitir la
posibilidad de la existencia humana en la época de los seres antediluvianos. Otro
geólogo escocés, Hugh Falconer, tomó la misma decisión y cruzó el canal para ver en
persona el trabajo de Boucher de Perthes. Llevó con él al geólogo Joseph Prestwich y al
anticuario John Evans, cuyo hijo descubriría más tarde el fabuloso palacio de Minos en
Creta.
Evans partió con escepticismo hacia Francia. "Pensar que encontraron hachas y
puntas de flecha de pedernal en Abbeville, junto con huesos de elefantes, doce metros
bajo la superficie, en un lecho de aluvión. En esta caverna de huesos de Devon que está
siendo excavada ahora... dicen que han descubierto cabezas de flecha de pedernal entre
los huesos, e informan lo mismo respecto a una cueva en Sicilia. Es difícil que lo crea.
Mis antiguos británicos serian bastante modernos si el hombre es llevado en Inglaterra a
los días en que los elefantes, los rinocerontes, los hipopótamos y los tigres también eran
habitantes del país".
En Francia, Boucher de Perthes mostró con gusto sus descubrimientos a los tres
visitantes ingleses. Aquí había hachas de pedernal; allá estaban los huesos de mamut y
de rinoceronte. Después, el francés llevó a sus huéspedes a las mismas excavaciones
de grava.
Evans escribió: "En efecto, el filo de un hacha era visible en un lecho ele grava
completamente intacto, a más de once metros de la superficie. Llevamos un fotógrafo
con nosotros para que tomara una vista de eso y corroborara así nuestro testimonio".
El 26 de mayo de 1859, casi todas las luminarias científicas de Inglaterra asistieron a
una reunión de la Sociedad Real para oír a Prestwich apoyar las afirmaciones de
Boucher. Una semana después, Evans habló ante la Sociedad de Anticuarios de
Londres, respaldando también a Boucher de Perthes, y comentó: "Creo que fui creído,
en general". En agosto, Lyell fue en persona a Abbeville y volvió convencido. En una
reunión histórica de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, Lyell arrojó
todo el peso de su vasto prestigio tras los descubrimientos de Boucher de Perthes. Poco
después, la Academia Francesa de Ciencias se rindió y admitió que Boucher de Perthes
había demostrado realmente la antigüedad antediluviana del hombre.
Fue un brillante momento de triunfo para el anciano de barba blanca. ¡Después de
años de martirio y burlas, Boucher de Perthes al fin se vio vindicado! Sus años de labor
destruyeron para siempre la idea de Ussher-Lightfoot de la creación del hombre "el
veintitrés de octubre del 4004 a las nueve de la mañana". Un sacerdote francés, el abate
Le Hir, pronunció el epitafio de Ussher al declarar: "No existe tal cronología bíblica. Es
incumbencia de la ciencia el establecer la fecha en que apareció el primer hombre sobre
la tierra".
Faltaba un eslabón, y entonces la cadena de pruebas estaría completa. Habían sido
encontrados fósiles de bestias antiguas, desaparecidas hacía mucho tiempo, como el
mamut y el elefante, en todas partes de Europa Occidental. ¿Dónde estaban los del
hombre antiguo?
El viejo Boucher de Perthes intentó forjar ese eslabón ... pero el final fue una
falsificación. Regresó a sus excavaciones y ofreció una recompensa de 200 francos ai
primer trabajador que descubriera restos de esqueletos humanos en los estratos
diluviales. Era una recompensa, en verdad generosa, que equivalía a cuatro meses de
salarios.
En 1863, un trabajador llegó sonriendo hasta Boucher, de Perthes, entonces de 75
años de edad, para reclamar la recompensa. ¡Había hallado un diente humano! Cinco
días después fue descubierta una mandíbula completa.
El viejo excavador anunció gozosamente el hallazgo tan esperado del hombre fósil.
Una vez más, viajaron arqueólogos británicos a Francia para confirmar la autenticidad
de un descubrimiento de Boucher de Perthes.
Pero esta vez no hubo confirmación. Los ingleses estudiaron la mandíbula y
demostraron que era falsa. Era una mandíbula reciente, robada de algún cementerio
cercano y puesta en los lechos de grava para cobrar la tentadora recompensa. Todavía
peor, la investigación continuó para probar que los hombres de Boucher de Perthes
estuvieron "sembrando" el sitio con hachas de piedra falsas desde 1860.
Fue un golpe demoledor para el anciano. Nadie sugirió que fuera responsable en
alguna forma del engaño, ni arrojó sospechas sobre sus hallazgos anteriores. Eran
indiscutibles y estaban más allá de cualquier ataque. Pero Boucher de Perthes ya no
pudo confiar en sus trabajadores, y él era demasiado viejo para cavar en persona. Se
retiró para siempre de la arqueología. He aquí las palabras de John Evans: "Estableció,
fuera de duda, que en un periodo de antigüedad remota, más allá de ninguna en que se
hayan encontrado rastros hasta ahora, esta porción de tierra estuvo poblada por el
hombre". Boucher murió cinco años después, a la edad de ochenta años, con la serena
convicción de haber ganado la inmortalidad en los anales de la ciencia.
¿Y el hombre fósil?
El viejo Boucher de Perthes no lo sabía, pero ya había sido hallado... no en Francia,
sino en Alemania.
3
EL VALLE DE NEANDER
Corría el año 1676, y un joven teólogo alemán, llamado Joachim Neumann estaba en
apuros. Había sido rector de la escuela de latín en la ciudad de Dusseldorf, pero sus
ideas un tanto originales respecto al ritual religioso, particularmente sobre la santa co-
munión, provocaron su suspensión del cargo.
Durante ese período de ocio, Neumann ocupó su tiempo paseando por el valle del
Düssel, la pequeña corriente que da su nombre a Düsseldorf. A unos dieciséis
kilómetros de la ciudad, el angosto valle se ensancha para convertirse en un agradable
cañón bordeado por elevados riscos de piedra caliza, y allí se detenía Neumann,
pasando un día apacible en el tranquilo lugar. Fue movido a componer allí poemas,
himnos a los que ponía música. Con el tiempo, volvió a su Bremen nativa y publicó dos
volúmenes de estos himnos antes de su muerte, en 1680, cuando sólo tenía treinta años
de edad.
Los himnos eran de una notable belleza, tanta que aún son cantados en Alemania en
nuestros días. Los habitantes de Düsseldorf, recordando al joven maestro que moró tan
breve tiempo entre ellos, honró su memoria dando su nombre al valle en que había
pasado tantas horas felices y donde compuso sus himnos. Como Neumann prefería
emplear la forma griega de su nombre, Neander, siguiendo la costumbre de su época, el
pueblo de Düsseldorf lo llamó "valle de Neander" en alemán Neanderthal.
Durante el siglo y medio siguiente, la paz de Neanderthal fue perturbada
frecuentemente por el sonido de mazos y picos y el rugido de las explosiones. Los riscos
de piedra caliza eran fuentes abundantes de cal, y en 1856, solamente dos cavernas del
frente de un risco no habían sido minadas. Eran llamadas las grutas de Feldhof y estaban
a dieciocho metros sobre el suelo del valle. Era difícil llegar a ellas hasta el verano de
ese año, cuando los canteros volaron parte del risco, ampliando las entradas de las
grutas.
Dos trabajadores entraron en una de las cuevas. Medía alrededor de cuatro metros y
medio de profundidad y su piso estaba cubierto, con un espesor de cerca de un metro y
medio, por una capa de cieno, mezclado con fragmentos de una piedra semejante al
pedernal llamada horsteno. Al sacar este fango para llegar al valioso suelo de piedra
caliza, los trabajadores encontraron un cráneo humano enterrado en el lodo, cerca de la
entrada de la caverna, y después otros huesos más adentro. Barrieron la mayoría de
estos huesos hacia el valle.
Sin embargo, el cráneo y algunos otros huesos fueron guardados. Los trabajadores se
los dieron a Johann Karl Fuhlrott, un profesor de ciencias en la escuela secundaria de la
cercana población de Elberfeld. El aspecto del cráneo sorprendió a Fuhlrott. Parecía de
un ser humano, pero era extrañamente brutal, largo y angosto, con frente retraída, en la
que sobresalía una protuberancia enorme sobre las cejas. Los fémures que acompañaban
al cráneo eran tan gruesos y pesados que casi no parecían completamente humanos.
Fuhlrott llevó los huesos al profesor Hermann Schaafhausen, de Bonn. La opinión de
Schaafhausen fue que "la forma extraordinaria del cráneo se debía a una conformación
natural que no se sabía hasta entonces que existiera, incluso en las razas más bárbaras",
y agregó que su creencia era que los restos podían provenir de un periodo muy primitivo
de la existencia del hombre "en el cual todavía existían los últimos animales del
diluvio".
El mundo científico supo por primera vez de lo que pronto sería llamado hombre de
Neanderthal, en una reunión de la Sociedad Médica y de Historia Natural del Bajo Rin,
efectuada en Bonn el 4 de febrero de 1857. Schaafhausen mostró una reproducción en
yeso del cráneo y leyó una comunicación en que lo describía. Un año después, publicó
su disertación y denominó a los huesos "el recuerdo más antiguo de los habitantes
primitivos de Europa".
