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FREUD Y EL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO

Alguna vez escribió Freud: "Con el psicoanálisis ha su-


frido el espíritu humano una nueva humillación. Una
humillación psicológica se ha añadido a la humillación
biológica infligida por la teoría de la descendencia, su-
mada a su vez a la humillación cosmológica debida al
descubrimiento de Copérnico".
Tres etapas del mundo moderno se cifran en los tres
nombres aludidos por el psicólogo vienés: Copérnico, Dar-
win y el propio Segismundo Freud. Parecerá a cualquie-
ra una audaz vanidad el que el autor del psicoanálisis
compare su obra con la de los dos genios precedentes,
de tan amplio renombre en el campo de la investigación
humana, y cuyas premisas científicas fueron capaces de
transformar plenamente la imagen física del universo
que era familiar al hombre desde Ptolomeo, y la tesis de
la fijeza de las especies, tan cara a todo el pensamiento
clásico y medieval.
Vanidoso o, mejor, soberbio, no es, sin embargo, por
estas características de su temperamento por lo que Freud
se compara con el maestro de la astronomía y el sabio de
las ciencias naturales. Es por el aspecto de "enfents terri- Pero, ¿de qué ríe Freud? Acaso, simplemente, de la
bles" que Copérnico y Darwin ostentan a los ojos del pro- engolada edad victoriana en cuyo seno le tocó nacer y que
fesor de Viena. El primero muestra al hombre que su cubrió con su sonrisa superficial y sus maneras falsa-
idea de sentirse el centro del universo, de que su planeta mente galantes, no sólo a Inglaterra, sino a todo el Con-
en que mora es el eje de la gran órbita solar, es una vana tinente? No. La burla de Freud viene de más atrás: ema-
ilusión, una perspectiva de rana ante la mirada que na de su ancestro judío, perseguido secularmente, y co-
alumbran las nuevas matemáticas y el análisis cientí- bija, no ya sólo "le temps de la reine Victoire", sino todo
fico. El descubridor de la teoría evolucionista señala tam- el mundo del racionalismo moderno.
bién a una humanidad orgullosa, que su origen orgánico Veamos con alguna pausa qué es lo que acontece en
no proviene precisamente de manera directa de las manos este período que se inicia con Copérnico, Galileo y Ke-
de Dios, sino que es resultado del lento despliegue de la pler, Bacon y Descartes, para que concluya con la sa-
vida a través de las más humildes formas de especies ani- tánica risa del filósofo y psicólogo que hace un siglo viera
males inferiores. la luz en la alegre ciudad centro-europea.
Freud advierte en el maestro pre-renacentista y en el Hay un concepto en la filosofía medieval que es el cen-
sabio inglés el papel de aguafiestas que siempre solía to- tro de toda la especulación metafísica de ese entonces:
mar para sí mismo. Pero es lo cierto que ni Copérnico ni es el concepto de ser. Pero el concepto de ser tiene u n a
Darwin fueron espíritus irreligiosos como se vanagloria- cualidad o particularidad que lo hace especialmente fe-
ba de serlo el maestro austríaco. Plenos de fe cristiana, cundo para la manera como el filósofo medieval afronta
lanzaron sus hipótesis científicas convencidos de que con su temática: el concepto de ser no es un concepto uní-
ellas contribuían a la "dignidad y aumento de la cien- voco sino analógico. Todo lo que conocemos, en una úl-
cia", mas no a destronar el reino de Dios del corazón de tima instancia, se reduce a decir de ello que es un ser:
los hombres. Escribían y meditaban en una época crea- el ser de la piedra, el ser del hombre, el ser del ángel y
dora: el astrónomo, al iniciarse la edad moderna, y el el ser de Dios; el ser de la sustancia y el ser del acciden-
biólogo al culminar ésta, pero sin que todavía tocara a te; el ser creado y el ser increado. Pero con suma caute-
su fin. Freud, en cambio, es el espíritu burlón que, como la la especulación filosófica de la Edad Media atribuía
en ciertas comedias, muerto en el escenario, todavía le esta misma noción de ser a los distintos objetos que he-
corresponde un último papel: el de levantarse a correr mos señalado. Imbuida en la fe, siendo una filosofía que
el telón entre una mueca macabra. trabajaba desde la fe, no cometía el irrespeto de consi-
derar que el concepto de ser era idéntico y significaba
Y esta su muerte y esta su tragicómica resurrección
una misma cosa, cuando se atribuía a la piedra o a Dios.
