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El misterio de la casa amarilla (Spanish Edition)
Azioni libro
Inizia a leggere- Editore:
- Albert Whitman & Company
- Pubblicato:
- Feb 1, 2016
- ISBN:
- 9780807576113
- Formato:
- Libro
Descrizione
SPANISH DESCRIPTION
Una clasica historia de niños se encuentra en español. Henry, Jessie, Violet, y Benny Alden discubren que un misterio rodea la casa amarilla y agotada en la Isla Sorpresa. Los niños encuentran una carta y otros recaudos que los puede guiar en huella del hombre que se fué de la casa.
Informazioni sul libro
El misterio de la casa amarilla (Spanish Edition)
Descrizione
SPANISH DESCRIPTION
Una clasica historia de niños se encuentra en español. Henry, Jessie, Violet, y Benny Alden discubren que un misterio rodea la casa amarilla y agotada en la Isla Sorpresa. Los niños encuentran una carta y otros recaudos que los puede guiar en huella del hombre que se fué de la casa.
- Editore:
- Albert Whitman & Company
- Pubblicato:
- Feb 1, 2016
- ISBN:
- 9780807576113
- Formato:
- Libro
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El misterio de la casa amarilla (Spanish Edition) - Gertrude Chandler Warner
feliz
Capítulo 1
La cueva
Los cuatro alegres hermanos Alden vivían con su abuelo en una casa muy grande. Sus padres habían muerto hacía unos años. También vivía en la casa con ellos el tío Joe, con el que los niños se divertían mucho.
El hermano mayor, Henry Alden, tenía dieciséis años e iba al instituto. Lo seguía Jessie Alden, que también iba al instituto. Violet era una linda niñita morena de doce años. Benny, el pequeñín, tenía siete.
Un día de primavera, Benny volvió a casa de la escuela y, en cuanto entró, oyó que sonaba el teléfono. Contestó la señora McGregor, el ama de llaves.
—Es para ti, Benny —le dijo, emocionada—. Tu tío Joe.
Benny tomó el aparato y contestó:
—Hola, Joe.
—¡La explosión será dentro de muy poco, Benny! —exclamó Joe por el auricular—. Los hombres están prácticamente preparados para hacer estallar el techo de la cueva. Dijeron que ustedes cuatro pueden venir a la isla si se quedan siempre a mi lado. Avisa a tus hermanos y vengan a la isla.
—¡Muy bien, Joe! —respondió el niño—. Llegaremos lo antes posible.
Salió corriendo al pasillo para contárselo a Henry. Los chicos habían la cueva el verano anterior. Se habían metido para ver hasta dónde llegaba y, sin pretenderlo, habían encontrado en la arena unas herramientas indias que, según Joe, eran estupendas.
Hacía poco, su abuelo había enviado a unos hombres a la isla para que quitaran el techo de la cueva con explosivos. Así sería más fácil excavar el interior.
—¿Era Joe? ¿Qué quería? —preguntó Henry, saliendo al pasillo.
—¡Dijo que van a hacer estallar el techo de la cueva! —gritó Benny—. El verano pasado nos advirtió de que no podríamos estar presentes ese día, pero ahora se ve que sí.
El niño subió corriendo los escalones, de dos en dos, gritando:
—¡Jess! ¡Jess! ¡Violet! ¡Violet!
—Pero, bueno, ¿a qué viene esto, Benny? —preguntó Jessie, levantando la vista de un libro de texto.
—Van a hacer estallar la cueva de la isla de las Sorpresas y tenemos que ir cuanto antes.
—¿Quién te lo dijo?
—Joe —contestó Benny—. Acaba de llamarme por teléfono.
—Pero no podemos ir sin el abuelo —intervino Violet, en voz baja.
—El abuelo está llegando en el carro —anunció Henry, desde abajo—. ¡Corran, bajen deprisa, antes de que aparque!
Al principio el señor Alden no entendió ni una palabra de lo que le decían, porque hablaban todos a la vez, pero de todos modos su chófer dio la vuelta con el carro. El señor Alden se sonreía por algún motivo.
—¿Joe también te llamó, abuelo? —preguntó Henry.
—Sí, ja, ja, ja. Bueno, vamos a ir al embarcadero y desde allí cruzaremos en la lancha a motor.
—Espero que el capitán Daniel la tenga de este lado y no en la isla —dijo Henry—. Por lo visto, Joe tenía prisa, y no creo que nos esperen mucho tiempo.
—Bah, no creo que lo hagan estallar hasta que lleguemos —replicó Benny.
