Doctor en Filología Clásica, doctor en Filosofía Pura y
Catedrático de Latín
He aquí un libro curioso e interesante. Con estilo sencillo y
popular, como en un bastidor de artesanía, quedan hilvanados con hilos de seda episodios de la época medieval vividos por protagonistas hispanos.
La España de los Templarios, para muchos todavía
desconocida, aparece aquí diseñada con realismo en un bello manto bordado con los primores de aquel tiempo mudéjar, sacado a la luz por el autor, del baúl de los recuerdos históricos.
Las Órdenes Militares ocupaban desde el siglo XII territorios
de España, donde encontraron los Templarios su razón de ser y ampliaron su concepto de cruzada, siguiendo su objetivo de luchar contra los musulmanes, enemigos de la cristiandad, donde quiera que los hallasen.
A pesar de su vinculación a Roma y de su independencia de la
jerarquía eclesiástica, la Orden del Temple adquiere pronto en España un carácter nacional y se distingue por su celo y tesón en defender las fronteras colaborando eficazmente con los reyes en la Reconquista, en Castilla y León, Aragón y Navarra.
La historia, y la ascesis de estos monjes guerreros, su vida
religiosa monacal nos interesan como parte de nuestra historia nacional. El autor del libro, Antonio Galera, nos la desvela por fin, descubriendo el misterio y el enigma con el que aparece siempre rodeada esta Orden militar, como una bruma medieval romántica que la envuelve.
Ya la Introducción del autor antes de la novela tiene la
enjundia de lo arcaico y arqueológico encerrado en los vetustos muros de cualquier templo o convento de la Orden en España, de ladrillo mudéjar y bóvedas nervadas de tradición hispano-musulmana; el románico iba dando paso al gótico. El autor parece haber tenido el privilegio, a través del tunel del tiempo, de vivir entre los espesos muros conventuales y haber compartido con los monjes soldados el pan y la sal y sus ejercicios religiosos y contemplativos, familiarizado con la organización y jerarquía caballeresca de la Orden.
Se trata de una novela histórica. En ella se recogen las
resonancias románticas de la literatura medieval sobre una orden legendaria y controvertida, admirada y denigrada, desaparecida entre aureolas de martirio y persecución calumniosa. Un proceso inicuo que duró siete años, por la iniciativa del rey francés, contando con la Inquisición de la época. El autor hace justicia, como el Concilio de Vienne en el año 1311, sobre la tergiversación de sus prácticas monacales: escupir sobra la cruz durante los ritos de admisión, y otras falsedades, como entregarse a la sodomía o rendir cultos a ídolos.
El error histórico de la Iglesia institucional en la persona de
Clemente V, juguete de los intereses del rey francés, Felipe el Hermoso, queda marcado por la Bula “Vox in Excelso” decretando la supresión de la orden, y por la Comisión de tres cardenales que los condena a cadena perpetua en el año 1312; y luego, el Consejo Real, excediéndose en su absolutismo, los condena a la hoguera; final trágico, recogido en la novela, que repercute “trágicamente” en los verdugos, como la muerte de Jesús terminó también en tragedia para Jerusalén, destruida por los romanos, y para Pilatos, destituido más tarde por el emperador Tiberio. El autor se muestra implacable en sus tintes trágicos.
En España se siguió el proceder francés en Navarra, a pesar
de haberse reconocido la inocencia de los templarios en el Concilio de Tarragona en 1312. En Aragón y Valencia el rey ordenó al Inquisidor General y a los obispos de Valencia y Zaragoza actuar contra los templarios. Castilla tomó sus bienes. En Valencia se fundaron con sus bienes y propiedades la Orden de Montesa, adscrita al Cister, con las reglas de la Orden de Calatrava, para no dar así los bienes a los Hospitalarios de San Juan, sus encarnizados enemigos, que se hicieron los dueños a su costa en Aragón y Cataluña.
Una grave injusticia que hace desenterrar nuestro autor para
reanudar un proceso, no aclarado entonces, sobre los “pobres caballeros de Cristo”, seguidores de la regla de San Agustín, caballeros y nobles franceses, cristianos fervientes, agrupados por el entusiasta caballero champañés Hugues de Payns en 1119. Contaron pronto con la aprobación y el entusiasmo de una personalidad tan influyente como San Bernardo de Claraval, reformador del Cister, que parece haber contagiado su admiración a nuestro autor, que se manifiesta decidido partidario de los templarios a través de su investigación.
El nombre mismo de Templario lo refiere el autor a su
instalación en un palacio contiguo al Templo de Salomón, cedido por Balduino II, emperador latino de Oriente, rey de Jerusalén y Galilea, conquistada por Tancredo en la primera Cruzada, y que había sucedido en el reino a su primo Balduino I, hermano de Godofredo de Bouillon, uno de los primeros nobles en tomar el hábito de cruzado, que vendió su ducado de Lorena para sufragar los gastos de la expedición cristiana y renunció al título de rey después de la toma de Jerusalén, en la que fue uno de los protagonistas, contentándose con el título de protector del Santo Sepulcro, del cual fueron guardianes los templarios. En este ambiente idealista de cruzada, de caballeros cristianos guerreros, había nacido la Orden de los templarios.
