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La estatua de sal
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La estatua de sal

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El autor es uno de los prosistas más destacados del grupo Contemporáneos, que contribuyó en forma decisiva a la renovación de la literatura mexicana y del ambiente cultural del país, y al propio tiempo uno de sus más lúcidos poetas. En 1945 Salvador Novo había terminado de escribir su autobiografía clandestina, o mejor, inédita, Estatua de sal, cuyo título es animado por un doble simbolismo: mirar hacia atrás como la más inevitable y costosa de las desobediencias (la curiosidad)), y el paisaje de Sodoma, la depurada por el fuego divino. En esas memorias el periodista de tiempo completo es el narrador no postergado por la entrega de artículos. Novo recrea aquí la insólita niñez provinciana y crea el espejo en el que se mira a sí mismo. El método con el que Novo, al decir de Jorge Cuesta, su compañero de generación, "decepciona a nuestras costumbres", enfurece a la soberbia patriarcal, al ritual de las apariencias en la sociedad que lo readquiere con cierto atropellamiento.
LanguageEspañol
Release dateNov 11, 2010
ISBN9786071605047
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    La estatua de sal - Salvador Novo

    Mexico

    Advertencia

    En su Carta al director de Mañana correspondiente al número del 14 de marzo de 1953 de esa revista (y recogida en nuestra edición de La vida en México en el periodo presidencial de Adolfo Ruiz Cortines, tomo I) Salvador Novo escribió:

    La vida de Jaime Torres Bodet ha sido pródiga y fecunda. Confieso la mayor curiosidad acerca del punto de partida de sus memorias en el tiempo. Y a mi vez, quisiera tenerlo yo para seguir redactando las mías propias, que interrumpí cuando hace seis años entregué todo el disponible al Instituto de Bellas Artes. Entonces las había comenzado a escribir, e iba ya en mis quince años de edad, aproximadamente. Ahora, por supuesto, tengo bastante más que contar, que recordar, que valorar.

    El tema reaparece en la Carta fechada el 26 de junio de 1954, en la que Novo cuenta cómo, al revisar sus papeles congelados, detenidos, suspensos, encontró

    […] las primeras setenta y ocho páginas de aquellas memorias —La estatua de sal— que estaba escribiendo fervorosamente cuando hace ya más de siete años vino una tarde Carlos Chávez a convencerme con toda clase de argumentos de que era mi deber abandonar esta reclusión egoísta y servir socialmente […]

    Bastan esas referencias para mostrar que la práctica del memorialismo no era un prurito individual de Novo sino una necesidad literaria que, al adentrarse en la cincuentena, compartía con otros miembros de su generación; que lejos de mantener en secreto la existencia de sus memorias íntimas, hablaba de ellas en público con toda naturalidad, y que aun cuando las había dejado inconclusas a mediados de los cuarenta, tenía la intención perpetuamente postergada de retomarlas. Una prueba de que se proponía que el relato de su pasado alcanzara al presente en que lo escribía se encuentra en el Plan de la obra (el título es nuestro), cuya reproducción facsimilar incluimos en esta edición. En esas hojas escritas de puño y letra del autor (en francés y en inglés, con el propósito presumible de hurtar el proyecto a la curiosidad de sus allegados) se advierte que, a mediados de los años cuarenta en que interrumpió la composición de La estatua de sal, Novo había previsto llevar el recuento de su vida por lo menos hasta 1945.

    Aun cuando quedó trunca, la obra que ahora publicamos marca un hito en la historia de la cultura mexicana. Por su rememoración de la infancia y adolescencia del autor en los años en que la Revolución sacudía al país, debe ser ubicada junto a Tiempo de arena de Jaime Torres Bodet o A la orilla de este río y Soberana juventud de Manuel Maples Arce. Es, por otra parte, un documento pionero en el que uno de nuestros más grandes escritores habla como nadie antes y pocos después de sus prácticas sexuales. Pero su valor más duradero reside sin duda en la calidad literaria. No en balde La estatua de sal fue escrita en la época en la que Novo prodigó su mejor prosa.

    El Plan de la obra, junto con una de las tres o cuatro copias al carbón que verosímilmente existieron del manuscrito original de la obra, fue entregado por el propio autor a Guillermo Rousset Banda, editor de los XVIII Sonetos de Novo en 1954 y de su Poesía completa en 1955. Durante veinte años la edición de estas memorias íntimas se fue aplazando, sin embargo, por la posibilidad de que el escritor las continuara. No existe noticia de que lo haya hecho, y a su muerte, en enero de 1974, le heredó su casa de Coyoacán y todos los papeles congelados que ahí se hallaban a su sobrino Antonio López Mancera.

