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EL MÉTODO
Se trata, en este sentido, de lo que podríamos denominar con unos términos a la vez
socioeconómicos y psicoanalíticos, de una especie de “reconversión libidinal”. Es decir, de un
trabajo que consistiría en retirar las cargas afectivas de aquellos objetos que se tenían
investidos libidinalmente, y después de quitadas, buscar y hallar la voluntad divina, es decir,
iniciar (buscar) un proceso de nuevo investimento libidinal y encontrar así (hallar) un nuevo
objeto (la voluntad divina).
Desde los mismos inicios de nuestra vida psíquica, en efecto, nuestro mundo
emocional ve realizando una serie de vinculaciones afectivas con aquellos objetos que se
enlazan a cualquier tipo de gratificación. Entre estos primeros objetos se encuentran,
naturalmente, las figuras parentales que garantizan la supervivencia, proporcionando los
medios necesarios en la satisfacción de las necesidades primarias y ofreciendo un clima de
protección y de amor, tan obligado para sobrevivir como el alimento. Desde esos primeros
estadios, nuestro mundo afectivo irá ampliando de un modo rico y complejo sus
vinculaciones de objeto, tanto con las personas que sucesivamente aparecen en el horizonte
personal, como con los objetos materiales e, incluso, las propias ideas y fantasías. La propia
realidad personal, cuerpo incluido, formará también parte importante de este mundo de
“objetos de amor” que van constituyendo la propia y singular dinámica personal 1. A esa
dinámica afectiva personal, siempre cambiante en sus atracciones y rechazos profundos, es
a donde Ignacio pretende que el ejercitante entre a fondo para discernirla y transformarla,
de modo que se haga posible una vinculación con Dios tan radical que “ordene” todas las
demás y posibilite un nuevo modo de encauzar la vida.
1 Sobre la dinámica afectiva, en general, y sobre su desarrollo y evolución me detuve en la obra Los
registros del deseo, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001.
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reducido a un mundo fantasmático apartado de lo real, de lo intersubjetivo y, por tanto, no
relativizado por el enfrentamiento con ningún tipo de límite. Son muchas las experiencias
religiosas las que, desgraciadamente, acaban tan sólo en eso; pues pocos campos como el
de la religiosidad vienen a ser tan propicios para ese modo patológico e infantilizante de
“fuga mundi”.
Sólo por esa disposición de su vida que hay que saber modelar a partir del encuentro
con el deseo de Dios sobre la propia vida y, a través de un largo camino personal de
discernimiento y decisión, es posible una experiencia cristiana vivida en el nivel de lo
simbólico. Es decir, en un nivel en el que lo afectivo entra en juego de modo importante,
pero es modelado, informado, organizado y relativizado por lo intersubjetivo o, dicho en
términos más freudianos, sometido por las leyes del “principio de la realidad”. Sobre estos
diferentes registros de lo imaginario y lo simbólico volveremos de nuevo más adelante.
Pero Ignacio sabe también que esas afecciones desordenadas no son siempre fáciles
de conocer. Conoce muy bien la inmensa capacidad de autoengaño de la que todos
disponemos. Por eso, los Ejercicios se constituyen en una auténtica “hermenéutica de la
sospecha” que tiene por objeto las estrategias del engaño en el terreno de la vida espiritual.
Si los caminos por los que la libertad humana se pervierte una y otra vez son de
orden tanto de externo como interno, Ignacio centrará su atención sobre ambos modos de
perversión de la libertad. Por un lado va a intentar desenmascarar los condicionamientos
estructurales en la meditación central de “Las dos Banderas”. Las ataduras internas, perso-
nales, afectivas del sujeto van a ser analizadas frontalmente en los “Tres Binarios” y los
“Tres grados de humildad”. A ellos dedicaremos atención más detallada en capítulos
posteriores.
Pero Ignacio conoce muy bien a partir de su propia experiencia de conversión, que
nadie retira sus afectos de ningún objeto (de nuevo en su sentido psicoanalítico de persona,
cosa, idea o situación) si no aparece en el horizonte un objeto de amor que totalice la bús-
queda del sujeto y que le relativice e incluso le haga despreciar, aborrescer [63], todas sus
antiguas cargas libidinales. Es necesario tener un importante objeto de amor para
abandonar a los antiguos amores.
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De modo igualmente importante sabe Ignacio también que esos fondos afectivos de
la persona no se movilizan por medio de puras ideas ni de pensamientos elevados. Si esas
ideas no se impregnan de afecto, si no arrastran tras de sí las aspiraciones profundas del
sujeto, poco o nada cambia. Es necesario, por tanto, acudir en ayuda de los sentidos y de la
imaginación como elementos del psiquismo que guardan una mayor cercanía con el mundo
afectivo que hay que saber movilizar.
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proyección del deseo de ser todo, de no ser mortal, de negar el propio vacío, la propia
fragilidad.
