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El puente perdido
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El puente perdido

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Un viaje en las lejanas inmensidades de la Argentina cuyo nudo se desarrolla en torno a una gran obra hidráulica, en la perdida y salvaje Patagonia, donde 2 mundos, el aborìgen y el europeo, se entrelazan bajo la visión de un inmigrante Italo-argentino. El eje de la diversidad, hilo rojo del cuento, se inmerge en la profunda vida de los trabajadores, en sus pasiones, sus alegrías y en sus tragedias. Un universo diseñado por quién lo ha vivido intensamente, por quién desde la crítica introspectiva retorna a su lugar de orìgen a contarlo de nuevo a través de un diverso punto de vista.
LanguageItaliano
PublisherYoucanprint
Release dateAug 11, 2016
ISBN9788892619678
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    El puente perdido - Alejandro M. Sanguinetti

    origen.

    Capítulo 1) La obra.

    El primer sol matutino del otoño confiere el supremo orden de los antiguos guardianes de la meseta a aquellos erguidos basaltos, haciéndoles adquirir movimiento y forjando gestos magnéticos sobre sus duros y milenarios rostros.

    Ni siquiera la menos atenta mirada logra apartarse fácilmente de esas cadenas de esculturas naturales que se distribuyen desde el desierto hasta los Andes, en el mágico noroeste patagonico.

    Bajo su majestuosa vigilancia, allí en el fondo del valle, entre manchas de verde intenso, otras ocre, el eterno canto del río Curl Leuvù juega a esconderse, a ratos, en las barrancas que guardan el misterio de su nacimiento, allí precisamente adentro, en el alma mágica de la cordillera del viento.

    La lentitud de los obreros era quizás debida a la repentina ausencia del jefe de obra, aquel hombretòn, moro, feo, con una particular asimetría en la cara, Pedro Baldez. Normalmente, ya antes de que fuese despuntada el alba, su silueta de guanaco no pasaba nunca inadvertida, sobre todo por aquellos que se disponian a los oficios.

    Cuatro meses atràs, el gobierno provincial había concedido la adjudicación para la construcción de la planta hidroeléctrica de Curi Leuvù a una gran empresa multinacional italiana, Panitalia, cuya organización contaba con varias sedes, ya estables desde hacìa tantos años, sobre todo el territorio sudamericano.

    El gobierno provincial no podía seguir ignorando, inmòvil, ante la lamentable demanda de energía por parte de los residentes de Chos Malal, (la más importante localidad del Noroeste nequino), o mejor dicho, por aquellos que en su gran mayoría habrían representado un cómodo paquete de votos en las próximas elecciones políticas.

    En los discursos que los funcionarios públicos tenían ante los medios de comunicación se notaba, paradójicamente, mucho más énfasis sobre la construcciòn del puente vial que habría conectado ambas márgenes del río, por encima de la presa, que sobre la presa misma.

    … la energía debe ser siempre acompañada de comunicaciones…,

    … debemos integrar nuestro olvidado Norte al resto de la provincia,

    conceptos poco discutibles que, sin embargo, despertaban cierta perplejidad.

    Porque no destacar el motivo predominante de la obra ?

    Mientras tanto, el Curi Leuvù representaba para los habitantes de Chos Malal, y no sólo, fuente de disponible y genuina agua potable.

    Pedro Baldez tenía un buen motivo para no estar presente en la obra por aquellos días.

    Los obreros aborìgenes, conducidos por su líder, Kelupan, habìan descubierto accidentalmente una antigua sepultura con restos humanos pertenecientes a la etnia pehuenche (1).

    Desde ese mismo momento, Kelupan ordenó a sus consanguìneos de interrumpir los trabajos.

    La crudeza de Pedro no alcanzò ni sirvió para convencer el alma rebelde de Kelupan quién jamàs habría aceptado una razón que pusiera en dudas la propia cosmología mapuche (2) y cada gesto de coerción, da parte del hombretòn, les habría llevado a un inexorable escenario de sangre.

    Pedro era consciente. En sus venas tambièn fluìa sangre aborigen.

    Fue el mismo Baldez quien tuvo que explicar la situación al dirigente de obra, el polaco Dosmechk.

    Dosmechk, después de diez minutos de silencio y sin dudar, ordenó Baldez a viajar urgentemente hacia la sede de la empresa en Resistencia, provincia del Chaco, a más de 2.400 kilómetros de Curi Leuvù, con el objetivo de coordinar un convoy de 2 retro-excavadoras y un equipo de 7 leales colaboradores.

