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Acorralado
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Acorralado

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About this ebook

Obsesionado por la memoria de un caso de secuestro arruinado en el último instante…

Deseando que la historia no se repitiera, el detective Matt Brady lucha por resolver el caso de la desaparición de siete mujeres jóvenes, pero rápidamente es lanzado contra una organización criminal que conoce tanto de procedimientos policiales como él —una organización que hará cualquier cosa por mantener la ventaja. Sus problemas se complican cuando una joven veterinaria es inyectada en la investigación convirtiéndose en la posible víctima número ocho. Cuando trata de defenderla, se interpone en la mira de un asesino de policías profesional. ¿Podrá Brady resolver el caso a tiempo de salvar su nuevo amor, o será esta investigación el final de ambos?

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateJan 10, 2016
ISBN9781507128749
Acorralado
Author

Alan Brenham

Alan Brenham is the pseudonym for Alan Behr, an author and attorney. He served as a law enforcement officer before earning a law degree and working as a prosecutor and a criminal defense attorney. He has traveled to several countries in Europe, the Middle East, Alaska, and almost every island in the Caribbean. While working with the US Military Forces, he lived in Berlin, Germany. Behr and his wife, Lillian, currently live in the Austin, Texas area.

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    Acorralado - Alan Brenham

    DEDICATORIA

    A mi esposa, Lillian, por su amor y su inquebrantable apoyo.

    A mi hermana, Pamela.

    A los hombres y mujeres del Departamento de Policía de Temple que tienen que estar en el borde y mirar al abismo.

    Ya eran siete las mujeres desaparecidas, y ahora, una asesinada. Tenía la certeza que estaban vinculadas, pero ¿cómo?

    Brady se arrodilló junto al cadáver y le examinó la cabeza. Un disparo, evidente sobre el ojo derecho. Sus entreabiertos ojos fijos en el cielo raso con la vacua mirada de la muerte.

    Killebrew señaló a un orificio en la pared opuesta a la puerta de entrada. Sacamos la bala. Parece ser de nueve milímetros. Lo mismo que el casquillo.

    Brady vio salpicaduras de sangre en la mitad más baja de la pared. Se levantó, fue a la sala y realizó un inventario mental de la habitación. La ventana del frente estaba cubierta por cortinas floreadas. Un piano en la esquina más lejana, a un lado de la ventana. Él no era experto en muebles, pero los de la víctima lucían bastante caros.

    Vio el correo sobre la mesa de centro. Usando un bolígrafo para moverlo inspeccionó los remitentes, pero nada le llamó la atención. En el extremo de la mesa, un retrato familiar de ella con un hombre de aspecto ordinario y hombros estrechos, quién asumió era Burt Smith, y unos gemelos —una niña y un niño.

    Caminó lentamente hacia un teléfono blanco de estilo europeo ubicado en una mesa a un lado del acolchonado sofá de piel, cubierto del polvo negro usado para levantar las huellas digitales. De la apariencia de la habitación y de los muebles dedujo que la víctima tenía dinero, montones de dinero. La falta de evidencia que indicará que un robo se había perpetrado le hizo preguntarse si Burt Smith le habría disparado, o contratado a alguien para que lo hiciera. Mientras caminaba por el resto de la casa, se preguntaba, ¿Dónde diablos estás Burt Smith?

    Brady buscó por el divorcio en la base de datos del registro civil del distrito del Condado de Bell a través del Internet. Cuando el informe del divorcio de Becker-Smith apareció en la pantalla, escribió la última dirección conocida de Burt Smith, Apartamentos Candlewood, así como el nombre y la dirección del abogado. El divorcio había sido solicitado por Becker, alegando diferencias irreconciliables. Nombraba dos niños menores de dieciocho años.

    Obsesionado por la memoria de un caso de secuestro arruinado en el último instante...