para el acto postrero de la farsa, no es una simple ima-
La noción de ser era así, pues, solamente analógica, ca-
gen literaria que no ha de venir al caso, sino la expre-
recía de univocidad: no era idéntica la mención en el ser
sión muy viva de lo que Freud representa en el mundo
de la criatura y en el ser que pertenece a Dios.
nuevo que nace en este siglo XX. A él corresponde clau-
surar la vieja etapa racionalista y adentrarnos en las No hay que negar que yacía en esta concepción analó-
formas de un pensar y de un sentir, de signo casi contra- gica del ser un hondo sentido religioso. Es como si a los
rio al que se enarbola con el Renacimiento. oídos de los apóstoles les llegase la alusión de trece hom-
bres que se reunieron una noche en la última cena. Eso civiles necesitan numerarse, en la gran ciudad, niveladora
de numerar a Cristo con los doce, tomar del Señor sólo por esencia, el número que preside una puerta es tan ne-
su carácter individual humano para hacer con sus pre- cesario para el palacio de los gobernantes como para la
feridos un número trece cuantitativo y puramente su- humilde choza del obrero. Sin él, todas las gentes se ex-
mativo, era despojar al Maestro de su carácter divino, de travían y no hallan jamás lo que buscan.
su trascendente incomunicabilidad con los que apenas La noción unívoca del ser era igualmente necesaria
eran individuos de una especie, mientras El era uno y para el pensamiento racionalista que toma su expresión
único en su realidad divina. acabada en Descartes y en Galileo. Uno y otro eran cre-
Pero desde el seno mismo de la Edad Media surgió yentes, como lo fueron la mayoría de los hombres que ini-
esta disidencia en la doctrina de que el concepto de ser ciaron la revolución científica de los finales del Renaci-
era analógico. Razones también profundamente religio- miento. Pero si mantenían la fe, carecían quizás un poco
sas, aparte de las fuertemente dialécticas, llevaron a del sentimiento de profunda reverencia que señala la
Duns Escoto a sostener por primera vez, que el concepto frente de toda religiosidad profunda. La univocidad del
de ser bien podía poseer un carácter unívoco, sin que ello ente implicaba una relación de confianza y hasta fami-
implicara el que se convirtiera en género. Y varios siglos liar con los poderes superiores del Cosmos. Por ella todos
más tarde, el genial filósofo español, el jesuíta Francisco los gatos se hacían pardos, todas las realidades se vincu-
Suárez, desenvuelve ampliamente esta doctrina en la que laban en una confianzuda mescolanza, ausente de jerar-
desemboca todo el mundo del racionalismo contemporá- quías y de distancias.
neo. Ya entonces, cuando decimos ser, mentamos algo que
es común e idéntico en Dios y en el hombre, en el hom- Este espíritu racionalista, merced al fecundo concep-
bre y en el animal, en la sustancia y en el accidente, en to de la univocidad del ente, pudo pensar con Descartes
el objeto real y en el objeto ideal. Ya la noción de ser que, que toda la naturaleza material, las "res extensae" eran
mientras fuera puramente analógica, conservaba una je- sólo mecanismos; lo vivo no existía para él; el animal
rarquía, respetaba grados del ser e implicaba un Ser Su- mismo no era más que un mecanismo movido por las
premo del que todos los demás seres eran solamente tri- leyes de la masa y del movimiento.
butarios, ya esa noción de ser, repito, se democratiza, por La propensión univocista condujo también a reducir
así decir. Se pide a ella un igual tratamiento para todas toda la esencia del universo a unas cuantas partículas
las cosas, para todos los objetos; se le exige que cubra de materia y energía, cuyas leyes, una vez descubiertas,
con equitativa largueza todos los términos a que se atri- despejarían todo el misterio del mundo.