    Dosmechk sabía que su movida era como una carrera contra el tiempo.

    No se habrìa podido permitir que la Comisión de Cultura de Chos Malal se activara antes de haber transferido los restos humanos y otros objetos fuera del perímetro de la obra.

    En ese caso, El ya habrìa evaluado sus riesgos.

    Sabía que habrìa, con toda probabilidad, sufrido el peso de las investigaciones por parte de los organismos de protección y otras asociaciones, pero permaneció consciente sobre el hecho de que, por ello, nadie le condenarìa penalmente.

    Contrariamente, evaluò como más peligroso seguir el protocolo de los descubrimientos antropológicos. La alta dirección de Panitalia no habría aceptado más retrasos en los trabajos.

    La decisión del polaco desencadenò en Baldez una ráfaga de hielo que le atravesò desde la nuca a los talones.

    Baldez viò, en un solo instante, la pelìcula de su vida pasada; significaba reabrir la puerta a sus viejos fantasmas.

    La obra estaba envuelta por un extraño silencio.

    Silencio roto solamente por las intermitentes y renovadoras brisas que bajaban desde los picos nevados que, luego de montar salvajemente sobre el sinfonico río, conseguían callarlo.

    El valle del Curi Leuvù. El de los verdes, el de las cenizas, el de los mil azules y el de los muchísimos amarillos del letargo xeròfilo.

    Todo aquel valle permaneció encantado, dejando que el fresco aroma del tomillo patagonico emborrachara con sensualidad el èpico recuerdo del ronquido de los motores y el tintinear de los metales.

    Quien podìa detenerse allì, arriba, en las proximidades de la obra, a un costado del camino di tierra, notaba en las noches sin luna, tres tímidos racimos de luces amarillas que aparecían y desaparecìan allà abajo en el horizonte, perdidos en el lejano valle inferior.

    No eran otra cosa que las pocas lámparas incandescentes de las localidades de Tricao Malal, Los Menucos y Caepe Malal.

    No se podía distinguir la cuarta y más poblada, Chos Malal, por causa de los tantos caprichos de la orografía.

    Allí, en Chos Malal, después de un cristalino recorrido de unos doscientos kilómetros, el río Curi Leuvù exponía finalmente sus secretos a otro gran e impetuoso hermano, el río Neuquen.

    (1) tribu aborigen aùn presente en el norte de la Patagonia. Pueblo muy rebelde que ofreció feroz resistencia a los primeros conquistadores españoles que, a través de Chile, invadieron el actual territorio argentino. Pehuenche: Pehuen (Araucaria), che (gente), gente de las araucarias.

    (2) Etnia aborigen de la Patagonia chilena y Argentina. Compuesta por diversas tribus, algunas de ellas, Pehuenche, Picunche, Puelche, Tehuelche, Patagones, Huiliches, etc.. Mapuche: Mapu (tierra), che (gente), gente de la tierra. También llamados Araucanos.

    Capítulo 2) El viaje de Baldez

    Pedro partió la misma noche que le fue dado el orden del polaco y recién después de haber cargado las herramientas y los víveres en su Ford F-100.

    Conocía muy bien los peligros de la alta velocidad en las rutas de la Patagonia, tantas veces reducidas a verdaderas huellas tragadas por los arbustos espinosos, tantas otras esbozadas en un hilo intuido en el desierto.

    Pedro habría podido partir la mañana del día siguiente, sin embargo, amaba conducir en la tranquilidad de la noche.

    Su primer meta habrìa sido la de llegar al alba del día despuès a la localidad de Santa Rosa, en la rica provincia de La Pampa, donde una vieja compañera nocturna, quién tenia a cargo el Hotel Los Salares, lo habría recibido con una renovada sonrisa, (según su racional previsión), y quizás con otras más cosas (fruto, esta vez, de su imaginación basada en el implacable deseo de interrumpir su misma desesperada abstinencia).

    Quién ha tenido la oportunidad de conducir sobre esos lejanos caminos sabe que los serruchos (3), además de representar un peligro de accidente, llevan también al conductor a una suerte de hipnosis. Pedro tenía en cuenta estos peligros, por lo tanto, normalmente recurrìa a algunas tàcticas para poder permanecer despierto.

    Una de ellas consistía en engañar el aburrimiento a través de la atención sobre el eventual animalito salvaje que habría podido sorprender, inmóvil e incandilado por los faros de su vehículo, en el medio del camino.

    Y así fue. En el tramo desértico, más específicamente, antes de llegar a la localidad de Añelo (provincia de Neuquen), atropellò una bella liebre patagónica.