    Deseando que la historia no se repitiera, el detective Matt Brady lucha por resolver el caso de la desaparición de siete mujeres jóvenes, pero rápidamente es lanzado contra una organización criminal que conoce tanto de procedimientos policiales como él —una organización que hará cualquier cosa por mantener la ventaja. Sus problemas se complican cuando una joven veterinaria es inyectada en la investigación convirtiéndose en la posible víctima número ocho. Cuando trata de defenderla, se interpone en la mira de un asesino de policías profesional. ¿Podrá Brady resolver el caso a tiempo de salvar su nuevo amor, o será esta investigación el final de ambos?

    AGRADECIMIENTOS

    Quiero agradecer a las siguientes personas, que por su ayuda y consejo fueron esenciales para la realización de esta novela: el primer y más importante lugar lo ocupa mi esposa, Lillian Infantino, cuya perseverancia, paciencia y apoyo son sumamente apreciados. No puedo agradecerle lo suficiente.

    Gracias a mi hermano, Kevin Behr, Presidente del Departamento de Ley Criminal/Aplicación de la Ley de Coastal Bend College por sus prácticos consejos en los procedimientos modernos de la escena del crimen; a Gary O. Smith, Jefe del Departamento de Policía de Temple, por su tiempo en contestar mis innumerables preguntas; a Henry Garza, Fiscal del Distrito Judicial 27º de Texas, por permitirme el acceso a sus oficinas y a la sala del Gran Jurado; al detective Brandon Matthews, Departamento de Policía de Temple, por su paciencia en contestar mis preguntas acerca de las técnicas modernas de investigación; a Michelle Hutton-Goodson, Master de Psicología, Asesora de Análisis de Conducta de la Asociación Mid-Americana para el Análisis del Conducta (MABA, por sus siglas en inglés) por su generosa asistencia con mis preguntas acerca de la elaboración de perfiles; al Agente Especial Ann Todd y al Supervisor Agente Especial James McNamara, de la Unidad 4 de Análisis de Conducta del FBI, Quántico, Virginia, por sus consejos y ayuda, y a Breaking Out Corporation por su ayuda con mis preguntas acerca del tráfico humano.

    PRÓLOGO

    ––––––––

    LLa desvencijada furgoneta blanca, sucia y abollada, se movía arriba y abajo por las hileras de carros en el lote municipal de Temple. Dos hombres fornidos, el chófer y un pasajero, examinaban el lote ansiosamente. El chirrido de unas llantas les llamo la atención al mismo tiempo que un BMW aceleraba por el lote. El BMW hizo una derecha cerrada en la hilera siguiente y se abalanzó al primer espacio disponible. El chófer, una joven veinteañera, excepcionalmente bonita, de cabellos negros, abrió violentamente la puerta y salió al brillante sol de marzo.

    Los hombres en la sucia furgoneta se irguieron cuando la vieron. Ellos no estaban allí para admirar su belleza o las elegantes líneas de su BMW. Habían venido por ella.

    Colgándose la cartera al hombro y quitándose el cabello del rostro sacó un maletín del carro antes de echar a andar. Apuntando sobre el hombro pulsó el control remoto del vehículo y bocina sonó al mismo tiempo que las luces traseras parpadeaban.

    Si se hubiera molestado de inspeccionar el lote habría notado la desvencijada furgoneta moviéndose lentamente tras ella. Habría visto a un indigente de mediana edad con una raída chaqueta militar azul marino, el cabello gris y despeinado, parado entre dos carros a poca distancia de donde estaba.

    La joven se sobresaltó cuando su celular sonó. Lo sacó de su funda rosada, pero antes que pudiera contestarlo un súbito y fuerte golpe en la espalda hizo que lo soltara y que cayera al pavimento. Un brazo, fuerte y musculoso, le rodeó el pecho tirando de ella hacia atrás.

    ¡Oye! gritó. ¡Suéltame!

    El indigente se quedó como estatua donde estaba parado.

    Los gritos de la mujer fueron ahogados por una mano tapándole la boca y la nariz con un trapo. Dejando caer el maletín, la joven trató de quitarse el tóxico trapo que le cubría la boca.

    Deja de resistirte. No te servirá de nada. El secuestrador la levantó del suelo y la llevó hacia la abierta puerta de la furgoneta, como una araña a su presa.