El nombre y la vinculación de la Orden al Templo de Salomón,
ponen a la vez de relieve su espíritu bélico y su magnificencia, que fueron la gloria de la Orden y la causa de su ruina.
El Templo de Salomón, reconstruido en todo su esplendor,
tras la cautividad de Babilonia, era un símbolo del espíritu nacional y guerrero del pueblo de Israel. Fue edificado por Salomón para cumplimentar el proyecto de David su padre, unificador de las tribus, el rey pastor, poeta salmista y guerrero, vencedor de los filisteos y suplantador del reino de Saúl, según el deseo de Dios y del profeta Samuel.
Las dos características históricas del Templo las va reseñando
el autor a lo largo de su interesante novela como atributo de los templarios: su carácter guerrero y su magnificencia en propiedades y fortalezas puestas al servicio de la cristiandad.
El Temple guerrero de los monjes soldados queda puesto de
relieve en la novela por la férrea disciplina militar de su organización y en sus convicciones cristianas de militantes de Cristo puestas a prueba para ser admitidos en la Orden. Ellos, especialmente, continúan en la Edad Media la doctrina entusiasta del “soldado de Cristo”, recogida de los soldados conversos al cristianismo procedentes de las victoriosas legiones romanas.
La brillante aureola de defensores de los Santos Lugares y
defensores de la cristiandad llegó a provocar la envidia de algunos reyes cristianos; cuando la Iglesia les retiró su apoyo cediendo a la presión de Felipe IV, se sumaron luego a la persecución.
Pero fueron los nobles los enemigos más numerosos y
principales, muchos se sintieron marginados en las conquistas a causa de los monjes guerreros; a estos llamaban los reyes, y ocupaban siempre un lugar destacado en las batallas, a los monjes confiaban las conquistas realizadas y la defensa de las plazas fronterizas.
Sólo así se explica el proceso civil y eclesiástico que
constituye la trama de la novela, entre envidias y ambiciones siniestras. Influencia, prestigio, poder y riquezas también objeto envidiado de otras órdenes hospitalarias de la época; sobre todo por parte de los Hospitalarios de San Juan, que en Valencia consiguen ser los herederos directos en el despojo templario. El autor va moviendo los hilos de los personajes enemigos como en un teatro de guiñol. Los perseguidores “crueles e inflexibles” como Felipe IV el Hermoso; al que siguen en comparsa el rey de Navarra y, en algún aspecto, el de Aragón, y el rey de Castilla, que pone a su propio favor los bienes templarios. Perseguidores “dóciles” en las manos absolutistas del rey francés, como el primer Papa de Aviñón, Clemente V, que llega a disolver la Orden. Perseguidores “inexorables” como la Inquisición eclesiástica y el Tribunal de Cardenales, que se lavan las manos ante los desmanes civiles del rey frente a unos fervorosos monjes, personalmente pobres, que tanto contribuyeron a la causa de la cristiandad. Como a todos los perseguidores de los inocentes, el autor reserva un justo castigo.
Estos sucesos históricos novelados, el autor los presenta
como un ramillete sencillo de variadas flores silvestres recogidas en las tierras de España. Su estilo es candoroso, popular, gusta de la ingenuidad y sencillez, procurando ser accesible a todos los ambientes de lectores, evitando la amplificación y el retoricismo: cualidades de estilo precisamente propias de aquella época, del prosista Juan Manuel y del historiador Canciller Ayala; el estilo que marca la obra didáctica, “Libro de Patronio” o “El Conde Lucanor”, frente a las prácticas retóricas del Medievo. Así nace la prosa novelística española, que se realizará luego, dos siglos más tarde, con el “Lazarillo de Tormes”.
Como novela histórica se apoya en datos fehacientes y
documentos que garantizan la verdad de unos hechos. Nuestro autor sigue en su obra una línea rigurosa de investigación y un estudio de los documentos de la época, muchos de ellos desconocidos e inéditos, valiéndose de su tarjeta nacional de investigador que le permite el acceso fácil a museos y bibliotecas, como él mismo explica mediante recurso literario. La obra resulta así curiosa y científica para conocer a través de una novela entretenida la leyenda y el misterio que siempre rodearon la Orden de los Templarios, demostrando un asesoramiento y una información que resulta también intrigante y misteriosa.
Una obra de intriga, en línea directa con la persecución
histórica de los nobles, del rey, del proceso de la Inquisición y de la inexcusable debilidad de un Papa a expensas de la ambición y crueldad del rey de Francia.
A veces la intriga se detiene en la historia y en los
documentos; y allí es donde llega la “pericia policial del autor”, con una experiencia policial vivida durante treinta años. Parece estar dotado de ese “instinto policial” que el pueblo atribuye a los mismos Templarios, encargados en un principio de los servicios policiales de Palestina. Como un detective encargado para resolver el caso, el autor, Antonio Galera, va siguiendo detenidamente el hilo de su observación, atando todos los cabos sueltos, reconstruye el final como fue o como pudo ser, hasta completar la verosimilitud del relato y dejar así el caso solucionado, visto para sentencia del lector, que reviste la categoría de jurado y de juez, y acaba dando al fin la razón al autor.