En todo caso, pronto hubo un esqueleto de Neanderthal aún mejor, para estudiarlo.
Un traficante en antigüedades suizo, Otto Hauser, hizo el descubrimiento en la cueva de
Le Moustier, también en el departamento de Dordoña.
Hauser, un hombre cojo, enfermizo, había querido ser un arqueólogo serio.
Financiado por la riqueza de su familia, condujo excavaciones en Suiza en el decenio de
1890, antes de los veinticinco años. Su trabajo fue recibido con hostilidad por los
hombres más viejos en la profesión, quienes criticaron la manera desorganizada con que
estaba destrozando el suelo este aficionado.
Amargado, Hauser partió hacia Francia y compró grandes extensiones de tierra en el
departamento de Dordoña, que por entonces se sabía que se hallaba lleno de restos del
hombre antiguo. Empezó a cavar por todas partes... y para cubrir sus gastos, principió a
vender algunas de las hachas y huesos que descubría. Poco a poco, Hauser hizo la
transición de arqueólogo a comerciante. "No tiene adiestramiento científico ni
escrúpulos", declaró un arqueólogo profesional enfurecido. "Hauser sólo está
explotando los sitios de los descubrimientos en interés del tráfico".
En marzo de 1908, este hombre tan odiado encontró un hueso humano en una capa de
la gruta de Le Moustier, que se había creído, ahora pensamos que correctamente, que
tenía cuando menos 250,000 años de edad. De ordinario, Hauser hubiera comenzado a
excavar en seguida. Pero decidió hacerlo de manera adecuada, teniendo en cuenta el
desprecio vertido sobre él durante quince años. Apostó un guardia en la caverna,
interrumpió todo trabajo y envió invitaciones a los arqueólogos principales de Europa
para que asistieran al descubrimiento.
De los seiscientos notables a quienes invitó Hauser, únicamente aceptaron nueve ...
todos alemanes. El 10 de agosto de 1908, no había expertos franceses presentes en la
escena. Todos estaban ocupados en la cercana Chapelle-aux-Saints, donde trabajaban
Boule y los tres clérigos. ¡Resultó que los franceses se sintieron enfadados y coléricos
cuando Hauser, bajo la vigilancia atenta de los nueve expertos alemanes, procedió a
exhumar un esqueleto aún más perfecto que el de Chapelle-aux-Saints!
Utensilios Musterienses.
Arriba: Hachas de mano de Combe-Capelle, Dordogne, Francia
Abajo: Hacha de mano y chopper de Bergerac, Dordogne, Francia
Fuente: Museo Logan.
Su primera idea fue que había hallado un mono extraño. Lo llamó Anthropopithecus
erectus, "mono semejante a un hombre, que anda erguido". Pero luego, confundido por
el problema, reconsideró la bóveda craneal. El cerebro de esta criatura de Trinil fue
mayor que el de ningún mono conocido y menor que el de cualquier hombre conocido.
¿Por qué llamarlo mono? Dubois cedió a la evidencia. Había encontrado la criatura
hipotética que llamó Haeckel Pithecanthropus. Pero en vista de el fémur sorprendente,
Dubois alteró el nombre de Haeckel para la especie, de alalus, "sin lenguaje", a
"erectus", que anda erguido.
El informe de Dubois salió finalmente hacia Europa en 1894. Comunicó en 1891 y
1892 al célebre Haeckel sus descubrimientos de una bóveda craneal, un fémur, un
fragmento de mandíbula y varios dientes pertenecientes a un hombre simiesco del
plioceno, al que llamó Pithecanthropus erectus.
El ensayo de Dubois titulado "una forma humana de transición, de Java", provocó una
enconada controversia inmediata. El punto difícil era el eslabonamiento de una bóveda
craneal primitiva con un fémur casi humano. El fémur del Pithecanthropus era mucho
más similar a los nuestros que el del hombre de Neanderthal. Sin embargo, el
Pithecanthropus fue encontrado en estratos mucho más antiguos. (Dubois pensaba que
eran pliocenos o terciarios, pero ahora sabemos que eran pleistocenos bajos o medios...
todavía, cuando menos, del doble de antigüedad que los descubrimientos más viejos de
Neanderthal). La teoría de la evolución no había previsto los retrocesos. ¿Había andado
erecto el hombre en el plioceno y a principios del pleistoceno y luego desarrollado las
rodillas flexionadas del hombre de Neanderthal en el pleistoceno medio, únicamente
para regresar a la postura erguida en nuestra propia era? El aceptar al Pithecanthropus
significaba llevar al hombre de Neanderthal a una rama evolutiva propia.
Los antropólogos del decenio de 1890 no estaban dispuestos a hacerlo. Se habían
acostumbrado en forma gradual a la idea del ser de Neanderthal como el predecesor
inmediato del hombre. El descubrimiento de Dubois perturbaba esa teoría, bonita, pero
incorrecta. Un grupo de hombres de ciencia declaró escépticamente que el cráneo era de
alguna clase de mono y el fémur de un nativo javanés, y eso era todo. Otros aseguraban
que el cráneo y el fémur pertenecían al mismo individuo, sí, pero eran los huesos de un
mono. Unos pocos, encabezados por Haeckel, respaldaron la idea de Dubois de un
hombre erguido, semejante a los monos. Pero nada podía asegurarse sin una inspección
de los huesos.
El año 1896 la Holanda nativa de Dubois iba a ser anfitriona de un congreso
zoológico internacional en Leyden. Dubois metió en una caja sus huesos de
Pithecanthropus y viajó a casa para asistir a él. Ante un salón abarrotado de grandes
científicos de Europa, el médico de cuarenta y ocho años desempaquetó y exhibió la
bóveda craneal, el fémur y los dos dientes fósiles. Dijo que eran vestigios del hombre
del plioceno... ¡el Pithecanthropus erectus!
Estalló una discusión acalorada. Algunos hombres de ciencia objetaron,
acertadamente, como resultó, el fechado de Dubois en el plioceno. Otros disputaron por
su enlazamiento del cráneo con el fémur. Uno de los que se levantaron para atacar fue el
doctor Virchow, el obstinado oponente de la antigüedad del hombre de Neanderthal.
Virchow dijo que el cráneo era de un mono. El muslo, añadió, era humano y muy
reciente. Se mofó de los argumentos de que los huesos eran del mismo color, mostraban
el mismo grado de mineralización y habían sido hallados en los mismos estratos. ¿No
fueron descubiertos en puntos ampliamente separados de la orilla del río?
Dubois tuvo una contestación: "Creo que el Pithecanthropus erectus y los animales
asociados perecieron en una catástrofe volcánica", dijo. Prosiguió trazando un cuadro de
una erupción del Gunung Gelunggung que acabó con la vida en torno de él, sepultando
al Pithecanthropus bajo lapilli volcánico, de manera muy semejante a como fue
enterrada en un tiempo la ciudad romana de Pompeya. Creía que el río Solo, al cortar a
través del material volcánico, expuso después los huesos del hombre mono y los
esparció sobre una extensión de quince metros en la orilla.
El congreso terminó con los hombres de ciencia en desacuerdo. Todos, excepto
Virchow, parecían sentir que Dubois había encontrado algo importante, pero su
importancia real era cuestión de controversia. Dubois, obsequiado con el espectáculo de
tal desacuerdo de científicos, se sintió contrariado y entristecido. Esperaba ser recibido
como un héroe de la ciencia por haber proporcionado el eslabón vital entre el hombre y
su pasado simiesco. En lugar de eso, se convirtió meramente en objeto de disputa y fue
sometido a algunos ataques enconados.
Era demasiado. Renunció a su puesto en el ejército y tomó un nombramiento como
profesor de geología en la Universidad de Amsterdam. Se mantuvo en comunicación
con sus ayudantes en Trinil hasta 1900, y año tras año fueron enviadas cajas de fósiles
de Java a Dubois. Él no los enseñó a nadie. Los guardó en su caja fuerte en el Museo
Teyler, de Haarlem. Dubois vivía ahora con sus dos viejas hermanas solteras. Las
hermanas, ambas piadosas, se horrorizaron al saber que su hermano menor intentaba
rebatir las enseñanzas bíblicas. Ellas eran todavía de la escuela de pensamiento de la
creación en 4004 A. C, y ante su desaprobación, Dubois se retiró gradualmente por
completo del mundo de la ciencia, sin publicar nada ni decir nada de la antigüedad del
hombre.
Pero Java había probado ser un sitio donde podían ser encontrados fósiles
importantes. Aunque Dubois abandonó el campo, otros estaban ansiosos de tomar su
puesto. En 1906, Emil Selenka, profesor de zoología de la Universidad de Munich,
planeó una expedición, pero murió antes de partir. Al año siguiente, su esposa realizó el
plan yendo a Java. Ella, un geólogo alemán y un ingeniero de minas holandés cavaron
en Trinil, donde había descubierto Dubois el Pithecanthropus. Removieron 7,500 metros
cúbicos de tierra, cavaron hasta una profundidad de doce metros y no encontraron restos
humanos, salvo un diente humano, identificado después como de Homo sapiens.