    A lo largo de los ochenta, el propio Rousset Banda, que trabajaba en una edición crítica de la obra poética completa de Novo, planeaba publicar también la de La estatua de sal. El trabajo se aplazó, sin embargo, hasta 1995 cuando, ya muerto López Mancera, el editor empezó a preparar el texto por su cuenta. Su proyecto editorial incluía la elaboración de un prólogo que ubicara la obra en sus contextos literario e histórico, así como la reproducción a manera de apéndice de los dieciocho sonetos eróticos a los que debía sumarse uno más que Novo compuso después y que ya había sido incluido en una reedición póstuma y hoy inconseguible de esos poemas.

    A principios de 1996, atraído por la reaparición de La vida en México… de Novo en esta colección Memorias Mexicanas, Rousset Banda hizo contacto con la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes con objeto de averiguar si podíamos establecer algún tipo de colaboración editorial. Convinimos en la necesidad de publicar dignamente el texto que nos presentó en pruebas de imprenta ya formadas. De común acuerdo se estableció que, una vez contratados los derechos de autor, la obra se incluiría en nuestra serie de escritos autobiográficos de Novo con las características editoriales que ya había diseñado Rousset Banda. A los pocos meses, sin embargo, él cayó gravemente enfermo. Su muerte, ocurrida el 29 de agosto de 1996, nos convirtió en sucesores de una tarea que hubiéramos deseado concluir con su valioso concurso.

    Gracias a la generosidad de su heredera, Gabriela de la Vega, y Raúl López, albacea, pudimos coordinar exitosamente el cuidado de la edición, aprovechando los textos ya impresos y meticulosamente revisados de La estatua de sal y de los sonetos eróticos, además del Plan de la obra, escrito a lápiz por Novo. Carlos Monsiváis aceptó presentar nuestra edición y su exhaustivo prólogo vuelve superfluo cualquier otro comentario. Por nuestra parte, hemos respetado en lo posible el proyecto original de Guillermo Rousset Banda como homenaje a un editor ejemplar.

    El mundo soslayado

    (Donde se mezclan la confesión y la proclama)

    Carlos Monsiváis

    A Silvia Molloy y Daniel Balderston

    Descubierto el mundo soslayado de quienes se entendían con una mirada.

    Salvador Novo, La estatua de sal

    En 1945, Novo está ya distante de la etapa descrita en La estatua de sal. Ha publicado libros fundamentales (Ensayos, XX Poemas, Return Ticket, Espejo, Nuevo amor), es un poeta y un prosista excepcional y uno de los grandes renovadores del periodismo, y no se ha rendido ante la campaña de ataques y ridiculizaciones de la década de 1930, ha renunciado a cualquier vínculo amoroso. Si carece del respeto formal que la época concede y si todavía se le zahiere, el linchamiento moral a su costa tiende a extenuarse en la repetición de rumores y chistes, y ya Novo dispone del círculo admirativo que se amplía regularmente, gana bastante dinero, y, tal vez por eso, por no requerir de la venganza inmediata, atenúa la belicosidad que ha prodigado en sonetos y letrillas satíricas…

    Entonces, ¿por qué escribir La estatua de sal? ¿Por qué ser el único homosexual de un largo periodo que devela su censuradísima intimidad? La estatua de sal no se escribe para su divulgación inmediata, ni en 1945 se hubiese localizado un impresor de prestigio mínimo que lo publicase, pero Novo ya tiene un trecho andado: así sea que lo ya publicado sea tímido si se le compara con La estatua de sal: ya editó en 1936 El tercer Fausto y en 1944 Dueño mío, la colección de cuatro sonetos de amor. Pero le urge hacer estallar en las páginas la audacia que, por así decirlo, arma su existencia, la gana de detallar su apetencia sexual, tan socialmente innombrable. Recuerdo en 1965, en las casas de Emmanuel Carballo o del editor de sus primeras obras reunidas, don Rafael Giménez Siles, a Maese Novo que lee fragmentos de La estatua de sal, de cuya publicación está incierto. Y evoco su regocijo ante la estupefacción que sigue su anecdotario.

    Para Novo, La estatua de sal es, a fin de cuentas, una no muy discreta marcha triunfal.

    Pórtico

    Y hazme después la consabida cosa

    En 1945, Salvador Novo (1904-1974) concluye las ciento y tantas cuartillas de su autobiografía clandestina o, mejor, inédita, La estatua de sal, de título animado por un doble simbolismo: el mirar hacia atrás como la más inevitable y costosa de las desobediencias (la curiosidad), y el paisaje de Sodoma, la depurada por el fuego divino. Recuérdese el episodio (Génesis 19): los habitantes de Sodoma y Gomorra, asedian a dos ángeles enviados por Jehová. Irritado ante tal hostigamiento, el Señor opta por la destrucción, y le avisa a Lot: Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas. La lluvia de azufre y fuego destruye las ciudades de la llanura, a sus moradores y al fruto de la tierra. Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal.