En el transfondo de la novela el lector llega a atisbar unos
negros nubarrones de venganza que pueden convertirse en otra amenaza contra la probidad e inocencia de los templarios afirmada en los Concilios de Vienne y Tarragona. No presenta aquí el autor una venganza anticristiana y sanguinaria, maquiavélica y perversa contra los verdugos, sino una justicia divina que brilla defendiendo la causa del inocente; es una táctica guerrera de lucha de los protagonistas frente a los enemigos de la Orden, considerados como enemigos de la causa cristiana. Los Templarios habían sido educados para la defensa de la cristiandad, como cruzados de la fe frente a los enemigos del bien y de la Orden. El final de los culpables es, más bien que un castigo, el cumplimiento jurídico y militar de la justicia, espíritu caballeresco del que estaban imbuidos los monjes Templarios, defensores del bien más que del honor.
Queremos destacar a los protagonistas, dos españoles del
Temple, producto de nuestra tierra en la época medieval. El caballero don Santiago Sotomayor y Ramírez y el armiguero Timoteo Gil y Pérez, de la Encomienda de la Santísima Cruz de Caravaca.
Dos monjes, maestro y discípulo, santo y experimentado,
joven y aprendiz novicio de un convento austero del Medievo. Como caballero y escudero de los libros de caballerías, ciego y lazarillo de la novela picaresca. Rico hacendado, entrado en años, de sabiduría y experiencia popular, y mozo labriego a su servicio, diligente, vivo y con curiosidad de saber. Todos esos papeles encarnan nuestros protagonistas. El autor revive así el procedimiento literario de la época que narra. Tiene cierta correspondencia, salvadas las distancias de época y estilo, con el “Libro del Caballero y del escudero” de don Juan Manuel, imitado del “Libre del ordre de Cavaylería” de Raimundo Lulio (Ramón Llull), donde un caballero anciano instruye a un joven escudero, resumen del saber medieval. El autor sin pretender un fin didáctico como en el “Conde Lucanor y su ayo Patronio”, queriendo informar de un modo novelado y ameno sobre un periodo decisivo de la Orden templaria, en un ambiente español, emplea un procedimiento narrativo basado en el contraste de dos personajes que, con sus preguntas y respuestas, sus lecciones y ejemplos, su modo de actuar, nos van ilustrando los hechos y las personas del relato, evocando recuerdos de la novela picaresca española.
El monje ciego refleja aquí la sabiduría, la sensatez, la
perspicacia y sagacidad, la astucia guerrera, la santidad incluso, y la experiencia del templario. El lazarillo indica la ingenuidad del novicio, la docilidad y entrega al servicio de la causa, la fidelidad al maestro y caballero, el tipo popular inocente, inexperto y confiado.
La obra está llena de colorido y ambiente popular, recoge
tradiciones y leyendas de nuestro folklore, canciones populares; huele a azahar de huertos levantinos y recoge la belleza hispana de nuestros jardines y verdes paisajes, de nuestros almendros en flor, y la espesura de nuestros bosques en el siglo XIV, en plena luz medieval.
Queremos poner en guardia al lector para que no se
desentienda de la Introducción de la novela, donde privan los detalles informativos sobre la Orden del Temple y su organización monacal y militar. Es interesante para seguir con fluidez la lectura de la novela, una base científica de documentos monacales templarios; zona quizás árida, de cierta sequedad en la lectura, que es preciso atravesar para llegar al florido paisaje de una lectura reconfortante, monotonía de un camino necesario para comprender todos los detalles de una amena narración. Es una fría antesala de programación ilustrada sobre la Orden de los templarios, para que el lector tenga un documento informativo previo en la visita entretenida de este museo medieval de la Orden de los templarios, que nos presenta Antonio Galera en forma de novela histórica.
Los que gusten de la novela histórica, los nostálgicos de las
leyendas antiguas, los amantes de la intriga, los curiosos de penetrar en los claustros monacales de una antigua Orden prestigiosa, quienes deseen asomarse desde este balcón literario a una época “romántica” de la historia de España, tienen aquí un libro adecuado, escrito con esmero, por un escritor ilusionado con la época que describe. Un libro documentado, objeto de investigación de un escritor meticuloso, que se hace ameno y se lee con fluidez, adaptado a la mentalidad popular y sencilla, y no menos interesante para el lector entendido en el tema.
------------
P.V.P. 3.000 Pts. / 18,03 Euros
Para realizar pedidos de esta obra enviar un e-mail, indicando nombre y
Breve Historia de Carlomagno y el Sacro Imperio Romano Germánico: La desconocida historia de la Europa medieval y del emperador que la hizo renacer del oscurantismo y sentó las bases de la cultura de Occidente.