Ese Dios, como padre imaginario, convertido en un todo desde la proyección de los
propios sentimientos infantiles de omnipotencia, se vuelve una realidad asfixiante y
avasalladora que reduce al sujeto a la impotencia y la nada. La relación con él se establece
entonces en una especie de “tú o yo”, en clave de omnipotencia o nulidad absoluta que, de
inmediato, desencadena la agresividad, la culpa, la reparación y el sacrificio y que, bajo el
efecto de la ambivalencia, puede retornar con toda su virulencia una y otra vez hasta
establecerse de modo permanente. La representación de Dios como Padre sabemos que
puede, en efecto, recoger más que ninguna otra la dinámica infantil edípica y perpetuarla,
mediante esa astuta integración en los moldes que le ofrece la formación cultural colectiva
de la religión.
Dios Padre puede ofrecerse, en efecto, como una magnífica coartada para mantener
vigentes las aspiraciones infantiles más ambiciosas. Como el padre imaginario de la infancia,
en el que se proyecta con toda la fuerza del narcisismo la omnipotencia y la falta de
limitación, Dios Padre puede convertirse también en la imagen especular de la omnisciencia,
de la omnipotencia y de la inmortalidad deseadas. No cabe duda que determinados modos
de proclamar y vivenciar la participación como hijos en la misma vida de Dios (a modo de
divinización), la fe en la otra vida, la providencia del Padre sobre nosotros, el pretendido
entendimiento y explicación de los mayores enigmas de la existencia, etc., testimonian la
complicidad de las aspiraciones más decisivas del inconsciente infantil. La paternidad de
Dios se convierte así en una fantástica estratagema para proyectar la falta de limitación, la
negación de la contingencia, la fragilidad e inseguridad que son inherentes al existir, en una
astuta recuperación de esa omnipotencia a la que tuvimos que renunciar en tantos otros
sectores de la existencia. Un Padre Dios que nos hace hijos y nos promete su misma vida
divina puede ser una ocasión excepcional para mantener esas permanentes aspiraciones del
inconsciente.
Sin embargo, tenemos que Jesús, como tan acertadamente ha puesto de relieve Ch.
Duquoc5, rompe la fascinación del fantasma paterno en nuestra relación con Dios. Su
enfrentamiento a la historia, asumiendo todo lo que ella le trajo consigo (y de lo que su
Padre no le liberó, es decir, de su libertad, y como consecuencia de ella, la muerte) le hizo
uno entre los demás, con su abandono, con su no-protección frente a las leyes de la
condición humana, con el inevitable destino de tener que asumir en una soledad radical lo
que con su conducta había puesto en marcha.
Creer que Dios es Padre nuestro supone confesar que lo es tan sólo del modo en que
ese mismo Dios fue Padre para Jesús. Siendo su relación al Padre única y exclusiva6, vivió,
sin embargo, la filiación como el último de sus hermanos. Superior a los ángeles y sometida
a él toda la creación, santo, inocente e inmaculado fue, sin embargo, probado en todo igual
que nosotros, ofreció oraciones y súplicas, a gritos y con lágrimas, al que podía salvarlo de
la muerte. Y fue escuchado por Dios, pero después de aquella angustia, Hijo y todo como
era (Hb 5, 7-8). Getsemaní y el Calvario figuran así como la victoria suprema de esa
tentación permanente que a todos nos acecha del... y seréis como dioses. Porque la relación
con Dios se establece, no en el plano de una identificación imaginaria, sino desde la
4 Sobre este tema me centré en el trabajo La paternidad de Dios bajo sospecha: punto de vista
psicoanalítico, en: Dios Padre ante el reto de la injusticia y del inconsciente, Universidad de Deusto,
Bilbao 1999, 51-79.
5 Ch. DUQUOC, Dios diferente, Salamanca 1 982, 78-100.
6 Tendríamos que recordar ese modo único de invocarle como Abba ( Mt. 6,9; Lc. 11,2; Rom. 8, 15;
Gal. 4,6) y su modo exclusivo de conocimiento y comunión con Él (Mt. 11, 27).
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identificación simbólica, que reconoce y acepta la diferencia.
7 Cf. C. GEFFRÉ, “Padre” nombre propio de Dios. Concilium 163 (1981) 369-380.
8 F. D. SÖLLE, Padre, poder, barbarie: Concilium 1643 (1981) 404-411.
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internamente. No es el saber sino. Es decir, que lo que le hace bien al alma, lo que la
modifica para el bien, es la movilización de la sensibilidad, de las zonas afectivas más
profundas. Y no deja de ser notable que Ignacio identifique el bien del alma, con sentir y
gustar, con ese buscar una hartura y satisfacción, con un sentimiento, por tanto, de plenitud
expresado en términos de necesidad fisiológica y que, psicoanalíticamente, podríamos
entender como el correspondiente a una afectividad de carácter oral, nutricia, incorporativa9.
Se trata, pues, de una movilización que conlleve un gusto, una vivencia psíquica placentera.