    Pataleando en el aire, la joven extendió un brazo hacia el indigente. El fornido secuestrador miró ferozmente al indigente quien retrocedió con trémulos pasos encogiéndose ante la amenaza que percibió en la mirada.

    En tan sólo unos segundos el secuestrador la cargó y lanzó al interior de la furgoneta donde le esperaba una sucia colchoneta.  El vagabundo oyó el raspar de la puerta de corredera y el ruido del portazo. La furgoneta se alejó aceleradamente del lote y giró al sur en la Primera Calle Norte.

    El vagabundo esperó hasta que la furgoneta pasó el semáforo de la avenida Central y se perdió de vista. Se acercó con pasos pesados a donde habían caído el celular y el maletín.  Echo una mirada al su alrededor inspeccionando el lote antes de hurgar el maletín. Tomo un sándwich envuelto en papel encerado, desenvolvió una esquina le dio un mordisco y lo puso en el bolsillo de su chaqueta.  También descubrió un cargador de celular y una banana dentro del maletín.

    Un trueno lo hizo mirar hacia arriba. Un banco de nubes negras se acercaba rápidamente a Temple desde el oeste. Mirando rápidamente a la derecha y a la izquierda se embolsó el cargador y la banana. Recogió el celular y trotó por el lote hacia la Tercera Calle. La fuerte llovizna lo alcanzó antes de cruzar la calle.

    CAPÍTULO 1

    ––––––––

    Dos meses y medio después:

    Matt Brady, un detective de la policía de Temple, estaba parado en medio del estacionamiento de la tienda de víveres H-E-B, mirando fijamente a través de la ventanilla del chófer de un Toyota sedán rojo. Cuatro bolsas plásticas sobre el asiento color café claro. Una mancha de humedad proveniente de alimentos descongelados cubría parte del asiento.

    Un total de cuatro jóvenes habían desaparecido en los últimos dos meses y medio y el total de toda la evidencia que tenía eran solo dos carros abandonados, un maletín olvidado y una bicicleta entre los hierbajos a un lado de la calle.  Una quinta mujer desaparecida no era exactamente como había imaginado que empezaría la semana de trabajo.

    Subiéndose los lentes de sol a la frente leyó el nombre de la mujer en la licencia de conducir, Jill Rigby Cowan. Su dirección no era lejos de donde estaban, sólo un par de kilómetros al sur, en la subdivisión Canyon Creek. 

    Brady dejo escapar un suspiro de exasperación. Qué secuestrarán a una mujer a plena luz del día mientras tantas personas se movían continuamente en el estacionamiento lo dejaba atónito.

    Una vez de regreso a su oficina, llamaría por quinta vez al Agente Especial Steve Casani en Waco. Se preguntó si Casani debería alquilar un apartamento en la ciudad. 

    Casani había recomendado a Brady que llamará al Agente Especial Rich Dunbar del Equipo Cuatro de Análisis del Conducta en Quántico. El Equipo Cuatro trabajaba exclusivamente en casos de adultos desaparecidos en los que se sospechaba algo sucio.

    El técnico de supervisión de la escena del crimen, Curtis Killebrew, se detuvo junto a Brady. Oye. ¿Todavía con nosotros?

    Brady parpadeó y tomó aliento. ¿Encontraste algo? Hizo una mueca cuando Killebrew lo miró.

    Aún no. Quien sea él que lo hizo, fue muy listo y astuto. No hay ninguna evidencia alrededor del vehículo.

    Brady se pasó una mano por la cara. Maravilloso.

    Estoy aquí para servir, Killebrew replicó antes de alejarse.

    Brady inspeccionó la creciente muchedumbre. Alguien tenía que haber visto algo.

    Un camión de remolque maniobró frente al Toyota. La política del departamento requería que el vehículo fuera remolcado al departamento de policía y luego que una orden de registro fuera emitida, los técnicos procesarían el vehículo y buscarían cualquier evidencia, huellas digitales, o cualquier otro artículo útil para un examen de ADN.