Hallaron restos fósiles importantes de otros mamíferos, mientras el geólogo de la
expedición determinó con éxito que las capas volcánicas de Trinil no eran terciarias,
como pensaba Dubois, sino cuaternarias. Lo hizo comparando las impresiones de
plantas fósiles de Trinil con otras de formaciones similares de la India, ya identificadas
como cuaternarias.
Otros excavadores tuvieron una falta de éxito similar. El descubrimiento de Dubois
era el único de su clase. Y se negaba a mostrar a nadie las reliquias de Pithecanthropus.
Hasta 1921, el respetado paleontólogo Marcellin Boule estaba insistiendo aún en que el
Pithecanthropus era en realidad un gibón.
En 1918 llegaron noticias de Australia de que había sido encontrado un cráneo fósil...
el cráneo de Talgai, hallado en 1884, pero sin haber sido reportado científicamente
durante más de treinta años. Era de Homo sapiens, pero de una clase primitiva, con
frente baja, pequeña capacidad craneal y grandes dientes de aspecto arcaico. Era el
primer cráneo fósil descubierto hasta entonces en Australia, y se dio amplia publicidad a
la noticia.
El anuncio llegó hasta Dubois y lo persuadió a romper un silencio de más de dos
decenios. Asombró al mundo revelando que había encontrado no sólo un cráneo de
Pithecanthropus, sino además otros dos... ¡los cráneos de Wadjak, muy similares al
hallado en Australia! Hizo saber que estos cráneos fueron descubiertos en 1889 y 1890
y que no consideró importante decir nada en los años siguientes.
Aún se negaba a mostrar los huesos a nadie. Esperó tres años, y en 1921 dio una
disertación científica describiendo los cráneos de Wadjak. Los cráneos permanecieron
en la caja fuerte. Los hombres de ciencia se horrorizaron. Si Dubois había ocultado un
par de descubrimientos importantes durante casi treinta años, ¿qué más había en esas
cajas? No tenía derecho a ocultar pruebas científicas. Como dijo Henry Fairfield
Osborn, del Museo Norteamericano de Historia Natural, era como si un astrónomo
descubriera un nuevo planeta y se negara a que otro lo mirase.
Tal vez Dubois se sintió un poco avergonzado. En 1923, permitió al fin que otro
hombre viera los preciosos huesos que había atesorado durante tanto tiempo.
El afortunado fue el antropólogo Ales Hrdlička, de la Institución Smithsoniana. Hizo
el viaje a Holanda para ver a Dubois y a los huesos del Pithecanthropus y de Wadjak.
"Fue la primera vez que los preciosos especímenes fueron mostrados a un nombre de
ciencia, después de su prolongado encierro", escribió Hrdlička más tarde. "Encontramos
que el profesor Dubois era un hombre corpulento, de gran corazón, que nos recibió con
sencillez cordial. Hizo llevar, de las cajas fuertes en que eran guardados, todos los
especímenes que tenía en su poder, y nos los enseñó personalmente y luego me permitió
manejarlos a mi satisfacción".
El aislamiento científico de Dubois terminó. Mostró los restos del Pithecanthropus en
otra reunión internacional y permitió que se sacara un modelo en yeso del cráneo. Con
las nuevas técnicas disponibles entonces, fue posible probar que el cráneo y el muslo
tenían realmente la misma edad y databan de principios del pleistoceno. El
Pithecanthropus fue aceptado como lo que Dubois dijo en 1896 que era: algo más que
un mono, pero menos que el Homo sapiens.
Aún no había otros especímenes de Pithecanthropus en existencia. En diciembre de
1926 llegó a Java la noticia del descubrimiento de otro cráneo de Pithecanthropus en
Trinil, hecho por el doctor C. E. J. Heberlein; pero un examen más minucioso mostró
que el "cráneo" era simplemente la articulación de la parte superior de la pata de un
elefante. Sin embargo, en 1927, Dubois abrió a un segundo antropólogo, Hans Weinert,
su cofre de tesoros de huesos antiguos, y mostró cuatro fémures más de Pithecanthropus
que había tenido todo el tiempo. (En 1935 mostró el quinto.) Pero al mismo tiempo, el
envejecido Dubois realizó una de las retractaciones más sorprendentes en la historia
científica. ¡Determinó que, después de todo, el Pithecanthropus fue un mono! Insistió en
que su hallazgo histórico no era más que una especie extinguida de gibón grande y dijo
que ni él ni el Pithecanthropus merecían una fracción de la publicidad recibida.
Dubois continuó su curiosa labor de zapa contra su propia fama hasta su muerte, en
1940. Mientras se atacaba de un modo que habría hecho sonreír al viejo Virchow, otro
paleontólogo estaba exhumando pruebas nuevas y concluyentes del suelo javanés.
Era G. H. R. von Koenigswald, de origen alemán, quien había iniciado su carrera de
paleontología cuando aún era un chico de la escuela. Su padre, un danés que vivía en
Berlín, pero que tenía nacionalidad brasileña, coleccionaba reliquias de los indios
americanos, máscaras, hachas de piedra, incluso cráneos, y el joven von Koenigswald
estaba ansioso por ir a los trópicos y reunir una colección propia, que arrojara alguna luz
sobre la historia primitiva del hombre.
La oportunidad llegó en 1930, cuando tenía 28 años. Obtuvo un nombramiento como
paleontólogo del Servicio de Reconocimiento Geológico de Java, y pronto se halló
trabajando en el antiguo sitio de Dubois en Trinil, a orillas del río Solo.
Miles de huesos salieron del lugar entre 1931 y 1933. Von Koenigswald y otro
paleontólogo apellidado Haar, exhumaron los fragmentos de once cráneos diferentes de
un tipo desconocido hasta entonces, distintos tanto del Pithecanthropus de Dubois como
del hombre de Wadjak, semejante al sapiens. A primera vista, estos nuevos cráneos
(Koenigswald los apodó hombre de Solo), parecían casi de Neanderthal. Tenían las
mismas paredes gruesas, la misma frente huidiza, los mismos poderosos arcos
superciliares. Únicamente habían sobrevivido las bóvedas craneales; las partes faciales
del esqueleto se hallaban destruidas.
Koenigswald pensó en realidad que el hombre de Solo era una especie de variedad de
Neanderthal de Asia sudoriental, y en 1934 acuñó el nombre científico de Homo
neanderthalensis soloensis, "Hombre de Solo tipo Neanderthal". Pero un estudio más
detenido reveló ciertas diferencias mayores entre los hombres de Neanderthal y de Solo.
Las capacidades cerebrales de los once cráneos variaban de 1,035 a 1,255 centímetros
cúbicos, muy por abajo del promedio del hombre de Neanderthal, aunque mayor que la
del Pithecantro-pus. Los cráneos de Solo tenían extraños crestones óseos encontrados en
el Pithecanthropus, pero no en el hombre de Neanderthal. El perfil general era más
semejante al de Pithecanthropus que al del hombre de Neanderthal.
Después de más de treinta años, los antropólogos todavía no están seguros de dónde
deben clasificar al hombre de Solo. Muchos piensan que es simplemente una forma
avanzada y evolucionada de Pithecanthropus, con un cerebro más grande, y lo llaman
Pithecanthropus soloensis. Otros consideran que está tan adelantado sobre el
Pithecanthropus, que pertenece al genus de verdaderos hombres, como Homo soloensis.
Otros más lo juzgan como lo hizo en un principio von Koenigswald, como una variedad
local de hombre de Neanderthal. Tal vez un descubrimiento posterior que proporcione
la mandíbula y los dientes del hombre de Solo, ayudará a resolver el problema de su
lugar en la escala evolutiva. Como está, únicamente podemos decir que es más
avanzado que el Pithecanthropus y más primitivo que el Homo sapiens.
El hombre de Solo fue un hallazgo importante e interesante. Pero von Koenigswald
había llegado a Java en busca de un tesoro más antiguo, el Pithecanthropus. Y su
atención fue desviada de Trinil al cercano sitio de Sangiran.
Hay sesenta y cinco kilómetros de Trinil a Sangiran, pasando el volcán dormido de
Merapi y bajando por el río Solo. De tiempo en tiempo, las lluvias intensas sacaban
huesos fosilizados del cieno de Sangiran, huesos de elefantes, de "tigres" dientes de sa-
ble, y de rinocerontes. Von Koenigswald sospechó que podría hallar fósiles humanos
allí, quizá aun de un segundo Pithecanthropus.
Pero el mundo estaba sumido en las profundidades de la gran depresión. Los fondos
eran escasos. Los trabajos de von Koenigswald en Trinil agotaron el dinero dedicado
por la administración colonial holandesa a las investigaciones paleontológicas en Java.
No había más dinero para financiar una nueva excavación en Sangiran.
Von Koenigswald solicitó un donativo para investigación al Instituto Carnegie de
Washington "¡Si alguna vez se descubre otro Pithecanthropus, será aquí!" escribió. En
1937, von Koenigswald fue a los Estados Unidos para asistir a una conferencia sobre el
hombre primitivo, en Filadelfia, y en el mismo viaje logró obtener su donación
Carnegie. Con el apoyo financiero norteamericano, volvió a Java a buscar el
Pitheeanthropus.