Esta necesidad de actuar en las zonas más profundas de la personalidad para que el
cambio sea auténtico (y no una mera ilusión engañosa o un puro voluntarismo estéril) es lo
que va a determinar la elección de todas las técnicas y recursos que los Ejercicios intentan
poner en funcionamiento. Entre ellas, sin dudas, se hace obligado destacar la de la
9 En otro lugar he señalado cómo en la experiencia religiosa pueden implicarse estratos muy primitivos
y arcaicos del mundo afectivo, sin que ello implique un proceso de regresión infantil. También en la
relación afectiva o sexual de unos adultos se incorporan de hecho elementos de ese carácter primitivo
(orales, anales, etc., ) que pueden integrarse en niveles evolucionados de la afectividad y, de ese
modo, vienen a favorecer la profundidad de la relación y el encuentro. No basta, por ejemplo, por
recordar un caso muy citado entre los defensores del carácter regresivo de la experiencia mística, con
que Francisco de Sales exprese su relación con Dios en términos de claras referencias orales (el alma
-dice el santo- es como un bebé que todavía es amamantado) para que, sin más, y dando muestras
de un gran simpleza analítica, se vea en esa experiencia una regresión a los primeros estadios
infantiles. Es necesario analizar con detalle todo el contexto experiencial en el que esa u otra
dimensión particular de la experiencia religiosa pueda inscribirse. En la relación con Dios, como en la
relación interpersonal, el mundo afectivo del sujeto entra en contacto pudiendo incorporar sus niveles
más básicos y primitivos, sin que ello tenga que significar que se entra en una posición regresiva. De
ese modo Ignacio, en esta segunda anotación, habla de “hartarse”, de “gustar”, de “satisfacer”,
términos todos que parecen remitir a esos estadios primeros de la afectividad que también deben
incorporarse en la vinculación afectiva con Dios.
10 L. BEIRNAERT, Aux frontières de l’acte analytique, Ed. du Seuil, Paris 1987, 205-218.
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“aplicación de sentidos”.
Efectivamente, los sentidos conectan con las zonas más primitivas y primarias del
psiquismo. Zonas que, a nivel neurofisiológico, han quedado sometidas a lo largo de la
evolución filo genético al control de la razón; pero cuyo sometimiento no ha significado
nunca eliminación sino, en todo caso, subordinación en una jerarquía de funciones. Pero
ellas siguen estando ahí desempeñando papeles ineludibles en el funcionamiento de la
personalidad y podríamos decir que exigiendo un reconocimiento de sus funciones. No se les
puede negar u olvidar impunemente. Los sentidos, pues, constituyen como las vías de
acceso más rápidas a lo que los fisiólogos denominan el paleocerebro o cerebro retiniano, en
el que radican las bases más importantes de nuestro mundo emocional y afectivo. Ese
mundo afectivo es el que Ignacio intenta movilizar a través de la imaginación por la
aplicación de sentidos. Se trata de penetrar a través de la oración en esas capas que
filogenéticamente son primeras y anatómicamente son las más profundas en la estructura
cerebral13.
Pero no basta llegar hasta esas zonas profundas de nuestra afectividad. Es necesario
atraerlas de un modo efectivo como respaldo para los objetivos de la razón, tarea que,
ciertamente, no resulta nada fácil. Es necesario, pues, crear unas vinculaciones estables
entre ellas y las nuevas metas que, en nuestro caso el ejercitante, se propone. De ahí, que
haya que insistir una y otra vez para que se creen esos nuevos enganches entre lo que en
psicoanálisis llamamos “representación” y “afecto”, los dos registros básicos en los que se
expresa la pulsión14.
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afectos. Le interesa, particularmente, que la “representación Jesús” condense toda una serie
de afectos que hasta ahora el ejercitante podía tenía fuertemente vinculados a otras
representaciones, quizás “desordenadas”. Para lograrlo, habrá que insistir una y otra vez.
Ese insistir que vincula la representación y el afecto es lo que Ignacio ha parecido intuir que
se logra con la técnica importante de las repeticiones que, desde luego, constituye algo más
que un mero capricho ascético.
Pero tenemos además, que no todas las representaciones poseen el mismo tipo e
intensidad de vinculación afectiva. Freud distinguió por ello la representación cosa
(Sachvorstelung) y la representación palabra (Wortvorstellung)15. La primera (esencialmente
visual) deriva de la cosa, la segunda (esencialmente acústica) deriva de la palabra. Esta dis-
tinción tiene para Freud un alcance teórico (metapsicológico) importante, por cuanto que el
sistema Preconsciente-Consciente se caracteriza por el sistema de representación-palabra,
mientras que el sistema Inconsciente sólo comprende representaciones-cosas. Todo esto
significa, que la representación-cosa, visual, tal como Ignacio nos propone por la aplicación
de sentidos, tiene un carácter más profundo en el sentido de primitivo y primario para el
mundo afectivo y más cercano también al mundo inconsciente. Así se pone de manifiesto en
el mundo de los sueños o en el de la esquizofrenia en los que esas dimensiones
inconscientes se dejan traslucir como lenguaje.
Ese mundo inconsciente es el que de algún modo tiene que quedar afectado por la
reconversión afectiva. De ahí quizá también la formidable intuición ignaciana por la que pide
al ejercitante que antes de acostarse retenga en su pensamiento aquel ejercicio que le ha de
ocupar a la mañana siguiente. Como si de ese modo se intentase que la representación que
interesa fijar en ese momento de los Ejercicios ingrese en el mundo afectivo del sujeto a
través de esa puerta privilegiada que es el dormir y el soñar. Lo mismo habría que decir de
la insistencia de San Ignacio en que el sujeto no tenga ningún tipo de prisa por agotar la
materia de meditación. No se trata de consumir información, sino de marcar profundamente
el afecto y eso necesita tanto más o menos tiempo conforme a la fijación, resistencia o
movilidad afectiva de cada sujeto.
