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La Señora Harper
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La Señora Harper

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About this ebook

Con devastadora humillación, Melissa Logan presenció con un horror mudo como su marido la vendía para pagar una deuda. Ella ya se había dado cuenta que casarse con Coy Logan para escapar de su miserable vida con un padre borracho y dos hermanos perezosos había sido un terrible error. Coy la arrastró a Dawson City para unirse a la fiebre del oro de Yukon. Ahora, peor que nunca, estaba sin un centavo, con un bebé y "pertenecía" a Dylan Harper, un hombre que era conocido por tener un corazón de piedra y un cuchillo de carnicero bajo el mostrador de su tienda que manejaba sin dudarlo. Melissa nunca se había sentido tan desesperada en toda su vida.

Dylan Harper quería sus 1.200 dólares, no una mujer. Pero temiendo que si no aceptaba la oferta de Logan, otra persona lo haría, Dylan no podía soportar la idea de que esa mujer con rostro magullado, sufriese un destino aún peor. Para él, ese matrimonio, realizado en un bar con un oficiante abogado moribundo de Louisiana, no fue más que un acuerdo de negocios. Melissa iba a cocinar y limpiar para él, pero no compartirían cama. Pero jamás pensó que esa gentil mujer fuese a agarrar su corazón con tanta fuerza. Sin embargo, con todo el dolor existente entre ambos, alguno de los dos quizás estaría dispuesto a dar los primeros pasos para confiar otra vez, para tocar, para enamorarse—

LanguageEspañol
Release dateFeb 8, 2013
ISBN9780984811113
La Señora Harper
Author

Alexis Harrington

Alexis Harrington is the award-winning author of more than a dozen novels, including the international bestseller The Irish Bride. She spent twelve years working in civil engineering before she became a full-time novelist. When she isn't writing, she enjoys jewelry making, needlework, embroidery, cooking, and entertaining friends. Harrington lives in her native Pacific Northwest, near the Columbia River, with a variety of pets who do their best to distract her while she's working.

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    Es una preciosa historia de amor ,sus personajes principales,Melisa y Dylan llegan al corazón.
    Espero poder leer otras novelas en español de la misma autora.
    Gracias

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La Señora Harper - Alexis Harrington

LA SEÑORA HARPER

por

Alexis Harrington

Copyright © Alexis Harrington, 1997

TABLA DE CONTENIDOS

CAPITULO UNO

CAPITULO DOS

CAPITULO TRES

CAPITULO CUATRO

CAPITULO CINCO

CAPITULO SEIS

CAPITULO SIETE

CAPITULO OCHO

CAPITULO NUEVE

CAPITULO DIEZ

CAPITULO ONCE

CAPITULO DOCE

CAPITULO TRECE

CAPITULO CATORCE

CAPITULO QUINCE

CAPITULO DIECISEIS

CAPITULO DIECISIETE

SOBRE LA AUTORA

CAPÍTULO UNO

Dawson, Territorio de Yukon

Junio de 1898

N o más dinero, Logan. Ni un centavo más. Ya me debes mil doscientos dólares y catorce centavos. Te perdonaré el cambio, pero quiero el resto. Ahora mismo.

Melissa Logan estaba junto a la puerta de entrada del comercio de Harper, un resistente edificio de dos pisos en Front Street. Los olores combinados de madera quemada, pieles curtidas, tocino, y leña recién cortada, se aferraban al lugar. Mientras sujetaba a la pequeña Jenny, de dos meses, en sus brazos, observaba el tenso intercambio entre su marido, Coy, y Dylan Harper. Al final del mostrador, un amigo de Harper llamado Rafe Dubois, contemplaba los procedimientos con una obvia y especial fascinación.

Mil doscientos dólares. . . Melissa no podía concebir semejante suma. Aunque los precios en Yukon eran increíblemente altos, no se había dado cuenta de que Coy había adquirido semejante deuda. Y habían estado en Dawson durante sólo seis semanas. Era evidente que Coy había enfadado al hombre. Pero, de nuevo, Coy tenía un verdadero talento para hacer enfadar a la gente, así como para enfadarse con todo el mundo. Se irguió cuan largo y flaco era, y se ajustó uno de sus tirantes, claramente ofendido. La parte trasera de sus pantalones asomaba por debajo de su trasero plano como un saco de patatas vacío. Hizo un gesto por detrás de él hacía donde estaba mirando Melissa. Tengo una esposa y un bebé que alimentar. No podré hacerlo hasta que tenga un golpe de suerte. No querrá verles pasar hambre, ¿verdad?

Al otro lado de la barra, Dylan Harper se dirigió hacia Coy, su dedo largo y contundente anclado a una página de su libro de contabilidad en frente de él. Era un hombre de aspecto salvaje, pensaba Melissa, alto y delgado, con un largo pelo de mechas rubias que le rozaba sus anchos y musculosos hombros. Sus pantalones de gamuza estaban decorados con una estrecha franja a los lados de cada pierna, y ella vio que llevaba una especie de amuleto indio alrededor de su cuello, que se mantenía en su mayoría, oculto bajo su camisa. En la cintura llevaba un cuchillo de hoja larga que ella sospechaba, no dudaría en usar. Desde una alta ventana, un rayo de sol caía sobre él, poniendo en relieve sus rasgos afilados y masculinos, cubriéndolos de un sutil color ámbar, y haciendo que sus ojos brillasen como diamantes verdes.

Al instante, entendió lo que Coy obviamente, no: era un tonto por hacer tratos con ese hombre.

No ha venido aquí hoy para comprarles algo de comer, y nadie te ha un hecho ningún cargo por valor de más de mil dólares en alimentos. Has comprado tabaco, clavos, una caja de champán—Harper hizo una pausa para mirar arriba y abajo, como si se preguntara qué haría un hombre como Coy, con una sola botella—keroseno, y un montón de cosas más. Pero sobre todo has comprado whisky, tres galones. Miró brevemente a Melissa, luego volvió a clavar su mirada implacable sobre Coy. No hay nada escrito aquí en contra de tu nombre, que sirva para alimentar a una familia, Logan. De todos modos, es muy duro hacerse de oro cuando estás cortando leña para la policía montada del noroeste. Golpeó la página de libro con la punta del dedo. Quiero que dejes resuelta tu deuda hoy mismo. O pagas, o te traeré a la policía montada, y vas a tener que cortar de nuevo su pila de leña.

Melissa sintió cómo su cara comenzaba a arder, y sabía que era algo más que el calor sofocante del verano. Coy ya había tenido problemas con la rigurosa ley de Dawson por embriaguez pública. La policía lo había condenado a dos semanas a su nivel de castigo estándar— una dura labor cortando leña para el gobierno. Hasta ahora, pensaba que nadie más lo sabía.

Coy cambió de postura, y su tono adquirió un tono quejumbroso. Sé que das crédito a algunos de los otros que también trabajan en la extracción de oro—a Moody, a Charlie Ojo-negro, a Mose Swindell. Ellos tienen facturas mucho más largas que la mía. Y no les obligas a pagarte.

Esos chicos me caen bien, Logan. Pero tú no me gustas. El leve susurro de Dylan Harper sonó con firmeza.

Melissa sabía que Coy no sería capaz de salirse con la suya. Miró al bebé dormido en sus brazos, si Harper hiciese que Coy fuese arrestado, ¿qué pasaría con ella y el bebé? Sería muy difícil que surgiese algún trabajo, y de todos modos, ¿quién contrataría a una mujer con un bebé? Melissa no sabía si tendría el coraje y la fuerza para seguir adelante si las cosas se pusieran mucho peor. Pasar hambre ella misma era una cosa, pero ¿qué pasaría si la leche se secase y Jenny empezase a morir de hambre también?

Yo te digo, que no tengo ni de cerca esa cantidad de dinero, dijo Coy, empujando hacia abajo el sombrero polvoriento sobre su cabeza. No tengo nada más que—se detuvo entonces y se volvió a considerar a Melissa. Su rostro largo y estrecho y su cruel boca, perfectamente reflejeban su carácter perezoso y poco fiable. A menudo, se preguntaba cansada, por qué se casaría con él. Y en estos momentos no le gustaba el brillo especulativo que vio en sus enrojecidos ojos. De repente, Coy se acercó, la agarró del brazo y tiró de ella hacia adelante. Jenny se sobresaltó según dormía y luego se calmó. Todo lo que tengo es a ella y a la pequeña.

Harper miró anonadado.

Coy empujó a Melissa hacia adelante para inspeccionarle. Ella bajó la cabeza, avergonzada. Es una mujer tranquila, no como algunas hembras, y no necesita demasiado para mantenerse en línea. El bebé es tranquilo, también. Lissy se encarga de eso. Ella puede cocinar y limpiar la casa. La miró y le frotó una mancha que tenía en la mejilla, haciéndole estremecer. Y no es algo demasiado feo a lo que mirar, cuando está limpia y se lava la cara.

¿Qué quieres decir, Logan?

Bueno, soy un hombre de grandes ideas, Harper, dijo Coy con una sonrisa maliciosa a la vez que su sucio dedo daba unos golpecitos contra su sien. Siempre estoy pensando. Tal vez podríamos hacer un trueque. La muñequita y el bebé por la factura de tu libro. Con todas las de la ley, y la policía montada no tiene porqué saber nada al respecto.

Melissa le miró boquiabierta.

Dylan Harper dio un paso atrás como si le hubiera ofreció una caja de escorpiones.

Rafe Dubois se rió y negó con la cabeza mientras apoyaba un codo en el mostrador.

¿Qué demonios—estás loco? Dijo Harper.

Coy, Melissa exclamó, estaba tan sorprendida que por un momento se olvidó de guardar silencio. No querrás decir— Se interrumpió a sí misma, incapaz de terminar. Ella debía haberle entendido mal—él no podía estar queriendo dejar ver que realmente sería capaz de vender a su esposa y a su propia carne y sangre a ese hombre, Dylan Harper. Nadie haría eso, era. . . era inmoral, era. . .

No quiero oír ni una palabra tuya, nena, Coy le advirtió en voz baja, señalándola con el dedo. No tengo tiempo para tus necedades. Se volvió hacia Harper y continuó. Ella está bien, supongo, pero me frena mucho. Si no fuera por ella, yo podría estar extrayendo muchísimo oro. Esta es mi gran oportunidad y mi objetivo es aferrarme a ella.

Melissa agachó la cabeza, avergonzada. Casi no podía creer la horrible y humillante situación en la que se encontraba. Casarse con Coy para escapar de su borracho y abusivo padre había sido su gran error. Poco después de la boda, había descubierto que su marido y su padre eran muy parecidos. Pero ese error se agravó aún más cuando siguió a Coy hasta este desierto. Tuvo que cruzar el incomunicado, por la nieve, Paso de Chilkoot, cuando estaba de seis meses de gestación, sólo para parir en una tienda de campaña a orillas de un congelado río Bennett. Fue un milagro que el bebé sobreviviese a tal experiencia.

Incapaz de obviar el desprecio de su voz, Dylan Harper soltó una pequeña carcajada y dijo: He venido a Yukon para hacer dinero, Logan. No estoy interesado en tu oferta. Estudió por un momento, al bastardo sin escrúpulos que tenía delante de él y pensó que nunca había sentido tanta repugnancia hacia un hombre. Él sólo quería que le pagaran, no asumir la carga de esa silenciosa y demacrada mujer. Maldita sea, Logan la ofrecía como si tan solo fuese una cabeza de ganado. ¿Y un bebé también?

En este negocio Dylan se había encontrado con todo tipo de delincuentes de poca monta, pero si se entregase un premio al más mezquino, Coy Logan lo ganaría definitivamente. Dylan no había mentido cuando dijo que no le gustaba Logan. Desde el momento en que se conocieron, lo había despreciado y no había encontrado motivos para cambiar de opinión desde entonces. Ese fue el único motivo de Dylan para darle un ultimátum. En el ámbito de la economía de Yukon, donde el keroseno costaba cuarenta dólares por galón y una docena de huevos podría llevar dieciocho, los mil doscientos dólares de Logan no eran para tanto. De hecho, otros estaban mucho más endeudados que Coy. Pero confiaba en ellos. De Logan no se fiaba en absoluto.

¿Le estaba traspasando una esposa y un bebé? Diablos, no. Dylan había venido al norte hacia dos años con un propósito en mente, y no iba a dejar que nada se interpusiese en su camino. Una mujer agotada y su hijo no formaban parte de sus planes. No sabía qué edad tendría exactamente, probablemente era más joven de lo que aparentaba. Estaba muy delgada y pálida, con el pelo aún más rubio que el suyo, cayendo de un nudo flojo en la parte posterior de la cabeza. Su ropa estaba vieja, el estampado en su vestido estaba deteriorado por lo que era casi indistinguible. Y a excepción del momento en el que se había atrevido a decir algo—si podía llamar así a su pequeña protesta—parecía tan indiferente como una roca.

Pero cuando volvió a mirar a la mujer a la que Logan había llamado, Lissy, se detuvo. Mantenía la mirada baja durante prácticamente todo el tiempo, y no hablaba. Cuando lanzó una mirada a Logan, sin embargo, algo en sus ojos gris paloma—odio combinado con un miedo desesperado—le hizo pensar dos veces. Eso no era un signo de suciedad en el pómulo, como Logan pretendía hacerle creer. Eso era un moretón, probablemente un recuerdo del puño de su marido. Dylan tenía el presentimiento de que era el método que Logan tenía de mantenerla en línea. La idea le hizo apretar la mandíbula.

Dylan, dijo Rafe Dubois, haciéndole un gesto desde el final de la barra para que se acercase a él. La respiración de Rafe era ruidosa, como lo era algunas veces. Eres consciente de que o la seguirá dando palizas, o la venderá a alguien que pueda tratarlas a ambas dos, peor aún, dijo, arrastrando sus palabras en voz baja.

El mismo pensamiento había cruzado la mente de Dylan. Todavía apretando los dientes de atrás, echó una mirada por encima del hombro a la mujer. No quería sentir lástima por ella, maldita sea. ¿Una mujer y un niño? Él desvió la mirada hacia su amigo.

Rafe se inclinó más cerca. Estuve a punto de ir al saloon a ver si un minero podría participar en una partida de póquer de altas apuestas. Todos podríais venir, haría que todos me prestasen atención durante un instante para comunicar que Logan se iba a descartar de su deuda mediante una transferencia, digamos que, la cesión de sus lazos matrimoniales. Esto es, si la mujer es susceptible a la idea.

Dylan miró boquiabierto a su amigo. ¿Qué haría yo con una mujer? Por Dios, Rafe, nada de esto sería incluso legal.

Bueno, eso es algo innegable, pero sería el único modo de alejar a la mujer y al bebé de este pusilánime hijo de puta.

Si la policía montada se enterase de esto, todos estaríamos condenados a la pila de leña o a algo mucho peor. Además, tú y no estás autorizado a ejercer la ley.

Un punto insignificante en este caso, ¿no te parece?

Si crees que es tan buena idea, ¿por qué no te la llevas tú?

Rafe se encogió de hombros. No es mi deuda. Pero de donde yo vengo, la caballerosidad exigiría que ambas fuesen rescatadas. Metió la mano en su bolsillo y sacó un cigarro delgado y oscuro.

Dylan trató de dar un argumento final. Esto es Yukon, no Nueva Orleans.

Eso no importa, verdad, dijo Rafe. No era una pregunta.

Dylan dio un suspiro de exasperación y miró a la mujer. Rafe tenía razón. A pesar de que su amigo tenía una lengua viperina y una visión cínica de la vida, su educación Louisiana le había dotado de un código de honor con demasiadas florituras. Pero el honor de Dylan era igual de profundo. Si algo le sucediese a la esposa de Logan, y todo apuntaba a que así iba a ser, su conciencia no le dejaría en paz. Y con Logan siendo la escoria que era, lo más probable era que algo bastante grave iba a suceder.

Mientras que él deseaba poderosamente que el destino hubiese elegido a otro hombre para hacerse cargo de esa mujer y de su hija, él era el que estaba ahí de pie.

Se volvió hacia Logan de nuevo. Está bien, Logan. Acepto tu oferta, bajo dos condiciones. La primera, la señora tiene que aceptar esto—

Logan enganchó un dedo en su tirante. Su actitud se había vuelto engreída, repentinamente. Oh, ella está de acuerdo.

Dylan fijó su mirada en su rubia cabeza, gacha. Quiero oírlo de ella.

Coy Logan la miró. Adelante, nena, respóndele.

Finalmente, levantó la vista, y una vez más Dylan se inquietó ante esa mirada gris penetrante, parecía como si estuviese midiendo su estatura como hombre. Luego echó una última mirada a Coy Logan. Estoy de acuerdo, dijo en voz baja, y acarició la cabeza del bebé con su mejilla.

Dylan asintió. La segunda condición, agregó, señalando a Logan, es que nunca más la vuelvas a molestar.

Bueno, ahora no tenemos porqué—

Sí o no, interrumpió él. Me olvido de la deuda, o te vas cortar leña. Tú elijes.

Logan frunció el ceño. Está bien, está bien, no me volverá a ver. ¿Quién la necesita de todos modos?

De acuerdo, entonces, dijo Rafe, golpeando el mostrador. Si me acompañan al otro lado.

Ellos salieron en tropel a través del barro hacia el saloon de Yukon. Multitudes de hombres vagaban por la calle entre ellos, algunos con algún propósito, pero muchos otros con una mirada extrañamente aletargada en sus ojos. La sensación de terror de Melissa era tan grande, que se sentía como si estuviera marchando de un nivel de perdición a otro. Nunca se había sentido tan sola o sin amigos, o sin opciones.

En el interior del saloon Rafe Dubois tomó el mando de una mesa en la parte trasera. Los demás se dispusieron alrededor de él como si fuesen a ser juzgados ante un tribunal.

Señor McGinty, una botella de whisky, por favor, Rafé llamó a Seamus McGinty, el dueño del saloon, y un lápiz y papel.

McGinty, un corpulento, hombre rico con voz fuerte y acento irlandés, trajo la botella y las cosas que Rafe había solicitado. Pero cuando vio a Melissa y Jenny, dijo, ¡Por el amor de Dios, Rafe, si la policía montada averiguase que dejo que entres con una mujer y su bebé, aquí, me encerrarían por imprudente!

Rafe convenció a McGinty de que sabía que lo estaba haciendo, y luego sirvió un vaso de whisky para él y otro para Dylan, mientras trabajaban en los detalles de su acuerdo. Melissa tomaba nota de todo lo que la rodeaba. Ella no era extraña a los saloons, su madre la había enviado a buscar a su padre, suficientes veces cuando era joven. Éste era grande, lleno de hombres rudos que acababan de venir de los campos de oro, unos acaban de llegar, y otros, anhelaban el momento de poder regresar a sus hogares. Un pequeño artilugio de música metálico tintineaba en una esquina, y al otro lado de la sala, la multitud se reunió en torno a lo que parecía ser una mesa de ruleta. Desde las paredes, varias cabezas de alce disecadas, inspeccionaban los tejemanejes con sus ojos fijos de cristal.

Cómo desearía que ella y Jenny estuviesen de nuevo en Portland y que nunca hubiese accedido a emprender ese viaje tan insensato. Dawson no era un lugar sin ley—los montados se encargaban bien de eso—pero estaba sucio, abarrotado de gente, y de hombres desesperados.

Cuatro mil kilómetros había viajado solamente para ser abandonada por su marido y ser entregada como un paquete para ser mantenida por Dylan Harper. La vida con Coy había sido miserable y difícil, y ella no la echaría de menos. Tenía poca confianza en que Dylan fuese un hombre mejor. Pero la irresposabilidad de Coy la había puesto en esa posición sin que hubiese más opciones. Melissa había aprendido a ocultar todos sus sentimientos, pero la furia brotó en ella por un momento. No era su deuda, y sin embargo ella era la que estaba siendo castigada.

Le lanzó una mirada de reojo a Dylan. Era muy alto, mucho más grande que Coy, ancho de hombros y muy musculoso. Su mandíbula cuadrada y amplia boca no eran desagradables a la vista, suponía, pero había un matiz salvaje en su rostro que no podría definir. Tenía un temperamento como el hielo y el fuego, decían. Lento para encender, pero implacable en su venganza. Y si bien era ilegal llevar un arma en Dawson, había oído que guardaba un gran cuchillo carnicero detrás del mostrador de su tienda. Más de un hombre había sido amenazado con él, decían. Por lo menos, parece estar sobrio en su mayor parte, al contrario que Coy.

Ahora, pues, Coy Logan, comenzó Rafe, atrayendo la atención de Melissa de nuevo al momento. Leyó unas líneas que había garabateado en una hoja tamaño folio. Para la deuda de mil doscientos dólares que le debe a Dylan Harper, de Empresa de Comercio Harper, usted ofrecen para subsanarla, a Melissa Logan Reed y a la niña, Jenny Abigail Logan. ¿Es correcto?

Coy miró la botella de whisky, que no había sido invitado a compartir, y se rascó la barbilla. No veo por qué tenemos que pasar por—

¿Es correcto, señor? Rafe instó. Él era más bien temible, también, señaló Melissa. Gracias a Dios, Jenny seguía dormida en sus brazos.

Coy se sobresaltó. Sí, es correcto, sí.

El proceso se detuvo cuando Rafe Dubois fue vencido por un ataque de tos que lo dejó sin aliento. Perdón, dijo finalmente, aclarándose la garganta. Muy bien, entonces. Vamos a continuar.

Cuando llegó a la parte que disolvía su matrimonio con Coy, Rafe murmuró para que sólo Melissa lo escuchase, Dudo que la policía montada del noroeste o cualquier otra persona del gobierno canadiense sepa apreciar este procedimiento que estamos realizando hoy aquí, señora. Sin embargo, sospecho que no te importará la oportunidad de escapar de este filisteo. Era un hombre joven, pero tan flaco y cadavérico que cuando sonreía, le recordaba a Melissa a una pálida calabaza de Halloween. Pero sus ojos eran amables, y tenía la voz y los modales de los mejores caballeros.

Ella miró a Coy de reojo—sabía que era mejor que mirarle a la cara. Una gran cantidad de recuerdos se agolpaban en ella, recuerdos de dolor, preocupación e indignidad. Dylan la miró fijamente. Ella negó con la cabeza. No, no me importa.

Rafe miró complacido. Como yo suponía. Independientemente de lo que sea, el señor Harper es un caballero. Habló unas palabras más, y Melissa Logan pasó a ser Melissa Harper. Eres libre de irte, Logan, y te aconsejo que lo hagas ahora.

Coy les hizo un gesto burlón, saludó como un sabelotodo y se dirigió hacia las puertas de vaivén con un movimiento en su firme andar que denotaba que estaba satisfecho, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Se levanta la sesión, dijo Rafe, y levantó su vaso de whisky en un brindis. "Mis mejores deseos para ustedes, señor Harper y señora Harper. Ahora será mejor que la escoltes hasta la puerta, Dylan, antes de que al pobre viejo Seamus le dé un ataque de apoplejía."

Muy bien, salgámos de aquí, se quejó Dylan y llevó a Melissa a través de la multitud hacia las puertas abiertas. Sus anchos hombros bloqueaban la mayor parte de la luz del día, al pasar entre los hombres que la miraban con curiosidad y algo más.

Afuera, en los tablones que estaban destinados a servir como aceras, Dylan la condujo hacia un hueco protegido entre su tienda y el saloon, y lejos de las multitudes, que vagaban arriba y abajo de Front Street. Acorralada en la esquina, se vio obligada a mirar hacia ese tan marcado rostro con facciones que parecían haber sido cinceladas. Dylan Harper era un hombre temible. Peligro y dureza eran evidentes en sus ojos. Ella bajó la mirada hacia sus manos que colgaban en cada uno de sus costados. Eran grandes— con anchos y largos dedos, y se veían como si fuesen capaz de convertirse en puños de tamaño considerable. Oh, Dios, esperaba que aceptar ese trato no resultase ser un error aún más grande que casarse con Coy.

El pavor que sentía hizo que apretase más a Jenny, más que lo que el bebé soportaba, y emitió un chillido de protesta en sueños antes de calmarse de nuevo. Melissa sintió su pañal mojado filtrándose a través de la manta contra su brazo. Jenny tenía que despertar pronto, incluso los mejores bebés lloran cuando están mojados y hambrientos. Los hombres odian a los bebés que lloran. Dylan miró a Jenny, y Melissa dio un paso atrás. Parecía impaciente a la vez que miraba a ambas dos. Un nudo de miedo creció en su garganta.

Mira, así es cómo va a funcionar, dijo. Desde que dejé que Rafe me convenciera para aceptar este arreglo tan descabellado, tengo la intención de aprovecharme de él. El peso del terror se asentó aún más en Melissa. Tengo la tienda abierta durante largas jornadas, y mis días son duros. Necesito a alguien para poner orden en el lugar, preparar y lavar mi ropa y cocinar. El sitio en el que vivo no es muy grande, por lo que barrerlo de vez en cuando no debería ser un trabajo demasiado exigente. Te pagaré, y cuidaré de ti y del bebé, aquí. Pero esto es sólo un asunto de negocios, uno muy pésimo, dado que todavía estoy sin mis mil doscientos dólares. Puedes llamarte a ti misma señora Harper si quieres, para que la gente no piense que sólo estás viviendo conmigo, y yo no voy a negar que estemos casados a cualquiera que pregunte. Pero eso es todo lo que va a haber entre nosotros. No vas a ser mi esposa, y no reclamaré ningún derecho como tu marido. Y yo. . .no sé mucho acerca de bebés, así que no esperes que cambie pañales ni nada de eso. Estoy aquí para hacer dinero, y cuando tenga suficiente para llevar a cabo mis planes, volveré a Oregon. Te daré algo de dinero para que empieces una nueva vida, aquí o dondequiera que desees ir. Estarás de acuerdo con todo esto, espero. Las palabras salieron de su boca como un discurso conciso, como si lo hubiera ensayado previamente y no quisiera olvidarse del más mínimo detalle.

Ella asintió con la cabeza y mantuvo la voz baja. Sí, está bien. Su propuesta sonaba justa, y aunque aliviada de que no esperase que ella compartiese cama con él, Melissa estaba muy preocupada de todos modos. Él podría estar mintiendo acerca de todo. Su hermoso rostro podría ser sólo una máscara que ocultase un corazón oscuro, y desde luego, su conocida reputación en Dawson, hacia de él un hombre al que temer. En cualquier caso, tanto su padre como Coy le habían enseñado que no podía confiar en nada que le dijesen los hombres. Pero ella sabía que no debía demostrarlo. Sabía muy bien cómo no demostrar nada, ni dolor, ni ira. Si Dylan de verdad iba a mantener lo que había dicho, ella tendría el propósito de ganar suficiente dinero, hacer lo que fuese necesario para ello, para no tener que depender de un hombre nunca más. Por ahora, sin embargo, sabía que tenía que sacar el mejor partido de esta nueva situación.

¿Cómo quieres que te llame? Le preguntó. ¿Lissy?

Nunca le había gustado que la llamasen Lissy, aunque todo el mundo excepto su madre, lo había hecho. Ella subió su mirada para encontrar sus ojos de nuevo. No, por favor. . . ¿me podrías llamar Melissa?

Muy bien, entonces, Melissa. Vamos, dijo Dylan, y se giró de vuelta hacia la tienda.

Justo en ese momento, Jenny comenzó a moverse, el pañal mojado sacando lo mejor de la propia naturaleza de la pequeña. Señor Harper, murmuró Melissa, aclarándose la garganta. No tengo mis pertenencias conmigo. No hay ropa para mí o para el bebé. Ni siquiera un pañal extra. Coy lo tiene todo.

Dylan suspiró, y frunció su ceño, sólo para conseguir recordarle que ella y Jenny en vez de su dinero, no era lo que él quería. Tal vez no sea asunto mío, pero ¿cómo diablos acabaste con un tipo como Logan?

Ella levantó la barbilla ligeramente y convocó a toda la dignidad que pudo reunir, pero no pudo evitar sentir el rubor de sus mejillas. Todos tomamos decisiones equivocadas a veces, Señor Harper. Ella podía ver por la expresión de él que estaba comenzando a percibir el olor de los pantalones del bebé empapados de orina.

Bueno, vamos, entonces. Mis productos atienden principalmente las necesidades de los mineros, pero tal vez pueda encontrar algo para ti.

Melissa pudo observar de nuevo sus anchos hombros mientras lo seguía hacia su tienda, donde se las arregló para encontrar tres sacos de harina, y una manta para Jenny. Esto no es lo mejor que puede haber, pero funcionará por ahora. Sacó su enorme cuchillo y cortó los sacos en pañales con una destreza tal, que hizo estremecer a Melissa. Luego cortó la manta de lana en piezas que se adaptasen a un bebé. Empezó a entregárselas

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