    En cualquier otra ocasión, el mal destinado animal, habría servido para el almuerzo del día siguiente; para gustarlo asado o a la olla en algún improvisado lugar, al reparo del viento y al borde del camino, pero esta vez Pedro tenía otros planes.

    Al hacer marcha atrás para recoger la liebre, su mente immaginò un àspero pero singular regalo culinario.

    El simple pensamiento de Pedro sobre el hecho de haber encontrado el justo marco culinario al sucesivo enriedo amoroso hizo segregar en esa bruta bestia humana una explosión de endorfinas.

    A Centenario (provincia de Neuquen) Pedro se parò a cargar nafta y a recoger un poco de agua potable para su termo; poco más adelante y antes de iniciar la carretera asfaltada, se paró otra vez, encendió un fuego improvisado con algunas ramas secas entre dos grandes piedras, vertiò el agua recogida en una lata vacía apoyandola sobre las llamas, cargò un poco de yerba mate en su vieja calabacita, y antes de que el agua comenzara a silbar, la echò en el termo.

    Se tomò dos mates y su mente comenzó a recordar los fragmentos desorganizados de su anterior vida en las regiones del Norte Argentino donde se estaba dirigiendo.

    (3) Sucesión de estrechas ondulaciones transversales de las carreteras causadas por las precipitaciones.

    Pedro Baldez, nacido en Palo Santo, provincia de Formosa (ARG), durante el caluroso verano del 1963. Su padre fue un obrero forestal (gaucho peòn). Su madre, aborigen Wichi (4), murió por complicaciones del sarampión cuando Pedro tenía sólo once meses de vida.

    Su abuelo originario de Castilla (España), fue uno de los tantos agricultores analfabetos fugitivos del régimen franquista; decidió hacerse humillar por los caporales transatlánticos portugueses al embarcarse, como improvisado marinero, rumbo a los campos de café brasileños para evitar de tener que alistarse en uno de los frentes de la guerra civil y, por lo tanto, evitar una muerte segura.

    Fingiendose como un hombre solo, no tuvo ninguna duda en abandonar su mujer embarazada y sus 3 hijitos. Decisiòn que poco tiempo despuès se transformò en remordimiento, el cuàl fue escondido por el alcohol de caña y por sus intermitentes amores guaranies durante su ruta hacia el Paraguay y luego hacia el norte argentino.

    Apoyado por su tía, Pedro terminò la educación elemental a sus trece años, y luego se trasladó, obligado, a trabajar con su padre en el Chaco, Provincia y Zona geográfica del Norte Argentino, cuya economía principal era, (y lo es todavía), el cultivo del algodòn y la actividad extractiva de madera (5).

    Transferencia que vivió como un calvario. Tuvo que soportar el alcoholismo de su padre que, además de maltrattarlo, se quedaba con el dinero de su trabajo.

    Durante varios meses no viò un solo peso siendo obligado, tantas veces, a buscar restos de comida en el basural de los improvisados restorantes para los leñadores.

    Después de aproximadamente dos años de supervivencia en los consorcios forestales del Chaco, y en ocasión de una pelea a navaja con su padre alcoholizado, en la que casi perdió el ojo derecho por causa de un peligroso tajo al rostro, fue acogido por un sacerdote franciscano, el italiano Don Gianni (Juan) Spalla que, primero, ayudó a Baldez a gestionar la conflictiva relación con su padre y, luego, dedicó tiempo para educarlo.

    Don Juan Spalla enseñó a Pedro los secretos sobre el arte de la albañilería.

    Recién casado y a sus dieciocho años, por obra de su benefactor, fue reclutado como ayudante albañil por una gran multinacional italiana, líder en la construcción de grandes obras.

    Un año más tarde nacía su primogénita, Iris, (en honor a la abuela materna).

    Fue entonces cuando Pedro agradeció la circunstancia de encontrarse como trabajador y único sostèn economico de su familia. Esa condición, efectivamente, lo salvó del, más que probable, martirio de la guerra.

    La estúpida guerra de las Malvinas, donde fueron enviados centenares de sus coetáneos y sobre todo paisanos, aùn sin barba, procedientes de sus mismas zonas de residencia, no sabiendo ni siquiera como se disparase un fusil ni tampoco conociendo lo que fueran el hielo y la nieve.

    (4) La etnia Wichi es una de las forman parte de los Pueblos mataco-guaycurù, junto a otras etnias como los Toba, se diferencian de las otras etnias

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