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3. Zagul el reino de los ogros (nómadas del desierto del Sáhara) (Fábula)
Un día los habitantes del valle se reunieron en consejo para una decisión muy
importante. Había que solucionar un urgente problema.
- Habréis advertido- empezó el buitre- que hay frecuentes peleas entre los
habitantes de nuestro valle y nuestros vecinos. ¿No sería mejor que
encargásemos a algunos de nosotros para apoyar nuestras razones y defender
nuestros derechos?
Y empezaron las discusiones. Uno quería elegir al gato, porque tiene el paso tan
silencioso que puede acercarse a cualquiera sin que lo vean. Otro prefería al
ratón, porque puede meterse por todas las rendijas y prevenir las jugadas del
enemigo. Había que optar por el elefante, porque con sus bramidos se impondría
ciertamente a los demás.
- Os equivocáis -dijo la mona-, yo opino que debemos elegir al que sea más astuto
y más fuerte. Todos estuvieron de acuerdo, pero cuando se trató de decidir quién
era el más astuto y más fuerte, empezaron las contiendas.
Y con esto se disolvió la asamblea. Durante la noche la zorra fue a ver al león
- Mira, amigo,- le dijo- es sabido que yo soy la más astuta de todos los animales y
que ninguno te iguala en fuerza. ¿Qué te parece si trabajamos juntos? Lo que no
se ha encontrado nunca en un animal solo, se encuentra centuplicado en nosotros
dos.
Todavía no se habían apagado los gritos de alegría por la elección de la zorra y
del león como delegados del pueblo, y ya estaba la gallina en las fauces de la
zorra.
- Pero- decía la infeliz- te hemos elegido para defendernos. ¿Así nos pagas?
- Bien ves que mis ocupaciones no me permiten ir a cazar. Además, necesito un
alimento abundante y sustancioso. Tú, sé valiente y sacrifícate por el pueblo como
me sacrifico yo.
Pronto se extendió el terror por toda la selva; hasta la crítica más pequeña al
régimen era oída por la zorra y castigada por el león. De modo que, uno tras otro,
los animales se vieron obligados a irse del valle y pedir asilo político a sus amigo
de los alrededores. Y mientras los pobres exiliados se alejaban silenciosamente, el
buitre desde lo alto de una roca silbaba una canción que comenzaba así:
- Tienes razón- dijo el pequeño zorro-; hace infinidad de años que no ocurre en la
selva nada de extraordinario, distinto de lo corriente.
“¡Cuando las selva sufría unos períodos larguísimos de sequía, entonces sí que
había que sudar de lo lindo para procurarse comida! Ahora en cambio los períodos
de lluvia y de buen tiempo se suceden con regularidad matemática y todo crece
debajo de tus pies sin esfuerzo alguno. Vosotros los jóvenes no sabéis lo que
significa estar cansados.”
- ¡Qué mala sombra! Nos hemos olvidado. Pero no temáis, yo me ocupo de eso-
dijo
- Tenemos mala suerte, amigos- dijo el cuervo regresando poco después con el
pico seco-. Pero me he enterado que más allá de esos montes del fondo hay un
valle muy fértil.
Y los cuatro amigos reanudaron su marcha con un hambre feroz que les roía el
estómago.
Los amigos, que ya eran sólo dos, reanudaron el camino jurándose mutua
fidelidad. Hubo un momento en que dijo el león:
- Me asombra lo ligero que andas, sin dar signos de cansancio.
- Llevamos ya cuatro días andando, yo, que soy un león, me estoy muriendo de
hambre y tú, miserable zorro, estás vigoroso como uno que va de paseo. Así es
que déjate de historias. O yo me muero de hambre o...
El zorro se encogió todo lo que pudo, pero el león consiguió ponerle una pata en la
cabeza y se lo comió en dos bocados.
(Recogido http://prosoema321.blogspot.com/2006_10_29_archive.html)
Vivían una vez, en el gran desierto, dos hermanos, uno rico y sin hijos, el otro
pobre y cargado de niños.
