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oscuros recovecos de la infancia humana, cuando la vida era indefensión y miedo. Los
lobos unían gustosos sus aullidos a la letanía, cual cantos de sirena anunciando el final
grises nubes, asomando de vez en cuando, sin poder resistirse a mirar. Aquel era el
aquella gran tumba, como una herida abierta en mitad de la salvaje belleza del paisaje.
Desde el primer día que llegó al lugar, hacía un mes, el entramado de alambradas,
estúpidos. Bastaba con soltar a un hombre en aquella desolación para que acabara
muriendo en cuestión de horas a causa del frío; pero también sabía que aquello no era
suficiente castigo para él, sus verdugos querían regodearse del sufrimiento y del llanto,
del desfallecimiento y la enfermedad, y que los que esperaban en la cola del sacrificio al
gran líder vieran de antemano lo que también a ellos les iba a acontecer. Lejos quedaban
en su mente los tiempos de unidad, del calor de la esperanza, del alborozo de la victoria,
cuando toda la Avenida Nevski bullía de gente abrazándose, besándose, discutiendo,
enarbolando las banderas rojas que representaban las cadenas de toda una eternidad
rotas para siempre. O eso pensábamos, añadió para sí mismo Nikolai, mirando con
capitular, de no darles esa última satisfacción a los asesinos, a las hienas que devoraban
día a día los frutos de su lucha. Sin embargo, pese a su entereza, no podían sino
romperse por dentro, resquebrajar su alma, ante la presencia de los seres queridos a su
lado; era el cruel destino que tenían preparado para ellos, que toda su familia, incluidos
los niños a partir de doce años, compartieran con los traidores a la revolución el indigno
final que era la muerte en aquel apartado lugar. Nikolai había perdido a toda su
familia en la guerra civil o en las terribles hambrunas de los años 20, y ahora se
alegraba
de ello, porque pensaba que era mejor morir en una trinchera o de inanición que ser
A su lado, Nadja miraba furibunda a sus verdugos, apretando los puños y mordiéndose
los labios hasta sentir el sabor de su propia sangre. Ni siquiera las torturas ni las
privaciones habían apagado el fuego de su odio, que nacía de las llameantes calderas
albergadas en su memoria, de los sacrificios que ella y sus compañeras de las fábricas
hermana, caída en los escarceos callejeros de la capital, fluían una y otra vez en sus
las frías y húmedas noches en los catres. Tenía que hacer titánicos esfuerzos por no caer
en la negrura del derrotismo, porque sabía que si aceptaba que todo aquello no había
servido para nada, no necesitaría de verdugos para morir, porque lo habría hecho ella
misma arrancándose el corazón. Tan sólo encontraba la paz en los brazos de Nikolai,
cuando sus patéticos y sucios cuerpos se enzarzaban en un jadeante intercambio de vida,
escondidos de las miradas indiscretas de los guardias y los presos en el fondo del
calmaba ese fuego que amenazaba con abrasarla por completo antes de tiempo, con la
paz que sólo pueden proporcionar las palabras susurradas al oído por parte de un ser
querido.
Los niños miraban a su alrededor con ojos inocentes, que ni siquiera la brutalidad de
todo aquello había podido mancillar. Escuchaban atentos cada quejido del
viento, cada vuelo rasante de los cuervos que atestaban las inmediaciones del campo, y
alto de las torres. Los lobos habían aprendido ya el mortífero lenguaje de esas armas, y
perímetro del recinto cuando la entrada principal se abría con un nuevo grupo de
personas a los que dirigían dentro del bosque para fusilarlos; los animales sabían que en
ese momento estaban a salvo, que de hecho estaban invitados al acto, porque muchas
veces los soldados dejaban alguno moribundo para ver como eran rematados
Por fin, la sirena principal emitió una aguda señal, anunciando el comienzo del final;
mujeres y hombres, no pudiendo resistir, caían al suelo ocultando las lágrimas con sus
sucias manos, y aferrando con fuerza a los despistados niños, que también se unieron al
coro de lamentos. Nikolai, Nadja y otros cuantos más, miraron al frente con
resto de presos, a pesar de que muchos no llegaban a la cuarentena; sin embargo, todos
fábricas a lo largo y ancho de todo el país. “Trotskistas” les escupían con desprecio los
sus vidas a la revolución, y muchos consideraban justo caer con ella, y la pena y la
entonar la Internacional mientras eran dirigidos fuera del recinto; las voces comenzaron
altavoces del campo que ladraban una y otra vez las falsedades y mentiras de su traición
catársis, elevando el último grito por la libertad que harían en sus vidas. Los soldados
minutos habituales, sino acabar la tarea lo antes posible, lo que fuera para apagar los
hombres y mujeres. Fueron colocados uno al lado del otro, los hombres con sus esposas,
los niños junto a sus madres. Nadja y Nikolai se aferraron fuerte las manos, y con una
última mirada fugaz se dijeron adiós para siempre, fuego y agua se mezclaron por
última vez, ira y paz se reencontraron tras siglos de desavenencias gracias al amor de
dos personas. El comisario político dio la orden, los fusiles rugieron, cincuenta personas
perdieron sus vidas. No hubo regocijos, bromas de los soldados, presos moribundos, y
los lobos, a diferencia de otras veces, aullaron al cielo las miserias de la revolución
traicionada.