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La casa: La única manera de salir está dentro
Azioni libro
Inizia a leggere- Editore:
- Thomas Nelson
- Pubblicato:
- May 3, 2010
- ISBN:
- 9781418582807
- Formato:
- Libro
Descrizione
Un alucinante thriller sobrenatural dónde los personajes se encuentran cara a cara con el pecado.
Frank Peretti y Ted Dekker, dos de los escritores más reconocidos en novelas de ficción, han unido sus fuerzas por primera vez para crear una historia como ninguna otra que hayas leído. Entra en La casa, donde te encontrarás en medio del juego mortal de un asesino en el cual la única manera de ganar es perdiendo y la única manera de salir es entrando. Un juego, siete jugadores, y tres reglas.
Informazioni sul libro
La casa: La única manera de salir está dentro
Descrizione
Un alucinante thriller sobrenatural dónde los personajes se encuentran cara a cara con el pecado.
Frank Peretti y Ted Dekker, dos de los escritores más reconocidos en novelas de ficción, han unido sus fuerzas por primera vez para crear una historia como ninguna otra que hayas leído. Entra en La casa, donde te encontrarás en medio del juego mortal de un asesino en el cual la única manera de ganar es perdiendo y la única manera de salir es entrando. Un juego, siete jugadores, y tres reglas.
- Editore:
- Thomas Nelson
- Pubblicato:
- May 3, 2010
- ISBN:
- 9781418582807
- Formato:
- Libro
Informazioni sull'autore
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Anteprima del libro
La casa - Ted Dekker
Elogios recibidos por las novelas de
Frank Peretti y Ted Dekker
«…Peretti es un auténtico fenómeno editorial».
—reseña de La visitación en BookPage.
«Dekker presenta su exploración autógrafa del bien y del mal en el contexto de un verdadero thriller que hará crecer su ya considerable público».
—reseña de Showdown en Publishers Weekly.
«En el mundo de la ficción cristiana, las más candentes novelas son las de Frank Peretti».
—reseña de Monster en Newsweek.
«Excitante, bien escrita y llena de significado, Black, Red y ahora White se han ganado a la crítica y a los lectores del género… Una jornada épica culminada con talento».
—Editores, Barnes and Noble.
«…llena a rebosar de un caos escalofriante…»
—www.Amazon.com en su comentario de Esta patente oscuridad.
«Ted Dekker es sin duda uno de los más fascinantes narradores actuales. Crea tramas que nos mantienen el corazón en vilo y las manos sudorosas incluso después de haber terminado sus libros».
—Jeremy Reynalds, Columnista.
«Peretti no solo es el autor de ficción cristiana que más vende en nuestro país, sino que se ha convertido en una de nuestras mayores estrellas en la novela de ficción actual».
—Chicago Tribune en su comentario de La visitación.
Guía de lectura para grupos disponible en:
www.caribebetania.com
LA
CASA
LA
CASA
FRANK
PERETTI
TED
DEKKER
© 2006 por Grupo Nelson®
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece
completamente a Thomas Nelson, Inc.
Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc.
www.gruponelson.com
Título en inglés: House
© 2006 por Frank Peretti y Ted Dekker
Publicado por Thomas Nelson, Inc.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
Nota del editor: Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares o episodios son producto de la imaginación de los autores, y se usan ficticiamente. Todos los personajes son ficticios, cualquier parecido con personas vivas o muertas es pura coincidencia.
Traducción: Ricardo y Mirta Acosta
Tipografía: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-0-88113-943-3
Impreso en Estados Unidos de América
08 09 10 11 12 QW 10 9 8 7 6 5 4 3
La luz entró en las tinieblas y la oscuridad no la entendió.
Mi corazón guarda todos los secretos, mi corazón no dice mentiras.
CONTENTS
prólogo
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prólogo
PERMANECIÓ INMÓVIL EN LA ENTRADA, MIRANDO FIJAMENTE su propia sombra, que se proyectaba ante él como una mancha en el piso. Estudió el aspecto del polvo, comprobó el hedor a moho y a orina de ratón, y prestó atención a una viga que se asentaba como tres centímetros hacia el centro del suelo.
Este salón mostraba muy poca evidencia de los acontecimientos que se habían desarrollado hacia el amanecer. Vista desde esta perspectiva, solo se trataba de una casa abandonada. Interesante.