Habría que señalar también, en este contexto el valor psicológico que poseen las
peticiones y coloquios. Ellas contienen los puntos nucleares de cada meditación, aquello que
en cada paso del proceso se hace necesario interiorizar en la meditación o contemplación
correspondiente. El coloquio, por su forma relacional, refuerza sin duda el afecto y, de ese
modo, se incorpora y fija más profundamente en el ejercitante Esa estructura relacional,
más afectivizada, es la que en la anotación tercera Ignacio privilegia ante los ojos del
ejercitante.
...como en todos los exercicios siguientes spirituales usamos de los actos del
entendimiento discurriendo y de los de la voluntad affectando...en los actos de la voluntad,
cuando hablamos vocal o mentalmente con Dios nuestro Señor... se requiere de nuestra
parte mayor reverencia, que cuando usamos del entendimiento entendiendo.
Ignacio hace una nueva distinción entre la actividad racional y la afectiva. A una le
toca discurrir, a la otra afectar. Es en esta segunda en la que sitúa la dimensión interpersonal
de la fe y la oración que la expresa. De ahí, que se pida una mayor reverencia. Cuando
estamos delante de alguien, es importante para nosotros tener la experiencia de que el otro
15 S. FREUD, Lo inconsciente, O.C., II, 2081. Allí leemos: La representación consciente integra la
imagen de la cosa más la correspondiente representación verbal, mientras que la imagen inconsciente
es la representación de la cosa sola.
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nos atiende, nos tiene en cuenta y muestra así un respeto y una consideración a nuestras
palabras. La tercera adición, como veremos, volverá sobre ello.
...el que datos exercicios, quando siente que al que se exercita no le vienen algunas
mociones spirituales en su ánima, assí como consolaciones o desolaciones, ni es agitado de
varios spiritus; le debe interrogar cerca de los exercicios, si los hace, etc.
Una transformación afectiva profunda no puede llevarse a cabo sin una agitación
interna, sin que tenga lugar una movilización de las resistencias y defensas del sujeto: la
energía psíquica afectiva va realizando sus elecciones de objeto a lo largo de su historia y, al
mismo tiempo, va quedando profundamente condicionada por esa misma historia. Cada uno
tiene sus objetos de amor, determinados por los primeros objetos amorosos. Ahí, en esos
objetos, la energía queda fijada de un modo u otro. El cambio va, por tanto, a movilizar
necesariamente toda una serie de fuerzas opuestas. No hay cambio de objeto sin
resistencia. El organismo tiene una tendencia a la repetición, a lo antiguo, a lo primero: y,
por tanto, una resistencia al cambio, a lo nuevo. De ahí, que cuando el sujeto, entreve, por
la toma de conciencia, la posibilidad o la necesidad de abandonar sus antiguas cargas de
objeto, va a experimentar una vivencia de ansiedad. Ésta a su vez va a movilizar unos
movimientos afectivos que hay que saber discernir: consolaciones o desolaciones. Ambas, lo
sabemos, pueden proceder del bueno y del mal espíritu; es decir, pueden estar motivadas
por la resistencia, a través de mecanismos defensivos, que intentan evitar el cambio de
objeto. Y esto, es lo más grave, lo puede llevar a cabo justo revistiéndose de signos de
cambio: Sub angelo lucis. Sobre ello volveremos más adelante.
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principio como confirmación y garantía de que la oblación, es decir, la renuncia a las rentas,
era lo que Dios deseaba. Su insistencia misma en que era ya un asunto resuelto hacía
sospechar que una duda latente era evitada. Efectivamente, Ignacio va a atravesar toda una
situación dolorosa bajo la forma de un sentimiento de vacío, de desierto de toda cosa
espiritual, desconfianza en hallar la gracia, con muy poco gusto; etc. (Diario Espiritual, 44)
que le va a conducir a la renuncia de confirmación por parte de Dios. Las primeras
consolaciones se revelaron así como autoengaños que evitaban una situación más difícil, en
la que no cabe ningún tipo de confirmación ni garantía por parte del Señor17.
En estos momentos, Ignacio no se plantea aún el valor de signo que puede tener la
consolación, la desolación o la agitación de varios espíritus; sólo le interesa hacer caer en la
cuenta de que sin una profunda movilización interna no se puede pensar que el proceso se
esté llevando a cabo adecuadamente. El paralelo con lo que ocurre en un proceso psicoanalí-
tico es evidente. También en este caso el sujeto ha de enfrentarse con unas zonas de su
personalidad que, dinámicamente, desea evitar. De ahí, la necesaria aparición de
resistencias y de la puesta en marcha de mecanismos defensivos. El terapeuta
experimentado sabe muy bien que un proceso de psicoanálisis donde todo procediese sin
resistencias y sin dificultades sería un proceso falso que, en realidad, no puede cambiar
nada. La resistencia es algo inherente al tratamiento porque, entre otras cosas, la curación
es considerada por el yo como un nuevo peligro 18.