La búsqueda tuvo éxito. Halló primero una mandíbula inferior con cuatro dientes
intactos. No tenía mentón y era muy grande, semejante al fragmento de mandíbula de
Pithecanthropus de Dubois, de 1890. Después, en septiembre de 1937, hizo otro
descubrimiento inpresionante... un gran fragmento de cráneo humano. Von
Koenigswald se apresuró a ir al sitio donde lo encontraron los trabajadores. Escribió: "A
la mañana siguiente, estaba en el punto donde había sido hallado el cráneo. Era una
pendiente desnuda, en la orilla de la corriente del Tjemoro. Antes que nada, anuncié las
recompensas que daría. Mis ayudantes nativos iban a recibir un centavo por cada diente
y diez por cada fragmento de cráneo que descubrieran. Entonces hice que cada metro de
la colina fuera registrado cuidadosamente, hasta muy avanzada la tarde".
Cráneo Ngandong 6. Hallazgos de Ter Haar y von Koenigswald en Ngandong entre 1931 y 1936.
Fuente: Institución Smithsoniana
La tradición médica china es antigua y maravillosa. Médicos chinos que aún ejercen
su profesión en el siglo veinte, hacen uso de remedios y técnicas que datan de dos y tres
mil años. De las muchas drogas chinas en existencia en las boticas de Shanghai, Pekín y
Tientsín, quizá la más útil, según la tradición china, son los huesos de dragón
pulverizados.
Una farmacopea china del siglo XVIII nos dice cuan útil es esta droga. "Los huesos
de dragón son efectivos en las enfermedades del corazón, los riñones, los intestinos y el
hígado. Aumentan la vitalidad. En casos de afecciones nerviosas, esta medicina se reco-
mienda especialmente a personas que sufren timidez y circunspección excesiva. Los
huesos de dragón también son útiles para los que están afectados de alta presión
sanguínea, y en casos de pesadilla, epilepsia, fiebre, tisis, úlceras y dificultad para
respirar..."
¡Huesos de dragón! ¿Qué eran?
Provenían de la tierra amarilla del norte de China y eran los huesos fósiles de
mamíferos desaparecidos: hienas, elefantes, rinocerontes, "tigres" dientes de sable y
antílopes, entre otros. Eran particularmente famosos los dientes de Hipparion, un
antiguo caballo con tres dedos. Otros dientes con gran demanda eran los de pandas
gigantes, puerco espines, tapires y osos. Durante siglos y siglos, ciertas familias chinas
se han ganado la vida exhumando huesos fósiles de los amarillos loess sueltos; los
llevaban a las grandes ciudades y se los compraban los drogueros, quienes se dedicaban
a pulverizarlos y vendían el polvo como medicina.
El primer europeo que descubrió este extraño comercio con huesos de dragones, fue
un médico alemán, K. A. Haberer. Cuando visitaba China en 1900, un inspector de
aduanas alemán de allí le habló a Haberer de esa práctica. Haberer visitó una botica en
Tientsín y la encontró llena de huesos esperando a ser molidos. Se horrorizó al oír que
solamente el año anterior se habían desenterrado en China más de veinte toneladas de
huesos de dragón, que fueron vendidos como medicina.
Haberer saqueó las droguerías de China, comprando todos los huesos de dragón que
pudo permitirse. En 1903 regresó a Alemania cargado de cajas y cajas de huesos
salvados del mortero. Entre ellos estaba un curioso diente que Haberer sospechó que
podía ser de alguna forma antigua extinta de hombre.
Haberer entregó el diente a un profesor de Munich, Max Schlosser, quien expresó la
opinión de que era de un mono desaparecido. (Schlosser se equivocó; muchos años
después, el diente fue identificado como perteneciente al Homo sapiens). Justo o
equivocado, el descubrimiento probó que fósiles interesantes estaban siendo molidos
por toneladas en China cada año. Comenzó una nueva investigación... una pesquisa que
condujo últimamente al descubrimiento de una forma de hombre tan antigua como el
Pithecanthropus.
El trabajo continuó a paso cada vez más acelerado. Black proyectaba lo que tenía que
hacerse; Pei lo ejecutaba. El delgado y carilargo Black se esforzaba, inmisericorde,
trabajando a menudo toda la noche sin dormir y sirviendo de guía al día siguiente a
"turistas" científicos que deseaban visitar la Colina del Hueso del Dragón. En una
ocasión, mientras subía la colina, sufrió un ataque cardíaco y otro más un poco después.
Permaneció obstinado en el trabajo, hasta que otro ataque le quitó la vida en 1934.
Tenía solamente cincuenta años.
La muerte de Davidson Black aturdió a los investigadores de la Colina del Hueso del
Dragón. Durante siete años, él había sido el espíritu guía de la obra, el que mantuvo las
cosas en marcha durante los prolongados y desalentadores meses de ningún progreso
visible. Pasó más de un año antes que fuera elegido su sucesor. Éste, como Black,
combinaba una carrera de médico y anatomista con la paleontología.
El nuevo director de investigaciones en la Colina del Hueso del Dragón era un
hombre rechoncho, calvo, de sesenta y dos años de edad, alemán de nacimiento,
llamado Franz Weidenreich. Sus primeros estudios fueron sobre la anatomía de los
sistemas circulatorio y linfático del cuerpo humano. En 1914 había llegado a estudiar la
anatomía de los monos, en un intento por comprender los cambios provocados por la
posición erecta humana. Prosiguió con el desarrollo de la pelvis, la cadera y el pie, y
ganó reputación internacional por su trabajo. Era profesor de antropología de la
Universidad de Francfort en 1928.
Weidenreich era judío. Cuando los nazis subieron al poder en Alemania en 1933, su
posición se hizo difícil. Fue obligado a renunciar a su puesto universitario y poco
después huyó del país, uniéndose a las filas de miles de brillantes hombres de ciencia
deportados torpemente por Alemania en el período de Hitler. Aceptó un puesto en la
Universidad de Chicago, y estaba dando clases allí cuando la Fundación Rockefeller lo
invitó a suceder a Davidson Black en Pekín.
El vivaz y dinámico Weidenreich aceptó con gusto. Pronto se hizo una figura familiar
en Pekín y sus alrededores, trepando colinas con el vigor de un hombre de la mitad de
su edad, con el sol brillando en su cráneo resplandeciente. Se lanzó con toda su enorme
energía al estudio del Sinanthropus y publicó una serie de estudios voluminosos y
eruditos del material óseo existente.
En 1935, éste ascendía a tres cráneo de varios grados de integridad, una docena de
fragmentos de mandíbulas inferiores, alrededor de cincuenta dientes esparcidos, una
clavícula, dos huesos fragmentarios de las piernas y cuatro huesos de los dedos de los
pies. Weidenreich declaró que éstas eran las reliquias de diez niños, dos adolescentes y
una docena de adultos de uno y otro sexo.
No tenía duda de que el Sinanthropus había sido humano, pues andaba erguido y,
como observó Weidenreich, "los monos, como el hombre, tienen dos manos y dos pies,
pero solamente el hombre ha adquirido una postura erecta y la facultad de utilizar los
pies exclusivamente como instrumentos locomotores. Los monos se ponen de pie y
andan a gatas".
Los dientes del Sinanthropus tenían la forma de los humanos, no eran dientes como
colmillos de mono. El arco dental tenía más bien la forma humana redondeada que el
diseño de lados paralelos de los póngidos. La mandíbula misma, aunque era más maciza
que la nuestra, era más ligera que la de un simio. El cerebro de 1,000 centímetros
cúbicos de un Sinanthropus era el doble de las dimensiones del de un cerebro común de
mono.
Por supuesto, señaló Weidenreich, el tamaño del cerebro no contaba la historia
completa de la inteligencia de una criatura. El mono capuchino, observó, tiene un
cerebro más grande que el del Homo sapiens, en proporción con el peso de su cuerpo.
La verdadera prueba no eran las dimensiones del cerebro de un animal, sino el empleo
que hacía de él.
La Colina del Hueso del Dragón parecía mostrar que el Sinanthropus había sido
inteligente. Fueron hallados allí miles de instrumentos hechos de láminas quebradas de
cuarzo y horsteno. Algunos huesos de animales mostraban señales de haber sido
convertidos en utensilios. Los restos de hogares cubiertos con pedazos de carbón,
indicaban el empleo del fuego en el sitio. Huesos de animales calcinados condujeron a
la conclusión de que se asaba la carne. Algunos de los huesos fueron quebrados para
extraerles la médula.
Sin embargo... los hogares y los instrumentos, ¿pertenecieron en realidad al
Sinanthropus?
El gran paleontólogo francés Breuil, que visitó el sitio, lo consideró así y afirmó: "El
Sinanthropus encendía fuego y lo hacía frecuentemente, usaba utensilios de hueso y
trabajaba la piedra... Poseía una mente ingeniosa capaz de inventar, y manos que eran
bastante hábiles y con dominio suficiente de los dedos para hacer instrumentos y
armas". Weidenreich estuvo de acuerdo.