Cada día en la casa del rico había fiesta. Sobre su mesa venían presentadas
carnes exquisitas, legumbres frescas, frutas gustosas hechas llegar de los oasis
cercanos y lejanos. No faltaba nunca el blanco pan de la flor de harina bien
cernida para eliminar el salvado y el afrecho. El remanente era mandado a la casa
del pobre para que la esposa le hiciese un calducho muy escaso y flojo. El pueblo,
una extensión de arena quemada por el sol, ofrecía alguna zarza o matorral
reseco y espinoso.
Un día Zagul, el hermano pobre, tomó la escardilla y fue a buscar algún arbusto
para hacer un poco de fuego en casa durante la rígida noche sahariana.
arrancando una zarza espinosa, la desarraigó desde sus raíces y abrió un hoyo
que le despertó curiosidad. Lo ensanchó de manera tal que podía ver hacia
dentro, después entró y se encontró inesperadamente en el subterráneo de los
"ghual", los ogros malvados que comen carne humana. estupefacto, atónito, se
dejó llevar por la curiosidad, volvió los ojos al rededor, dio un vistazo y de pronto
vio una increíble cantidad de tesoros amontonados por todas partes: oro, piedras
preciosas, joyas...
De improviso se encontró de frente a la madre de los ogros, figura gigante de
manos velludas y gordas, los labios abultados salientes de manera de mostrar los
dientes amenazadores. Ella se adelantó pesadamente hacia él, más Zagul con
sagacidad se volvió alrededor y se aferró rápidamente a una de las manos que
ella había echado sobre sus espaldas. Así obtuvo Zagul, benevolencia, según la
regla de honor, en el reino de los ogros. Entonces la ogra le permitió tomar los
tesoros que quisiera, hasta que el ogro y los hijos estuvieran ausentes. El
afortunado mortal llenó el turbante, la capucha y cuantos recipientes pudo
improvisar y marchó. Cerró con prudencia la entrada del subterráneo y sus
alrededores.
Desde aquel día su familia no vivió más en la escasez. Zagul compró vestidos,
instrumentos de trabajo, cobijas, provisiones y víveres. Y cuando las provisiones
se terminaron, regreso al reino de los "gual" donde la madre de los ogros lo colmó
de nuevos regalos.
Zagul hizo saber al hermano la advertencia, aun así este pensó que era una
maniobra para obtener él sólo todos los tesoros, y al día siguiente regresó solo al
reino misterioso. Mas apenas puso un pie en el antro subterráneo, una voz
retumbó "Siento olor de hombre", entonces todos los ogros se dispusieron a cazar
al intruso hasta que encontraron al pobre todo tembloroso, arrinconado en la
grieta de una roca.
-¡Oh estás aquí! -exclamó el gran jefe ogro- ¿por qué has venido? ¿Quién te
mostró el camino?
- Está bien. Ajustaremos las cuentas con él también. Ahora empezaremos por ti -
Así diciendo lo agarró y lo mató. Después se transformó en figura humana y se
dirigió a la aldea en busca de Zagul. Era ya la hora de la oración y muchos
musulmanes, en el patio de la mezquita, estaban haciendo las abluciones o
purificaciones rituales antes de entrar en el templo. El ogro disfrazado de mercante
se acercó al primero que vio y le preguntó:
- ¿Conoces a Zagul?
-¡Soy yo!
Zagul acogió al comerciante con mucha cordialidad como hace cada buen
creyente hacia "el huésped de Dios" más sus hijos miraron con sospecha al
recién llegado.
Al llegar a la casa el falso comerciante se delató por lo que era y con voz terrible
pidió al pobre Zagul, devolver los tesoros que había llevado del reino de los ogros.
El hijo más joven de Zagul se quedó afuera y entendió que su padre estaba en
peligro en manos del ogro y corrió por las calles de la aldea pidiendo ayuda. En un
abrir y cerrar de ojos todos los hombres (¿y quién no era amigo de Zagul?)
acudieron en socorro con horcas, escardillas y cuchillos y redujeron al ogro a
pedazos.