buye. Como en las democracias racionalistas, todos los
Pero en un principio esta optimista aspiración tuvo
ciudadanos son sólo un número del registro electoral, des-
también un alcance sociológico. Una vasta zona de po-
de el gran magistrado o el ilustre jerarca eclesiástico
blación europea, acababa de salir de la más cruel perse-
hasta el humilde artesano, así entonces todos los entes
son seres en la misma medida y con iguales derechos a cución: me refiero a la raza judía que se mantuvo in-
esta noción, antes tan exigentemente tazada y atribuida. contaminada, justamente por el odio de que se la hizo ob-
jeto. Alejada de toda posibilidad en el mundo de la rique
Mientras en la pequeña aldea, ni la Iglesia, ni la casa
za territorial, que es el imperante en la Edad Media, se
parroquial, ni el edificio donde moran las autoridades
refugió en los burgos a acumular numerario, dinero con- Para ser verdaderos, todo griego auténtico es un com-
tante y sonante, producto del comercio y de la usura. plejo de Platón y de Aristóteles. Mirados estos dos anta-
Cuando la nobleza territorial decae, es el judío quien da gónicos pensadores desde la altura del racionalismo mo-
el primer paso en su reconstrucción social, sirviendo al derno, son como dos hermanos que riñesen por cosas que
noble de garante de sus empresas arruinadas. Pero con les son hondamente queridas. Lo natural para el aristo-
el racionalismo, el judaismo internacional y cosmopoli- telismo no es, pues, lo que está ahí, como arrojado, como
ta, encuentra el puente con que puede entenderse am- abandonado del cultivo y cuidado de las manos del hom-
pliamente en u n a sociedad que ya no es cristiana, sim- bre. Lo natural no es idéntico a lo selvático. "Por eso se
plemente porque ya cree ante todo en la razón. ha dicho que para el griego, la manzana natural no es
Guardando en lo más hondo de su ser sus profundas la manzana salvaje, sino la manzana de oro del jardín
creencias religiosas, herencia de los antiguos patriarcas de las Hespérides".
y profetas, el judío sabe que hablando el lenguaje de la Cuando, con el mecanicismo cartesiano y el análisis
razón, en el que todas las cosas son iguales, podrá con- matemático de Galileo, se elimina del ser su concepto de
quistar la fortaleza de una sociedad cristiana que antes finalidad, se torna al mismo tiempo otro el concepto de
lo mirara con horror cuando en ella vivía ardientemente naturaleza. Ya nada tendrán que hacer allí nociones como
la fe en Cristo y el recuerdo de su afrentoso sacrificio. las de entelequia, en cuya significación va envuelto pre-
El universalismo del amor es reemplazado en el mundo cisamente el sentido de la finalidad. Esta misma palabra
judío, por el universalismo de la inteligencia. Precisa- entelequia es rechazada con furor como el rezago más
mente un filósofo judío, que ocupa puesto preeminente abominable de las viejas concepciones. La finalidad se
en la filosofía contemporánea, nos hablará un día del torna así en el lastre más pesado del nuevo estilo de pen-
"amor Dei intellectualis", del amor intelectual de Dios, sar y se la persigue en todos los rincones.
Pero otras realidades surgen al mundo cultural de En esta lucha aciaga vence, al fin, el mecanicismo
entonces, con el operante concepto unívoco del ente. Una total, la idea de que los seres todos no son más que aglo-
de las nociones que padecen más profunda transforma- merados de partículas ínfimas, de últimas realidades, de
ción es la de "naturaleza". Para el hombre griego y el las que se ausenta todo concepto de valor.
pensamiento medieval, lo natural es lo que corresponde Con esta idea directriz se va a reconstruir el mundo
a la esencia de un ser: es la esencia misma en cuanto todo de la naturaleza y de la cultura, con la clara visión
principio de sus operaciones. Por la naturaleza, los seres de que naturaleza y cultura aquí no se distinguen, pues
no sólo son lo que son, sino que obran como deben obrar. en la cultura también hay que descubrir los elementos
Pero toda operación tiene un término y este término es últimos, materiales desde luego, y obedientes como todos
su fin. Pero su fin es, a la vez su bien. El concepto de los demás del mundo físico, a las leyes inexorables de la
naturaleza tal como lo advierte el mundo clásico, está, mecánica.
por tanto, íntimamente ligado a la concepción teleológica Es a esta lumbre como florecen las concepciones m e -
del cosmos. Al orden estático que llevan entre sí las par- canicistas de la sociedad, las teorías del pacto social y las
tes en un todo, se une el orden dinámico, que expresa las tesis individualistas del liberalismo económico y político.