Otros no estaban tan seguros. Pei y Teilhard de Chardin fueron más cautos cuando
escribieron: "Todos los hechos positivos averiguados hasta ahora tienden a darnos la
convicción de que el Sinanthropus fue el homínido que encendió los fuegos y dispuso
las piedras en la cueva de Chou-kou-tien."
Pero el autorizado paleontólogo francés Marcellin Boule pensaba de manera
diferente. Notó que los restos óseos hallados en la Colina del Hueso del Dragón
consistían casi enteramente en cráneos. Y éstos habían sido quebrados en la base.
Weidenreich explicó esto diciendo que el Sinanthropus era caníbal y mataba a los de su
propia especie, les extraía los sesos por agujeros en la base del cráneo, los asaba y
dejaba los restos en la cueva como trofeos. Boule estaba dispuesto a aceptar la idea del
canibalismo en la cueva. Pero se preguntaba "si no es demasiado atrevido considerar al
Sinanthropus el monarca de Chou-kou-tien". Sugirió que el hombre verdadero, el Homo
sapiens, se daba festines de Sinanthropus en la cueva, lo mismo que de elefantes y
rinocerontes. No pensaba que un homínido con un cerebro de 1,000 centímetros cúbicos
pudiera haber dominado el fuego o elaborado los instrumentos encontrados allí.
La teoría de Boule tiene algunos seguidores. Pero crea más problemas de los que
resuelve, y la mayor parte de las autoridades de ahora la rechazan. ¿Dónde están los
huesos del Homo sapiens que hacía presa del Sinanthropus? Esqueletos primitivos de
Homo sapiens primitivo fueron hallados en la Colina del Hueso del Dragón en 1933,
siete de los cuales habían sufrido una muerte violenta, víctimas de un golpe con una
clava, pero estaban en un estrato de decenas de miles de años más reciente que los
restos del Sinanthropus. Argumentar que el Homo sapiens vagó por China en el
pleistoceno inferior o medio, alimentándose de hombres tan primitivos como el
Sinanthropus, es una posición original y atrevida que, hasta ahora, no ha tenido el
menor apoyo en los hechos.
La mayor parte de los expertos de nuestros días están de acuerdo en que el
Sinanthropus encendió los fuegos en la Colina del Hueso del Dragón, hacía sus
utensilios y devoraba a sus congéneres. Como dice el más definitivo de los estudios
recientes de hombres fósiles, El origen de las razas, de Carleton Coon, publicado en
1962:
"El Sinanthropus poseía el fuego. Sus instrumentos eran bastante buenos para trabajar
las pieles rudimentariamente. Debió ser bastante hábil para conseguir no helarse durante
los meses de invierno . . . uno se pregunta cuánto tiempo habría vivido en China, antes
del periodo del asiento de Chou-kou-tien."
Las sombras de la guerra oscurecían al mundo asiático. La fuerza creciente del Japón
presentaba una amenaza desde 1931, cuando las tropas japonesas invadieron Manchuria.
El área en torno a Pekín se convirtió en un campo de batalla chino-japonés en 1937. Los
paleontólogos de la Colina del Hueso del Dragón, que se habían acostumbrado al silbido
de las balas durante las escaramuzas interminables de la guerra civil china, ahora
encontraron un conflicto diferente y todavía más sangriento, que caía sobre ellos.
Siguieron trabajando. Weidenreich, expulsado de su patria nativa por la persecución
nazi, no querría que los japoneses lo echaran de la Colina del Hueso del Dragón. En
1939 tenía quince cráneos de Sinanthropus y otros huesos de alrededor de cuarenta y
cinco individuos.
Durante este tiempo, Weidenreich se mantuvo en comunicación con su amigo von
Koenigswald, que estaba trabajando en Java. En 1939, von Koenigswald había ido a
Pekín para mostrar a Weidenreich la extraña mandíbula que después fue llamada
Pithecanthropus robustus. Pocos años antes, en otra visita, Koenigswald enseñó a
Weidenreich algo aún más extraño: tres dientes enormes.
También eran "dientes de dragón". Von Koenigswald compró el primero de ellos en
1935, en una botica de Hong Kong. Era enorme, mayor que el diente correspondiente de
cualquier gorila, y de dimensiones dobles de las del mismo molar en el Homo sapiens.
Era el diente de primate más grande conocido ... pero, ¿de qué dase de criatura
provenía?
Von Koenigswald buscó en las droguerías de chinos en Java, y aun en el Barrio
Chino de Nueva York. Surgió otro par de dientes, todavía más grandes, del doble del
tamaño del diente de gorila correspondiente, y seis veces mayor que los del hombre.
Basándose en esos tres dientes, Koenigswald sugirió la existencia de un mono
gigantesco extinto, que llamó en honor de Davidson Black Gigantopithecus blacki,
"mono gigante de Black". Dedujo que ese Gigantopithecus había sido contemporáneo
aproximadamente del Sinanthropus y el Pithecanthropus.
En 1941, como vimos en el capítulo anterior, von Koenigswald halló la mandíbula de
un hombre mono gigantesco en Java. Después de una conferencia con Weidenreich, lo
llamó Meganthropus paleojavanicus. Weidenreich recordó ahora los gigantescos
dientes de mono encontrados en droguerías pocos años antes.
Ya había indicado que el Pithecanthropus y el Sinan thropus eran en realidad especies
del mismo genus. Fue fácil llegar a la conclusión de que los grandes dientes de las
droguerías representaban la forma china del Meganthropus de Java de Koenigswald.
Mandíbula de Gigatopithecus
comparada con Homo sapiens.
Fuente:
Russell Ciochon.
La guerra llegó a Asia el 7 de diciembre de 1941. Lo que era simplemente una guerra
entre China y Japón, tomó nuevas dimensiones al caer las bombas sobre la armada de
los Estados Unidos en Pearl Harbor, y una horda de tropas japonesas cayó sobre el
mundo del Pacífico. En menos de tres meses, los defensores norteamericanos, británicos
y holandeses fueron expulsados de Java, y los japoneses ocuparon la isla. Von
Koenigswald todavía estaba allí, aún trabajando. Su destino, como el de todos los otros
europeos capturados por los japoneses, era desconocido.
Weidenreich había ido de visita a los Estados Unidos a fines de 1941 y aún se hallaba
allí el 7 de diciembre. Así que evitó la captura por los japoneses, que pronto se
encontraron a las puertas de Pekín.
Desde 1937, la colección estaba guardada en el Colegio de la Unión Médica de Pekín.
Las incertidumbres de 1941 hicieron que el doctor Wong Wen-hao, director del Servicio
Geológico, temiera por la seguridad de las reliquias inapreciables que habían sido
descubiertas tan trabajosamente durante los doce años anteriores. Pidió al doctor Henry
S. Houghton, presidente de la escuela de medicina, que dispusiera que los restos del
hombre de Pekín fueran puestos a salvo.
El doctor Houghton los llevó al coronel William W. Ashurst, comandante de
infantería de marina en la embajada norteamericana en Pekín. Los huesos fueron
guardados en frascos de vidrio. El coronel Ashurst los metió en una de sus gavetas,
junto con importantes documentos de la embajada. Antes del amanecer del 5 de
diciembre, la gaveta fue puesta a bordo de un tren, con destino al puerto chino de Chin-
wang-tao, donde la transferirían al trasatlántico norteamericano Presidente Harrison,
para ser llevada a los Estados Unidos.
Los sucesos a partir de ese punto son tan misteriosos como el mismo hombre de
Pekín. Una historia dice que los japoneses interceptaron el tren antes que llegara a Chin-
wang-tao y removieron todo lo que llevaba a bordo, hasta la gaveta con huesos. Otra
versión sostiene que las reliquias llegaron realmente a bordo del Harrison el 7 de
diciembre. Pero al día siguiente, el trasatlántico encalló en una barra de arena, cerca de
Shanghai, y fue capturado por los japoneses; se dice que así cambiaron de manos los
huesos del Sinanthropus. Nunca se volvieron a ver.
¿Qué sucedió?
La versión norteamericana insiste en que los japoneses se apoderaron de los huesos
en Chin-wang-tao o a bordo del Harrison. Quizá simplemente los dejaron caer al mar, o
tal vez los vendieron a los chinos como "huesos de dragón", para ser molidos y
utilizados como medicina. Una historia diferente sugería que los huesos fueron llevados
a Tokio como botín de guerra científico, pero una búsqueda de posguerra en los museos
y universidades de Tokio no pudo descubrirlos y los mismos hombres de ciencia
japoneses no saben que se hayan recibido.
Los chinos tienen su propia versión amarga que contar. En el verano de 1951, el
doctor Pei, que encontró el primer cráneo de Sinanthropus en 1929, hizo una acusación
colérica en el sentido de que los huesos habían sido embarcados secretamente para los
Estados Unidos, a pesar de todo, y estaban escondidos allí. Resultó un útil tema
antinorteamericano para la prensa china comunista, y en 1952, otro paleontólogo chino
dijo que los restos perdidos se encontraban en el Museo Norteamericano de Historia
Natural, en Nueva York.