    Pero Brady tenía serias dudas que algo útil sería encontrado. Dejo caer la licencia en una bosa de evidencia y caminó hasta el sargento Anthony Wilkes, el supervisor de patrullas. ¿Algún testigo?

    Uno. Wilkes giró y señaló con el mentón a una corpulenta cuarentona. Ella es la que llamó. Vio a un vehículo saliendo del espacio junto a este sedan.

    Brady miró en dirección a un grupo de mujeres paradas cerca. Cuál de ellas exactamente

    Wilkes señaló. La que tiene las bandas moradas en el pelo.

    ¿Tiene nombre?

    Birdie Keene.

    Brady pasó por debajo de la cinta amarilla y enseñó su insignia de policía a Birdie. Le indicó que lo siguiera alejándola del grupo. Cuando se encontraban lo suficientemente lejos abrió su cuaderno de notas. Dígame que fue lo que vio.

    Una furgoneta blanca se alejó del lado de ese carro y se fue en esa dirección, señalando hacia el sur por la calle Treinta y uno.  Creo que salió del espacio de la izquierda de ese carro.

    ¿A qué hora lo vio?

    Ah...un poco después de las nueve.

    ¿Vio Ud. al chofer de la furgoneta?

    No. Estaba empujando mi carrito de la tienda, así que sólo vi la parte trasera de la furgoneta y vi el carro.

    ¿Algo en particular?

    Si. Señaló al Toyota. La puerta abierta. Cuando me acerque vi la cartera en el suelo. Simplemente supe que algo malo había pasado. Quiero decir, nadie deja la puerta de su carro abierta y....

    ¿Reconoció la marca de la furgoneta?

    ¿Qué cosa?

    ¿La marca de la furgoneta? ¿Chevy, Dodge, Ford?

    No.

    ¿Por casualidad vio la chapa?

    Miró el pavimento como si estuviera pensando y luego levantó los ojos. No. No la vi.

    Ud. mencionó que se fue hacia el sur por la Treinta y uno. ¿Se fue de prisa?

    Si Ud. quiere decir si quemó llantas, no, dijo.

    Después de obtener la información de cómo contactar a la mujer le entregó su tarjeta de presentación. Brady apretó los dientes y miró a la distancia. No se habían hecho reclamaciones de recompensa por las primeras cuatro víctimas, por lo que eliminó la teoría de secuestro por extorsión. Los informantes con los que había hablado no sabían nada. Quedaba todavía un soplón al que no había podido encontrar. Si había algo que descubrir, ese era el tipo que podía hacerlo.

    ¿Alguien más vio algo? Brady preguntó mientras se dirigía a su unidad.

    Te dejaré saber si encuentro a alguien, dijo el sargento mientras escribía notas en un cuaderno.

    Voy a ir a casa de los Cowan a hablar con la familia, Brady dijo mirando su reloj.

    

    Una joven adolescente con un fuerte acné juvenil abrió la puerta de la casa de los Cowan. Junto a ella un perro pequeño, de esos que ladran mucho y muerden poco. Cuando Brady se presentó, la chica le dio vuelta al anillo en su dedo índice. ¿Un detective? ¿Aquí?

    Brady miró hacia el interior de la casa detrás ella. "¿Se encuentra el Sr. Cowan?

    No, señor. Está en el trabajo.

    Él abrió su cuaderno de notas. ¿Cuál es su nombre?

    Tina Smitherman. ¿Por qué? ¿Pasó algo?" Temor asomándose en su voz.

    ¿Está Ud. relacionada con los Cowan?, preguntó.

    Estoy cuidando a su hijo. Dándole vueltas más rápido al anillo y echando una mirada por encima del hombro. Jamie. Miró a Brady y luego al cuaderno. Su mamá debe regresar en cualquier momento. Fue a la tienda.

    Descríbala.

    Tina frunció el ceño. ¿Anda mal algo?

    Si le decía que Jill Cowan estaba desaparecida y presumiblemente secuestrada, la chica podría alterarse. Esto es una investigación en curso por lo que no puedo comentar. Así que si Ud. pudiera continuar y describírmela.