relaciones de los medios con un fin. La psicología se hace alegremente asociacionista: se bus-
ca demostrar que mi visión del bosque no es más que la proposición jurídica es la coacción. Si el derecho se cum-
suma del infinito número de visiones de cada una de las ple por razones de valor, si se postula su validez con inde-
hojas de los árboles que lo componen. pendencia de la coacción postrimera, el derecho degenera
En el espacio de un siglo surgen cuatro geniales judíos en costumbre social, tal vez en ideología política, sin valor
que tomando su inspiración en este racionalismo meca- ninguno para la consideración estrictamente científica.
nista, lo empujan hasta tal extremo que lo hacen reven- Si Carlos Marx busca una mónada económica, y Alberto
tar, al hacerle producir todas sus últimas consecuencias. Einstein una mónada de energía, Hans Kelsen hallará
En 1818 nace Carlos Marx, el primero de ellos, y todavía una última mónada a que reducir todo el derecho: al
vive en Viena la última gran figura de esta constelación: momento en que el agente del Estado hace cumplir la
Hans Kelsen. Los otros dos son Segismundo Freud y sentencia judicial por la fuerza.
Alberto Einstein. Y es en este momento finisecular y finicultural cuan-
Los cuatro, al exprimir todo el jugo de la concepción do aparece también la investigación psicoanalítica de
racionalista, anuncian a su modo pero en distinta medida, Sigmund Freud. No es mi propósito examinar exhausti-
el mundo que va a sustituir la imagen "moderna", es vamente el paralismo de estas cuatro figuras del mundo
decir, la post-renacentista, del universo. moderno, pues ello rebasaría los fines de esta conferen-
Carlos Marx disuelve todas las formas culturales en la cia. Pero la interna afinidad de sus posiciones es, por de
lucha económica: Religión y arte, ciencia y formas de pronto, a todas luces manifiesta. Detengámonos solamen-
sociedad, no son otra cosa que las superestructuras de la te ahora, en algunas consideraciones sobre Freud y la
lucha de clases por la supervivencia económica. Como se filosofía implícita que, a despecho del maestro, conlleva
lee en la famosa sentencia, "al lado del molino de viento toda su enorme tarea científica.
florece el señor feudal, como al lado del molino de vapor Cuando Freud descubre el mundo del inconsciente,
surge el capitalista industrial". quiere reducir a él todas las restantes manifestaciones de
Alberto Einstein representa a la vez la última etapa de la actividad humana. Su primera tendencia es, pues, típi-
la física clásica y las posibilidades de su superación, de camente monista como la del racionalismo clásico del que
igual manera que Carlos Marx es inconcebible sin los prin- procede y al que debe su propia formación espiritual.
cipios económicos de Adam Smith y de Ricardo. La fórmu- Para Freud, el inconsciente sólo sabe apetecer. Y des-
la einsteiniana de la transformación de la materia en cubre que el tipo de apetencias que le son propias, son
energía es la cumbre genial del pensamiento mecanicista las que se conocen con el nombre de apetencias sexuales.
y su fruto mejor logrado. Heissemberg, Reichembach, Vacila a lo largo de su prolongada existencia, el concepto
Schrödinger, ya desbordan al maestro en sus concepcio- de la libido que Freud coloca en el portal de sus pesqui-
nes sobre el microcosmos y sobre el macrocosmos. sas científicas. Un día nos recordará que la libido a que
Paralelamente a estos, y en un campo cultural menos ha aludido toda su vida, no es nada más ni nada menos
divulgado por razones acaso demasiado obvias, Hans Kel- que el Eros platónico. Pero es lo cierto que sus investi-
sen realiza en el derecho una revolución del linaje prece- gaciones concretas sobre los sueños, sobre el chiste y su
dente. En el afán de reducir todo a sus últimos elemen- significado, sobre los pequeños actos fallidos, etc., no se
tos, Kelsen también demuestra que el derecho es, en tiñen casi nunca de otra cosa que del más crudo sentido
esencia, fuerza, que la última y postrera etapa de toda sexual, en el restringido sentido de este vocablo.