Toda esta problemática se acentúa en la medida en que se trate de una persona que,
como parece desprenderse del texto ignaciano, tenga poco entrenamiento en los procesos
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de sublimación dentro del campo de la experiencia religiosa o espiritual. Personas que
tendrán, por tanto, más dificultades para dar el salto desde una vertiente hasta la otra. A
este tipo de persona lo define Ignacio como poco versado en cosas spirituales... y como
tentado grosera y abiertamente. En una situación como ésta, efectivamente, las resistencias
para el abandono y renuncia de los antiguos objetos contará con especiales dificultades.
Las cosas spirituales de las que nos habla Ignacio implican una necesaria actuación
de procesos sublimatorios que, a su vez, no dependen exclusivamente de la voluntad del
sujeto, ya que se encuentran muy condicionados por su estructura biopsíquica y por las
condiciones socioculturales en las que éste se ha desenvuelto. Efectivamente, hace falta un
cierto entrenamiento temprano para poder experimentar con cierta facilidad las cosas
spirituales; en palabras de Ignacio, estar versado en ellas.
Si en la anotación novena Ignacio advierte “al que da modo y orden” sobre la conve-
niencia de no introducir un exceso de sospecha, en la anotación décima, sin embargo, nos
encontramos con que invita al que da los Ejercicios a que la introduzca en el proceso del
ejercitante. Es el caso del que es tentado debaxo de specíe de bien. En esa situación, se
hace obligado platicarle sobre las reglas de la Segunda Semana, puesto que en ella, la
tentación actúa de modo más sutil y camuflado.
19 Un resumen de esta problemática la presenté en el último capítulo del libro citado Los registros del
deseo.
20 Cf. S. FREUD, Psicoanálisis, 1910, O.C., II, 1562-1563; del mismo año es el texto Un recuerdo
infantil de Leonardo de Vinci, 1910, (O.C., II,1577-1619), considerado como el más importante de
Freud en lo que respecta a este tema de la sublimación. Según Freud la sublimación es uno de los
cuatro destinos fundamentales que pueden encontrar las pulsiones, junto con el cambio en su
contrario, la formación reactiva, la vuelta sobre sí mismo y la represión. Cf. Las pulsiones y sus
destinos, 1915, O.C., II, Se puede consultar también Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis ,
O.C., III, 3155-3156 y P.F. VILLAMARZO, Frustración pulsional y cultura en Freud, Universidad
Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1989.
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Así suceden las cosas en la vida espiritual avanzada, es decir, en la etapa iluminativa:
Porque comúnmente el enemigo de natura humana tienta más debaxo de specie de bien,
cuando la persona se exercita en la vida iluminativa y no tanto en la vida purgativa Son,
podríamos decir, las sofisticadas tentaciones de las personas cultas, espirituales y religiosas
en las que los bajos instintos actúan no de modo abierto y grosero como en las personas
poco cultivadas, sino de modo encubierto y disfrazado, bajo specie de bien y con hermosas
racionalizaciones legitimadoras de la situación.
La anotación décimoquinta nos remite una vez más a esa necesaria articulación de lo
afectivo y lo operativo que preside el conjunto de la espiritualidad ignaciana y que marca
toda la propuesta de los Ejercicios. El encuentro con Dios está marcado por esa doble
dimensión de la mística y compromiso (contemplativo en la acción, se dirá del jesuita). Aquí,
en la descripción del encuentro del Criador y Señor con la su ánima devota se produce un
abrazo y una disposición (“abrazándola” en su amor y alabanza, y “disponiéndola” por la vía
que mejor podrá servirla en adelante). El abrazo es fecundo para marcar la orientación de la
vida, el abrazo es operativo en la conducta del sujeto.
Abrazo y disposición, se nos presentan como dos dimensiones esenciales en las que
el ser humano entra en contacto y relación con Dios. Son dos modos básicos que
necesariamente han de articularse para configurar la identidad del ejercitante, en tanto que
identidad de una relación, de una “religación”, en comunión (espíritu) y diálogo (palabra)
entre lo humano y lo divino. El abrazo que no desemboca en compromiso, la mística que no
incorpora la dimensión ética y profética, fácilmente deriva en pura subjetividad, en dinámica
de regresión, en puro extravío o, incluso, en locura. Por su parte, el compromiso ético, la
palabra profética como palabra escuchada y transmitida, difícilmente podría llegar a
establecerse en autenticidad si no está dinamizada por la fuerza del espíritu que impulsa y
busca el encuentro y la unión21. Si esto es así en cualquier tipo maduro de experiencia
religiosa, en la propuesta de los Ejercicios esta conjunción de abrazo y disposición se
convierte en una pieza nuclear, distintiva incluso de lo que se pretende.
Un proceso como el que se propone en los Ejercicios, digamos completos, con lo que
conlleva de remodelación afectiva y de autoanálisis crítico, no es, evidentemente, para todo
el mundo. También tenemos que contar, por otra parte, que aunque fuese posible para
21 Sobre las relaciones entre mística y profecía cf. mi estudio: Místicos y profetas: dos identidades
religiosas: Proyección XLVIII (2001) 339-366.
