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Casi siempre cuando hablamos de un factor de riesgo extralaboral nos

relacionados con el entorno laboral del empleado y hacemos mucho énfasis


en aquellos que tienen que ver con lo periodos en que el trabajador está en su
puesto de trabajo ó buscando uno.

No obstante, se habla muy poco del trabajador fuera de su entorno profesional…


Es decir, no se habla de cuando los empleados llegan a casa.

Llegar a casa se ha convertido en algo más… Aquellos años en que el hombre


era el único que iba a trabajar han terminado, pero nuestra cultura aún no lo ha
asumido y mucha gente sigue sin aceptar que ahora el trabajo se hace en pareja.

De hecho, en las sociedades modernas las reglas han cambiado tanto, que en
muchos casos es ahora la mujer la que lleva el pan a casa y este factor, ligado a
muchos otros, han afectado el entorno doméstico de la mayoría de los
trabajadores convirtiendo “el hogar” en un lugar al que muchos prefieren no ir.

CASA – TRABAJO (DOBLE PROBLEMA)

¿Qué pasa cuando el empleado llega a casa?… ¿Cómo nos afecta nuestro trabajo
una vez estamos en el hogar?…Hasta donde la negatividad, el estrés y la
sobrecarga laboral transforman nuestras conductas y minan nuestras ganas de
volver a casa por saber que encontraremos más de lo mismo.

La vida para cualquier trabajador de nuestra sociedad moderna se ha tornado en


un remolino de menesteres por hacer y de gestiones (pendientes) por completar
en casa… Todo esto sumado a intensas jornadas de trabajo y cada vez mayores
exigencias profesionales, ha dejado a muchos empleados con pocas ganas de
volver a casa y tener que enfrentarse a las rutinarias tareas domésticas de hoy en
día.

Poco a poco nos hemos llenado de cargas mentales que muchas veces no
podemos conciliar (como antes) una vez estábamos en casa. Nos hemos dado
cuenta de que las complicaciones diarias tienen una extensión precisamente
allí… Cosas tan sencillas como: Sacar la basura, hacer la colada, limpiar,
planchar, cambiar las sábanas, etc.… Se han convertido en un problema, ya que
muchas parejas trabajan todo el día afuera y no quieren llegar a casa
precisamente a seguir “trabajando”.

Parejas que tienen cada vez menos tiempo para dedicarle a sus hijos y que casi
no pueden con el cuidado de la relación afectiva, han convertido a los hogares
modernos en un hervidero de divorcios y de separaciones a punto de estallar.
Provocan con cada vez más frecuencia que lo cónyuges decidan quedarse “un
poquito más” en el trabajo tratando de retrasar la llegada al hogar.

Trabajadores solteros y separados, agobiados también por la misma su situación,


no encuentran refugio en sus hogares y también optan por quedarse en sus
respectivos trabajos, al sentirse más cómodos allí que frente al televisor o
echados en el sofá.

En estos tiempos y para muchas personas en esta situación, llegar al hogar ya no


significa descansar, pues la sobrecarga de las tareas del hogar está compitiendo
en complejidad y ritmo con la sobrecarga laboral.

Incluso podría afirmar que actualmente existe un alto porcentaje de los


denominados adictos al trabajo (de ambos sexos) que ahora mismo utilizan el
hecho de que sea bien visto estar después de la hora en la oficina y quedarse
“trabajando”… por el simple temor de volver a casa y encontrar más trabajo. Así
que tenemos un problema que se convierte en solución pero que agrava la raíz del
problema principal y es que nuestra sociedad se ha convertido en un ambiente
altamente estresante y en cierta forma asfixiante desde todo punto de vista.

El cuidado de los hijos, las responsabilidades conyugales y asuntos tan triviales


como la compra, poner la lavadora ó cambiar una bombilla se ha convertido en un
acumulado de martirios que el empleado varón prefiere saltarse, por lo que opta
llegar “más tarde” directo a dormir.
El problema es que estos hombres que deliberadamente “escapan” de sus
deberes domésticos sobrecargan irresponsablemente a sus parejas, que al
igual que ellos trabajan jornada completa haciendo que pasen a tener una jornada
“doble”, pues una vez llegan al hogar siguen trabajando en los quehaceres
domésticos para tratar de mantener un mínimo de orden en la casa al tiempo que
alimentan y tratan de pasar tiempo de calidad con sus hijos.

La falta de horarios, la falta de asignación formal de tareas y el hecho de que


existan tradiciones machistas al respecto, que no permiten ordenar ó fijar cada
actividad, son otras características del trabajo doméstico que lo predisponen a
favorecen la falta de identificación con él. Además, no se recibe una
compensación económica por hacerlo, y ya sabemos que son pocos los inclinados
en realizar algo que no implique una remuneración nominal.

De esta forma… El hogar, antes signo de paz, sosiego y verdadero descanso


(luego de la jornada laboral), se ha convertido en una suerte de dormitorio
pseudo familiar, en donde se acude sólo para dormir y lavar la ropa, cuando se
puede, ya que incluso las comidas en familia se están obviando dentro de este
abismo de vida artificial al que hemos llegado.

CONSECUENCIAS EXTRALABORALES

Las repercusiones que ha traído este problema son bien conocidas por todos,
pues viviendo en cualquier sociedad occidental es imposible escapar de ellas.
Peleas, estrés, conflictos familiares, son el pan nuestro de cada día. Los
problemas cotidianos se han duplicado abriendo dos frentes, el laboral y el
familiar; este hecho está mermando nuestra capacidad de aceptación de tantas
situaciones estresantes al mismo tiempo y poco a poco se ha convertido en un
problema psicológico (aún no identificado) que dentro de poco tendrá
seguramente algún nombre de estos que “dan miedo” y que muy probablemente
empezará con la palabra “síndrome”…
Tantas exigencias sociales representan una carga mental y física muy difícil de
soportar para cualquier persona y la convivencia en pareja sólo ha empeorado el
hecho de que estamos demasiado estresados por nuestras responsabilidades
laborales que apenas podemos pensar en las domésticas. Así que no es
sorprendente entonces, que la tasa de divorcios y separaciones continúe
subiendo cada año sin que ninguna medida social, gubernamental ó incluso
religiosa haya podido ponerle freno. Pues casarse o vivir en pareja no ha resuelto
el problema latente que significa lidiar con la conflictividad en la que actualmente
vivimos.

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