    En sus memorias, Novo, el periodista de tiempo completo, es el narrador esta vez no postergado por las urgencias de la entrega de artículos, es el recreador de una insólita niñez provinciana, y es el gay de cuarenta años que le otorga la materialidad posible, la de la escritura, a la experiencia fundamental en su vida, la homosexualidad. Sobre esto último no hay duda. Si algo define y describe a Novo antes de los sesenta años, es su reto y su incapacidad de fingimiento. Ha jugado su corazón al exhibicionismo y se ha impuesto sobre las malignidades y las condenas del patriarcado gracias a sus cualidades: inteligencia, ironía, desenfado, manejo del sentimentalismo, laboriosidad, heroísmo a su manera, cinismo, que es el método para decir lo que se le antoja. Desde muy joven su prestigio y su desprestigio son intercambiables, y los mantiene al costo que sea.

    Es un afeminado que no se oculta, un desfachatado que elige las fachas del dandismo, un poeta de primer orden que opta en su defensa por los sonetos obscenos. El método con el que Novo, al decir de Jorge Cuesta, su compañero de generación, decepciona a nuestras costumbres, enfurece a la soberbia patriarcal, al ritual de las apariencias en la sociedad que lo va readquiriendo con cierto atropellamiento, y al anti-intelectualismo. Al persistir y, más que eso, al entronizar a su personaje, Novo ejerce las libertades a su alcance y las multiplica, no sólo en lo tocante a la preferencia sexual sino a la representación del excéntrico. En un medio delimitado por el prejuicio, ¿cómo se sobrevive al conjunto de desafíos: el amaneramiento, el maquillaje no tan ocasional, la voz dulcísima, las cejas depiladas, la ropa que le ahorra declarar sus pretensiones de modernidad y, más tarde, los anillos colosales y la variedad de pelucas como trofeos de la guerra contra el choteo?

    Nada estimula tanto a Novo como su condición de exiliado de la respetabilidad. Esto en una época donde, al ser tan reducido el ámbito social, la respetabilidad suele serlo todo. Al crítico Emmanuel Carballo, Novo le asegura en una entrevista:

    —[El poeta y funcionario] Jaime [Torres Bodet] no ha tenido vida, ha tenido desde pequeño biografía.

    —¿Y usted?

    —Yo, por el contrario, he tenido vida. La biografía de un hombre como yo heriría las buenas costumbres.

    [En Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, 1967.]

    Gran parte de la obra y el comportamiento de Novo gira en torno de su transgresión sexual: los poemas de la desolación del marginado, el travestismo autobiográfico de Romance de Angelillo y Adela, los epigramas, los poemas donde abomina del cuerpo propio y exalta el sarcasmo de sí, la obrita de teatro El tercer Fausto, el dandismo provocador como insolencia de calle y coctel, el envío de la pose al nicho de la identidad irrenunciable. Sin ambages, en Novo la homosexualidad es el impulso incontrolable y el estímulo primordial.

    I

    ¡De eso no se habla en mi casa!

    En la literatura de esos años un tratamiento inesperado del tema de la heterodoxia lo proporciona Chucho el Ninfo (1871), uno de los episodios novelados de La linterna mágica, la serie costumbrista de José Tomás de Cuéllar Facundo. Como novela, Chucho el Ninfo es aterradoramente mala, desorganizada hasta el fastidio y colmada de sermones y divagaciones. Sin embargo, interesa porque su protagonista es un gay evidente y porque el autor describe con encono y burla lo que se niega a nombrar en un relato conducido por el determinismo. Desde muy niño, el personaje ostenta sus preferencias: Chucho […] estaba muy contento entre las niñas: bienestar a que quedó aficionado perpetuamente. Elena, su madre, viuda prematura, es un sueño parafreudiano: devota del hijo (que la golpea), chantajista sentimental, un terrón de amores […] casi tan consentidora y tolerante como la patria, obediente al capricho de su hijo hasta la ignominia (ella le paga a la madre de un niño para que éste se deje golpear por Chucho). Los mimos de Elena hacen que su hijo esté más barato cada día, es decir, más femenino y feminoide:

    […] al notar [Elena] que las formas del niño se redondeaban, abandonaba sin dificultad la idea del vigor varonil, tan deseado en el crecimiento del niño, y se inclinaba a contemplarlo bajo la forma femenil.

    Elena había agotado ya todas las modas, y su imaginación se había cansado inventando trajecitos fantásticos para Chucho, hasta que un día se le ocurrió vestirlo de mujer.