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muchos sujetos, éstos no se hallen dispuestos, por las razones que sean, para aventurarse
en un cambio tan a fondo de sus vidas. No pretenden llegar a tanto.
Hasta aquí, el punto central radica en la capacidad del sujeto para someterse a este
método concreto de espiritualidad que son los Ejercicios. Distingue Ignacio tres criterios para
determinar esa capacidad personal: edad, letras e ingenio. Curiosamente las mismas que
tradicionalmente se han señalado, a partir de Freud, sobre la indicación o no para un
proceso de psicoanálisis. Después de lo que ya llevamos analizado, no es de extrañar.
En el caso de los Ejercicios nos encontramos con que, a pesar de las analogías, la
problemática es muy diversa a la de un psicoanálisis. Siguiendo la línea de reflexión de P.
Ricoeur, podríamos decir que los Ejercicios se sitúan en el nivel de lo “teleológico”, es decir,
en el orden de los fines; mientras que el psicoanálisis se sitúa en el nivel de lo
“arqueológico”, es decir, en el orden de los orígenes.22 Pero, por todo lo que hemos visto
hasta ahora sabemos que los Ejercicios suponen también una profunda transformación de
las estructuras afectivas, como necesariamente se lleva a cabo en un proceso analítico. Y
éstas no son ajenas a la edad del sujeto. Hacen su historia con él, van solidificándose en sus
vínculos, en sus rechazos o en sus apetencias. Y la vida espiritual no puede ser ajena a estas
cuestiones. Evidentemente, no se trata de circunscribir la posibilidad de una vida religiosa a
unas edades con exclusión de otras. Se trata de optar entre diversos métodos de revisión o
crecimiento espiritual teniendo en cuenta la edad. Como tenemos también, en el terreno de
la psicología clínica, que elegir un método u otro de psicoterapia en función también de la
edad del paciente.
13
sublimación va a determinar la experiencia de valores socioculturales que el sujeto pueda
asumir y el grado de ideales que pueda hacer suyos. Esto habrá que tenerse también en
cuenta a la hora de adaptarse al sujeto. Una escasa capacidad de sublimación va, sin
ninguna duda, a afectar de modo muy serio la posibilidad de que un sujeto viva
suficientemente el proceso que se inicia a partir de la segunda semana.
Así tenemos que actuar también en psicoterapia. No todo el mundo puede asumir los
mismos contenidos de su mundo inconsciente. En muchos casos el terapeuta tendrá que
hacer silencio sobre elementos de la vida psíquica del paciente, por la sencilla razón de que
éste no tiene capacidad para asumirlos en su Yo, sin sobrepasar unos niveles convenientes
de angustia. Tampoco en terapia se le puede dar al sujeto cosas que no pueda
descansadamente llevar. De ahí, que igualmente en este terreno de la clínica se realicen
también unas adaptaciones del método, aligerando toda una serie de componentes. Estamos
refiriéndonos a la enorme variedad de psicoterapias llamadas “Breves” o “Focales”.
Algo parecido nos propone Ignacio en la “décima octava” anotación. Es decir, una
modalidad de Ejercicios que no tienen que centrarse necesariamente en la Elección, sino que
se limitarían simplemente a una reforma de vida. Es más, una reforma de vida que puede no
ser de mucho calado o amplitud. Es cuestión, nos dice Ignacio, de que el que da los
Ejercicios vea el subiecto o capacidad natural o fruto que se pueda esperar. En principio no
se excluye a nadie (aunque no se cae en el idealismo ingenuo de pensar que todos pueden
lo mismo). Es cuestión de adaptarse a cada uno, según el subiecto o capacidad natural que
hubiese en él.
Como equivalente a lo que en psicología clínica llamamos una terapia breve, Ignacio
propone aquí unos Ejercicios de Primera Semana; de Ejercicios “leves” habla el mismo
Ignacio en esta anotación. Ellos se limitarían al examen particular y después al examen
general juntamente por medía hora ala mañana el modo de orar sobre los mandamientos,
pecados mortales, etc., comendándole también la confessión de sus pecados de ocho en
ocho días, y sí puede tomar el sacramento de quince en quince y si se afecta mejor de ocho
en ocho.
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Primera Semana. El que pretenda modelar su vida a partir del seguimiento de Jesús, que se
adentre más allá a partir del llamamiento del Rey Temporal.
La adaptación del método no se realiza sólo en función del sujeto que recibe los
Ejercicios, sino también en función de sus circunstancias. Tenemos así, las dos modalidades
fundamentales que ofrece Ignacio en función de éstas, que son las de Ejercicios Espirituales
abiertos [19] o cerrados [20].
Se trata, una vez más, de poner en juego una auténtica técnica psicológica; es decir,
la aplicación de una serie de normas prácticas que están encaminadas a la consecución de
un fin conductual. De este modo, la vida del ejercitante cambia en toda su estimulación
exterior.