—Estoy de acuerdo —afirmó el señor Alden con una sonrisa—. Si Joe los avisó, esperará a que tengan tiempo de llegar.
—Por supuesto, abuelo —dijo Jessie—. Y ahí está ya el capitán Daniel en el embarcadero.
Era cierto. El capitán sonrió al ver a los cuatro chicos acercarse con su abuelo. Les tenía cariño a todos.
—Los estaba esperando —anunció—. Y Joe y los trabajadores aguardan allí en la isla. Me aseguró que no provocarán la explosión hasta que lleguen ustedes.
—Muy bien. Me alegro —respondió Benny mientras subía a la lancha y se sentaba.
Al poco rato estaban navegando hacia la isla donde habían pasado un verano tan feliz el año anterior. Iban todos pensando en aquel día cargado de emociones, cuando encontraron la cueva.
—Supongo —dijo Benny— que no se acordará usted de los objetos indios que hallamos en la cueva, capitán.
—Pues claro que sí —rió éste—. Por entonces ustedes no sabían que el oficio del señor Joe era precisamente excavar, pero yo sí. Lo conozco desde que era niño.
—¿Se acuerdan de lo contento que se puso? —exclamó Jessie—. Ni siquiera nos permitió seguir buscando más cosas dentro de la cueva.
—Y acertó, Jessie —contestó Henry—. Quería que se hiciera todo bien. Estos trabajadores saben excavar mejor que nosotros.
—¡Y ahora vamos a hacer estallar el techo de la cueva! —recordó Benny.
—Por ahí viene Joe —informó Jessie—. Pero ¿quién va con él? ¡Si es una chica!
—No, no es una chica —replicó Benny—. Es una señora.
—Bueno, sea como sea no es muy mayor.
—Es guapísima —aseguró el pequeñín cuando se acercaron.
—Hola, chicos —saludó Joe cuando la lancha se detuvo en el embarcadero—. Les presento a Alice Wells. Vino a ver los objetos indios que hallaron ustedes. Sabe mucho de esas cosas.
—Tiene que ser un trabajo interesante —dijo Jessie, y le dio la mano. Alice le cayó bien de inmediato: tenía una sonrisa preciosa.
—La verdad es que sí —reconoció la joven—. A ver, tengo la impresión de que ya los conozco a todos. Tú eres Jessie. Éste es Benny, sin duda. Ésta, Violet. Y tú debes de ser Henry. Joe me habló mucho de ustedes.
Al señor Alden le sonrió como si ya lo conociera bien.
Benny le tomó la mano.
—Vamos ahora mismo a ver la explosión —pidió.
—Te lo pasarás muy bien, Benny —dijo el señor Alden, sonriéndole—. Los trabajadores te van a dejar apretar la palanca que accionará los explosivos.
—¡Bueno, bueno, bueno! —exclamó el niño—. ¿Dónde está esa palanca?
Joe abrió camino sin decir una palabra. Pasaron cerca de la casita amarilla y del establo donde habían vivido en el verano, y llegaron a la playa. Allí, junto a un grupo de trabajadores, vieron una palanca en el suelo.
—Ya llegaron —observó uno de los hombres—. ¿Tú eres el que va a detonar los explosivos, pequeñín? Ven, agarra esa palanca y aprieta con todas tus fuerzas.
Benny obedeció y a lo lejos se oyó un ruido ensordecedor, como un trueno. A continuación los hermanos vieron una gran nube de humo y luego rocas que salían volando.
—¡Qué estruendo! —exclamó Benny, y todos se quedaron mirando el humo que seguía saliendo de la cueva.
—Muy bien. Vamos —indicó Joe.
Echaron a andar por el camino y enseguida llegaron a la cueva. Las grandes rocas estaban hechas pedacitos que los hombres empezaron a retirar. Toda la cueva había quedado al descubierto. Los chicos lo miraban todo sin abrir la boca.
—Supongo que nadie podrá excavar hasta que hayan quitado todas las piedras —dijo por fin Henry.
—Exacto —confirmó Joe—. Y tardarán varios días. La verdad es que ahora ya no hay nada más que ver.
—¿Quieres decir que es mejor que nos vayamos a casa? —preguntó el señor Alden, y guiñó un ojo a Benny.
—Bueno, a mí me da igual —respondió el niño—. Además, hicimos estallar la cueva, que es más de lo que esperaba.
—Ya vendrán muchas veces cuando empecemos a excavar —aseguró Alice—. Ya retiramos el montón de
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