Sin embargo, lo que tenía el museo eran las reproducciones de los originales, hechas
por Weidenreich antes de la guerra... modelos excelentes, por los cuales la ciencia está
agradecida ahora, pues son lo único que queda de los especímenes por los cuales Pei,
Black y Weidenreich y los demás pasaron tantos años cavando en la Colina del Hueso
del Dragón. Ninguna otra cosa sobrevive de esos descubrimientos originales del hombre
de Pekín, excepto el primer diente que encontró Birger Bohlin en 1927, que está en
Suecia.
Desde 1949, los chinos han estado haciendo nuevas excavaciones en cuatro sitios
separados en Chou-kou-tien. Fueron encontrados algunos huesos de las piernas y un
número de dientes de Sinanthropus, y luego, el 31 de agosto de 1959, una mandíbula de
Sinanthropus completa. Un diente y algunos huesos faciales fueron descubiertos en
1957 en China central, el primer Sinanthropus hallado en un sitio diferente a la Colina
del Hueso del Dragón. Y hay toda clase de razones para pensar que se informará con el
tiempo de otros descubrimientos del Pithecanthropus pekinensis, aunque por el
aislamiento político actual de China del resto del mundo, suele ser difícil para los
hombres de ciencia saber lo que está sucediendo allí.
Los huesos del hombre de Pekín nunca reaparecieron. Por fortuna, von Koenigswald
sí. Avanzada la guerra, llegó la noticia a los Estados Unidos de que von Koenigswald y
su familia estaban en un campo de concentración japonés. Después llegó el rumor de
que la ciudad donde se hallaban prisioneros había sido bombardeada.
Arcos dentales. Arriba. Izq. a derecha: Procónsul (reconstrucción), Chimpancé, Gorila. Abajo. Izq. a derecha: Pekín-
Java (reconstrucción), Neandertal (Le Moustier) , Homo sapiens moderno.
Fuente: Australian Museum, Glendale anthropology department, modernhumanorigins.com
Tan pronto como terminó la guerra, Weidenreich intentó comunicarse con von
Koenigswald y descubrió que él, su esposa y su hija se encontraban a salvo. En 1946,
von Koenigswald estaba en los Estados Unidos. Relató que fue hecho prisionero por los
japoneses, pero durante el primer mes de ocupación se le permitió que prosiguiera su
trabajo. Empleó el tiempo en sustituir los huesos y dientes auténticos de
Pithecanthropus y Meganthropus por reproducciones en yeso. Gran parte del
inapreciable material fue así escondido a salvo de los japoneses. Los famosos dientes
gigantes estuvieron guardados en botellas de leche durante la guerra. Los japoneses no
dañaron los epecímenes que cayeron en sus manos. Uno, un cráneo del hombre de Solo,
fue enviado como presente de cumpleaños al emperador Hiroito, pero siendo él mismo
un hombre de ciencia, devolvió el trofeo a von Koenigswald, después de la derrota de
Japón.
Durante dos años, von Koenigswald trabajó en colaboración de Weidnreich en el
Museo Norteamericano de Historia Natural. Sin embargo, estaba cortésmente en
desacuerdo con el anciano respecto a los gigantes. No podía aceptar la tesis de
Weidenreich de que el Gigantopithecus (o Giganthropus, como lo llamaba Weidenreich)
era antepasado del Pithecanthropus. Preferiría pensar que las formas gigantes china y
javanesa eran vastagos evolutivos.
El apreciado y muy respetado Weidenreich murió en 1947, un mes después de haber
cumplido 74 años. Poco después, von Koenigswald se fue a Holanda como profesor de
paleontología y geología histórica en la Universidad Estatal de Utrecht.
La investigación que comenzó con dientes de dragón en 1900, ha terminado
arrojando nueva luz sobre el ayer del hombre. Ahora sabemos que, hace alrededor de
500,000 años, dos formas similares de hombre primitivo habitaron China y Java, y muy
probablemente muchas otras partes de Asia sudoriental. También sabemos que al mismo
tiempo, o tal vez un poco antes, esa región fue habitada por seres gigantescos,
terroríficos, que pueden haber sido nada más que una especie de supergorilas, o como
pensaba Franz Weidenreich, eran los seres humanos más grandes que se han conocido.
Hoy, se opina que los grandes dientes de la droguería de Hong Kong eran los de un
mono gigantesco. Entre 1956 y 1958, paleontólogos chinos encontraron tres mandíbulas
de Gigantopithecus y un número de dientes enormes. La prueba muestra a un mono gi-
gantesco que, sin embargo, era carnívoro, a diferencia de los grandes simios de hoy. Un
estudio hecho en 1960 informaba que el Gigantopithecus era probablemente menos
parecido a un hombre que un chimpancé, y de las dimensiones de un gorila muy grande
con una mandíbula enorme. Tampoco estaba en el principal camino evolutivo del
hombre. Era el último representante de una rama separada de grandes monos.
Quizá el Pithecanthropus pekinensis, el hombre mono chino que sabemos que era
dado al canibalismo, también disfrutaba cazando a su primo voluminoso e imbécil, el
Gigantopithecus blacki. Muy posiblemente, los hombres mono libraron una sangrienta
guerra de exterminio contra los grandes monos y mataron al último de ellos. Y después,
tal vez una especie más hábil y ágil conocida como Homo sapiens llegó y aplicó el
mismo tratamiento a los hombres mono.
¿Sucedió así?
Una cueva olvidada en algún lugar de China puede darnos algún día la contestación a
esa pregunta.
6
CRÁNEOS DE TODAS PARTES
Edward Burnett Tylor fue uno de los precursores de la antropología, la ciencia del
estudio del hombre, Tylor, quien vivió en 1832 a 1917, ganó su reputación en 1865 con
un importante libro llamado Investigaciones en la historia primitiva de la Humanidad.
Su Cultura primitiva (1871) y su Antropología. (1881), son clásicos que todavía hoy se
leen en muchos colegios. En 1910, Tylor se entregó a uno de los típicos pronósticos
erróneos de la historia antropológica. Escribió: "La existencia del hombre en épocas
geológicas remotas no puede ser puesta en duda, pero... no se han encontrado huesos,
con excepción de los del muy discutido Pithecanthropus, que pueda decirse que salvan
definidamente la laguna entre el hombre y la creación inferior. Parece que, en este
sentido, la antropología ha llegado al límite de todos sus descubrimientos".
Esa opinión fue en cierto modo como la atribuida a un funcionario del gobierno de
los Estados Unidos en el decenio de 1840. Quería cerrar la Oficina de Patentes porque,
decía, todo lo concebible ya estaba inventado. Cuando Tylor sugirió que se había
llegado al "límite", se encontraban descubiertas cuando mucho una décima parte de los
testimonios fósiles que tenemos ahora. El hombre de Neanderthal se hallaba bastante
bien revelado, y el Pithecanthropus fue encontrado y luego ocultado por Eugen Dubois.
Los grandes hallazgos de China, África y Asia no habían llegado todavía.
Cuando escribió Tylor, había salido a la luz otro vestigio del hombre antiguo, pero su
importancia aún no era comprendida completamente. Volvámonos a él.... y luego a la
asombrosa variedad de cráneos de todas partes, que han rebatido año tras año la des-
dichada idea de Tylor de que la antropología había "llegado al límite de sus
descubrimientos".
El hombre de Hidelberg es muy antiguo, el hombre fósil más viejo hallado hasta
ahora en Europa, y la mezcla de mandíbula ruda y dientes modernos deja en nosotros la
inseguridad de si debemos llamarlo un Pithecanthropus europeo, un pre-Neanderthal o
un pre-Homo sapiens. Un cráneo descubierto en África en 1921, causa confusión por
razones opuestas: es un cráneo muy primitivo que no es muy viejo.
Como el hombre de Heidelberg, este fósil fue encontrado como resultado de una
operación de minería. El lugar fue Broken Hill, en Rhodesia septentrional, de donde se
sacaban plomo y cinc en 1921. Broken Hill ya había sido demolida en parte por el
trabajo de minería; la colina era tan rica en mineral, que los mineros simplemente
arrancaban pedruscos y los arrojaban a los fundidores. En 1907 fueron encontrados en
las minas huesos fósiles de animales, pero los fundieron junto con el mineral. Catorce
años después aparecieron restos humanos.
Un minero suizo los halló dieciocho metros bajo la superficie. Los primeros doce
metros comprendían una capa de mineral de cinc; bajo ella se encontraba el estrato de
mineral de plomo, y fue en este nivel donde se descubrió un cráneo, carente de la
mandíbula inferior. Cerca estaba un hueso de la pierna, y otros huesos humanos fueron
hallados a una distancia mayor. Cerca de los restos se encontraban herramientas hechas
de pedazos de láminas de pedernal y también los huesos de animales que todavía existen
en Rhodesia, y los restos de dos especies, un rinoceronte y un gato montes, que se
habían extinguido recientemente.
El testimonio de los animales asociados y el hecho de que los mismos despojos
humanos estuvieran frescos y no hubieran perdido su materia orgánica, condujo a los
paleontólogos a establecer que el sitio de Broken Hill era bastante reciente, de acuerdo
con la escala paleontológica de tiempo. Según esas pruebas, el hombre de Rhodesia
parecía tener entre 25,000 y 50,000 años de antigüedad.