Todas esas coordenadas de la realidad material del ser humano son valoradas en
función de unos objetivos espirituales. En la modalidad de Ejercicios cerrados se intenta
aprovechar un modo concreto de vivenciar espacio y tiempo. Las funciones psíquicas que,
aparte de las religiosas, Ignacio le atribuye a este modo de utilización, son las de una
potenciación en lo que hoy llamaríamos los procesos de atención del sujeto: no teniendo el
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entendimiento partido en muchas cosas, más poniendo todo el cuidado en sola una. Con el
cambio de espacio y ritmo temporal, se facilita el distanciamiento necesario para objetivar la
propia situación y, desde ahí, usar de sus potencias naturales más libremente.
Pero, al mismo tiempo, Ignacio tiene muy claro que no se pueden absolutizar esas
mediaciones. Sabe que no tienen más que un valor meramente funcional, que no se puede
encerrar a Dios en un espacio y un tiempo como tantas veces se ha visto tentado de hacer el
hombre religioso26.
La participación de la corporalidad.
26 Cf. a este propósito las bellas reflexiones de D. VASSE, Les temps du désir, Ed. du Seuil, Paris
1969, 20-28.
27 Cf. P. LAIN ENTRALGO, Cuerpo y alma, Espasa Universidad, Madrid 1991.
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sin participación de una transformación somática.
Las adiciones, por ello, tampoco han de ser consideradas como palabras superfluas o
menores. Representan quizás de modo paradigmático la dimensión “técnica” que,
indudablemente, está presente también como elemento característico en la propuesta
ignaciana de los Ejercicios. Muestran el importante papel que Ignacio asigna al Yo en la
ordenación afectiva que se ha de llevar a cabo y el compromiso que se le exige. Es por ello
uno de los puntos a examinar a la hora de determinar el correcto seguimiento del método de
los Ejercicios, tal como se explicita en la anotación sexta [6] o en el caso del Examen
particular (defectos y negligencias sobre exercicios y addiciones) [90].
Por otra parte, hay también en esta anotación una intuición importante de los nexos
consciente-inconsciente. A la hora de dormir, (cuando ya me quiera dormir), en ese umbral
del sueño en el que no se está todavía dormido, pero tampoco plenamente despierto, en el
momento, pues, en el que el Yo disminuye su control sobre los contenidos inconscientes del
Ello, de lo pulsional; de todo aquellos que podemos situar en contra de nuestros ideales o a
favor de ellos. Con esta técnica se trata, entonces, de introducirnos en el ámbito de lo no
controlable para ponerlo a favor del proyecto de “reconversión afectiva”. Dicho en términos
más psicoanalíticos, de unir los afectos a las representaciones que nos interesan29.
28 Cf. J.A. GARCÍA MONGE, Los Ejercicios corporalmente espirituales, en C. ALEMANY-J.A. GARCÍA
MONGE, Psicología y Ejercicios Ignacianos, Mensajero.Sal Terrae, Bilbao, Santander 1991, Vol. I, 294-
309.
29 Cf. E. FRICK, La imaginación en cuanto método en C. ALEMANY-J.A. GARCÍA MONGE, Psicología y
Ejercicios Ignacianos, Mensajero.Sal Terrae, Bilbao, Santander 1991, Vol. II, 292-3.
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ejercicios que tengo de hacer, favoreciendo, quizás, la incubación de un sueño que guarde
relación con los contenidos a interiorizar30.
Del modo paralelo, el primer pensamiento del día debe estar encaminado a centrar la
atención y la sensibilidad en lo que voy a comtemplar, sin dar lugar a unos pensamientos ni
a otros [74]. Es un momento también privilegiado del tiempo psíquico, en el que se favorece
la fijación de los datos que ocuparán la mente durante el día (como ocurre, a veces, con
algunas musiquillas que en esos momentos pueda venir a la memoria) y, sobre todo,
propician estados de ánimos determinados. Y es, justamente, ahí, a la sensibilidad del
ejercitante adonde Ignacio quiere llegar, como se deja ver por los ejemplos que pone al
ilustrar la propuesta: trayéndome en confusión o haciéndome pecador grande y encadenado
u otros según subiecta materia.
Ignacio parece haber intuido lo que la Psicología Cognitiva más reciente de nuestros
días analiza y verifica: que los pensamientos arrastran tras de sí afectos y emociones
diversas. De ahí que en la sexta adición alerta contra la tentación de eludir pensamientos
que distraigan de los contenidos que son propuestos en la Primera Semana: no querer
pensar en cosas de placer ni alegría como de gloria, resurrección, etc.; porque para sentir
pena, dolor y lágrimas por nuestros peccados impide qualquier consideración de gozo y
alegría...[78]. En la Segunda Semana, sin embargo, los pensamientos serán de traer en
memoria freqüentemente la vida y misterios de Christo nuestro Señor [130], En la Tercera
Semana, cuando de nuevo se trata de favorecer afectos displacenteros, se han de evitar
pensamiento alegres aunque sean muy buenos y sanctos, así como son de resurrección y de
gloria. Hay que saber asumir sentimientos de dolor y tristeza conforme a los trabajos,
fatigas y dolores de Christo nuestro Señor [206]. Finalmente, en la Cuarta Semana, las
representaciones que hay que favorecer en la memoria y en el pensamiento son cosas
motivas a placer, alegría y gozo espiritual, así como de gloria [229].
