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Hoy son tantas las formas de morir por causas naturales como nunca en el pasado. La
variedad de nuevas enfermedades inscritas en el glosario médico moderno ha aumentado con
tanta celeridad como la diversificación de naciones y el cambio de la geografía mundial.
El mapa de ayer será obsoleto mañana, porque como la amiba que se reproduce y se
multiplica en minutos, en el transcurrir de unas horas un país se escinde para formar dos
nuevas entidades al amanecer del tercer día.
La enfermedad de las vacas locas es uno de esos raros males que apareció entre los bovinos
de una manera que sólo el hombre, con su persistente manipulación de la naturaleza, podría
haber provocado. En este caso, torció el ciclo alimenticio de las vacas y las convirtió en
carnívoras.
Colin Whitaker registró el primer caso en 1985 en el condado de Kent, Inglaterra. Se trataba
de una vaca lechera Holstein cuya rumiante parsimonia se tornó en conducta agresiva y
nerviosa, que la hacía embestir al resto de la manada. Al mismo tiempo, perdía la
coordinación, se estremecía continuamente y sus patas traseras la sostenían cada vez con
menos fuerza.
Whitaker buscó y desechó todas las posibles causas del mal sin encontrar el origen. Al morir,
informó, la vaca fue llevada a la planta de procesamiento. Después aparecieron más animales
con los mismos síntomas en otros condados.
En 1986, Pat Merz observó daño espongiforme en materia cerebral de vaca. En 1987, en un
reporte veterinario, se la identificó como una nueva enfermedad del ganado y fue nombrada
encefalopatía espongiforme bovina (EEB).
A fines de año eran cientos los animales enfermos en Inglaterra. Se buscaron fuentes de
infección compartidas pero no se hallaron. El único factor que tenían en común era la comida:
todos los hatos, sobre todo los lecheros, eran alimentados con suplementos proteínicos de
harina animal.
En los 50, Carleton Gajdusek describió una enfermedad que se presentaba entre los
aborígenes Fore de Papua, cuyos miembros denominaban "kuru" y que se presentaba en
forma de desordenes neurológicos progresivos y fatales. Posteriormente descubriría que era
un tipo de encefalopatía espongiforme.
En los 80 se vería que este tipo de enfermedades eran causadas por los llamados priones -
proteínas defectuosas que replican su anormalidad entre proteínas normales- cuyo
descubridor fue Stanley Prusiner. Como el kuru y el "scrapie" de las ovejas podían
transmitirse oralmente, se pensó que también lo haría la nueva enfermedad.
Debido a que el costo de la harina de soya aumentó a principios de los 80, y teniendo en
cuenta que Inglaterra no la cultivaba, a los granjeros les fue más económico sustituir ese
producto por harinas animales. Así, el suplemento de proteína animal se convirtió en parte
importante de la dieta del ganado, particularmente del lechero que demandaba una
alimentación más completa.
Las harinas animales se fabricaban con los restos que desechaban los mataderos, y con los
cuerpos de reses, ovejas, cerdos, puercos, chivos, gallinas, etc., muertos de enfermedad no
diagnosticada.
Ahora que la EEB se ha extendido, se sabe que material inerte contaminado, por ejemplo, un
alambre o un bisturí mal esterilizado, sirve de vector.
En 1988, Richard Lacey y Tim Holton alertaron sobre el riesgo de la EEB a la salud humana.
Después, en laboratorio se logró la infección experimental del mal en ratones. Pero para
proteger la industria pecuaria del país, el gobierno inglés negó, sin prueba alguna, que la EEB
fuera peligrosa al hombre.
El cerco de la enfermedad continua extendiendose, ahora le tocó a España padecer el mal, por
lo que recién introdujo una serie de reglamentos para vigilar, desde el campo a la mesa, la
carne bovina y sus derivados, principalmente piensos.
-Eliminar materiales de alto riesgo: cerebro, médula espinal, amígdala y ojos de res, borrego y
cabra. A estos se le han añadido los intestinos.
-Eliminar materiales de cierto riesgo: riñones, hígado, pulmón, páncreas, nódulos linfáticos y
placenta.
A últimas fechas, la comisión emitió una nueva directiva que incluye al llamado "chuletón",
por su cercanía a la columna vertebral, en la lista de alimentos de riesgo. En cambio, bistecs,
leche, quesos, sebo y gelatina son considerados seguros.
En Texas, se aisló un hato sospechoso de EEB. En México surgió una alerta sobre la entrada,
por Belice, de carne presuntamente contaminada. También en el país se vetó temporalmente
el ingreso de carne procedente de Brasil. Aún así, a juzgar por la poca información, se estima
que las autoridades no están aún preparadas ni han comenzado a educar a la población. Esto
pasó en algunos países europeos, que dejaron hasta lo último los preparativos para combatir la
EEB.
Es preciso que México se constituya un comité científico que analice el riesgo que representa
a nuestro país la EEB y que, según sea la dinámica de la enfermedad, rinda informes
periódicos. El carácter experto de este comité garantizará transparencia. Paralelamente podrá
haber otro comité de carácter legislativo, empresarial y de representantes del consumidor, que
podrá sopesar los informes y recomendaciones del comité científico, pero no tendrá la
autoridad de aquel. No sólo es preciso conocer los resultados de estudios científicos que sobre
la enfermedad están emergiendo constantemente, sino también entender la experiencia
europea, qué están haciendo en otros países y cómo se está llevando la gestión y el combate.
No hay porque esperar, como en España o Alemania, hasta que aparezca el primer caso
bovino para actuar.
En este contexto, como suele pasar, no se debe perder de vista que el eje del problema es la
salud del consumidor. Si el mal fuera irrelevante a la salud humana como lo es el "scrapie" de
las ovejas, la EEB no sería la noticia que ahora es.
El autor es jefe del Area de Salud Ambiental de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
vgarza@uacj.mx