    Por supuesto. Tiene el pelo rubio hasta acá. Tina se tocó los hombros. Una blusa blanca abierta de tirantes, este... pantalones cortos de mezclilla.

    Ud. tiene el número de teléfono del Sr. Cowan?.

    Este... desde luego. Tina dio un paso atrás y quitó el cerrojo de la puerta mosquitera. ¿Quiere Ud. pasar?".

    Brady asintió. Gracias.

    Abrió la mosquitera y paso al vestíbulo. Había un anticuado escritorio de tapa de rodadera contra la pared frente a la puerta de entrada. Miró como Tina desaparecía al doblar la esquina.

    Entró en una sala elegantemente amueblada. Un chico pecoso estaba sentado en el piso frente a una mesa jugando con pequeños carritos, aparentemente ignorante de la presencia de Brady. Calculando su edad en unos cinco años, observó como el chico empujaba un carrito rojo por el brilloso piso de madera.

    Un par de minutos más tarde, Tina regresó con una tira de papel y se la entregó a Brady. Ese es el número de su celular.

    Brady abrió su teléfono y marcó el número. Entonces salió nuevamente. No había necesidad que el niño y la niñera escucharan la conversación.

    Después de siete timbres, un hombre con voz soñolienta contestó. Es medianoche, ¿quién llama?

    ¿Es Ud. Ben Cowan?

    Si, ¿quién es Ud.?

    Sr. Cowan, mi nombre es Matt Brady. Soy un detective de la policía de Temple. Me gustaría visitarlo en relación a su esposa Jill. ¿Dónde está Ud. ahora?

    ¿Jill? La voz de Cowan subió varias octavas. "¿Ella está bien?"

    Yo estoy en su casa ahora. ¿Dónde está Ud.?

    Tokío. Sus preguntas en rápida sucesión. ¿Jamie está bien? ¿Dónde está Jill? ¿Qué pasó?

    Brady resumió lo que sabía antes de hacer más preguntas. ¿Alguno de Uds. tenía enemigos? ¿Alguien resentido?

    Cowan no dijo nada por unos segundos. Un par de compañeros de trabajo estaban medio enojados conmigo, y quizás un vecino. Pero ninguno de ellos le haría daño a Jill.

    La teoría de un falso secuestro merodeándole en la mente. ¿Alguna razón por la que su esposa pudiera irse voluntariamente?

    ¿Irse? ¿Y dejar a Jamie y a mí? No, de ninguna manera.

    ¿Ella trabajaba fuera de la casa?.

    Si, en la clínica veterinaria Samuelson.

    Brady miró sus notas detenidamente para asegurarse que no se le había escapado nada.

    Mire, Detective, ¿podemos hablar de esto mañana?. Su voz quebrada por la emoción. De veras necesito irme al aeropuerto ahora.

    Por supuesto. Dejaré mi número con la niñera.

    Una vez terminada la llamada, caminó hasta donde estaba el niño. Jamie era un niño lindo. Cabellos color arena y ojos azules con pecas en la nariz y las mejillas.

    Brady se acuclilló junto al niño. Yo quisiera haber tenido carritos como esos cuando tenía tu edad.

    Jamie lo miró. Mi papa me los dio. Tomó un carrito de color verde oscuro. Este es como el carro de mi papá. Rodó el carrito por el piso y después gateó tras él.

    ¿Cuántos años tienes?

    Jamie lo miró y sostuvo cuatro dedos de una mano y uno de la otra antes de rodar el carrito por el piso nuevamente.

    

    Brady regresó a su oficina, un cubículo azul con una ventana que dada al fondo del Anexo de la Corte del Condado de Bell.

    Se sentó y entró la información de Jill en el Centro de Información Criminal de Texas y el Centro Nacional de Información Criminal junto con la información de la furgoneta blanca. También entró la información de Jill en la base de datos del Sistema Nacional de Personas No Identificadas y Pérdidas o SinpNip.