Los sentimientos o ideas son como estímulos interiores que Ignacio atiende por sus
efectos sobre la afectividad del ejercitante. Pero junto a ellos tampoco descuida los
estímulos exteriores. Sabe que también ellos juegan un poderoso papel en el
condicionamiento de nuestra interioridad. De ahí, que igualmente advierta de la necesidad
de intervenir sobre ellos con el objeto de que también confluyan en la tarea de la
transformación afectiva.
30 Cf. M. BALLESTER, "Ya me quiera dormir...". La primera adición, clave de integración onírica, en C.
ALEMANY-J.A. GARCÍA MONGE, Psicología y Ejercicios Ignacianos, Mensajero.Sal Terrae, Bilbao, Santander
1991, Vol. II, 22-34.
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Es un hecho comprobado el de la influencia de la luminosidad o la oscuridad en los
estados anímicos. En los países nórdicos, por poner un ejemplo, la dosis de fármacos en la
depresión es mucho más elevada que en los países del sur. Y existe ya un tratamiento clínico
contra la depresión que consiste en recibir durante un tiempo determinado la luz de unos
focos especialmente diseñados con tal fin. La luz o la oscuridad, en efecto, actúan en los
componentes químicos de nuestro cerebro, condicionando estados afectivos. Ignacio lo
intuye y de ahí, su propuesta en la adición 7ª: privarme de toda claridad para el mismo
effecto cerrando ventanas y puertas, el tiempo que estuviere en la cámara, si no fuere para
rezar, leer y comer [79]. Adición que, naturalmente, habrá que modificar cuando el
ejercitante se encuentre en los diferentes momentos del proceso. En la Segunda Semana se
debe guardar en tener obscuridad y claridad, usar de buenos temporales o diversos, quanto
sintiere que le puede aprovechar y ayudar para hallar lo que desea la persona que se
exercita. [130], o en la Cuarta Semana, donde se ha de privilegiar los afectos gozosos, se
tratará de usar de claridad o de temporales cómmodos, así como en verano de frescura, y
en el hibierno de sol o calor, en cuanto el ánima piensa o coniecta que la puede ayudar,
para se gozar en su Criador y Redemptor [229]. Del mismo modo, en otra referencia al
ambiente externo, Ignacio alerta también sobre la dispersión anímica que se puede
favorecer aligerando la tensión o defendiéndose inconscientemente de la inevitable angustia
de algunos momentos con bromas o cosas que sean motiva a risa [80]; así como el cuidar la
relación con el exterior, evitando la dispersión de la interioridad, refrenando la vista [81].
Disposiciones interiores
Es evidente que nos expresamos a través de nuestro cuerpo, del gesto, de la postura.
Y cuando una no se da una coincidencia entre el mundo interno y la corporalidad, señalamos
que existe un problema. Por eso, Ignacio en la adición 4ª, [76] pretende que el ejercitante
descubra la expresión corporal que, de hecho, se acomoda al sentimiento que desea
alcanzar en cada momento. Es cuestión también de una indagación en la que tan sólo
cambiando de posición corporal se podrá encontrar respuesta, sin pasar adelante cuando
halle lo que quiero.
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El criterio será siempre promover el objetivo fundamental de transformar el mundo
afectivo más hondo. En razón de ello, en esa misma cuarta adición, alerta del peligro de una
voracidad ansiosa y vacía que no digiere ni metaboliza convenientemente los contenidos del
ejercicio en cuestión. En consonancia con lo que vimos en la segunda anotación, Ignacio le
pide al ejercitante que sepa reposar sin tener ansia de pasar adelante hasta que me
satisfaga. Es la aplicación práctica de aquello de que no el mucho saber harta y satisface al
ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente [2].
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respecto a lo que le conviene para hallar lo que desea. El ejercitante puede fácilmente
excederse, pensando que el cuerpo puede tolerar o, por el contrario, dejarse llevar por el
amor sensual y por juicio erróneo. No se trata, por tanto, de ir contra la natura de cada uno,
pues de ese modo se incapacita para hallar lo que desea. No es contra, pues, sino por medio
de nuestra naturaleza particular como Dios actúa.
Vemos así a través del conjunto de las adiciones que Ignacio piensa al ser humano en
unas coordenadas espacio-temporales, en la que tanto la propia corporalidad como las
estimulaciones externas y ambientales han de ser tenidas en consideración. Esas
coordenadas, en su doble vertiente, interna y externa no son ajenas, en absoluto, a los
procesos espirituales. Toda espiritualidad se experimenta, se enraíza y se condiciona en
nuestra corporalidad y en un contexto físico determinado. Y en una propuesta como la de los
Ejercicios, en la que se pretende llegar a lo más hondo de las estructuras afectivas no se
puede descuidar ni minusvalorar, por tanto, esas referencias espacio-temporales que
constituyen de modo tan esencial nuestra condición humana y que determinan de modo tan
fundamental a lo más esencial de la vida del deseo.
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