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Gabriela R. Cicalese
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Hay gran diversidad de conceptos con los que pretenden englobarse este tipo de organizaciones. En
algunos casos, será por oposición respecto de lo que no son: no gubernamentales. En otras,
específicamente por una inscripción en el sistema democrático: asociaciones de la sociedad civil. Desde
algunos trabajos, con un sentido técnico economicista: tercer sector.
Detrás de la adscripción y utilización de cualquiera de estos conceptos, que ameritaría un trabajo en sí
mismo y no atañe al planteo de este artículo, prefiero aquí suscribir a la denominación que cada
organización adopte respecto de sí misma. Y mencionarlas aquí con una globalidad (organizaciones
sociales) que, como todas, peca de imprecisa.
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Sólo quienes desde la comunicación empresaria sostienen sus tácticas comunicacionales desde un lugar
funcionalista y recortado dividen la “comunicación interna” y la “externa” como dos ejes independientes
de la política mercantil (se trata de “clientes externos” a los empleados y demás). Aquí, en cambio, se
concibe la complejidad en donde identidad y comunicabilidad son indisociables en las distintas instancias
de participación de las organizaciones sociales.
Los grandes comunicadores institucionales, concentrados generalmente en las
problemáticas empresarias, se posicionan como codificadores de una estrategia más
comercial que comunicacional, en donde las herramientas requeridas para la labor
tienden a la eficiencia y al ajuste entre la intencionalidad pretendida y el discurso
emitido. Los logros son medibles, así, en términos de sintonía entre imagen,
visibilidad, confiabilidad y adhesión de la opinión de los públicos (específicos y más
generales) respecto de la corporación productora de mensajes. Discursos y acciones
se enfilan detrás de una coherencia no sólo aspirada, sino fundamentalmente, posible.
Así, en estas situaciones específicas, pareciera que la identidad comunicacional
puede ser definida y diseñada como horizonte y eje de las producciones
comunicacionales de una institución empresaria con “relativa” comodidad.
Sin embargo, estas herramientas -perfeccionadas y teorizadas por relacionistas
públicos, publicistas, administradores de empresas y comunicadores ligados a la
gestión- se vuelven insuficientes a la hora de abordar las crisis de las organizaciones
sociales. En éstas últimas, la identidad comunicacional no es percibida con claridad y
su definición no siempre es compartida por los miembros de una manera similar. Invitar
a los miembros de la organización a pensar y reflexionar sobre la propia identidad
de la organización, invitarlos/as a intentar definirla (siempre inacabadamente), a
soltar los temores que causa la complejidad que estos abordajes despliegan, es una
tarea doblemente interesante.
En primer lugar, porque ayuda a superar la demanda coyuntural -e instrumental- de la
comunicación. Las organizaciones se centran en demandas tales como construir la
página Web, el diseño de símbolos institucionales, el mailing de público directo, una
estrategia eficiente de convocatoria a actividades, el manejo de prensa... todas ellas
tendientes a pulir la relación de la organización con el afuera: los públicos, las demás
organizaciones, el Estado, las entidades financiadoras en algunos casos. Esta
demanda puntal de acciones comunicacionales coyunturales puede, incluso, ser el lugar
de entrada de un/a comunicador/a social a la organización.
Poner en agenda de debate la propia identidad de la organización social sitúa entre
paréntesis la coyuntura y plantea, en cambio, volver a pensar el para qué de la
organización, la coherencia entre objetivos declamados y acciones concretas, entre
roles asignados y roles ejercidos, entre las motivaciones de cada integrante y las redes
de contención que la organización ofrece.
En segundo lugar, porque toda política institucional debe partir de la claridad de
objetivos. Y un comunicador/a que aborde cualquier organización social encontrará, a
poco de recorrer algunos andamios comunicacionales, que estos objetivos circulan por
caminos sinuosos y laberínticos. Aquello que una empresa resuelve en una reunión de
directorio no es transportable a una reunión de comisión directiva o mesa de
conducción en las organizaciones sociales. Aquellos errores comunicacionales en tanto
desfazajes entre las acciones y las políticas que los sostienen -errores fácilmente
resolubles desde la comunicación institucional- se convierten aquí en síntomas de la
auténtica falta de política, de visiones cruzadas e intereses encontrados dentro de la
organización social.
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El anacronismo es, en definitiva, una forma de etnocentrismo. Leer a la luz de los valores de hoy los
hechos del pasado, utilizar las categorizaciones actuales para evaluar situaciones insertas en contextos
bien diversos, cuando esas categorizaciones no tenían posibilidades de ser pensadas por entonces, es un
modo de interpretar el mundo a nuestra imagen y semejanza.
No propongo aquí un abordaje meramente descriptivo para poder ampliar la idea de
identidad. Se trata, en cambio, de no hacer pie en teorías reduccionistas que impiden
dar cuenta de la particularidad de cada organización.
Coincido con Elster: "la dicotomía entre teoría y descirpción me parece un enfoque
profundamente inadecuado para la metodología de las ciencias sociales. Entre teoría y
descripción existe la categoría intermedia del mecanismo - un patrón causal
identificable que entra en juego bajo ciertas condiciones, generalmente desconocidas"5
El abordaje de la identidad comunicacional haciendo eje en la memoria no es más
que uno de los tantos posibles mecanismos comunicacionales en el análisis de las
instituciones. Porque desconocemos las condiciones histórico-concretas en las que cada
específica organización ha cimentado su identidad. Pero podemos identificar patrones
para enfocarla y clarificarla.
5
Elster, Jon : Justicia Local. De cómo las instituciones distribuyen bienes escasos y cargas necesarias.
- original 1992 - edición en español, Editorial Gedisa, Barcelona, 1998. (pág. 26).
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Nuevamente como ejemplo matemático, recordemos que entre 2, 3 y 7, el menor de los múltiplos es
42. Si agregamos a los números el 5, por ejemplo, necesitaremos ampliar el m.c.m. que necesitaremos
ya no podrá ser 42 (que no es múltiplo de 5) es 210. Y así se va agrandando el múltiplo hasta integrar a
todos.
suficientemente ambiguo que termine sin definir absolutamente nada.7 Tampoco
podemos ponderar los distintos discursos en un pie de igualdad. Creemos en la
democracia, pero no en la homogeneización. Toda gestión implica división de roles,
niveles diversos de decisión e instancias de mayor o menor participación.
Si ponemos como norte la horizontalidad absoluta, el estado de asamblea permanente,
la deliberación en tanto única posibilidad de decisión (desconociendo, incluso, la propia
dinámica de estos procesos, que también dejan a personas con diferentes capacidades
de oratoria y liderazgo en diferentes espacios de poder frente a la puesta en común),
estaremos imposibilitando la ejecución de políticas comunicacionales. Cualquier política
comunicacional, más allá de su calidad democrática o autoritaria, requiere gestión y
realizaciones.
¿Cuál es, entonces, la definición de identidad que permita una comunicación
productiva? Como en tantos otros procesos abordables por las ciencias sociales hoy,
parece más el momento de abrir interrogantes que de dar respuestas. Sí es cierto que,
entre el reduccionismo que tranquiliza y la complejidad que desborda, podemos
encontrar algunos ejes para trabajar la identidad como mecanismo:
• definir y poner en consideración de los propios actores los valores sociales
jerarquizados por los distintos integrantes;
• devolver el registro de la historia institucional;
• generar instancias que posibiliten debatir los supuestos, los implícitos y los
inmutables en esos valores. Denunciar la arbitrariedad que cualquier valor conlleva
es un modo de permeabilizar las rigideces impregnadas en ellos;
• plantear diferentes estrategias y políticas comunicacionales que den cuenta de las
principales corrientes de valores de la organización y permitir su debate;
• plantear situaciones no atravesadas por la coyuntura para resolver decisiones de
política general. Recién después, volver a la coyuntura de la mano de algunos
acuerdos básicos;
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Volvamos, por un momento, al comentario inicial respecto de la diversidad de las organizaciones
sociales, poco "encajables" en un solo concepto, salvo que elijamos algún tipo de reduccionismo.
• poner en agenda la complejidad de lo humano y la reflexión sobre el trabajo
cotidiano;
• evitar las acciones comunicacionales desprendidas, aisladas y sin-sentido.
Por supuesto que, a la hora de operar en estas últimas dimensiones más concretas y
puntuales, hará falta que el comunicador/a social haga uso de sus herramientas
tradicionales. Pero estas herramientas puestas al servicio de la identidad a partir de la
memoria imprimen un eje de optimismo en esta difícil situación de crisis de
representatividad y continuidad de las organizaciones sociales.
Entre trayectoria y coyuntura, está el eje de la memoria y los valores que ésta
despliega. Entre el deber ser y el hacer está la identidad que puede ser enfocada y
puesta en debate. Entre el mayor común denominador y el menor común múltiplo está
el abordaje comunicacional como mecanismo de resolución de conflictos respetado la
pluralidad. Es una mirada posible. Y, tal vez, una mirada que construye.