    Estudió un gran tablero colgado en la pared frente a su cubículo. En la esquina superior izquierda había un mapa de Temple con cuatro tachuelas de cabeza azul marcando los lugares de cada desaparición. A la derecha del mapa estaban las fotos de las licencias de conducir de las cuatro primeras mujeres. Ahora necesitaría la de Jill.

    Hizo tres llamadas telefónicas. La primera fue al Agente Rich Dunbar en Quantico. Le dejó un mensaje y su dirección de correo electrónico.

    La segunda llamada fue a Casani. Brady le dejó un resumen rápido del quinto secuestro en su correo de voz. Entonces marcó el número de su novia, Casandra Evan.  Casandra trabajaba para la División de Licencias de Conducir del Departamento de Seguridad Pública de Texas. ¿Cómo va el trabajo?

    Ocupada. Creo que todos los chicos de Temple vinieron hoy por sus exámenes de conducir. Estoy abrumada calificándolos, cobrando las tarifas y haciendo el papeleo. Esta tarde tengo que programar las pruebas prácticas de los candidatos a policía. ¿Y a ti cómo te va?

    Tenemos otra mujer desaparecida. Del estacionamiento de H-E-B.

    ¡O no! Esas son ¿cuántas?... ¿cuatro, cinco? ¿Alguna pista acerca de quien lo está haciendo?

    Cinco, y estoy buscando por una furgoneta blanca.

    ¿Una furgoneta blanca? ¿Entonces tienen un testigo?

    Uno no muy confiable.

    Al menos es un testigo.

    Necesito un favor

    ¿Qué cosa? ¿Otra foto de licencia de conducir?

    Si. Jill Rigby Cowan. Su fecha de nacimiento es—

    Cariño, ya no necesito eso. Déjame sacarla

    Un corto silencio.

    Hmm. Puedo ver porque alguien la secuestró. Es bonita. Quisiera tener un cabello como el de ella. Está bien, una foto en camino. Me debes una.

    De acuerdo. ¿Un almuerzo? Sólo dime donde y cuando.

    ¿Mañana a las once? ¿Qué tal el café al que van Uds. los policías?

    Es una cita.

    Una vez terminada la llamada, Brady se puso a estudiar el tablero de la investigación nuevamente. En una escala de belleza del uno al diez, él diría que cada una de ellas era un diez. Todas eran jóvenes veinteañeras. De las cinco desapariciones, Beverly Masters, Carolyn Jackson y Moira Cavazos eran solteras y era posible que hubieran tenido una cita con un nuevo conocido. Fotos del maletín y del BMW de Masters estaban pegadas debajo de la su foto. Si ella hubiera querido esfumarse en el atardecer, ¿para qué dejar el maletín y un BMW caro en el estacionamiento?

    Junto a la de Masters estaba la foto de la Doctora Pamela Rooker. Era concebible que ella se hubiera escapado con un amante secreto, pero por lo que le había sacado a la familia, estaba recién casada y muy feliz. Era la propietaria de una práctica de Ginecología y Obstetricia muy exitosa. Nadie que estuviera cuerdo dejaría eso, suponía él. Directamente debajo de su foto estaba la de una bicicleta de competencia Nashbar, entre los hierbajos de Midway Drive. De acuerdo a una tienda de bicicletas local ese modelo de Nashbar se vendía por alrededor de quinientos dólares.

    Basándose en la familia y los compañeros de trabajo, Jackson y Cavazos no tenían nada que las atara ahí. Por lo que podían abandonar la ciudad cuando quisieran.

    Al oír sonar un correo entrante, Brady giró hacia su portátil. Un correo: de Casandra, con una foto adjunta, recordándole la cita para almorzar. Imprimió la foto de la licencia de conducir de Jill y la puso en el tablero con una nota adhesiva con las palabras furgoneta blanca.

    Cuando oyó unos golpecitos y Ey, amigo, miró hacia atrás.

    El detective Stan Hoffman estaba parado en la puerta, comiéndose un bizcocho relleno de crema Devil Dog en su envoltura y con una Coca-Cola en la otra mano. Sus pantalones lucían como si un rebaño le hubiera pasado por encima.