Pero el cráneo mismo contradecía esa creencia.
Definitivamente, era primitivo. Las paredes del cráneo eran extremadamente gruesas
y la capacidad craneal era nada más que de alrededor de 1,300 centímetros cúbicos. No
tenía mandíbula, pero los dientes superiores que subsistían eran grandes y de aspecto
antiguo. El cráneo era largo en extremo, comparado con su anchura, otra característica
arcaica. Los arcos superciliares eran muy prominentes... mucho más que en el hombre
de Neanderthal. Eran aún más grandes que los hallados en los gorilas. La frente
retrocedía. La cara, demasiado larga, se parecía mucho a la del hombre de Neanderthal
descubierto en La Chapelle-aux-Saints, con el mismo aspecto saliente, de hocico. Los
pómulos eran grandes.
Los arcos superciliares prominentes parecían poner al cráneo de Broken Hill en el
mismo nivel evolutivo que el Pithecanthropus. El aspecto general de la cara era similar
al del hombre de Neanderthal. Pero los huesos de la pierna encontrados cerca del cráneo
eran muy semejantes a los del Homo sapiens moderno. El hombre de Rhodesia ilustró el
peligro de pensar en los hombres fósiles en términos de tipos claramente definidos.
Dentro de la amplia escala de formas humanas, varias de las características que se
suponía que definían a los varios tipos de fósiles, podrían hallarse en un solo individuo.
Esos huesos de las piernas indicaban una postura erguida. Se parecían en casi todos los
aspectos importantes a los huesos de los habitantes negros de Rhodesia de nuestros días.
Por supuesto, existían algunas dudas respecto a si los huesos de las piernas, semejantes
a los del sapiens, pertenecían al mismo individuo del cráneo extrañamente primitivo. No
habían sido descubiertos cerca, en el tiro de la mina. Pero análisis químicos llevados a
cabo en 1947, parecieron indicar que los huesos se correspondían. El mismo análisis
sugirió una fecha reciente para los restos de Broken Hill... de 20,000 a 50,000 años de
antigüedad.
Ahora, el enigma consiste en qué estaba haciendo en África hace 50,000 años un
hombre con cráneo primitivo y piernas con aspecto extrañamente moderno. Como es tan
inadaptado, se ha dado al hombre de Rhodesia un nombre especial, Homo rhodesiensis.
El pensamiento reciente pone en duda el mérito de una designación especial. En muchos
sentidos, parece una forma avanzada de Pithecanthropus, pero éste vivió cientos de
miles de años antes. En otras cosas, parece un hombre de Neanderthal, pero éste andaba
arrastrando los pies, con las rodillas flexionadas, y el hombre de Rhodesia lo hacía
erecto por completo. Y en algunos aspectos, se parece al africano moderno... excepto en
esos arcos superciliares prominentes.
El hombre de Rhodesia ha sido comparado con otro enigma, el del hombre de Solo,
de Java. El hombre de Solo también tenía algunas características que recordaban al
Pithecanthropus, otras similares al de Neanderthal y otras más bien modernas. Sin em-
bargo, era de un tiempo anterior al de Rhodesia. Tal vez el hombre de Solo y el de
Rhodesia son formas de transición, el hombre en camino de convertirse en lo que es
ahora.
Como el hombre de Rhodesia no fue encontrado en un estrato identificable
geológicamente, no tenemos una idea clara de su edad, salvo que es mucho más reciente
que el Pithecanthropus, el de Heidelberg e incluso que muchos de los esqueletos de
Neanderthal. Puede haber vivido hace unos 20,000 años, en una época en que seres
humanos muy semejantes a nosotros mismos vivían en Europa.
Puede haber vivido en tiempos aún más recientes. El cráneo del hombre de Rhodesia
tiene dos pequeños agujeros. Una autoridad de Berlín insiste positivamente en que
fueron hechos por el paso de una bala moderna a través del cráneo del hombre de
Rhodesia. Otros prefieren pensar que fueron los dientes de una hiena los que hicieron
los agujeros hace bastante tiempo.
¿El hombre de Rhodesia abatido por un cazador errabundo, o sirviendo como blanco
para algún soldado aburrido, hace sesenta o setenta años? Es una idea sorprendente, y
probablemente poco realista. Es más probable que su fin haya llegado hace miles de
años.
Aun así, la mezcla misteriosa de características primitivas modernas nos lleva a
pensar que el hombre de Rhodesia fue uno de los últimos de su raza... como dice un
antropólogo: "Un superviviente de aspecto cansado, de una raza antigua y vigorosa de
hombres muy primitivos."
Durante mucho tiempo, el espécimen de Broken Hill fue el único de su clase. Pero en
el año de 1953 salió a la luz un cráneo que puede representar una etapa anterior en el
desarrollo de la especie que hasta la fecha aún le seguimos llamando hombre de
Rhodesia.
El hallazgo fue hecho en Sudáfrica, a unos ciento cuarenta y cinco kilómetros al norte
de Capetown y a veinticuatro al este de la Bahía de Saldanha. Allí, en un lugar llamado
Elandsfontein Farms, se descubrió que una profunda formación de dunas contenía
muchos huesos fósiles, incluyendo los de un cerdo gigante, una jirafa extinta y una
antigua forma de elefante.
En junio de 1953, un hombre llamado Keith Jolly notó algunos fragmentos de lo que
parecía ser un cráneo humano en los depósitos de fósiles de Elandsfontein Farm.
Recogió dos docenas de pedazos en total. que estaban esparcidos en un área amplia. Un
paleontólogo de Sudáfrica, Ronald Singer, se unió a la búsqueda y, junto con Jolly,
encontró un fragmento de la mandíbula inferior y hachas de piedra e instrumentos.
Se requirió un trabajo laborioso para volver a juntar los veinticuatro fragmentos de
cráneo de Saldanha. Cuando terminó la tarea, Singer y Jolly tenían una bóveda craneal
casi completa, extremadamente gruesa, con frente aplastada y enormes arcos
superciliares. Se halló que la capacidad craneal era de alrededor de 1,200 centímetros
cúbicos.
La bóveda craneal tenía una semejanza notable con el cráneo del hombre de
Rhodesia. Sólo en la parte muy posterior de la cabeza, había siquiera una pequeña
diferencia entre ambos. Parece seguro que el cráneo de Saldanha es de la misma especie
que el del hombre de Rhodesia.
En cuanto a la mandíbula fragmentaria de Saldanha, tenía forma más similar a la del
hombre de Heideiberg, pero no era tan gruesa. La relación no parece particularmente
cercana.
La edad del hombre de Saldanha es incierta. Singer piensa que puede ser de 100,000
años o aun mayor. Otra autoridad ha comparado los instrumentos encontrados en el sitio
de Saldanha con los descubiertos en todas las otras partes de África, en asociación con
restos a los que pudo darse la edad de carbono 14 de 40,000 años. La creencia general
es que Singer tiene razón... que el hombre de Saldanha es bastante antiguo y que el
hombre de Rhodesia representa a uno de sus descendientes remotos, quien vivió hace
solamente unas cuantas decenas de miles de años.
Un tercer miembro, tal vez de la misma familia de hombres, surgió a la atención
pública en 1953. Ludwig Kohl Larsen halló el primer testimonio de este tipo en
Tanganyka septentrional, en las playas del lago Eyasi. Encontró doscientos fragmentos
de cráneo humano semienterrados en una formación de tierra arenisca que de
ordinario está cubierta por el lago, pero que había sido dejada desnuda por la sequía ese
verano. Los huesos estaban muy mineralizados y se hallaban acompañados por huesos
igualmente fragmentarios de animales antiguos y desaparecidos del pleistoceno medio,
tales como el Hipparion, el caballo de tres dedos.
El antropólogo Hans Weinert unió los fragmentos, que pertenecían a tres individuos
diferentes. Solamente uno de los cráneos se encontraba lo bastante completo para dar
una idea suficiente de la forma que había tenido la cabeza del hombre de Eyasi. Los
arcos superciliares también eran extraordinariamente pronunciados, y la frente huidiza.
La capacidad craneal era de alrededor de 1,100 centímetros cúbicos hasta donde pudo
determinarse sólo con un cráneo parcial. Parecía que el hombre de Eyasi no andaba
erguido por completo; el foramen magnum, que es el lugar donde entra la columna
vertebral en el cráneo, se hallaba inclinado hacia atrás, indicando que llevaba la cabeza
inclinada hacia adelante, de una manera un tanto simiesca.
Kohl-Larsen regresó al lago Eyasi en 1938 y descubrió unos cuantos dientes y
fragmentos de mandíbula que tal vez pertenecían al mismo individuo. Weinert, quien
estudió estas reliquias, opinó que el hombre de Eyasi era un genus separado, en el
mismo nivel evolutivo aproximado del Pithecanthropus y cercanamente relacionado con
él. Lo llamó Africanthropus njarensis. (Njara es otro nombre del lago Eyasi). Otros
antropólogos y paleontólogos que vieron los huesos del hombre de Eyasi no aceptaron
la idea de un genus separado. Weidenreich pensó que el hombre de Eyasi era sólo una
forma anterior y primitiva del hombre de Rhodesia. Hoy, la mayoría de las autoridades
trazan una cauta línea de descendencia, quizá de 500,000 años, del hombre de Eyasi al
de Saldanha, y al de Rhodesia.