Así Zagul pudo vivir tranquilo con sus hijos, y también los habitantes de la aldea
fueron felices al verse libres de aquel ogro peligroso. En cuanto al hermano rico y
avaro, nadie lo compadeció porque no había dejado tras de sí ni hijos ni amigos.
En el principio de los tiempos el cielo estaba tan cerca de la tierra que bastaba con
levantar las manos para alcanzarlo. En aquel entonces el cielo protegía, con su
cercanía, a los hombres y a los animales.
Ni los molestaban los vientos, ni el calor o el frío podían incomodarlos. Por ello, los
seres vivos tenían una existencia tranquila y placentera.
Un día dos mujeres se pusieron a moler grano para la comida. Como la cosecha
había sido abundante y tenían mucho grano que moler utilizaron unos morteros
enormes, con grandes palas de madera. Mientras las mujeres cantaban, las palas
subían y bajaban al rimo de su canción.
Tan atareadas estaban en su trabajo que las dos mujeres no se daban cuenta de
lo que sucedía: cada vez que alzaban las palas, golpeaban al cielo protector
causándole gran daño. Y tantas veces lo golpearon que, sin querer, acabaron
agujereándolo.
Cuando el cielo no pudo resistir más el dolor, no tuvo más remedio que alejarse
de la tierra hasta quedarse donde está. Por culpa de aquellas dos mujeres, los
hombres y los animales quedaron desprotegidos de las inclemencias y han de
sufrir desde entonces el viento, el frío y el calor.
Las estrellas que hoy vemos son los agujeros que las mujeres hicieron al cielo
mientras molían grano en sus morteros con sus largas palas de madera.
Y también la lluvia se filtra por allí. Cuenta la gente de Somalia que las nubes
son hermosas doncellas que llevan a sus casas cántaros llenos de agua que
sacan de un pozo. En ocasiones si los cántaros están demasiado llenos y se
bambolean al paso de las doncellas, el agua puede derramarse. Cae entonces,
en forma de lluvia, por los agujeros que se hicieron en el cielo. Y así es como la
tierra recibe el agua del cielo.
- Mucho mayor.
- Escuchen bien: mañana, con los primeros rayos del sol, deben llevar a
la orilla del río un recipiente muy grande con puré de palma, algunos
huevos y una calabaza llena de vino.
Al día siguiente, antes de que el sol saliera, el Hombre Araña tomó su hacha y se
adentró en la jungla. Cortó un árbol y algunas lianas, y pidió a sus hijos que
llevaran el tronco a orillas del río. El puré, la calabaza con vino y los huevos
estaban ya debajo de una palmera.
Kwaku Ananse se sentó sobre el tronco que había cortado, justo al lado de la boca
de la madriguera de la serpiente e inició una conversación consigo mismo. A veces
hablaba fuerte y luego muy bajito, alternando las voces.
La serpiente despertó y se quedó en la madriguera intentando entender las
palabras que le llegaban del exterior:
- ¡Que sí, que sí, que te lo digo yo! Decía la voz fuerte. Es enorme, muy
gruesa y muy hermosa. No acabo de entender por qué no les gusta a
los hombres. Que te lo digo yo, es una estupenda compañera…
- ¡No. No, no y mil veces no! Volvió a decir la voz fuerte. La serpiente es
una buena compañera. No tiene la culpa de tener hambre. Si le
ofrecieran puré de palma, huevos y vino, no tendría por qué llevarse a
los animales.
- ¿Quién dice que los Ashanti somos mezquinos? – gruñó la voz profunda
con rabia- ¡Haré que te tragues tus palabras!
Por un momento Kwaku se quedó petrificado pero saludó a la pitón como si fuera
su amiga.
- Eres como yo decía que eras. ¿No me oíste discutir con ese necio?