    Brady se burló. Hoffman siempre la pasaba comiendo. Inclinó la silla hacia atrás y evaluó el tamaño de la panza de Hoffman. Todo ese colesterol te va a matar si no aflojas un poco.

    Hoffman inspeccionó el tablero, dándole un mordisco al pastel. ¿Alguna suerte encontrando a esas mujeres?

    ¿Crees que aún tendría el tablero si las hubiera encontrado?

    Hoffman se metió el resto del Devil Dog en la boca y poniéndose la mano libre en la espalda le mostró el dedo a Brady. Observó las fotos de una en una. ¿Qué crees, secuestradas o el trabajo de un serial?

    No hay demandas de recompensas. No se han encontrado los cuerpos.

    Entonces cada una de esas chicas va en camino a un prostíbulo, dijo Hoffman, limpiándose las migajas de la boca.

    Quizás. Eso era algo que Brady sospechaba pero que no quería admitir. Los burdeles movían a sus mujeres de un lugar a otro. Lo que quería decir que sería mucho más difícil encontrarlas.

    Hoffman se desplomó en una de las sillas para visitantes de Brady. ¿Has oído acerca de los burdeles ilegales de LA?

    Brady miró a Hoffman pensativamente. O un salón de masajes. Brady giró para entrar información en el archivo del caso. O en otros mil lugares.

    ¿Aún estás saliendo con la chica del DSP? ¿Cómo es que se llama?

    Cassandra. Y si, aún salgo con ella.

    Hoffman se levantó y saliendo del cubículo le dijo señalando al tablero, si necesitas que te explique cómo trabajar con eso déjame saber

    Brady continuó trabajando en el informe del caso, ignorando el comentario de Hoffman. Los compañeros de trabajo de Beverly llamaron a la policía cuando ella no llegó a una reunión que tenía y de que un empleado de la ciudad encontró su maletín en el estacionamiento. Brady asumió que ella todavía tendría el celular en su poder y tenía la esperanza que una llamada que hicieran del teléfono pudiera usarse para triangular su posición. Pero hasta el momento, nada.

    Brady había subido la descripción del teléfono y su identificación electrónica a las bases de datos del Centro de Información Criminal de Texas y del Centro de Información Criminal Nacional. El operador del servicio celular había aceptado llamarlo si el teléfono era usado.

    Las siguientes mujeres habían desaparecido en intervalos de dos semanas. Pam fue la segunda. Los técnicos que procesaron la escena del crimen no habían encontrado nada en su bicicleta ni en el área inmediata.

    El carro de Carolyn había sido localizado por uno de los policías uniformados en el Parque Lions de Temple cerca del pabellón de picnics. De acuerdo a su compañera de cuarto, Carolyn siempre iba a ese lugar a correr por las tardes, tres veces por semana.

    A Moira la habían visto por última vez cuando salía del trabajo para tomar su coche e irse a casa. Su coche todavía estaba estacionado en su oficina, en su lugar asignado, cerrado con llave. La única otra pista que tenía era que cada desaparición había ocurrido en el cambio de turno o cuando el vehículo del distrito había sido salido por una llamada. Había verificado las llamadas preguntándose si no sería falsas. Tres lo eran, pero las otras dos parecían legítimas.

    Como en el caso de Jill, no habían dejado rastros que sirvieran de evidencia. Los secuestradores no habían llamado ni se habían hecho demandas de recompensa. Y si los secuestradores de Jill eran los mismos que en los otros cuatro casos, no se haría ninguna demanda. Matt había tenido la esperanza que alguien llamaría con alguna información útil, pero hasta ese momento todo lo que había recibido eran un montón de pistas falsas.

    Sentado allí, contemplaba las calles alrededor del H-E-B, imaginado que rutas era probable que hubiera tomado la furgoneta al salir de estacionamiento. Como ni la policía ni las unidades del aguacil de Bell County habían encontrado la furgoneta, él había inspeccionado las vías de salida del condado. Las innumerables carreteras y caminos vecinales eran simplemente demasiados. Además, sabía que no encontraría un supervisor que autorizará a las patrullas a parar y revisar todas las furgonetas blancas que se encontraran.