Es triste decir que las pruebas de Eyasi, como los huesos del hombre de Pekín y el
esqueleto de Neanderthal de Le Moustier, fueron víctimas de la Segunda Guerra
Mundial. Los únicos fragmentos existentes del hombre de Eyasi fueron destruidos
durante el bombardeo de la ciudad alemana de Kiel.
Otro hombre misterioso del África, no cabe muy cómodamente en el esquema de
clasificación de nadie. Es el hombre de Ternifine, que lleva el nombre científico de
Atlanthropus mauritanicus.
El paleontólogo francés Camille Arambourg halló al hombre de Ternifine en un
cascajal de Argelia. El sitio está en una pequeña aldea de Ternifine, en medio del
desierto africano, calcinado por el sol ardiente durante el día y barrido durante la noche
por silibantes vientos. El cascajal de Ternifine fue explotado desde 1872 para la
construcción de la no lejana ciudad moderna de Palikao. Muchos animales fósiles
habían sido descubiertos en la mina durante años.
Arambourg empezó a trabajar allí en 1951. Introdujo un taladro de prueba en las
capas profundas del cascajal y halló que estaba inundado por el agua de un manantial
subterráneo... y que esos niveles profundos contenían ricos depósitos de fósiles e ins-
trumentos. En realidad, el cascajal era el fondo de un antiguo lago, desecado mucho
tiempo antes. Del fondo del lago no quedaba más que la arena y la grava que fueron en
un tiempo su piso, y los huesos de las criaturas que se habían ahogado en él durante
miles de años.
Fue necesario bombear constantemente para mantener seco el sitio de la excavación.
Arambourg recobró fósiles tales como los de un mono con cara de perro, extinto, un
cerdo verrugoso y un "tigre" dientes de sable. (En realidad no era tigre, sino una clase
diferente de gran felino.) También salieron a la superficie cuchillos y hachas
rudimentarios, hechos de piedra caliza y piedra arenisca.
El 6 de junio de 1954 fue descubierta la mandíbula de un homínido, completa y con
un número de dientes. Alrededor de una semana después, fue encontrada una segunda
mandíbula. Al año siguiente, Arambourg halló una tercera mandíbula y un pequeño
fragmento de cráneo. Todos estos restos provenían de una capa extremadamente
antigua, que contenía animales fósiles que databan de la primera parte del pleistoceno
medio. Así, el hombre de Ternifine era uno de los fósiles humanos más viejos
descubiertos. Es probable que haya florecido durante el segundo período glacial o tal
vez durante el segundo interglacial que lo siguió. Para ser más precisos, vivió en el
segundo pluvial o el segundo interpluvial. África padeció lluvias intensas mientras
Europa estaba cubierta por el hielo, así que lo llamado glacial en Europa, se llama
pluvial en las tierras tropicales, de la palabra latina pluvia, "lluvia".
Por lo tanto, el hombre de Ternifine no era tan viejo como el de Heidelberg, quien
vivió en el primer interglacial. Pero fue aproximadamente un contemporáneo del
Pithecanthropus y de su primo chino, el Sinanthropus, e incluso puede haber sido un
poco anterior a esos hombres mono asiáticos.
Los restos de Ternifine son demasiado fragmentarios para darnos mucha información
relativa al hombre de Ternifine. Las mandíbulas carecen de mentón y son voluminosas,
algo así como la de Heidelberg. No obstante, los dientes son mucho más primitivos que
los del hombre de Heidelberg, grandes y con corona baja. Parecen más del tipo del
Pithecanthropus. El fragmento solitario de cráneo que tenemos parece indicar una frente
baja. La disposición de las arterias, indicada por las líneas de la superficie interna del
fragmento de cráneo, es similar a la del Pithecanthropus.
*
La reconstrucción corriente del hombre de Neanderthal con las rodillas flexionadas, ha estado bajo
intensos ataques científicos en los últimos tiempos. Ahora se argumenta que los esqueletos de
Neanderthal conocidos fueron armados inexactamente por sus descubridores, o bien estaban deformados
por enfermedades, y que las piernas normales del hombre de Neanderthal eran tan rectas como las
nuestras.
Cráneo de Ehringsdorf. Reconstrucción.
Fuente: Ancestors. California State University at
Sacramento.
Por ironía, el hijo de Rudolf Virchow (el que negó la antigüedad del hombre y del
Pithecanthropus) se había hecho antropólogo. Hans Virchow estudió las dos mandíbulas
de Ehringsdorf y los instrumentos musterienses (tipo Neanderthal) encontrados con
ellas. Le pareció que eran mandíbulas de Neanderthal, pero con ciertas diferencias
menores respecto a las características "clásicas" de Neanderthal.
En 1925 fue hallado un cráneo en la misma mina. Estaba gravemente estropeado, al
parecer por un acto de asesinato. Weidenreich, quien restauró los fragmentos, opinó que
pertenecía a una mujer de entre quince y veinte años. Arthur Keith dedujo que era el
cráneo de un adolescente. También fue considerado como vestigio de Neanderthal. Pero
tenía algunos aspectos curiosos, distintos al de Neanderthal. Los arcos superciliares eran
prominentes, como en el Neanderthal común, pero la frente estaba bien desarrollada, la
bóveda craneal era elevada, había el principio de un mentón, y la estructura de la man-
díbula era notablemente moderna.
En concreto, los restos de Ehringsdorf parecen casi de sapiens en muchos aspectos,
aunque, en un sentido básico, eran de Neanderthal. Y su fechado, 150,000 años, los
hacía más antiguos que los clásicos, más bien primitivos, de Neanderthal, encontrados
por toda Europa.
Un descubrimiento no menos perturbador se hizo en Italia pocos años después. Los
trabajadores del cascajal de Saccopastore, al noreste de Roma, habían hallado un cráneo
humano, a seis metros de profundidad, en un lecho de arena y grava de antigüedad
considerable. En 1935, los paleontólogos franceses Blanc y Breuil encontraron un
segundo cráneo en el mismo cascajal, pero a una profundidad de tres metros.
El primer cráneo de Saccopastore fue identificado como de una mujer joven. Estaba
bien conservado, pero carecía de maxilar inferior. El cráneo de 1935, de un hombre
maduro, carecía de bóveda craneal, pero la mitad derecha de la cara y la base del cráneo
se hallaban intactas. Ambas eran de tipo Neanderthal, con diferencias.
Cráneo de Saccopastore. Hallado en 1929.
Fuente: modernhumanorigins.com
La posición del foramen magnum, la abertura del cráneo, era más de sapiens, que de
Neanderthal. Los arcos superciliares no eran particularmente grandes. Los dientes eran
pequeños y de aspecto moderno. Por otra parte, la capacidad craneal era baja, de 1,200
centímetros cúbicos para la mujer y alrededor de 1,300 para el hombre. Las frentes
estaban aplanadas, la bóveda craneal era baja, y los pómulos grandes.
Como el hombre de Ehringsdorf, el de Saccopastore databa del tercer interglacial,
hace alrededor de 150,000 años. Por lo tanto, era más antiguo que los Neanderthal
clásicos de Chapelle-aux-Saints, Le Moustier y el mismo Neanderthal. Tenía muchas
características primitivas, pero también otras modernas. Era al mismo tiempo más
arcaico y más moderno que la mayor parte de los de Neanderthal conocidos.
Estaba formándose un cuadro. Un descubrimiento de 1933 se sumó al diseño.
Se hizo en Steinheim, treinta y dos kilómetros al norte de la ciudad alemana de
Stuttgart. Una vezmás, el lecho de grava formado por un antiguo río, fue el origen de un
fósil humano importante, y otra vez hicieron los mineros el hallazgo.
Se descubrió allí un cráneo el 24 de julio de 1933, en un cascajal que databa de la
primera parte del segundo interglacial, hace alrededor de 250,000 años. Por lo tanto, era
100,000 años más viejo que los cráneos de Ehringsdorf y Saccopastore, y 200,000 más
antiguo que la mayoría de los cráneos clásicos de tipo Neanderthal.
El cráneo de Steinheim también parecía de Neanderthal. Tenía una bóveda craneal
baja, grandes órbitas oculares y enormes arcos superciliares. A primera vista, parecía
que el cráneo de Steinheim sería el Neanderthal clásico más viejo encontrado jamás.
Pero un examen más detenido planteó algunos problemas. La región occipital, la
parte posterior de la cabeza, estaba redondeada suavemente, como en el Homo sapiens,
en lugar de ser abultada y colgante, como en el de Neanderthal. La boca era plana, en
tanto que en el Neanderthal auténtico sobresalía hacia delante, en una especie de hocico.
Los dientes también eran bastante modernos.
Cráneo de Steinheim. Hallado en 1933.
Fuente: modernhumanorigins.com