Pero el resto de la casa mostraba toda la verdad. Las tablas del piso yacían bajo sus botas, unas junto a otras como muertos enterrados, ahuecadas por la creciente humedad y con los bordes torcidos, ennegrecidas por polvo grisáceo y por trozos de pintura blanca descascarada.
Al otro lado del vestíbulo, al pie de una pared, se agitaba el papel tapiz que tenía rosas impresas. Algo arañaba, roía y se abría paso detrás de una de las rosas, hasta que apareció una nariz negra y bigotuda. Con un pedazo de papel tapiz en las quijadas, la rata se retorció en el agujero, luego se posó sobre las ancas y se topó con la mirada del hombre. A ninguno de los dos le preocupaba la presencia del otro. La rata se fue corriendo junto al zócalo y desapareció en una esquina.
Al extremo opuesto del salón crujía y se agitaba una cortina medio destrozada frente a una ventana rota. Una triste intentona de fuga. Aparte de la ventana rota no había indicio alguno de que alguien hubiera estado allí en años. Sin embargo, si un transeúnte curioso —o la policía, con una necesaria dosis de suerte para dar con este lugar— se aventurara a entrar, encontraría abundantes señales de lo contrario, señales que lo conducirían a los misterios subyacentes.
En el húmedo aire rondaba la muerte, aun aquí arriba. Las paredes eran como mortajas, que envolvían de oscuridad absoluta a todo el lugar. Este habría sido un ambiente ideal para una fechoría perfecta.
Barsidious White ya anticipaba lo que se venía.
1
17:17 PM
—¡JACK, VAS A MATARNOS!
La mente de Jack se deshizo de una fantasía y volvió a la solitaria carretera de Alabama, al volante del Mustang azul. El velocímetro sobrepasaba ciento treinta. Despejó la mente y relajó el pie derecho.
—Lo siento.
Stephanie regresó a su canto, con voz clara aunque triste, y con su entonación de música country clásica.
—Mi corazón guarda todos los secretos, mi corazón no dice mentiras...
Otra vez. Ella lo compuso; por tanto, él nunca lo criticó... pero esas letras horribles, en especial hoy...
—¡Jack!
El velocímetro avanzaba lentamente hacia ciento treinta.
—Lo siento.
Obligó al pie a relajarse.
—¿Qué pasa contigo?
—¿Qué pasa?, cálmate, Jack. No eches leña al fuego. Un poco tenso, eso es todo.
Ella le sonrió.
—Deberías tratar de cantar.
Jack apretó con fuerza el volante.
—Sí, esa es tu respuesta para todo, ¿verdad?
—¿Qué dices?
Suspiró. No debía morder el anzuelo.
—Lo siento.
Siempre disculpándose. Jack miró en dirección a ella y sonrió forzadamente, esperando que le creyera.
Stephanie le devolvió la sonrisa de tal forma que indicaba que no le había creído.
La mujer era bellísima, tanto como para cautivar al próximo que se presentase como lo había cautivado a él —rubia, juvenil, un verdadero honor para esos jeans—, todo lo que los tipos de las barras de los bares podrían querer en una cantante de música country. Sin duda esos ojos azules aún podían centellear, pero no solo para él. Ahora mismo se estaban ocultando detrás de unas gafas de buen gusto y ella estiraba el cuello para mirar hacia atrás.
—Creo que hay un poli detrás de nosotros.
Jack revisó el espejo retrovisor. La carretera, que ahora era de dos carriles, dibujaba perezosamente sus curvas por bosques de final de primavera y por tierras de labranza, subía por colinas y bajaba por hondonadas, ocultándose y apareciendo de nuevo, escondiendo y dejando ver un auto solitario. Este acortaba la distancia y ahora estaba tan cerca como para que Jack reconociera la barra de luces encima del techo. Revisó su velocidad. Cien kilómetros.
Debería ser lo reglamentario.
La patrulla seguía acercándose.
—Es mejor que vayas más despacio.
—Estoy dentro del límite de velocidad.
—¿Seguro?
—Sé leer las señales, Steph.
A los pocos segundos el vehículo ocupaba todo el retrovisor de Jack como si lo estuviera remolcando. Pudo ver el duro semblante del poli detrás del volante, con reflectantes anteojos de sol que le oscurecían los ojos.