    CAPÍTULO 2

    ––––––––

    Burt Smith; larguirucho, de cuello flaco, bigote descuidado y una calvicie incipiente, brillante como pomo de bronce; miró por la ventana de la puerta de metal gris. Al otro lado, una rubia pelirroja sentada y esposada a una silla metálica.

    Derek Weaver, con sus treinta y tantos años y sus brazos como llantas de camión, se paró en el lado derecho de Smith mientras que Bruno Chiles, otro tipo aún más grande lo hizo detrás de Smith.

    Chiles era un rapado con una enorme esvástica azul y un trébol con los números 666, tatuados en ambos antebrazos, y un par de rayos de la SS nazi tatuados en el cuello.

    ¿Qué piensas? preguntó Chiles.

    Me parece buena, dijo Smith. Espera aquí. Caminó lo suficiente para que no lo escucharán hablando por teléfono antes de marcar el número en su celular. Miró sobre el hombro para asegurarse que no lo habían seguido.

    Soy yo, dijo, hablando en baja voz y mirando nuevamente sobre el hombre. La nueva mercancía está aquí, ¿Quieres verla?

    ¿Se parece a su fotografía?

    Yo diría que sí.

    Sabes que odio la incertidumbre. Déjame verla.

    De acuerdo.

    Smith caminó de regreso a la puerta y le asintió a Weaver.

    Weaver corrió el cerrojo y tiró de la manija cromada. La puerta chirrió y luego hizo un sonido raspante mientras él la abría del todo.

    Las paredes de ladrillos de color gris ratón. El piso de concreto con una leve pendiente hasta el desagüe en el medio de la habitación. Las sombras creadas por el solitario bombillo que colgaba del techo oscurecían sus facciones.

    La joven en la silla llevaba pantalones cortos de mezclilla y una camisa blanca abierta de tirantes. Sus muñecas esposadas a la silla con esposas forradas de piel rosada. Su cabeza inclinada a hacia delante.

    Levantó la cabeza y parpadeó cuando los tres hombres entraron en la habitación.

    Smith tocó el icono de video en su teléfono y lo apuntó a la mujer. Se acuclilló delante de ella y le levantó el mentón, girando su cara de un lado al otro. Como si estuviera de vacaciones.

    Jill parpadeó rápidamente como si estuviera tratando de enfocar.

    Smith presionó el auricular del teléfono más fuertemente a su oído. ¿Qué piensas?

    Está perfecta pero demasiado sedada. Tómale el pulso.

    Pasó un largo minuto. Sesenta y ocho.

    Pregúntale el nombre.

    ¿Cuál es tu nombre? Smith le levantó nuevamente la barbilla y miró a sus ojos azules como el cielo.

    Jill. Su voz apenas audible.

    Muéstrame sus ojos de nuevo.

    Smith acerco la cámara para tomarla de cerca. ¿Puedes verlos bien?

    ¿Algún moretón u otra marca que la desfigure?

    Smith inspeccionó cada uno de los brazos desde la muñeca hasta más arriba de los codos. Le sacó el anillo de compromiso y lo puso en su bolsillo.

    No tiene moretones ni marcas de agujas en los brazos.

    La persona al otro lado del teléfono había hecho la misma letanía de preguntas con cada una de las chicas. Anticipando su próxima pregunta corrió sus manos por las piernas de Jill.

    Sus piernas están bien. Sin golpes Se puso de pie y le hizo señas a Weaver para que la ayudara a ponerse de pie.

    Una vez que Weaver removió las esposas y la levantó de la silla, Smith escaneó todo su cuerpo con la cámara. ¿Qué te parece?

    Perfecta. Va a producir buen dinero. Reduce los sedativos.  Está muy drogada. La quiero más alerta mañana.

    Smith terminó la llamada y señalo a la silla con la barbilla.

    Espósala es

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