Y tenía que ser así, porque como hemos recordado al como gustaba decir el materialismo precedente. Pues de
principio de este trabajo, Freud es el aguafiestas de la la misma naturaleza de la conciencia, inconciliable con
época victoriana, y más aún, de todo el mundo cultural el mundo de la pura energía ciega, está esa zona de nues-
que llamamos "modernidad". Por ello colocó al frente de tro sér que actúa con nosotros, a despecho muchas veces
su disertación sobre los sueños la famosa frase de Virgi- de nuestras más luminosas precauciones y advertencias.
lio: "Flectere si nequeos superos, Acheronta movebo". "Si La conciencia, entonces, no será sólo el fuego fatuo de
no puedo doblegar a los poderosos, moveré el Acheronte". una "materia que lucha por convertirse en luz", sino que
Ya están aquí traducidas en la hermosa lengua del Lacio, ella misma, la conciencia, tiene su contrapolo, no por
las tendencias satánicas del genial austríaco. Contra la oscuro, menos emparentado con el linaje estructural de
gazmoñería victoriana, frente al fariseísmo de una cul- esa misma conciencia esclarecida.
tura de postín, Freud quiere enseñar que la naturaleza Cuando, como recordábamos atrás, el racionalismo
no se nivela por lo alto, sino por lo bajo, que el hombre "moderno" desterró de la consideración científica, toda
no se mide por lo que piensa y quiere con sus facultades idea teleológica, todo concepto de finalidad, tuvo buen cui-
superiores, sino por lo que come, secreta y por lo que dado de mantener la idea de fin en el umbral de la
aspira a expeler. conciencia, considerando que sólo es obediente a fines lo
La primera cara de la medalla del descubrimiento que es consciente. Sin embargo, los fines de la concien-
freudiano era, pues, lo suficientemente amarga y desola- cia no son los fines de la naturaleza. Kant mismo, quien
dora, tanto para que el picaresco espíritu de Freud riera reconoce al hombre la capacidad de obrar con un fin,
de buena gana sobre la mojigatería de sus contemporá- rechaza perentoriamente la idea de finalidad de toda con-
neos, pávidos ante lo que mostraba la manta que así se sideración científica. El fin no es ni intuición de la sen-
descorría, como para que la humanidad sufriera esa nue- sibilidad que es lo que hace posibles las matemáticas, ni
va humillación de que años más tarde se envanecerá el categoría del entendimiento con las que se posibilita la
autor del psicoanálisis. física pura. Es mera idea directriz, más propia para el
Pero las argucias de la razón histórica de que nos habla trabajo de los artistas, que para el conocimiento de la
Hegel, tenían reservada una segunda cara del medallón verdad.
del subconsciente, que fue el realmente aprovechado por Pero he aquí que Freud, tras de pretender remover el
el mundo moderno y con el cual pudo liberarse del opro- Acheronte, sacando a flote nuestras peores inclinaciones,
bio advertido en el anverso. nos halla un mundo objetivo de finalidades efectivas, un
Freud nos ha descubierto un inmenso mundo que ape- mundo que sabe apetecer y en lo que todo tiene sentido.
nas entreveían algunos espíritus agudos, y para el cual Poco importa que para él, ese sentido fuera el de las
halló también los más finos instrumentos de exploración puras aspiraciones sexuales. El psicoanálisis posterior se
y pesquisa. Cualquiera que fuera la naturaleza que Freud encargará de mostrar cómo, al lado de la libido, existen
asignara al inconsciente, es lo cierto que la ciencia mo- otras tendencias del inconsciente no menos importantes.
derna cuenta con él y sobre su interpretación todavía cabe Con el descubrimiento del inconsciente y quizás a des-
la tarea de muchas generaciones. pecho del propio Freud, el hombre volvió a creer en la
Pero el inconsciente está ahí. Significa, por lo tanto, finalidad. Apartó de su mente la idea de que en el mun-
que la conciencia no es apenas un epifenómeno mecánico, do exterior y en nuestro psiquismo todo apareciera como
simple relación de causas y efectos. Halló, en fin, que la
pregunta del "por qué" no es apenas una pregunta cau- ficación de bueno o malo, de justo o injusto, de noble o
sal, sino también una cuestión de finalidad. vulgar. Para los ojos del espíritu científico naturalístico,
Y es así como el psicoanálisis se enlaza con todo lo una planta no es mejor que otra, ni un mineral es noble
contemporáneo, con las adquisiciones más preciadas de y de otro puede decirse que es vil.
nuestro siglo XX, que se siente, con razón, en frente de Por partir todavía de este concepto de naturaleza que
la clausurada etapa racionalista y mecanicista. tanto embriagaba a las gentes de la era victoriana, reía
Porque el inconsciente enseñó a mirar al hombre como Freud al descubrir que ella en muchas zonas no era sino
una totalidad. Ya no es una simple suma de asociaciones oscura sexualidad y libido, en el mejor de los casos, repri-
rigurosamente enlazadas por las leyes de la causalidad, mida. Pero en el mismo Freud se halló un término que
sino que todas sus tendencias nacen de una unidad del yo, ya de por sí anuncia todo un mundo nuevo: el vocablo
que se desenvuelve en conciencia y en subconsciencia. sublimación no puede esquivar su alto sentido valorativo,
Conciencia y subconsciencia que tienden a un fin. Y si por más que de él cuelgue el maestro vienés cierto dejo
bien los fines de la segunda pueden pasar muchas veces de desdén antigazmoño.
bajo el nivel de la primera, sin que ésta los advierta, El hombre natural emerge de su sér y aspira a los
precisamente el método del psicoanálisis busca la manera valores. Los realiza todos los días en su vida moral, en
de que los fines inconscientes surjan al umbral de la con- su vida social, sobre la materia inerte, mediante la obra
ciencia, para que se conjuguen con los de ésta y se eluda de arte y la técnica, sobre su capacidad de apetecer me-
así la neurosis, mediante la armonía de todo el conjunto diante los valores religiosos. Pero este hombre natural no
del sér humano. A cuánta distancia estamos ya de esa es el único que se sublima: también cabe hablar de subli-
imagen del hombre, en que el todo no era más que la mación para el mármol que se hace estatua, para los colo-
suma de sus partes. Las relaciones de la conciencia con res que se distribuyen en un cuadro bello, para el hierro
el inconsciente nos indican, como lo dice la teoría actual que se convierte en máquina. Es esta sublimación lo que
de la estructura, que el hombre es algo más que el resul- hoy todos los espíritus actuales llaman cultura: La reali-
tado de sumar esas dos zonas que antes andaban divor- zación objetiva de valores.
ciadas y como peregrinas.
Pero hay algo más. El mismo concepto de naturaleza, Y lleno de pesimismo, en medio de su alegría vital,
descrito antes y que acabó por imperar en la etapa racio- Freud pretende descubrir un día que al lado de los impul-
nalista, queda ya superado en Freud. Resulta evidente sos sexuales que son impulsos de vida, se halla también
para quien observe las tendencias del pensamiento con- un impulso fanático, un instinto de muerte que sólo pro-
temporáneo, que en forma muy vigorosa nos hemos sepa- viene de la sublimación, cabe decir, de la realización de
rado del clásico concepto helénico de lo que es "natural". los valores de la cultura. La cultura toda lleva en sí el
Lo natural ha quedado al margen de toda consideración sentido de la muerte. Es la vía que el hombre escoge
valorativa, conllevada en la imagen que el clásico se hacía para el retorno a la nada original. Ya la planta, nos dice
de las esencias en cuanto naturalezas, es decir, de las Freud, es menos vulnerable a las tendencias nihilizadoras,
esencias en cuanto operantes. Hoy vemos el mundo de la por cuanto carece de movimientos e impulsos ad-extra, que
naturaleza como adiáforo, como indiferente a toda clasi- son todos los que implican en el animal su tendencia a
la muerte. Pero el hombre perece por la cultura.
Si sólo la procreación es actividad vital humana, cabe
pensar que el hombre ha sentido desde muy hondo que
en él moran otras realidades superiores, en forma de aspi-
raciones, pues la historia de la humanidad no es sólo la
historia de la multiplicación de la especie, sino por el con-
trario, y en muy más vasta medida, la de sus realizacio-
nes culturales. Pero es que la vida humana, como no lo
vió Freud, es algo más que vida biológica: es por sobre
todo, creación de valores en los que el hombre encuentra
una forma de la inmortalidad. Y ello, tanto más cierto,
para los que creemos en una vida supraterrena, pues la
idea escatológica, la noción de un más allá, nace desde
tiempos inmemoriales, vinculada al concepto de que el
hombre debe recoger en un allende el fruto de lo que hizo
en esta vida. Por ello, el hacer del hombre no tiene una
tendencia a la nada, sino que precisamente es el salto
sobre la nada de esta vida a la plenitud de una trascen-
dencia. Si la cultura anuncia la muerte, es porque pro-
mete para más allá de la muerte una vida en plenitud.

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