Ahora ven, acércate y como lo que te he traído.
La pitón tenía tanta hambre que se tragó el puré y los huevos y se bebió el vino. Al
cabo de un rato, el Hombre Araña le dijo:
Y Kwaku Ananse agarró las lianas y dio vueltas y más vueltas alrededor de la pitón
y del tronco.
El Hombre Araña rió y con voz fuerte llamó a los habitantes del poblado. Cuando
éstos llegaron, no lo podían creer: allí estaba la enorme pitón atada.
Desde entonces, la gente ha ido tejiendo historias anansesem, que cuentan ésta y
otras hazañas sobre la astucia del Hombre Araña.
POR QUÉ PERSIGUE EL GATO AL RATÓN
Leyenda de Camerún (Los ancianos cameruneses enseñan a los niños todas las
cosas que aprendieron. Los niños/as participan en las reuniones del poblado y
cuando necesitan comprender el significado de algo buscan a los ancianos para
que se lo expliquen. Los escuchan con atención porque se fían de ellos y les
tienen mucho respeto.
“Hace mucho tiempo, el gato y el ratón eran amigos. Vivían juntos en una casucha
a la orilla del río y pasaban los días jugando y comiendo.
- No te preocupes, una plantación de maíz al otro lado del río. ¡No veas
qué atracón nos vamos a dar! – dijo el ratón frotándose la tripa.
- Sí, tú siempre lo ves todo, muy fácil, pero ¿cómo cruzaremos el río?
- ¡Mira! –dijo el ratón mientras rebuscaba entre los árboles- Con este gran
jam (raíza grande que se utiliza como alimento) construiremos una
canoa para cruzar el río.
- ¡Un, dos! ¡Un, dos! –el gato delante tiraba de la cuerda sin saber que, en
el otro lado, el ratón tumbado sobre la canoa, no le ayudaba.
- ¡Oh, no! –dijo el ratón. Estamos perdidos. Nuestra cena va a tener que
esperar.
Y así, se refugiaron bajo las ramas de un gran árbol y esperaron allí durante
horas. El ratón iba de aquí para allá impaciente, porque tenía mucha hambre.
Terminada la lluvia, comenzaron a atravesar el río. El viaje era demasiado largo. El
ratón tenía más y más hambre y, mientras el gato miraba el paisaje, se comió un
pedacito de la canoa hecha de jam.
El gato remaba con todas sus fuerzas y miraba enfadado al ratón diciendo:
- ¡Maldito ratón! Cada vez que te vea, voy a correr detrás de ti.
Desde aquel día, el gato y el ratón son enemigos y continúan aún hoy corriendo el
uno tras el otro.
Cuando el abuelo terminó el relato, fuera ya no llovía. Tumai salió con los demás
después de dar las gracias al abuelo por haberle contado la historia.
EL PEQUEÑO NIGUINIGUI (Cuento de MAURITANIA)
Hace mucho tiempo, en una selva africana, el camello, la oveja, la cabra y el chivo
decidieron vivir en un campamento y contrataron al rey de la selva, el león, para
que cuidara el lugar y les sirva la comida. Una tarde, el camello, la oveja, la cabra
y el chivo fueron a pasear. Y llegó al campamento el pequeño Niguinigui, (que era
muy pequeño, a mí no me llegaba a las rodillas) llegó montado en su gacela y le
dijo al León:
-¡Dame manteca para comer! - pidió Niguinigui. Y el león le dio manteca. -¡Quiero
más manteca, dame toda la manteca para mí y para mi gacela!.
El león le dijo que no podía darle toda la manteca porque tenía que alimentar al
camello, la oveja, la cabra y el chivo. Niguinigui se enojó y le tiró una trompada al
león. El león se enojó y le tiró un zarpazo a Niguinigui, y piña va, zarpazo viene,
terminaron los dos en el suelo.Pero ganó Niguinigui y se tomó toda el agua y se
comió junto a su gacela toda la manteca.
Y después se fue.