    Chucho se exhibió vestido de china.

    Estaba encantadora, según Elena, y como Chucho era objeto de repetidos agasajos en traje de hembra, se aficionaba a esta transformación que halagaba su vanidad de niño bonito y mimado.

    La descripción del gay es nítida, pero sin conclusiones verbales. Los lectores no admitirían un texto centrado en un marica explícito, y por eso Cuéllar describe sin etiquetar. Mientras, el personaje va acentuando su condición de petimetre, su afeminamiento y su habla, presumiblemente la de los homosexuales de la época, sumergidos en las facilidades para decir su verdad:

    Chucho tenía siempre los labios entreabiertos, mostrando una parte de los dientes superiores, los que generalmente le ayudaban a su labio superior a pronunciar las bb. Chucho, además, silbaba la ss, y pronunciaba ligeramente las zz; de manera que su pronunciación era dulce, blanda y se alejaba un poco de la manera en que en México se pronuncia el español.

    Este modo de hablar de Chucho era nuevo y resultado de un estudio especial: además hablaba muy despacio.

    Chucho repugnaba la acentuación varonil y combatía en su fisonomía la venida de esas líneas que deciden el temperamento viril. Chucho deseaba aparecer niño y una mancha en el cutis la hubiera conceptuado como una verdadera desgracia.

    El uso del cold-cream había realizado su ensueño de tener una tez virginal; había logrado mantener arqueadas las pestañas, calentándolas con un instrumento de su invención; se pintaba los labios con carmín y tenía diez preparaciones diversas para conservarse la dentadura.

    Había logrado convertir su cabello lacio y opaco en ensortijado y brillante; conocía todas las preparaciones adecuadas al efecto, y empleaba gran número de peines y cepillos en su tocador.

    Se hacía servir por un camarista que le ayudaba a desnudarse…

    El vicio nefando se anuncia pero sin palabras fatales. En el momento más atrevido de la novela, Cuéllar menciona a la raza ninfea, la especie de los ninfos o mujerucos. Y aun esto con disfraces. En uno de los capítulos finales, al ser retado a duelo, Chucho adquiere sorpresivamente la energía: Le faltaba a Chucho este toque característico de la raza ninfea, y holgábase en su interior de la ocasión que le proporcionaba desmentir su fama de afeminado.

    No es aún la hora de la acusación de homoerotismo, realidad que las buenas costumbres arrinconan en las tinieblas de las tramas. Antes de la segunda mitad del siglo XX, lo masculino es la sustancia viva y única de lo nacional, entendido lo masculino como el código del machismo absoluto y lo nacional como el catálogo de virtudes posibles, ejemplificadas míticamente por los héroes. La tradición de lo viril combina la herencia hispánica y el difuso catálogo de valores cívicos, y juzga tan remota y abyecta la homofilia que ni siquiera le ve caso a criticarla. En obediencia de la tradición, Guillermo Prieto, el patriarca de las letras mexicanas, alaba a Cuéllar porque el nombre de Chucho el Ninfo le sirve a nuestra gente para designar al niño mimado y consentido, entregado a los vicios. Entonces el carácter de niño consentido anticipa y vuelve secundaria cualquier especificación de los vicios.

    ¿Cómo se explica en el siglo XIX mexicano la ausencia de leyes y reglamentos a propósito de las minorías sexuales, o la inexistencia de artículos, libros, personajes literarios o incluso representaciones caricaturales de la gente gay? En el primer caso, lo que decide es la adopción, con variantes, del Código napoleónico, que no menciona el tema. En el segundo, en lo tocante a la ausencia de aproximaciones escritas a lo prohibido, la situación contrasta con la de Europa y Estados Unidos. Entre 1898 y 1908, informa Jeffrey Weeks en Sexuality and its Discontents, se publican en Europa cerca de mil libros sobre homosexualidad y, también en Europa y Estados Unidos entre 1880 y la primera Guerra Mundial, se comentan, al menos entre las minorías ilustradas, el amor libre, la masturbación, la homosexualidad, la prostitución, la obscenidad y la educación sexual (el aborto es el último secreto). En cambio, en México el único de estos temas mencionado, y con fines aleccionadores, es la prostitución. (Hay más referencias a la masturbación en los catecismos del siglo XVIII que en todo el siglo XIX, donde las referencias al onanismo suelen consignarse en latín).

    Lógica del ocultamiento: lo que no se nombra no existe (There’s no such thing in England, exclama la reina Victoria al mencionársele la existencia de lesbianas), y es sórdido de suyo lo que se filtra en las conversaciones para exhibir el desprecio y el sarcasmo. Si

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