Patrulla de carreteras.
Jack volvió a revisar el velocímetro, luego bajó la velocidad a noventa y cinco, esperando que el policía no los golpeara por detrás.
El sedán se acercaba cada vez más.
¡Estaba a punto de golpearlos!
Jack presionó el acelerador hasta el fondo y el Mustang salió disparado como un bólido.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Stephanie.
—¡Iba a golpearnos!
El auto se rezagó diez metros. Se prendieron sus luces rojas y azules.
—¡Qué bien! —masculló ella, girando y recostándose en el asiento.
Jack pudo captar en su voz que lo culpaba. Siempre echándole la culpa.
—Pero fuiste tú quien se alejó, Steph.
La patrulla giró hacia el carril de la dirección contraria y se puso a la par de ellos. El policía uniformado volvió el rostro para mirar a Jack. Sus miradas se encontraron. O así lo imaginó Jack. Gafas negras.
Sin expresión. Jack volvió a enfocar la mirada en la carretera.
Los dos autos estaban uno al lado del otro, en cerrada formación a noventa y cinco kilómetros por hora.
—¿Qué estás haciendo, Jack? Detente.
Lo haría si pudiera. Jack buscó una oportunidad. El bosque, una espesa maraña de arces, robles y abedules, lo invadía como un muro que avanzaba.
—No puedo. No hay arcén. Simplemente no puedo...
Disminuyó la velocidad. Debía de haber una salida en alguna parte. Sesenta y cinco kilómetros por hora. Cincuenta. La patrulla igualaba su velocidad.
Jack vio un claro en el follaje, una franja de arcén, apenas el espacio suficiente. Empezó a girar.
La patrulla se les adelantó y los dejó atrás, con las luces encendidas en silencio. Quince segundos después era un puntito en la carretera entre los altísimos árboles, y luego desapareció.
—¿A qué vino todo eso? —preguntó Jack, revisó los retrovisores, fisgoneó y volvió tranquilamente a la carretera. Restregó la mano sudada en los pantalones.
—Venías a exceso de velocidad.
Stephanie fijó la mirada en la carretera, trató torpemente de agarrar un mapa y evitó mirar a Jack a los ojos.
—No nos detuvo. ¿Por qué se acercó tanto? ¿Viste lo cerca que estaba?
—Así es Alabama, Jack. No haces las cosas como ellos, te lo hicieron saber.
—Pues sí, pero no embistes a alguien por detrás solo porque va muy rápido.
Ella se dio una palmada en el regazo para liberarse de su frustración.
—Jack, ¿harás que lleguemos allí por favor, como es debido, sanos y salvos? ¿Por favor?
Él decidió callar en respuesta y concentrarse en la carretera.
Guárdalo para la sesión de consejería, Jack. Se preguntó qué habría estado reservando ella, qué nuevos reclamos descargaría esta noche.
Ella se encogió de hombros, fingió sonreír y empezó a cantar.
De verdad crees que funcionará, ¿no, Jack? ¿Crees de veras que puedes conservar algo que simplemente ya no tienes?
Si sonreír y cantar pudiera devolver esos días, él reiría como un tonto y hasta cantaría las composiciones de Steph, pero ya no se hacía ilusiones. Lo único que le quedaba eran los recuerdos que almacenaba en la mente, aun mientras enfocaba los ojos en la carretera: los brazos de ella sobre los hombros de él y la emoción en los ojos femeninos; la iluminación interior que sentía siempre que ella entraba al cuarto; los secretos que compartían con una mirada, una sonrisa, un guiño; todo lo que según él debían ser el amor y la vida.
El accidente cambió todo.
Jack se imaginaba sentado en la oficina del abogado, tratando con sinceridad sus sentimientos. Me siento ... como he estado toda la vida. La existencia no tiene sentido. Si hay un Dios, él es el diablo, y ... ¿Qué fue eso? Ah, ¿se refiere a Stephanie? No, también la he perdido. Se fue. Quiero decir, está aquí, pero se marchó.
No se podía quitar de encima la idea de que todo este viaje solo era un requisito, otro camino a su derrota. Steph cantaría de ida y vuelta a Montgomery, y aún conseguiría el divorcio que deseaba, para continuar su alegre camino.
—Jack, estás perdido.
Seguro que lo estoy.
—Jack.
Sobresaltado, Jack volvió a concentrarse en su manejo. El Mustang ronroneaba a más de cien, tragándose la carretera. Ya se había acabado el bosque, dando paso a granjas rudimentarias y pastizales llenos de troncos.
Stephanie observaba el mapa y analizaba todas esas pequeñas líneas rojas y negras. ¿Dijo ella que él estaba perdido? Correcto.
Ella tenía el mapa, pero él estaba perdido.
Jack captó el sarcasmo antes de que se desvaneciera. Las palabras hirientes llegaban con mucha facilidad en esos días.
—¿Qué quieres decir?
—¿No viste esa señal vial? Decía cinco.
Jack miró el espejo, luego giró para ver el respaldo de la señal que se alejaba.
—¿Cinco?
Stephanie estudió el mapa, trazando una ruta con el dedo.
—Se supone que estamos en la carretera ochenta y dos.
Jack se inclinó y trató de leer el mapa. El auto viró bruscamente.
Él volvió a enfocar los ojos al frente, corrigiendo el volante.
—Vamos a llegar tarde —manifestó ella.
No necesariamente.
—¿Viste allí un cinco? ¿Adónde conduce?
Ella arrastró el dedo sobre el mapa y lo detuvo a cierta distancia de Montgomery.
—No a Montgomery, a menos que tengas una semana para andar de turista. ¿Cómo es posible que te salieras de la ochenta y dos?
¿Se atrevería a defenderse?
—Me distrajo un poco un poli que me estaba mordiendo el parachoques.
Ella sacó su celular del estuche y se fijó en la hora.
—No hay manera de que lleguemos a tiempo.
¿Había esperanza en su voz? Jack revisó su reloj. Si dieran la vuelta ahora, quizás...
—Cancelé una actuación para estar contigo en esta cita.
Stephanie se encorvó en el asiento y cruzó los brazos.
Ahí va de nuevo. Culpa mía.
Ella comenzó a murmurar.
Otra vez.
Luces rojas y azules destellaban adelante.
—Ah, ¡lo que nos faltaba! —dijo Stephanie—. De veras que no necesitamos esto.
Jack disminuyó la velocidad a medida que se acercaban a la patrulla estacionada exactamente después de una salida. Conos anaranjados y un letrero bloqueaban el camino más adelante.
—Operación de repavimentación. Carretera cerrada al tráfico — leyó Jack—. Bueno, de todos modos tendremos que regresar.
Jack se metió en el arcén de grava, pero cambió de idea.
—Preguntemos. Quizás haya un camino más rápido.
Jack dirigió el Mustang azul hacia adelante, llegó a la salida y se detuvo pocos metros detrás de la patrulla. La puerta del auto policial se abrió y un policía —el policía— salió, las gafas de aviador aún le ocultaban los ojos.
2
EL POLICÍA BALANCEÓ LA CABEZA SOBRE LOS HOMBROS para hacer crujir el cuello y luego mantuvo el rostro en dirección a ellos mientras se ponía un sombrero matizado de alas anchas. Usaba una camisa gris de mangas cortas y pantalones con una franja negra que le bajaba por las piernas. Una insignia en el pecho que destellaba con el sol de muy entrada la tarde. La enorme pistolera de cuero le colgaba de la cadera derecha, y la cachiporra de la izquierda.
El hombre se tocó el sombrero como si fuera un hábito, y caminó hacia ellos, seguro de sí mismo. Gallito. Los pantalones parecían algo apretados.
—Buenas noches —dijo Stephanie.
Jack bajó la ventanilla. Una brisa cálida entró en el Mustang, seguida por el canto de los grillos. Las botas negras de cuero del agente se movían en silencio sobre el pavimento.
El policía se detuvo ante la ventanilla, con la mano sobre la culata del revólver. Se inclinó y les dio una visión cercana de sus gafas oscuras. En la insignia se leía: Morton Lawdale.
—¿Le importaría mostrarme su licencia y la matrícula del vehículo?
—Nosotros...
—Licencia y matrícula. Ahora.
Jack se inclinó sobre la guantera, sacó los documentos y se los pasó a través de la ventanilla.
El poli los agarró con una mano enguantada y estirada, revisándolos detenidamente.
—¿Le importaría bajarse del auto?
Jack no estaba seguro de cómo actuar ante la solicitud.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Porque quiero mostrarle algo, ¿le parece bien?
—¿Hice algo malo?
—¿Son así de tontos todos los tipos de Alabama? Un policía le dice que detenga su vehículo, usted discute como si fuera el rey de la región. Tengo que mostrarle algo. Saque su trasero del auto.
Jack intercambió una mirada con Stephanie, abrió la puerta y sacó las piernas.
—Vamos, ¿a que no ha sido tan difícil?
—Tomamos un camino equivocado —dijo Jack, mirando hacia arriba. Era al menos una cabeza más bajo que el policía—. Nos dirigíamos a Montgomery por la ochenta y dos.
Lawdale sacó la cachiporra y señaló a Jack la parte de atrás.
—Vamos allá.
A Jack le corrió un frío por la espalda. ¿Cómo había ido a terminar aquí, en medio de ninguna parte con este personaje, uno de esos que a la menor provocación dispara, liquida y después pregunta?
Jack vaciló.
—¿Me va a hacer repetirlo todo otra vez? —preguntó el policía mientras se golpeaba la palma de la mano con la porra.
—No —respondió Jack y se dirigió hacia el maletero.
Jack se detuvo ante el guardabarros, frente al oficial que, de pie con los pies extendidos, lo miraba directamente. Hasta donde Jack podía decir.
Lawdale hizo oscilar hacia abajo su cachiporra negra para indicar la luz del freno izquierdo.
—¿Sabía usted que tiene apagada su luz de freno?
Jack respiró.
—¿De veras? No lo sabía.
—Así es. Casi me arrastré hasta su retaguardia. Tenía que comprobarlo.
—Ah.
—Ah —remedó el policía, a quien el sudor le manchaba la camisa por el cuello y debajo de los brazos—. Y le sugeriría que empiece a conducir su auto del modo en que está diseñado para ser conducido.
La puerta del pasajero se abrió y Stephanie bajó, sonriendo como un rayo de sol.
—¿Está todo bien?
—Mi luz trasera está quemada —dijo Jack.
Stephanie inclinó juguetonamente la cabeza.
—La arreglaremos en Montgomery. ¿Correcto, Jack?
—Por supuesto. Tan pronto como lleguemos allá.
El policía inclinó el sombrero ante Steph y evaluó sus jeans de poca altura y su sedosa camiseta azul sin mangas.
—¿Quién se supone que es usted?
—Stephanie Singleton.
Los ojos del hombre descendieron hasta la mano de ella, en la que no había anillo; que el mes pasado se lo hubiera quitado lastimó más a Jack que todo lo demás que ella había hecho.
—¿Hermanos? ¿Primos?
—Marido y mujer —contestó Jack.
El poli miró a Stephanie.
—¿Le permite usted conducir a este maníaco?
—¿Maníaco? —preguntó Jack.
El policía agachó la cabeza, se bajó los lentes, y miró a Jack por encima de la montura plateada.
Ojos azules.
—¿Está usted tratando de hacerse el listo, muchacho? No, usted no lo es, ¿verdad? Solo es un poco tonto.
Jack se preguntó cuánta grosería debe soportar y aceptar uno cuando la otra persona lleva puesto un uniforme.
El policía se quitó las gafas y lanzó a Jack una mirada fría.
—No solo como un maníaco, sino un maníaco que no sabe que maneja como un maníaco, lo cual lo convertiría en un imbécil. Pero fingiré que estoy equivocado. Fingiré que usted no es un imbécil y que puede comprender lo que hace un imbécil. ¿Le convendría eso?
Lawdale esperó una respuesta. Jack pudo pensar en varias.
—Pues sí —se limitó a decir.
—Muy bien. Entonces le diré lo que un maníaco hace por aquí.
Con el dedo extendido el poli dio toquecitos en la cabeza de Jack, bastante fuertes como para lastimarlo.
—Un maníaco no vigila su velocidad y no utiliza sus espejos. Use sus retrovisores, Jack. Lo estuve siguiendo cinco minutos antes de que me viera detrás de usted. Lo pudo haber aplastado un camión por completo y ahora estaría muerto...
El policía sacó el revólver de la funda, montó el gatillo y disparó al campo cercano como un pistolero. ¡Bum! Tanto Jack como Stephanie se sobresaltaron.
—...así de fácil.
Lawdale sopló el humo del extremo del cañón e introdujo el revólver en su funda con un giro exacto.
—Se lo advierto, amigo. Estas carreteras son peligrosas —volvió a pinchar a Jack en la sien—. Vigile su velocidad y use sus espejos.
Planteadas todas las cosas, Jack pensó que lo mejor era contestar de manera breve.
—Lo haré.
—Bien.
El policía devolvió la licencia y la matrícula a Jack, luego señaló la vía.
—Ahora tenemos aquí un pequeño desvío. Los próximos cinco kilómetros de carretera están destrozados. ¿Adónde dijo que se dirigían?
—A Montgomery — contestó Jack con desaliento.
—Montgomery —casi sonrió el poli, obviamente divertido—.
¿No sabe usted leer un mapa?
—No vimos una salida.
El policía resopló, Jack supuso que era su manera de contener la risa.
—Yo seguiría la desviación —señaló luego el oficial—. Quizás les ahorre dos horas en vez de retroceder hasta la ochenta y dos... si es que saben adónde se dirigen. No está muy bien demarcada y no querrán quedar atrapados en la oscuridad.
—¿Podría usted mostrarnos? —preguntó Jack.
El hombre retrocedió.
—¿Tiene un mapa?
Stephanie le pasó el mapa, el policía lo desdobló sobre el maletero del Mustang, y lo analizó brevemente.
—Un mapa antiguo —resopló mientras volvía a doblarlo—. Está bien. Atiéndame claramente, ¿me oye? ¿Cree usted que estoy borracho? Inconfundible, tipos de la ciudad como usted no quieren quedar atrapados dando vueltas por el campo pidiendo instrucciones a los montañeses. Uno nunca sabe con quién se encuentra.
Ahora empiecen aquí...
—¿Montañeses? —la sonrisa de Stephanie contradecía su tono.
El poli desechó la palabra con una seña.
—Sureños reaccionarios que viven en los bosques. Imbéciles, como Jack trataba de ser hace un momento. No entienden más ley que la propia. Tipos malos. De los que no han descubierto los cepillos de dientes, mucho menos la ley.
El hombre señaló la salida.
—Ahora vaya al sur por esta carretera hasta llegar a una intersección. Gire a la izquierda, eso le hará atravesar las llanuras y volver a entrar al camino del bosque. Transitará más de sesenta kilómetros por un camino de tierra, pero no se preocupe, pues este lo llevará a la ochenta y dos. Debe tardar aproximadamente una hora.
Jack observó la carretera de grava que se dirigía al sur.
Desaparecía entre colinas cubiertas de árboles y coronadas con densos nubarrones.
—¿Está usted seguro?
—¿Le parezco inseguro?
Otra vez no. Jack sonrió.
—No señor.
Lawdale agradeció con un leve movimiento de cabeza.
—Ahora empezamos a entendernos. Esa es la carretera que tomo a casa cada mañana. Si se queda varado, permanezca en el arcén. Uno de nosotros lo encontrará.
—Lo dice como si hubiera ocurrido antes —manifestó Jack.
—Así es.
Sonriendo de modo titubeante, Stephanie siguió la mirada de ellos.
—Jack, quizás simplemente deberíamos tratar de volver a casa.
—Eso no es necesario —dijo Lawdale—. Si se van ahora mismo, mientras haya bastante luz, llegarán sin tener más inconvenientes.
Tengan cuidado ahora.
El oficial tocó el borde de su sombrero matizado y volvió caminando a la patrulla.
Jack se puso al volante del Mustang y cerró de un portazo.
—¿Te preguntaste alguna vez qué clase de tipos patrullan los bosques?
—En realidad no —dijo Stephanie sentándose a su lado.
—Ahora ya lo sabes.
—Estoy segura de que ha sacado de la cuneta gran parte de tu amabilidad. Opino que deberíamos dar la vuelta.
Jack revisó su reloj. Un cuarto para las seis. Aún podrían lograrlo.
Movió lentamente el auto hacia delante.
—La cita no puede ser tan importante como para soportar tantos problemas —insistió Stephanie.
Jack giró en la desviación de grava.
—Jack.
—Ya hemos llegado hasta aquí, ¿correcto? —dijo él mientras aceleraba a tanta velocidad como se atrevía—. Me gustaría tratar de llegar.
3
19:46 PM
—REDUCE LA VELOCIDAD, JACK.
Jack no estaba yendo tan rápido, ni un poquitín por encima de setenta... bueno, a veces ochenta. El firme irregular y los baches hacían parecer que iba mucho más rápido. Recordaba usar los espejos, pero no veía más que nubes de polvo detrás de ellos.
—El poli dijo que tardaríamos una hora, pero ya llevamos dos —se atrevió a mirar de reojo—. ¿A qué distancia dijo que estaba la ochenta y dos?
—Creo que habló de sesenta y cinco kilómetros después de la intersección.
Jack revisó el velocímetro como ya había hecho varias veces.
—Hemos andado al menos cien. ¿Hay algún pueblo cerca de aquí, algún punto de referencia?
Ella estaba sentada con los brazos cruzados, mirando por fuera de la ventanilla. La espantosa carretera serpenteante los había adentrado en el bosque espeso. Con excepción de un diminuto cartel al borde del camino, como ochocientos metros atrás, no habían visto ni siquiera un buzón. El cartel decía: «Wayside Inn. Descanso para el alma cansada, cinco kilómetros». Estaba pintado en alegre amarillo, rosado y azul, con una flecha rosada que señalaba en la misma dirección por la que ya llevaban demasiado tiempo transitando.
—Este camino no está en el mapa, Jack. Solo sabemos lo que él nos dijo.
Jack se sujetó del volante y se concentró en manejar. Se encontraba en una situación humillante, y el volante se le iba de lado.
—¿Quieres llamar para avisarles que llegaremos tarde?
Steph agarró su celular.
—Aquí no hay señal. Puedes estar tranquilo. Ya perdimos la cita.
Calculaba mentalmente que ya había transcurrido demasiado tiempo y mucha distancia y sabía que ella tenía razón. Se lo imaginaba.
—Bueno, parece que hay una hostería en alguna parte —dijo Jack—. Quizás al menos podamos salir de la carretera para pasar la noche.
La miró a los ojos, anhelando encontrar en ellos las miradas llenas de significado que ella solía darle antes del conflicto que habían tenido. Nada. Miró hacia delante y trató de encontrar palabras...
¿Qué fue eso?
Recensioni
I really, really wanted to love this book. It’s no secret that I have a fondness for psychological thrillers and the supernatural, but I was actually hoping for something a bit more on the realistic side of the spectrum. Without going into too much detail, I will admit that the resolution for this story probably could have been reached without adding elements of the paranormal. Of course, House is marketed as a supernatural thriller, so its tendency toward the fantastic is expected, even if it does lean a bit on the side of ridiculous.
This book is yet another title with largely flawed and unlovable characters – the sort that are stereotypical for this genre. It’s very easy to imagine characters like Jack, Stephanie, Randy, and Leslie in a movie like Saw because they are, ultimately, a cookie cutter image of horror movie victims. There simply wasn’t much in the way of originality at all.
One of the reasons I absolutely love haunted house/hotel stories is because I like to see the story that has been woven to explain why the locale plays host to the dead. What information we’re given about the house that our quartet encounter is vague. As a result, upon the conclusion of the story, there’s still a few questions left hanging in the air.
At best, this book was meh. As I stated previously, its tale plays out more like a cheesy horror flick than anything truly thrilling. I listened to the audiobook version, and for that reason alone I almost dropped it. The book is narrated by Kevin King, and as a listener with a voice fetish for lack of better words, I found his voice to be extremely grating. I’m glad the audiobook is over and for those who are sensitive to the way certain narrators sound, I recommend simply picking up the book or checking it out at your local library.
Entertaining and fast read of yet another "game" in a creepy house with strangers brought together under suspicious circumstances.
The difference with this one is that it's Christian fiction, which gives it a bit of a different flavor and none of the gore, sex, or language that you'd find in a Clive Barker, Joe Hill, or Stephen King book.
With an interesting twist that the horrors in the house are of the guests' own making, with sin directly from their own souls, this delivers frights of the supernatural kind. Angels? Check. Demons? Check. Good vs Evil? Check.
However, it wouldn't be Christian fiction without a salvation message. Of course, in the course of the game, two players see their need for Jesus and it ends well for them. The others? Not so much. What happens to the house? Well, I guess you'll have to read it to find out.
It's a very quick and easy read. It probably won't change your life, but it's a recommended read for Halloween month.