Pero al otro día al tigre le pasó lo mismo que al león,vino Niguinigui le dio una
paliza, se tomó toda el agua y se comió toda la manteca.
Por último, el camello, la oveja, la cabra y el chivo contrataron al daman para que
cuide el campamento ¿Saben lo que es un daman?
Es un animalito africano parecido a una rata gigante, que pesa unos cinco quilos
y !es muy feo! (yo vi uno que tenía los dientes torcidos)
Bueno...este daman tenía un palo grande y cuando el camello, la oveja, la cabra y
el chivo salieron a pasear y llegó Niguinigui a pedir agua y manteca, el daman lo
molió a palos y lo dejó tirado en el piso como muerto.
Cuando volvieron el camello, la oveja, la cabra y el chivo, el daman les contó que
había molido a palos a Niguinigui. pero Niguinigui no estaba muerto, oyó la
conversación y se arrastró hasta el tacho donde estaba la manteca y se tiró
adentró.
Cuando el camello, la oveja, la cabra y el chivo le pidieron al daman que les sirva
la manteca, éste fue a buscarla y encontró en el tacho a Niguinigui que le dio una
trompada en la nariz y le bajó los dientes. El daman salió corriendo y el camello, la
oveja, la cabra y el chivo también. Mientras huían en todas direcciónes iban
gritando "no hay ser más fuerte en la selva que el pequeño Niguinigui"
(Recogido de http://prosoema321.blogspot.com/2006_10_29_archive.html)
Había una vez una pequeña niña llamada Tselane. Vivía con sus padres en un
pueblo cerca del bosque. La gente de pueblo que vivían en chozas hechas de
paja y barro.
Con ella en la cabaña vivía un mono. Dedicaban mucho tiempo a jugar juntos y
disfrutaban durante todo el día como los mejores amigos.
Tselane había querido hacer compañía a su madre cuando ella cocinaba, y de ella
había aprendido a preparar algunos platos típicos de África.
Tselane era una niña, pero un poco caprichosa ya veces no escucha a los
consejos de los padres.
La madre estaba muy preocupada por la idea de dejar sola a su hija dijo:
“prométeme que no abrirás a nadie, cerca hay muchos animales salvajes que
pueden hacerte daño. Sobre todo ten mucho cuidado con el gigante que come
niños. Cada día volveré para traerte comida. Me reconocerás porque te cantaré
esta canción: "Tselane, Tselane reconoce mi voz. Tselane, Tselane es la madre
que le llama ahora "
Tselane estaba feliz de estar solo con su mono en la cabaña y comenzó a cantar
una canción sobre su África.
Sin embargo, el gigante, oculto detrás de los árboles del bosque, escuchó la
canción y la aprendió. Así que una noche llegó a la choza Tselane y comenzó a
cantar con una gran voz. Tselane despertó y empezó a chillar: -¡Vete, monstruo
feo. Usted no es mi madre porque tiene una gran voz y desentona.
El gigante huyó por temor de ser visto por los habitantes de la aldea que despertó
con los gritos de Tselane. Luego regresó al bosque y se quedó allí para completar
su entrada. Intentado muchas veces y tratar de cantar exactamente igual que la
madre de Tselane. La siguiente noche en que llamaron a la puerta.
– “Tselane, Tselane, ¿dónde estás? No se hacen estas bromas!”. Luego por los
gestos y las formas de Tselane del mono vio que estaba en peligro.
El padre de Tselane fue a visitar al líder de la aldea, un gran hombre que siempre
dio buenos consejos. El líder reunió a todos los hombres del pueblo y juntos
fueron al bosque para intentar salvar a Tselane. Después de muchas horas
encontraron al enorme gigante dormitando bajo un árbol. La niña estaba atada a
un tronco y lloraba. El padre, sigilosamente, para no despertar al gigante, la liberó.
Al Llegar a casa se organizó una gran fiesta. Cantaron y bailaron a lo largo de esa
noche. Y el padre abrazándola le dijo: